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HarperCollins 200 años. Desde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Gina Wilkins

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Entregada a ti, n.º 1662- noviembre 2017

Título original: The Road to Reunion

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-516-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

CON ocasión del 25º aniversario de boda de Jared y Cassie Walker, recibe una cordial invitación a la mayor fiesta de Texas.

Después de décadas de aportar su cariño y su dedicación a sus amigos y su familia, queremos honrar a esta pareja, que bien se lo merece. Así que anímate y ven a celebrarlo al rancho Walker el sábado 15 de octubre.

Se ruega confirmar asistencia a Molly o Shane Walker.

 

—Molly, date por vencida. Kyle no va a venir.

Molly Walker se cruzó de brazos y miró a su medio hermano.

—Quiero intentar una vez más convencerlo para que venga.

Shane se enjugó el sudor de la frente con un pañuelo. Era finales de septiembre pero seguía haciendo mucho calor en Texas y además él había estado trabajando todo el día en el rancho familiar. Estaba deseando terminar de recoger las herramientas para cenar con su esposa, Kelly, y sus dos hijas, pero escuchó pacientemente a su hermana pequeña.

—Le has mandado dos emisarios desde que localizaste dónde vivía, allá por julio. Los dos regresaron con un mensaje muy claro de que quiere estar solo. Sé que captar indirectas no es uno de tus puntos fuertes, Molly, pero estoy seguro de que en este caso hasta tú entiendes el mensaje.

—No estoy segura de que él haya comprendido lo que estoy intentando hacer por mamá y papá. Reunir a todos los chicos a los han acogido será una buena sorpresa para sus bodas de plata. Algunos no podrán acudir, pero hemos conseguido a casi todos. Si Kyle también estuviera sería una fiesta casi perfecta.

—No si él no quiere estar aquí.

—¿Y por qué no iba a querer? Sé que lo hirieron cuando estuvo al otro lado del Atlántico, pero mis informes me dicen que está prácticamente recuperado del todo, así que eso no debería de ser un problema. Tenía una relación muy estrecha con mamá y papá, sobre todo con mamá. Lo querían mucho, incluso fueron a su graduación del instituto. Kyle era un miembro de la familia.

—No, cariño. Él sólo vivió con nosotros durante algo más de un año cuando era un niño. Las cosas cambian. Kyle ha cambiado. Quizá fue el hecho de ir a la guerra, o simplemente el paso del tiempo, pero dejó de telefonear, de responder a las cartas, de esforzarse por mantener el contacto. Mamá se disgustó mucho, pero sabía que debía dejarlo marchar. Igual que deberías hacer tú ahora.

Molly se contuvo de hacer un mohín como una niña pequeña. Iba a cumplir veinticuatro años al mes siguiente y no era propio de esa edad hacer mohines.

—Simplemente no puedo creer que Kyle no quiera volver a vernos. Sólo quiero pedírselo una vez más. Él te admiraba, Shane. Quizá si tú…

—Yo no puedo desplazarme a Tennessee para intentar convencer a Kyle en estos momentos —respondió su hermano suavemente pero con firmeza—. Papá y Cassie se marchan el viernes al crucero y estarán fuera tres semanas. Mientras, yo tengo que ocuparme del rancho.

Molly suspiró y asintió de mala gana. Les había costado mucho lograr que Jared aceptara tomarse unas vacaciones y lo había hecho sólo porque Shane se quedaría al mando del rancho ese tiempo. Ella deseó poder contentarse con la cantidad de gente que había podido reunir para la fiesta de sus padres, pero no lograba superar la sensación de que faltaba algo. Y era algo de lo que iba a tener que ocuparse personalmente. Aunque eso no iba a decírselo a su sobreprotector hermano mayor.

Capítulo 1

 

DIECISIETE… ay… dieciocho… ¡maldición!

Las pesas golpearon el suelo de cemento cuando Kyle Reeves dejó caer las piernas. Había aumentado la resistencia ese día y el dolor era demasiado intenso para continuar. Estaba de muy mal humor, aunque eso no era nada nuevo. Llevaba en ese estado de ánimo los últimos ocho meses, tres semanas y cuatro días.

