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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Susan Macias Redmond

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Antes de abrazarnos, n.º 99 - marzo 2016

Título original: Until We Touch

Publicada originalmente por HQN™ Books

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones sonproducto de la imaginación del autor o son utilizadosficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filialess, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N: 978-84-687-7831-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Agradecimientos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Si te ha gustado este libro…

 

 

Para Jayme, co-capitana de las Animadoras de Fool’s Gold 2013.

Conocerte el verano pasado fue una de las mejores cosas que me pasaron en todo el año.

Tú encarnas el espíritu de Fool’s Gold: eres dulce, divertida y tienes un gran corazón.

¡Gracias por todo! Esta historia va dirigida especialmente a ti.

 

 

Como «mamá» de un adorable y malcriado perrito, sé la alegría que las mascotas pueden traer a nuestras vidas. El bienestar de los animales es una causa que llevo apoyando desde hace tiempo. En mi caso lo hago a través de Seattle Humane. En su evento de recaudación de fondos de 2013 ofrecí «Tu mascota en una novela romántica».

 

En este libro conoceréis a una maravillosa gata llamada Dyna. Es una preciosa ragdoll con unos ojos increíbles y una manera de ser encantadora y delicada. Su familia era una de las dos familias que ganaron la subasta y esta es su historia.

 

Una de las cosas que hacen que escribir sea especial es poder interactuar con la gente de distintas formas. Con algunas personas hablo para documentarme. Otras son lectores que quieren hablar de personajes y de argumentos, y otros son fabulosos dueños de mascotas. La familia de Dyna está entregada a ella. Me encantó oír todas las historias de su vida. ¡Qué dulzura! Es una gata tan hermosa que inspiró una serie de cómicas conversaciones entre mi heroína y su nueva gata. Larissa, mi heroína humana, está un poco nerviosa por lograr estar a la altura de la belleza de Dyna J.

 

Mi agradecimiento a la familia de Dyna, a la propia Dyna y a la increíble gente de Seattle Humane. Porque todas las mascotas merecen una familia que las quiera.

Capítulo 1

 

–Ya sabe por qué estoy aquí –espetó la señora Nancy Owens con voz firme y mirada implacable, ambas imponentes.

Por desgracia para él, Jack McGarry no tenía ni idea de a qué se refería.

Sabía muchas cosas. Sabía que ese año los L.A. Stallions no llegarían a la Super Bowl, que le dolía el hombro derecho cuando iba a llover, que había un sabroso merlot esperándole en su cocina y que, aunque todo su ser quería salir corriendo en lugar de quedarse ahí manteniendo esa conversación, no podía hacerlo. Porque la señora Owens era la madre de Larissa y, aunque no lo fuera, esa mujer podía ser su propia madre y a él lo habían educado muy bien.

–¿Disculpe, señora?

La señora Owens suspiró.

–Me refiero a mi hija.

Sí, de acuerdo, pero esa mujer tenía tres.

–¿A Larissa?

–Por supuesto, ¿a quién si no? Ha trasladado el negocio a este pueblo perdido de la mano de Dios y ahora mi hija también está aquí.

Excelente resumen, pensó él intentando encontrarle sentido a la situación.

–No le gusta Fool’s Gold –dijo él diciendo lo que, probablemente, era obvio.

–Ni me gusta ni me disgusta este pueblo –respondió la mujer con un tono que insinuaba que lo consideraba un idiota–. Esa no es la cuestión. Larissa está aquí.

Lo sabía bien porque era él el que firmaba sus nóminas, más bien en sentido figurado que literal, y porque la veía cada día. Pero la señora Owens eso ya lo sabía también.

–Está aquí... con usted –suspiró profundamente–. Le encanta su trabajo.

Vale, de acuerdo. Estaba dispuesto a admitirlo; era un tipo corriente, tal vez un poco más alto que la media, con un brazo poderoso y un fuerte deseo de victoria, pero de corazón era prácticamente como cualquier otro hombre norteamericano que pudiera conducir una camioneta y al que le gustara la cerveza. Eso obviando, por supuesto, el merlot que tenía en la nevera y el Mercedes que tenía en el garaje.

Nancy Owens, una mujer atractiva de cincuenta y pocos años, plantó las manos sobre la mesa y gruñó.

–¿Tengo que deletreárselo?

–Eso parece, señora.

–Larissa tiene veintiocho años, imbécil. Quiero que se case y me dé nietos. Pero eso no pasará nunca mientras esté trabajando para ustedes, y mucho menos después de haberse trasladado aquí. Quiero que la despida porque así volverá a Los Ángeles y encontrará a alguien decente con quien casarse y formar una familia.

–¿Y por qué no puede hacer todo eso aquí?

La señora Owens suspiró como esos bendecidos con una inteligencia y perspicacia a la que los demás solo podían aspirar.

–Porque, señor McGarry, estoy más que segura de que mi hija está enamorada de usted.

 

 

Larissa Owens miraba al gato de ojos azules plantado en el centro de su pequeño apartamento. Dyna era una ragdoll de ocho años con unos ojos grandes y preciosos, un rostro dulce y un denso pelaje. Tenía el pecho y las patas delanteras blancas y toques grises por la cara. Era el equivalente en gato a una supermodelo. Y eso intimidaba bastante.

El instinto de Larissa siempre era rescatar, ya se tratara de perros, gatos, mariposas o personas. No importaba qué. Sabía que sus amigos dirían que había actuado sin pensar, pero ella no estaba dispuesta a admitirlo. Al menos, no por iniciativa propia. Por eso cuando se había enterado de que había una gata que necesitaba un hogar, se había ofrecido a acogerla sin llegar a imaginarse lo preciosa que sería.

–Resultas un poco abrumadora –admitió Larissa al ir hacia la pequeña cocina y echarle agua en un cuenco–. ¿Debería vestir mejor ahora que somos compañeras de piso?

Dyna la miró como si examinara sus pantalones de yoga y su camiseta, que eran su fondo de armario laboral, y siguió explorando el pequeño apartamento. Olfateó el sofá, miró las esquinas, estudió el colchón del dormitorio e ignoró por completo el pequeño baño.

