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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Jennifer Lewis

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Espiral de deseo, n.º 9 - septiembre 2016

Título original: Black Sheep Billonaire

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2008

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8650-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–¿Te has vuelto loca? –dijo una profunda voz masculina retumbando en los altos muros de piedra de la vieja casa.

Lily Wharton giró la cabeza y nada más ver aquel rostro atractivo y severo, reconoció a Declan Gates.

Contuvo la risa. Debía haber imaginado que Declan obviaría los cumplidos e iría directamente al grano.

–Estoy podando los rosales. Como ves, están algo descuidados –dijo ella señalando los arbustos a su alrededor.

Había estado tan absorta ocupándose de los rosales que no había oído el coche llegar.

–Eso no explica lo que estás haciendo aquí, en el jardín de mi casa.

Su mirada agresiva la hizo estremecerse.

Su prominente mandíbula, su nariz orgullosa y sus altos pómulos apenas habían cambiado en diez años, pero aquel nuevo Declan vestía traje y llevaba el pelo peinado hacia atrás. Bajo aquella ropa, se adivinaban sus anchos hombros y su fuerte pecho.

Una intensa excitación creció en su pecho. Había vuelto.

–Llevo meses tratando de contactar contigo. Sentí la muerte de tu madre.

Él arqueó la oscura ceja.

Lily se sonrojó al saber que la había pillado en una mentira. La ciudad de Blackrock, en Maine, había sentido alivio cuando aquella bruja falleció.

–No sé cuántos mensajes te dejé. En tu oficina me dijeron que estabas en Asia, pero no me devolviste las llamadas. No podía soportar ver la casa vacía y abandonada.

–Ah, sí. Se me olvidaba que era la casa solariega de tu familia.

Los ojos de él relucieron al sol, provocando una oleada de recuerdos. Lily había luchado durante aquellos años para no caer en su hechizo, cuando el odio entre sus familias había hecho de la amistad un delito.

Todos sus sueños y el futuro de Blackrock dependían de la buena voluntad de aquel hombre. Confiaba en su innato sentido del honor y en su capacidad para distinguir el bien del mal. Pero Declan Gates nunca había sido una persona bondadosa.

Recordó el rugido del motor de su moto cuando paseaba en ella. El sonido retumbaba por toda la ciudad y resonaba en los acantilados, haciendo que la gente lo maldijera a él y a su familia.

Pero a él no le importaba. No le preocupaban cosas tan convencionales como la propiedad o los sentimientos de los demás.

La última vez que lo había visto, diez años atrás, había cruzado como un rayo el camino de entrada de su casa para llamar a su puerta. Ella había intentado deshacerse de él rápidamente, antes de que su madre llegara. Había ido para decirle que se iba de Blackrock y que nunca volvería. Y durante diez años había cumplido su palabra.

Pero ahora necesitaba algo de él.

Él reparó en su larga camisa de rayas y en el sucio pantalón que llevaba.

–No has cambiado nada, Lily.

Por el modo en que lo había dicho, Lily no estaba segura de si era un halago o un insulto.

–Tú tampoco –dijo ella tragando saliva.

–Ahí te equivocas.

Lily apretó las tijeras de podar al oír sus palabras. Diez años era mucho tiempo.

Una cosa no había cambiado. Sus ojos parecían poder seguir leyendo sus pensamientos.

Respiró hondo.

–Esta casa fue construida sobre la roca hace más de doscientos años con herramientas sencillas y sudor. Como está en lo alto del acantilado, se puede ver desde cualquier sitio. Es la imagen de la ciudad. No está bien dejar que se convierta en una ruina.

Él se quedó mirando los anchos muros de piedra.

–Esta casa estaba negra. ¿Cómo la limpiaste?

Su voz transmitía una curiosidad sincera.

–Hice limpiar el hollín que durante décadas ha estado expulsando la chimenea de carbón de la fábrica.

Él se giró para mirarla.

