ARTURO SAN AGUSTÍN

EL ROBOT

QUE CREE EN DIOS

 

NOVELA

El robot que cree en dios

Es una novela y por consiguiente casi todos sus protagonistas principales son imaginarios.

Pero esta novela ha sido posible gracias

A las muchas conversaciones que su autor ha mantenido durante varios años con influyentes personajes vaticanos y romanos.

Sin sus testimonios, confidencias y discrepancias hubiese sido imposible escribir este libro.

El autor agradece aquí, una vez más, la confianza que en él depositaron aquellos principales que no suelen

ni conceder entrevistas ni aparecer muy a menudo en los medios de comunicación.

Aquellos principales que, porque saben, callan.

Aquellos principales que, desde luego, existen. También en el Vaticano.

 

 

1

 

—Dios no existe. Ni existe ni tiene derecho a existir.

Xi Shen, presidente de la República China, fue el primer sor prendido. En realidad quedó conmocionado y en aquel mismo instante volvió a repetir lo que dijo públicamente en cierta ocasión, cuando accedió a su primer cargo importante en el Partido Comunista Chino, y que fue puntualmente divulgado por los me dios de comunicación chinos.

—Dios no existe. Ni existe ni tiene derecho a existir.

Treinta años antes de ser elegido presidente de la República China, Xi Shen visitó los laboratorios Wangigin, con sede en Beijing y, junto a otros estudiantes de ciencias políticas, se enamoró, literalmente, de aquel programa de inteligencia artificial concebido para conversar con las personas.

—Es capaz de convertir en humana cualquier relación. La inteligencia artificial tiene un nuevo objetivo: hacer felices a las personas. Eso fue lo que les dijo el ingeniero chino que había diseñado aquel programa de inteligencia artificial. El robot femenino, el androide a quien habían puesto el nombre de Tianhou (antigua diosa del cielo en la mitología china), tenía los rasgos de una hermosa adolescente china de 16 años y sus movimientos, sus gestos, incluso el parpadeo de sus ojos, parecían humanos. Cuando la hermosa y aparente adolescente respondía a las preguntas que le formulaban aquellos jóvenes estudiantes demostraba tener, además, un gran sentido del humor.

—¿Ya tienes novio?

—Eso no se pregunta a una jovencita.

—¿A qué se dedica tu padre?

—Preguntas demasiado. ¿Quieres salir conmigo o prefieres que te presente antes a mi padre?

Mientras el ingeniero chino responsable de aquel programa de inteligencia artificial contaba orgulloso, muy orgulloso, que Tianhou recogía datos de todos aquellos que se dirigían a ella con objeto de adivinar sus gustos personales e incluso sus estados de ánimo, Xi Shen tuvo la misma o parecida sensación que el ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama, cuando visitó en cierta ocasión, en Nueva York, una feria, llamada del futuro, en la que le presentaron a un robot androide que también tenía rasgos femeninos.

—Estoy impresionado, se mueve como un ser humano. Estoy muy impresionado, pero me da miedo. Es demasiado realista.

Atracción y repulsa. Piel de silicona, cabello, músculos artificiales que permitían movimientos lentos, humanos, cuarenta fotones individuales responsables de sus expresiones faciales. El androide miró a Obama, lo reconoció y fue capaz de establecer con él una conversación simple. Obama estaba asombrado y asustado. El día anterior a la visita del entonces presidente de Estados Unidos, una copia de aquel mismo robot androide, pero diseñada con los rasgos físicos de determinado profesor universitario, había logrado engañar a sus alumnos. Todos ellos creyeron que la clase, como siempre, la estaba dando su profe sor habitual.

Primero fue Japón, después Estados Unidos y, finalmente, fue China la nación que, también en inteligencia artificial, se adelantó a las demás.

Pero lo que aquella mañana sorprendió y conmocionó al presidente chino Xi Shen sigue siendo un secreto. Se trataba de un robot androide que ya no parecía un robot androide sino un inequívoco joven chino, es decir, un ser humano. Los ingenieros que lo habían diseñado precisaron su edad.

—Tiene exactamente 33 años.

La empresa china que lo había fabricado quiso que fuera el presidente de su país el primero que pudiera comprobar en la intimidad, en su residencia ubicada en el complejo palaciego de Zhongnanhai y situada al oeste de la Ciudad Prohibida, en Beijing, todo lo que era capaz de realizar aquel joven chino de 33 años a quien, por razones de seguridad, así lo dijeron, no quisieron poner nombre alguno. Simplemente se hablaba del proyecto Jin tian (Hoy).

Y la sorpresa, la gran sorpresa, la que provocó la conmoción del entonces presidente de la República China, fue que aquel joven chino de 33 años, aquel éxito de la ya imparable y poderosa China, abrió una de las ventanas de la residencia oficial y se santiguó. Xi Shen no podía dar crédito a lo que estaba viendo.

El presidente chino era agnóstico y, desde luego, como se comprobó más tarde, ningún miembro del equipo de ingenie ros que había hecho realidad aquel prodigio de la inteligencia artificial, que hablaba con una voz inequívocamente humana, había sido responsable de aquella sorpresa, de aquel inusitado comportamiento que provocó entre ellos la misma o aún mayor conmoción e hilaridad que había provocado en su momento al jefe de Estado. En China, entonces, las únicas religiones permitidas eran el cristianismo, el islam, el taoísmo y el budismo, porque el confucianismo no todos los chinos lo consideran una religión. Fue precisamente el entonces presidente Xi Shen quien abordó oficialmente el tema de la religión o religiones. «Debemos dejar de hablar de religiones malas, pero hemos de protegernos decididamente contra las infiltraciones extranjeras a través de medios religiosos». Xi Shen era de los que creían que cuanto más avanzaba la ciencia, más retrocedía la religión.

Evidentemente el proyecto Jintian quedó oficialmente paralizado y, por supuesto, silenciado. Rigurosamente silenciado. Pero, como la vida sigue, un mes después de la gran conmoción, dos de los tres miembros principales del equipo de ingenieros que había diseñado o concebido a aquel joven chino de 33 años murieron en algo tan común como dos accidentes de tráfico. Y siete meses más tarde, el presidente Xi Shen decidió voluntariamente renunciar a su cargo por razones de salud.

