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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Betty Duran

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Otra vez juntos, n.º 1097 - marzo 2018

Título original: The Wrangler’s Woman

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-756-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

Todas las cosas interesantes ocurrían en el Centro Comunitario Elk Tooth. La pintoresca construcción de madera que estaba en un pequeño pueblo del estado de Montana servía para celebrar fiestas, banquetes de boda, reuniones políticas, programas estivales para los jóvenes y galas.

Tilly Collins, quien desde hacía muchos años se convertía en Papá Noel cuando llegaba diciembre, había acudido a todos los actos desde cincuenta años atrás, pero nunca había visto que la gente estuviera tan triste como en aquella ocasión. Y era comprensible: un pueblo tan pequeño como Elk Tooth no quería despedirse de tres de las mujeres más guapas de Montana, y tampoco de su sonriente abuela.

–¿Te apetece una vaso de ponche, Tilly?

Mason Kilgore, un hombre de mediana edad que trabajaba como fotógrafo y como gerente de la cámara de comercio, le tendió un vaso de papel. Tilly lo aceptó con una sonrisa.

Mason movió la cabeza con incredulidad y dijo:

–No me gusta nada que las chicas y tú os vayais. Me voy del pueblo dos semanas y mira lo que pasa.

–A nosotras también nos ha sorprendido –admitió Tilly–. No teníamos ni idea de lo que pasó con el despreciable padre de las trillizas después de que las abandonara. Esa herencia ha caído del cielo.

–No puedo culparlas por querer tener un rancho de vacaciones, pero, ¿en Texas? –dijo Mason.

–Incluso en Texas –asintió ella–.Es la única cosa decente que Wil Keene ha hecho por sus hijas.

–¿Cuándo os marcháis?

–Mañana por la mañana. Ya hemos mandado todo lo que necesitamos. Las chicas y yo nos iremos en coche con un remolque para caballos. Dani no iría a ningún sitio sin su caballo.

–Lo comprendo. Ese Appalosa vale mucho dinero y ella lo sabe.

Tilly vio a Danielle al otro lado del salón.

Era la mayor de las trillizas de veinticinco años y era conocida como la más lista de las tres, la hermana ingeniosa, de lengua afilada y con gran ética acerca del trabajo.

Dani estaba hablando con el dueño del rancho en el que había trabajado durante varios años. Sus ojos pardos brillaban con inteligencia y el cabello castaño le caía sobre la espalda. Iba vestida con unos vaqueros y unas botas, la ropa de la zona.

Dani Keene era guapa e inteligente y su abuela no era la única que lo sabía.

–¿Cómo se lo ha tomado Toni? –preguntó Mason–. Sé que ha estado saliendo con un chico de la familia Barnes, pero no sé si era algo serio.

–Al menos no por parte de ella –dijo Tilly. Sabía que Antonia estaba buscando la manera de dejar a Tim Barnes. Era conocida por ser la buena de las trillizas, y el hecho de que no quisiera herir los sentimientos de Tim lo demostraba. Nunca se había interesado demasiado por él porque no era un cowboy.

Toni estaba con Tim Barnes junto a la puerta. Había tanta dulzura en ella que era lo primero que la gente sentía al verla, mucho antes de fijarse en su atractivo.

–En realidad, lo que más pena te da es que se vaya Niki –dijo Tilly.

–Nunca volveremos a tener a alguien como ella en este pueblo –dijo Mason con tristeza–. Lo que nosotros perdemos, lo gana Texas.

Tilly comprendía cómo se sentía. Niki había trabajado cinco años para Mason, tanto en su estudio de fotografía como en la oficina de la cámara de comercio. Era conocida como la guapa de las trillizas y había ganado el concurso de Miss Elk Tooth durante tres años seguidos, y ni siquiera había sido ella la que se había inscrito. Mason lo había hecho por ella. Era posible que pudiera seguir siendo Miss Elk Tooth, pero Niki rechazó el título cuando se lo ofrecieron por cuarta vez.

Era fácil ver a Niki aunque hubiera mucha gente. Siempre estaba rodeada de hombres. Era más alta que sus hermanas, tenía el cabello oscuro y largo hasta la cintura. Era la única que había heredado los ojos azules de Wil Keene en lugar de los ojos pardos de su madre, y nadie sabía de dónde había sacado esos bonitos pómulos y esas piernas esbeltas.

Nicole Keene era la mujer más guapa de Elk Tooth y para rematar, la más modesta.

–Supongo que no hay nada que se pueda hacer –dijo Mason, y se puso en pie–. Será mejor que vaya a ver si mi mujer está lista para irse a casa. Buena suerte en Texas, Tilly.

