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HarperCollins 200 años. Desde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Brenda Novak, Inc.

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una boda en invierno, n.º 138 - octubre 2017

Título original: A Winter Wedding

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-543-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Reparto de personajes de Whiskey Creek

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

Para las Notable’s Novack, ese grupo de mujeres tan especial que tanto hace por apoyarme en la red.

Reparto de personajes de Whiskey Creek

 

Phoenix Fuller: recientemente liberada de prisión. Madre de Jacob Stinson, que ha sido criado por Riley, su padre.

Riley Stinson: contratista, padre de Jacob.

Gail DeMarco: relaciones públicas de una agencia de Los Ángeles. Está casada con la estrella de cine Simon O’Neal.

Ted Dixon: escritor de superventas de suspense. Está casado con Sophia DeBussi.

Eve Harmon: Dirige el hostal Little Mary’s, propiedad de su familia. Está casada con Lincoln McCormick, un recién llegado al pueblo.

Kyle Houseman: propietario de una empresa de paneles solares. Estuvo casado con Noelle Arnold. Es el mejor amigo de Riley Stinson.

Baxter North: trabaja como bróker en San Francisco y está a punto de regresar a Whiskey Creek.

Noah Rackham: ciclista profesional. Propietario de la tienda de bicicletas It Up. Casado con Adelaide Davies, chef y directora del restaurante Just Like Mom’s, propiedad de su abuela.

Callie Vanetta: fotógrafa. Casada con Levi McCloud/Pendleton, veterano de Afganistán.

Olivia Arnold: fue el primer y único amor de Kyle Houseman, pero está casada con Brandon Lucero, hermanastro de Kyle.

Dylan Amos: propietario de un taller de chapa y pintura junto a sus hermanos. Está casado con Cheyenne Christensen, con la que tiene un hijo.

Capítulo 1

 

–Tu exesposa otra vez al teléfono.

Kyle Houseman apretó los ojos y se frotó la frente. Había pocas personas en el mundo que le resultaran tan difíciles como Noelle.

En realidad, no se le ocurría ninguna.

–¿Me has oído?

Morgan Thorpe, su asistente, permanecía en la puerta de su oficina con el ceño fruncido por la impaciencia. Noelle (que seguía utilizando el apellido de casada, algo que le irritaba, puesto que solo habían estado juntos un año), no había conseguido localizarle en el móvil. Le había llamado tres veces durante los últimos quince minutos, pero él había dejado que se activara el buzón de voz. Así que Noelle había terminado llamando al teléfono de su empresa, aunque él le había pedido muchas veces que no lo hiciera. No le gustaba que aireara las quejas que tenía contra él, o cualquier otra cosa, a quienquiera que quisiera escucharla.

A sus empleados tampoco les gustaba Noelle.

–Ya lo he oído –contestó.

–¿Vas a atender la llamada? Porque si tengo que volver a hablar con ella voy a decirle lo que pienso.

Kyle le dirigió a Morgan una mirada con la que pretendía asegurarse de que comprendiera que sería un error. Con cuarenta y cinco años, Morgan no tenía edad para ser su madre, pero a menudo adoptaba una actitud maternal hacia él, probablemente porque había estado trabajando a su lado desde el principio de First Step Solar. Kyle la había contratado la misma semana que Morgan había salido del armario y se había ido a vivir con su pareja, una mujer tan delicada como audaz y decidida era Morgan.

–No, no le vas a decir nada.

–¿Por qué? –gritó–. ¡Noelle es una persona horrible! ¡Se merece todo lo que le pasa!

–Estuve casado con ella y vivimos los dos en un pueblo pequeño. Tengo que encontrar la manera de que nos llevemos bien.

Morgan elevó los ojos al cielo.

–Si tan fácil es, ¿por qué la evitas?