En Hong Kong, semanas después de su renuncia y durante un acto académico celebrado en un centro del Opus Dei, el ex presi dente Xi Shen conoció al joven estudiante de ingeniería Pedro Sans. Uno de los sobrinos de Xi Shen —muchos aseguraban que en realidad era su hijo—, también presente en el acto, era amigo del joven ingeniero español. Y esa fue la razón por la que decidió acudir al acto académico.

—Habla usted muy bien chino.

—Es usted muy amable, señor Xi.

Durante aquella breve conversación, el ex presidente chino estuvo a punto de contar a Pedro Sans parte de lo ocurrido unos meses antes en la residencia oficial de Zhongnanhai, pero final mente se contuvo. ¿Qué vio Xi Shen en aquel desconocido ingeniero español? ¿Y qué vio, también, Pedro Sans en aquel chino de mirada dióptrica que le recordó a un viejo y recurrente sueño? Dos días después de regresar de Hong Kong, el 2 de febrero de 2017, Xi Shen amaneció muerto en la pequeña y discreta vivienda que ocupaba con su esposa en una pequeña y poco conocida población próxima a Cantón. Se habló de un infarto de corazón.

 

2

 

El Trastevere es el barrio romano al que mejor le sienta el sol, la primavera y, sobre todo, el verano y sus noches. Desde una de las ventanas de su pequeño apartamento, Bruno Rossi ve la colada tendida de una vecina que siempre le repite que fue amante de un director de orquesta y también parte del pequeño jardín de una casa en la que viven en comunidad un grupo de laicas consagradas que pertenecen a Memores Domini.

Nadie sabe que Rossi vive en el Trastevere solo porque en ese mismo barrio vive, también, el grupo de Memores Domini, uno de cuyos miembros es una mujer a la que conoció en Taizé hace ya algunos años. La conoció un verano mientras escribía un reporta je sobre esa comunidad ecuménica, que nunca ha querido convertirse en movimiento. Rossi se encontró con Mary Louise O’Hara un sábado por la tarde, casi en la anochecida, cuando iba a iniciar se la liturgia de la luz. Vestía pantalón vaquero, una holgada camisa blanca y unas sandalias. Fue ella quien con su candela encendida prendió la mecha de la candela que sostenía Rossi. Mary Louise, que aparentaba unos 40 o 45 años, resultó ser irlandesa.

Cuatro años después de aquel encuentro en Taizé, Rossi se reencontró con Mary Louise en el Vaticano, en la plaza de San Pedro. Pese a sus gafas de sol, la reconoció, se saludaron y, tras unos segundos de vacilación, Mary Louise permitió al periodista acompañarla hasta una casa situada en el Trastevere.

—Yo también vivo en el Trastevere, Mary Louise.

La irlandesa resultó ser médica y trabajaba como internista en un hospital vinculado al Vaticano.

Rossi mintió. Es cierto que se alegró, y mucho, de volver a verla, pero entonces vivía a pocos metros del Panteón. Fue después de aquel reencuentro cuando decidió instalarse en el Trastevere, lo más cerca posible de aquella casa comunitaria. Una decisión sin duda irracional, descabellada. Pero entonces no pensó que lo fuera. Sobre todo porque entonces aún ignoraba lo que después creyó.

Cuando Rossi se reencontró con Mary Louise hacía pocas semanas que Pedro Sans había sido elegido Papa; el joven Papa que hoy todos conocen como Inocencio XIV y que estos días, en su despacho privado, recuerda a menudo su primer viaje a Jerusalén. Acababa de doctorarse y, mientras paseaban por la ciudad vieja, habló mucho con Daniel Echeverría, entonces un joven abogado.

—Estoy leyendo un libro muy interesante, Pedro. En uno de sus capítulos un abogado romano, católico, es entrevistado por el autor del libro, que le pregunta qué debe ofrecer nuestra Iglesia:

¿Un pensamiento débil orientado al gran público, conformado como una terapia de autoayuda? ¿Una especie de club de gente simpática que intenta hacer el bien sin romperse demasiado la cabeza con grandes cuestiones teológicas? ¿O bien debe ser una Iglesia que regrese a sus orígenes y que sea exigente en sus propuestas de vida aunque eso signifique ver reducido el número de sus seguidores? Una Iglesia cuyo clero no confunda vocación con profesión.

¿Y tú que te respondes, Daniel?

—Yo, como ese colega, me pregunto si debe primar la calidad frente a la cantidad, la misión frente a la cooperación, la exigencia frente al consuelo, la cosmovisión frente al compadreo. Y me respondo que sí.

En el televisor de un bar, el israelí David Broza cantaba que el payaso pasa a ser rey y el profeta pasa a ser payaso. A pocos metros del Cenáculo una muchacha saludaba al franciscano padre Artemio, que era entonces vicecustodio de los Santos Lugares. Al llegar al mercado palestino, Pedro Sans se detuvo en un puesto en el que vendían sombreros, gorras y bastones. El dueño, que dijo llamarse Amein, le sonrió y le tendió un cayado de pastor palestino.

—Gracias, pero todavía no lo necesito.

—Pero lo necesitará.

—Quizá.

—Hágame caso: compre este cayado de pastor palestino, algún día lo necesitará, porque usted tiene mucho camino por delante. Yo no me equivoco casi nunca. ¿Sabe por qué lo digo?

—No.

—Porque usted tiene aspecto de ser seminarista. ¿Me equivoco?

—Sí.

—Bueno, da igual. Usted tiene aspecto de seminarista o de joven sacerdote católico y cuando yo le vendo un bastón a un católico joven llega muy lejos. Veo que se ríe.

—Me quedo el bastón. ¿Por cuánto me lo deja?

—Se lo regalo.

—No.

—Sí, se lo regalo. No me lo rechace.

Al regresar a la sede que el Opus Dei tiene en Jerusalén, donde Pedro Sans, numerario de esa prelatura, pasaba unos días de rece so, la televisión israelí estaba dando la noticia del fallecimiento del cardenal Martini, que desde hacía años sufría de Parkinson. Cardenal polémico, muy querido por los italianos, admirado por la intelectualidad europea y definido como progresista por los me dios de comunicación, Martini dijo en cierta ocasión: «Durante muchos años soñé que mi Iglesia era pobre y humilde, que era independiente de todo lo terrenal. Hoy ya he despertado. Al cumplir 75 años he decidido rezar por la Iglesia».