–Gracias, y buena suerte para ti también –lo miró hasta que desapareció entre la multitud. Creía que irse a Texas iba a ser una buena aventura. Solo esperaba que allí, sus nietas encontraran la felicidad, la seguridad, y el amor, que no habían encontrado en Montana.

 

 

Las trillizas Keene y la abuela terminaron de cargar el Jeep Cherokee un día borrascoso de marzo. Después de enganchar el remolque del caballo y meter dentro al Appaloosa de Dani, miraron con nostalgia la pequeña casa que había sido su hogar durante mucho tiempo, desde antes de que su madre se muriera en un accidente de caballo cuando ellas tenían siete años.

Toni suspiró y se retiró el pelo de la cara.

–Es hora de irse –dijo con voz quebradiza–. Me da un poco de pena dejar esta casa. ¿Creéis que los nuevos dueños serán tan felices aquí como lo fuimos nosotras?

–Por supuesto –dijo Niki y le dio un abrazo–. Es solo una casa vieja. Mientras estemos juntas, no importa dónde vivamos. Además, en Texas tendremos una casa mejor.

–Supongo –contestó Toni con los ojos llorosos.

Dani sonrió a sus hermanas.

–Sabía que las dos os pondríais muy tristes –bromeó–, así que decidí hacer una cosa. ¡Esperadme aquí! –se dirigió al corral que había en la parte de atrás de la casa.

Sus hermanas miraron a la abuela y ella se encogió de hombros. Tilly no tenía ni idea de lo que tramaba Dani, pero confiaba en que sería algo para alegrar el momento de su partida.

Dani regresó con un tablón de madera.

–Mirad esto –dijo, y leyó lo que había escrito en letras negras–. ¡Rumbo a Texas!

Toni frunció el ceño.

–No lo entiendo.

–Porque te dormías en clase de historia –le dijo Niki–. Los antiguos pobladores ponían carteles como este en la puerta cuando levantaban el campamento y se dirigían a la Tierra Prometida. ¡Rumbo a Texas!

Toni se rio.

–Nunca pensé que Texas fuera la Tierra Prometida –protestó.

–Pues lo es –dijo Dani–. Nos ha tocado una vida de lujo, chicas, y lo único que tenemos que hacer es ir a buscarla. Sacad el martillo del bolsillo de mi abrigo y ayudadme a colgar esto en la puerta.

Colgaron el cartel y después se acercaron a la abuela para contemplar la casa por última vez antes de subirse al coche.

–¡Rumbo a Texas! –dijo Dani mientras daba la vuelta al Jeep–. ¡Eh, si a los pioneros les fue bien, a nosotras también!

Capítulo Uno

 

 

Las mejores barbacoas del estado de Texas eran las que servían en el Sorry Bastard Saloon, en Hard Knox. Allí se reunía la gente de la zona y aquel sábado de marzo el local estaba lleno de jóvenes cowboys, Jack Burke entre ellos.

Hasta hacía poco, el Sorry Bastard también tenía las camareras más guapas de Texas, pero tras algunos matrimonios ya no quedaban las mismas.

–¡Hey! –uno de los cowboys se acercó a la barra y le gritó a Jack–. ¡He dicho que por favor me pases la salsa picante!

–Ah, lo siento –Jack le dio la salsa y después se comió el último pedazo de sándwich que le quedaba–. Estaba pensando.

–Sí –dijo el cowboy–, como todos, seguro que pensabas en que los Keenes van a venir para abrir el Bar K. Es una lástima que tu padre y tu abuelo ya no puedan comprar el sitio. Justo cuando estaban a punto de hacerlo, va Wil Keene y estira la pata.

Todo el mundo que había a su alrededor asintió. La gente conocía a Wil Keene, pero nadie se llevaba bien con él, sobre todo los Burke del rancho XOX. Wil se había comportado como un canalla, pero sus vecinos lo soportaban solo debido a quién era su esposa.

La señora Elsie Knox era una mujer muy apreciada por ser una persona amable. El pueblo Hard Knox recibía su nombre por sus antepasados. Nadie sabía por qué una mujer como ella había esperado a su príncipe azul durante muchos años y después se había casado con un hombre del norte como Wil Keene. Pero así fue, y todos trataron de llevarse bien con el forastero.

Todo fue bien hasta que la señora Elsie, nadie la llamaba señora Keene, murió. Entonces, todos se ensañaron con Wil Keene como una bandada de buitres decididos a deshacerse de ese personaje molesto.

