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Akal / A Fondo

Nazanín Armanian y Martha Zein

No es la religión, estúpido

Chiíes y suníes, la utilidad de un conflicto

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El imaginario social construido desde la década de los ochenta está plagado de perversiones ideológicas: desde el pensamiento único, que aboga por la imposibilidad de cuestionar el capitalismo, hasta el inevitable choque civilizatorio entre Oriente y Occidente, que mantiene que los musulmanes del mundo se unirían para destruir la civilización judeocristiana. Si bien es cierto que no se ha dejado de pensar al margen del capitalismo, también lo es que los musulmanes se matan entre sí por miles en Iraq, Afganistán, Siria, Yemen, Libia, Egipto…

Aunque se intenta imponer la idea de que esas matanzas y guerras responden a un conflicto religioso, el que enfrenta a chiíes y suníes, No es la religión, estúpido demuestra que la conflagración desencadenada surge de un elaborado plan del Pentágono para reconfigurar el mapa político de Oriente Próximo, amplificado posteriormente por el pulso que sostienen las elites de las cuatro potencias regionales –Irán, Arabia Saudí, Israel y Turquía– por aumentar su periferia de seguridad y por controlar las ingentes reservas petrolíferas y de gas de la región, las rutas comerciales terrestres y marítimas, y, finalmente, dominar el mercado entre Asia y Europa. La religión se revela así como la tapadera para guerrear por intereses económicos, tanto de Oriente como de Occidente.

Nazanín Armanian, profesora de Relaciones Internacionales en la UNED, analista política especializada en Oriente Próximo, periodista, escritora y traductora, ha publicado una docena de títulos entre los que cabe destacar El viento nos llevará. Antología de la poesía moderna persa (2001), Robaiyat de Omar Jayyam (traducción, 2002) y Kurdistán, el país inexistente (2005).

Escribe regularmente en Público, donde aborda cuestiones de geopolítica en su blog «Punto y seguido».

Martha Zein lleva 25 años narrando la vida desde los márgenes. Narradora, cineasta, escritora y comunicadora, es especialista en desvelar los entresijos del poder narrativo y desactivar aquellos relatos nocivos y engañosos que proceden del poder institucional. Entre otros libros es autora, junto con Azadé Kayaní, de Entre coronas y turbantes. La mujer en el país de los ayatolás (1998) y Sólo las diosas pasean por el infierno. Retrato de la mujer en los países musulmanes (2002).

La presente obra constituye su cuarto ensayo conjunto, después de Irán: la revolución constante (2012), El islam sin velo (2009) e Irak, Afganistán e Irán. 40 respuestas al conflicto de Oriente Próximo (2007).

Diseño de portada

RAG

Director de la colección

Pascual Serrano

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Nota editorial:

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Nota a la edición digital:

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© Nazanín Armanian y Martha Zein, 2017

© Ediciones Akal, S. A., 2017

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4531-1

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Territorios suní y chií.

PRESENTACIÓN

Hace más de diez años, en el sur del Líbano, un dirigente de Hezbolá (chií) me intentaba convencer de que los comunistas y los islamistas debíamos unirnos para luchar contra el imperialismo. Yo le respondí que fueron los islamistas los que se aliaron en Afganistán con EEUU para combatir el comunismo de la Unión Soviética y el de los propios afganos. Indignado, el de Hezbolá me aclaraba que su corriente islámica no tenía nada que ver con la de los talibanes afganos (wahabíes). Efectivamente, hoy en el mundo musulmán están combatiendo a sangre y fuego los chiíes contra los suníes, aunque ambos se sigan uniendo para combatir a la izquierda.

La tesis de este nuevo libro de la colección A Fondo que tiene entre sus manos es que diversos dirigentes, potencias imperialistas y grupos económicos y empresariales han llevado a la confrontación y a la guerra a los musulmanes bajo la excusa de la discusión sobre la sucesión de Mahoma. De ahí el título, No es la religión, estúpido. Chiíes y suníes, la utilidad de un conflicto, que intenta mostrarnos que el origen de este combate de islam contra islam no es el islam. Sus autoras nos aportan suficientes conocimientos, antecedentes e información geopolítica para demostrarlo. Al igual que el enfrentamiento entre chiíes y suníes, que se acusan mutuamente de herejes, y que inspira esta obra, todas la guerras en las que aparece un elemento religioso poseen como elemento fundamental otros intereses geopolíticos y de control de recursos o mercados, pero en las cuales se consigue movilizar a los combatientes, carne de cañón, al grito de su Dios.