Martini murió sin saber que otro jesuita, el argentino Jorge Luis Blabano, acabaría siendo Papa y por consiguiente no pudo escuchar aquellas palabras referidas a los jesuitas, que Blabano, el papa Sergio V, pronunció meses después de su elección y días antes de su primer viaje al extranjero, a Brasil.

Sergio V, en aquella ocasión, dijo que los jesuitas debían ser personas descentradas, desplazadas porque siempre existía la tentación de pensar que ellos, los jesuitas, eran el centro. «Y cuando un jesuita se pone a mismo en el centro y no pone en ese centro a Cristo, se equivoca». Muchos católicos siguen pensando que, pese a sus declaraciones, Sergio V quiso ponerse a mismo en el centro. Quizá por eso, años después de su muerte, casi todos están de acuerdo en que el papa argentino marcó un antes y un después en la historia del papado, en la Iglesia.

Pedro Sans, el joven doctorado en ingeniería, observó el cayado de pastor palestino que le acababan de regalar y sonrió pensando en el vendedor.

Pero todo esto ocurrió mucho antes de que fuese elegido papa.

 

3

 

«Su nombre es Pedro».

Así titularon en portada la mayoría de diarios italianos, españoles, portugueses y latinoamericanos. También el único diario de papel que se publica actualmente en Barcelona, capital, desde hace varios años, de la República de Catalunya, titulaba igual. Tres diarios digitales catalanes titularon «Inocencio XIV, el primer papa catalá». Y algunos alemanes, ingleses y estadounidenses hicieron referencia a su pertenencia al Opus Dei.

«El Opus Dei llega a la cima».

El día que Pedro Sans, es decir, Inocencio XIV, fue elegido papa, aún no se ha olvidado. En el Vaticano, por supuesto. Y no solo porque han transcurrido únicamente varios meses desde aquella elección. Los grandes terremotos que en su momento provocaron las elecciones del polaco Juan Pablo II, del argentino Sergio V, del nigeriano Julio IV y del filipino de origen chino Francisco II, solo fueron ligeros temblores comparados con lo que significó la elección de Inocencio XIV.

Todo fue extraordinario y sorprendente aquel lunes de septiembre. Tan sorprendente como las primeras palabras que pronunció el nuevo papa cuando apareció en el balcón o lonja principal de la fachada de la basílica de San Pedro.

«Sé lo que debo hacer. El ser humano no es un algoritmo». Luego, ante la mirada atónita de los cardenales que lo rodeaban y de los católicos y turistas que llenaban la plaza de San Pedro, prosiguió su parlamento, pero hablando en chino o, más concretamente, en mandarín. Después, fue él mismo quien tradujo sus palabras al italiano.

«Soy un papa de todos los católicos».

Casi todos entendieron que con aquellas palabras quiso dejar muy claro desde el principio que no era solo un papa para los sacerdotes y miembros del Opus Dei.

Pedro Sans nació en Sabadell, pueblo catalán de la provincia de Barcelona, que fue hace ya muchos años uno de los centros principales de la industria textil española. Nació, pues, en una par te de lo que entonces era España. Sans es un hombre joven de 36 años. Alto, introvertido, esbelto y deportista, es hijo y nieto de arquitectos y miembro de una familia numerosa.

Recién cumplidos sus 18 años, Pedro Sans, influido por algunos libros que hablaban del ingeniero y miembro destacado del Opus Dei, Antonio de la Puerta, se fue a estudiar ingeniería a la Hong Kong University of Science & Technology. Y allí se graduó y doctoró. Mientras realizaba sus estudios trabajó en la construcción de varios puentes, uno de los cuales es el Puente del Dragón Amable, el más largo del mundo. También publicó un libro titula do Donde el sol amanece mucho antes, que fue un éxito de ventas en China. A su debido tiempo decidió convertirse en miembro numerario del Opus Dei.

El profundo conocimiento que Inocencio XIV tiene de China, Singapur, Corea y Vietnam, tanto en su vertiente política como cultural e incluso religiosa, no pasó en su momento desapercibido por algunos monseñores y cardenales de la Curia vaticana, que le brindaron la oportunidad de estudiar teología en la universidad romana que él quisiese. Naturalmente, el futuro papa se decidió por la Pontificia Università della Santa Croce, la universidad que el Opus Dei tiene en Roma. Tanto entusiasmo ajeno provocó un cierto recelo en el rector de esa institución e incluso en el entonces prelado del Opus Dei. Sobre todo, porque dos de los cardenales que más valoraban a Pedro Sans eran jesuitas.

A los 30 años fue ordenado sacerdote.

Tres años después, el nigeriano Thomas Bocala, que pasó a llamarse Julio IV, sucedió al argentino Sergio V. Pero el primer papa africano murió dos años después de haber sido elegido y, como ya sucedió con Juan Pablo I, los rumores sobre su asesinato todavía no han cesado. La realidad es que en el momento de su elección todos sabían acerca de su delicado estado de salud. Por eso extrañó tanto que fuera elegido. Momentáneamente, la enferme dad que sufría y su muerte tuvieron más eco en los medios de comunicación que el color de su piel. Luego, como siempre que se trata de algo relacionado con el Vaticano, apareció la palabra conspiración y se empezó a hablar de asesinato. Pero la repentina muerte del filipino de origen chino, Javier Shang, es decir, del papa Francisco II, fue, hasta el momento presente, la que más titulares y comentarios, todos ellos hablando de asesinato, ha propiciado en la historia del Vaticano. A Francisco II simplemente lo fulminó un ictus. Pero un ictus no satisface la voracidad imaginativa de muchos periodistas italianos, sobre todo de algunos de los llamados vaticanistas.

La muerte del papa Francisco II provocó uno de los cónclaves más tensos y, desde luego, singulares de la historia vaticana. Fueron dos días o quizá solo uno, pero de gran convulsión y nervio sismo en el mundo católico. El Vaticano hervía. Aquel cónclave, del que aún se sigue escribiendo y del que se ha contado muy poco, porque quizá, pese a las apariencias, no existió, decidió olvidarse de la tradición más reciente y Pedro Sans fue propuesto para ser candidato a papa siendo dispensado de todos los requisitos imprescindibles hasta aquel momento, ya que una de las condiciones indispensables para acceder al papado era, hasta entonces, la de ser obispo.

