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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Emma Darcy

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una venganza muy dulce, n.º 1263 - abril 2016

Título original: The Sweetest Revenge

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8183-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Como cada lunes, lo primero que hacían los empleados de Promociones Multimedia era ponerse al corriente de sus respectivos fines de semana. Nick Armstrong solo intercambió con ellos un breve saludo en su camino al despacho. De cerca, lo seguía Leon Webster, su socio y amigo. En el momento en que se cerró la puerta, soltó toda la furia contenida. Leon era la única persona que podía entenderlo.

–¿Sabes qué me dijo Tanya el sábado cuando la llamé para cancelar una cita por enésima vez? –explotó Nick.

–Sin lugar a dudas, algo para cortar contigo –le contestó la voz de la experiencia.

Nick sonrió al recordar que Leon acababa de romper con la mujer con la que había estado conviviendo.

–Me dijo que lo único que yo quería era tener una muñeca a mi disposición para cuando me apeteciera jugar con ella.

–No suena mal, una muñeca nunca se pelearía contigo.

–Mejor aún sería si fuera un hada de cuento.

–Sí. Hermosa, con estilo, el pelo largo y rubio, los ojos grandes, una sonrisa capaz de derretir el corazón de cualquier hombre…

–…y con una varita mágica para darme energía. En la situación en que me encuentro decepcionaría hasta a una muñeca. Leon, tenemos que hablar seriamente.

–¿Sobre mujeres? –preguntó con ironía.

–Sobre negocios –le contestó Nick con una mirada furiosa, mientras rodeaba su mesa y se desplomaba en su sillón–. Siéntate y borra esa estúpida sonrisa de la cara. Te estoy hablando en serio.

–De acuerdo –susurró Leon conteniendo la risa mientras se sentaba.

Nick no estaba de humor. Era una persona bastante seria, un genio creativo y experto en ordenadores. Y aunque a veces necesitaba que lo animaran un poco, aquel no era el momento, decidió Leon.

Los dos amigos eran bastante diferentes. Nick era alto, tenía el pelo negro, los ojos azules y su cara y su cuerpo llevaban el sello de la masculinidad. Leon no era tan atractivo, sin embargo, nunca se sintió acomplejado porque poseía el don de la palabra y con ella conquistaba a todas las mujeres.

En el trabajo también formaban un buen equipo: el rey del diseño y el vendedor perfecto.

–¡A los negocios! –dijo Nick golpeando el escritorio con el índice para poner énfasis–. Ya sabes cómo ha despegado el tema de Internet. Me está desbordando. Vamos a necesitar dos nuevos diseñadores gráficos para sacar el trabajo adelante.

–Eso significa que nuestros beneficios se verán mermados –advirtió Leon.

–No importa. Necesito tener una vida propia –contestó cortante.

–¿Solo porque a Tanya le haya dado una pataleta por no tenerte en exclusiva? Ella no es tu dueña y escúchame…

–Siempre te escucho, Leon. Eres un vendedor fantástico y nos va fenomenal, pero no pienso seguir trabajando a este ritmo.

–¡De acuerdo! ¡De acuerdo! –dijo levantando las manos–. Mientras seas tú el que habla y no Tanya… Siempre dijiste que trabajaríamos duramente hasta los treinta años.

–Te recuerdo que voy a cumplirlos la semana que viene. Además ya nos embolsamos unos cinco millones de dólares cada uno el año pasado.

–Y este año podría ser el doble.

–Tú ya has pagado un precio muy alto. Perdiste a Liz.

–¡Ya estamos! ¡De vuelta con las mujeres!

–Mira, Leon, quiero una vida independiente del trabajo. Ya estoy harto. Necesito más empleados.

–De acuerdo. Tú ganas. Te buscaré a alguien bueno.

Nick levantó dos dedos.

Leon suspiró. Otros dos sueldos.

–Te traeré a un diseñador realmente bueno y a otro que acabe de terminar la carrera. Nosotros lo prepararemos. ¿Qué te parece?

–Tacaño.

–De eso nada. Es de sentido común y tú lo sabes.

Nick estaba de acuerdo, pero no quería dar su brazo a torcer.

–Ponte manos a la obra y no me des más largas. No me importa lo que cueste. Nos resultaría infinitamente más caro si yo explotara.

–Ni lo menciones. Tus deseos son órdenes –dijo Leon–. Seguro que Tanya va a tu fiesta de cumpleaños. Le gusta mucho todo lo que el dinero puede comprar. Recuerda eso cuando vuelva a apretarte las tuercas –añadió Leon mientras salía del despacho.

