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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Teresa Hill

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El novio de mi hermana, n.º 1680- marzo 2018

Título original: Her Sister’s Fiance

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-785-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

LAS menudas y ancianas señoras sentadas a las mesas de picnic lo miraron como si fuera escoria.

Joe Reed trató de no prestarles atención debajo de un enorme magnolio mientras comía un perrito caliente en la celebración del 1 de Mayo de la ciudad, tratando de parecer su antiguo yo: respetable, fiable y solidario.

Se ladeó hacia la derecha para obtener una vista mejor de una de las ancianas.

¿No era una amiga de su abuela?

Gimió.

Su abuela estaba un poco sorda y no vivía del todo en el presente. A menudo pensaba que era una niña en busca de su perrito de aguas, CoCo, que llevaba muerto setenta y cinco años. Nunca le habían contado que había muerto.

Y él seguía sin querer que lo supiera.

Sí, después de entrecerrar los ojos, pudo garantizar que se trataba de Marge y… pudo ver que se dirigía hacia él. Se dio la vuelta con la esperanza de desaparecer, pero al siguiente instante, dos hombres lo agarraron de los hombros y lo arrastraron hacia el bosque.

Por desgracia, no eran desconocidos.

Hubiera preferido que le robaran.

Aunque nadie sufría ese tipo de asalto en Magnolia Falls, Georgia.

—Eh, vamos —probó.

Sus captores no le hicieron caso. Uno iba armado, de modo que dejó de discutir y permitió que se salieran con la suya.

Lo soltaron a casi un kilómetro. Lo empujaron contra un árbol y lo miraron con ojos furiosos.

Uno era un policía.

Joe solía salir con su hermana.

El otro era un ministro de la iglesia.

En ese momento estaba casado con la hermana con la que Joe había salido. Según todos los informes, felizmente casado, y tal como lo veía él, Ben no podía poner objeciones al hecho de que Kate y él hubieran roto. De lo contrario, nunca hubieran terminado unidos.

El problema radicaba en el modo en que habían roto.

Ahí era donde entraba en juego la otra hermana. Kathie.

Había una tercera hermana. Kim, la pequeña de la familia, pero Joe jamás la había tocado.

Era la del medio la que había sido su perdición. Y aún lo era, a juzgar por el modo en que la gente de esa ciudad pequeña lo trataba seis meses después de toda aquella debacle.

—Tenemos un problema —dijo Jax, el hermano que era poli.

—Sea lo que fuere, yo no lo hice —insistió Joe. No le gustaba meterse en problemas. Realmente era un buen tipo. Aunque ya nadie lo creyera.

—Oh, sí, claro que lo hiciste —aseveró Jax, tan grande e intimidador como en el instituto, como cuando atravesaba la línea de defensas del equipo contrario o salía con una tras otra de las chicas del equipo de animadoras.

Todas tenían su turno. Entonces había hecho que pareciera fácil, y aún lo hacía.

Joe había sido más tranquilo, más centrado en sus estudios, presidente del último curso, campeón de ajedrez, una fuerza temida en un debate… nada de lo cual lo había ayudado a conseguir chicas.

No era un seductor, en absoluto el tipo de hombre que saliera con una hermana y se escabullera para besar a la otra.

Todavía seguía sin estar seguro de cómo había pasado.

Lo único que se le ocurría era locura temporal.

Aún hacía que la cabeza le diera vueltas cuando pensaba demasiado en ello, de modo que trataba de no hacerlo. Era presidente de un banco, por el amor del cielo. El más joven de todo el estado en el momento de ser nombrado.

¿Qué había sido de aquel hombre destinado a triunfar?

—De verdad que no hice nada —probó otra vez.

No había llamado a nadie, no había hablado con nadie, no había visto a nadie. Durante seis meses había llevado la vida de un monje, tratando de mantener la cabeza gacha, cumplir con su trabajo y no darle a nadie motivos para que volviera a hablar de él. Jamás.

Como si eso hubiera servido para frenar las habladurías.

Se sentía como si lo hubieran marcado de por vida, como si nunca pudiera borrar lo que había pasado.

Miró a Jax, furioso, con el revólver al costado, luego a Ben, el más sereno de los dos. Se dijo que sin duda un ministro no tomaría parte en darle una paliza en el bosque. Aunque le sorprendía que Jax hubiera esperado tanto.