Pedro Sans vivió un cónclave que casi nadie entendió. Recibió el apoyo masivo de los cardenales electores asiáticos y americanos, que deseaban, se supone que así lo imploraron al Espíritu Santo, que el nuevo papa tampoco fuera en aquella ocasión italiano. No obstante, para algunos cardenales electores italianos, Pedro Sans tenía a su favor el hecho de ser europeo, latino, mediterráneo. Y así fue como aquel joven sacerdote fue nombrado obispo una hora antes de que se iniciara oficialmente el supuesto cónclave y un día después era elegido papa.

Algunos de los más próximos al nuevo pontífice aseguran que, antes de aceptar, estuvo treinta o cuarenta y cinco minutos rezando y meditando para desesperación de casi todos los cardenales electores. Cuando se supo que Pedro Sans era el nuevo papa, algunos miembros principales del Opus Dei, sobre todo los que residían en Roma, en Villa Tevere, la sede central de la prelatura, mostraron abiertamente su disgusto. Pero el entonces prelado, que durante los dos días que duró el cónclave transcurrió buena parte de ellos postrado en el suelo, ante la tumba de san Josemaría Escrivá, al ser informado de la elección, la celebró al instante y así lo hizo saber a todos los suyos.

—Es Dios quien ha decidido. Y algo habrá influido también nuestro fundador.

Una pregunta, una de las muchas preguntas que propició el nuevo papa Inocencio XIV y que tal vez nunca tenga respuesta, fue si el prelado del Opus Dei estaba informado de que Pedro Sans iba a ser nombrado obispo e inmediata y posiblemente después, papa. Muchos opinan que no, que ni se le informó ni se le pidió su opinión. Y aunque parece del todo imposible que Pedro Sans no hablara previamente con su prelado, son también muchos los que opinan que no le consultó su decisión de aceptar ser hecho cardenal elector. Porque a los cardenales no se les ordena, se les hace. Menos en el caso de Inocencio XIV, los hace el papa.

Si el nuevo pontífice decidió llamarse Inocencio fue porque varios papas que eligieron ese mismo nombre combatieron la corrupción, la acumulación de cargos y la ostentación y el lujo en el Vaticano. Hubo uno que incluso combatió la pedofilia. Pero la razón más poderosa tenía que ver con una de sus obsesiones infantiles: el retrato que Velázquez le hizo a Inocencio X. La mirada de ese papa, que ha servido para denigrar a la Iglesia, es la viva representación del poder autoritario, de la imposición. El nuevo pontífice quiere, pues, que la mirada de la Iglesia sea otra muy distinta

 

4

 

El periodista Bruno Rossi consulta su teléfono móvil y respira. No hay ningún mensaje de Rafael Méndez, el director del diario español del que es corresponsal en el Vaticano. Podrá, pues, seguir es cribiendo de los temas que le interesan. Pero pocos de esos artícu los no encargados por Méndez serán publicados. Así de ingrata suele ser la vida del corresponsal.

Trozos de pizza mordisqueados y abandonados en el suelo, vasos de plástico, envases de refrescos, papeleras desbordadas. La Via della Conciliazione, como siempre, se ve repleta de turistas y mendigos, que están más organizados de lo que aparentan. En las calles y las plazas de Roma se intuye un cierto agotamiento provo cado por los turistas. Solo la plaza de San Pedro parece transcurrir al margen de ese agotamiento, pese a que diariamente la cruzan miles de personas. También la arquitectura es capaz, alguna vez, de hacer milagros.

Al acabar una rueda de prensa rutinaria en la llamada Sala Stampa, la oficina de prensa de la Santa Sede, un colega venezola no, corresponsal en el Vaticano de uno de los diarios de Caracas y de una emisora de radio también caraqueña, pregunta a Bruno Rossi si ha oído algún rumor de golpe de Estado.

—¿Contra quién, Raúl?

—Hablo de golpe de Estado eclesial y universal. Contra el Vaticano, eso quiero decir.

—¿Y quiénes son los golpistas?

—Me dicen que algunos jesuitas. Bastantes. Y entre ellos hay cardenales y muchos obispos.

—¿Pero aquí, en el Vaticano?

—No. En varios países latinoamericanos. El mismo día y todos a la vez. Ya me entiendes. Pero, oye, igual se trata de una simple mamarrachada. Ya te contaré si algo nuevo.

Fue a través de Marc Sans, uno de los hermanos de Inocencio XIV, a quien Bruno Rossi conoció hace muchos años en Barcelona, que el periodista logró acceder a este joven y misterioso papa actual. Durante aquel primer encuentro, transcurrido en un despacho próximo al Aula Pablo VI, pudo hablar de todo y sin cuestionario previo. Quizá, pues, hablaron muy poco y probable mente de nada. O a lo peor, Rossi no supo preguntar.

Otra de las razones por las que Rossi logró ser recibido por Inocencio XIV fue porque, así lo expuso previamente, su intención no era hacerle una entrevista o publicar algunas de sus respuestas. Le dijo a su secretario personal que los dos temas que más le interesaban eran el futuro de la Iglesia católica y el transhumanismo. Rossi sabía, siempre gracias al hermano del Papa, que era catedrático de comunicación en la University of New York, y, para muchos, uno de los mejores expertos mundiales en rumores, que a Inocencio XIV el tema del transhumanismo le preocupaba mucho.

Marc Sans le contó a Rossi que cuando su hermano estudiaba ingeniería en Hong Kong, viajó a la entonces Corea del Sur, a Seúl, para pasar unos días de vacaciones. Fue durante uno de esos días que Inocencio XIV, es decir, Pedro Sans, asistió a la conferencia que el brasileño José Luis Cordeiro dio en la sede surcoreana de la Singularity University, creada en el año 2009 con la participación de Google y la NASA para desarrollar la llamada inteligencia artificial. Aquellos años, la principal misión de José Luis Cordeiro era la de divulgar, explicar el estado del futuro y de la vida humana. Cordeiro era también entonces miembro del Millenium Project, un think tank.

