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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Anne Mather

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un heredero inesperado, n.º 2603 - febrero 2018

Título original: An Heir Made in the Marriage Bed

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-721-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

HACÍA un calor insoportable.

Matt Novak se revolvió en la hamaca que su madre había hecho instalar bajo una sombra en el patio. Tenía los pantalones cortos y el polo empapados en sudor, pero pensaba ir al gimnasio más tarde. No aguantaba la inactividad.

Frente a él, el sol brillaba sobre el agua del canal que lamía la pared del rompeolas. Ni siquiera las gafas lo protegían de los destellos que centelleaban en la bahía.

Junto al patio había una higuera cuyas ramas retorcidas apenas se percibían bajo la densa copa. El pequeño velero de su padre se mecía apaciblemente en el embarcadero. Matt podía percibir el olor a humedad de la vegetación que crecía en la ría y el inconfundible aroma del mar.

La atmósfera era de una hermosa tranquilidad, pero Matt estaba hastiado de que lo trataran como a un inválido. Inicialmente, le había resultado agradable que atendieran todas sus necesidades, pero con el paso de los días su madre había acabado por sacarlo de quicio. Censuraba que Matt fuera al gimnasio porque no quería admitir que se encontraba mucho mejor.

La misma razón por la que se negaba a devolverle el ordenador.

Cuando en el hospital de Caracas se lo habían confiscado junto con el teléfono, no le había importado. La fiebre tropical que lo había atacado durante su viaje por Venezuela lo había dejado exhausto, y había necesitado concentrar toda su energía en superarla. Pero su madre no quería aceptar que ya estaba bien y estaba empeñada en retenerlo en Coral Gables.

Lo único que enturbiaba su felicidad era que su marido, el padre de Matt, hubiera abandonado temporalmente su retiro para reemplazarlo en su puesto de director general en la oficina de Nueva York de Novak Oil Exploration and Shipping. NovCo.

Matt frunció el ceño. Que su padre lo sustituyera no le importaba porque ya antes de los últimos acontecimientos había decidido que no quería pasar el resto de su vida dirigiendo la empresa, aunque todavía le quedara convencer de ello a sus padres.

Pero había otro tema que lo irritaba: el hecho de que Joanna, la esposa de la que estaba separado y que vivía en Londres, no hubiera contestado a ninguno de los correos que le había pedido a su madre que le escribiera.

Una cosa era que pudiera comprender que siguiera enfadada con él. Pero ¿realmente le daba lo mismo que estuviera vivo o muerto? Y como se había cambiado de número de teléfono, ni siquiera podía llamarla.

Solo le había quedado la opción de localizarla en la galería en la que trabajaba, pero Matt no quería tener que hablar con David Bellamy. Por eso pensaba ir a Londres la semana siguiente para hablar con ella en persona.

El ruido del motor de un coche rompió el silencio que lo rodeaba.

Matt se tensó, pensando que sería una de las visitas que recibía su madre. Pero entonces recordó que su hermana, Sophie, que pasaba unos días con ellos, había ido a llevar a una amiga al aeropuerto. Sin embargo, cuando oyó pasos de dos personas sobre la gravilla del camino de acceso, cruzó los dedos para que no hubiera vuelto con otra de sus amigas.

Matt estaba harto de que madre y su hermana le presentaran mujeres para ayudarlo a olvidar a Joanna. Aunque estuvieran pasando una crisis, seguían estando casados y Matt confiaba en que acabarían por superarla.

Pero no se trataba de una amiga de Sophie… O al menos no directamente.

La mujer que seguía a su hermana le era extremadamente familiar. Alta y delgada, con una figura escultural que enfatizaban una blusa de seda y una falda con vuelo que le quedaba por encima de las rodillas, estaba espectacular. La melena rubia le llegaba hasta los hombros y sus ojos violetas se clavaron en los de él.

La última vez que había visto a su esposa había sido nueve meses antes, en el funeral del padre de esta, aunque ella no supo que había acudido. Con anterioridad, había sido cuando Joanna abandonó el apartamento de Londres diciéndole que no quería volver a verlo.