Miró a Ben en busca de ayuda.

—Probablemente sería mejor si escucharas durante un rato —dijo Ben.

Parecía tan sereno como el que más, como si en todo momento arrastrara a gente por el bosque.

—Las cosas están así —continuó Ben con una sonrisa, mientras Jax continuaba ceñudo—. Kate no está feliz.

Joe pensó en eso. Tampoco le había hecho nada a Kate. Apenas le había hablado, casi ni se había acercado a ella, y si Kate no estaba feliz, ¿no era más problema de Ben que de él, dado que Ben era su marido en ese momento?

—Bueno, debería estar feliz, absolutamente feliz, casada conmigo —prosiguió Ben—. Salvo por una cosa.

Joe pudo imaginar qué era esa cosa.

—Y Kim no está feliz —dijo Jax—. Lo más importante de todo para ti es que yo no estoy feliz, y podría hacerte daño con tanta facilidad.

En ese punto, Ben se interpuso entre los dos.

—Y si mi esposa y su familia no están felices, desde luego, yo tampoco lo estoy —aseveró.

—No es posible que estemos felices ya que un miembro de nuestra familia no se encuentra presente —afirmó Jax.

—De acuerdo —convino Joe con cierto titubeo.

Kathie. Se había marchado el día de la boda de Kate y Ben, desapareciendo justo después de la ceremonia. Habían pasado semanas hasta que supieron dónde estaba. Enseñaba en un internado caro en Carolina del Sur y resistía todos los esfuerzos de la familia de convencerla de que regresara a casa.

No podía culparla. También a él le habría gustado huir, pero no era de los que escapaban. Tenía obligaciones y había tomado la decisión de sortear la tormenta, pensando que años de ser responsable, fiable y bueno harían que superara unos pocos momentos de locura con la hermana de su entonces novia.

Pero no había sido así. Al parecer, iban a castigarlo para toda la eternidad.

¿Y en ese momento estaban todos enfadados con él porque Kathie no se encontraba presente?

—Y como tú creaste todo este lío —decía Jax con ojos centelleantes—, vas a ser tú quien lo arregle.

Tragó saliva, preparándose para el primer puñetazo a la mandíbula. Pero Jax no lo golpeó, simplemente dijo:

—Vas a traer a nuestra hermana a casa.

—¿Yo? —preguntó—. Pero… ella me odia.

—Ése es tu problema —expuso Jax.

—Lo que quiere decir es… que estamos seguros de que sabrás encontrar un modo de salvar eso —explicó Ben, como si fuera tan sencillo como girar a la izquierda, y no a la derecha, para salir de un atasco de tráfico.

Las mujeres no se parecían en nada a un atasco.

No había mapas ni señales que le indicaran a un hombre cuándo parar y cuándo continuar. Ni los kilómetros que faltaban para llegar a destino.

—Ni siquiera quiere hablar conmigo —insistió. ¿Cómo iba a convencerla de volver a casa cuando no le hablaba?

—Vamos a dejar que ese problema también lo soluciones tú —dijo Ben, dándole una palmada en el hombro como si fueran colegas o algo así.

—Pero… yo…

Jax le plantó un papel en el pecho y Joe lo agarró.

—Ésa es su dirección. No te molestes en llamar. Como bien has dicho, no hablaría contigo. Tienes que presentarte allí en persona. Hemos incluido indicaciones de cómo llegar. No es más que un trayecto de cuatro horas en coche. Mañana es día de graduación en ese internado. Una vez que haya terminado, tendrá libertad de hacer lo que le apetezca. Vas a irte a casa, preparar una maleta y empezar a conducir.

—¿Esta noche? ¿Queréis que vaya a verla esta noche?

—Espero que hayas salido de la ciudad en una hora. Y sabes que lo sabré si no es así —dijo Jax—. Imagino que estás al tanto de lo que sucederá si alguien te ve por aquí después de las ocho.

Desde luego.

Jax y sus colegas del cuerpo de policía.

Joe había sido citado por cinco violaciones de tráfico a la semana de que Kathie dejara la ciudad, y no había sido culpable de ninguna. Pero tampoco había protestado. No hasta terminar ante un juez que había estado dispuesto a quitarle el carné de conducir, y aun así no había tenido mucho que decir. El juez había sabido exactamente lo que sucedía y lo había dejado ir con una advertencia, en la que le recalcaba que debería esforzarse en reparar lo que hubiera hecho para molestar a la crema y nata de Magnolia Falls.