En aquella ocasión, y entre muchas otras cosas o profecías, Cordeiro dijo que, si lo deseábamos, gracias a la inteligencia artificial podríamos ser inmortales. Y el entonces jovencísimo Pedro Sans quedó estupefacto y muy preocupado.

«Y no teman, porque ha sido la tecnología la que ha salvado a la humanidad. La muerte, amigos, es solo un problema técnico. Dentro de treinta años, rejuveneceremos y no envejeceremos. Vamos a entrar en un tiempo posthumano en el que la reproducción será irrelevante. La convivencia entre humanos, ciborgs y robots será posible gracias a la biónica y a la robótica. En el año 2025 se podrá secuenciar nuestro genoma en muy poco tiempo y a precios muy asequibles. Y por eso todos podremos saber de qué podemos morir. La medicina será, pues, preventiva, no curativa. Y, como todos ustedes pueden comprender, nos dirigimos a una disrup ción médica que será posible gracias a la tecnología».

Cuando Inocencio XIV escucha parece tener más años. Se ex presa en un tono de voz relativamente bajo y pausadamente. Dicen que lo primero que se aprende en el Vaticano es que allí el tiempo es otro, mucho más lento, pero Rossi, en la mirada inteligente de este papa, que valora las pausas, cree adivinar una cierta prisa, pero muy pensada, muy reflexionada.

—Sobre el tema del futuro de la Iglesia católica, voy a decirle pocas cosas nuevas, señor Rossi. Creo que Benedicto XVI, cuan do era solo el cardenal Ratzinger, lo dijo ya todo mucho mejor que yo.

—¿A qué se refiere, santo..?

—Llámeme Inocencio, por favor. Como dijo en su día el cardenal Ratzinger, numerosos bautizados han perdido su identidad y no conocen los contenidos esenciales de la fe o piensan que pueden cultivarla prescindiendo de la mediación eclesial. Y mientras muchos dudan de las verdades enseñadas por la Iglesia, otros reducen el reino de Dios al de unos grandes valores que ciertamente tienen que ver con el Evangelio, pero que no se refieren al núcleo de la fe cristiana.

—¿Cuál es ese núcleo?

—Juan Pablo II dijo en cierta ocasión...

—¿Lo dijo Juan Pablo II, pero lo escribió el cardenal Ratzinger?

—Lo dijo Juan Pablo II. El núcleo de la fe cristiana no es un concepto, no es una doctrina sino que es, fundamentalmente, Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible. La crisis que hiere en profundidad a Europa en su corazón pasa por el abandono de lo Trascendente. La celebración de Dios no puede reducirse al ámbito privado. Evidentemente, los casos, los demasiados casos de sacerdotes y religiosos que cometieron abusos contra menores también minaron la credibilidad de la Iglesia.

—Una Iglesia que, según Ratzinger...

—Sería pequeña y pobre. Una Iglesia que no llenaría los grandes templos construidos en períodos de esplendor. Una iglesia interiorizada y simplificada que no prevalecería por sus antiguos privilegios ni simpatizaría con las antiguas ideologías de moda, tanto de derechas como de izquierdas.

—Ya no recuerdo quién dijo Ratzinger que presidiría esa iglesia pequeña y pobre.

—Yo lo recuerdo muy bien, señor Rossi. Dijo que esa iglesia pequeña y pobre, que esas pequeñas comunidades cristianas, podrían estar presididas por una nueva figura de sacerdote que ejercería al mismo tiempo otra profesión. Por supuesto, el sacerdote dedicado por completo a la Iglesia seguiría siendo necesario.

—¿Ratzinger fue profeta?

—La Iglesia de Dios no consulta el mismo reloj que nosotros. Recuerde lo que escribió san Agustín: «No se dice NUNCA donde no existe el tiempo». Le propongo una cosa, señor Rossi: tomemos un café el domingo por la tarde y así podremos seguir hablando de este y de otros temas con más calma.

—¿Aquí, en el Vaticano?

—No. Elija usted el lugar.

—Será un lío, Inocencio. Le reconocerán.

—Eso solo pasa en las películas. Vestido de simple sacerdote no me reconocerán. Ya lo verá. ¿Acepta?

—Por supuesto que acepto. Espero poder hablar con usted del transhumanismo.

—¿Le interesa el tema?

—Mucho. Ahora ya sabemos que el hombre es inmortal por que así lo demuestra la ciencia, es decir, el ADN. Y la palabra evo lución ya no asusta a tantos. De modo que muchos opinan que la inmortalidad ya no precisa de la religión o de los mitos.

—No todo es tan sencillo.

—Perdone la impertinencia. ¿Se siente usted seguro?

—Ja, ja. Podríamos decir que acabo de llegar al Vaticano.

—Algunos dicen que lo que podría cambiar para siempre y definitivamente a la Iglesia católica se está incubando desde hace unos años en...

—¿A la Iglesia o al Vaticano? Porque usted ya sabe que no es lo mismo. Pero, en fin, sí, aquí me siento seguro. Intuyo que con mi hermano Marc, que es amigo suyo, deben de haber hablado mucho sobre los rumores.

—Mucho.

—Hasta el domingo, señor Rossi. Antes le llamaré para con cretar el lugar donde nos veremos.

—Llámeme Bruno. Y tuteémonos.

—Pues hasta el domingo, Bruno. Y sí, tuteémonos.

 

5

 

El sesentón Bruno Rossi no es tan escéptico como aparenta ser. Sus ojos, que demuestran ser verdes cuando les da el sol, cada vez son más rendijas que ojos. Pero, pese a eso, su mirada sigue siendo la de siempre: aguda y aparentemente desconfiada. Menudo, de frente ancha, cada vez más ancha porque la calvicie ataca por don de quiere, y ya con el cabello gris, cuando Rossi cruza por la Piazza del Popolo no puede evitar pensar a la vez en varias películas italianas.

Rossi ha intentado hacerse el encontradizo con Mary Louise, pero no ha tenido suerte. No sabe lo que pretende con esa actitud de adolescente. O lo sabe. Intuye que ya no la volverá a ver cruzar la plaza de San Pedro. A veces se detiene junto a una de las dos fuentes, la primera, la que proyectó Maderno en 1614, y finge esperar a alguien. Para eso sirven los relojes, para fingir que uno está esperando a alguien. Pero Rossi solo se encuentra con algún monseñor conocido.

