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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Robyn Grady

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pasión a flor de piel, n.º 2086 - marzo 2016

Título original: One Night, Second Chance

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7674-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

De espaldas al espejo de cuerpo entero, Grace Munroe se bajó la cremallera del vestido y se lo quitó. A continuación se deshizo de las sandalias, de las braguitas y el sujetador a juego y se envolvió en una toalla suave y perfumada. Pero cuando llegó a la puerta del baño, un estremecimiento le recorrió la espalda.

Respiró hondo.

«Soy una mujer adulta, y esto es lo que quiero. Tranquilízate».

Abrió la puerta y salió a una habitación iluminada por la suave luz de una lámpara de pie. Se acercó a la cama, la abrió y se quitó la toalla. Estaba metiéndose bajo las sábanas cuando una silueta llenó el hueco de la puerta. Era la primera vez que se encontraba en una situación así, nunca volvería a estarlo, pero en aquel momento, estaba haciendo lo que quería hacer.

Cómo lo deseaba…

Él se quitó la camisa, se desabrochó el cinturón y se acercó a ella para lamerle un pezón.

–Me gustaría saber cómo te llamas –musitó, y su barba incipiente le rozó la cara.

Ella solo sonrió.

–Y a mí que te metieras bajo las sábanas.

Aquella noche había comenzado con un largo paseo para despejarse la cabeza. Desde que había vuelto a Nueva York, los recuerdos y los remordimientos no le habían dado tregua.

Durante la caminata pasó por un piano bar y se sintió atraída por la música. Entró y buscó acomodo. Un hombre se detuvo junto a ella: atractivo, bien vestido, con un cuerpo que llenaba la chaqueta del traje de un modo que hacía volverse a las mujeres. Pero Grace estaba dispuesta a espantarlo. No quería compañía aquella noche.

Se llevó una sorpresa al ver que apenas hizo un comentario sobre la pieza que estaban tocando y siguió su camino, aunque el brillo peculiar de su sonrisa le llamó la atención e hizo que cambiase de opinión inesperadamente.

Decidió llamarlo y preguntarle si quería sentarse con ella. Diez minutos, nada más, porque no iba a quedarse mucho. Él ladeó la cabeza e iba a presentarse, pero ella levantó una mano para impedírselo. Si le daba lo mismo, prefería no conocer su historia. No saber nada de su vida, ni contarle la suya. Él frunció el ceño y alzó su copa a modo de saludo.

Durante veinte minutos, se perdieron juntos en la música del piano. Al final del intermedio, cuando ella se levantó y se iba a despedir de él, el desconocido dijo que él también tenía que marcharse, de modo que resultó de lo más natural que salieran y caminaran juntos. Charlaron sobre música y deportes, comida y teatro. Era fácil hablar y reír con él. Había algo casi familiar en su sonrisa y en su voz. No tardaron en llegar a la casa de él y, como si fueran amigos de toda la vida, la invitó a subir. Grace no se sintió forzada, ni insegura tampoco.

Y en aquel momento, en su cama, bajo la caricia de sus labios, tampoco pesarosa, a pesar de que aquella experiencia quedaba muy alejada de sus costumbres.

Un año antes, había tenido una relación. Sam era un bombero condecorado que respetaba a sus padres y muy valorado por la comunidad. Nada era demasiado para su familia o sus amigos. La había querido muchísimo, y una noche, le pidió que se casaran. Doce meses habían pasado ya, pero Grace se sentía atascada en aquella noche.

Pero no en aquel preciso instante. Ni una pizca.

Cuando la lengua de aquel desconocido se abrió paso entre sus labios, el ritmo lento de su asalto alimentó una necesidad que se desperezó en su interior, y cuando lo interrumpió, el pulso que estaba sintiendo en el interior creció. Se sentía atraída por aquel hombre de un modo inexplicable. Era una atracción física, intelectual… quería volver a verlo, pero desgraciadamente, no era posible. Aquel encuentro era únicamente sexual e impulsivo, una fusión de fuerzas explosivas.