–¿Acaso crees que es tu deber limpiar los pecados del pasado?

–Te habría pedido permiso si me hubieras devuelto las llamadas. Blackrock se viene abajo, Declan. Pensaba que si la gente veía la casa limpia, se daría cuenta de que es posible empezar de cero –dijo ella y después de dudar unos segundos, respiró hondo y continuó–: Quiero restaurar la casa y vivir en ella. También quiero comprar la vieja fábrica.

–No están en venta.

–¿Por qué? Ya no hay nada para ti en Blackrock. La vieja fábrica lleva cerrada más de una década, no tienes familia aquí, tienes éxito y tu propia vida…

Declan se rio.

–¿Qué sabes de mi vida?

Ella parpadeó, incapaz de responder. Ciertamente no conocía a aquel extraño que tan poco se parecía al Declan serio y atento que recordaba.

–Ahora que mi madre ha muerto, ¿pretendes que la elegante y antigua saga de los Wharton regrese a su casa y así volver a convertirse en la primera familia de Blackrock?

Aquella acusación tensó sus hombros, pero no estaba dispuesta a que viejos rencores arruinaran el futuro de Blackrock.

–Ahora tengo mi propia empresa de tejidos y papeles pintados. La fábrica es el lugar perfecto para hacer los tejidos artesanales. Quiero dar empleo a la gente de Blackrock.

–Me temo que eso no va a ser posible.

–¿Por qué? ¿Qué pretendes hacer con ellas?

–Eso es asunto mío –dijo sin que su rostro transmitiera emoción alguna.

La furia y la desesperación se mezclaron al ver cómo rechazaba todos sus sueños y esperanzas.

–¿Asunto tuyo? Por lo que he leído, eres un buitre capitalista, te dedicas a comprar cosas y luego hacerlas añicos. ¿Es eso lo que tienes pensado para la casa y para Blackrock?

Él arqueó la ceja.

–Ya veo que te has informado sobre mí, así que ya sabrás que la casa es mía para hacer con ella lo que quiera. Mi familia se la compró a la tuya.

–Se la quitó a la mía –lo corrigió–. Después de que mi bisabuelo se arruinara en el crac del veintinueve y se suicidara, su viuda estaba desesperada.

Había escuchado aquella historia desde la cuna.

–Y estoy seguro de que le vino muy bien todo el dinero que recibió por ese caserón.

–Dinero que tu familia ganó en el mercado negro, vendiendo armas y licor.

Declan ni se inmutó.

–Y con la chatarra. Por algo llamaban a mi bisabuelo el chatarrero Gates. Solía viajar por el país vendiéndola antes de establecerse en Blackrock –dijo con mirada divertida–. Nosotros los Gates no hemos nacido entre algodones, pero sabemos ganarnos la vida y eso es lo importante –añadió cruzándose de brazos.

–No, lo importante es la gente. La felicidad es lo que cuenta.

–¿Ah, sí? –dijo sonriendo–. Entonces, ¿por qué necesitas la casa para ser feliz?

–Porque es una preciosa casa antigua que merece la pena conservarse.

–¿Cómo lo sabes? Nunca has entrado, ni siquiera cuando éramos niños.

Ella se encogió. Tenía razón.

–Nunca me invitaste.

Su protesta sonó falsa. Ambos sabían que nunca habría entrado. Su madre se hubiera puesto hecha una furia de haber sabido que eran amigos.

–¿Has estado dentro ahora?

Su mirada entrecerrada parecía estarla acusando.

–No –contestó con sinceridad–. La puerta está cerrada y no tengo la llave.

Él se rio.

–Siempre has sido muy sincera, Lily –dijo él y su expresión se volvió dura.

–Amo esta ciudad, Declan. He pasado aquí la mayor parte de mi vida y quisiera seguir viviendo aquí también. Desde que tu madre cerró la fábrica hace diez años, no ha habido trabajo y…

Declan levantó la mano.

