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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Karen Booth

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cita con mi vecino, n.º 2110 - febrero 2018

Título original: The CEO Daddy Next Door

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-745-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Ashley George soltó un suspiro exasperado cuando, al cerrar la puerta de su casa, vio que Marcus Chambers estaba entrando en el ascensor.

–Supongo que quieres subir. ¿Te sujeto la puerta?

Ashley se sintió todavía más molesta ante el perfecto acento de Marcus y su actitud de superioridad. Él sabía que sí quería subir. A menos que fuera a bajar por la escalera los once pisos de su edificio en Manhattan en cinco minutos con una falda apretada y tacones altos, necesitaba el ascensor.

Sin responder, ella tomó aliento y entró sin mirarlo.

–¿A la primera planta?

Ashley apretó los puños. Solo habían compartido el mismo espacio durante dos segundos y ya estaba al límite de sus nervios.

–Los dos sabemos que vamos a la misma reunión. No hace falta que hagas preguntas innecesarias.

Él se cruzó de brazos y fijó la vista en la puerta.

–Ser un caballero nunca está de más.

La caballerosidad era, sin duda, el escudo tras el que se escondía Marcus Chambers. Era increíblemente guapo, sí. Pero daba lo mismo, porque también era un engreído. Parecía tenerlo todo, dinero, un piso magnífico en la parte más lujosa de la ciudad y una preciosa niña, Lila.

–No estaría en este ascensor si no fuera por tus quejas a la comunidad de propietarios –replicó ella.

Marcus se aclaró la garganta.

–Y yo no tendría que quejarme si buscaras un contratista competente para terminar tu reforma –señaló él, lanzándole una fría mirada con sus enormes ojos verdes–. Parece que el caos te sigue allá donde vas.

Ashley apretó los labios. Marcus no se equivocaba del todo. Entendía que, bajo su punto de vista, su vida le pareciera un tornado. Siempre iba corriendo a todas partes, con el teléfono en la mano, tratando de poner orden en las millones de cosas que tenía en la cabeza. Claro que había tenido problemas con la reforma de su casa. A veces, las cosas no salían como la gente quería. Ella hacía todo lo que podía. Y él no se había mostrado, en absoluto, comprensivo.

Con un suspiro, Ashey se apoyó en la pared del ascensor, echándole otro vistazo. Si pudieran hacerle un trasplante de personalidad, sería perfecto. Tenía una fuerte mandíbula con barbilla cuadrada, pelo castaño brillante, un pecho ancho y musculoso, igual que los abdominales que sabía que escondía bajo la camisa. No le había visto el torso al desnudo en vivo, pero había contemplado fotos suyas en internet. Era uno de los solteros más codiciados del Reino Unido, como rezaba en un calendario para fines benéficos adornado con fotos de los hombres más atractivos. Un soltero que criaba a un bebé tras un sonado divorcio.

En alguna parte del mundo, debía de haber una mujer adecuada para ese tipo, tan maravilloso en el exterior y tan insoportable por dentro. Sería un protagonista ideal para su programa de televisión, Tu media naranja, se dijo ella. El amor verdadero existía, igual que las almas gemelas… igual que las cosas que más temía la gente, corazones rotos, enfermedades y obligaciones de vida o muerte.

Ashley todavía creía que encontraría a su pareja perfecta algún día. Pero, después de haber sido abandonada el día antes de Navidad por quien había creído su hombre ideal, había decidido tomarse un año de descanso sin salir con nadie. Había necesitado centrarse en sí misma. Sin embargo, no había cumplido sus planes. Marcus se había mudado a su edificio a principios de enero y la había invitado a salir una semana después de que se hubieran conocido. Como una tonta, ella había aceptado. Esa noche, hacía tres meses, no había hecho más que probar su hipótesis. No era momento para salir con nadie. Ella no confiaba en sus instintos en lo que a hombres respectaba. No, después de su ruptura con James. De hecho, su vida estaba sumida en el caos.