Un encuentro de una sola noche.

Y así es como debería seguir siendo.

Capítulo Uno

 

–Guapa, ¿verdad?

Wynn Hunter sonrió.

–Siento tener que decirte esto, pero esa dama de honor es un poco joven para ti.

–Natural –respondió Brock Munroe sacando pecho–. Es mi hija.

Wynn se quedó helado, rojo como un tomate, y puso el pensamiento a mil por hora para encajar todas las piezas. Brock tenía tres hijas.

–¿Esa es Grace?

–Exacto. Ya crecidita.

Si Wynn hubiera hecho la conexión tres noches antes, nunca se la habría llevado a su apartamento del Upper East Side, no tanto por respeto hacia Brock, que era amigo de su padre, tiburón de los medios de Australia y cabeza de Hunter Enterprises Guthrie Hunter, sino porque cuando eran críos, Grace Munroe le caía fatal. Le ponía enfermo. Le chirriaban los dientes en su presencia.

¿Cómo era posible que hubiera sido precisamente con ella la mejor noche de sexo de toda su vida?

–Grace se parece a su madre, igual que mis otras dos hijas –continuó Brock, mientras las luces giraban lentamente en el salón de baile al compás de la música–. ¿Te acuerdas de las vacaciones que pasamos todos juntos? Aquellas Navidades en Colorado fueron muy especiales.

Brock había conocido a Guthrie en unas vacaciones en el recién abierto Vail Resort tras graduarse en la universidad de Sídney. A lo largo de los años se habían mantenido en contacto, y cuando los Munroe y los Hunter volvieron a reunirse dos décadas después, Wynn tenía ya ocho años. Mientras él y sus hermanos mayores hacían un muñeco de nieve en el jardín de la casa que habían alquilado las dos familias, Grace y su hermana menor, Teagan, conspiraban para destrozarlo. En aquel momento, su adorada madre aún vivía, y le había explicado que las niñas, con seis años por entonces, solo querían participar. Que las tuvieran en cuenta.

En el presente Wynn dirigía Hunter Publishing, una sucursal con base en Nueva York de Hunter Enterprises, y siempre se había tenido por un tipo afable, pero aquel día de Navidad, cuando la risa hacía que Grace se doblara por la cintura tras verle empotrado contra la nieve del muñeco, y la piedra que había dentro, saltó, y mientras ella corría para esconderse en la casa, su hermano Cole había tenido que sujetarlo para que no fuera tras ella.

Habían pasado ya muchos años, y sin embargo Wynn dudaba de que hubiera pasado alguna otra persona por su vida que le hubiera cabreado tanto como aquella mocosa de nariz respingona y coletas.

Pero sus coletas se habían transformado en una hermosa melena color trigo, y sus extremidades flacas como estacas habían madurado convirtiéndose en espléndidas piernas. Recordaba perfectamente a aquella criatura, una especie de moscardón que no paraba de dar por saco. Era incapaz de encajarla con el recuerdo de su propia boca recorriéndole el cuerpo. Cuando empezaron a charlar en aquel piano bar, Grace no podía tener ni idea de quién era él… ¿no?

–¿Cómo le va a tu padre? –preguntó Brock mientras su hija seguía bailando–. Hablé con él hace un par de meses. ¿Y qué hay de eso que me contó de que alguien quería matarlo? ¡Increíble! ¿Os ha dicho la policía si tienen más pistas?

Mirando a medias el trasero de Grace, hipnótico con aquel vestido rojo que llevaba, le relató algunos detalles.

–Un par de semanas después de que lo echaran de la carretera, alguien le disparó. Menos mal que no acertaron. Cuando el guardaespaldas de mi padre lo perseguía, se puso delante de un coche y lo arrollaron. No sobrevivió.

–Pero hubo otro incidente poco después, ¿no?

–Sí. La policía sigue con ello, pero mi hermano ha contratado a un investigador privado.

Brandon Powell y Cole se conocían desde que eran cadetes en la Armada. Era un tipo con buen olfato y concienzudo, el mejor para aquel trabajo.

