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Marisa Rodríguez Abancéns

PEDRO POVEDA

Mansedumbre y
provocación

NARCEA, S. A. DE EDICIONES

A mis padres,
por su fe y su generosidad
que tanto bien me han hecho.


Paseo Imperial 53-55. 28005 Madrid. España

www.narceaediciones.es

ISBN eBook: 978-84-277-1984-2

ISBN ePub: 978-84-277-2207-1


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ÍNDICE

1. Introducción

2. «Que yo obre como Tú quieres que obre»

3. La fe como necesidad

4. ¿Dónde y cuándo empezó todo?

5. Guadix: la acción social desde la tolerancia

6. Covadonga: el origen de la Institución Teresiana

7. Jaén: la vida a contracorriente

8. Pedro Poveda en Madrid: «Si hay que morir, se muere»

9. Un testimonio aquí y ahora

10. La Institución Teresiana hoy

Datos biográficos de Pedro Poveda

Referencias bibliográficas y bibliografía sobre Pedro Poveda

Notas personales

1. INTRODUCCIÓN

«ATREVERSE» ES UNA PALABRA MUY ESTIMADA POR PEDRO POVEDA. Por eso no cuesta nada decir que este libro parte de un atrevimiento: el de contar una vida tan fecunda en pocas páginas. Hay valiosas biografías sobre este personaje junto a las cuales este libro se queda muy corto. Pero de eso se trataba: de contar la historia pequeña de un hombre grande. Eso sí, sin restarle por ello intensidad ni valor o interés. Si lo hemos conseguido o no, lo juzgará el lector.

Acercarse a la vida de una persona es algo que hay que hacer con gran respeto, como quien se asoma a un balcón sobre el mar y no ve más que un trozo de paisaje. Toda vida es inabarcable para quien la contempla y si lo que se pretende es darla a conocer a otros, la cosa se complica aún más. Pero ése es el objetivo de este libro y para ello hemos repasado detenidamente un itinerario humano del principio al fin; nos hemos parado en cada esquina del camino que fue la existencia de Pedro Poveda y nos detuvimos en algunos de sus escritos.

A los seres humanos se les conoce por lo que dicen cuando lo que dicen va unido a la vida, como en el caso del protagonista de esta historia. Pocas cosas nos identifican tanto con otra persona como leer lo que escribe.

Hay historias que contagian su fuerza y su vitalidad, y sin apenas darnos cuenta se van haciendo nuestros sus gestos y sus maneras de mirar las cosas. Ojalá le ocurra así al lector de estas páginas, pues estamos seguros de que vale la pena la influencia de este santo de hoy, un hombre bueno que tiene mucho que decir a la sociedad actual.

Este libro va dirigido al gran público, para llevarle por el recorrido que fue la existencia de Pedro Poveda, sacerdote, humanista, pedagogo y fundador de la Institución Teresiana.

La vida que aquí se narra es también la de un testigo que vivió intensamente el primer tercio del siglo XX en España con todas sus consecuencias. Es la historia de un hombre arriesgado que hizo de la fe cristiana su razón de existir, y que por ella sufrió el martirio y entregó su vida.

La biografía de Poveda puede interesar a todos, creyentes o agnósticos, jóvenes o adultos, intelectuales o personas de a pie, porque es una historia verdadera. En las páginas que siguen todo parecido con la realidad es realidad misma, ocurrió y así se lo contamos.

Finalmente nos queda agradecer el apoyo de todas las personas que han impulsado la realización de este libro pues la confianza y el entusiasmo que nos mostraron han hecho posible que salga a la luz.

Y gracias, sobre todo, al mismo Pedro Poveda, de quien tanta utopía hemos aprendido.

2. «QUE YO OBRE COMO TÚ QUIERES QUE OBRE»

AQUELLA NOCHE DE JULIO DE 1936 NO FUE COMO LAS DEMÁS. Fue única, sola. Una noche de palabras mayúsculas y de respuestas irrepetibles. Al cerrarse la puerta del número 7 de la madrileña calle Alameda se cumplieron las palabras de Pablo: «hasta que Cristo sea formado en vosotros». Algo que Pedro Poveda siempre había deseado. «Señor, que yo piense lo que tú quieres que piense, que yo obre como tú quieres que obre, que yo quiera lo que tú quieres que quiera. Ésta es mi única aspiración». En muchas ocasiones repetirá esta oración, sencilla y transparente, tan osada que parecería nacida de la misma arrogancia si no se conociera la humildad del hombre que la hacía. La vida toda de este sacerdote fue acompañada del atrevimiento, del riesgo que conllevan siempre los grandes amores.