Marcus movió la cabeza a los lados, como si estuviera tratando de estirar el cuello. El aroma de su loción para después del afeitado la envolvió. Maldición. Olía bien, masculino y cálido, como el mejor bourbon. Curioso, cuando Marcus era el director de las destilerías de ginebra de la familia Chambers.

El ascensor llegó a su destino.

–Después de ti –dijo él con acento aterciopelado.

Ashley salió. La falda le quedaba demasiado apretada como para dar pasos largos, algo que le hubiera gustado hacer para demostrar determinación. Reuniendo todas sus agallas, entró en la sala de reuniones. Los cinco miembros de la junta de la comunidad de vecinos estaban sentados a la mesa. La presidenta, Tabitha Townsend, la miró como si fuera una mancha de vino tinto en una moqueta blanca. No iba a ser fácil ganársela, pensó ella.

–Hola a todos –saludó Ashley, tratando de exhibir su mejor sonrisa, a pesar de que había tenido un día agotador con los preparativos de la nueva temporada de Tu media naranja. Le estrechó la mano a su única aliada, la señora White, una veterana residente en el edificio y adicta al que ella dirigía.

–¿Puedes decirlo para mí? Solo una vez, por favor –rogó la señora White ilusionada.

Ashley no tuvo elección. Tenía que hacer feliz, al menos, a una de los presentes.

–Soy Ashley George y encuentro el amor verdadero en la ciudad que nunca duerme.

La señora White aplaudió emocionada.

–Me encanta cada vez que abres así el programa. Le cuento a todos mis amigos que te conozco.

–Es un honor para mí también –repuso Ashley.

Pero la señora White dejó de sonreír. En un instante, cambió de expresión.

–Ojalá la reunión de hoy tuviera lugar en mejores circunstancias. Me gustaría que pudiéramos hablar de la nueva temporada del programa, no de disputas vecinales.

–Te aseguro que son más que disputas –intervino Marcus con la calidez de un iceberg.

La señora White meneó la cabeza, posando los ojos en el uno y en la otra.

–Es una pena. Haríais buena pareja. ¿Lo habéis pensado alguna vez? ¿Por qué no salís a cenar para arreglar vuestras diferencias?

Marcus hizo una mueca. Solo habían salido a cenar una vez y había salido fatal. Nerviosa hasta límites insoportables, Ashley había bebido demasiado vino antes de que hubieran llegado los entrantes. Al parecer, no había digerido del todo su ruptura con James, porque no había dejado de hablar de él y de cómo la había dejado porque ella no había estado preparada para comprometerse, porque no había querido tener hijos, porque había estado muy volcada en su trabajo. La lista de razones había sido interminable.

A Marcus le había sentado tan mal que la velada había terminado con un apretón de manos. Había sido muy decepcionante. Ashley no había sido tan tonta como para haber esperado que ambos se hubieran enamorado en la primera cita. Pero Marcus era un bombón y había estado deseando que le hubiera dado un beso.

La reforma de su casa había comenzado al día siguiente. Y la batalla entre George y Chambers, en vez de suavizarse, se había encarnizado.

–Ten cuidado, o la gente empezará a pensar que eres una celestina –bromeó Ashley sin soltarle la mano a la señora White. No quería separarse de la única persona de la habitación que estaba de su lado.

Al fin, dirigió su atención a Tabitha, que no le tendió la mano, sino solo una mirada matadora, pero fugaz, porque enseguida clavó la vista en Marcus.

–Señor Chambers, me alegro de verlo –saludó Tabitha, pasándose las uñas pintadas por el escote de la blusa.

Por desgracia, a pesar de que ella parecía interesada, Tabitha no era la pareja perfecta de Marcus. Cualquiera podía darse cuenta. Él encajaba solo con una mujer esculpida en mármol.

–Siéntese, señorita George –indicó Tabitha, cortante.

Ashley obedeció, tomando una de las dos sillas que había ante los miembros de la junta. Más que una reunión amistosa, parecía una formación de fusilamiento. Marcus tomó asiento a su lado.

–Señorita George. Está claro que la reforma de su piso está fuera de control –señaló Tabitha.