—No volverá porque yo se lo pida —dijo Joe con sinceridad.

—Entonces, tienes que pensar en algo, ¿verdad? —indicó Ben—. Menos mal que es un trayecto de cuatro horas. Estoy seguro de que cuando llegues, se te habrá ocurrido qué decir para lograr que regrese.

—No puedo. Quiero decir… No sé qué decir. No creo que haya nada que pueda decir. Si lo hubiera, lo diría —no porque quisiera que volviera… en realidad, no. ¿Qué clase de hombre le daría la bienvenida por segunda vez a la locura?

Pero ése era el hogar de Kathie, el único que siempre había conocido. Su padre había muerto cuando ella contaba cinco años, su madre el año anterior, y sus hermanos eran toda la familia que le quedaba. Siempre habían estado unidos y odiaba pensar que él la había apartado de esa familia, dejándola sola en el mundo.

Y la pobre Kate. Había sido como una segunda madre para sus dos hermanas menores, siempre se había tomado muy en serio sus obligaciones con ellas.

Se lo debía a Kate.

Y Kathie. No dejaba de pensar en ella como en una adolescente. Lo que casi era cuando la conoció, pero ya tenía veinticuatro años y él acababa de cumplir treinta y uno, y era un adulto, supuestamente responsable e inteligente, y era que había manejado toda la situación entre ambos de manera lamentable.

De modo que se lo debía a las dos, aparte de que lo habían educado para creer que un hombre se afanaba en no cometer errores y, si los cometía, siempre intentaba compensarlos.

—De acuerdo —aceptó, resignado, pero sin tener idea de cómo lograría la tarea de llevarla a casa—. Iré.

Que Dios lo ayudara.

 

 

Kathie trabajaba en un internado de niños en mitad de ninguna parte. Joe condujo por el bosque durante kilómetros, pensando que iba a terminar en un campamento de verano, pero al final ahí lo tuvo, algo parecido a una antigua ciudad universitaria de piedra gastada y cubierta de hiedras situado en medio del bosque. Pensó que se trataba de un lugar raro para una escuela. Jacobsen Hall, ponía el letrero, lleno de grandeza contenida, que gritaba dinero centenario.

Después de mirar el mapa y las indicaciones para llegar, encontró el colegio mayor donde Kate había estado viviendo, mientras desempeñaba un papel como….

¿Tutora?

Kathie tenía veinticuatro años.

Las tutoras no tenían esa edad.

Había un torrente constante de niños y equipaje saliendo por la puerta principal, ayudados a menudo por chóferes que guardaban las pertenencias de los niños en limusinas.

Joe esquivó maletas y mocosos para llegar al interior. En el vestíbulo, con un portapapeles en la mano, el cabello rubio recogido en un moño severo, se hallaba Kathie.

Le consternó sentir un nudo en el estómago al verla, incluso con ese vestido negro con cuello y puños blancos.

Durante un instante estrafalario, pensó que si la falda fuera un poco más corta y luciera un pequeño mandil blanco, se soltara algunos de esos botones de latón y se desmelenara, parecería una… una…

Emitió un gemido angustiado.

No iba a fantasear con ella.

Bajo ninguna circunstancia tendría pensamientos sexuales con ella. Ninguno. Jamás.

No iba a volverse loco otra vez por la hermana menor de su ex novia.

No.

Antes preferiría pegarse un tiro ahí mismo antes que pasar una vez más por aquello.

Sólo necesitaba a una mujer. Cuerda, sensata, pragmática, responsable y fiable. Todas las cosas que siempre había pensado que era Kate. Todas las cosas que siempre había sido él. Y sentaría la cabeza con ella y llevarían una vida cuerda, sensata, pragmática, responsable y fiable. Volvería a ser quien había sido. Todo el mundo olvidaría el pequeño incidente de seis meses atrás que tanto había mancillado su reputación.

Sabía lo que tenía que hacer.

Y podría empezar con ese plan en cuanto convenciera a Kathie de regresar a su casa de Magnolia Falls, para que su hermano y su cuñado no le dieran una paliza o lo metieran en la cárcel.

Era todo lo que necesitaba hacer.