–Ya lo sé –Larissa colocó el agua sobre un salvamantel junto a la puerta trasera y la siguió–. El baño es diminuto.

No tenía encimera, solo un lavabo, un retrete y un plato de ducha.

Sí, de acuerdo, el apartamento no era grandioso, pero ella tampoco necesitaba mucho. Además, estaba limpio y el alquiler era barato, lo que le permitía más dinero para invertir en sus causas. Porque siempre había alguna.

–Los alféizares son anchos y te entrará mucha luz –le dijo a la gata–. El sol de la mañana es muy agradable.

El pequeño apartamento sí que tenía una cualidad inesperada: un cuarto de la colada. Y era allí donde había colocado el arenero de Dyna, junto a la secadora. La gata lo examinó detenidamente todo, saltó sobre la encimera de la cocina y caminó hasta el fregadero. Miró a Larissa expectante.

Larissa sabía que esa era la razón por la que siempre se había resistido a adoptar a un animal. Se había dicho a sí misma que era por su estilo de vida, que estaba tan centrada en salvarlos a todos que no podía estar con uno solo, pero en realidad había tenido miedo de no poder asumir la responsabilidad. Y ahora, mientras miraba esos enormes ojos azules, sabía que no se había equivocado.

–¿Qué? Si me dices qué quieres, lo haré.

Dyna miró el grifo y la miró a ella de nuevo.

–¿Del grifo? –le preguntó abriendo el agua fría.

La gata se inclinó hacia delante y delicadamente bebió agua. Larissa sonrió triunfante. Tal vez, después de todo, sí que podría ocuparse de esa mascota.

Esperó hasta que Dyna terminó y después la levantó en brazos. La gata se relajó en ellos, la miró un segundo y cerró los ojos lentamente. De su cuerpecito salió un suave ronroneo.

–A mí también me gustas tú –le dijo Larissa a su nueva compañera de piso–. Esto va a ser genial.

Dejó a Dyna sobre el sofá y miró el reloj.

–Odio traerte a casa y tener que irme corriendo, pero tengo que trabajar. Solo serán un par de horas y después vendré a casa –agarró su estropeado bolso y fue hacia la puerta–. Piensa qué quieres ver esta noche por la tele. Tú eliges.

Y con eso cerró la puerta y bajó las escaleras corriendo hasta la planta baja del edificio de apartamentos en dirección a la calle.

Solo llevaba en Fool’s Gold unos meses, pero ya le encantaba todo lo que el pueblo ofrecía. Era lo suficientemente grande como para ser un lugar próspero y lo suficientemente pequeño como para que todo el mundo supiera su nombre. O, al menos, gente suficiente para sentirse como si estuviera en casa. Tenía un trabajo fantástico, amigos y se sentía cómoda viviendo a casi setecientos kilómetros de su familia.

Y no porque no quisiera a sus padres, a sus padrastros y a sus hermanas, cuñados y sobrinos, sino porque a veces tanta familia la abrumaba un poco. En un principio no había tenido muy claro lo de marcharse de Los Ángeles, pero ahora sabía que había sido lo mejor que podía haber hecho. La visita de su madre, por mucho que le hubiera gustado, había sido en realidad una intensa campaña para intentar hacerla regresar a casa.

–Eso no va a pasar –se dijo con alegría.

Diez minutos después entraba en las oficinas de Score, la empresa de Publicidad donde trabajaba. El vestíbulo era enorme, con techos altos y montones de fotografías a tamaño real colgadas por la pared. Había una foto de los cuatro socios de la empresa, pero el resto del espacio estaba dedicado a Jack, Kenny y Sam.

Los tres habían sido estrellas de la Liga Nacional de Fútbol Americano. Sam había sido un victorioso pateador, Kenny un receptor que había batido récords, y Jack un brillante y talentoso quarterback.

Había fotografías de todos ellos en acción y otras en distintos eventos plagados de estrellas. Eran tipos inteligentes, con éxito y guapos, a los que no les importaba explotarse a sí mismos por el bien de la empresa. Taryn, la única mujer entre los socios, los mantenía a raya, todo un desafío, por cierto, dados los egos con los que tenía que lidiar. Larissa era la asistente de Jack y, además, la masajista personal de los chicos.

Le gustaban ambas facetas de su trabajo. Jack era una persona para la que resultaba fácil trabajar y no extremadamente exigente. Y lo mejor de todo, apoyaba sus causas y le dejaba gestionar todas sus donaciones benéficas. En cuanto a lo de ser la masajista de la empresa, los tres se habían dedicado profesionalmente a un deporte duro, tenían lesiones y padecían dolor crónico. Sabía dónde les dolía y por qué y podía hacerles sentir mejor.

Iba camino de su despacho. Tenía algunas llamadas que devolver. En unas semanas se celebraría en Fool’s Gold un torneo de golf entre profesionales y aficionados y tenía que coordinar la agenda de Jack con los actos publicitarios para el torneo. Después revisaría solicitudes de una organización benéfica que ayudaba a familias necesitadas de la donación de un órgano, la causa que Jack más apoyaba. A veces le pedían que le tendiera una mano personalmente a alguna familia y otras veces financiaba la estancia de la familia en cuestión cerca del hospital donde se encontraba su hijo. Había hecho algunas comparecencias públicas y participado en campañas tanto impresas como por Internet. Larissa era su punto de contacto. Ella calculaba cuánto estaba dispuesto a hacer en determinado momento y cuándo era mejor que simplemente extendiera un cheque.

Sus otras obligaciones eran de carácter más personal. Jack no tenía novia en ese momento, así que ni había regalos que comprar ni flores que enviar. Porque en ese sentido, Jack era un hombre muy típico. Le gustaban las mujeres y a ellas les gustaba él, lo que significaba que había un desfile constante por su vida. Por suerte para él, sus padres vivían en la otra punta del mundo, así que no tenía una madre exigiéndole que sentara cabeza y le diera nietos.

Apenas había tomado asiento cuando Jack entró en su despacho.

–Llegas tarde –le dijo él sentándose frente a ella y estirando sus largas piernas. Sus palabras sonaron más como una afirmación que como una queja.