Lo más rápido era comprarle las tierras. Los tres rancheros cuyas tierras colindaban con el Bar K le hicieron las mejores ofertas confiando en que no podría rechazarlas, entre ellos, el padre y el abuelo de Jack. Pero Keene solo se mofó de ellos.

No había nada que la gente del lugar pudiera hacer, aparte de observar cómo el Bar K se deterioraba.

Encima, los hijos de Will iban a llegar para ocuparse del lugar y a nadie le gustaba la idea.

–Esos chicos llegarán cualquier día de estos –dijo uno de los cowboys de una mesa–. Van a tener que trabajar mucho para volver a preparar el sitio para los clientes.

Joe Bob Muskowitz comentó desde el final de la barra:

–Lo llevan claro si quieren que alguien de aquí los ayude. Su padre fastidió a toda la gente del pueblo y es muy probable que ellos sean igual que él.

Todos asintieron con decisión, todos menos Jack. Era horrible estar en deuda con alguien y que se muriera antes de haberle devuelto el favor.

–Wil Keene no era… tan malo.

–¿Cómo dices eso?

Joe Bob miró incrédulo al hombre que había hablado.

–¿No recuerdas cuando el abuelo de Jack tuvo un accidente de coche el año pasado? Fue Wil quien lo sacó justo antes de que explotara el depósito de gasolina, ¿verdad, Jack? Le salvó la vida a Austin.

–¿Fue así, Jack? –preguntó el otro hombre.

–Más o menos –a Jack no le gustaba que la gente hablara de sus cosas, pero ¿cómo podía evitarlo en un pueblo pequeño como Hard Knox?

–Aun así, no me gustaría ser uno de los hermanos Keene –dijo Joe Bob–. He oído todo tipo de cosas sobre los trillizos. Se llaman Danny, Nicky y Tony. ¿A que los nombres son bonitos?

–No es el nombre lo que me molesta de ellos, sino su apellido… Keene –dijo el otro cowboy.

–Tienes razón… nunca confíes en un Keene, igual que su padre.

Jack creía que debía defender a Wil Keene, pero ¿cómo? Si no hubiera estado en deuda con él, seguramente habría hecho los mismos comentarios que el resto de los hombres.

–Bueno –dijo al fin–, no seáis muy duros con ellos hasta que no los conozcáis. Podría resultar que sean encantadores.

–¿De Montana? –Miguel Reyes, quien había permanecido en silencio hasta ese momento, frunció el ceño–. Allí hace demasiado frío. La gente es muy pálida –se miró su mano bronceada.

–Sí, y hablan muy raro –comentó otro hombre–. Mira, he oído decir…

Se abrió la puerta y entró Dylan Sawyer, un joven cowboy de XOX.

–¡Eh, los Keene han llegado al pueblo! Acabo de ver un Jeep con matrícula de Montana entrando en el aparcamiento del Y’all Come Café, ¡vamos a verlos!

El Sorry Bastard se vació en un momento. Jack se quedó allí un rato más con Rosie Mitchell, la dueña y camarera del local.

Ella lo miró y dijo:

–Bueno, se terminó mi negocio del sábado. Al menos tú no te has ido sin pagar.

–No te hagas muchas ilusiones, Rosie –Jack se bajó del taburete y dejó unos billetes sobre la barra–. Puede que no me gusten los Keene, igual que a todo el mundo de por aquí, pero yo siempre pago mis deudas.

Y cuanto antes, mejor. Lo único que quería era quedar en paz con los Keene, de una vez por todas.

 

 

El Y’all Come Café estaba solo a una manzana de allí, así que Jack fue caminando. Cuando llegó al pequeño restaurante estaban entrando los últimos cowboys y sintió pena por los hermanos Keene.

De pronto, vio que había una mujer en el aparcamiento y que llevaba el Appaloosa más bonito que había visto nunca.

Ella también lo vio a él. Se miraron a los ojos y él se percató de que la mujer era aun más bonita que el caballo. Jack se quedó boquiabierto y ella arqueó las cejas y se dio la vuelta. Durante un rato estuvo paseando al caballo de un lado a otro. Jack pensó que acababa de sacarlo de un remolque y que estaba atendiendo sus necesidades.

Eso le gustaba. La mujer sabía de caballos. Jack sonrió y dijo:

–Hola, ¿acabas de llegar al pueblo?

–¿Lo has acertado por casualidad? –dijo ella.

–¿Qué puedo decir? ¿Estás de paso?

–Así es.

–¿Te importa si te pregunto hacia dónde vas?

–Pues sí –se volvió una vez más y se alejó de él.

Cuando llegó al final del aparcamiento no tuvo más remedio que darse la vuelta. Él la estaba esperando.