Pero aquella noche su vida quedó iluminada con una intensa luz.

Él había formulado otra petición de forma insistente, relacionada con otra pasión: «A Dios le pido me conceda la gracia de que no pase ni un sólo día de mi vida sin celebrar la Santa Misa». La historia nos dice que este hombre que había señalado su identidad sacerdotal por encima de cualquier cosa, pudo celebrar misa hasta su último día. Es decir, hasta aquella mañana del 27 de julio de 1936 en que le fue arrebatada su vida a cambio de unas cuantas palabras, pocas, últimas y de siempre: «Soy un sacerdote de Jesucristo».

No podemos comprobar con ningún documento escrito si la primera petición de obrar como Dios quiere se cumplió. Sólo Dios sabe si un hombre, finalmente, ha respondido a su designio. Sólo Dios. Pero, cómo no, algo saben también los de alrededor, las personas que conocen su vida y participan de su espíritu, en este caso, el de un buscador incansable de la voluntad del Padre. Lo sabe la Iglesia, que lo reconoce como ejemplo de santidad. Lo dicen sus obras, porque ellas son —según él mismo— las que dan testimonio de lo que somos.

Pedro Poveda es un hombre de pensamiento y acción. «Empezar haciendo», aconseja. Vive en una sociedad secularizada que quiere cambiar según los valores del Evangelio, es decir, hacerla más justa, más humana y más de Dios. Y en ello vierte toda su energía. No le paralizan las dificultades, que fueron muchas. Él vuelve a empezar en cada tramo de su vida, con el ánimo y la esperanza intactos.

Recordar a este sacerdote es recordar la historia de una fidelidad. Fidelidad creadora y libre, como una palabra larga, hecha sentido último de su existencia.

¿Hizo Pedro Poveda lo que Dios quería que hiciera? Todo parece indicar que sí. Juzgue el lector a través de estas páginas que recorren su existencia. La vida como respuesta. Un itinerario con cinco señales inconfundibles que marcan su identidad: opta por lo humano y se hace sacerdote. Le duele la pobreza y se pone junto a los pobres. Cree en la transformación educativa y abre escuelas y centros culturales. Está convencido de la importancia de los laicos en la Iglesia y funda la Institución Teresiana. Le apasiona tanto su fe que da la vida por ella.

Ésta es una historia de grandes esperanzas, de fuertes convicciones y de intenso amor.

3. LA FE COMO NECESIDAD

PEDRO POVEDA ES UN HOMBRE HUMILDE QUE LUCHÓ POR LAS COSAS DE DIOS, y Dios le hizo testigo de su esperanza en medio de un mundo plural y controvertido. Su mensaje puede resumirse en pocas palabras: vivir la fe como una necesidad, como la respiración, sencillamente; vivir la vida descubriendo el paso de Dios. Buscar ese punto, no pocas veces incómodo, donde la fe y la vida se unen apasionadamente. Abrir caminos para que la dignidad de toda persona se muestre y crezca. Y el amor, la paz, la justicia, todo, todo, pueda empezar a renacer.

Por eso al pensamiento povedano se llega desde dentro de la realidad: estar, actuar, buscar respuestas, abrir interrogantes en el presente; dar, darse sin medida. Hablar de Pedro Poveda es acercarse a la sal de la tierra, sencilla, generosa, desproporcionada en su eficacia; es creer en la utopía posible porque el amor cambia la vida y los que están dispuestos a amar pueden hacer otro mundo; creer en el respeto a lo diferente, en el diálogo y la colaboración. Pero sobre todo es creer en el valor de lo pequeño, en la riqueza del dar, en la audacia que sabe volver a empezar.

Creer, siempre creer. Y nombrar en alto la fe. Porque «creer bien y enmudecer no es posible», dirá. La fe de Pedro Poveda fue el norte de su existencia. Su compromiso con la humanidad tuvo siempre su origen en la fe. También la suerte que corrió su vida. Se muere como se vive. Él vivió a la intemperie y murió —«no puede ser el discípulo mayor que su maestro»— dando la vida por lo que había sido la razón de su existencia: la fe que se grita en la plaza pública y muestra que Dios camina entre la gente.