–Ya te dije que llegaría tarde. Tenía que despedir a mi madre y después ir a recoger a Dyna.

Él enarcó una ceja.

–¿Dyna?

–Mi nueva gata –apoyó los codos en el escritorio–. Ya te hablé de ella, ¿no te acuerdas?

–No.

Muy típico de Jack.

–Eso es porque no me estabas escuchando.

–Es más que probable.

–Es una gata rescatada.

–¿Qué otra cosa podía ser?

Esperó a que él dijera algo más o le explicara qué hacía allí, pero solo hubo silencio. Esa clase de silencio que entendía con tanta claridad como si fueran palabras.

La habían contratado en 2010, cuando Jack había salido de los L.A. Stallions para unirse a Score. Había sido socio capitalista desde la creación de la empresa y a Larissa le encantaría saber cómo había reaccionado Taryn cuando Jack pasó de ser del tipo que le había facilitado el dinero a un miembro activo del equipo. Seguro que se había armado una buena. O tal vez no. Jack y Taryn tenían un pasado juntos.

Larissa se había graduado en la universidad con planes de trabajar para una organización sin fines de lucro, pero en ese campo elegido había sido imposible encontrar trabajos remunerados y pronto había aprendido que no podía mantenerse trabajando solo en voluntariado. Por eso había ido a buscar otro empleo.

No era la clase de persona que disfrutaba en empresas despersonalizadas y se había conformado trabajando como camarera mientras asistía a la escuela de masajistas. Después una amiga le había hablado de un trabajo como asistente personal en una empresa de Publicidad y le había parecido una alternativa mejor pagada a sus turnos en la cafetería.

Taryn le había hecho la entrevista. Había durado dos horas y había terminado con unas palabras que nunca había olvidado: «Jack es un tipo muy guapo, con unos ojos preciosos y un culo fantástico. Pero no te confundas. En lo que respecta a las mujeres, solo le interesan un par de noches con la chica en cuestión. Si te enamoras de él, eres tonta. ¿Sigues interesada?».

Larissa se había quedado muy intrigada y, después de conocer a Jack, se había visto obligada a admitir que Taryn no había mentido al hablar de su atractivo. Solo con ver por un instante su atrayente masculinidad la había recorrido un cosquilleo hasta los dedos de los pies. Pero en lugar de flirtear con ella, el que fuera quarterback profesional, se había frotado el hombro y había maldecido.

Ella había identificado el dolor y había reaccionado instintivamente. Había hundido los dedos en los dañados y tensos músculos mientras le explicaba que solo le faltaban unas pocas semanas para graduarse en la escuela de masajistas. Treinta segundos después había recibido una oferta de trabajo.

En los últimos cuatro años, Larissa había pasado a formar parte de la familia de Score. Al terminar la segunda semana, había dejado de ver a Jack meramente como a su jefe, y seis meses después ya formaban un buen equipo y eran amigos íntimos. Ella solía reprenderlo por su gusto a la hora de elegir a las mujeres con las que salía, se aseguraba de que se aplicara hielo y antiinflamatorios cuando le empeoraba el hombro y ofrecía un masaje diario a cualquiera de «los chicos» y a Taryn. Adoraba su trabajo y le encantaba que se hubieran trasladado a Fool’s Gold. Ahora, además, tenía una nueva gatita esperándola en casa. ¡Qué buena era su vida!

Volvió a centrar la atención en Jack y esperó porque se trataba de esa clase de silencio, el que le indicaba que tenía algo que decirle.

–¿Estás viendo a alguien?

La pregunta la sorprendió.

–¿Te refieres a un hombre?

Él se encogió de hombros.

–Nunca has dicho que salgas con mujeres, así que sí, claro. Aunque cualquier sexo me vale.

–No estoy saliendo con nadie ahora mismo. No he conocido a nadie en el pueblo y, además, estoy demasiado ocupada.

–¿Pero, de hacerlo, sería con un hombre? –le preguntó con un brillo de diversión en la mirada.

Jack era uno de esos hombres tocados por la gracia de Dios. Alto, guapo, atlético, encantador. Prácticamente lo tenía todo. Lo que muy poca gente sabía era que por dentro llevaba muchos demonios. Se culpaba por algo que no era culpa suya y ese era un rasgo con el que ella se identificaba porque solía pasarle muy a menudo.

–Sí, sería con un hombre.

–Es bueno saberlo –siguió observándola–. Tu madre está preocupada por ti.

Larissa se hundió en su asiento.

–Dime que no ha hablado contigo. ¡Dímelo!

–Ha hablado conmigo.

–Mierda. Lo sabía. Ha pasado por aquí, ¿verdad? Sabía que pasaba algo –su madre era una mujer muy decidida–. Deja que adivine. Quería saber si estoy saliendo con alguien. Espero que le hayas dicho que no lo sabes. ¿O le has dicho que sí? Porque eso no sería de gran ayuda.

–No me ha preguntado si estás saliendo con alguien.

–Ah –se puso derecha–. ¿Y qué te ha preguntado entonces?

–Quiere que te despida para que vuelvas a Los Ángeles, te enamores, te cases y le des nietos.

Larissa sintió cómo le ardían las mejillas. Tanta humillación le impedía pensar con claridad y decir algo razonablemente inteligente.

–Ya tiene dos hijas casadas –murmuró–. ¿Por qué no me deja tranquila?

–Te quiere.

–Pues tiene un modo muy curioso de demostrarlo. ¿Vas a despedirme?

Jack enarcó las cejas.

Ella respiró hondo.

–Lo interpretaré como un «no». Lo siento. Haré lo posible por mantenerla alejada de aquí. La buena noticia es que Muriel sale de cuentas en tres meses y el bebé será una nueva distracción –mientras tanto, buscaría el modo de convencerla de que se había mudado a Borneo–. ¿Algo más?

–Sí. Tu madre también me ha dicho que jamás te casarás ni formarás una familia porque, en el fondo, estás enamorada de mí.

 

 

Jack no había sabido cómo reaccionaría Larissa, pero había supuesto que sería todo un espectáculo. Y no lo decepcionó. Su rostro pasó del rojo al blanco y de ahí al rojo de nuevo. Abrió y cerró la boca. Con la mandíbula fuertemente apretada, murmuró algo como «La voy a matar», aunque tampoco podía estar muy seguro.

