Editado por Harlequin Ibérica.
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28001 Madrid
© 2000 Penny Jordan
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una noche perfecta, n.º 1281 - junio 2016
Título original: A Perfect Night
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2001
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8237-9
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Cuando Seb vio el rótulo que anunciaba la pequeña ciudad de Haslewich, de pronto sintió que, como nubes grises, la desilusión y una fuerte autocrítica ensombrecían lo que con todo derecho tenía que ser un regreso triunfal a su ciudad de nacimiento.
Tenía treinta y ocho años y se encontraba virtualmente en la cima de una carrera que acababa de coronar con el nombramiento de jefe del equipo de investigación de la empresa farmacéutica internacional Aarlston-Becker. Un puesto que muchos de sus colegas habrían envidiado.
Tenía dinero en el banco; un dinero ahorrado a fuerza de duro trabajo y prudentes inversiones, y una familia que, aunque no visitaba hacía tiempo, le daría una cálida bienvenida al hogar.
Pese a que el balance general era positivo, necesitaba otros incentivos de peso para equilibrar los aspectos negativos de su vida.
Recordaba claramente la conversación sostenida con su primo Guy Cooke acerca de su inminente regreso a Haslewich.
–¿A qué aspectos negativos te refieres? –le había preguntado Guy en el curso de la conversación.
–¿Te parece poco un matrimonio precipitado que terminó en divorcio?
–El divorcio ya no es un pecado, Seb, y por lo que nos cuentas, tu ex esposa se ha vuelto a casar felizmente. Por lo demás, habéis quedado en buenos términos.
–De acuerdo, no me pesa el hecho de habernos casado tan jóvenes e inmaduros. Es porque Sandra solía quejarse de que yo no estaba preparado para ser un buen marido ni un buen padre; estaba demasiado dedicado a mi carrera, absorto en mis propias metas profesionales. Yo me disculpaba alegando que trabajaba intensamente para proporcionarle un buen nivel de vida. Pero ahora comprendo que Sandra tenía razón. Efectivamente, era un egoísta. El descubrimiento de nuevos fármacos que un día transformarían al mundo era más importante para mí que el placer que me proporcionaba su compañía.
Guy y su esposa, Chrissie Crighton, habían intercambiado una triste mirada cómplice, de matrimonio bien avenido, mientras ella abrazaba al pequeño Anthony.
–Pero actualmente Charlotte y tú estáis muy unidos. Tenéis buenas relaciones como padre e hija –había replicado Chrissie suavemente.
–Sí, más bien gracias a la madurez de Charlotte que a mi conducta como padre. Después de todo, fácilmente pudo haberse negado a verme cuando le escribí para pedirle que, si era posible, me admitiera en su vida. De hecho, George, el actual marido de Sandra, ha sido más propiamente un padre para ella que yo.
–Desde el punto de vista práctico, no lo discuto. Pero tú eres el padre biológico y no hay más que veros juntos para comprobarlo. Además, la chica heredó tu cerebro privilegiado –manifestó Guy de buen humor.
–En rigor, también heredó la inteligencia de su madre. Aunque debo admitir que me sorprendió al anunciar que seguiría mis pasos profesionales.
–Y ya que va a estudiar en una universidad cerca de Manchester, podrás verla más a menudo –intervino Chrissie.
–Espero que sí. Aunque tiene dieciséis años, es casi una mujer independiente. Lleva su propia vida y tiene sus propios amigos.
–Para nosotros fue una alegría conocerla. Aunque sospecho que la cariñosa curiosidad del clan Cooke debe haberla agobiado un tanto –comentó Chrissie.
El clan Cooke. En ese momento, recordó con toda nitidez cuánto había odiado en su infancia la pesada carga de la reputación familiar. Él, y también Guy, habían sufrido el conflicto entre sus necesidades personales y las expectativas de la ciudad. Pero Guy había conocido a Chrissie, y ella le había ayudado a reconciliarse con los recuerdos tristes de la infancia.
Sin embargo, él sabía a ciencia cierta que si no hubiera sido porque Charlotte estaría estudiando en Manchester, jamás habría vuelto a su lugar de nacimiento en la pequeña ciudad histórica de Cheshire, de donde provenía su familia. Según la leyenda, el clan Cooke se había formado a raíz de la seducción de una joven de la localidad, perpetrada por uno de los miembros de un conocido clan de trashumantes gitanos que anualmente visitaban la ciudad.