Las canciones se iban enlazando las unas con las otras y aquel cuerpazo embutido en un vestido de cóctel rojo no había dejado de bailar ni un momento. Era imposible no mirarla. Y no solo él. El primero con el que había bailado había sido reemplazado por otro que a duras penas estaba siendo capaz de contenerse.

Apuró el resto de la copa que tenía en la mano. Seguro que aún no le había visto entre los trescientos invitados a la boda, y ahora que sabía quién era, no tenía sentido quedarse hasta que lo reconociese. Resultaría muy incómodo.

–En fin, hay que ir desfilando –le dijo a Brock, señalando la puerta–. Mañana tengo una reunión muy temprano.

–¿En domingo? Pues sí que estás bueno. En fin… Son tiempos difíciles . Adaptarse o morir. La publicidad también está por los suelos.

Brock era el presidente fundador de Munroe Select Advertising, una empresa con oficinas en Florida, California y Nueva York.

–¿Grace trabaja en la empresa?

–Ella te lo contará. Viene hacia aquí.

Wynn se volvió a mirar a la pista. Cuando Grace lo reconoció, su sonrisa desapareció, pero por lo menos no dio media vuelta y salió corriendo.

Brock sonrió.

–Ya os conocéis.

Grace miró a Wynn sin dejar translucir una sola emoción.

–¿Ah, sí?

–Es Wynn, el hijo de Guthrie Hunter.

Sus hermosos ojos parpadearon confusos.

–¿Wynn? –repitió–. ¿Wynn Hunter?

–Estábamos recordando –continuó su padre, dejando su copa de champán vacía en la bandeja de un camarero que pasaba– aquella Navidad en la que alquilamos la casa en Colorado.

–Ya ha pasado tiempo desde aquello, sí –respondió ella, arqueando las cejas–. Supongo que ya no haces muñecos de nieve, ¿no?

–Es demasiado peligroso –replicó él.

–¿Peligroso? –repitió, sorprendida, hasta que de pronto cayó en la cuenta–. ¡Ah, sí! Estabas en el jardín con tu hermano la mañana del día de Navidad, y te diste un golpe en la cabeza.

Wynn se rozó la marca con los dedos.

–Nunca llegué a darte las gracias por la cicatriz. Fuiste tú quien me empujó.

–Si no recuerdo mal, te pisaste los cordones. Lo hacías siempre.

Wynn iba a contradecirla, ya que recordaba perfectamente que Grace había puesto el pie para que tropezara, pero Brock intervino.

–Grace es amiga de la novia desde primaria.

–Jason y yo estudiamos juntos en la universidad de Sídney. Fuimos perdiendo el contacto, y la verdad es que no esperaba que me invitasen a su boda.

–El mundo, que está lleno de sorpresas.

Mientras ambos se miraban, Brock eligió un tema menos complicado.

–Wynn dirige la línea editorial de Hunter Enterprises aquí en Nueva York. Por cierto –le preguntó–, ¿sigue llevando Cole la división de comunicación en Australia?

Wynn asintió.

–Aunque ha dado un paso atrás. Se va a casar.

–Cole siempre ha estado muy comprometido con la empresa. Un adicto al trabajo, como su padre –se sonrió–. Me alegro de que vaya a casarse, eso demuestra que siempre hay un roto para un descosido.

Y miró a su hija sin poder evitarlo. Grace bajó de inmediato la mirada.

–Ahí están los Dilshan –dijo, tras pasear la mirada por la habitación–. Voy a saludarlos. Os dejo para que os pongáis al día.

Wynn decidió que la marcha de Brock marcaba el momento de soltar el anzuelo.

–No te preocupes –dijo, inclinándose hacia ella–. No voy a hacerle saber que tú y yo ya nos hemos puesto al día.

Ella lo miró divertida.

–Ya me imaginaba que no ibas a ir contando por ahí que ligamos en un bar.

–¿Sigues sin querer que nos conozcamos?

–Es que resulta que ya nos conocemos.