Tenía razón. En cualquier caso, evitar las llamadas de Noelle no iba a servirle de nada. Si se veía obligada, sería capaz de ir a buscarle a su casa, o incluso a un restaurante. Lo hacía a todas horas: para suplicarle que le adelantara la pensión, para pedirle un «pequeño préstamo» que impidiera que le cortaran el agua o la luz o para conseguir dinero con el que pagar la reparación del coche. En una ocasión le había pedido quinientos dólares para corregir un implante de senos (al parecer, su cuerpo rechazaba los implantes, pero, en vez de quitárselos, estaba intentando conservarlos). No parecía importarle que ninguna de aquellas cuestiones fuera responsabilidad suya.

–Páseme la llamada –cedió con un suspiro.

–Esa mujer es insufrible. No sé cómo la aguantas –gruñó Morgan mientras se marchaba.

Tampoco él lo sabía.

Miró la luz que parpadeaba en el teléfono del escritorio. Ojalá Noelle volviera a casarse. Y que lo hiciera pronto. Su boda le ahorraría dos mil quinientos dólares al mes, por no hablar del alivio de saber que ya no tendría que volver a enfrentarse a ella. Pero llevaba cinco años deseándolo, casi desde el día de su divorcio. Estaba comenzando a sospechar que mientras continuara pagándole aquella generosa cantidad al mes, era poco probable que se casara con nadie. Ella no era de las que se marchaban con las manos vacías. Además, consideraba el apoyo económico que le prestaba como un castigo por no haber sido capaz de enamorarse de ella y, la verdad fuera dicha, también él lo veía así. Aquella era la razón por la que había aceptado pasarle aquella cantidad al mes y por la que la ayudaba siempre que podía. Se sentía obligado por un sentimiento de culpa.

–Algún día… –musitó mientras descolgaba.

–¿«Algún día» qué? –preguntó Noelle.

Algún día se desharía de ella. Pero no podía decírselo.

–Nada. ¿Qué pasa? ¿Por qué no paras de llamarme?

–¿Y por qué ignoras mis llamadas? –replicó ella.

–Porque no entiendo para qué quieres hablar conmigo. Estamos divorciados, ¿recuerdas? Y con todo el dinero que te he pasado durante estos últimos años, o solo en estos últimos meses, ya llevo adelantados seis meses de pensión. De modo que no creo que tengas ninguna excusa.

–Es el calentador –dijo ella.

–¿El qué?

–El calentador.

¿Ya había encontrado otra cosa de la que quejarse?

–¿Qué le pasa?

–Se ha estropeado. No puedo ducharme ni lavar los platos. No tengo agua caliente.

Kyle se reclinó en la silla.

–¿Entonces no deberías estar buscando un fontanero en vez de molestando a tu exmarido?

–¿Por qué tienes que ser tan desagradable? Te he llamado a ti porque eres propietario de una empresa de paneles solares. ¿No puedes ofrecerme un panel para que pueda reducir las facturas del agua caliente?

–Fabrico paneles fotovoltaicos, Noelle. Sirven para el aire acondicionado y otros aparatos eléctricos. Un aparato que funciona con gas necesita algo muy distinto.

Habían estado casados, por el amor de Dios, ¿todavía no sabía cómo se ganaba la vida?

–También puedes conseguir calentadores. Le instalaste uno a la vecina de Brandon y Olivia.

¿Por qué se lo habría contado?

–La señora Stein tiene casi ochenta años y perdió a su marido hace un año. Lo único que hice fue asegurarme de que le hicieran un buen precio.

–Compraste un calentador al por mayor y se lo vendiste a precio de coste. Y se lo colocó uno de tus instaladores fotovoltaicos.

–Porque sabía que le vendría bien. Brandon me pidió que la ayudara. De vez en cuando le hago favores a mi hermano.

–Vamos, Kyle, seguro que no lo hiciste por Brandon.

La irritación comenzó a asomar sus garras y Kyle apretó los ojos con fuerza.

–Claro que sí. Nos llevamos muy bien –contestó.