4. ¿DÓNDE Y CUÁNDO EMPEZÓ TODO?

PEDRO POVEDA VIVE 61 AÑOS, LOS QUE VAN DESDE 1874 A 1936, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Como en todo cambio de milenio, en este tiempo se producen opciones encontradas sobre el concepto de la persona humana y el sentido del mundo y de la historia. En España el período se extiende entre la Restauración y la II República, fronteriza con la guerra civil de 1936 que él apenas tuvo tiempo de conocer.

Por estos años va a estallar la Primera Guerra Mundial, con todas sus consecuencias políticas y sociales. Faltan unas décadas para que se proclame la Declaración Universal de los Derechos Humanos y las desigualdades sociales son importantes. La educación atraviesa una etapa crucial y el mundo del conocimiento, del desarrollo científico, se presenta en oposición con la fe, como dos realidades irreconciliables.

El espacio geográfico donde transcurre la vida de Poveda recorre cinco lugares: Linares (Jaén), ciudad natal, Guadix (Granada), donde inicia su acción evangelizadora, Covadonga (Asturias), lugar desde donde pondrá en marcha su proyecto originario de la Institución Teresiana, Jaén, ciudad en la que organiza su obra y desarrolla una gran interacción con la vida local, y Madrid, donde vive su etapa de madurez, de coherencia total de su fe, de testimonio y entrega de la vida en martirio. Cinco tiempos que caben apenas en unas líneas. 61 años y medio, anchos y múltiples, que llegan hasta el presente. Porque algunas personas no mueren nunca, se prolongan en la historia a través de quienes viven sus mismas pasiones y los mismos empeños

Todo empieza el día 3 de diciembre de 1874. Ese día Pedro Poveda nace en Linares, un pueblo andaluz de olivos luminosos y de profundas minas que parecen buscar el alma del paisaje. Así iba a ser siempre la fe de Pedro, bautizado en la Iglesia de este pueblo: una fe recia y fuerte, que ensancha límites y rompe fronteras. Será un hombre destinado a repartirse, como el trigo, como la levadura y el fermento en la masa. Pero ahora es un niño que ha llenado a su familia de alegría.

Desde su casa en la Plaza del Bermejal número 3 pueden escucharse las sirenas de las fábricas y el rastreo del tranvía que se dirige hasta las minas. Linares es una ciudad industrial con cierto movimiento y un alcalde que además de médico es republicano. En estos momentos, el padre del recién nacido acaba de ser elegido concejal del Ayuntamiento, cargo que no ejercerá mucho tiempo. Al vástago de los Poveda le ponen los nombres de Pedro, José, Luis y Francisco Javier.

Como es costumbre entre las familias cristianas, el niño es ofrecido a la Virgen; doña Ana María Castroverde, su tía, lo presenta ante un cuadro de la Inmaculada que hay en el oratorio de su casa, a quienes todos llaman «la Inmaculada de la abuela». Pedro Poveda lo cuenta más tarde en la que titula, Historia de un cuadro: «Cuando el Señor me trajo al mundo, una mujer santa, aunque no está canonizada, doña Ana María Castroverde, viuda de Gómez, hermana de mi abuelo materno, me cogió en sus brazos tan pronto como nací y me presentó a la imagen de la Inmaculada a quien me ofrecía para que me bendijera…». Aunque aquella pequeña devoción mariana no era excepcional, sí lo fue la presencia de María a lo largo de toda la vida de Pedro Poveda.

Pedro, el niño de ojos azules, vive una sencilla infancia como sus compañeros y, como ellos, se reviste con pequeñas casullas para «jugar a decir misa». Pero el juego se convierte para él en gran deseo, algo que cuidará como el tesoro que le hizo rico para siempre.

A partir de 1876, la familia se amplía con el nacimiento de sus cinco hermanos: José, Luis, Ana, Cosme y Carlos.