Y, sin embargo, estaba allí. ¡Aleluya!

Matt pensó que Sophie parecía nerviosa.

–Mira a quién me he encontrado en el aeropuerto –dijo, forzando un tono artificialmente animado.

Matt se puso en pie.

Por su parte, Joanna estaba agitada. No tenía planeado ir a la casa de los padres de Matt. Aunque su intención fuera hablar con su marido, había reservado una habitación en un hotel de Miami Beach, donde había confiado en cenar con él aquella noche. No había tenido la menor intención de presentarse allí sin previo aviso.

Hasta que Sophie le había dicho que Matt había estado gravemente enfermo.

Cuando tomó el vuelo aquella mañana en Nueva York, no tenía la seguridad de encontrar a su marido en Miami. Solo sabía que no estaba ni en Londres, ni en su despacho de Nueva York.

En este último le habían informado de que Oliver Novak, su padre, había vuelto a tomar el mando de la compañía. Y aunque a Joanna le extrañó, puesto que se había retirado dos años antes, y tuvo la seguridad de que algo serio debía de haber sucedido para que se reincorporara al trabajo, no se le había ocurrido que la crisis estuviera relacionada con Matt.

Como no había querido implicar a su suegro en un asunto que solo le afectaba a su marido, se había marchado sin hablar con él y había tomado la decisión de ir a Miami. Necesitaba enfrentarse a Matt y averiguar por qué no estaba contestando sus mensajes.

Joanna temía por encima de todo el encuentro con su madre. Adrienne Novak nunca la había apreciado, y Joanna estaba segura de que habría recibido encantada la noticia de su separación. Nunca la había considerado bastante buena como para su hijo, y había aprovechado cualquier oportunidad para crear problemas entre ellos.

Lo peor había sido cuando Matt y ella habían tratado infructuosamente tener un hijo, y Adrienne se había encargado de dejarle claro que Matt, como único varón de los Novak, quería un heredero. Y si ella no se lo daba…

Adrienne había dejado la frase en el aire, pero Joanna no había necesitado que la concluyera.

Había sido una extraordinaria casualidad que Joanna se encontrara con la hermana de Matt en el aeropuerto. Sophie y ella eran amigas desde que habían coincidido en Nueva York. Sophie era mayor que Matt y no se parecía en nada a su madre. De hecho, aun cuando su propio matrimonio, maquinado por su madre, estaba naufragando, había sido un gran apoyo para Joanna cuando la imposibilidad de quedarse embarazada la sumió en una depresión.

Al saber que Joanna había ido a ver a Matt, la había invitado a ir con ella a la casa. Joanna vaciló y le explicó que tenía una reserva en un hotel, pero entonces Sophie dijo algo que le hizo aceptar su invitación.

«Matt está prácticamente recuperado y le alegrará verte», comentó como si Joanna supiera de qué estaba hablando. «Ya conoces a mamá. Aunque la fiebre ya ha pasado, intenta retenerlo lo más posible».

A Joanna le había alarmado enterarse de que su marido había padecido una grave enfermedad tropical que había contraído en Sudamérica, y le irritó que nadie se hubiera puesto en contacto con ella para informarla.

Cuando Sophie insistió en que Matt no querría que se alojara en un hotel, Joanna se preguntó qué habría contado Matt a su familia sobre su separación y confió en que les hubiera explicado por qué estaba intentando dar con él, aunque temía que no fuera así.

En cuanto a Sophie, parecía convencida de que su cuñada estaba allí para reconciliarse.

«Sé que Matt y tú habéis tenido problemas, pero estoy segura de que os habréis dado cuenta de que os necesitáis. Matt ha estado muy desanimado desde que volvió de Venezuela».

Joanna se dijo que su estado de ánimo no tenía nada que ver con ella, sino con su enfermedad, pero no quiso contradecir a Sophie. Y había decidido que lo mejor sería enfrentarse lo antes posible a la situación.