Las palabras de Nancy Owens lo habían impactado. ¿Larissa enamorada de él? Imposible. Por un lado, lo conocía mejor que nadie, junto con Taryn, y conocerlo era entender que no era un hombre de sentimientos. Por otro, la necesitaba. El amor implicaba una relación y una relación implicaba que ella acabaría marchándose. No. Era imposible que Larissa estuviera enamorada de él.

Sin embargo, había sido incapaz de quitarse esas palabras de la cabeza y había entendido que tenía que sacar la verdad de la única persona que realmente la podía saber.

Larissa respiró hondo.

–No te quiero. Somos amigos. Me gusta trabajar para ti, tu labor benéfica es magnífica y sé que puedo confiar en ti, pero no estoy enamorada de ti.

Un gran alivio disminuyó la tensión en el siempre dolorido hombro derecho de Jack. Su expresión no cambió.

–¿Estás segura?

–Sí. Totalmente.

Él sacudió la cabeza.

–No sé. Estoy buenísimo, así que podría entender que sintieras algo por mí. Me has visto desnudo. Y, ahora que lo pienso, tu reacción es inevitable –suspiró–. Me amas. Admítelo.

Larissa apretó los labios.

–Jack, no eres para tanto.

–Claro que lo soy. ¿Recuerdas esa fan que se tatuó mi cara en un pecho? ¿Y la que me suplicó que le hiciera un hijo? ¿Y la mujer de Pittsburgh que quería que le lamiera...?

Larissa apoyó los brazos en la mesa y agachó la cabeza.

–Para. Tienes que parar.

–Mujeres más fuertes que tú han sido incapaces de resistirse a mis encantos.

–Sí, en tus sueños.

–No, al parecer, en los tuyos.

Ella lo miró, abrió los ojos de par en par y sonrió.

–Me rindo.

–Al final, todas lo hacen.

Su sonrisa se desvaneció.

–Siento lo de mi madre. No debería haber dicho eso. Te juro que ni estoy, ni nunca estaré, enamorada de ti. Me encanta mi trabajo y tú tienes mucho que ver en eso, pero somos amigos, ¿verdad? Es mejor. Además, tienes un gusto terrible con esos regalitos que haces cuando quieres «terminar las cosas».

–Precisamente por eso te dejo comprarlos a ti –vaciló un segundo–. ¿Somos buenos?

–Los mejores –ella volvió a sonreír.

Y todas las preocupaciones de Jack se disiparon. Esa era la Larissa que conocía, tan divertida y concienzuda. Con su melena recogida en una coleta y sin gota de maquillaje. Vestía pantalones de yoga y camisetas y siempre tenía alguna causa benéfica que discutir con él. Creía que el mundo se merecía que lo salvaran y a él no le importaba que utilizara su dinero para intentarlo. Formaban un buen equipo. No quería tener que prescindir de ella y que lo amara... bueno, eso lo habría cambiado todo.

 

 

El bar de Jo era uno de esos lugares que solo se podían encontrar en un extravagante y pequeño pueblo. Desde fuera, parecía absolutamente normal, pero en cuanto entrabas sabías que no era un bar como los demás. Estaba bien iluminado, no había ni zonas sombrías ni dudosas manchas en el suelo. Los tonos de la pintura eran malvas y amarillos, muy del agrado de las chicas; las ventanas estaban despejadas y los grandes televisores siempre tenían sintonizados canales de moda y estilo.

Larissa entró. Vio el contador que marcaba los días que quedaban para la nueva temporada de Animadoras de los Dallas Cowboys: Formando el Equipo. Sonrió. Sí, allí la vida era distinta y le gustaba.

Miró a su alrededor y vio a sus amigas en un banco junto a la ventana. Al verla, le hicieron una seña para que se acercara.

Cuando había decidido dejar Los Ángeles por Fool’s Gold, había estado nerviosa por el hecho de tener que empezar de nuevo. ¿Y si no encajaba? ¿Y si no podía hacer amigos? Pero esos miedos habían sido infundados, pensó al acercarse a la gran mesa.

–Te he guardado un sitio –le dijo Isabel dando una palmadita en el asiento vacío a su lado–. Llegas justo a tiempo de participar en el debate sobre si vamos a pedir nachos y margaritas y fingir que no tenemos que volver al trabajo, o si vamos a ser buenas y a pedir los almuerzos típicos con té helado.

Larissa se acomodó en la silla. Miró a Taryn y sonrió.

–Mi voto depende de mi jefa. Si ella bebe, yo me apunto.

Porque ahora mismo una copa le parecía una gran idea.

¿En qué había estado pensando su madre? Esa pregunta llevaba toda la mañana dándole vueltas por la cabeza. ¡Qué humillante e inapropiado! En cuanto se calmara y pudiera hablar de ello racionalmente, iba a tener que mantener una larga charla con su madre.

Tenía suerte de que Jack hubiera manejado bien la situación, con su habitual encanto, pero ¿y si había creído a su madre? No quería ni imaginarlo.

¿Amar a Jack? Tenía defectos, pero ser idiota no era precisamente uno de ellos. Además, formaban un gran equipo y ella eso jamás lo estropearía.

–¿Estás bien? –le preguntó Taryn en voz baja.

–Sí, genial.

Porque fingirlo era mucho más sencillo que decir la verdad.

Taryn, tan estilosa como siempre con un traje de diseño que probablemente costaba más que el alquiler de medio año de su apartamento, soltó la carta sobre la mesa.

–¿Qué demonios? Hagamos un poco el salvaje.

Dellina, organizadora de fiestas y prometida de Sam, también soltó su carta.

–Esta tarde no tengo que reunirme con ningún cliente.

Isabel se rio.

–Yo tengo que ocuparme de una tienda, así que más vale que tenga cuidado si no quiero confundirme y poner en rebajas los artículos nuevos.

–Me encanta ser mala –dijo Taryn–. Me encanta.

–Siempre has sido mala –le respondió Dellina–. Tienes pinta, yo sé mucho de esto.