–Espera un momento. ¿Estás diciendo que lamentas que mi madre cerrara la fábrica? Recuerdo que lideraste una protesta contra la fábrica porque contaminaba el aire y el agua, estropeando la calidad de vida de la ciudad.

Ella tragó saliva.

–Tuvo que ser difícil que la gente se levantara contra la fábrica que tu familia poseía.

Declan se rio entre dientes. Fue un sonido frío y metálico, diferente de las risas sinceras que recordaba.

–Recuerdo un cartel que decía que las emisiones de sulfuro hacían que la ciudad oliera como el infierno y aparecía una foto mía como si yo fuera el demonio –dijo y haciendo una pausa para mirarla a los ojos, añadió–: Desde entonces, he hecho lo que he podido para estar a la altura.

Lily sintió que le ardían las mejillas. No recordaba la pancarta, pero por aquel entonces era joven y cruel, llena de ideales y energía.

–He aprendido mucho desde aquella época.

–¿Y ahora la buena reina Lily va a salvar la ciudad?

–Será algo bueno para todos. Podré vivir y llevar el negocio desde la ciudad que tanto amo, a la vez que creo puestos de trabajo.

–Una fábrica de papeles pintados no usa el mismo equipamiento que el de la vieja fábrica.

–Formaré a los trabajadores. Pienso mantener el viejo edificio de ladrillo y rehacerlo por dentro. Me desharé de la caldera de carbón que tanto ensucia la ciudad.

–Lástima. La capa de hollín que cubre la ciudad es estupenda. La vieja ciudad de Blackrock no volverá a ser la misma –dijo señalando la parte trasera de la casa, que daba a la rosaleda.

La brillante fachada de piedra resplandeció bajo la suave luz del sol de la tarde. La casa tenía tres plantas y era un buen ejemplo de la arquitectura clásica georgiana. Sencilla y sin pretensiones, encajaba perfectamente en el entorno.

Una gran emoción la invadió al contemplar la casa restaurada.

–Está bonita, ¿verdad? Toda la ciudad vino a ayudar.

Sintió un enorme orgullo al recordar aquel día tan increíble. Cuando la gente vio lo que estaba haciendo, hombres que llevaban años sin trabajar se acercaron a ayudarla. Las mujeres llevaron sándwiches y limonada, y al final de la tarde celebraron una fiesta en la destartalada terraza, en la que brindaron con cervezas por el futuro de la ciudad.

Aquella tarde todos compartieron una ilusión, confiando en un nuevo futuro para Blackrock.

–Tenías que haberlo visto, Declan. Fue muy importante para ellos ver que la vieja casa volvía a la vida.

–Te refieres a hacer desaparecer cualquier rastro de la familia Gates que tanto odias.

Su voz sonó calmada, pero Lily vio algo extraño en su expresión, un atisbo de dolor.

Un sentimiento de culpabilidad brotó en su interior. Culpabilidad por cómo ella había traicionado su amistad. Lo había traicionado a él.

–Deseas tanto volver a tener esta casa que has olvidado su maldición. Todas esas historias de las que habla la gente son ciertas.

–Oh, tonterías –dijo ella conteniendo un escalofrío.

La casa mantenía un aspecto imponente e intimidante. Era fácil imaginarse a una princesa y a un pirata de barba negra rondando por una de aquellas habitaciones.

–No creo en esas estúpidas supersticiones, pero aunque la maldición sea cierta, tan solo afecta a tu familia, no a la casa.

–Ah, claro. Esa antigua maldición hace que los hombres Gates se vuelvan malvados.

–Como si necesitaran ayuda para ello –dijo Lily bromeando, pero al ver que su rostro se ponía serio, tragó saliva antes de continuar–. Siento lo que les pasó a tus hermanos.

De repente sintió frío. No sabía qué era exactamente lo que les había pasado a los hermanos de Declan, pero habían muerto antes de cumplir los veinticinco años.