Con los nervios de punta y disgustado con su mundo, Nick se volvió hacia el ordenador, lo encendió e intentó ponerse a trabajar. Pero las palabras de Leon aún resonaban en su cabeza. Tanya había concluido la discusión diciéndole que la fiesta era su última oportunidad. Si para entonces no había reorganizado su vida…

Su rostro se oscureció. Había ido demasiado lejos pidiéndole que acoplara su vida a la de ella. Y Leon tenía razón. A Tanya no la molestaba que se gastara todo el dinero con ella. Siempre le pedía que la llevara a los restaurantes de moda, que consiguiera los mejores asientos en los últimos espectáculos…

En realidad, no es que le importara demasiado. ¿Para que servía el dinero si no era para comprar los placeres de la vida? Sin embargo, Tanya no estaba aportando mucho a la diversión; de hecho, se estaba convirtiendo en un verdadero fastidio. Sus broncas de última hora hacían que no le apeteciera tener relaciones sexuales con ella. Realmente, lo que le faltaba no era energía, sino apetito sexual.

Su última oportunidad…

Sería mejor acabar con ella antes de la fiesta. Ella no quería faltar. ¿Quién querría? Leon había organizado una verdadera celebración. Servida por los mejores restauradores, con banda de jazz… Todos los hombres de éxito de Sidney estarían allí para que ella les echara el ojo.

«Déjala», pensó Nick fríamente.

Quizás él también podría echarle el ojo a alguien. Estaba seguro de que tenía que haber alguna mujer más divertida y que se adaptara mejor a su forma de vida. Que no le importara ocuparse de sí misma mientras él se dedicaba al apasionante mundo de los negocios.

 

 

Mientras Leon se dirigía a su despacho iba pensando en Tanya. ¡Ojalá ese último comentario abriera los ojos de Nick! ¡Menuda loba! Quizás debiera invitar a algunas chicas para mostrarle a su amigo que tenía dónde elegir. Seguro que muchas mujeres estarían encantadas de estar con él sin pedir tanto a cambio.

O mejor aún…

Leon sonrió.

Podía llevar un hada que con una varita mágica que convirtiera a Tanya Wells en una fea rana.

La sonrisa se convirtió en una verdadera carcajada al imaginárselo.

 

 

–Fiestas En Casa –anunció Sue Olsen–. ¿En qué podemos ayudarlo?

–¿Tienen actuaciones para cumpleaños? –respondió una voz masculina.

–Sí. Por supuesto. ¿Qué le gustaría?

–Me gustaría que un hada de cuento con varita mágica cantara el Cumpleaños Feliz. ¿Sería posible?

Sue sonrió a su socia, Barbie Lamb, que todavía se sentía agotada: el día anterior, había tenido que hacer de payaso para treinta bulliciosos críos.

–Tenemos el hada ideal –respondió con orgullo.

Barbie la miró con ojos cansados. Ella misma necesitaba una varita mágica para animarse un poco. Las cuatro fiestas para niños de ese fin de semana la habían dejado sin energía. Sin embargo, el nuevo papel de hada podía significar un respiro.

–¿Para cuándo? –preguntó Sue.

–Primero quiero comprobar la mercancía –respondió el cliente–. Usted ha dicho perfecta, pero yo necesito que sea preciosa…

–Absolutamente preciosa –le aseguró mirando a Barbie.

–¿Con el pelo rubio y largo? ¿Suelto… como flotando sobre sus hombros?

–Esa es su descripción exacta.

–¿Y su sonrisa? ¿Tiene una sonrisa bonita?

–Una sonrisa de quitar el hipo. Cualquier dentista se sentiría orgulloso de ella.

–¿Y es muy alta?

–Bueno, es un poco más alta que la media, pero no llega a la altura de una modelo.

Barbie hizo una mueca desfigurando sus bonitas facciones para parecer una bruja. Sue le sacó la lengua.

–¡Fantástico! –respondió el cliente entusiasmado–. Suena bien. Una pregunta más. ¿Cuáles son sus medidas?

–¿Qué?

–Sus medidas. Ya sabe. Es preciso que tenga un cuerpo sexy.

–¡Hum!

La palabra sexy había hecho sonar campanas de alarma en la mente de Sue. Alguna vez, habían recibido llamadas extrañas y sospechó que esa fuera una de ellas. Mejor sería aclarar las cosas.