Larissa se acomodó en el asiento y se preparó para escuchar. Lo pasaba genial con esas mujeres. Eran inteligentes, tenían éxito en el trabajo y, aun así, eran muy distintas. Taryn era una de las socias de Score, y los chicos tenían que admitir que, de los tres, ella era la más equilibrada. Se le daba muy bien mantenerlos a raya.

Larissa siempre la había admirado. Taryn vestía prendas preciosas, usaba tacones de diez centímetros o más y tenía una colección de bolsos digna de un museo. Pero, por encima de todo eso, era una buena amiga.

Dellina organizaba eventos de todo tipo en el pueblo. Fiestas de nacimiento, bodas. Un par de meses atrás había dirigido un gran evento de fin de semana para los mejores clientes de Score y desde hacía poco tiempo estaba comprometida con Sam.

Isabel era la dueña de Luna de Papel que, por un lado era una boutique de moda y, por otro, vendía vestidos de novia. Las tres mujeres llevaban un atuendo muy profesional. Ella se miró y vio sus pantalones de yoga. Tal vez en otra vida heredaría el gen del estilo, pensó con anhelo, pero hasta entonces vestiría ropa cómoda y práctica.

Jo, la propietaria del bar, se acercó y les tomó nota. Taryn pidió nachos para compartir y una jarra de margarita. Jo enarcó las cejas.

–¿Es que esta tarde no pensáis trabajar?

–No sé, ya veremos –le respondió Taryn.

–Eso ya lo he oído antes.

–Le parece que no estamos actuando con responsabilidad –susurró Dellina cuando Jo se había marchado.

–Es justo lo que pretendía–dijo Taryn–. Bueno, ¿qué tal? ¿Alguna novedad?

–Yo estoy muy ocupada con la colección de otoño –dijo Isabel sonriendo–. Tenéis que venir a verla. Hay cosas preciosas –se giró hacia Taryn–. Y hay una cazadora de ante que te va a encantar.

–Iré a verla cuando terminemos aquí.

Dellina sacudió la cabeza.

–Yo no pienso pasarme por la tienda. Me tientas con ropa maravillosa.

Isabel se rio.

–De eso se trata.

–Intento ahorrar.

–¿Para una boda? –le preguntó Larissa mirando su resplandeciente y recién estrenado anillo de compromiso.

–No, me voy a trasladar a una oficina. La casa de Sam es fantástica y me ha dicho que puedo instalarla allí, pero creo que ha llegado la hora de unirme al mundo real y tener una de verdad –arrugó la nariz–. Estoy llegando al punto de necesitar contratar a un ayudante y eso implica la necesidad de tener también más espacio.

–¡Vaya! Me alegro por ti –Isabel se inclinó y abrazó a su amiga–. Es un gran paso. Enhorabuena.

–¡Sí, felicidades! –añadió Larissa feliz de que a su amiga le fuera tan bien.

–Eres toda una magnate –bromeó Taryn–. Impresionante.

–No soy una magnate, pero me está yendo bien. Bueno, ¿y qué tal vosotras?

Taryn mencionó una nueva cuenta que acababa de conseguir Score y después todas las miradas se posaron en Larissa. Se quedó paralizada, consciente, con cierto dolor, de que su vida no era como las de ellas. No disponía de su propio negocio y sus días tenían una cierta monotonía que resultaba triste. La mayor novedad de su vida era la charla que había tenido su madre con Jack y eso no podía mencionarlo.

–He adoptado un gato. Era de una señora que ha muerto, tenía noventa y tres años, y sus hijos no podían ocuparse de la gata, así que me la he quedado yo. Se llama Dyna. Es una ragdoll. Preciosa.

Sacó el teléfono y les enseñó un par de fotos.

Dellina abrió los ojos de par en par al ver la foto.

–Es impresionante. Taryn, si fuera humana, te daría mil vueltas en lo que a moda y estilo se refiere.

–Pues a mí me impresiona más el hecho de que te hayas comprometido a ocuparte de un animal –dijo Taryn.

–No te entiendo –apuntó Isabel–. Larissa siempre está colaborando con distintas causas. Ese rescate de gatos del mes pasado fue fantástico.

Larissa se movió incómoda en su asiento.

–Lo que quiere decir Taryn es que soy más de grandes gestos, como salvar a cuarenta gatos, que de adoptar a uno solo.

Jo apareció en ese instante con un gran jarra de margarita y cuatro copas. Las sirvió y dijo que los nachos saldrían en un momento.

Isabel alzó su copa.

–Por las mujeres que adoro. Gracias por emborracharos conmigo. Muy pronto, algún día, Ford y yo nos quedaremos embarazados y tendré que hacer un hiato con la bebida.

Larissa iba a decir algo cuando Taryn plantó las manos en la mesa y se le adelantó.

–Bueno. Allá va. Me caso.

Miró a Isabel y a Dellina, que parecían igual de confusas con la noticia.

–Estás comprometida –señaló con delicadeza–. Llevas un anillo enorme. Ya nos hemos dado cuenta.

–Sí, pero ya he decidido lo de la boda. Angel y yo vamos a celebrar una boda de verdad.

Larissa asintió lentamente.

–Qué bien.

–Me alegrará mucho ayudarte a organizarla –añadió Dellina igual de cauta.

–Yo tengo unos vestidos preciosos que quiero que veas. Prendas de diseño que te harán parecer una princesa muy sexy. O muy fulana, según prefieras.

Taryn cerró los ojos y los abrió.

–¿En serio? ¿Os parece bien?

Y entonces Larissa lo entendió. Taryn y Angel no eran unos jovencitos, ya habían estado casados antes. Taryn quería un vestido fabuloso y una celebración tradicional, pero no estaba segura de merecérselo porque todo el mundo tenía sus puntos flacos, por mucho que a algunos se les diera mejor ocultarlos.

Agarró la mano de su amiga por encima de la mesa.

–Deberías tener la mejor boda del mundo. Con un vestido tan maravilloso que nos haga llorar a todas.

A Taryn le temblaban los labios. Apretó los dedos de Larissa, controló la emoción y agarró la copa.

–Gracias.

Dellina sacó una agenda de su bolso.

