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HarperCollins 200 años. Desde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Melissa Martinez Mcclone

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Érase una vez, n.º 2091 - diciembre 2017

Título original: Plain Jane’s Prince Charming

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-483-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

SEÑOR Ryder –Jane Dawson, en el modernísimo vestíbulo de Cyberworx, no podía creer que su voz sonara tan firme cuando por dentro se sentía como un grano de café siendo despedazado por un molinillo–. Me gustaría hablar con usted un momento. Si tiene tiempo… Por favor.

Jane hizo una mueca.

Estaba intentando mostrarse tranquila… pero aquello no era como hablar con los clientes en Hearth, un tranquilo y elegante café en el centro de Portland, Oregón. Su trabajo requería paciencia, una sonrisa y comprobar que todo el mundo tomaba bien los pedidos, no elocuencia y capacidad de convicción.

–¿Quiere hablar conmigo? –Chase Ryder parecía más un abuelo amable que el presidente de una multinacional–. ¿Con Chase… Ryder?

Parecía sorprendido.

Y era normal. La gente como Jane, gente que no había podido terminar la carrera y se dedicaba a servir cafés, no solía acercarse a personas como él. Y en condiciones normales no lo haría.

Pero aquellas no eran circunstancias normales.

Le habían encargado servir el desayuno a treinta personas en las oficinas de Cyberworx, aunque ella no solía encargarse de los servicios de catering. Pero su jefa, Zoe, le había ofrecido la oportunidad de conocer a Chase Ryder, y pensaba aprovecharla.

Jane recordó el consejo de Zoe: «Actúa como si supieras lo que estás haciendo. Y piensa antes de abrir la boca».

–Sí, me gustaría hablar con usted, señor Ryder.

El hombre sonrió.

–Pues me parece muy bien, señorita. Pero, desgraciadamente, yo no soy Chase Ryder.

A Jane se le cayó el corazón a los pies, como si le hubieran puesto una bolsa de cincuenta kilos de café colombiano en cada hombro.

«No es Chase Ryder».

¿Cómo podía haberse equivocado? Su compañera, Ally, le había dicho que el presidente de Cyberworx era un hombre alto, atractivo y siempre rodeado de gente. Y pensó que aquel caballero tan distinguido tenía que ser él. Pero se había equivocado.

–¿Se encuentra bien?

No, no se encontraba bien. Necesitaba a Chase Ryder. Necesitaba… un milagro. O nunca podría recaudar los fondos que necesitaba.

–¿Señorita?

«Haz lo que sea, menos una escena».

Recordando las palabras de Zoe, Jane se obligó a sí misma a sonreír. No pensaba arriesgar su puesto de trabajo.

–Lo siento. Gracias por atenderme.

–No, gracias a usted. Me alegra muchísimo que me haya confundido con Chase.

Mientras el hombre se alejaba, aparentemente alborozado, Jane dejó caer los hombros. Pero no podía rendirse. Tenía que volver a intentarlo.

Por Emma. Por la dulce Emma, una niña de cuatro años que jugaba con sus muñecas mientras esperaba retomar el carísimo tratamiento para la leucemia. Quizá aún podía encontrar a Chase Ryder. Sólo eran las diez de la mañana. Y si no…

Seguiría escribiendo cartas y llamando por teléfono. De alguna forma encontraría patrocinadores para el evento. De alguna forma ayudaría a la madre de Emma, Michelle, a pagar las facturas del hospital.

Si supiera cómo…

Jane se acercó a la mesa donde habían organizado el bufé para guardar los cruasanes, magdalenas y bollos de crema que habían quedado. Las fuentes de fruta estaban prácticamente vacías…

Oh, no. Una de ellas había caído al suelo. Jane miró los trozos de melón, uvas, piña y fresas pisoteados y aplastados por el suelo… Los empleados de la limpieza se encargaban de eso, pero no podía dejarlo así. De modo que tomó un paño y se agachó para limpiar aquel desastre.

Nada como un montón de piezas de fruta machacadas para dar al traste con una mañana de por sí desastrosa. Las cosas no podían ir peor.

–Perdone –oyó una voz masculina.

Aún arrodillada, Jane vio unas zapatillas de deporte negras con cordones viejos. Luego unos vaqueros gastados que cubrían unas pantorrillas largas, unos muslos fuertes y…

Y se puso colorada.

–¿Quería hablar conmigo?

¿Qué estaba haciendo? Había ido allí a pedir un favor, no a quedarse mirando como si fuera tonta.

–Soy Jan…

Al mirar los intensos ojos azules del hombre, todo pareció detenerse. No podía respirar y mucho menos recordar su nombre.