Terminados los primeros estudios, en octubre de 1889, a punto de cumplir los 15 años, ingresa en el Seminario de Jaén. «Tuve que librar una batalla para conseguir que me dejaran ir al Seminario», dice él mismo. Su padre, don José Poveda, es un buen hombre y su madre, doña Linarejos Castroverde, es una mujer buena. Son católicos, una familia acomodada y de cierta cultura. Don José, que trabaja como químico en una explotación minera, quiere que su hijo estudie antes el grado de bachiller, temiendo que al entrar en el Seminario lo abandone, pero no es así. El joven, siendo seminarista, realiza sus exámenes en el Instituto y termina el bachiller con sobresaliente.

El ingreso en el Seminario de Jaén marcó la historia de este jovencísimo estudiante como día inolvidable, «la mayor alegría que me pudieron dar». Tenía entonces un camino por delante que ya nada podría interrumpir. Siempre recordará su permanencia en aquella casa con gran alegría, con paz e intensa piedad, cerca de sus compañeros, con quienes colabora de mil maneras. «Cuando miro la vida del Seminario siento complacencia. Creo que fui un buen seminarista», escribirá después.

Es ahora un adolescente estudioso, amigo de sus amigos, y ya especialmente atento a lo que ocurre a su alrededor: en su familia, en la iglesia, en la sociedad. Se ha hecho al Seminario de Jaén como a su propia casa. Está contento. Pero su estancia allí no va a durar mucho.

5. GUADIX: LA ACCIÓN SOCIAL DESDE LA TOLERANCIA

NO SABEMOS SI DIOS ESCRIBE DERECHO SOBRE RENGLONES TORCIDOS, pero es bonito pensar que en esta ocasión lo hizo sobre la cal de las cuevas. Dios pudo —si de verdad escribe— estampar allí el nombre de «Pedro Poveda». Aquel joven seminarista hubiera sido otra persona y vivido otra historia de no pasar por Guadix, por circunstancias accidentales, para vivir unos años irrepetibles, espléndidos y fecundos.

El joven Poveda se traslada al Seminario de Guadix requerido por el Obispo D. Maximiano Fernández del Rincón.

El chico sale de Linares, su pueblo, en un carruaje; va acompañado de su padre, D. José Poveda Montes. Es 28 de septiembre de 1894. Cuando entran en la ciudad es de noche. Se dirigen al Seminario de San Torcuato y enseguida son recibidos por el Rector, D. Andrés Vílchez.

Aprovechando el tiempo que les queda antes de que D. José deba volver a casa, padre e hijo salen juntos a dar el primer paseo por la ciudad. Para el padre los sentimientos se cruzan, entre la alegría de ver a su hijo feliz y ese sabor amargo que deja siempre la despedida. Para el joven Poveda todo es expectativa y ganas de empezar. «Fui a Guadix con un entusiasmo loco y con unos deseos de ser santo que mejores no podían ser», escribe más tarde. En las calles hay movimiento: gentes, comercios, compras, bares, mucha vida. Guadix es un pueblo con un cierto nivel social, y por el centro se pueden observar grupos de señores que entran en el casino, a sus tertulias, mientras las señoras toman café o echan su partidita. Da la impresión de que aquí no se vive mal, comentan los visitantes.

El primer mes transcurre deprisa, y el día 23 de octubre, tras la llegada del Obispo se inaugura el curso académico en el Seminario. El seminarista tiene 19 años. Es muy buen estudiante. Le gusta leer, consultar e informarse de todo. Como él mismo refiere: «Cuando de muchacho estaba en el Seminario —sin que esto sea ponerme de ejemplo— nos reuníamos en grupos que no hablábamos más que de estudios. Entonces conocí más libros y más cosas y tomé más apuntes y estudié más que en toda mi vida». Estas palabras las pronuncia durante una conferencia en Madrid el 28 de septiembre de 1933.

En el Seminario es feliz. Allí le gusta todo: la hora de levantarse, la comida, los estudios, los compañeros, todo. Especialmente le gusta pasear y hacerse con el paisaje, conocer a la gente y su entorno. Hay algo que no pasa inadvertido al nuevo seminarista: un terreno de montículos que rodean la ciudad, como un cinturón que apretara la vida. El asombro se apodera de este joven seducido por Dios y llamado a gritos por los hombres. Él ha venido hasta aquí con un deseo ardiente, una llamada que ahora se hace grito: quiere ser sacerdote.