–No me refería a quienes éramos hace veinte años, sino ahora.

La sonrisa se le heló en los labios.

–Mejor que no.

Grace Munroe tenía sus secretos.

Y no eran asunto suyo. Ya tenía suficiente con los propios, pero estaba decidido a aclarar un punto antes de irse:

–Dime una cosa: ¿tenías idea de quién era yo la otra noche?

Ella se rio.

–¡Vaya! ¡Pues sí que tienes sentido del humor!

Ella iba a marcharse ya cuando Wynn le sujetó la muñeca, y el modo en que lo miró le dejó aturdido. Casi parecía asustada.

–Baila conmigo.

Sus hermosos ojos color miel se abrieron un poco más antes de que ladeara la cabeza para decir:

–Creo que no.

–¿No quieres correr el riesgo de volver a tirarme?

–Admitirás que eras un crío un poco torpe.

–Y tú, un bicho.

–Ten cuidado –le advirtió, mirando la mano que aún le sostenía la muñeca–. Te vas a contagiar de los gérmenes que solo tenemos las chicas.

–Soy inmune.

–No estés tan seguro.

–Lo estoy.

Y la condujo a la pista de baile. Un segundo después, cuando la rodeaba con los brazos, Wynn tuvo que admitir que, aunque la pequeña Gracie Munroe nunca le había gustado, aquella versión más madura encajaba con él a la perfección.

–¿Qué tal? –preguntó.

–No tengo náuseas… aún.

–¿No tienes ganas de poner el pie delante del mío y empujar?

–Te lo haré saber si se me pasa por la cabeza –sonrió.

–¿Dónde está tu madre, que no la he visto?

Su sonrisa palideció.

–Ha tenido que quedarse con mi abuela. No se encuentra bien.

–Espero que no sea serio.

–Melancolía. Mi abuelo ha fallecido hace poco, y era el bastión de mi abuela –su mirada se dulcificó–. Mis padres fueron al funeral de tu madre hace unos años.

El estómago se le encogió. Aun después del tiempo transcurrido, su inconmensurable pérdida le dejó un peso en el estómago y un intenso dolor en la garganta.

–Mi padre volvió a casarse.

Ella asintió. Sus padres habían asistido a la boda.

–¿Es feliz?

–Supongo.

–No pareces convencido.

–Su mujer es hija de una de las mejores amigas de mi madre.

–Vaya. Un poco complicado, ¿no?

Bueno… eso era solo una manera de decirlo.

Cole y Dex, sus hermanos, decían que era una cazafortunas y cosas peores, pero es que no todo era blanco o negro con Eloise Hunter. Además, era la madre de su hermano más pequeño, Tate.

De todos sus hermanos, era a Tate al que más quería. Hubo un tiempo incluso en el que deseó tener un hijo que fuera como él.

Ya no.

Wynn sintió que le tocaban el hombro. Un hombre de menos estatura que él estaba a su espalda, enderezándose la pajarita y con una sonrisa estúpida.

–¿Cambio de parejas?

–No –espetó con una sonrisa.

Grace lo miró frunciendo el ceño.

–Eso ha sido una grosería.

Wynn se limitó a sonreír.

–Es un amigo –explicó.

–Estoy un poco confusa –continuó–. Según tengo entendido, Cole es el adicto al trabajo y Dex, el ligón. ¿No eras tú el que tenía conciencia?

–He madurado.

–Te has endurecido.

–Y sin embargo, mi encanto te ha cautivado.

Sonrió.

–Yo no diría tanto.

–Entonces, ¿he soñado yo que te estabas en mi casa hace tres noches?

Grace no se sonrojó. Ni el más mínimo rubor.

–Estaba de humor. Supongo que conectamos.

–Por si no lo has notado, seguimos conectando –respondió, acercándose a su oído.

–Nunca he estado en una situación parecida.

–Yo tampoco –admitió.

–No puedo lamentar lo de la otra noche –respiró hondo–, pero no me interesa seguir con ello, ni avivar la llama… no es un buen momento.