Un trueno hizo temblar las ventanas y comenzó a llover, no con fuerza pero sí con una constante cortina de agua. Las tormentas siempre eran dramáticas en las montañas. A él no le gustaban.

Se levantó del banco de pesas y se dirigió cojeando al pasillo. Su cabaña en las montañas de Tennessee no era muy grande: tenía dos habitaciones, una de las cuales empleaba como gimnasio, un cuarto de baño, un pequeño salón y una cocina—comedor. Apenas tenía muebles y la decoración era espartana, sin ningún tipo de lujos, salvo un enorme televisor.

El lugar necesitaba algunas reparaciones, pero al menos el tejado no tenía goteras y las vistas eran espectaculares. Y lo más importante para Kyle: no tenía vecinos en muchos kilómetros a la redonda.

Kyle llegó a la cocina y se tomó dos analgésicos con un poco de agua. Luego se pasó la mano por el pelo y se contempló en la puerta de la nevera: lo tenía desaliñado, una barba de cuatro días que no lograba ocultar la cicatriz de su mejilla, una camiseta gris bañada en sudor y unos pantalones negros de chándal que disimulaban su extrema delgadez. Ofrecía un aspecto lamentable pero, como no tenía a nadie alrededor, no le importaba.

Justo en ese momento alguien llamó a su puerta.

Kyle enarcó las cejas sorprendido. No esperaba compañía y dudaba de que su único amigo de verdad en la zona, Mack McDooley, se hubiera arriesgado a subir a las montañas con una tormenta que seguro iría a más.

Volvieron a llamar a la puerta. Kyle suspiró pesadamente y abrió bruscamente, sin preocuparse de mirar antes por la mirilla.

—¿Qué pasa?

Sería complicado decir quién se quedó más sorprendido en aquel momento: si su visitante a causa del abrupto saludo o Kyle al ver a la mujer que estaba frente a él.

Incluso en la tarde gris, era una joven que llamaba la atención: pelirroja, de cabello largo y abundante perlado de gotas de lluvia, con unas pestañas largas que enmarcaban unos enormes ojos verdes, una nariz perfecta salpicada de pecas y una boca carnosa y apetecible. Era de estatura media y de constitución delgada y vestía un jersey verde y unos vaqueros negros que hacían que sus piernas parecieran interminables.

¿Qué estaba haciendo una mujer como aquélla llamando a su puerta?, se preguntó Kyle.

—¿Se ha perdido?

Ella lo observó atentamente unos instantes y Kyle advirtió incómodo que no perdía detalle de su desaliñado aspecto. Pero no le importaba, se dijo. Esa mujer desaparecería de su vida en cuanto él le indicara cómo regresar a su camino.

Ella negó con la cabeza.

—No me he perdido… o al menos espero no haberlo hecho. ¿Es usted Kyle Reeves?

Kyle frunció el ceño al advertir el acento texano de ella.

—Mire, he intentado ser educado con ustedes, pero están empezando a pasarse de la raya. Dígale a Molly y a Shane que han sido muy amables al acordarse de mí, pero que no voy a asistir a su fiesta. Déjeles muy claro que no voy a cambiar de opinión… y que no quiero volver a repetir este mensaje —respondió él conteniéndose para no ser maleducado.

A pesar de lo hermosa que era aquella joven, si lo presionaba estaba dispuesto a ser rudo con ella. Sólo su cariño por la familia Walker y su deseo de no herir los sentimientos de la pequeña Molly habían logrado que no explotara, pero no sabía cuánto tiempo más podría controlarse. Estaba harto de que lo acosaran.

La joven se llevó las manos a las caderas y ladeó la cabeza mientras lo estudiaba detenidamente. A Kyle el gesto le resultó vagamente familiar. Pero antes de que pudiera decir nada, habló ella:

—¿Le importa si entro un momento? No esperaba que fuera a hacer tanto frío…

Un relámpago iluminó el cielo fantasmagóricamente y luego todo volvió a quedar en sombras.

—Sólo quiero que me dedique cinco minutos —insistió ella—. Estoy segura de que puede permitírselo, señor Reeves.

