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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Jessica Hart

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amores del pasado, n.º 2112 - marzo 2018

Título original: Barefoot Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-771-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

A QUE NO sabes con quién me he encontrado en el centro?

Beth bajó los escalones del jardín y se dejó caer sobre una tumbona, al lado de Alice, que había pasado una mañana deliciosa en la piscina, relajándose mientras el sol tropical calentaba sus huesos y disfrutando, al fin, de unos minutos de soledad. El entusiasmo casi infantil de la mujer de Roger a veces podía ser agotador y desde que llegó a la isla, dos días antes, Beth hacía todo lo posible para que olvidase que Tony se casaría al día siguiente.

Pero nadie podía ser amable o más optimista que Beth y la verdad era que podrían haber sido grandes amigas aunque no estuviera casada con Roger, su amigo del alma. Y aquélla era, después de todo, su piscina. Una invitada correcta abriría los ojos y se sentaría en la tumbona para mostrar interés por lo que su anfitriona estaba contándole.

Por otro lado, antes de salir Beth le había dicho que se relajara. Y ahora Alice estaba tan relajada que no encontraba energías para abrir los ojos. Y mucho menos para preocuparse por el conocido con el que se había encontrado en el centro.

–¿Con… Elvis? –bromeó.

–No –Beth emitió un suspiro de fastidio, pero era demasiado agradable como para ofenderse por el desinterés de su amiga–. Alguien a quien conoces… Bueno, yo creo que lo conoces –añadió, dubitativa–. Sí, estoy segura de que lo conoces.

De modo que podría ser cualquiera. Beth era una persona muy sociable y tenía por costumbre acoger a cualquiera bajo su ala. Cuando vivían en Londres, organizaba fiestas en las que mezclaba gente de todo tipo, convencida de que se encontrarían entre sí tan interesantes como lo eran para ella.

Por desgracia, Alice era por naturaleza tan crítica y quisquillosa como Beth sencilla y amable. De modo que, poniéndose un brazo sobre los ojos, se resignó a que su amable amiga le relatase su encuentro con «alguien» a quien había conocido varios años antes y a quien nunca había esperado volver a ver.

–Me rindo –dijo por fin.

Al menos no tendría que prestar atención durante los siguientes minutos. Las historias de Beth solían ser largas y detalladas; tanto que se perdía a los dos minutos. Sólo tendría que decir un «¿de verdad?» o un «¿sí?» de vez en cuando para que Beth la creyera interesada.

–¿Con quién te has encontrado?

–Con Will Paxman.

Alice abrió los ojos de golpe.

–¿Qué? ¿Con quién?

–Will Paxman –repitió su amiga–. Era amigo de Roger en la universidad… Tú tienes que conocerlo.

–Sí, sí –murmuró Alice–. Claro que lo conozco.

Qué extraño. Estaba convencida de haber olvidado a Will por completo, pero sólo había tenido que oír su nombre para conjurar su imagen en todo detalle…

Will. Will, el hombre silencioso y serio de desconcertantes y burlones ojos grises. Will, que aceleraba su corazón cada vez que sonreía. Will, que le había pedido que se casara con él tres veces… y las tres veces ella contestó que no.

Alice llevaba años diciéndose a sí misma que había hecho lo que debía, pero saber que Will estaba en la isla la hacía sentir incómoda.

Durante los últimos cuatro años había estado concentrada en Tony y desde que éste se marchó, había hecho todo lo posible por construir una armadura alrededor de su corazón… Para ser derribada ahora por el recuerdo de Will Paxman.

No estaba preparada para pensar en Will. Creía que esa relación había terminado para siempre y que estaba a salvo de esos recuerdos, pero sólo había tenido que oír su nombre y, de nuevo, experimentaba esa inseguridad, esa sensación amarga del pasado.

Beth seguía charloteando, sin darse cuenta de nada.

–No lo reconocí enseguida, la verdad, pero había algo que me resultaba muy familiar en su cara. Sólo lo había visto un par de veces y la última vez fue en mi boda, así que… ¿cuánto tiempo ha pasado?