La sonrisa le flaqueó un instante antes de volver a la carga.

–No es lo que pretendo.

–Entonces, esa mano que está bajando más allá de la cintura y que me empuja suavemente hacia tus pantalones… me había parecido una indirecta. Y yo no quiero tener una relación con nadie, Wynn. De ninguna clase.

La había sacado a bailar para demostrar… bueno, algo, pero ya no sabía bien qué. La condujo al borde de la pista y la soltó.

–Te dejo que vuelvas a tu fiesta.

Una mirada de respeto apareció en sus ojos.

–Saluda a Teagan y a tus hermanos de mi parte.

–Lo haré.

Cole estaba a punto de sentar la cabeza con la productora australiana de televisión Taryn Quinn, lo cual acarrearía la reunión completa de la familia y las inevitables preguntas sobre su vida personal.

Hasta hacía bien poco, y a diferencia de sus hermanos, era él el destinado al matrimonio antes de que, quien había sido el amor de su vida, Heather Matthews, tuviera a bien anunciarle al mundo que sus planes eran otros. Cuando cayó la bomba, tuvo que ponerlo todo de sí para superarlo. Ya no sentía la más leve inclinación de volver a abrirle el corazón a ninguna chica, y eso incluía a la sexy Grace Munroe.

Fue en busca de los novios para desearles todo lo mejor, y de camino hacia la salida, volvió a tropezarse con Brock. Tuvo la impresión de que no había sido por casualidad.

–Te he visto bailando con mi hija. No sé si te habrá contado… Grace se marchó de Nueva York hace doce meses. Se va a quedar en Manhattan unos días, para verse con los antiguos amigos –añadió el nombre de un hotel de prestigio–. Si te apetece pasarte y ver qué tal está… bueno, yo te lo agradecería. A lo mejor le ayuda a mantener a raya los malos recuerdos –bajó la voz–. Ha perdido a alguien muy cercano hace poco.

–Me ha hablado de lo del abuelo…

–No. Era un bombero, un buen hombre. Iban a comprometerse cuando ocurrió el accidente.

El suelo le tembló bajo los pies.

–¿Grace estaba comprometida?

–Casi. El accidente ocurrió aquí en Nueva York. La semana pasada hizo un año.

Las piezas encajaban. En el triste aniversario, Grace había ahogado los recuerdos perdiéndose en su compañía, y él lo entendía. ¿Acaso no había encontrado también él la paz, el olvido, en los brazos de otra persona?

–Sabe mantener el tipo –continuó Brock, mirando a su alrededor–, pero esta aquí, en la boda de una de sus mejores amigas, delante de tantos que lo saben… –respiró hondo–. A nadie le gusta que le compadezcan, y nadie quiere estar solo.

Tras despedirse de Brock, estaba ya casi en la puerta cuando oyó que la música se detenía y que el pinchadiscos anunciaba:

–Llamada para todas las solteras. ¡A reunirse, que la novia va a lanzar el ramo!

Wynn echó un último vistazo, y reparó en que Grace no se había colocado para el lanzamiento, sino que se había quedado apartada.

Un redoble de tambor sonó por los altavoces mientras la novia se daba la vuelta y lanzó el ramo por encima de su cabeza. Las flores dejaron atrás los brazos más cercanos. Y los más alejados. Siguió volando y volando directo a Grace.

Cuando empezó la trayectoria descendente, Grace se dio cuenta, aunque en el último momento, de que estaba en la línea de fuego, y se apartó. Las flores se estrellaron en el suelo, cerca de ella y, a continuación, como si las estuviesen manejando con hilos invisibles, resbalaron hasta detenerse a apenas un par de centímetros de los zapatos de Wynn. Todo el mundo se quedó mudo y miró las flores y a Grace.

Wynn se agachó a recoger el ramo, y entre los murmullos de la audiencia, se acercó a Grace, pero en lugar de entregárselo, le rodeó la cintura y, delante de todo el mundo, lenta y deliberadamente, bajó la cabeza.