Y era cierto. Brandon y él habían sido rivales en otro momento de sus vidas. Se habían conocido cuando ambos estaban en el instituto. La madre de Brandon se había casado con el padre de Kyle y, al ser dos adolescentes seguros de sí mismos, orgullosos y casi de la misma edad, era lógico que les hubiera costado adaptarse. Pero aquella dinámica había cambiado. A pesar de todo lo que había ocurrido después con Noelle y Olivia, Kyle apreciaba a Brandon. Y tenía la impresión de que Brandon también le quería. Por lo menos, solía tener noticias suyas de vez en cuando. Y también veía a Brandon y a Olivia los viernes en el Black Gold Coffee. Se habían sumado al grupo de amigos con los que Kyle había crecido y a los que seguía estando muy unido.

–Deja de engañarte a ti mismo –le espetó Noelle–. Harías cualquier cosa por Olivia. Por tu forma de mirarla cuando la ves marcharse de una habitación, o por cómo evitas mirarla cuando estáis en la misma, es más que evidente. Y ellos también se darían cuenta si no hubieran decidido ignorarlo.

Kyle notó cómo le subía la tensión.

–Muy bien –le dijo–. ¿Quieres un calentador solar? Puedo ofrecerte lo mismo que a la vecina de Olivia y de Brandon.

Noelle pareció sobresaltarse ante aquella repentina capitulación. Pero era imposible que rechazara aquel ofrecimiento. Ella nunca podría pagar un calentador de su bolsillo. Además, él no quería hablar de Olivia. Lo que había dicho Noelle era cierto. Olivia era la hermana de Noelle y, en gran parte, la razón por la que años atrás se había propuesto conquistarle. Pero, además, Olivia había sido, y continuaba siendo, el gran amor de su vida. Había estado con él antes de enamorarse de Brandon.

–Eso está mejor –dijo Noelle–. Entonces, ¿cuánto cuesta? Tengo cerca de doscientos cincuenta dólares en mi cuenta.

Lo dijo con orgullo. No se le daba bien lo de ahorrar, de modo que para ella aquello era toda una proeza. Pero, como siempre, estaba en la inopia. O, mejor dicho, en una calculada inopia.

–Ya me lo imaginaba.

–¿El qué?

–Que ni siquiera tienes bastante dinero como para comprar un calentador normal.

–¿No? –pareció desconcertada–. ¿Cuánto cuestan?

–Uno decente, cerca de ochocientos dólares o más.

–¿Y uno solar?

–Casi tres de los grandes.

–¡Estás de broma! –gritó–. ¿Cómo esperas que pague esa cantidad?

–No espero que la pagues. Lo que tienes que hacer es ir a la ferretería y ver si tienen algo que se ajuste a tu presupuesto.

–En otras palabras, te importa un comino que tenga un problema.

A Kyle comenzaba a palpitarle la cabeza.

–Siento que se te haya roto el calentador, pero no es mi problema.

–¿No puedes ayudarme?

Morgan tamborileó con los dedos el cristal que separaba su espacio de trabajo del despacho de Kyle y esbozó una mueca.

Kyle le hizo un gesto para que se apartara.

–¿Qué esperas que haga?

–Un calentador solar no puede costar tanto.

–Claro que puede. Comprueba el precio de venta en el mercado y verás que anda por unos seis mil dólares. Al por mayor te saldría por la mitad.

–Entonces, a lo mejor puedes conseguirme uno y dejar que lo pague a plazos.

–¡Estamos divorciados! Además, vives en un piso alquilado. Llama al propietario.

–Harry no hará nada. Me cobra mucho menos de lo que le cobraría a cualquier otro. ¿Por qué crees que me hace tan buen precio?

–¿Porque es tu primo?

–Porque a cambio de ese alquiler tan bajo, tengo que hacerme cargo del mantenimiento y las reparaciones de la casa.

–En ese caso, es cosa tuya.

–Si no puedes conseguirme un calentador solar, ¿puedes ayudarme por lo menos a comprar uno normal? Por lo que me has dicho, solo necesito otros quinientos cincuenta dólares. Eso para ti no es nada. ¡Tú ganas mucho más que yo!

–Eso no significa que esté obligado a pagártelo. Ya me pediste dinero el mes pasado. Y el anterior.