Kyle no tenía el corazón tan duro como quería aparentar: advirtió un ligero temblor en la voz de ella, no sabía si por nervios o por frío, que lo conmovió. Maldiciéndose a sí mismo por ser un tonto, se hizo a un lado.

—Tiene cinco minutos. Diga lo que tenga que decir, pero sepa que no voy a cambiar de opinión. Cuando termine su discurso, espero que se marche y que se asegure de que no se me vuelve a molestar a este respecto.

—Gracias.

Kyle advirtió que ella captaba todos los detalles de su salón, espartano salvo por el televisor. Seguramente el lugar le resultaría muy básico y primitivo a esa joven, y mejor así, ella no querría quedarse más tiempo del estrictamente necesario.

La joven se sentó en su usado sillón de cuero marrón. Consciente de que lo observaba, Kyle se esforzó por no cojear en su camino hasta su asiento.

—Deje que le ahorre trabajo —comenzó él—. Usted ha venido a invitarme a una fiesta sorpresa para Cassie y Jared Walker la semana que viene. Todos los chicos que han acogido a lo largo de estos años van a acudir. Molly y Shane están preparándolo todo y la pequeña Molly se disgustaría mucho si yo no acudo. ¿No es eso lo que iba usted a decirme?

Ella apoyó el brazo en el respaldo del sofá como si se sintiera en su propia casa.

—Lo ha resumido muy bien.

—Ya he oído el mensaje unas cuantas veces. Molly y Shane son persistentes, debo reconocerlo.

—Usted era especial para la familia y lo echan de menos. Significaría mucho para ellos que usted estuviera en la fiesta —le aseguró ella—. Claro que lo pasarán bien aunque usted no acuda, pero sería mucho mejor si participara.

—Lo siento, eso no va a ser posible.

Ella estudió su rostro unos instantes y luego suspiró suavemente.

—Entonces tiene usted razón. Será mejor que lo dejemos tranquilo.

«Por fin», pensó Kyle.

—¿Quiere transmitirle algún mensaje a la familia aparte de que lo dejen tranquilo? —preguntó ella.

Kyle se sorprendió contemplando aquella boca carnosa sin poder apartar la vista de ella. Entonces se puso alerta al recordar la atracción que había sentido nada más verla, se sacudió esa sensación e intentó no pensar en cuánto tiempo hacía que no estaba con una mujer.

—Dígales que les deseo un feliz aniversario. Y a Molly dígale que siento mucho que se haya tomado tantas molestias por mí.

Ella enarcó una ceja y sonrió ampliamente.

—¿Por qué no se lo dices tú mismo? —le preguntó ella y al ver su cara de sorpresa añadió—. ¿Tanto he cambiado?

Kyle se hundió más en su asiento y sintió que se sonrojaba. Hacía mucho tiempo que no se sentía avergonzado ni perplejo.

—¿Tú eres Molly?

—Antes me has llamado «la pequeña Molly». ¿Crees que el tiempo se detuvo cuando te marchaste del rancho hace doce años, Kyle? —le dijo ella.

—¿Qué edad tienes ahora?

A ella pareció divertirle la pregunta, más que ofenderla.

—Cumpliré veinticuatro en unas semanas.

Kyle sacudió la cabeza sin dar crédito. Las pocas veces que se había acordado de Molly, acudía a su mente la imagen de una chiquilla pecosa, sonriente e hiperactiva que acompañaba a su padre siempre que éste se lo permitía, que era muy a menudo ya que Jared no le negaba nada a su hija.

Kyle, que en aquel tiempo no tenía ninguna experiencia en tratar con niñas, se había sentido intimidado por ella. Y en ese nuevo encuentro ella lo aterrorizaba, debía admitirlo.

—Tú tienes veintinueve —murmuró ella—. Tenías casi diecisiete años cuando llegaste a nuestra casa de acogida. Estuviste allí hasta que acabaste el instituto y luego te marchaste al campamento de preparación para entrar en los Marines. A mí me entristeció mucho tu partida, siempre se me partía el corazón cada vez que uno de los chicos de acogida nos dejaba. Justo antes de que llegaras tú se marchó Daniel Castillo, ¿te acuerdas de él? Pues ahora vuelve a ser parte de la familia, se ha casado hace poco con mi prima BJ; hacen una pareja fantástica.