Gracias al trabajo de nuestras autoras conocemos cómo en Siria se han dado las condiciones de una tormenta perfecta para que confluyan muchos intereses geopolíticos, el emergente protagonismo de Rusia, las negociaciones secretas –y los atentados– entre los gobiernos, las connivencias entre el ejército israelí y algún frente de Al Qaeda, el difícil equilibrio del pueblo kurdo que siempre termina en el suelo, el porqué de la guerra en Yemen o la represión en Baréin, el caos en el que han quedado Iraq, Afganistán o Libia tras su paso por el tamiz de la «liberación» de las bombas de la OTAN. Y, sobre todo, entenderemos los intereses de potencias regionales como Turquía, Irán o Arabia Saudí.

Sin embargo, hay algo que no se puede negar: aunque muchos líderes religiosos y creyentes no compartan la doctrina de la violencia y el enfrentamiento contra el otro porque consideran que la existencia de Dios tiene como objetivo proteger al ser humano de la violencia y las adversidades, a lo largo de la historia de la humanidad, ha sido en su nombre el modo más eficaz y efectivo para invadir, colonizar, esclavizar y masacrar a otros pueblos. Las cruzadas cristianas contra los musulmanes, la Guerra de los Treinta Años entre cristianos en Europa, las guerras entre católicos y protestantes calvinistas en Francia, la evangelización para colonizar América, la Rebelión Taiping en China, el conflicto árabe-israelí, los atentados del 11-S y todos los que han ido llegando.

Efectivamente, como dicen nuestras autoras, no es la religión la razón (o sinrazón) de las guerras. Probablemente sin religión los intereses de los diferentes gobiernos, potencias y grupos económicos fuesen los mismos, pero es con el uso de la religión y en su nombre como llevan al matadero a miles de seres humanos. Y es con la coartada de la religión con la que nos quieren hacer creer a los demás que no existen intenciones y provechos miserables –incluidos los de nuestros gobiernos y las empresas de nuestro entorno– en todas esas guerras y conflictos.

Para poder comprender el uso –y abuso– de la religión necesitamos remontarnos hasta siglos atrás. Si, además, se trata de regiones del mundo y creencias que nos resultan ajenas a los europeos, se hace necesario todo un ejercicio de desencriptación cultural –o encriptación a la nuestra–. Los primeros capítulos del libro se dedican a ello, sólo así podemos entender el mundo musulmán de hoy. Creo sinceramente que contamos con dos autoras privilegiadas: Nazanín Armanian, de origen iraní, y Martha Zein, de origen alemán. Las procedencias perfectas para desencriptar y encriptar. Ambas conocen a la perfección Oriente y Occidente, el islam y el cristianismo. Este es el cuarto libro que escriben juntas. Y además, como mujeres, son las adecuadas para desencriptar los patriarcados inherentes a todas las religiones.

Otro elemento que Armanian y Zein nos descubren gracias a los antecedentes que nos exponen, es el paso de un mundo dividido entre socialismo y capitalismo durante la Guerra Fría a un mundo mucho más complejo, más confuso y, lo que es peor, mucho más irracional. Tras la caída del bloque socialista, el predominio capitalista ha intentado imponerse mediante el manejo de la parte más supersticiosa y tenebrosa del ser humano: la intolerancia religiosa, el desafecto a la vida mediante la creencia en la inmortalidad. Nuestras autoras nos descubren sociedades y grupos que un día creyeron en valores racionales, solidarios y redistributivos y ahora han sido empujados al culto fanático, la guerra santa y la intransigencia a lo diferente. Un empuje al que no ha sido ajeno Occidente. Con su soberbia, su xenofobia, su saqueo de recursos naturales, su intervención en conflictos locales, su negocio de las armas, su imposición de gobernantes satélites…

Es verdad, no es la religión. Pero ha sido la mezcla de intereses capitalistas materiales y de miserias religiosas supraterrenales las que están sembrando de dolor y muerte al mundo musulmán. Por eso yo, que soy menos respetuoso que las autoras, puedo decir que maldigo las dos cosas.

Pascual Serrano

Introducción

Hace unos cuarenta años, antes de que el tramposo y simplista término «mundo musulmán» se convirtiera en un recurso fácil tanto para los fundamentalistas islámicos como para el imperialismo a la hora de perseguir sus objetivos geopolíticos, en los países «musulmanes» nadie preguntaba a nadie si era chií o suní, ni siquiera si era musulmán o no. En Estados multiétnicos y multirreligiosos como Irán, Iraq o Líbano, las minorías religiosas vivían en paz en áreas urbanas que llevaban el nombre de sus religiones (barrio judío, suní, armenio). Cuando se mezclaban con el resto en las grandes ciudades, su indumentaria, su acento o su nombre transmitían la pertinente información respecto a su credo religioso; preguntar por su fe se hubiera considerado una ofensa y una falta de respeto a la tierra e historia compartidas. Convivían, abundaban los matrimonios mixtos, tal como refleja la existencia de términos como «sunshi», por ejemplo, referido a la pareja formada por fieles de las dos corrientes principales del islam.

