cub_minijul97.jpg

7827.png

 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Gina Wilkins

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Bajo la luz de la luna, n.º 97 - enero 2015

Título original: Matched by Moonlight

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6106-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Publicidad

Capítulo 1

 

La niebla del amanecer envolvía el paisaje haciendo que pareciese una romántica acuarela. Kinley Carmichael se apoyó en el marco de la ventana, sorbió su café con aroma a canela y observó el cielo teñido de rosa y gris. Su hermana pequeña, Bonnie, que era una romántica empedernida, habría suspirado ante aquella imagen. Kinley, por su parte, era una mujer pragmática y lo que vio fue una excelente fotografía para añadir a la página web de la posada Bride Mountain. De hecho, tal vez al día siguiente saldría temprano con la cámara para intentar captar otras imágenes similares con las que poder atraer a posibles clientes que quisiesen pasar unos días en un lugar tranquilo en el que disfrutar de la naturaleza.

Le entraron ganas de reír al oír el suspiro que había predicho a sus espaldas.

—Qué bonito —comentó Bonnie en un susurro—. A pesar de que llevo viviendo aquí más de dos años, no me canso de estas vistas a primera hora de la mañana.

—Estas vistas podrían ser la imagen perfecta para un folleto publicitario. Estaba pensando en intentar capturarlas con mi cámara uno de estos días.

—La magia no se puede capturar, Kinley.

—Puedo intentarlo —respondió ella alegremente—. Y después haré todo lo posible por venderla.

El segundo suspiró de Bonnie tuvo un toque de resignación. Tenía el pelo rubio, los ojos azules, una piel perfecta y un cuerpo menudo que hacía que pareciese una muñeca de porcelana. Además, vestía su uniforme favorito, compuesto por una bonita camisa con el escote de encaje y una falda vaporosa que realzaban su imagen ligeramente antigua. Su apariencia delicada y su naturaleza sentimental hacían que algunas personas pensasen que era dócil y maleable, pero nada más lejos de la realidad. Detrás de aquel rostro dulce había una mujer inteligente y decidida. A pesar de ser la pequeña de los tres hermanos, si en esos momentos estaban trabajando en la posada juntos era gracias a su determinación.

Kinley siempre había estado muy unida a Bonnie a pesar de que eran muy distintas. Incluso en la manera de vestir, pensó Kinley. Su hermana llevaba ropa romántica y vaporosa, mientras que ella se había puesto unos pantalones negros y un jersey gris perla con manga tres cuartos, muy adecuado para la temperatura fresca de la mañana, y una chaqueta gris y blanca entallada. En una ocasión, Bonnie la había acusado de vestirse siempre como si fuese a asistir a una reunión, y Kinley suponía que tenía razón, pero le gustaba aquel estilo.

Bonnie volvió a mirar por la ventana y clavó la vista en la fuente del jardín.

—Mira cómo gira la niebla en ella, casi como si estuviese viva. ¿Crees que si pusieses la cámara en un trípode y utilizases una velocidad muy lenta podrías sacar a la novia ocultándose entre la niebla?

Kinley miró automáticamente hacia la puerta abierta de la cocina para asegurarse de que no había ningún huésped.

—No bromees con eso, ya sabes lo que pienso de la leyenda.

Nunca habían estado de acuerdo con respecto a aquella historia. La leyenda decía que, durante el último siglo, varias personas habían visto en Bride Mountain el fantasma de una mujer vestida de blanco que se aparecía en la niebla a parejas de enamorados. En el pueblo decían que aquellos que tenían la suerte de verla eran felices durante el resto de sus días. Al principio, Bonnie había sugerido revivir la leyenda para promocionar así la posada. Por su parte, Kinley y su hermano mayor, Logan, se habían opuesto, ya que no querían ni pensar a qué clase de clientela atraería la historia de un fantasma.

Bonnie se encogió de hombros.

—Piensa lo que quieras. A mí me gusta pensar que los tíos Leo y Helen vieron realmente a la novia la noche en que el tío le pidió en el jardín a la tía que se casase con él.

Kinley sacudió la cabeza.

—El tío Leo solo nos contaba esa historia para ver la cara que ponías. Siempre fuiste su favorita —le dijo sin ningún resentimiento.

Bonnie se había enamorado de la posada ya de niña, cuando su madre les había llevado a visitar a su tío abuelo Leo Finley.