–¿Estamos hablando de una fiesta para niños?

–No, no. No habrá niños.

–¿Se trata entonces de una despedida de soltero? –preguntó Sue con dulzura para sonsacarle.

–Créame. No hay ninguna boda en el aire –respondió con ironía–. Se trata de una gran fiesta para el cumpleaños de mi amigo y me gustaría darle una sorpresa.

–¿Habrá mujeres también?

–Sin lugar a dudas. Se puede decir que los solteros y solteras de la jet de Sidney estarán allí. Le puedo asegurar que no hay nada secreto ni oscuro –añadió presintiendo las sospechas de la mujer–. Se va a celebrar en una carpa en la Colina del Observatorio.

–Ya entiendo.

Sue atisbó una oportunidad única. Un grupo de solteros codiciados era una ocasión demasiado atractiva.

–Bien. Pero debo insistir en acompañar a mi hada para asegurarme de que no va sufrir ninguna… digamos ofensa.

–Por mí está bien. Puede unirse a la fiesta después –ofreció–. Pero, ¿seguro que es sexy?

–Tiene una figura estupenda. Pero no me gustaría que nadie se formara una idea equivocada sobre el motivo de su presencia en la fiesta –añadió Sue con cautela–. Solo se trata de un hada de cuento cantando el Cumpleaños Feliz, ¿verdad?

–Así es. Por cierto, ¿canta bien?

–Si le sirve de algo, le diré que ha recorrido el país como cantante profesional.

–¡Genial!

«Esto le va a costar un pico, caballero», decidió Sue mientras procedía con los detalles. Con gesto muy profesional, cuadriplicó los honorarios por tratarse de una celebración nocturna y, además, añadió un plus de peligrosidad. No era que pensara que se trataba de un trabajo peligroso, pero creyó que el dinero extra estaba justificado.

 

 

Barbie estaba impresionada con la cantidad que Sue había pedido por la actuación. Ya no tendrían problemas para llegar a fin de mes; desde que habían comenzado con su empresa de animación, Fiestas En Casa, siempre habían tenido dificultades. Pero, al menos, tenían un trabajo estable. Antes se dedicaban a recorrer el país actuando, lo cual era tan divertido como poco rentable.

Al escuchar a Sue le quedó claro que no se trataba de una actuación para niños. Y aunque no le gustase mucho la idea, no tenía mucha elección: debía pagar el alquiler de un piso de dos habitaciones y mantener un coche, y eso sin mencionar la comida y las otras facturas.

–Lo conseguí –dijo Sue triunfante cuando colgó el auricular. El símbolo del dólar brillaba en sus ojos verdes. En ese momento, podría pasar por un duendecillo por la melena pelirroja alborotada y la cara de pilla que tenía.

–¿Qué es exactamente lo que has conseguido? –preguntó Barbie con cautela.

–Ni siquiera dudó un instante cuando le dije el precio. Debe de estar forrado y no le importa gastar. Me encantan los hombres así –dijo Sue, rebosante de alegría.

–¿Seguro que no se trata de un viejo verde?

Sue sonrió.

–En todo caso, sería un joven verde porque debe de tener unos treinta años. Además, es soltero y copropietario de Promociones Multimedia. Quizás podría hacernos una página web y así conseguir clientes de Internet –añadió Sue pensativa.

–Ni siquiera tenemos ordenador –le recordó Barbie con aspereza. Con frecuencia, la mente de Sue echaba a volar y después era bastante difícil hacer que volviera a la tierra.

–Solo pensaba en el futuro –dijo encogiéndose de hombros–. Esta es una oportunidad magnífica para nosotras, Barbie. Además, piensa en todo ese dinero…

–Cuando bajes de la nube, ¿podrías explicarme de qué va el trabajo?

Así lo hizo mientras recorría el comedor bailando y saltando. Le contó todos los detalles de la actuación y la invitación para quedarse después y mezclarse con la jet de Sidney.

Barbie tuvo que admitir que sonaba interesante, sobre todo, si tenían en cuenta la escasa vida social que habían tenido últimamente.

–¿Cómo se llama el tipo? Él que ha contratado la representación de hada –preguntó, pensando que podrían intentar obtener información sobre él antes de la actuación.

–Leon Webster.

Su corazón dio un vuelco al escuchar el nombre. «¿Leon…? ¿No se llamaba así un amigo de la universidad de Nick? ¿Un tipo que tenía mucha labia?».