–Te llamaré en un par de días para hablar de la boda.

Isabel se giró hacia Larissa.

–Casi me olvido. Tu madre pasó por la tienda ayer. Se compró un vestido y un bolso. Es mi nueva persona favorita. ¿Lo habéis pasado bien juntas?

Larissa levantó la copa y dio un gran trago.

–Oh, oh –murmuró Taryn–. Eso no tiene buena pinta. Creía que te había agradado su visita, eso has dicho esta mañana.

«Ojalá», pensó Larissa.

–Pero ha sido antes de enterarme de lo que ha hecho mi madre.

Sus tres amigas la miraron.

–¿Y qué ha hecho? –preguntó Isabel.

Esas mujeres la querían, se recordó, no se reirían ni se burlarían de ella. Y, si lo hacían, sería cuando ya no estuviera delante, que era prácticamente lo mismo.

–Mi madre fue a ver a Jack y le pidió que me despidiera para que pudiera volver a Los Ángeles a casarme y darle nietos.

Dellina frunció el ceño.

–Bueno, no está muy bien, pero tampoco es tan horrible.

–Hay más –admitió Larissa–. Le dijo que la razón por la que tenía que marcharme de Fool’s Gold es que estoy enamorada de Jack.

Se detuvo esperando oír unas risas histéricas, o unas risas, al menos. Sin embargo, las tres mujeres se limitaron a mirarse.

Larissa empezó a sonrojarse.

–No estoy enamorada de Jack. No lo estoy. Trabajo para él. Es un tipo genial, pero no hay nada entre los dos.

–Si tú lo dices... –señaló Isabel.

–Si Felicia estuviera aquí, diría que los romances entre jefe y secretaria son un clásico arquetipo –dijo Dellina.

–No soy su secretaria.

–Prácticamente –le dijo Taryn levantando su copa–. Si dices que no estás enamorada de él, yo te creo.

Justo en ese momento llegó Jo con los nachos y el tema se zanjó ahí. Larissa agarró uno, aunque de pronto notó que se le había quitado el hambre.

Todo era culpa de su madre, pensó con pesar. Había abierto la caja de Pandora y ahora ella tendría que encontrar el modo de volver a guardarlo todo en su sitio y cerrarla.

Capítulo 2

 

Que te llamaran para ir a ver a la alcaldesa Marsha era un poco como jugar contra un equipo rival del que no sabías nada, pensó Jack mientras subía las escaleras hasta el despacho. Siempre existía la posibilidad de que sucediera algo... y no bueno, precisamente.

La alcaldesa Marsha era el alcalde que llevaba más tiempo ocupando el cargo de toda California. No solo se implicaba personalmente con los habitantes de su pueblo, sino que parecía saberlo todo y nadie sabía cómo. Jack no solía fiarse de la gente así. La sinceridad podía resultar algo incómodo, y un claro ejemplo de ello era la charla que había tenido con la madre de Larissa. Habría preferido vivir su vida sin haber oído esas palabras.

Agradecía que Larissa lo hubiera tranquilizado al respecto, pero sentirse aliviado y olvidar eran dos cosas muy distintas.

Se detuvo en la puerta del despacho, donde una guapa pelirroja le sonrió y le dijo:

–Hola, Jack. Puedes pasar.

Jack asintió pensando que debía conocer a la recepcionista. Estaba seguro de haberla visto en alguna parte. Era amiga de Taryn y de Larissa, pensó al entrar al despacho.

La alcaldesa pasaba de los sesenta años, tenía el pelo cano y la costumbre de llevar perlas. Ahora que lo pensaba, no creía haberla visto nunca vistiendo algo que no fuera un traje.

Lo que le preocupaba más que su apariencia, sin embargo, era su hábito de lograr que la gente se comprometiera a hacer cosas que no quería. Pero no pensaba dejarse convencer, se dijo. Era un exdeportista, un tipo duro. No podría con él.

–Jack –le dijo la mujer con voz cálida mientras se levantaba–. Muchas gracias por venir a verme.

–Señora –él se acercó al escritorio y le estrechó la mano.

Ella le indicó que fueran a la zona de asientos del rincón.

–Pongámonos más cómodos.

Mientras lo hacían, recordó que la mujer había estado fuera un par de semanas.

–¿Qué tal sus vacaciones?

–Muy relajantes –se sentó en uno de los sillones.

Él ocupó el sofá y al instante se dio cuenta de que había quedado a menor altura que ella. «Muy lista», pensó, admirando su juego de poder. Tenía motivos para no fiarse de ella.

–He estado en Nueva Zelanda, un país precioso. ¿Sabías que muchos de nuestros esquiadores van allí a entrenar en verano? Por supuesto, allí es invierno para ellos.

Jack hizo lo posible por mostrar interés mientras esperaba a que la alcaldesa fuera al grano. No lo habían llamado para ir a hablar de esquí.

La mujer lo miró fijamente.

–He seguido tu obra filantrópica con interés.

Jack se tensó, se obligó a relajarse y esperó a que la mujer continuara.

–Con los transplantes de órganos.

Porque esa era su causa. Ser estrella de la Liga Nacional de Fútbol Americano te daba muchas ventajas aunque también ciertas obligaciones, y una de ellas era que apoyara alguna causa benéfica. Encontrar la suya había sido fácil y a lo largo de su carrera deportiva había hablado a menudo sobre la importancia de la donación de órganos y los transplantes.

–Me alegra poder ayudar ahí donde pueda –dijo con sinceridad. Larissa se ocupaba de la logística y él hacía las apariciones públicas de vez en cuando. Así, ella podía apoyar una causa, que era lo que le encantaba, y él podía fingir que estaba implicado en ellas. Era una situación de la que ambos se beneficiaban.

–Y la conexión familiar debe hacer que tenga más sentido aún –dijo la alcaldesa.

Jack se lo estaba imaginando, así que asintió.

–Por supuesto.

–Perdiste a un hermano, ¿cierto?

–Sí.

–¿Tu gemelo?

–Sí.