–Porque necesitaba una dilatación y un legrado, Kyle. No paro de tener problemas desde que perdí el bebé, ¿recuerdas?

Como siempre, había optado por sacar a colación un tema sobre el que Kyle procuraba no preguntar. Era increíble. ¿De verdad había necesitado aquella operación? ¿O habría falsificado los documentos que le había enseñado? A lo mejor había vuelto a operarse los senos. Ni siquiera estaba seguro de que hubiera perdido el bebé que, supuestamente, habían concebido y de que por ello hubiera necesitado una operación. ¿De verdad había perdido el bebé cinco años atrás? A lo mejor había abortado de forma voluntaria. Él siempre había sospechado que le estaba mintiendo y que, después de casarse con él, había decidido poner fin a su embarazo. Tras haberle atrapado, no debía de haber visto ningún motivo para arriesgar su figura, algo que protegía por encima de todo lo demás.

–Sí, claro que me acuerdo –contestó apretando los dientes.

Tampoco quería hablar sobre aquello. Era más fácil enterrar las dudas y las sospechas e intentar olvidar el pasado.

–No te importa.

Le importaría si creyera que era cierto. Pero, tratándose de Noelle, era imposible decirlo. Cada vez que necesitaba dinero, inventaba una excusa que le resultara imposible descartar: un tratamiento médico, la posibilidad de un desahucio o el no poder pagar la luz o la comida.

–Mira, ya te pagué la operación. Eso es lo único que importa. Espero que te encuentres mejor. Ahora, tengo que colgar. Tengo mucho trabajo.

–¡Espera! ¿Y mi calentador?

–¿Qué pasa con tu calentador? –preguntó exasperado.

–¿De verdad no vas a prestarme nada? ¿Dejarás entonces que me quede en la antigua alquería hasta que pueda arreglarlo?

De ningún modo iba a vivir cerca de su propiedad. Jamás.

–Por supuesto que no. Tengo esa casa limpia y preparada para alquilarla.

–Pero ya lleva dos meses limpia y preparada y ha estado vacía durante todo ese tiempo. ¿Por qué no me dejas quedarme hasta que remonte un poco? No creo que vayas a poder alquilarla ahora.

¿De qué estaba hablando?

–¿Por qué no?

–Por las fiestas. La gente está demasiado ocupada comprando, envolviendo regalos y decorando sus casas.

–No todo el mundo. De hecho, esta noche viene alguien a verla. Está seguro en un noventa por ciento de que quiere quedarse, pero quiere ver la casa antes de confirmarlo. Después firmará el contrato.

–¿Quién es? –le preguntó ella.

Kyle leyó el nombre que había escrito en el calendario que tenía sobre la mesa.

–Un tal Derrick Meade.

–No he oído hablar de él…

–Es de Nashville. Solo va a quedarse unos meses, pero me ha pedido la casa amueblada, así que…

–¿Y con qué piensas amueblarla? –le interrumpió–. No puede decirse que tengas todo un almacén de muebles.

–Hay empresas que los alquilan. Llamé a una empresa de Sacramento, elegí unos muebles de la web y me los trajeron. Ya está todo preparado. Ha quedado muy bien.

–Te estás tomando muchas molestias por alguien que solo quiere alquilar la casa durante unos meses. Yo creía que querías alquilarla por lo menos durante un año. Por lo menos, eso fue lo que me dijiste cuando te pregunté por ella.

–Va a pagar un dinero extra por los muebles, por las molestias que me he tomado para conseguirlos y porque es un alquiler de pocos meses. Si decide que no le gusta la casa y tengo que devolver los muebles, se hará cargo de los gastos. En cualquier caso, a ti no te influye en nada porque jamás te dejaría vivir allí.

Durante los meses anteriores, Noelle había estado intentando por todos los medios volver con él. Lo último que necesitaba era dejar que viviera cerca de él, por no hablar de que no vería un solo centavo del alquiler.

–¿Aunque estuviera dispuesta a firmar un contrato de un año?

–Aunque estuvieras dispuesta a firmar uno de diez.

–No puedes ser tan malo.