Kinley tenía once años, Logan doce y Bonnie ocho cuando su tía Helen había fallecido. Después de aquello, su tío había cerrado la posada, pero no la había vendido, había vivido solo en ella durante dieciocho años. Cuando había fallecido, hacía dos años y medio, la había dejado en herencia a su única familia: sus tres sobrinos.

Bonnie siempre había soñado con volver a abrir la posada e incluso había estudiado gestión hotelera en la universidad. Después, había rogado y persuadido a sus hermanos para que la acompañasen en aquella aventura empresarial y ellos, que en esos momentos se habían encontrado en épocas difíciles de su vida, se habían dejado convencer.

Kinley, que siempre había sido extremadamente competente, se había propuesto hacer que la posada funcionase. Para ella, sería una prueba de su agudeza empresarial. Una manera de poner en práctica lo que había estudiado: Dirección de Empresas y Gestión Inmobiliaria. Y un modo de aumentar la seguridad en sí misma después de un doloroso divorcio. Un nuevo comienzo, un nuevo reto, una nueva vida. Para Logan era solo un trabajo, una forma de pagar las facturas y de ser su propio jefe. Y, para Bonnie, simplemente dedicarse a lo que la hacía feliz.

Bonnie abrió uno de los enormes hornos que había en la moderna cocina y sacó una fuente con huevos y salchichas que olía deliciosamente. Los serviría junto con fruta fresca y unas magdalenas que estaban terminando de hacerse en el otro horno. También había yogures y cereales. Le encantaba mimar a sus huéspedes.

Kinley se miró el reloj. Servían el desayuno en el salón que había justo al lado de la cocina a las siete, solo faltaban unos minutos.

—Voy a ayudarte.

Bonnie sonrió mientras salía de la cocina.

—Gracias. Parece ser que Rhoda llega tarde hoy.

—Vaya novedad —murmuró Kinley entre dientes.

Ayudar con el desayuno no estaba en su agenda, pero siempre tenía algo de tiempo libre para echar una mano. Sus hermanos solían tomarle el pelo diciéndole que quería planificarlo todo, incluso los imprevistos.

Tanto a Bonnie como a ella les caía bien Rhoda Foley, que llevaba trabajando en la posada desde que la habían vuelto a abrir, pero era evidente que esta siempre iba a su ritmo. Rhoda era trabajadora y se ocupaba de todo, desde la limpieza a la decoración y el servicio de comidas, pero era una mujer poco convencional, por decirlo de alguna manera.

—Vas a tener que hablar con ella otra vez, Bonnie. Este fin de semana es la boda de los Sossaman-Thompson y todo tiene que funcionar como un reloj. Vas a necesitar la ayuda de Rhoda. Además, mañana viene Dan Phelan, que escribe artículos de viajes. Dependiendo de lo que diga de nosotros en la revista Modern South podríamos tener un montón de reservas.

—Eso está hecho.

Kinley colocó la comida en las gastadas bandejas de plata que había en el aparador y miró a su alrededor con satisfacción. El estilo del comedor era el típico del Sur de Estados Unidos. En vez de utilizar una mesa grande, habían puesto cuatro mesas redondas para seis comensales cada una. Las mesas estaban cubiertas con manteles blancos y decoradas con candelabros de plata y flores frescas, en el suelo había una alfombra y la habitación estaba iluminada por una antigua lámpara de araña de plata procedente de una vieja hacienda. Esta llevaba allí desde que su bisabuelo había construido la posada, aunque Bonnie la había renovado al reformar el edificio, antes de la reapertura.

A pesar de los detalles formales, la habitación era acogedora y cálida. Y había sido reformada con el mismo mimo y cuidado que el resto de la posada.

—¿Cómo no va a escribir una buena crítica? —comentó Kinley sonriendo a su hermana—. La posada es preciosa, el servicio, excelente, y está en un entorno idílico. No puede escribir nada negativo. Por cierto, casi todo gracias a ti. Yo pretendo impresionar al viejo con mis cifras, tú con tus encantos y Logan… Bueno, Logan que trabaje en la sombra.

Bonnie retrocedió para estudiar el aparador y preguntó:

—¿Qué te hace pensar que es un hombre viejo y fácil de encandilar?

—Ni idea. Era solo una broma.