Tenía un rostro de rasgos angulosos, pero desde el hoyito en la barbilla a los sensuales labios, cada una de las facciones parecía pegar perfectamente con las demás. El pelo rubio caía sobre el cuello de la camisa azul y la chaqueta de sport. Ningún hombre debería ser tan guapo, pensó. Debía tener algún defecto, alguna verruga…

Y entonces lo encontró: una cicatriz en la ceja derecha. Pero en lugar de afearlo, le daba un aspecto aún más atractivo. Jane dio un paso atrás y se chocó con la mesa.

–¿Jan?

–No, Jane –contestó ella. Su voz sonaba diferente, más ronca. Y tuvo que aclararse la garganta–. Jane Dawson.

–Chase Ryder.

¿Chase Ryder? Era mucho peor de lo que había imaginado. Aquel hombre era demasiado joven, demasiado guapo, demasiado… masculino, como un vaquero que se hubiera metido en el edificio equivocado. Hombros anchos, metro ochenta y cinco por lo menos… ella le llegaba por la barbilla. De modo que estaba en total desventaja.

–¿Quería hablar conmigo?

«No te pongas nerviosa». Podía hacerlo. ¿Qué más daba que fuese el hombre más atractivo que hubiera visto nunca? ¿Qué más daba que fuera más rico que el rey Midas? El futuro de una familia dependía de él, así que no podía ponerse nerviosa por un rostro atractivo.

–Sí –Jane le ofreció su mano. Enseguida se dio cuenta de que llevaba el paño manchado de fruta y lo tiró sobre la mesa para limpiarse con el mandil a toda prisa–. Quería hablar con usted.

Él miró su reloj.

–Tengo tres minutos.

Su respuesta la irritó un poco, pero ¿qué podía hacer? Tenía menos de tres minutos para pedir su ayuda.

–Quiero organizar un evento a beneficio de una niña de cuatro años que tiene leucemia. Su padre nunca se ha hecho cargo de ella y su madre trabaja, pero no tiene seguro médico –Jane respiró profundamente–. He enviado tres cartas a su fundación y he llamado muchas veces, pero no he recibido respuesta alguna. Como iba a estar aquí esta mañana, he pensado ahorrarme un sello y hablar con usted directamente… aunque sé que su fundación no está asociada con Cyberworx.

Afortunadamente, después de la parrafada, Jane Dawson se detuvo para respirar.

Y él aprovechó para mirarla de arriba abajo.

Jane no se había sentido tan cortada en toda su vida. Con el pantalón negro, la blusa blanca y el mandil debía de parecer una criada. Nerviosa, se colocó un mechón de pelo que se había salido de la coleta.

–¿Y ha venido aquí para…?

–Servir el catering. Soy del café Hearth.

–Ah, sí, claro, suelen organizar el catering para las reuniones. Pero a usted no la conozco.

–Normalmente trabajo en el café. Pero mi jefa me dijo que podría hablar con usted si no le molestaba. ¿Le estoy molestando, señor Ryder?

–Me llamo Chase. Y no, no está molestándome.

Una pena que ella no pudiera decir lo mismo. Aunque Chase Ryder no estaba molestándola, sino poniéndola nerviosa. Cuando la conversación terminase tendría que tomar un café con hielo.

–Sé que está muy ocupado y casi han pasado los tres minutos, pero si quiere puedo enviarle un e-mail con más información sobre el caso de esa niña… o invitarlo a comer para contárselo en detalle.

–¿Invitarme a comer? –repitió él, levantando una ceja.

¿A comer? ¿Ella había dicho eso? Otra prueba de que no estaba preparada para relacionarse con hombres como Chase Ryder. Pero era demasiado tarde para echarse atrás.

–En el Hearth. Tenemos un descuento para empleados y hacemos un…

Los sándwiches, las ensaladas de pollo y las sopas seguramente no le interesarían nada a un hombre que podía comer todos los días en restaurantes de cinco tenedores. «Piensa, piensa, piensa».

–Un panini de verduras muy rico.

–Tiene usted mucha confianza en su café.

Mucha más que en sí misma. Zoe iba a matarla.

–Es una receta mía.

Él la miró en silencio un momento.

–¿Qué le parece a la una y media?

–¿Hoy? –preguntó Jane, incrédula.

Chase Ryder asintió con la cabeza, y el flequillo rubio cayó sobre su frente, como si fuera un crío. Jane tuvo que hacer un esfuerzo para no alargar la mano y apartarlo.

–Genial –contestó.

Y seguramente lo sería. Cuando el ritmo de su corazón hubiese vuelto a la normalidad y le dijera a Zoe que aquel día iban a servir paninis de verdura en el Hearth.