«Gemelo idéntico», añadió Jack para sí. Con la diferencia de que el corazón de Lucas no se había formado bien dentro del útero. Un problema celular o algo así. Los médicos nunca habían logrado explicarlo lo suficientemente bien como para que él lo entendiera. O tal vez simplemente no habían sabido el motivo, pensó con pesar. Pero la cuestión era que un hermano había nacido perfectamente sano y el otro... no.

Jack no quería entrar ahí. No quería recordar lo que había sido crecer siempre preocupándose por su gemelo. No quería sentir la culpabilidad que acompañaba al hecho de ser el que jamás se ponía enfermo, el que nunca se sentía débil, el que nunca tenía que preguntarse si llegaría a cumplir los cinco o los diez años.

Jack sabía por dónde iría la conversación ahora. La alcaldesa Marsha quería su ayuda o, más concretamente, el dinero que generaría su presencia. Tal vez conocía a una familia que necesitaba ayuda para pagar una cirugía o encontrar un alojamiento temporal mientras su hijo se sometía a una operación que le salvaría la vida.

Pan comido, pensó. O en su caso, algo tan sencillo como pedirle a Larissa que hiciera lo que había que hacer.

–¿Quién es la familia?

La mujer sonrió.

–No necesito tu ayuda para un paciente de un transplante, Jack. Se trata de algo completamente distinto. ¿Sabes que aquí en el pueblo tenemos una universidad?

El cambio de tema lo sorprendió.

–Eh, claro. La UC Fool’s Gold.

–Bueno, más bien es la Cal U Fool’s Gold, pero sí. Tienen una excelente reputación académica y van a colaborar con la UC Davis para ampliar el departamento de enología.

–¿El qué?

–El estudio del vino. Nuestros viñedos están funcionando muy bien y se nos está empezando a reconocer como una pequeña pero prestigiosa región. Le estamos solicitando a la Agencia de Impuestos y Comercio de Alcohol y Tabaco que designen a Fool’s Gold como Área Vitivinícola Estadounidense –se detuvo–. Por ejemplo, aquí en California el Valle de Napa es área vitivinícola, y también está Red Mountain en el estado de Washington. Queremos que Fool’s Gold también lo sea.

–De acuerdo –dijo Jack lentamente–. No sé nada ni de elaboración de vinos ni de áreas vitivinícolas –aunque sí que disfrutaba tomándose un buen merlot.

–Por supuesto que no –le respondió la alcaldesa–. Te he invitado para charlar de fútbol.

A Jack le dolía la cabeza por la velocidad con que la mujer cambiaba de tema. Ella sí que sabía aturdir a un hombre.

–¿Es que quiere ayuda para jugar con su equipo de fútbol online? –preguntó con cautela.

La alcaldesa se rio.

–No, pero gracias por el ofrecimiento. Mi problema es más real que eso. La Cal U Fool’s Gold necesita un nuevo entrenador. Bueno, más que eso, necesita un programa completo.

¿Entrenador? ¿Programa?

–No es mi campo de experiencia. El director de deportes se ocupa de esa clase de cosas junto con el rector y el presidente de la universidad. Además, hay cazatalentos especializados en buscar entrenadores.

–Todo eso se está estudiando. Sin embargo, en el comité de investigación hay un puesto vacante para asesor y ahí es donde entras tú, Jack. Quiero que seas nuestro asesor. Eres un jugador con gran experiencia, sabes qué se necesita para ser un buen entrenador y saber que estás ayudando alentará al grupo. Estás especialmente cualificado para esto, mejor que nadie. Has convertido a Fool’s Gold en tu hogar y espero que estés dispuesto a responder ante la comunidad que te ha acogido y te hizo sentir tan bien recibido.

Él sonrió.

–Es usted muy poco sutil para hacerme sentir culpable.

–Yo no lo veo así. Ambos sabemos que vas a aceptar. Por mí, cuanto antes mejor, pero si necesitas que se te convenza, eso también puedo hacerlo.

–No sé por qué, pero creo que ahí entraría Taryn.

–Ella solo es una de las muchas opciones que tengo a mi disposición.

–Le agradezco la sinceridad.

Ella sonrió, pero no dijo nada.

Jack sacudió la cabeza y supo que de nada servía intentar evitar lo inevitable.

–Seguro que hoy tiene mejores cosas que hacer que manipularme. Sí, por supuesto, participaré en su comité. Deles mi número de contacto.

La alcaldesa Marsha se levantó y alargó la mano.

–Ya lo he hecho. Gracias, Jack. Te agradezco que te ofrezcas voluntario.

Él le estrechó la mano.

–Usted da un poco de miedo, ¿lo sabe, verdad?

La mujer esbozó una pícara sonrisa.

–Cuento con ello.

 

 

A Larissa no le gustaba sentirse tan inquieta, no era propio de ella. Cuando había algún problema, se lanzaba de lleno para atajarlo. Si había algo que salvar, allí estaba ella. Pero ahora mismo, que supiera, no había ni mamíferos, ni pájaros, ni reptiles que necesitaran su ayuda. Aunque, de todos modos, ya le habían prohibido ayudar a más reptiles. Unos meses atrás se había producido un desafortunado incidente en el que se habían visto implicados unas serpientes venenosas y Angel, el prometido de Taryn. Aún se sentía muy mal por ello.

Caminaba de un lado a otro en su despacho. Era demasiado grande y estaba pegado al de Jack. Tenía un ordenador desde el que gestionaba la agenda de Jack y algunos archivadores que estaban prácticamente vacíos. Ella no era mucho de archivar. Prefería apilar y, cuando las pilas se hacían demasiado altas, lo metía todo de golpe en un archivador. Sí, tal vez era un sistema algo desorganizado, pero a ella le funcionaba.

Ese despacho era algo que aceptaba, pero que no le gustaba en realidad. Su diminuto reino era la sala de masajes en el otro extremo del edificio. Ese sitio sí que era exactamente como le gustaba. Desde el color de las paredes hasta el sistema de sonido pasando por la camilla de masajes que le habían adaptado y personalizado para satisfacer todas sus especificaciones. Las sábanas eran suaves, pero absorbentes. Encargaba especialmente aceites con gran capacidad para reducir la inflamación y atenuar el dolor y que no dejaban a los chicos cubiertos de un aroma a flores. Para Taryn disponía de una colección especial de aceites orgánicos. Tenía listas de música personalizadas para cada uno de ellos y había elegido minuciosamente todos los albornoces y toallas que usaban tanto en la sala como en las duchas y las saunas.