–Ocho años –contestó Alice.

Ocho años desde que Will le dio aquel último y apasionado beso. Ocho años desde que le pidió que se casara con él por última vez. Ocho años desde que se había alejado de su vida.

–¡No entiendo cómo Roger me ha aguantado tanto tiempo! –sonrió Beth.

Estaba sonriendo, como siempre, pero Alice había visto una sombra en sus ojos y supo que su amiga estaba pensando en todos esos años intentando quedar embarazada. Roger y ella habían querido tener familia desde el principio, pero la vida no les había sonreído en ese aspecto. Y, aunque cuando había gente en casa siempre se mostraban alegres, Alice sabía de su tristeza.

–¿Dónde te has encontrado con Will?

–¡En el supermercado, fíjate! ¿A que es una coincidencia asombrosa? Encontrarte con alguien en el supermercado no es nada raro, pero ¿un supermercado en St. Bonaventure? ¿Cuántas posibilidades hay de que acabemos todos en una isla del Océano Índico al mismo tiempo?

–Will es biólogo marino –le recordó Alice–. Supongo que el Océano Índico no es un sitio demasiado raro para encontrarse con él. Es más una coincidencia que hayan destinado a Roger aquí. No hay muchos banqueros que tengan la suerte de trabajar en una isla tropical.

–Sí, es verdad, hemos tenido suerte –sonrió Beth–. ¡Es como que te envíen a vivir en el paraíso durante dos años! Y ahora tú estas aquí y Will está aquí… Ni siquiera hemos tenido que dejar atrás a nuestros amigos.

Beth sonreía, encantada, y Alice empezó a preguntarse si su amiga estaría planeando emparejarlos. Beth era así. Había sido ella quien sugirió que fuese a visitarlos para no estar en Londres mientras Tony se casaba.

–Hay muchos hombres solteros por aquí –le había dicho–. Y cuando aparezcas se sentirán más que afortunados. Un par de semanas de adoración masculina y te olvidarás de Tony para siempre.

Alice dudaba mucho de que Will fuese a adorarla; la conocía demasiado bien como para eso. Y lo último que deseaba era que Beth lo llevase aparte para contarle los problemas de su «pobre amiga Alice». No quería que sintiera lástima de ella después de haberse jactado de lo maravillosa que sería su vida sin él.

De modo que tendría que decirle a Beth que olvidase su idea de emparejarla con Will Paxman.

–Sólo voy a estar aquí seis semanas –le recordó–. Y Will seguramente también estará de vacaciones. No creo que le apetezca perder el tiempo recordando viejos tiempos.

–Pero no está de vacaciones. Está trabajando aquí en un proyecto medioambiental. Algo que ver con el arrecife de coral, creo.

–Pero si estuviera trabajando aquí te lo habrías encontrado antes –objetó Alice–. St. Bonaventure es una isla tan pequeña que debes conocer a todo el mundo.

–Así es, pero Will sólo lleva aquí unos días. Tengo la impresión de que conoce la isla muy bien, pero es la primera vez que trae a su familia, así que supongo que piensan instalarse en Belice durante algún tiempo.

El estómago de Alice realizó un elaborado salto mortal al oír la palabra «familia».

–¿Will tiene familia? –preguntó, sentándose en la tumbona–. ¿Estás segura?

Beth asintió, sorprendida por su reacción.

–Lo vi con una niña pequeña. Era monísima.

Will tenía una hija. Alice tuvo que hacer un esfuerzo para asimilar la idea de que Will era padre. De que era el marido de alguien.

¿Por qué le sorprendía tanto? ¿Qué pensaba, que iba a quedarse esperándola todos esos años?

¿Por qué iba a hacerlo? Ella lo había rechazado. Final de la historia. Era lógico que Will hubiera rehecho su vida, que hubiera buscado a alguien. Tampoco ella lo había echado de menos durante esos años. No había vuelto a pensar en él cuando estaba con Tony. Bueno, no a menudo. Sólo de vez en cuando, en los momentos de depresión. Si las cosas hubieran salido bien, también ella estaría casada.