 

 

Con siete minutos entre reunión y reunión, Chase se detuvo en el despacho de su ayudante. Mientras Amanda terminaba con una llamada, él tomó el diminuto rastrillo del diminuto jardín Zen que había sobre el escritorio.

Amanda, una mujer de cincuenta y tres años, de aspecto increíblemente juvenil, le sonrió.

–¿No tienes una conferencia con Zurich?

–En seis minutos y medio.

–Ah, entonces no quiero hacerte esperar. ¿Qué necesitas, jefe?

–Cancela todo lo que tenga para hoy.

–¿Hoy? –repitió Amanda, sorprendida. La misma pregunta que le había hecho Jane Dawson, pero su ayudante parecía disgustada, no sorprendida.

–Eso es.

–Debería haberlo imaginado.

–¿Qué deberías haber imaginado?

–Que las cosas iban demasiado bien –suspiró su ayudante–. Esta semana había podido ir a buscar a mi hijo al colegio todas las tardes. Pero si hay que apagar otro fuego…

–No hay ningún fuego que apagar –sonrió Chase–. Esto es algo personal.

–¿Personal como una cita con el dentista o personal como que vas a volver a escalar el monte Hood? No será que tienes una cita, ¿verdad?

Viendo el interés en los ojos pardos de Amanda, Chase se rascó la mejilla. Llevaba nueve años trabajando para él y lo conocía mejor que nadie. Pero tenía cierta tendencia a portarse como si fuera su madre… lo único negativo de su personalidad.

–Tengo una cita.

–Con una mujer.

–Sí, pero no es lo que piensas.

–¿Y cómo sabes lo que pienso, jefe? –sonrió su ayudante.

–Porque veo ese brillo en tus ojos.

–Yo quiero ver el mismo brillo en los tuyos –replicó ella.

Amanda, que había sido viuda durante seis años, acababa de casarse por segunda vez y estaba empeñada en emparejar a todo el mundo. Para horror de los empleados de Cyberworx, claro.

–Ya empezamos…

–Sólo quiero que seas feliz.

–Soy feliz.

–Necesitas una mujer.

–Ha habido muchas mujeres en mi vida –respondió Chase. En realidad, tenía todo lo que quería y no necesitaba nada más–. Que tú hayas encontrado dos veces al hombre de tu vida no significa que a los demás vaya a pasarnos lo mismo.

–¿Es guapa?

Él levantó los ojos al cielo. La próxima vez le enviaría un mensaje y así se ahorraría la conversación.

–¿Lo es o no?

–Sí, supongo que es guapa –Chase se encogió de hombros.

–¿Supones?

–Tiene el pelo castaño y lleva unas gafas con una montura de color morado. Eso es lo que recuerdo de ella.

Por no hablar de sus ojos. O cómo se había pasado la punta de la lengua por los labios… Pero no pensaba decirle nada de eso.

Aquello no era una cita. Habían quedado para hablar sobre una especie de gala benéfica. A él le gustaba ayudar a los demás y, por lo visto, Jane necesitaba ayuda.

–Llama a P.J. y entérate de qué ha pasado con las cartas que envió Jane Dawson. Por lo visto, no ha recibido respuesta alguna.

–Lo haré, jefe.

–E intenta hacerlo antes de la una.

Amanda soltó una risita.

–No olvides pulir tu armadura antes de marcharte.

–Muy graciosa.

–Sé que te gusta rescatar a damiselas en apuros.

–Jane no está en apuros. Necesita ayuda y…

–A ti te gusta ayudar a la gente.

–Eso es.

Un periodista local lo había llamado «El Robin Hood de Portland». Aunque él usaba un bolígrafo en lugar de una flecha para conseguir fondos para los más desafortunados. Y Amanda le tomaba el pelo desde entonces.

–No es culpa mía que yo…

–Lo sepas todo.

–Muy graciosa.

–Pero es la verdad. Una cosa más antes de irte: ¿de qué color tiene los ojos Jane Dawson?

–Pues… verdes –contestó él–. Pero no verde oscuro… no, más bien como el peridoto, la piedra de mi madre, de un tono verde amarillento.

–Ah, qué interesante. Considerando que sólo te acordabas de que tenía el pelo castaño y unas gafas de montura morada…

Chase hizo una mueca. Amanda lo pillaba siempre. Pero en aquel caso estaba equivocada. Él sólo quería ayudar a Jane Dawson, como ayudaba a mucha gente. Los preciosos ojos verdes eran sencillamente… una pequeña recompensa. Además, no todos los días alguien lo invitaba a comer. Con descuento para empleados o sin él.