Buen comienzo, pensó Ashley, retorciéndose incómoda en su silla.

Tabitha abrió una gruesa carpeta repleta de papeles.

–Los obreros y, en concreto, el encargado, muestran poco respeto por el otro ocupante de su planta, el señor Chambers. Han estado usando la radial a las siete de la mañana…

–Yo estaba fuera de la ciudad –interrumpió Ashley–. Siento que eso sucediera.

–Señorita, George, por favor, levante la mano antes de hablar –la reprendió Tabitha, y pasó a la siguiente página que tenía delante–. Ha habido una especie de música a todo volumen…

Ahsley levantó la mano de inmediato.

–Es solo música pop y a los carpinteros les encanta. Si me deja que lo explique…

–No he terminado, señorita George. Guarde silencio, por favor.

–Lo siento –se disculpó ella, encogiéndose.

Tabitha se aclaró la garganta.

–Como estaba diciendo, los obreros crean mucho desorden en el pasillo que usted comparte con el señor Chambers y lo llenan todo de polvo. No limpian después de pasar y lo peor de todo es que se les ha visto fumar en el edificio, lo cual está terminantemente prohibido y puede provocar incendios.

A Ashley se lo puso el estómago en un puño. El suceso más trágico de su vida había sido un incendio.

–Ellos saben que no deben hacerlo. Yo se lo he dicho. Se lo repetiré.

–Francamente, creo que debería detener su reforma o contratar a otro contratista distinto.

Ashley empezaba a marearse. Se había pasado un año en la lista de ese contratista. El tiempo de espera para haber podido hacer la reforma con otro mejor que él había sido de dieciocho meses, y eso usando sus contactos en el mundo de los famosos. El que había contratado hacía un buen trabajo a un precio asequible, algo que ella no podía dejar de tener en cuenta, dadas sus obligaciones con su familia en California del Sur.

No podía detener la reforma. Perdería todo lo que ya le había pagado al contratista por adelantado. Tardaría meses en recuperarse económicamente y tendría que soportar vivir en un una casa a medio terminar cuando su único objetivo era hacer de su vida un lugar más estable. Con su horario de trabajo y la salud de su padre cada vez peor, su ilusión por tener el piso de sus sueños era lo único que la motivaba. Había empezado de cero y había trabajado mucho para poder costearse esa casa. No iba a dejar que su sueño se le escapara entre los dedos.

–Lo siento mucho si esto ha molestado al señor Chambers. Hablaré con el contratista para que entienda lo serio que es el problema. Y no volverá a ocurrir.

Tabitha meneó la cabeza.

–Después de haber revisado estos papeles, la junta ha decidido que no se le darán más oportunidades, señorita George. Si no puede terminar la reforma sin molestar al señor Chambers, cortaremos por lo sano. Una queja más por parte de su vecino y será el final.

Ashley clavó los ojos en Marcus, que parecía a punto de sonreír.

–¿Una queja más? Debes de estar bromeando –protestó ella, señalándolo con la mano–. No hay manera de complacerlo. Seguro que hasta tiene quejas acerca de la manera en que me siento en la silla. Es injusto.

 

 

Era muy injusto, de hecho, que la señorita George se mostrara dispuesta a ignorar las molestias que sus obras estaban causando, pensó Marcus. Él solo estaba tratando de forjarse una nueva vida en Nueva York con su hija de once meses, Lila. Era justo que defendiera su tranquilidad y no permitiera más abusos.

–Señor Chambers –dijo la señora White desde el otro lado de la mesa–. Por favor, entienda la seriedad de esta situación. No queremos vernos forzados a cortar el proyecto de reforma de la señorita George por una falta leve.

–Gracias –dijo Ashley sin poder ocultar su desesperación–. No podemos dejar que él tome el mando de la situación. Si lo hacen, mi proyecto se irá a pique antes de que salgamos de esta sala.

Marcus echó la cabeza hacia atrás. ¿Por qué se comportaba ella como si el que actuaba de forma irrazonable fuera él? Aquel desastre había sido culpa solo de Ashley, aunque no quisiera reconocerlo.