¿Malo? Él pensaba que estaba siendo demasiado bueno, teniendo en cuenta que por el mero hecho de mantener una conversación con ella le entraban ganas de darse de cabezazos.

–Ya hemos hablado de esto en otras ocasiones. Si puedo, le alquilaré la casa a Meade. Si no, intentaré encontrar otro inquilino el verano que viene, cuando termine el curso escolar.

–Supongo que a ti eso te parece genial, pero, ¿y yo? ¿No puedo quedarme allí hasta que él se mude?

El tono quejoso e infantil de su voz hizo empeorar el dolor de cabeza de Kyle. «Paciencia», se recordó a sí mismo, «respira hondo y procura hablar con amabilidad».

–No especificó cuándo pensaba instalarse. Pero, puesto que va a venir desde Tennessee para ver la casa, supongo que a lo mejor lo hace esta misma noche.

–¿En medio de la tormenta que se avecina?

–¿Por qué no? Solo tiene que traer su equipaje. ¿Qué más le da que haya tormenta o no?

–¿Entonces vas a dejar en la estacada a la mujer que podría haber sido la madre de tu hijo si ese niño hubiera sobrevivido?

Antes de que pudiera responder, Morgan golpeó enérgica el cristal y abrió la puerta.

–No me digas que sigues hablando con ella.

Kyle la miró con un ceño fruncido con el que le estaba diciendo que se ocupara de sus propios asuntos, pero ella no se fue.

–He recibido una llamada de Los Ángeles –le informó–. Unos tipos piden precio para un pedido de diez megavatios.

Un pedido importante. Nadie en la empresa podía proponer un presupuesto, salvo él. Se cambió el teléfono de oreja.

–Noelle, tengo que colgar.

–¡No me puedo creer que me estés haciendo esto!

–¿Qué otra cosa se supone que tengo que hacer?

–Tú tienes contactos. Si no fueras tan tacaño, lo comprarías tú y me dejarías pagártelo a plazos.

–¿Kyle? –le urgió Morgan, recordándole, como si necesitara que alguien lo hiciera, que tenía una llamada más importante en la otra línea.

Estuvo a punto de decirle a Noelle que se pasara por la ferretería y le pidiera al dependiente que le llamara para darle los datos de su tarjeta de crédito. Quería deshacerse de ella y ya había hecho una compra a distancia en otra ocasión, cuando alguien le había tirado una piedra a la ventana (probablemente la novia de algún hombre con el que había estado coqueteando en el Sexy Sadie’s), pero cuanto más le daba, más recurría a él. Tenía que romper aquel círculo vicioso.

Por suerte, se le ocurrió una solución que debería haber sido evidente desde el primer momento.

–Aquí tengo un calentador –le dijo–. Es el que quitamos de la casa de la vecina de Brandon. Si consigues que alguien venga a buscarlo y te lo instale, puedes quedártelo.

–¿Estás seguro de que funciona?

Morgan puso los brazos en jarras y le miró con el ceño fruncido, negándose a marcharse hasta que no hubiera atendido la llamada.

–Cuando lo quitaron mis empleados funcionaba. No hay ningún motivo para que eso haya cambiado. La vecina de Brandon quería utilizar energía solar para proteger el medio ambiente.

Él había estado pensando en donar el calentador a cualquier familia sin recursos a la que pudiera irle bien. Pero Noelle encajaba en aquel perfil. No tenía mucho dinero, a pesar de que tenía dos trabajos. Trabajando en una tienda a tiempo parcial y de camarera por las noches y los fines de semana no sacaba mucho dinero. Y lo que ganaba lo gastaba en ropa y productos de belleza.

–De acuerdo, gracias –Noelle bajó la voz–. Y, si quisieras algo a cambio, estaría más que encantada de ofrecértelo.

–No necesito nada –respondió.

–¿Estás seguro?

¿Adónde quería ir a parar?

–¿Perdón?

–Me acuerdo de las cosas que te gustaban…

Aquella voz insinuante le hizo sentirse incómodo.