Los ojos de Matt estaban ocultos tras unas gafas de sol, y Joanna se dio cuenta de que había perdido peso. Aun así, a sus treinta y ocho años, seguía atrayendo las miradas de todas las mujeres. Para Joanna, siempre había sido el hombre más atractivo del mundo.

Pero no estaba allí por ese motivo, se dijo. Y tuvo la seguridad de que sí había leído sus mensajes. No podía haber estado tan enfermo como para no poder ver su correo.

A pesar de la pérdida de peso, parecía razonablemente en forma. Y estaba tan perturbadoramente guapo como siempre. Había algo sensual en su taciturno semblante que siempre le había resultado irresistible. En aquel momento, a su pesar, descubrió que eso no había cambiado.

Quizá habría quien considerara que las cuencas de sus ojos eran demasiado profundas, o que sus labios eran demasiado finos, pero ella no estaba de acuerdo. Matt era pura sensualidad. Por eso mismo había preferido escribirle y había confiado en que no se opusiera a su petición de divorcio. Había querido evitar verlo porque sabía hasta qué punto era todavía vulnerable a sus encantos.

Aunque la enfureciera, su respiración se agitó en cuanto Matt se aproximó a ella. «No me toques», pensó en estado de pánico. Y tuvo el impulso de salir corriendo.

–Jo –dijo él, quitándose las gafas. Su profunda voz fue como papel de lija para los sensibilizados nervios de Joanna–. Qué amable eres viniendo a verme.

Joanna no supo si hablaba con sarcasmo, pero hizo como que no veía que le tendía la mano. No quería que notara que le temblaba el pulso, ni el calor que la asaltaba al tenerlo tan cerca.

–Sophie me ha dicho que has estado enfermo –dijo precipitadamente–. Lo siento. ¿Te encuentras mejor?

Matt bajó la mano y la miró desconcertado. Era evidente que no sabía que nadie le había contado nada de su enfermedad.

–Me extraña que hayas tardado tanto en venir –dijo él.

Intuyendo que había un malentendido, Sophie intervino.

–Me he encontrado con Joanna en el aeropuerto. Acababa de llegar de Nueva York y se iba al hotel, pero le he convencido de que viniera conmigo.

–¿Ah, sí? –dijo él, clavando la mirada en Joanna–. ¿Por qué ibas a alojarte en un hotel?

–Me parecía lo mejor –dijo ella, intentando sonar lo más natural posible–. Después de todo, esta es la casa de tus padres y no he avisado a nadie de que venía.

–Pero supongo que has recibido los mensajes de mi madre –dijo Matt, impacientándose–. La verdad es que esperaba una reacción por tu parte más… ¿compasiva?

En ese momento Sophie decidió que convenía dejarlos solos y fue lo que hizo, despidiéndose con un gesto de la mano y un «hasta luego».

Pero la desaparición de su cuñada elevó la tensión entre ellos y Joanna retrocedió un paso. ¿A qué correos se refería? Evidentemente, no a los que ella había mandado.

Sacudió la cabeza y dijo:

–Aunque no lo creas, no sabía nada de tu enfermedad. Si no, me habría puesto en contacto antes contigo. He venido solo porque, al no encontrarte en Nueva York, pensé que podrías estar aquí.

–¿No te lo contó mi padre? –preguntó Matt. Pero se dio cuenta de que si su padre hubiera visto a Joanna, se lo habría dicho.

–No quise hablar con él –dijo Joanna, ansiosa–. Quería hablar contigo directamente.

–¿Quieres decir que no has sabido nada de mí?

Joanna se cuadró de hombros.

–Así es. ¿Por qué habría de mentirte?

–Eso me pregunto yo.

Joanna se indignó.

–Si te hubieras molestado en leer mis mensajes, sabrías por qué estoy aquí.

–¿Qué mensajes? –preguntó Matt perplejo.

–Esto es absurdo –exclamó Joanna–. Me refiero a la media docena de mensajes que te he mandado las últimas semanas –lo miró fijamente–. No puedo creer que no hayas leído ninguno.