En este pasado tan próximo del que ya pocos hablan, quienes dirigían los principales partidos, organizaciones y países del Oriente Próximo y el norte de África eran musulmanes laicos, cristianos y marxistas.… Hacían evidente que los lazos nacionales y étnicos trascendían la identidad religiosa y nadie se escandalizaba por ello: el partido Baaz había sido fundado por el cristiano Michel Aflaq; los dos destacados líderes palestinos, George Habash y Nayef Hawatmeh, eran cristianos; el que fue primer ministro de Irán durante doce años, Abas Hoveida, profesaba la fe bahaí, actualmente ilegal y perseguida.… En este país, que desde 1979 es una teocracia chií, hubo en 1923 un ministro comunista, Soleyman Mirza Eskandari, cuando hoy los comunistas son condenados a muerte por ser «ateos» y por querer poner en «común» la propiedad, un bien sagrado en las cosmovisiones semíticas, cuya superioridad doctrinal es defendida frente a otras religiones.

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Doctor Taqi Arani (1903-1940), fundador del Partido Comunista de Irán, asesinado en la prisión del régimen de Reza Pahlevi[1].

El peso de la religión hoy es tal que hasta es capaz de bautizar una geografía al margen de fronteras, valles y montañas. El «mundo musulmán» es el único espacio geográfico del planeta que lleva el nombre de una religión, un término que abarca 53 países del mundo, repartidos entre Asia y África, aunque no sea precisamente la seña de identidad de quienes en él habitan: malayos, turcos, persas, kurdos, árabes…… entre casi un centenar de grupos étnicos.

Hasta hace apenas medio siglo, el sectarismo era una excepción histórica; irrumpió por primera vez, con fuerza, en 1978, en las fronteras de la Unión Soviética. Se trata de una suma aparentemente casual de tres acontecimientos: la creación y movilización de los yihadistas suníes afganos desde Pakistán, EEUU y Arabia Saudí; la entrega del liderazgo de la revolución democrática y espontánea iraní al ayatolá Jomeini desde París, y el ascenso de un cardenal derechista polaco llamado Karol Józef Woj­tyła, quien había colaborado con la CIA[2] en el desmoronamiento de la URSS desde Polonia promoviendo los disturbios dirigidos por el ultracatólico Lech Wałęsa.

La humanidad contemplaba entonces el derrumbe de la Unión Soviética, lo que implicaba un cambio de paradigma en el nuevo orden mundial que afectaba al equilibrio de fuerzas en Oriente Próximo. La aparición de la religión en política no era casual, formaba parte de una doctrina bélica conocida como el «choque de civilizaciones», un término acuñado por el politólogo estadounidense S. P. Huntington. Esta nueva percepción de la política internacional subrayará las singularidades sectarias como una herramienta al servicio del pulso por el poder hegemónico en esa región del mundo.

En pocos años este paisaje público y político se ha ido llenado de sotanas, turbantes, y hiyabes; palabras rescatadas del Medievo como «infiel», «apóstata», «hereje», «yihad» o «martirio» invaden las narraciones oficiales y los medios de comunicación, y la humanidad, con votantes, consumidores, empresarios, mercenarios y desterrados incluidos, comparte sus relatos. Se trata de un camino que hoy desemboca en la polarización de los dogmas hasta el punto de crear dos teocracias, crecidas a destiempo y en oposición: la República Islámica de Irán, chií, y la Arabia Saudí, suní. Ambas potencias se presentan como abanderadas de dos centros del islam y su enfrentamiento por la hegemonía en la zona se convierte, de la mano de la religión, en una lucha por una supervivencia que va más allá de la vida y de la muerte. Ambos países, ambas corrientes, se enfrentan a los desafíos de los tiempos modernos y a las amenazas que brotan desde las entrañas de su imaginario, las de sus propias realidades como nación y las alimentadas por los intereses que proceden de fuera.