–Sí –dijo él mirando al mar, con el perfil recortado contra el cielo azul.

Su diabólico atractivo ensalzaba la peligrosa reputación que había tenido de adolescente y los años no habían hecho nada por atenuarlo. Si acaso, estaba más guapo que nunca.

–No te olvides de mi padre, muerto en un extraño accidente de caza –dijo observándola con su mirada glacial–. Debo de ser la oveja negra de la familia, porque he roto la estadística simplemente por estar aquí. Soy un superviviente –y con la tensión reflejada en el rostro, añadió–: No te librarás de mí. Nadie puede, ni siquiera la encantadora Lily Wharton.

La encantadora Lily. Sintió un pellizco de nostalgia al oír la expresión con la que solía referirse a ella. «Mi encantadora Lily».

Eso era cuando estaban juntos, solos en lo alto del acantilado, tumbados en la hierba mirando las nubes. O corriendo en el bosque, riendo y persiguiéndose.

Lily se mordió el carrillo ante aquella extraña mezcla de emociones. Habían estado tan unidos…

–Lo eres todo para mí, Lily –le había dicho una y otra vez, con una expresión demasiado seria para un muchacho tan joven.

Tragó saliva y recogió los guantes de podar de entre las espinas. Al hacerlo, se arañó el brazo y una gota de sangre brotó.

–¿Te has hecho daño? –preguntó Declan frunciendo el ceño.

Alzó la mano hacia Lily, pero ella dio un salto como si fuera a morderla.

–¿Todavía me tienes miedo, eh? –preguntó él suavizando su expresión.

Ella tragó saliva, frotándose la muñeca.

–¿O es que temes tus sentimientos hacia mí? ¿Te parece que son unos sentimientos muy primitivos para una Wharton? –añadió mirándola con los ojos entrecerrados.

Lily evitó dar un paso atrás hacia los matorrales.

Declan había dejado una importante huella en ella. Gracias a él, su juventud se había convertido en una aventura que aún estaba viva en sus recuerdos.

Él siempre había vivido la vida con más intensidad que los demás. Siempre había hecho cosas diferentes como buscar coyotes en los bosques, nadar en aguas prohibidas, escalar paredes rocosas… Pero la infancia no era eterna.

–¿Es esto de lo que tienes miedo, Lily? –preguntó señalando hacia las amenazantes espinas de las ramas que cubrían las paredes–. ¿Temes que si no cortas de raíz tus sentimientos, acabarás perdiendo el control?

Lily se mordió la lengua para evitar que sus pensamientos entraran en terrenos prohibidos.

–Estas rosas necesitan una buena poda –añadió Declan acariciando una espina–. Si no, se convertirán en una maraña y no florecerán. Pero las rosas salvajes son diferentes. Se dan en condiciones que la mayoría de las plantas no soportarían. No les importa el frío, el viento o el ambiente salino. Están ahí creciendo, independientemente de si alguien las cuida o no.

Declan dio un paso hacia ella, arrinconándola. La brisa marina le llevó su esencia masculina.

–Quizá seas una rosa salvaje, Lily –dijo ladeando la cabeza y mirándola a los ojos–. Quizá te fuera mejor si no ocultaras tus sentimientos –añadió alzando una mano como si fuera un ofrecimiento, un desafío.

 

 

Declan no esperaba que tomara su mano, por lo que una extraña sensación de esperanza lo invadió al verla bajar aquellos grandes y profundos ojos hacia su palma extendida. Había pasado mucho tiempo desde que perdió el interés por él. Entonces, era tan solo una cría siguiendo las órdenes de sus padres. Ahora era toda una mujer, fuerte e intrigante.

Seguía teniendo la misma piel suave, los mismos rasgos aristócratas y una mirada cálida a la vez que agresiva.

–Te agradecería que te guardaras tus opiniones para ti, Declan Gates –dijo volviendo a mirarlo a los ojos–. Mis sentimientos no son asunto tuyo –añadió sonrojándose.