Kinley se apartó para dejar pasar al primer grupo de cuatro huéspedes, una pareja que había ido a conocer la posada para ver si celebraban su boda allí, y la madre y la hermana de la novia. Kinley iba a reunirse con ellos un rato después, así que se limitó a darles los buenos días y desearles que disfrutasen del desayuno. Poco después entraron Lon y Jan Mayberry, unos recién casados de casi cincuenta años, y Travis Cross y Gordon Monroe, que habían ido a disfrutar de una escapada de fin de semana. Kinley pensó que, en general, era un grupo agradable. Siempre disfrutaba conociendo a sus huéspedes, aunque Bonnie solía relacionarse más con ellos.

Dos horas después ayudó a su hermana a recoger el comedor. Rhoda todavía no había aparecido ni tampoco había respondido al teléfono. Como no lo hiciese pronto, iban a tener que ir a buscarla. A pesar de que no llegaba a trabajar siempre a la misma hora, nunca les había fallado. Bonnie dijo que se pasaría por su casa si no llegaba en media hora.

Todavía había algunos huéspedes disfrutando del café y de las vistas, y hablando de sus planes para el día. Aquel jueves había cuatro de las siete habitaciones ocupadas, y para el fin de semana solo tenían una libre. La boda de los Sossaman era el sábado por la tarde y los novios habían accedido a que el crítico de viajes hiciese fotografías de la ceremonia para incluirlas en su artículo. La predicción meteorológica era buena y durante las últimas semanas del mes de mayo el jardín se había llenado de flores.

Todo era perfecto, se dijo Kinley a sí misma mientras se servía un café y le daba un sorbo. O, al menos, todo lo perfecto que podían hacer que fuese para sus huéspedes, en concreto, para el escritor.

Estaba soñando con una crítica maravillosa y un montón de nuevas reservas cuando oyó un estruendo procedente de la parte delantera de la posada y los gritos de varios huéspedes. El café le quemó la mano y dejó la taza y echó a correr hacia la puerta.

La abrió y oyó gemir a Bonnie a sus espaldas.

Una vieja camioneta había chocado contra el poste delantero del soportal que había delante del edificio y que proporcionaba sombra a los huéspedes mientras sacaban las maletas del coche. El poste se había partido por la mitad y el techo se había quedado peligrosamente inclinado hacia delante.

Rhoda bajó del coche apresuradamente.

—Cómo lo siento —dijo—. Me he quedado dormida y sin batería en el teléfono, así que no he podido llamaros. Y me he mirado el reloj justo cuando llegaba a la puerta. Lo siento mucho. Daré parte a mi seguro para que lo cubra.

Kinley fue la primera en llegar a su lado y, al verla tan nerviosa, le preguntó:

—¿Estás segura de que estás bien? ¿Quieres que te lleve al médico o que llame a una ambulancia?

Rhoda negó con la cabeza.

—No, estoy bien. De verdad. Llevaba puesto el cinturón y no iba muy rápido. Y como el coche es tan viejo que no tiene airbag, este no me ha dado en la cara. Es solo el susto.

—Has tenido suerte de que no se te haya caído todo el soportal encima.

—Sí.

—¡Eh! Salid de ahí —dijo Logan, que llegaba corriendo—. No os pongáis debajo hasta que me asegure de que no se va a caer. Bonnie, cierra la puerta con llave y pide a los huéspedes que utilicen la puerta lateral por el momento.

—Lo siento mucho, Logan —repitió Rhoda—. Voy a quitar el coche.

—No —le respondió él—. Ya lo haré yo.

Kinley retrocedió y observó los desperfectos. Se dijo que podía haber sido peor. Al menos, solo se había roto un poste.

—Tenemos una boda el sábado —le recordó a su hermano—. Y la prueba es mañana por la noche.

Este asintió.

—Llamaré a Hank Charles. Estoy casi seguro de que cuando le encargamos los postes hizo uno de más para tenerlo de modelo. Si es así, le pediré que lo traiga inmediatamente.

Kinley se llevó una mano a la cabeza.

—El escritor viene mañana por la mañana. Y va a hacer fotografías. Supongo que es imposible…

—Oh, cielo, lo siento —gimoteó Rhoda otra vez.

—Haré lo que pueda —comentó Logan.