El llamado «dilema de seguridad» alimenta una espiral de violencia y dolor entre Irán y Arabia Saudí y sus áreas de influencia. En su afán por proteger sus fronteras y su poderío, los temores de uno, ante las amenazas percibidas, aterran al otro, lo que aumenta la sensación de inseguridad de forma exponencial que en términos reales genera una peligrosa carrera armamentística. La historia ha demostrado que el futuro puede encontrarse en el pasado. ¿Existe la posibilidad de que estas dos potencias protagonicen un conflicto tan largo y devastador como la Guerra de los Treinta Años que, en la Europa del siglo XVII, protagonizaron los Estados que se presentaban partidarios de la Reforma o de la Contrarreforma dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, ocultando su verdadera intención de alcanzar la hegemonía europea?

El epítome de este nuevo relato de la política internacional es la aparición del llamado Estado Islámico, grupo terrorista suní, cuyo sentido existencial es exterminar a los chiíes. No sólo ellos, sino también la comunidad internacional parecen haber olvidado que, para todos los grupos «islamistas», la liberación palestina del yugo israelí ha sido tradicionalmente su principal prioridad, lo que evidencia que se desvía la mirada de la verdadera naturaleza de los conflictos actuales, que por un lado es una lucha de clases y, por otro, el pulso entre las potencias regionales y mundiales por recursos y nuevas zonas de influencia. Otro ejemplo de esta forma de narrar el mundo es el que protagoniza el gran muftí de Arabia Saudí, Abdulaziz al Saud, quien ha declarado que el Hezbolá chií libanés no es el «Partido de Dios» (significado en castellano del nombre de esta organización) sino de Satanás, lo que sirve como muestra del odio que pueden sembrar los líderes político-religiosos del islam en las últimas décadas para crear una esfera de poder que les satisfaga. Los chiíes, por su condición de ser minoría religiosa dentro del islam, nunca han atacado al sunismo como tal sino a los países que, en nombre del sunismo, les agreden. Por ejemplo, la teocracia chií iraní apunta a la teocracia saudí no por sus creencias sino por su política exterior; más allá de la retórica que utilice, Arabia Saudí es aliada de EEUU en la zona y es capaz de llegar a un acuerdo con Israel para debilitar a Irán. No hace falta más que mirar el pasado para tomar conciencia de que la religión no es la clave. Durante la guerra de la coalición liderada en 2003 por EEUU contra el Iraq de Sadam Husein, los ayatolás chiíes iraníes miraban con agrado aquella agresión deseando el final de un Husein que se había atrevido a invadir Irán en 1980.

No es cierto que estas dos potencias persa-chií y árabe-suní estén predestinadas a enfrentarse, pues, antes de la instalación de la teocracia chií en el poder en Irán en 1979, las dos monarquías cooperaban estrechamente contra las fuerzas progresistas de la región. Las ambiciones irreconciliables han llevado a ambos países a expandir los conflictos a otros Estados de Oriente Próximo de forma más o menos directa, patrocinando grupos y milicias afines que les permitan salvaguardar sus fronteras y áreas de influencia.

Se trata, pues, de intereses geoestratégicos. Si el pulso entre Teherán y Riad toma las dimensiones actuales es porque son dos relevantes reservas mundiales de energía. Son ellas el eje de las alianzas internacionales de los países interesados por su crudo en esta era del pico del petróleo, que tienen en cuenta que la energía es clave para la seguridad de cualquier nación. Las potencias mundiales necesitan sus bienes, no sólo por ambición sino por supervivencia, lo que genera todo tipo de estrategias, desde alian­zas cambiantes a agresiones de todo tipo. Esto explica que en la actual guerra contra Siria, EEUU y Europa compartan frente con los jeques saudíes en su voluntad de acabar con el Gobierno de Bashar al Asad, mientras Rusia y China cooperan con Irán para impedírselo. Se trata de alianzas dinámicas y cambiantes que las diferencias religiosas son incapaces de explicar. Si ambos países llegaran a entrar abiertamente en guerra, los terribles conflictos actuales se convertirían en un riña infantil, pues no sólo salpicaría a potencias internacionales con gran poder económico y armamentístico; la descomposición de las fronteras de los Estados de la zona llevaría a un caos mortal para millones de personas desesperadas que desde hace años viven sometidas a una violencia descontrolada.

El lema «es la economía, estúpido» que acuñó James Carville, estratega de la campaña electoral de Bill Clinton durante las elecciones de 1992, necesita, en este contexto, un particular giro: «no es la religión, estúpido».

[1] Más información disponible en [http://ketabestan4u2iran.blogfa.com/post/45].

[2] «El papa colaboró con la CIA contra la URSS, según un libro de un investigador del Watergate»; Reuters, El País, 17 de septiembre de 1996, disponible en [http://elpais.com/diario/1996/09/17/internacional/842911211_850215.html].