Kyle frunció el ceño. ¿Qué demonios estaba haciendo él sentado con Molly Walker, que ya no era «la pequeña Molly», y escuchando sus chismorreos sobre el rancho? Si continuaba así, terminaría viéndose comprometido a acudir a la fiesta a la que no quería ir. Se removió en su silla y un latigazo de dolor le recorrió la pierna izquierda y la espalda. Era una sensación tan familiar que fue capaz de ocultar su reacción. O al menos eso creyó él.

—Tus cinco minutos han terminado —anunció recuperando su mal humor.

 

 

Molly esperaba haber ocultado con éxito su conmoción al volver a ver a Kyle. Lo recordaba de la fotografía de su graduación en el instituto, que Cassie y Jared tenían en el salón de casa junto con fotos del resto de jóvenes a los que habían acogido a lo largo de los años.

Si no hubiera sabido que era Kyle, Molly no habría reconocido al hombre que le había abierto la puerta de su casa. Estaba extremadamente delgado y cojeaba pronunciadamente. Ya no tenía la piel bronceada y su barba de varios días no ocultaba una cicatriz en su mejilla. Y necesitaba un corte de pelo.

Por unos instantes, él había parecido relajarse y Molly había esperado que accediera a acudir a la fiesta. Pero entonces lo había visto dar un respingo de dolor y su expresión había cambiado bruscamente.

—Esperaba que me dejaras quedarme un poco más ahora que sabes quién soy —le confesó ella con una tímida sonrisa.

Él no le devolvió la sonrisa.

—No quiero ser maleducado, pero deberías marcharte antes de que…

Un ensordecedor trueno ahogó sus palabras y la lluvia golpeó furiosamente las ventanas.

—… antes de que la tormenta empeore —terminó Kyle y suspiró.

Molly se acercó a la ventana, abrumada con la violencia de los elementos.

—Esto es lo que queda de la tormenta tropical que azotó la costa de Carolina del Sur hace un par de días —le informó él—. Ha salido en todas las noticias.

—Pues yo no lo sabía. La radio de mi coche está rota, he venido todo el viaje escuchando CDs.

Aunque parecía imposible, Kyle frunció aún más el ceño.

—No habrás venido conduciendo desde Dallas, ¿verdad?

—Pues… sí —admitió ella—. Son una dieciséis horas de viaje. Salí ayer al mediodía, pasé la noche en Memphis y volví a montarme en el coche esta mañana. Ha sido un viaje agradable. Ha hecho buen tiempo, al menos hasta llegar a Gatlinburg. Además, no tengo muchas oportunidades de estar sola para pensar y escuchar música.

—¿Has hecho el viaje tú sola? No puedo creer que tus padres te lo hayan permitido —comentó él.

La que frunció el ceño entonces fue Molly.

—Para empezar, tengo casi veinticuatro años y ya no tengo que pedirles permiso a mis padres para marcharme unos días de casa. Además no se lo habría dicho porque estoy planeando una fiesta sorpresa para ellos y no quiero que se enteren. Y por último, llevan un par de semanas en un crucero por el Mediterráneo para celebrar su aniversario de boda.

—¿Y tu hermano tampoco te ha puesto problemas para que vinieras aquí?

Molly carraspeó mientras controlaba el impulso de patear el suelo como una niña pequeña.

—Tampoco tengo que darle explicaciones a Shane… aunque él cree que estoy de compras en Houston con una amiga de la universidad. Si no le he dicho la verdad es porque él no quería que te presionase para asistir a la fiesta. Sé que no le hace gracia que yo haga un viaje tan largo, pero Shane es bastante sobreprotector conmigo.

—Y eso que no es ni la mitad que tu padre. Jared se pondría furioso si se enterara de lo que has hecho.

Molly estaba poniéndose muy a la defensiva. Llevaba varios años intentando convencer a su familia de que ya no era la niña pequeña a la que había que vigilar y proteger, sino una joven competente capaz de tomar sus propias decisiones. Y no esperaba tener que librar esa batalla también con Kyle Reeves.