–Hablas como si estuviera exagerando.

–He dicho que siento las molestias que te haya podido causar.

Tabitha se frotó al frente.

–La junta no cambiará de decisión. Una queja más del señor Chambers y la señorita George tendrá que buscar otro contratista.

–Pero…

–Ni una palabra más, señorita George –dijo Tabitha con severidad.

Un incómodo silencio se apoderó de los presentes. Ashley se removió incómoda en su asiento. Marcus posó los ojos en su pierna. Más específicamente, en la delicada curva de su pantorrilla y su fino tobillo, ensalzado por unos zapatos de diseño con tacón de aguja. Él no tenía demasiadas debilidades, pero las mujeres con tacones sexys eran una de ellas. El que Ashley llevara ese calzado… Eso sí que no era justo, se dijo, forzándose a apartar la mirada. La belleza de Ashley, su atractivo, la convertían en una mujer peligrosa. Para no perder la cabeza, debía mantenerse alejado, se recordó.

La señora White se aclaró la garganta.

–Me gustaría añadir una condición. Si el señor Chambers tiene alguna queja, deberá hablar con la señorita George primero. Por favor, tratad de arreglarlo entre vosotros.

Marcus parpadeó sorprendido. ¿Hablar directamente con la señorita George? Oh, no. Eso no podía funcionar.

–No puede hablar en serio. La señorita George nos ha dejado claro que discutirá cualquier queja que yo tenga. ¿Cómo voy a llegar a ningún acuerdo con ella?

–Puedo ser razonable.

–¿Lo has sido alguna vez? –replicó él con el pulso acelerado en las venas.

Tabitha hizo un gesto con las manos para cortar ese debate.

–La señora White tiene razón. Deben hablarlo primero entre ustedes.

Marcus y Ashley salieron de la sala como si fueran dos niños que hubieran sido enviados a la cama sin cenar. Ninguno de los dos podía sentirse victorioso pero, al menos, Marcus tenía ventaja. Eso era una suerte, se dijo. Cuando se abrieron las puertas del ascensor, hizo un gesto para que ella pasara primero.

–Tengo que asegurarme de tener todos tus números de teléfono –indicó él con tono seco–. El de tu despacho, el de tu casa, tu móvil. Por si hay algún problema.

Marcus se sacó el móvil del bolsillo. No estaba nada contento con la situación. Después de su primera cita, se había prometido que se mantendría todo lo alejado que pudiera de ella. Ashley representaba sus impulsos más egoístas, la parte de sí mismo que ansiaba estar con una mujer salvaje y llena de vida, hermosa y sexy y un poco loca. Su prioridad era encontrar una madre para Lila, una mujer calmada y prudente, que actuara de forma predecible. Debía aprender a amar a alguien así por su hija.

Ashley apoyó su enorme bolso sobre la rodilla, se inclinó hacia delante, buscando en su interior. Aunque Marcus intentó apartar la vista, no pudo. Sus ojos saltaron al escote de ella igual que un hombre perdido en el desierto se lanzaría al agua fresca. Se quedó sin respiración. Su piel era una delicada mezcla de color melocotón y rosa, llena de curvas tentadoras y cremosas. Uno de sus rizos dorados se le deslizó por los hombros, cayéndole encima del escote. Él cerró los ojos. No podía soportarlo. Ashley era un peligro, una rosa llena de espinas.

El ascensor llegó a su destino, las puertas se abrieron. Allí los recibió la única persona que siempre ponía a Marcus de buen humor: Lila.

La niñera, Catherine, la llevaba en el carrito.

–Señor Chambers. Estaba a punto de sacar a Lila a dar un paseo antes de acostarla –indicó Catherine, y posó los ojos en Ashley con entusiasmo–. Señorita George, me encantó el episodio de Tu media naranja de anoche.

–Por favor, llámame Ashley. Pero el de anoche era una repetición, ¿no? –repuso ella, saliendo del ascensor.