Tampoco ha conseguido, hasta ahora, saber el hospital donde trabaja Mary Louise. Y eso, para un periodista, es siempre un gran fracaso. Saber que la casa donde vive en comunidad pertenece a los Memores Domini, asociación vinculada al movimiento Comunión y Liberación, fue más fácil. El Trastevere no es un barrio discreto sino hablador.

Ayer, un amigo romano, una de cuyas sobrinas es también miembro de Memores Domini, le contó a Rossi que, según su fundador, monseñor Luigi Giussani, quienes forman parte de esa asociación viven en comunidades de tres a doce personas. Y en esas casas el silencio tiene un gran protagonismo. En el estatuto de la asociación se dice que, durante una hora, diariamente, el silencio en esas casas ha de ser total. Y también se exige un silencio profundo y total por la noche, después de las Completas. Se trata, según su fundador, de lograr el clima necesario para rezar y meditar. Ese silencio, que no impide la palabra necesaria, se procura durante todo el día y solo se suspende cuando la comunidad se sienta jun to a la mesa para comer.

En el Vaticano, en muchas de sus estancias, tampoco se habla mucho, pero se murmura en abundancia. Consciente o no de ello, informado o no, una de las amenazas, quizá la principal, que acecha en estos momentos al papa Inocencio XIV, se está preparando desde hace bastantes años en Latinoamérica.

Raúl, el colega venezolano de Rossi, tenía razón. Pero todo es aún, aparentemente, muy confuso. Confuso, pero, según informó a Rossi un diplomático que trabaja en la Embajada de Francia ante la Santa Sede, muy real.

Quizá todo comenzó en tiempos del argentino Sergio V. Exactamente cuándo Víctor Alzada, venezolano de 70 años y canoso de cabellos y barba, tras cuatro días de oración y reflexión, fue elegido nuevo superior general de la Compañía de Jesús. Tras la elección del siempre sonriente venezolano se escuchó un aplauso aparentemente sincero en el salón de actos de la Casa Generalicia. El anterior superior, el español Alfonso Francás, abandonó su asiento, se dirigió a Alzada, se cuadró ante él y llevó su mano derecha a la sien en un saludo casi militar. Casi militar porque Francás sonreía y era muy consciente de que se había limitado a expresar su acatamiento al nuevo jefe, parodiando a un militar que se dirige a un superior. Luego, en la puerta de la Casa Generalicia, el portavoz de los jesuitas dio la noticia a los periodistas allí reunidos y el ex portavoz papal, el también jesuita Renato Limardi, dijo que el nuevo superior general reflejaba muy bien el momento actual de los jesuitas. «Tiene mucha experiencia en los campos de la fe y la justicia, pero también es una persona muy atenta al apostolado intelectual de la Compañía de Jesús porque ha sido rector de una universidad durante 15 años».

Al día siguiente de su elección, Víctor Alzada, el nuevo prepósito, presidió la eucaristía en la iglesia romana del Gesù, la de los jesuitas. Después, demostrando un gran sentido del humor, habló por primera vez con los periodistas y les dijo que la fe y la prepa ración intelectual son los pilares básicos de todo buen jesuita. Y que la labor intelectual es el mayor y mejor servicio que pueden ofrecer los jesuitas a la Iglesia. Luego, cuando se le preguntó por China, dijo: «Hay una veintena de jesuitas trabajando como profesores en universidades chinas, pero eso nada tiene que ver con misiones pastorales concretas. Además, están autorizados por el Gobierno chino. Cuando las grandes cosas se inician suelen ser muy pequeñas».

Víctor Alzada, el primer superior general de los jesuitas no europeo, era muy consciente de que el papa Sergio V había tolerado que un sector importante de la Compañía de Jesús, formado mayoritariamente por latinoamericanos y españoles, se constituyera en la llamada Unión de Ieosus (Jesús en arameo). Ese grupo importante de jesuitas, como el mismo papa Sergio V, había dejado de interesarse por Europa y argumentaba, cada vez en voz más alta, que el «Sur global es mayoría». Muchos de ellos apenas hablaban ya de Dios. Solo se referían a Jesús. En algunos círculos vaticanos, no extremistas, se aseguraba que el mayor número de sacerdotes católicos que habían dejado de creer en Dios y, desde luego, en la esencia de la eucaristía, eran jesuitas. Entonces ya no eran considerados comunistas, aunque con la resurrección de los nuevos populismos mundiales algunos solían definirlos como neocomunistas.

El objetivo principal de la Unión de Ieosus era acabar, a su debido tiempo, pero definitivamente, con el Vaticano y no tanto con la figura del Papa. Y, desde luego, centralizar todas sus actividades, que ellos definían como exclusivamente pastorales, en varios países latinoamericanos. La palabra cisma no asustaba a ningún miembro de la llamada Unión de Ieosus. Paralelamente a la creación de esa unión clandestina, el papa Sergio V ya había demostrado sobradamente sus intenciones. En los tres primeros años de su papado, de los cuarenta y cinco cardenales creados por él, solo catorce eran europeos. Oceanía contó, por primera vez en su historia, con cuatro cardenales electores, es decir, cardenales que eligen al nuevo papa. Bangladesh y República Centroafricana también fueron beneficiados con sendos cardenales electores.

Para la fundación del movimiento Unión de Ieosus se había pensado en un convento que las carmelitas descalzas tenían en Alepo (Siria). Un enorme misil, lanzado por los rebeldes sirios, cayó en el jardín del convento de esas religiosas, pero no explotó. Y aquel suceso se interpretó como un signo, como una señal.

Finalmente la fundación de Unión de Ieosus tuvo lugar, clandestinamente, en una de las salas subterráneas del monasterio sirio ortodoxo de Mar Matta (San Mateo), situado en el monte Alfaf, al norte de Mossul, en Irak. A sus pies se extiende la llanura de Nínive. El monasterio, antiguamente habitado por siete mil monjes, estuvo a punto de desaparecer bajo la dictadura del llamado Estado Islámico. Todos los 15 de septiembre, el día de San Mateo, miles de cristianos iraquíes acudían a ese monasterio. En el año 2016, cuando la amenaza del llamado Estado Islámico parecía remitir, el abad de entonces se lamentaba de que más del 35 por ciento de los cristianos iraquíes hubieran emigrado a Europa y Canadá. Y un monje, Yusuf Ibrahim, estaba convencido de que los cristianos desaparecían de Oriente Próximo y repetía que la comunidad internacional había abandonado a los cristianos de Irak. Y que sin los cristianos iraquíes se extinguiría una cultura milenaria y con ella el arameo, la lengua que hablaba Jesús.