—Ya me preocuparé yo de la reacción de mi familia —dijo secamente—. Creí que merecía la pena hacer el esfuerzo si lograba convencerte para asistir a la fiesta.

—Pues siento que hayas hecho el viaje en balde. Si hubieras aceptado las respuestas que mandé con tus otros dos emisarios, te habrías ahorrado muchos problemas.

—Me cuesta aceptar un «no» como respuesta.

—Por lo que recuerdo, siempre era así —dijo él con una leve sonrisa sin humor.

Después de observar lo austeramente y aislado que vivía, Molly sabía que Kyle no querría ir a la fiesta.

—Si no puedes acudir a la fiesta, al menos plantéate el ir a visitar a mamá y papá alguna vez, ¿lo harás? Para ellos es importante saber que sus chicos han salido adelante.

Él adoptó una expresión extraña al oírse incluido en «sus chicos». Disfrazó su sorpresa y se acercó a la ventana. Molly advirtió que caminaba con mucho cuidado, como para disimular su cojera.

Estuvieron un buen rato en silencio. La tormenta dominaba el ambiente. Estaba claro que no había conseguido emocionar a Kyle, pensó Molly, que estaba empezando a sentirse culpable de haber viajado hasta allí e invadir la intimidad que Kyle parecía valorar tanto, ignorando las negativas anteriores de él.

—Será mejor que me vaya. No parece que la tormenta vaya a amainar en poco tiempo.

—Me temo que ahora no es buen momento para que te vayas —señaló él con resignación—. No sabes lo peligrosas que se vuelven las carreteras con una tormenta así.

Molly miró a través de la ventana.

—¿Crees que durará mucho?

El silencio de él fue una respuesta en sí mismo. Molly se mordió el labio inferior y se preguntó cuánto tiempo tendría que quedarse allí con un hombre que deseaba perderla de vista.

Capítulo 2

 

RESISTIENDO el impulso de maldecir, Kyle se apartó de la ventana.

—He estado haciendo ejercicio y estoy sudado, voy a darme una ducha y luego decidiremos qué hacemos —dijo, sin darle opción a Molly de responder, y salió de la habitación intentando no cojear mucho.

Quizá se sintiera más centrado después de una buena ducha y de darse un tiempo para recuperarse de la sorpresa de encontrarse a la pequeña Molly en su puerta, pensó Kyle.

Qué mala suerte que ella se hubiera presentado justo cuando amenazaba tormenta. Aunque deseaba enviarla de vuelta a su casa, no podía dejarla salir con ese tiempo. Si la carretera de la montaña era peligrosa normalmente, con lluvia mucho más. Ojalá ella no se hubiera presentado allí, pero ya que estaba, él iba a tener que hacer de anfitrión por unas horas, a su pesar.

Kyle se tomó su tiempo en darse una ducha, afeitarse y vestirse con una camiseta gris y unos pantalones vaqueros usados. Incluso se peinó, asegurándose a sí mismo que no era porque le importara su aspecto. Pero antes había sido sorprendido de improviso y quería recuperar el control de la situación cuanto antes.

Cuando estuvo seguro de que estaba presentable, regresó al salón. Empezaba a costarle mucho esfuerzo controlar la cojera. Seguramente se había pasado con la rehabilitación antes. Si Molly no estuviera allí, usaría su bastón el resto de la tarde para que su pierna descansara.

Molly no estaba en el salón ni tampoco en la cocina. La puerta trasera estaba entreabierta. Temiendo que quizá ella había decidido marcharse con aquella tormenta, Kyle salió al exterior. Molly estaba en el porche observando embobada el deslumbrante paisaje.

—Es tan hermoso… —comentó ella.

—Regresa dentro —le dijo él frunciendo el ceño—. Tienes los labios azules del frío.

Ella lo miró molesta. Estaba claro que no le gustaba que le dieran órdenes, igual que cuando era pequeña.

—Estoy bien —le aseguró ella.

Kyle se encogió de hombros.