Catherine parecía a punto de estallar de emoción. Era una fan incondicional de Ashley y su programa. No dejaba de hablar de eso con su ama de llaves, Martha. Y a Marcus le volvía loco escucharlas. Podía entender por qué la gente se quedaba embelesada con Ashley, pero el programa en sí era una estupidez. Amor verdadero, almas gemelas… pura ficción.

–Es que me encanta ese episodio –respondió Catherine–. Es el del médico y la mujer de la panadería. Solo usted podría unir a esas dos personas. Se enamoraron por completo.

Ashley sonrió.

–Eres muy amable. Gracias.

Marcus sujetó las puertas del ascensor mientras Catherine entraba con el carrito. Le dio un beso a su hija en la frente, inhalando el dulce aroma de su pelito rubio. La acarició la mejilla sonrosada. La sonrisa que la pequeña le dedicó fue un bálsamo para su alma. Era el tesoro más precioso que tenía y se merecía mucho más de lo que él podía darle. Precisamente, esa era la razón por la que debía evitar a Ashley y buscarle una mamá a Lila.

–Que lo pases bien, cariño. Papá te leerá un cuento en la cama cuando vuelvas.

Catherine dijo adiós con la mano y las puertas del ascensor se cerraron.

–Tienes una hija adorable. Y muy dulce. Aunque es solo la segunda vez que la veo. Ni siquiera la vi la noche en que… –comenzó a decir Ashley, y levantó la vista al techo con gesto de disgusto–. Ya sabes, la noche en que salimos. Te has tenido que esforzar mucho en mantenerla alejada de mí.

Marcus mantenía a Lila alejada de todo el mundo. Protegerla era su máxima responsabilidad, su instinto natural. La niña había nacido con una carencia importante, y él se sentía culpable. Había elegido a la mujer equivocada como esposa y, cuando las cosas habían empezado a torcerse, la había convencido de que tener un hijo salvaría su matrimonio. Él era el causante de que Lila tuviera que criarse sin madre.

–Creo que ibas a darme tus números de teléfono –le recordó él, cambiando de tema.

–Te enviaré un mensaje ahora mismo –repuso ella, pulsando el teclado–. Para que tengas toda mi información de contacto.

El teléfono de Marcus se iluminó al recibir el mensaje. Contenía varios números. Y un texto.

 

No soy mala. Para que lo sepas.

 

–Yo nunca he dicho que fuera mala, señorita George.

–Por favor, no me llames señorita George. Hemos salido a cenar juntos en una ocasión. Creo que facilitaría las cosas que prescindiéramos de los formalismos.

–La vida no es fácil, pero si eso te complace, te llamaré Ashley.

Ashley afiló la mirada. Durante un momento, Marcus se sintió como si ella pudiera leer en su interior y la sensación no le gustó en absoluto.

–Eres un aguafiestas de campeonato, Marcus Chambers. Y no lo entiendo, porque no eras así la primera vez que nos vimos. ¿Qué te ha convertido en un cascarrabias tan insoportable?

–Agradezco tus cumplidos. Pero no creo que sea un tema apropiado de conversación.

Cuando Marcus se volvió para entrar en su piso, ella lo detuvo posando la mano en su brazo. La calidez de su contacto lo invadió al momento, atravesando el tejido de su chaqueta. Él bajó la vista hacia aquellos esbeltos dedos que lo sujetaban.

–No puedes esconderte de las cosas. No puedes esconderte de mí. Soy una persona muy perceptiva, por eso soy buena en mi trabajo. Veo cosas en las personas que a ellos mismos les cuesta ver.

Marcus la observó, esforzándose por bloquear las emociones que incendiaban su cuerpo. Calidez. Atracción. El desesperado deseo de entrelazar los dedos en su pelo, sujetarla de la nuca y darle el beso que había contenido la noche en que habían salido juntos. La mirada de sus ojos marrones era una de las más sinceras que había visto. Sería fácil rendirse a lo que sentía y dejarse llevar, se dijo. Pero debía pensar en el bien de Lila.

–Buenas noches, señorita George.

Ella meneó la cabeza y le dio una palmadita en el hombro.

–Me llamo Ashley. Antes o después, te lo aprenderás.