–Pues créelo –dijo él, sosteniéndole la mirada–. Primero estuve en el hospital, tanto en Caracas como en Miami. Y luego he dejado que mi madre se ocupe de la correspondencia.

«Eso lo explica todo», pensó Joanna con amargura. «¡Qué oportunidad de oro había tenido Adrienne para enemistarlos un poco más! Como si no hubiera ya suficientes motivos…»

–Por eso mi padre está en Nueva York –explicó Matt–. En cuanto supo que tenía que pasar un tiempo de reposo, quiso sustituirme. Sospecho que se aburría y quería tomar el mando.

Joanna pensó que esa era una característica común con su hijo. Pero cuando Oliver Novak sufrió un leve infarto, dos años antes, los médicos le habían aconsejado que se retirara.

Entonces Matt lo había reemplazado, pero como Joanna no quería dejar solo a su padre, al que le habían diagnosticado un cáncer de pulmón, Matt había accedido a dividir su tiempo entre las oficinas de Nueva York y de Londres.

Esa decisión se había convertido en una navaja de doble filo, aunque Joanna no fuera consciente de ello hasta más tarde. La relación entre ellos ya estaba tensa por la dificultad de concebir y su negativa a discutir sus sentimientos con Matt. Oír que salía a cenar y de copas con sus inversores, tanto masculinos como femeninos, no había contribuido a mejorar las cosas.

Era parte de su trabajo y en el pasado no le había importado. Pero por entonces creía que Matt la amaba, y confiaba en él. Sin embargo, no quedarse embarazada le había hecho más vulnerable de lo que lo había sido nunca.

–No tenía ni idea de nada –dijo con firmeza–. ¿Acaso crees que no tengo sentimientos?

Lo que no comprendía era que Adrienne no hubiera pasado sus mensajes a Matt.

Eso no cambiaba la razón de su visita. Quería el divorcio. Tan sencillo y tan complicado como eso. Sencillo porque todo lo que hacía falta era que Matt accediera. Complicado porque cuando su padre vendió su pequeña compañía a Novak Corporation, Matt la había convertido en accionista de NovCo, lo que dificultaba el proceso legalmente.

En ese momento, lamentó no haber seguido el consejo de David Bellamy, su jefe en la galería en la que trabajaba cuando conoció a Matt, y a la que había vuelto. David le había aconsejado que se comunicara con él a través de sus abogados. A David nunca le había gustado Matt. Según él, los hombres como Matthew Novak estaban acostumbrados a que las mujeres cayeran rendidas a sus pies, y había tenido la seguridad de que su matrimonio no duraría.

Y había estado en lo cierto.

«Sabes que cree que puede convencerte de lo que quiera», había dicho en más de una ocasión. «Y si cree que tu decisión tiene algo que ver conmigo, se enfurecerá. ¿Quieres darle la oportunidad de hacerte cambiar de idea?».

«No lo conseguiría», había contestado ella, sintiéndose segura en la distancia.

Y estaba segura de su decisión. Solo tenía que pensar en su padre y el sufrimiento que había padecido durante su enfermedad para saber que no había vuelta atrás.

Aunque hubieran pasado ya meses y su padre estuviera muerto, no había disminuido la amargura que sentía hacia Matt. Incluso se había convencido de que su amor nunca había sido real. Se sentía independiente y quería seguir siéndolo.

Por eso necesitaba el divorcio.

Sin embargo, no estaba preparada para enterarse de que Matt había estado enfermo. En cuanto Sophie se lo había dicho, se había dado cuenta de que sus sentimientos eran mucho menos claros de lo que creía.

Había estado segura de que era inmune a Matt, de que podría verlo y hablar con él sin sentir la fuerza de la atracción que la había dominado en el pasado.

Pero una vez más, se había equivocado.

Capítulo 2

 

ESO SIGNIFICABA que se arrepentía? No, se dijo Joanna. Solo reaccionaba así por la atracción sexual que Matt despertaba en ella; no porque siguiera sintiendo algo por él.

Matt la observaba, evidentemente tan confuso como ella. Indicó una silla con la mano.