¿Habría sido la noticia menos sorprendente de haber estado casada con Tony?, se preguntó.

Entonces se percató de que Beth la miraba con sorpresa. ¡Y ella pensando que quería emparejarla con Will!

–No sabía que estuviera casado –dijo Alice, esperando mostrarse sorprendida y no desolada, que era como se sentía en realidad–. ¿Cómo es su mujer?

–No la vi –contestó Beth–. Pero le invité a la fiesta de mañana y él me dijo que vendrían, así que supongo que la conoceremos entonces.

–Ah.

Imaginar a Will casado ya era suficientemente difícil como para tener que conocer a su mujer y sonreír como si no pasara nada. Aunque debería alegrarse de que hubiese encontrado la felicidad. Y se alegraba, pensó. Aunque sentía cierta pena de sí misma… una emoción que no le gustaba nada.

Ninguno de los grandes planes que había hecho para su vida había salido bien. Con qué confianza le había dicho a Will que su vida sería un éxito, que quería más de lo que él podía ofrecerle… Pero no tendría mucho que contar en la fiesta. No estaba casada, no tenía hijos, ni siquiera tenía trabajo.

Will, por otro lado, parecía tenerlo todo. Y seguramente no habría vuelto a pensar en ella en todos esos años. De modo que aquello era muy… deprimente.

–No te molesta, ¿verdad? –preguntó Beth, que estaba observándola con más atención de la que a Alice le gustaría. Beth era encantadora, pero eso no significaba que fuese tonta.

–No, no, claro que no –contestó ella–. Claro que no –repitió, aunque no sabía a quién estaba intentando convencer.

¿Cómo iba a molestarla después de tantos años? Will y ella habían roto de mutuo acuerdo diez años atrás y no se habían visto en ocho años. No había amargura, ni enfado, ni malos recuerdos. No había razón alguna para que no se vieran como amigos.

Salvo, para ser honesta, que él estaba casado y ella no.

–En serio –le dijo a Beth–. No pasa nada. De hecho, me apetece recordar viejos tiempos. Pero es que… no sé, me ha parecido raro oír su nombre después de tantos años.

Incluso consiguió sonreír, pero Beth seguía mirándola con expresión escéptica y Alice decidió contarle la verdad. Roger se la contaría de todas formas.

Poniéndose las alegres chanclas que había comprado en el aeropuerto, inclinó la cabeza hasta que la melena castaña ocultó por completo su cara.

–Will y yo estuvimos saliendo juntos –dijo, como si careciera de importancia.

–¡No! ¿Will y tú? ¡Roger nunca me lo ha contado!

–Rompimos antes de que os conocierais. Seguramente no volvió a acordarse del asunto.

–Pero los dos estuvisteis en nuestra boda –objetó Beth–. Roger debería habérmelo dicho por si os ponía juntos en la mesa o algo así. Yo no tenía ni idea… ¿Lo pasaste mal?

Incapaz de seguir disimulando, Alice levantó la cabeza.

–No, qué va –murmuró, sujetándose el pelo con un pasador.

Pero no era verdad. Ella no se habría perdido la boda de Roger por nada del mundo y sabía que Will estaría allí. Habían pasado dos años desde que se separaron y esperaba que pudieran ser amigos.

Una esperanza poco fundada. Aunque, afortunadamente, no tuvieron que sentarse juntos en la iglesia.

Entonces estaba saliendo con un compañero de trabajo, Clive. Y sí, quizá Clive era un poquito estirado, un poco presumido, pero Will no tenía ningún derecho a decirlo en voz alta. Se habían encontrado, inevitablemente, en el banquete, y Alice hizo lo que pudo para charlotear sobre cualquier cosa mientras Will miraba a Clive sin disimular su desprecio.