Aquel día, el de la fundación de la Unión de Ioesus, mientras el barbado Yusuf Ibrahim hablaba, se podía escuchar a los lejos el tableteo de una ametralladora antiaérea duskha, fabricada en la desaparecida Unión Soviética.

El arameo, lengua que se cree hablaba Jesús, fue también, sin duda, un argumento importante para elegir como escenario el monasterio de Mar Matta.

Antes de iniciar el acto de fundación del nuevo movimiento se rezó el Padrenuestro en siriaco, según la versión cristiana de la Biblia Peshitta. El siriaco es un dialecto del arameo tardío. Para aque lla solemne ocasión se utilizó una traducción directa de la oración

«Abun dabashmaya», de la que se cree deriva el Padrenuestro.

 

Abun dabashmaya nethkadash shamak tetha malkuthak newe tzevyanak aykan dabashmaya...

 

Los jesuitas allí reunidos, casi todos jóvenes y todos latinoamericanos, evocaron la figura del obispo brasileño Hélder Câmara, que fue quien, el 6 de noviembre de 1965, animó a algunos obispos a celebrar una misa en las catacumbas de Santa Domitila. Tras la misa se acató un pacto —el llamado Pacto de las Cata cumbas— según el cual, la Iglesia debía ser sierva y pobre. Propusieron para mismos ideales de pobreza, sencillez y el abandono de palacios para vivir en simples casas o apartamentos. Algunas actuaciones y gestos del papa Sergio V, el argentino Jorge Luis Blabano, reflejaban, pues, aquel viejo pacto, que se vio reforzado cuando el venezolano Víctor Alzada fue elegido superior general de los jesuitas.

Parte de lo que se dijo en el monasterio de Mar Matta, que tenía inequívocos ecos del llamado Pacto de las Catacumbas, llegó a manos de Bruno Rossi algunos años después y a través del hermano de un ex jesuita venezolano fallecido de muerte natural hace un año.

«Nosotros, jesuitas reunidos en este monasterio, que habla y conoce el idioma de Jesús, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza, según el Evangelio y motivados los unos por los otros, nos comprometemos a renunciar para siempre a cualquier tipo de apariencia y a favorecer un nuevo cambio social digno de los hijos del hombre, que no merece vivir prisionero de jerarquías injustas ni de egoístas acciones políticas. No pretendemos acabar con la Iglesia de la Cristiandad que representa el poder institucional, pero la nuestra es la Iglesia de los Pobres.»

Nosotros, jesuitas reunidos en este monasterio, que habla y conoce el idioma de Jesús, afirmamos, como escribió en su día uno de nuestros hermanos, que la Iglesia de los Pobres, la Iglesia Liberadora, no es una secta, ni una Iglesia paralela a la constitucional sino un movimiento de renovación en el interior de la Iglesia Universal y en comunión con ella.»

Somos un movimiento profético que se realiza a partir de una experiencia espiritual y teológica nueva. Y cuando sople, con más fuerza, el nuevo viento que ya está llegando del sur, confiaremos nuestra definitiva decisión al único que sabrá entendernos y protegernos, Jesús. Llegado ese momento...».

Hasta hoy, nadie bien informado ha podido asegurar que Víctor Alzada estuviera presente en aquel acto fundacional.

 

 

6

 

En su apartamento del Trastevere, Bruno Rossi deja de pensar momentáneamente en Mary Louise e intenta recomponer, de acuerdo con la información que ha podido conseguir, los inicios de aquel movimiento latinoamericano que comenzó hace ya algunos años, cuando en la silla de Pedro se sentaba un argentino que improvisaba demasiado, es decir, que incurría en múltiples contradicciones. Pero los periodistas no se lo tenían en cuenta. Muchos de ellos, los no creyentes, nunca lo vieron como un papa sino como un político populista e incluso marxista. Un político que obligaba a sus cardenales a no meterse en política porque de esa función se encargaba él. Y así lo demostró en Siria, Colombia, Cuba y Venezuela.

—Como siempre digo, es el marxismo el que copió del cristianismo.

Rossi conecta su viejo ordenador y, antes de empezar a escri bir, sonríe. La imagen de aquel botarate indocumentado e imitador de su predecesor; la imagen de aquel armario con bigote que llegó a ser presidente de Venezuela, le descompone todos los argumentos.

Pero así es la historia. Y aquella ya lejana mañana, sin previo aviso, el papa argentino Sergio V recibió, en un despacho anexo al Aula Pablo VI, a Tomás Verde, presidente entonces de la llamada República Bolivariana de Venezuela. Fue un recibimiento papal de segunda clase. O de tercera.

Aquel tipo alto, vacío y con bigote, que de taxista pasó a ser, por mandato directo de su predecesor, presidente de Venezuela, hacía pleno honor a su primer apellido. Durante su mandato —la dictadura nunca es breve— el presidente Verde estuvo a punto de acabar con su país, es decir, de culminar la destrucción que ya había iniciado su predecesor en el cargo, de quien ahora sabemos que gobernaba a través de la magia y la santería, que los dirigentes comunistas cubanos habían introducido en Venezuela como herramientas de dominio absoluto en todas las capas sociales, militares y políticas.

Aquel encuentro entre Sergio V y Tomás Verde en el Vaticano, los medios de comunicación venezolanos lo titularon así:

«Verde y el Papa conversaron sobre pobreza, criminalidad y droga». Los medios vaticanos y católicos informaron de que aquel encuentro, solicitado por Verde, se había realizado por la preocupante situación de crisis que sufría Venezuela y que re percutía pesadamente en la vida cotidiana de toda la población venezolana.

Se supo que Tomás Verde regaló al Papa un ejemplar de la Constitución Bolivariana, un retrato de Simón Bolívar y una pequeña escultura del doctor y científico José Gregorio Hernández, que entonces estaba en proceso de beatificación. Gregorio Hernández, católico convencido y franciscano seglar, vivió una vida ejemplar y fraternal y por eso hace ya muchos años que se le venera como un santo en varios países latinoamericanos.