A través de los siglos, los descendientes del clan se habían ganado una célebre reputación como gente que vivía al borde de la ley. Tradicionalmente solía culpárseles de los delitos por robo y otros actos ilegales que se cometían en la ciudad.
Desde luego que esos tiempos habían pasado, y en la actualidad los miembros de la extensa familia Cooke eran honrados y valiosos ciudadanos, generalmente casados con miembros de otras familias de la localidad. Habían colaborado eficazmente a estructurar una sociedad en la que nunca más fueron considerados como un clan de peligrosos forasteros indignos de confianza.
Aun así, el estilo de vida de los antepasados había dejado huellas indelebles en la conciencia colectiva de las otras familias de la ciudad. Los hombres del clan Cooke tenían fama de engendrar vigorosos hijos, cuyos ojos oscuros despedían un fulgor particular que las madres y la jóvenes impresionables encontraban ciertamente peligroso.
Desde la infancia, Seb había sabido que deseaba escapar de las restricciones impuestas por una pequeña comunidad en la que todos se conocían. Había deseado romper con las expectativas y reservas de los que le rodeaban a causa de su apellido. Su abuelo, agricultor, había estimulado su temprano interés por las plantas. Seb se sintió especialmente fascinado por la variabilidad genética de las especies vegetales, interés que más tarde lo llevó a elegir su carrera.
En la universidad, se concentró ciegamente en sus estudios, en detrimento del cultivo de sus relaciones personales.
Todavía recordaba el comentario de una colega a otra compañera de trabajo, ambas ignorantes de su presencia en el cuarto contiguo. Ese incidente le había hecho empezar a darse cuenta de su errada conducta. «La verdad es que hace más de diez años que no ve a su hija. Ya sé que los hombres divorciados suelen perder contacto con sus hijos, pero a él no parece importarle. ¿Es que carece de sentimientos?».
Él quería a su hija Charlotte, mucho más de lo que suponía. Y le había importado mucho más después del primer encuentro, al reconocer el enorme parecido entre ambos, no solo en los rasgos físicos, sino también en su personalidad. Había sentido que una emoción, hasta entonces desconocida, embargaba todo su ser.
No había sido tarea fácil derribar la muralla interpuesta entre ambos. En esa reunión, Charlotte se había comportado de modo amistoso y agradable; pero a Seb no le pasó inadvertida su cautela interior. Eso había sucedido hacía tres años. En la actualidad, su hija era una parte muy importante y activa en su vida, aunque él sabía que sus remordimientos no podrían erradicar totalmente el pasado.
Sandra, su ex esposa, había tenido otros dos hijos con George. Charlotte disfrutaba junto a esa familia bien avenida, pero también era su hija, y una Cooke, como él.
Sus pensamientos se concentraron en los Crighton, el otro clan importante de la ciudad, aunque no tan antiguo como los Cooke.
Seb los conocía bien, como todos los vecinos de Haslewich.
Jon Crighton era el socio mayor del bufete jurídico familiar. Su sobrina Olivia, hija de David, su hermano gemelo, era la otra socia de la firma. David era un personaje rodeado de misterio que abandonó la ciudad en dudosas circunstancias, según las habladurías. Ben Crighton, padre de Jon y David, vivía en una gran casa de estilo isabelino fuera de la ciudad, junto con el hijo mayor de Jon y Jenny, Max Crighton, su esposa e hijos.
Aunque la familia era oriunda de Chester, una disputa familiar había llevado a Josiah Crighton, padre de Ben, a establecer su bufete jurídico en Haslewich. Hasta hacía poco, había existido una cierta rivalidad entre ambas ramas de la familia.
Jenny Crighton, la esposa de Jon, había dirigido una empresa de antigüedades en Haslewich, pero el cuidado de su familia la llevó a cederle su parte de los negocios a Guy Cooke, el otro socio de la empresa.
Guy le había recomendado a Seb que se pusiera en manos de Jon cuando quisiera tramitar la compra de una propiedad en Haslewich.
Seb aminoró la marcha cuando los coches empezaron a entrar lentamente en la ciudad. Había creído que al mejorar sus relaciones con Charlotte, el sentimiento de culpa por sus errores como padre desaparecerían, pero el regreso a Haslewich le traía penosos recuerdos.
–Lo que tú necesitas es enamorarte, papá. ¿Porqué no te has vuelto a casar? –había preguntado algunas semanas antes de su regreso a Haslewich.