–Te has vendido, Alice –le había dicho–. Ese Clive es aburrido, pretencioso y egocéntrico. No es hombre para ti.

Habían discutido en la terraza, alejados de la gente. Clive había bebido demasiado y no paraba de hablar de su deportivo y de sus famosos clientes. Estaba haciendo el ridículo y Alice tenía que hacer un esfuerzo para disimular lo mal que lo estaba pasando.

Deprimida por su falta de juicio en lo que se refería a los hombres había salido a la terraza, pero si hubiera sabido que se encontraría con Will entre las sombras se habría quedado dentro.

Will era la última persona a la que quería ver en aquel momento. Había querido convencerlo de que su vida era maravillosa desde que se separaron, de que era feliz con su trabajo y con una relación de pareja extraordinaria. Pero después de ver a Clive metiendo la pata toda la noche, no había ninguna posibilidad.

Mortificada por el comportamiento de su pareja y tensa porque llevaba horas intentando que Will no se percatase de cómo la afectaba su presencia, Alice no estaba de humor para discutir con él.

–¿Y tú qué sabes? –le había espetado.

–Te conozco y sé que un hombre como Clive no puede hacerte feliz –había contestado Will, con toda tranquilidad.

–¡Tú tampoco me hacías feliz!

–Una vez lo hice. Nos hacíamos felices el uno al otro.

Alice no quería recordar esos momentos, de modo que apartó la mirada.

–Eso fue hace mucho tiempo.

–Pero no hemos cambiado.

–¡Yo sí he cambiado! Han pasado casi dos años, Will. Ya no soy la misma persona. Tengo una nueva vida, la vida que siempre he querido –protestó Alice–. A lo mejor Clive me da lo que necesito.

–¿Ah, sí? –Will dio un paso hacia ella e instintivamente Alice dio un paso hacia atrás, quedando atrapada contra el tronco de un árbol–. ¿Ah, sí? –repitió él entonces–. ¿Te hace reír, Alice? ¿Habláis en la cama, como hacías conmigo?

Su corazón latía con fuerza y podía sentir la corteza del árbol clavándose en su espalda a través de la delgada tela del vestido. Intentó apartarse, pero Will la sujetó. No era un hombre particularmente alto, pero sí más fuerte de lo que parecía.

Y ella, debía reconocer, no hacía grandes esfuerzos por apartarse. Su cuerpo, traidor, respondía a la cercanía del hombre, a su calor, tan conocido. Siempre había sido así. Alice solía mirarlo cuando dormía, preguntándose qué tenía aquel hombre que la atraía tanto.

Will Paxman no era especialmente guapo. En muchos sentidos era un hombre normal, pero había algo en él, algo único, no sabía qué. Quizá la línea de su mandíbula, sus labios, sus manos, tan masculinas, sus ojos siempre burlones… algo que despertaba en ella un deseo que ningún otro hombre había despertado nunca.

–¿Tiemblas cuando te besa aquí? –le preguntó Will en voz baja, inclinándose para besarla en el hombro. Y, a pesar de sí misma, Alice sintió un escalofrío que la recorrió de arriba abajo.

Cerrando los ojos, contuvo el aliento mientras él seguía besando su cuello, su garganta.

–Eso no es asunto tuyo –consiguió decir.

–¿Te quiere? –le preguntó Will entonces.

–Sí –contestó Alice haciendo un esfuerzo–. Sí, me quiere –repitió, aunque parecía estar intentando convencerse a sí misma.

Quería creer que Clive la quería. De no ser así, ¿qué hacía con él?

–No es verdad –dijo Will entonces–. Ese Clive no quiere a nadie más que a sí mismo.

Los dos se quedaron en silencio un momento. Luego Alice abrió los ojos y se encontró mirando la cara de Will muy de cerca, la cara que una vez la había hecho tan feliz.

–¿Tú quieres a Clive?

Alice no podía contestar. Tenía la garganta seca. Sólo podía mirarlo mientras el mundo parecía haber dejado de girar y sólo existían Will y el roce de sus manos.