–¿Por qué no te sientas y tomamos algo? Si no has venido a asegurarte de que aún estoy vivo, ¿qué te ha traído por aquí?

Joanna vaciló, pero dadas las circunstancias, pensó que no le quedaba elección.

–De acuerdo –dijo.

Matt chasqueó los dedos y apareció un miembro del servicio, a quien ordenó llevarles café y té helado. Luego sugirió a Joanna que se sentara en la silla que estaba junto a la hamaca de la que él se había levantado. Ella, a pesar de que hubiera preferido sentarse más lejos, se resignó y la aceptó. Entonces Matt se sentó a su vez, bajó el reposapiés y se giró hacia ella de manera que sus rodillas prácticamente rozaban las de ella.

Estaban solos. Joanna dejó el bolso en el suelo y se retiró un mechón de cabello detrás de la oreja. El viaje en el descapotable de Sophie la había despeinado, y le irritó no tener un peine consigo.

Su gesto hizo pensar a Matt automáticamente en lo sedoso que era su cabello y en la suavidad de su piel. Llevaban mucho tiempo sin verse y estaba ansioso por decirle que, a pesar de lo que había sucedido entre ellos, lamentaba haber pasado tanto tiempo separados.

¿Pero estaría más dispuesta a oírle que en el pasado?

Por su parte, Joanna se arrepentía de haber aceptado la invitación de Sophie. Si hubiera llamado por teléfono se habría enterado igualmente de que Matt había estado enfermo, pero habría podido esperar al día siguiente para verlo y se habría sentido mucho más segura si el encuentro se hubiera producido en el hotel.

Matt la miró inquisitivamente y dijo:

–¿Debo asumir que no me has perdonado?

Joanna apretó los labios. La pregunta la había tomado por sorpresa.

–¿Creías que te perdonaría?

–Han pasado nueve meses desde la muerte de tu padre –dijo Matt–. Lamento lo que sucedió, pero no fue culpa mía.

–Eso dices –dijo ella, mirándolo con frialdad–. Lo cierto es que mi padre confiaba en ti.

–Y yo en él –dijo Matt con una aspereza que no pudo reprimir–. Lo que demuestra que fui un ingenuo. Angus Carlyle no confiaba en nadie. Hasta tu madre lo sabía.

–No metas a mi madre en esto –dijo Joanna secamente–. No es precisamente un buen modelo. Tuvo una aventura con otro hombre.

–Cuando se separó de tu padre. Glenys conoció a Lionel Ivory después de haber pedido el divorcio –apuntó Matt–. Espero que la hayas perdonado.

–Mi relación con mi madre no es asunto tuyo.

–No –admitió Matt–. Pero Angus era un hombre celoso, Jo, y no soportaba que ella fuera feliz. Como no soportaba que estuvieras casada conmigo.

–¡Eso no es verdad!

–Claro que lo es. Eras su niñita y te quería para él. Sospecho que solo te dejó trabajar en la galería de Bellamy porque no sabía que estaba enamorado de ti.

Joanna lo miró boquiabierta.

–¡David no está enamorado de mí!

Matt se encogió de hombros y suspiró. Luego acarició los nudillos de la mano de Joanna sensualmente y dijo:

–No hablemos de Bellamy ni de tu padre, Jo. Prefiero hablar del futuro.

Joanna apartó la mano bruscamente.

–No tenemos futuro –dijo airada–. Lo sabes perfectamente.

El rostro de Matt se ensombreció.

–No estoy de acuerdo –dijo con amargura–. A no ser que consientas que las mentiras de tu padre destrocen tu vida.

–Mi padre no me mintió –dijo ella en tensión–. Me dijo la verdad.

–La suya –Matt la miró con expresión de cansancio–. Te amo, Jo. Dime qué debo hacer para recomponer nuestra relación.

Joanna tuvo que esforzarse para retirar la mirada.

–No es a eso a lo que he venido.

Matt frunció los labios.

–Eso me temía.

–Entonces serás consciente de que…