–Espero que no te estés refiriendo a…

–Al fin y al cabo, no estás saliendo con nadie –se interrumpió–. Podríamos vernos de vez en cuando en secreto. Sería una solución temporal, para que no tengas que privarte de nada. Lo que quiero decir es que… ¿qué importancia tendría? No puede decirse que no nos hayamos acostado antes.

–Voy a fingir que no he oído nada de esto –respondió Kyle, y colgó el teléfono.

Morgan, que había vuelto a cambiar de postura y estaba con los brazos cruzados, tamborileando con los dedos sobre el bíceps, arqueó las cejas.

–¿Ahora qué quiere?

–Nada.

–Parecías muy disgustado –dijo.

Soltó una carcajada cuando Kyle le dijo entre gruñidos que saliera y cerrara la puerta.

Kyle estaba enfrascado en la conversación con el cliente de Los Ángeles cuando Morgan volvió a entrar. En aquella ocasión, se sentó enfrente de él mientras esperaba a que terminara de hablar.

–No me digas que Noelle ya está aquí –aventuró Kyle después de colgar.

–No. Espero haberme ido para entonces. Esta es una buena noticia.

Kyle se irguió en la silla. Después de haber oído a su exesposa, precisamente a ella, comentando su deprimente vida amorosa, no le sentaría mal una buena noticia.

–¿Qué pasa?

–He recibido una llamada de ese tipo que quería alquilarte la casa.

–Espero que no sea para cancelar la cita –dijo Kyle–. Noelle sigue preguntando si puede mudarse a esa casa. Será un alivio que esté ocupada y no pueda seguir incordiándome.

–¿Y no podría irse del pueblo? –preguntó Morgan–. Nadie la echaría de menos.

Pero había otro motivo por el que Kyle se sentía obligado a comportarse de forma decente con ella. A pesar de las cosas tan terribles que había hecho, sobre todo a él, la compadecía. Noelle no podía evitar estar destrozando su propia vida.

–Está intentando forjarse una carrera como modelo. A lo mejor la descubre alguien y la mandan a Nueva York o a Los Ángeles.

–Si cree que alguien va a pagarla como modelo, se va a llevar una gran decepción. Noelle…

–¿Cuál era la noticia? –la interrumpió Kyle.

Morgan frunció el ceño con aparente frustración. Estaba lanzada y él acababa de moverle el blanco.

–Muy bien –respondió, cambiando de marcha–. Derrick Meade no viene, pero… –alzó la mano para que no se precipitara–, de todas formas, no quería la casa para él.

–¿Para quién la quería?

–Para una de sus clientes –sonrió de oreja a oreja–. ¿Estás preparado?

–Tienes toda mi atención –contestó Kyle secamente.

Su asistente le caía muy bien, pero, a veces, le sacaba de quicio. Después de haber hablado con Noelle, le apetecía estar solo para poder seguir trabajando. No quería quedarse hasta muy tarde aquella noche. No vivía lejos de allí, pero preferiría que no le pillara la tormenta. Se suponía que iba a ser la peor tormenta que había habido desde hacía veinte años.

–Lourdes Bennett –anunció Morgan.

Lo dijo en un tono que sonó como algo parecido a un «¡Tachán!».

–¿Bennett? ¿Tiene alguna relación con el jefe de policía?

–¡No! No tienen ninguna relación. ¿No sabes quién es Lourdes Bennett?

–¿Debería saberlo?

–Es una cantante de country-western.

–¿Y se supone que tengo que conocer a todas las cantantes del género?

–No necesariamente, pero Lourdes Bennett ha cosechado grandes éxitos y nació y creció a menos de una hora de aquí.

Después de que Morgan le refrescara la memoria, recordó que sí había oído hablar de Lourdes Bennett. Pero no esperaba que la persona que podía llegar a alquilar su casa fuera a ser alguien tan famoso.

–En Angel’s Camp, ¿verdad? ¿Es la Lourdes Bennett que canta Stone Cold Lover?

–La misma.

–¿Y qué interés puede tener en venir aquí? –preguntó.