–No pretendía ser cotilla.

–Pues lo fuiste.

–Estaré encantado de ayudarte con el caballo si…

–Toca mi caballo y te mato –lo miró fijamente.

–¡Lo siento! –levantó las manos y subió los dos escalones del café–. Solo trataba de ser amable.

–Sí, bueno… lo que sea –lo miró como si fuera un ladrón de caballos o algo peor.

Esa vez, cuando ella se volvió, él hizo lo mismo. No conseguiría nada. Sería mejor que entrara en el café y observara a los hermanos Keene como el resto de la gente del pueblo.

 

 

Dani observó con escepticismo cómo entraba al café el guapo cowboy. A los veinticinco años sabía que ningún desconocido hablaba con ella sin motivo. Normalmente era para acercarse a sus hermanas, pero aquel hombre no había visto ni a Toni ni a Niki, así que debía de estar interesado en Sundance, el Appaloosa que había criado desde que era un potrillo.

La abuela decía que Dani era muy desconfiada, pero ella no entendía por qué. Durante toda su vida los hombres la habían utilizado para estar cerca de sus guapísimas hermanas y ella siempre los había mandado a tomar viento fresco.

Llevó a Sundance hasta el remolque y lo metió dentro. Él obedeció sus órdenes con desgana.

–Ya casi hemos terminado, chico –dijo, y le dio una palmada en el lomo. Después cerró la puerta–. ¡Próxima parada, el Bar K!

Se estremeció al pensar en ello. Siempre había querido tener un rancho propio, un lugar donde ella, sus hermanas y su abuela pudieran vivir felices. Por supuesto, algún día Toni y Niki se casarían, pero aún faltaba mucho tiempo para eso.

Ella dudaba que algún día llegara a casarse. Después de lo que su padre le había hecho a su madre, no podía imaginar por qué alguna de las tres iba a querer casarse. Toni, sin embargo, no parecía afectada por el abandono de su padre, y Niki… Niki no hacía comentarios al respecto.

Dani debía cuidar de las tres… pero ese cowboy era tentador.

Era muy alto, tenía anchas espaldas y se movía con agilidad. Acerca de su rostro solo sabía que tenía una mandíbula prominente, ya que el resto estaba oculto tras su sombrero de vaquero. Sin duda era un cowboy trabajador que estaba disfrutando del fin de semana.

Se preguntaba si necesitaría un trabajo. Se frotó las manos y entró en el café. El Y’all Come parecía una chalet suizo. Era de madera y en las paredes había fotos de paisajes nevados. Era tan ridículo que Dani no pudo evitar sonreír.

Dani se fijó en su familia. Niki y Toni eran el centro de atención. Estaban sentadas con Tilly hablando animadamente y parecía que no se daban cuenta de que todo el mundo las estaba mirando.

Dani vio que el cowboy que había hablado con ella estaba sentado junto a la barra, mirándola. Ella alzó la barbilla, caminó entre las mesas y se sentó junto a su familia.

Todas sonrieron y Toni dijo:

–¿Qué tal está Sundance?

–Sundance está bien –Dani tomó la taza de café que le habían pedido–. ¿Habéis llamado al abogado?

–Estábamos a punto de hacerlo –dijo Toni

–Vale. ¿Tenéis la dirección del rancho?

–Bueno… –Toni y Niki se miraron y Toni dijo–: No exactamente. La camarera es nueva en la zona y no lo conoce, pero estoy segura de que alguno de estos cowboys puede ayudarnos.

Era justo lo que Dani no quería oír. ¿Por qué algunas mujeres olvidan su buen juicio cuando los hombres entran en escena?

 

 

–No puedo creerlo –dijo Dylan Sawyer–. ¡Resulta que los hermanos Keene son las hermanas Keene! Esto se lleva la palma.

–Ya te digo –dijo Jack mirando a la mujer con la que había hablado fuera–. Dani, Niki y Toni, con i, ¿Sabes cuál es cuál?

–La guapa es… –dijo Dylan.

–Todas son guapas –comentó Jack. Aunque ninguna lo era tanto como la que estaba paseando el caballo. La inteligencia brillaba en sus ojos.

–No, me refiero a la que es guapa de verdad, la que tiene el pelo largo y oscuro. Se llama Niki.

Jack miró a Niki con detenimiento y se percató de lo guapa que era. Le pareció curioso el hecho de que no había sentido nada especial la primera vez que la vio.

–¿Y las otras?

–La que lleva la chaqueta roja es Toni, así que la que acaba de entrar debe de ser Dani… por eliminación. Llaman Abuela a la señora mayor.