–Me extraña que lo preguntes. Después de todo, tienes experiencia de primera mano de mi fracaso matrimonial. No, Lottie, soy demasiado egoísta. El amor no es para mí –había respondido con sarcasmo.
–Pero no lo eres. Te castigas porque te sientes culpable por mí. No lo hagas. Ni siquiera tenía dos años cuando os separasteis; George y mamá ya estaban juntos cuando cumplí los tres. Al menos, nunca experimenté el trauma de dividirme entre vosotros. Un día, mamá me dijo que te agradecía mucho haber permitido que me criara junto a George –había replicado su hija con sorprendente madurez.
–¿Intentas decirme que te hice un favor al delegar mi responsabilidad contigo, que mi egoísmo es digno de alabanza? –le había preguntado con tristeza.
–No, desde luego que no, pero al menos has llegado a sentir que como padre e hija debemos formar parte de la vida del otro. Y al menos sé que me quieres.
Claro que la amaba. Pero, con toda sinceridad, hubo años en que apenas se había permitido recordar que su hija existía. ¿Casarse otra vez? ¿Enamorarse? Con un juramento, frenó bruscamente al ver que, delante de él, una joven cruzaba la calle sin fijarse en los coches. Al oír el chirrido de las ruedas, la joven se detuvo, helada de espanto, y volvió la cara hacia él.
Seb pudo notar su expresión conmocionada, los grandes ojos en un rostro delicadamente femenino, el cabello alborotado por la brisa. Pudo observar que era menuda y esbelta y que llevaba una falda de lino marrón y un top de seda de color crema que realzaban el suave bronceado de los brazos y de las piernas. Sin embargo, mientras su mente registraba esos hechos, se sintió invadido por una mezcla de ansiedad y de rabia.
¿Qué demonios le había hecho cruzar la calle de esa manera, delante del coche? ¿No se daba cuenta de que había estado a punto de provocar un accidente en la estrecha calle llena de peatones?
Sin embargo, notó que al desaparecer el miedo, su expresión daba paso a la rabia, como si él fuera culpable por lo que a todas luces era su propia tontería.
Justo en ese momento, oyó el claxon del coche de atrás que lo conminaba a avanzar. La joven vaciló un segundo y luego siguió su camino, no sin antes lanzarle una mirada mordaz que Seb devolvió con una de disgusto antes de continuar su marcha.
Mientras Katie cruzaba las animadas calles de Haslewich, era consciente de su ánimo apesadumbrado que ensombrecía lo que tendría que haber sido un alegre y esperanzador regreso al seno de la familia.
Con veinticuatro años y excelente salud, era una abogada perfectamente cualificada. Recientemente su padre y su prima le habían pedido que se incorporara al bufete familiar en la ciudad natal.
Todavía recordaba su conversación con Max, el hermano mayor, que intentaba convencerla de que volviera a Haslewich.
–Papá te necesita, Katie. Están inundados de trabajo, y todos sabemos cómo reaccionaría el abuelo si supiera que se asociaba con uno que no fuera un Crighton. La solución ideal sería que volvieras a casa y trabajaras junto a papá y a Olivia. Todavía no tienes demasiada experiencia jurídica, pero tu asociación a la firma quedaría asegurada en un futuro no muy lejano –le había asegurado en tono persuasivo.
–No lo pongo en duda, pero pareces olvidar que ya tengo trabajo –replicó ella con suavidad.
–Ya lo sé, Katie; pero no estoy tan ciego como para no darme cuenta de que algo no marcha en tu vida. Mira, no voy a hacer preguntas ni a pedirte explicaciones; bien sabe Dios que no tengo derecho a hacer el papel del hermano mayor contigo ahora. Después de todo, apenas me ocupé de ti y de Louise cuando erais pequeñas. Sin embargo, quiero decirte que hay personas que curan sus heridas en soledad y otras necesitan el apoyo de la familia, y ambos sabemos que tú perteneces al segundo grupo.
Era cierto. Louise, la hermana gemela de Katie era el tipo de persona que buscaba la soledad como refugio. Más que ella. Pero actualmente era improbable que Louise necesitara hacerlo. Después de todo, estaba enamorada de Gareth y él la amaba.
Louise y Gareth.
Katie agradecía que nadie se hubiera dado cuenta de su secreto. Había amado a Gareth en silencio y en la distancia mucho antes de que Louise se enamorara de él.