–No tengo ni idea –contestó Morgan–. Pero estás a punto de averiguarlo. Ha aterrizado en el aeropuerto de Sacramento esta mañana y ha alquilado un coche. Viene de camino. Llegará de un momento a otro.

–¿Viene sola?

–Eso parece.

Kyle se rascó la cabeza.

–Me resulta raro.

–¿Qué es lo que te parece raro?

–Todo. Si es de Angel’s Camp, ¿por qué viene aquí? ¿Por qué va a pasar las fiestas en Whiskey Creek?

–Tendrás que preguntárselo a ella –dijo Morgan–. A no ser que quieras que sea yo la que le enseñe la casa. Estaría encantada de sustituirte.

Kyle miró el reloj de la pared.

–Lo siento, pero todavía te quedan dos horas para salir del trabajo y vas a pasarlas aquí. Yo me encargaré de Lourdes Bennett.

Morgan resopló.

–Genial. Así que será a mí a la que torture tu exesposa.

–Lo único que tienes que hacer es enseñarle la esquina del almacén en la que dejé el calentador.

–Me gustaría enseñarle muchas cosas, y no me refiero al almacén.

Kyle rio para sí.

–Procura no enfrentarte a ella. Puede llegar a ser muy vengativa.

–Eres demasiado bueno con Noelle. No se merece a un tipo como tú, ni siquiera a un ex como tú –fingió cerrarse los labios con una cremallera–. Pero ya está. No voy a decir nada más.

–Gracias.

Morgan se alisó el cuello del jersey.

–Espero que a Lourdes Bennett le guste la casa. ¿No crees que sería muy emocionante que estuviera en el pueblo? ¿Qué se alojara en tu casa?

Él no estaba tan seguro. Con Noelle ya había completado su cupo de mujeres difíciles.

–Espero que no sea una diva. Aunque, si lo es, no puedo imaginarme qué motivos puede tener para alquilarme la casa. Una diva buscaría algo más elegante en Bel Air o en Bay Area.

–Es posible que Whiskey Creek no sea tan famoso como San Francisco o Los Ángeles, pero esta zona tan montañosa es preciosa. Y le encantará la casa. Con las reformas que has hecho, ¿a quién no le gustaría?

Construida en los años treinta, había sido una alquería en otro tiempo. Cuando había comprado aquel terreno para ampliar la planta de paneles solares, Kyle había decidido arreglar la vivienda y ponerla en alquiler. Ya tenía otro par de casas en alquiler, así que le había parecido algo normal.

–La casa solo tiene noventa metros cuadrados.

Había abierto la zona de la cocina y el comedor y había ampliado el estudio, pero solo tenía dos dormitorios y dos cuartos de baño. No había espacio suficiente como para alojar a un grupo muy grande así que si Lourdes Bennett estaba pensando en invitar a todo su séquito a celebrar con ella la Navidad o algo parecido, la casa no le iba a servir.

–Una sola persona no necesita más espacio –apuntó Morgan.

–En el caso de que venga sola.

Kyle estuvo tentado de buscar información sobre Lourdes en internet. A veces escuchaba música country, al menos con la suficiente frecuencia como para conocer la canción Stone Cold Lover y también otra de la que no recordaba el título. Pero no sabía nada sobre el pasado de la cantante, sobre su familia, su edad o su estado civil y en aquel momento le picó la curiosidad. Por las fotografías que había visto, no podía tener más de veinticinco o veintiséis años, pero no sabía de qué época eran aquellas fotografías. Era posible que se hubiera pasado años tocando en bares y todo tipo de garitos antes de conquistar la atención del público.

Se habría tomado unos minutos para informarse sobre ella si no hubiera tenido miedo de que Noelle llegara antes de que se hubiera ido él. Aquello le hizo decidirse a utilizar el móvil en vez del ordenador, puesto que le permitiría realizar la búsqueda sin necesidad de quedarse en la oficina.

Agarró el abrigo, le dijo a Morgan que la vería a la mañana siguiente y se dirigió hacia la casa que pretendía alquilar.