Y una vez que llegaran, mantenerse alejado de ella y no tener ningún pensamiento impuro acerca de Kathie.

No sintió ninguna seguridad en que pudiera lograr eso último, no después de haber estado rehaciendo su traje mentalmente hasta convertirla en una traviesa doncella francesa a los pocos minutos de verla.

Pero no podía regresar sin ella. Perdería la dentadura.

Aunque tampoco era la amenaza lo que impedía que diera media vuelta y se marchara. Estaba en deuda con ella. Su lugar estaba con su familia y no pensaba ser él quien le arruinara la vida apartándola de ellos. Con o sin pensamientos impuros.

«Eres un hombre. Compórtate como tal», se dijo con severidad.

Ella alzó la vista, lo vio y pareció un animal asustado.

¿Es que lo consideraba la criatura más baja de la tierra? ¿Creía que tenía algo que temer de él?

Se puso pálida. Las manos comenzaron a temblarle y durante un momento dio la impresión de que podría dar media vuelta y huir. Pero finalmente decidió aguantar, irguiéndose y levantando el mentón, con una expresión de vergüenza, y quizá disgusto, en sus ojos castaños.

—Hola, Kathie —dijo, metiendo las manos en los bolsillos.

Ella lo miró con ojos centelleantes.

—¿Qué haces aquí?

—He venido a verte —respondió.

—¿Cómo me has encontrado? —demandó ella.

—Gracias a tu hermano.

—Él jamás te daría mi paradero —insistió.

Joe sacó la hoja que contenía las indicaciones y el mapa que Jax le había impreso de la web, junto con una nota manuscrita que ponía el nombre del colegio mayor de Kathie, y se la mostró.

Ella hizo una mueca y Joe se imaginó la llamada que recibiría Jax si él no conseguía llevarla de regreso a casa, en cuyo caso podría mantener en persona la conversación con su hermano.

—No tengo nada que decirte —afirmó ella, cruzando los brazos al tiempo que adoptaba su mejor expresión de terquedad.

Algo que hizo que él contuviera una sonrisa.

No era una mujer terca. No podía intimidar ni aunque lo intentara, y el único motivo por el que alguna vez estaría asustado de ella era por su locura temporal, algo que le achacaba a Kathie.

Pero no había tiempo para ser amable, aunque no creía que fuera algo de lo que ella lo considerara capaz.

—Bueno, pues yo sí que lo tengo. Y vas a escucharme.

Así era como Jax habría tratado a una mujer, ¿no?

Quizá no. Jax la habría seducido, pero Joe siempre se consideró deficitario en ese departamento.

Entonces, ¿cómo diablos se suponía que lo iba a lograr?

Ella lo miró boquiabierta, sin duda sorprendida por su tono y por sus palabras, y luego pareció herida, quizá un poco llorosa.

«Diablos». Ya lo había estropeado.

—De acuerdo, sólo… escúchame, ¿por favor?

Ella movió la cabeza.

—No puedo. No puedo hablar contigo. No quiero verte. ¡Déjame en paz!

Al final alzó la voz. Estaban llamando la atención. Una mujer vestida con la misma austeridad que Kathie fue con celeridad hacia ellos.

—¿Kathie? ¿Te encuentras bien?

Asintió, con el labio inferior trémulo y los ojos brillantes con lágrimas no derramadas.

«Lo que me faltaba», pensó Joe.

Otra vez iba a ser el malo de la película.

—¡No soy el malo! —exclamó.

La expresión de la amiga lo dijo todo.

—No, no lo es —Kathie saltó en su defensa.

Algo que lo desconcertó. Si no era el malo, ¿quién lo era? Él era el único chico involucrado en una situación que había salido fatal, de modo que tenía que ser el malo, ¿no?

Kathie le entregó el portapapeles a su amiga y dijo:

—Termina de pasar lista por mí, ¿de acuerdo? He de hablar con Joe —lo tomó de la mano y comenzó a llevárselo de allí.

—¿Joe? —dijo su amiga—. ¿Ese Joe?

De modo que era famoso en Jacobsen Hall.

—Vamos —dijo Kathie, alargando la mano hacia la puerta—. Por aquí. Ya.

Entró sin discutir, consternado por encontrarse a solas con ella en un despacho vacío. Kathie cerró la puerta y se quedó con la espalda pegada a ella, como si no quisiera alejarse demasiado porque podría sentir el deseo de huir.