En ese lugar se sentía cómoda. Relajada. Controlaba la situación. Sin embargo, el resto de su vida era como un juego de azar.

Apagó el ordenador y entró en el despacho de Taryn. Su amiga estaba al teléfono, pero le indicó que entrara. Larissa cruzó el suelo enmoquetado. Era necesario que fuera así de afelpado porque Taryn tenía la costumbre de descalzarse en cuanto se ponía a trabajar. Pasaba la mayor parte del día descalza, lo cual Larissa jamás había entendido. ¿Por qué comprar unos zapatos que eran tan incómodos que se los tenía que quitar? Bueno, de todos modos, tampoco entendía nada su vestuario en general.

Ese día su jefa llevaba un vestido blanco y negro sin mangas. De una silla colgaba una chaqueta y junto al escritorio estaban sus zapatos, con una pinta matadora. También eran blancos y negros, de alguna clase de piel, con tiras anchas y un tacón esculpido de unos diez centímetros que daba miedo.

Mientras Taryn ponía fin a la llamada, Larissa se quitó sus cómodos zapatos planos y, con cuidado, se subió a los absurdos tacones de su amiga. Los centímetros de más la hicieron tambalearse y tuvo que agarrarse a la mesa para no caerse. Una vez estuvo segura de que podía mantener el equilibrio, se puso la chaqueta y, con cuidado, se dirigió hacia las puertas cerradas situadas detrás de la mesa de Taryn.

–Claro, Jerry –dijo Taryn conteniendo la risa–. Me pongo con ello. ¿Te viene bien el martes?

Larissa abrió la puerta de la derecha y se miró en el espejo de cuerpo entero.

La chaqueta era demasiado pequeña. Aunque Taryn era más alta, era una talla más delgada. Pero incluso con la prenda tirándole de los hombros y sin llegar a cerrarle, podía ver cómo el corte definía la parte superior de su cuerpo y hacía que su cintura se afinara exageradamente.

Por mucho que, técnicamente, los zapatos hicieran juego con sus pantalones negros de yoga, quedaban ridículos con su estilo informal. Y era imposible caminar con ellos. Aun así, eran muy sexys, pensó con cierto anhelo. Sexys y sofisticados.

–Juro por Dios que uno de estos días te vas a matar –dijo Taryn acercándose por detrás–. Sabes que no sabes caminar con tacones.

Larissa se giró con mucho cuidado para mirar los zapatos desde otro ángulo.

–Lo sé, ¡pero siempre vistes con tanto estilo! Yo parezco que compro en un almacén de saldos.

–Porque es lo que haces.

–Mi ropa es nueva –contestó Larissa intentando no sonar a la defensiva, lo cual era difícil de ocultar porque así se sentía–. Nuevísima. Lo era cuando la compré.

–Ya –apuntó Taryn no muy convencida–. Tenemos la misma conversación cada poco tiempo. Dices que quieres vestir mejor y me ofrezco a ayudarte. Luego prometes que vamos a quedar para ir de compras, pero al final nunca lo haces.

Larissa se descalzó y le devolvió la chaqueta a su amiga.

–Lo sé. No es que me gusten mucho los cambios de imagen. Me gusta más la sencillez –miró su rostro en el espejo. Tenía una piel bonita y una melena rubia oscura con reflejos que se hacía cada seis u ocho meses.

–Un poco de máscara de pestañas no te va a matar –le informó Taryn–. No digo que tengas que vestir como yo, podrías seguir yendo cómoda, pero un poco más arreglada.

–¿Me lo dices como amiga o como jefa?

Taryn volteó la mirada.

Kit me alegra el día.

Ahora sí que se había perdido del todo.

–¿Quién es Kit?

–Kit Kittredge. Es una de las muñecas American Girl. Te las he enseñado antes.

–¿Y te estaba prestando atención?

–Probablemente no –un poco de la tristeza que había inundado sus ojos se desvaneció–. Nunca te gustaron las muñecas.

Él le guiñó un ojo.

–No, a menos que fueran anatómicamente correctas. ¿Para qué otras causas debería ir preparándome?

–Va a haber un rescate de chiweenies.

–¿Un qué?

–Rescate de chiweenies, son un cruce entre chihuahua y dachshund.

–Hay gente con mucho sentido del humor –murmuró–. ¿Y cómo me va a afectar esto a mí?

–Se está investigando a un criador. Nos preocupa que tenga una fábrica de cachorros más que un saludable programa de cría.

Jack se podía imaginar el resto fácilmente. Si se trataba de una especie de fábrica de cachorros, entonces se intervendría y Larissa se involucraría, lo cual significaba que él también acabaría haciéndolo.

–No me traigas ninguno a casa –le dijo aunque sin mucha energía. Decirle «no» tampoco servía de mucho y, de todos modos, en realidad no le importaba lo que metiera en su vida porque, al final, eso siempre daba pie a conversaciones interesantes.

–No siempre te involucro a ti también –protestó ella.

–¿Y qué pasó con las mariposas?

Larissa se movió incómoda en su silla.

–Aquello fue una situación especial.

Claro. Una que requirió que él no hiciera ruido ni encendiera las luces durante días. Aunque lo de tener unas mariposas en unas jaulas había sido más llevadero que los perros de pelea que ni siquiera le dejaban entrar en su propia casa.

–Nunca resultas aburrida, eso lo tengo que reconocer.

Más tarde, una vez terminaron de cenar y de recoger, él le dio un abrazo de buenas noches y se marchó. Ya en la acera, respiró el frío aire de la noche y echó a andar de vuelta a casa.

Sí, lo tenía todo, se dijo. Sus compañeros de Score eran su familia, Larissa era su mejor amiga y, siempre que le apetecía, tenía a montones de mujeres con las que poder estar. Y lo mejor de todo era que después podía volver a su casa vacía y tranquila, cuando quisiera. Era un hombre afortunado. La mayoría de los días era genial ser Jack McGarry.