Sus secas palabras lo incomodaron, pero se mostró indiferente al apartar la mano.

–No, supongo que no lo son. Y te agradecería que dejaras en paz mi propiedad.

Era fácil mostrarse frío cuando todo sentimiento había sido aplacado por las personas a las que amaba. Incluyendo la princesa de hielo que tenía frente a él.

Lily tragó saliva y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja. Él no sintió ningún remordimiento al verla abochornada. Sabía de sus repetidas llamadas a los números de teléfono de la oficina, pero era consciente de que ella no quería verlo. Quería algo y solo lo podía conseguir de él.

–Puedo pagarte un precio justo por la casa –dijo ella con determinación en sus ojos color avellana–. Mi negocio va bien.

Declan lo sabía. Conocía todo sobre Home Designs, Inc, la empresa de textiles y papeles pintados de Lily.

–Ni la casa ni la fábrica están en venta –dijo él manteniendo su mirada.

Ella parpadeó sin saber qué decir.

–Claro que siempre quisiste mostrarte como la ofendida y hacerme quedar como el malvado –añadió mientras Lily miraba a su alrededor, aturdida por su abierta hostilidad–. ¿Te preocupa que alguien nos vea? No me importa quién nos oiga. Ya me conoces, Lily, nunca me ha importado lo que otros piensen. Ese ha sido siempre tu problema.

–Declan, eso no es justo –replicó ella sonrojándose.

–¿Qué no es justo? ¿Qué te acuse de querer proteger tu reputación a cualquier precio o que no te dé lo que quieres?

Declan odiaba aquel deseo que crecía en su interior al mirar aquellos ojos color avellana. Por su pelo claro y su piel pálida, debería haber tenido unos ojos azules como el hielo. Sin embargo, eran cálidos como la miel y peligrosamente seductores.

–Piensa en la gente de Blackrock –dijo ella levantando la barbilla–. La ciudad volverá a la vida, Declan.

Él se quedó pensativo, aturdido al percatarse de que la pasión que Lily ponía en lo que creía aún le afectaba. Siempre había sido una luchadora, dispuesta a defender causas perdidas o luchar contra las injusticias, sin importarle quién se cruzara en su camino. La encantadora Lily, tan inocente, dulce y amable con todos, excepto con él.

–Blackrock y los Wharton. Un reino de ensueño en la costa de Maine que tenía su propia monarquía hasta que apareció la familia Gates y lo arruinó todo –dijo entrecerrando los ojos–. Bien, pues no te desharás de nosotros tan fácilmente. Me quedo con la casa y la fábrica.

–¿Y qué vas a hacer con ellas? –preguntó Lily atravesándolo con la mirada.

Declan fijó los ojos en aquel rostro que una vez había amado con toda la pasión de su alma.

–Voy a dejar que se vengan abajo y caigan al mar, junto con todos los recuerdos que tengo de este odioso lugar.

Lily se quedó mirándolo, sin saber qué decir. Luego se giró y se alejó, tal y como Declan esperaba que hiciera. La siguió con la mirada y observó cómo atravesaba la terraza y bajaba las escaleras hacia el camino de entrada.

Después, giró la vista hacia la reluciente fachada de piedra de la casa, tan diferente y limpia de la que recordaba de su infancia. La fuerza de aquel sitio aún lo conmovía. El océano oscuro se extendía bajo el cielo gris y los profundos acantilados.

¿Cuánto tiempo hacía que no había estado allí? ¿Diez años?

Oyó el motor del coche de Lily alejándose. Ella lo había hecho volver, siempre había tenido aquel poder sobre él.

Había sido avisado de las mejoras que Lily había llevado a cabo cuando un agente inmobiliario lo llamó para preguntarle si quería poner la casa en venta.

Tiempo atrás, le habría dado cualquier cosa, pero esta vez la encantadora Lily Wharton no se saldría con la suya.