Un coche negro llegó por el camino y se detuvo en el aparcamiento para clientes. Kinley lo miró preguntándose quién llegaría tan temprano un jueves. Un hombre alto y moreno, de unos treinta años y constitución atlética bajó de detrás del volante y se quedó mirando fijamente la parte delantera de la posada. Kinley no lo reconoció. Iba vestido de sport, con unos pantalones caquis y una camisa verde oscura remangada. No parecía un vendedor, ni un viajero que buscase habitación.

Se acercó a ellas y Kinley notó que se le aceleraba el pulso. El desconocido sonrió y se sintió atraída por él. No obstante, adoptó una actitud profesional y le preguntó:

—¿En qué puedo ayudarlo?

Él la miró a los ojos y Kinley se dio cuenta de que los tenía muy azules, las pestañas larguísimas y la tez morena. Tuvo que hacer un esfuerzo para no bajar la vista a sus manos en busca de una posible alianza.

—¿Eres Kinley Carmichael?

Ella se estremeció al oír que decía su nombre.

—Sí. ¿Y usted?

Se dio cuenta de que él también la miraba con aprobación y eso le subió la autoestima.

El hombre sonrió todavía más y unos hoyuelos adornaron sus mejillas.

—Soy Dan Phelan. Sé que no se me esperaba hasta mañana, pero he llegado antes de tiempo. Yo… espero no haber llegado en mal momento.

A Kinley se le encogió el corazón y, de repente, se sintió consternada. El crítico de viajes no tenía que haber llegado hasta el día siguiente y tenía que habérselo encontrado todo perfecto. ¿Cómo era posible que hubiese aparecido en un momento tan inoportuno?

Eran solo las nueve de la mañana. ¿Qué más podía salir mal?

 

 

A pesar de que intentó disimular y cambiar de expresión, Dan se dio cuenta de que Kinley Carmichael había reconocido su nombre y que no le había hecho ninguna ilusión oírlo. Era normal, teniendo en cuenta el momento en el que había llegado, pero Dan tuvo que admitir que le gustó que una mujer tan atractiva reaccionase así al verlo.

Kinley no tenía una belleza clásica, pero a él le gustó su rostro ovalado, la melena rubia y corta, los ojos azules grisáceos, directos, y la boca generosa. Era más bien alta, tenía las piernas largas y una figura más atlética que voluptuosa. Su tipo.

Una mujer de cincuenta y tantos años, vestida con una camisa ancha, vaqueros y sandalias, y con el pelo cano, los miró a ambos y dio un grito ahogado.

—¿No será el crítico de viajes? ¿El que se suponía que iba a llegar mañana?

Él asintió.

—He cambiado de itinerario inesperadamente. Si no hay ninguna habitación disponible para esta noche, me quedaré en algún lugar cercano y volveré mañana.

Kinley sonrió con seguridad.

—Por supuesto que hay habitaciones disponibles, señor Phelan. Estamos encantados de recibirlo.

Dan tuvo que admirar su acogedora actitud a pesar de haberla sorprendido llegando un día antes. Al parecer, Kinley no era una mujer fácil de desconcertar.

—Por favor, llámame Dan —le respondió, mirando hacia la camioneta y el poste roto—. Veo que he llegado en mal momento.

—Ha sido culpa mía —dijo la mujer mayor con firmeza—. He chocado contra el poste. Normalmente la posada es perfecta. Preciosa. Los Carmichael no podrían llevarla mejor. ¡No se le ocurra escribir una mala crítica por mi culpa!

Se lo dijo mientras lo apuntaba con el dedo índice y eso hizo que Dan se acordase de su niñera favorita, Adele, que siempre lo había regañado de aquella manera. De todas las niñeras a las que sus padres habían contratado durante su infancia, solo se acordaba bien de Adele. Eso le hizo sonreír.

—No se me ocurrirá.

Kinley apoyó una mano en el hombro de la mujer y le dio un cariñoso apretón.

—Ha sido un accidente, Rhoda. No te preocupes. Lo importante es que tú estás bien. Dan, esta es Rhoda Foley, y trabaja con nosotros.

A pesar de las circunstancias, Kinley dejó claro que apoyaba a su empleada. A Dan no le pareció que estuviese enfadada con ella, ni que estuviese fingiendo delante de él. Y eso hizo que ganase otro punto.