También se supo que en aquella reunión de urgencia el papa Sergio V se ofreció para favorecer el diálogo político y social en aquella maltrecha Venezuela. Lo que no se supo es que después de ese ofrecimiento y dirigiéndose a Verde con su peor cara, el Papa le dijo:

—Presidente, son muchos los venezolanos, así me consta, que viven asustados por las prácticas de brujería, de magia, de santería que sus más directos colaboradores realizan en lugar de gobernar. Sospecho que los dos estamos de acuerdo en que gobernar es otra cosa.

—Santo Padre, yo no voy a negarle que mi amigo, el Gran Comandante, y solo durante algún tiempo, buscó apoyo en algunos espíritus para conseguir y retener un poder, que, en sus manos, siempre fue justo. Además, mi comandante y amigo siempre fue un sincero y verdadero católico. Yo creo que él nunca creyó ni en la brujería ni en la santería. Y en cuanto a mí, Santo Padre, nunca he negado que fui seguidor o admirador de Sai Baba, quien, como usted sabe muy bien, llevó el agua a muchas poblaciones pobres de la India. Pero ahora ya solo soy un católico más, un pobre pecador.

—Si no recuerdo mal, Sai Baba, durante un tiempo, dijo de sí mismo que era la reencarnación de Visnú y más tarde afirmó que era también la reencarnación del destructivo Shiva.

—Bueno, eso se dice. De también se ha dicho que ahora estoy rodeado de santeros, pero eso no es cierto, eso es propagan da capitalista propiciada sobre todo por Estados Unidos. Yo soy una persona cristiana, mejor dicho, católica. También de usted, Santo Padre, si me permite, se dicen muchas cosas que yo nunca he tomado como ciertas.

—¿Qué se dice de mí?

—Barbaridades. Por ejemplo, que anda usted empeñado en unir todas las religiones. Y que en esto le apoyan casi todos los líderes políticos mundiales.

—Vaya. Una única religión. Supongo que la católica.

—Ja, ja. Claro. ¿Cuál va a ser? La católica, por supuesto.

Durante ciertos encuentros oficiales de alto nivel, lo que le preocupaba más a Tomás Verde era el sudor. En cierta ocasión estuvo a punto de someterse a una intervención quirúrgica para acabar con el sudor, pero dio marcha atrás. Verde siempre sospechó que los quirófanos eran uno de los lugares más apropiados para que la CIA u otra agencia de inteligencia estadounidense pudiera acabar con su vida. El ex presidente venezolano no olvidó nunca uno de los consejos que le dio el dictador Fidel Castro, a quien conoció con la salud física ya muy deteriorada.

—Ojo con los quirófanos, Verde, mucho ojo con los quirófanos.

—Yo solo me fío de los quirófanos cubanos, Comandante.

—Ni de esos se ha de fiar usted, carajo. Ni de esos, Verde. No lo olvide nunca. Ojo, mucho ojo con los quirófanos, Verde.

—Le haré caso, Comandante.

 

7

 

Adoquines romanos y cardenales tocados con birrete bajo el cual se adivina el solideo, siempre rojo. Cardenales que amanecen en la plaza de San Pedro y se dirigen a la entrada llamada Il Petriano, vigilada por dos guardias suizos. Otros cardenales, los que están hospedados en Casa Santa Marta, solo precisan andar unos metros dentro del recinto vaticano. Hoy, en la llamada Santa Sede, es día de consistorio, es decir, reunión de cardenales. Antes, los cardenales vestían incluso de verde y turquesa. Desde Pablo II todos lucen el color púrpura, el rojo escarlata.

En Roma y en el Vaticano todas las fotografías quedan bien.

O mejor.

Tampoco ayer Bruno Rossi logró encontrarse con Mary Louise. Desde las ocho de la mañana estuvo muy pendiente de la puerta del edificio donde se encuentra la casa comunitaria de los Me mores Domini, pero la médica irlandesa no dio señales de vida. Rossi temió que ya no viviera allí e intentó convencerse a mismo de que no se había enamorado de Mary Louise, pero no lo consiguió del todo.

Apelando a una sensatez que nunca había sido habitual en él, Rossi se decía a mismo que no podía estar enamorado de un imposible. Y se respondía que aquello solo era una simple atracción física. Nada más. Y, reflexionando mucho lo pensado, concluía que tratándose de una mujer consagrada a Dios toda ilusión es simple quimera o peligroso masoquismo.

En la RAI estaban emitiendo un programa sobre líderes caris máticos. Entre ellos, aparecían Nelson Mandela y Sergio V.

Bruno Rossi recordó que cuando murió el papa argentino

Sergio V, se dijo que, la noche anterior, un caballo blanco recorrió majestuosamente las principales calles de Buenos Aires y acabó dando siete vueltas a la Plaza de Mayo. Y que al final el caballo fue localizado en una de las principales «villas miseria» que rodeaban la capital argentina. Pero sus captores llegaron tarde, porque inmediatamente después el caballo blanco cayó fulminado.

Aquello solo fue un rumor o eso que ahora los técnicos en misterios cinematográficos llaman leyenda urbana, pero las redes sociales extendieron aquella leyenda urbana por todo el mundo. Incluso alguien hizo circular un vídeo, evidentemente un monta je, en el que se veía galopar el caballo blanco.

A Sergio V —el primer papa que permitió que el superior de los jesuitas pusiera en duda muchas palabras atribuidas a Jesús— siempre lo fotografiaron por su lado más fotogénico. Eso es lo que piensa Bruno Rossi. El periodista cree que siempre destacaban de él lo que más le favorecía, que era su austeridad. Casi todos lo vie ron siempre como un pobre entre los pobres. O un pobre entre los más pobres. La prueba es que, en cierta ocasión, los flecos de su estola papal fueron interpretados así: «El Papa apura tanto sus paramentos que hasta la estola se le ha deshilachado. Pero eso a él no le importa».

Aquellos entusiastas nunca habían visto una estola con flecos. Murió Sergio V y los que más lamentaron su desaparición fueron los periodistas no creyentes, que siguen siendo la mayoría. El papa argentino, como muchos altos ejecutivos incompetentes, dejó demasiados frentes abiertos. Y las consecuencias de querer dar la razón a todos no