TÚ, SACERDOTE

Por fin llega el día esperado de la ordenación sacerdotal. Ahora, dentro de su espíritu, resuenan insistentemente aquellas palabras de humanidad y ternura con las que Jesús dibuja, por primera vez, el sacerdocio: «Ya no os llamo siervos, a vosotros os he llamado amigos...», »no me habéis elegido vosotros a mí sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que deis fruto...», «no es el siervo más que su señor», «Padre, conságralos en la verdad», «haced esto en memoria mía».

El 17 de abril de 1897, Sábado Santo, es ordenado presbítero en el Palacio Episcopal. Pedro Poveda tiene 22 años, por eso ha tenido que solicitar una licencia, pues no cuenta con la edad preceptiva para ser ordenado. Al acto, sencillo y solemne, asisten sus padres, su familia y los seis seminaristas que se ordenan también. Los padres saben que el hijo ha vivido toda su vida consciente para que llegue este momento, por eso cuando el Obispo, en la ceremonia, pregunta en latín a los ordenandos si creen que son dignos, D. José Poveda piensa que sí, sin perjuicio de las limitaciones humanas imponderables.

Cuando a los cuatro días, el 21 de abril, celebra su primera misa pocas personas le acompañan. Es miércoles de Pascua. Un día que Pedro Poveda nunca va a olvidar.

A lo largo de toda su vida sus fechas sacerdotales serán las más recordadas y queridas por él. Las celebra como lo mejor que le ha pasado, como el acontecimiento de su existencia; las llama «benditos días». Mucho más tarde, en su agenda puede leerse: «Hace 36 años que recibí la ordenación de presbítero; ¿cuántos más viviré?, sólo Dios lo sabe. A Él le pido la gracia de no dejar de celebrar con fervor ni un sólo día la santa misa».

Pedro Poveda se siente instrumento de Dios en el mundo y por eso se hace sacerdote. Y como sacerdote mira siempre la historia, y se compromete con ella.

Estos años son de una vida espiritual intensa y de amistad y servicio a los compañeros. Todos opinan que este cura joven inspira confianza. Todos tienen un sitio a su lado. Un gesto amigo, un tiempo de compañía, el desvelo de una duda, el apoyo, la paz. Allí está Pedro Poveda, el sacerdote, buscador incansable de la voluntad de Dios, instrumento sólo en las manos del Padre. «Allí, en Guadix —escribe en 1919—fui instrumento de Dios para muchas cosas buenas».

Desde la clave de su sacerdocio enfoca todos los asuntos de su presente. Ayudará después a la formación de otros como profesor del Seminario y como director espiritual; vive siempre su sacerdocio como un don y como un hecho de fe que le mantiene en continua dedicación a la vida. Sacerdote para Dios y para los hombres. Todo para todos.

La Eucaristía es su experiencia central, el secreto más íntimo, el amor cotidiano que pide insistentemente. Llama la atención el fervor del celebrante, y así lo transmite a quienes están presentes con él: «No olvidaré nunca —dice un testigo— las misas del Padre Poveda. No había absolutamente ninguna estridencia de fervor, todo lo contrario. Lo que me impresionó, hasta el punto de que nunca lo he podido olvidar, fue la serenidad, la paz y el silencio que sentía, denso de vivencia, a lo largo de toda su celebración. Sus gestos dejaban traslucir que el sacerdote celebrante vivía intensamente el misterio».

Pedro Poveda dice las misas más tempranas de la catedral, predica en las iglesias de Guadix y a la gente le gusta lo que dice y cómo lo hace. Reconocen que habla bien y sabe lo que quiere, y lo siente. Así lo expresa la gente sencilla, el clero y hasta el público más liberal.

EL AGUA Y LA SED

Poveda entra en Guadix cuando el sol quema más fuerte en su vida y cae de plano sobre las chimeneas. Pero ¿qué ve allí que le impacta sobremanera? Ve un pueblo rodeado de cuevas, un barrio de cal y hondas entrañas, de luz y chimeneas, de gente sencilla, de mucha sed.

Ve una gran injusticia y empieza a remover todas sus energías para pensar algo y salir al paso de ella. Hacer, empezar haciendo, una idea que estará siempre en el fondo de sus inquietudes.

Es natural que un joven sensible quede sobrecogido por la situación de marginación y de pobreza que se extiende alrededor de las cuevas, en aquella España profunda de final del siglo XIX y principios del XX.