—Encantado de conocerla, señora Foley.

Ella respondió entre dientes.

Kinley se aclaró la garganta.

—Rhoda, ¿por qué no entras y te tomas una taza de té para intentar tranquilizarte mientras Logan se ocupa de tu coche?

Cuando esta se hubo marchado, Kinley volvió a mirar a Dan.

—Este es mi hermano Logan —le dijo.

Dan se dio cuenta de que se parecían, aunque las facciones del hombre eran más toscas que las de Kinley. También tenía el pelo más oscuro y los ojos marrones claros. Tenía el ceño fruncido, aunque tal vez eso se debiese solo a los daños causados por la camioneta. No obstante, Dan sospechó que no era un tipo alegre y desenfadado ni siquiera en la mejor de las circunstancias.

Una rubia menuda, de rostro dulce y sonrisa angelical salió por la puerta lateral y se acercó a ellos.

—Rhoda está en la cocina tomándose un té. Logan, ¿quieres que haga alguna llamada?

Este se encogió de hombros.

—Yo buscaré ayuda para reparar esto. Si quieres, puedes ocuparte del seguro tú.

—Dan, esta es nuestra hermana, Bonnie —intervino Kinley—. Bonnie, te presento a Dan Phelan, el escritor de la revista Modern South, que va a pasar un día más de lo previsto con nosotros. Todo un detalle, ¿no crees?

La exagerada alegría con la que Kinley hablaba a su hermana hizo que Dan sonriese.

La agradable expresión de Bonnie no cambió. No se parecía demasiado a sus hermanos. Tenía los ojos azules, el pelo rubio oscuro y era de menor estatura. Si bien Kinley le había parecido impresionante, Bonnie le parecía guapa.

—Ya me ha dicho Rhoda que estaba aquí. Encantada de conocerlo, señor Phelan. Bienvenido.

—Me puedes llamar Dan. Y gracias. Es un lugar muy bonito.

No lo dijo solo por educación. A pesar del accidente, la posada tenía mucho encanto. El edificio, de estilo reina Ana, estaba rodeado por un porche que se abría en la zona delantera en forma de un soportal debajo del cual se podía aparcar. Las paredes eran grises y las molduras de un blanco inmaculado. La puerta estaba pintada de color rojo brillante y una ventana de medio arco y vidrio de colores llamaba la atención hacia la parte alta de la casa. El jardín estaba repleto de flores y de fondo estaban las montañas, envueltas en la niebla de la mañana, que se estaba disipando rápidamente. En comparación con ellas, el monte Bride era poco más que una colina, pero las vistas eran arrebatadoras.

Bonnie señaló como disculpándose hacia el poste roto.

—Como ve, esta mañana hemos tenido un pequeño accidente, pero por suerte nadie ha resultado herido y mi hermano va a ocuparse de repararlo lo antes posible. Por favor, venga por la puerta lateral. El desayuno terminaba a las nueve, pero estoy segura de que podemos ofrecerle algo si tiene hambre.

—Ya he desayunado, gracias.

—¿Le apetece un café?

—Eso sí. Iré a por mis cosas.

—Yo lo ayudaré —se ofreció Logan, sin esforzarse en disimular su desinterés.

Kinley lo fulminó con la mirada y Dan sonrió y rechazó su ayuda.

—Será mejor que se ocupe de las reparaciones. Yo iré a por el equipaje. No traigo mucha cosa.

Logan asintió brevemente y volvió al soportal mientras se sacaba el teléfono del bolsillo.

—Yo te ayudaré —le dijo Kinley a Dan—. Te enseñaré la habitación y después visitaremos el resto de la posada.

—Encantado —le respondió él, clavando la mirada en su rostro.

Kinley se detuvo un instante con la cabeza ligeramente inclinada y lo miró a los ojos. Dan se preguntó si se habría dado cuenta de que se sentía atraído por ella, pero vio que se limitaba a sonreír y que le decía en tono profesional:

—Vamos a por el equipaje. Luego entraremos por la puerta lateral.

El caos del exterior contrastaba con el orden de la posada. La puerta lateral daba al comedor. Mientras lo atravesaba, Dan se fijó en los grandes ventanales, con vistas al jardín y a las montañas. La habitación era amplia, estaba muy limpia y era acogedora. A Dan no le costó imaginarse desayunando allí.