—Como quieras.

Pero cuando Kyle regresó al interior, Molly lo siguió. Kyle puso agua a calentar y sacó dos tazas.

—No tomo nada con cafeína, pero tengo varios tés e infusiones. Escoge el que prefieras —dijo él.

Molly eligió una infusión de canela y manzana y Kyle un té de naranja. Cuando estuvieron preparados, él agarró su taza y fue al salón, dejando que Molly lo siguiera si quería. Ella lo hizo.

—¿Qué te sucedió, Kyle? ¿Cómo te hirieron? —preguntó ella, indicando que lo había estado observando con más detenimiento del que a él le hubiera gustado.

—Una bomba estalló cerca de mí en Oriente Medio —respondió él—. No me gusta hablar de ello.

—¿Cuándo ocurrió?

—Hace ocho meses.

«Y tres semanas y cuatro días», pensó él.

—Lo siento —dijo ella en voz baja.

Kyle se encogió de hombros con una calculada despreocupación.

—No lo sientas. Tuve más suerte que los otros tres compañeros que estaban conmigo. Ellos no regresaron.

Le había llevado tiempo llegar a esa conclusión y aún había días en que se preguntaba si no habrían sido ellos los afortunados. Había aprendido muy rápido a esconder esos sentimientos para no llamar la atención de los psiquiatras del ejército.

—¿Por eso no quieres venir a la fiesta? ¿Porque estás tullido?

—No —respondió él secamente—. Y, por si aún no lo has entendido, te lo repetiré: no quiero hablar de ese tema.

A ella no pareció asustarle su tono. Se quedó perpleja un momento y luego sonrió ampliamente.

—Acabas de recodarme a papá cuando se pone gruñón. Quizá te influyó más de lo que crees.

Kyle se quedó sin habla. Normalmente la gente solía achantarse cuando él los hablaba así, ¡y ella había sonreído y lo había comparado con su padre!

Kyle se preguntó cuándo dejaría de llover y podría enviarla de nuevo a su casa.

 

 

La visita no estaba saliendo tan bien como esperaba, pensó Molly. Ella se había hecho ilusiones de que lograría convencerlo para que asistiera a la fiesta. Pero ni siquiera Shane lograría hacerlo cambiar de opinión. Era una pena. Kyle se había convertido en un hombre solitario e infeliz demasiado terco para admitir que necesitaba a nadie.

Molly miró la hora. Iban a ser las seis de la tarde y seguía lloviendo con fuerza. Cada vez estaba más oscuro. Kyle encendió una lámpara.

—¿Tienes hambre? —preguntó él poniéndose en pie.

Lo cierto era que estaba hambrienta. Había comido un sándwich el día anterior al mediodía y desde entonces no había probado bocado.

—Un poco. Pero no quiero causarte ninguna molestia.

Él se encogió de hombros.

—Yo sí tengo hambre y voy a cenar, así que prepararé algo para los dos.

No era una invitación de lo más cordial, pero Molly la agradeció, teniendo en cuenta que se había presentado sin avisar. Lo siguió a la cocina.

—¿Te ayudo? Me gustaría tener algo que hacer para no pensar en la tormenta.

Kyle suspiró pesadamente.

—Puedo arreglarme solo, pero si insistes, prepara tú la ensalada mientras yo cocino algo de pasta. Pero no esperes ninguna maravilla, no soy un gran cocinero.

—Yo tampoco —respondió ella lavando una lechuga y unos tomates que le dio él—. Ya sabes que mamá no dejaba entrar a nadie en su cocina. Y a mí me encantaba estar con papá y con Shane trabajando en el rancho. Hace unos años, mamá decidió que era hora de que yo aprendiera a cocinar, pero no tuve mucho éxito. Papá y Shane me rogaron que me dedicara a otras tareas.

Estaba hablando sin sentido. Shane tenía razón cuando la acusaba de que temía los silencios.

Kyle no hizo ningún comentario y Molly se preguntó si la habría escuchado. Entonces él habló.

—¿Aún vives con tus padres?

Algo en su tono molestó a Molly. Era evidente que él seguía viéndola como «la pequeña Molly».