Las cosas no iban nada bien.

—Será mejor que te sientes —indicó un sillón delante del escritorio.

Queriendo complacerla, obedeció.

—De acuerdo —continuó con expresión dolida—. ¿Qué quieres?

La situación se le escapaba de las manos. Se suponía que debería haber encontrado un argumento antes de haber llegado a ese punto con ella.

—Tu familia quiere que regreses a casa —soltó.

Ella rió.

—Imposible. No puedo volver.

—Desde luego que sí. Toda tu familia está allí. Todos te quieren en casa, Kathie.

—Lo dudo.

—Claro que sí. Te quieren. Se sienten desdichados sin ti.

—Se sentían desdichados conmigo. Tú y yo los hicimos desdichados.

—Bueno… lo han superado —era verdad, ¿no? No la furia que les inspiraba él, pero sí estar furiosos con ella.

—No pueden haberlo superado —insistió ella.

—Por supuesto que sí. Llámalos. Te lo confirmarán.

—No puedo hablar con ellos —afirmó, como si fuera un idiota por creer lo contrario.

—Claro que puedes.

—Joe… lo que hicimos… fue terrible. ¡Fue horrible! Me siento tan avergonzada que no podría mirarlos a la cara. Por eso tuve que irme.

—De acuerdo. Lo comprendo. Pero has estado ausente durante seis meses. Créeme, han olvidado que están furiosos contigo. Quiero decir… ni siquiera estaban furiosos contigo, para empezar. Están furiosos conmigo. No tienes nada de qué preocuparte. Todo el mundo en la ciudad me culpa a mí.

Ella se mostró horrorizada por eso.

Pensó que quizá no era una noticia grata para darle, pero era verdad.

—Es terrible —confirmó ella.

—Bueno… —¿qué podía decir?—. En realidad, no.

Era incómodo, irritante y frustrante, pero no terrible.

—No, lo es. No es nada justo. Fui yo. La culpa fue mía.

—No, no lo fue —aseveró él. Era un hombre adulto, responsable de sus actos. No iba a culparla por eso.

—Lo fue. ¡Oh, Dios, ahora me siento peor! ¿Todos te culpan a ti?

Joe se quedó desconcertado. Bajo ningún concepto era lo que había querido decir. Mantenían una conversación, y ella no daba la impresión de querer huir en cualquier instante.

Jax había dicho que hiciera lo necesario para llevarla de vuelta. Empezaba a pensar que, aunque no había sido lo que había querido decir, tal vez fuera lo que funcionara. La conocía, sabía cómo funcionaba su mente y lo generosa que era. Sería mucho más fácil conseguir que regresara para sacar a otra persona de un aprieto que para ayudarse a sí misma.

—De acuerdo, sí, ha sido terrible —confirmó, estudiando su cara al hacerlo. «Sí, esto va a funcionar»—. El modo en que huiste, todos pensaron que tal vez sólo había estado… jugando contigo, lo que hizo que pareciera aún peor.

Como si alguna vez hubiera jugado con las mujeres. Su hermano lo hacía. Él jamás.

—Pero no fue así —insistió ella.

No discutió que había sido algo muy parecido; simplemente, continuó, exponiendo las cosas del modo que ayudara más a que la culpabilidad la impulsara a regresar.

—Y entonces, cuando todo el mundo supo lo nuestro, y después de que te marcharas… todos pensaron que te había dejado plantado —¿lo había hecho? Supuso que eso habría podido parecer mientras trataba de mantener la distancia y no empeorar las cosas—. Todo el mundo pensó que había sido tan abominable contigo, que ni siquiera podías soportar la idea de estar en la misma ciudad conmigo.

Llegó a la conclusión de que parecía remotamente plausible.

«¿Será suficiente para impulsarla a volver?».

—Pero todo el mundo en la ciudad te quiere —afirmó Kathie.

—Ya no —intentó mostrarse desolado.

—Pero no fue culpa tuya. Fue mía. ¡Todo!

Él sabía que no era así. La había besado. Más de una vez. Mientras estaba prometido a su hermana, alguien a quien los dos querían.

Pero si Kathie creía que era culpa suya, creería que recaía en ella solucionarlo, algo que no podía hacer desde ese internado. Sólo desde Magnolia Falls.