–¿Y su socio? ¿El del cumpleaños? –preguntó para asegurarse.

–Nick Armstrong. –contestó Sue y se puso a cantar–:¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz…!

–¡Basta ya! –gritó Barbie.

Las emociones que evocaba ese nombre eran demasiado fuertes. Sue se quedó helada.

–¿Qué pasa? –le preguntó mirándola como si se hubiese vuelto loca.

Los peores recuerdos de su vida vinieron a su mente. La evocación del daño y la humillación sufridos le borró el color a su rostro.

–¿No te acuerdas?

–¿Acordarme de qué? –preguntó su amiga claramente sorprendida.

Los preciosos ojos grises de Barbie se convirtieron en dos puñales helados al recordar al hombre que le había roto el corazón en mil pedazos.

–Hace nueve años le canté a Nick Armstrong su canción de cumpleaños.

–¿Sí? –preguntó Sue que no se acordaba de nada.

–Sí. Ya te lo conté todo en su momento. Como me… Nunca, nunca volveré a cantar para él.

–¡Ya me acuerdo! ¿Aquel chico con el que tuviste una mala experiencia cuando éramos niñas?

–¡Yo tenía dieciséis años! –tronó la voz de Barbie.

Había amado a Nick con todo su ser y él la había cambiado por una fulana sexy con un coche llamativo. Le había demostrado que no era la persona que ella pensaba, sino una rata materialista. Sin embargo, ese descubrimiento no había mitigado el dolor.

–Ha llovido mucho desde entonces, Barbie.

Era cierto. Pero aún arrastraba el daño sufrido. Nunca había vuelto a experimentar lo mismo por ningún otro hombre. Ni siquiera algo parecido. Ya no confiaba ni en el amor ni en los sueños.

–Se trata de una actuación de diez minutos –argumentó Sue–. Lo suficiente para recuperarnos económicamente –puso las manos juntas en actitud de súplica–. Además, probablemente ni te reconozca. Recuerdo que tenías un aparato en los dientes y llevabas el pelo corto y mucho más claro, casi blanco… También usabas gafas en lugar de lentillas y estabas delgadísima…

–No es eso. No pienso cantar para él. Hazlo tú si quieres.

–Sí, claro. Como si yo fuera rubia, preciosa y sexy. Vamos Barbie, la actuación de hada es tuya, te describió a ti.

–Cancélala entonces. Que busque a otra.

–¿Y perder todo ese dinero? Por no mencionar todo lo demás. Será mejor que te sientes, te calmes un poco y pienses fríamente en todo esto. Si el solo hecho de pensar en él te hace tanto daño después de nueve años, es que tienes un problema. Lo mejor será que le hagas frente y lo soluciones.

Barbie se sentó. No quería discutir con su amiga, pero estaba decidida a seguir en sus trece.

–Recuerda la otra cara de nuestro negocio, Flores Secas –le dijo Sue sentándose en el brazo del sillón.

Algunos clientes las contrataban para que llevaran un ramo de flores marchitas a alguien que les había hecho daño. Se trataba de una salida bastante inofensiva a unos sentimientos de frustración e ira, casi se podía decir que era saludable. Al menos, evitaba que la gente hiciera cosas peores y les daba la satisfacción de hacer algo en lugar de quedarse de brazos cruzados.

A Barbie no le gustaban esos encargos. Normalmente, era Sue la que se dedicaba a hacerlos, además, a ella se le había ocurrido la idea. Con todo, no tenía la menor intención de enviarle un ramo de flores mustias a Nick. No quería tener ningún contacto con él.

–Olvídalo, Sue. Preferiría enfrentarme a una serpiente y ya sabes cómo las odio.

Con un escalofrío, Barbie se alejó de su amiga. Podía acorralarla todo lo que quisiera porque en este asunto no pensaba cambiar de opinión.

–Olvida las rosas mustias. No estaba pensando en eso.

–Entonces, ¿por qué lo has mencionado?

–Porque no hay nada como vengarse cuando alguien te ha hecho alguna faena –continuó Sue comenzando a entusiasmarse–. Ser el último que se ríe es fantástico. Después, puedes continuar con tu vida sabiendo que has quedado encima.

Barbie le lanzó una mirada de cansancio. Pero Sue no desistió.

–La venganza es dulce –declaró saboreando sus palabras. Sue tenía un brillo especial en los ojos. Extendió las manos como una bruja apunto de realizar un encantamiento:

–Imagínate esto, Barbie…