Jax podría matarlo si alguna vez descubría la táctica que estaba empleando y Joe podría repudiarse un poco más por ello, pero en ese punto estaba con Jax y con la familia de Kathie… tenía que volver a casa.

—Eh, no te preocupes —dijo, todavía tratando de parecer desolado—. La gente lo superará. Y el negocio del banco no se resiente por ello. En realidad, no…

—¿Está afectando al banco? —quiso saber ella.

—¿He dicho eso? No. En realidad, no.

—Sí, lo has dicho. Seguro que sí.

Él se encogió de hombros.

—Nos repondremos. No te preocupes por eso. Algún escándalo nuevo llegará a la ciudad y todo el mundo olvidará el comportamiento horrible que tuve con Kate y contigo.

«Kate».

Eso le dio otra idea.

Sabía que ella quería a su hermana.

—Y no creo que nadie realmente crea que Kate está tan furiosa contigo como para no perdonarte —añadió, improvisando—. O ese estúpido rumor de que te ordenó que salieras de la ciudad y no volvieras nunca.

—¿Creen que me echó de la ciudad?

—No. No creo que nadie crea eso. Conocen a Kate. Saben que jamás haría algo así.

Kathie se mostró horrorizada.

—Jamás pensé que os culparían a Kathie y a ti.

—Y no lo pienses ahora. En serio. Estamos bien. Superaremos esto. Sólo hará falta algo de tiempo.

—No es justo —insistió ella.

—Está bien —repitió él.

—No, no lo está. Y no puedo dejar que algo así tenga lugar. He de hacer algo.

—Bueno… si de verdad quieres ayudar…

—¿Qué? Dime qué hacer.

—Creo que si volvieras por el verano y vieras a Kate, le mostrarías a todos que todas esas tonterías que dice la gente acerca de que Kate no te ha perdonado y que tú huiste de la ciudad… se acabarían. Todo el mundo sabría que no es verdad.

—Sí, se acabarían —irguió los hombros, poniendo expresión decidida y muy, muy triste—. Y tampoco puedo dejar que piensen que tú eres culpable de todo esto. He de pasar un tiempo con Kate y luego deberé pasar un tiempo contigo.

«No, no, no», pensó Joe.

No con él.

No los dos juntos.

No.

Eso no formaba parte del plan.

—Yo estoy bien —insistió.

—No, he de arreglar esto. ¿Piensan que tú… que tú y yo… mientras estabas prometido a Kate? —ni siquiera podía decirlo—. ¿Y que luego, cuando ella lo descubrió, me dejaste?

Joe asintió, pensando que estaba mal. Que iba a estar muy mal.

—No me extraña que te odien —comentó consternada—. Joe, tenemos que convencerlos de que tú no me dejaste.

—No, no tenemos que hacerlo.

—Sí. Podría decirles que yo te dejé. Podría decírselo a Melanie Mann, esa chica con la que Kate fue a la escuela, la que extendió todos los rumores sobre mi hermana el otoño pasado. En un abrir y cerrar de ojos se lo contará a toda la ciudad. Eso es. Le contaré a Melanie que yo te dejé.

—De acuerdo —aceptó, pensando que era el momento de despedirse de sus dientes. Jax despreciaría cualquier plan que hiciera quedar mal a Kathie, y no lo encajaría de forma pasiva.

—Y si eso no funciona, tendremos que asegurarnos de que nos vuelvan a ver juntos —expuso Kathie.

Parecía tan desdichada ante esa idea como el mismo Joe.

«Pégame un tiro ahora», pensó.

Había quedado como un idiota por ella.

Había deshecho años de vida cuidadosa y respetable, todo por unos pocos momentos robados con ella.

—Sí, eso es lo que haremos —insistió ella—. Nos… ya sabes… haremos que nos vean juntos, como si estuviéramos unidos, sólo unas cuantas veces; y unas semanas más tarde, te dejaré. Simplemente diré que he terminado contigo, y tú podrás afirmar que tienes el corazón roto. Así todo el mundo se apiadará de ti y volverá a ser amable contigo.

Joe gimió.

Jax había dicho que la llevara de vuelta a casa.

Y parecía que había logrado convencerla de regresar.

Entonces, ¿por qué estaba seguro de que las cosas iban a empeorar en vez de mejorar?

Quizá fuera mejor que él mismo se partiera la mandíbula, así se ahorraría tiempo.