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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Ally Blake

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Elegir un marido, n.º 1860 - agosto 2016

Título original: The Wedding Wish

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8704-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

ME VOY a casar –anunció Holly soltando de golpe el maletín sobre la mesa de su despacho en la empresa de organización de eventos, Séptimo Cielo, en la que trabajaba, quince minutos más tarde de lo habitual.

–¿Que vas a hacer qué? –preguntó Beth con voz metálica al otro lado del teléfono.

Holly se sentó, cruzó las piernas y en ese momento notó que se le hacía una carrera en las medias. Sin perder la compostura abrió el último cajón del escritorio y sacó un par de medias nuevas y se dirigió al cuarto de baño para cambiarse. Conectó el altavoz del teléfono para poder seguir hablando.

–He dicho que voy a casarme.

–Pero si no has salido más de una vez con el mismo hombre en los últimos seis meses cómo es posible que hayas decidido casarte con alguno de ellos.

En ese momento, la secretaria de Holly, Lydia, entró en el despacho y se detuvo de golpe al oír la conversación y el café que traía en la bandeja se derramó. Holly regresó del cuarto de baño y le hizo un gesto con la mano a Lydia para que se acercara y tomó la taza de la bandeja.

–¿Os he oído bien, chicas? ¿En lo que he tardado en hacerle un café a Holly ha encontrado novio y se ha prometido?

–¿Eres tú, Lydia? –preguntó Beth.

–¿Cómo estás Beth? ¿Para cuando esperas el bebé? –dijo Lydia inclinándose hacia el teléfono.

–Estoy muy bien. El bebé debería nacer en un mes, más o menos…

–Chicas –interrumpió Holly–, os recuerdo que estoy a punto de hacer algo trascendental.

Lydia hizo un gesto de coserse la boca y no decir ni una palabra más.

–Lo siento, tesoro –dijo Beth–. La culpa es de Lydia. Ya sabes que si alguien me pregunta por mi bebé no puedo parar. Vamos, ¿qué me decías?

–Gracias –dijo Holly tomando aire profundamente–. Esta mañana, mientras caminaba por la calle Lonsdale, un… hombre se abalanzó sobre mí. Todo lo que llevaba en las manos salió volando. Mi maletín acabó en la alcantarilla, y los bolígrafos rodaron calle abajo junto con mis preciados papeles. Y allí de rodillas sobre la acera recogiendo todas mis cosas aquel hombre tuvo la desfachatez de decirme encima que mirara por donde iba.

–¿Y era guapo? –preguntó Lydia.

Holly no recordaba que lo fuera. Recordaba cómo se reflejaba la luz de la mañana en sus ojos color avellana y que tenía bolsas bajo ellos. Al principio, se había sentido comprensiva ante su expresión exhausta. Pero también se había fijado en la forma en que había fruncido el ceño al ver que ella había tirado todo por el suelo lo que dio al traste con todo indicio de solidaridad. El hombre tenía una voz profunda que dejaba adivinar un acento extranjero. No, definitivamente no habría dicho que fuera un hombre guapo ni atento.

–Alto –dijo Holly–, con el pelo oscuro. Hoyuelos, bien perfumado, pero creo que ésta es una cuestión irrelevante.

–¿Irrelevante? –dijo Beth–. Parece el hombre perfecto.

–Estoy de acuerdo –dijo Lydia.

–Cuando dejes de buscar te encontrará. Es el destino –sentenció Beth.

Holly puso cara de incredulidad imaginándose a Beth citando uno de sus libros esotéricos para justificar el incidente.

––No me encontró, Beth, más bien se chocó conmigo. Mira –y se señaló un arañazo en la pierna para que lo viera Lydia.

–¿Y ése es el hombre con quien te vas a casar? –preguntó Lydia.

–¡No! ¿Es que no os dais cuenta?

–¿De qué?

–Este incidente ha sido una revelación. Mi vida social consiste en asistir a los eventos que nosotras organizamos, pero, en vez de conocer hombres, conozco a «personalidades masculinas». Ellos me confunden con una mujer atractiva, encantadora y segura de sí misma, pero nunca hay nada más detrás de las máscaras que llevan. El caballero de esta mañana era muy atractivo, pero también intransigente e indiferente; representaba todo lo que los hombres con los que he salido tienen en común, y no me gusta. Es una teoría infalible.

–Estoy confusa –dijo Lydia–. Si no es con ese hombre, ¿con quién te vas a casar?

–Ahí está el asunto: he decidido que Ben lo busque para mí.

–¿Mi Ben? –preguntó Beth tras unos segundos en silencio.

–Claro. ¿No ves que es la única forma? Ben trabaja en una gran empresa y tiene bajo sus órdenes a un montón de personal, hombres jóvenes muy escogidos, y también me conoce mejor que nadie a parte de vosotras. Será objetivo y encontrará a alguien que le guste para mí y así seremos todos amigos. Ya sabéis, ser vecinos, hacer barbacoas los domingos, salir de excursión al campo…

–Pero si tú odias el campo.

–No estoy bromeando, Beth. Vamos, no me digas que no te parece un plan perfecto.

–¿Y has pensado en todo esto después de darte un golpe en la calle con un hombre guapo y perfumado? –preguntó Beth.

–Digamos que tal vez me entrara el sentido común cuando colisionamos.

–Lo que tienes es una conmoción, diría yo –murmuró Lydia.

–Este tipo debe haber tenido algo para hacer que precisamente tú hables de matrimonio –dijo Beth.

–¿Por qué precisamente yo?

–Vamos, Holly. Eres la mujer más independiente y organizada que conozco. Guardas un par de medias de todos los colores en el cajón de tu escritorio del despacho, por si acaso. Y aquí estás ahora –contestó Beth–, dispuesta a poner el futuro de tu felicidad en manos de otro.

–Ben no es cualquiera y lo sabes. Confío en él y en su buena elección.

–No puedo creer que estés hablando en serio –admitió Beth–. De acuerdo. Ven a casa a cenar esta noche para que podamos liar a mi pobre e inconsciente marido.

–Gracias, Beth. Eres la mejor amiga del mundo.

–Espero que nunca lo olvides.

Cuando Beth colgó, Lydia se levantó de la silla y ya en la puerta del despacho se dio la vuelta hacia Holly.

–¿Te ayudó a recoger las cosas del suelo?

Holly retiró la vista de todos los proyectos pendientes sobre la mesa.

–Mmm, dejó en el suelo las bolsas que llevaba en las manos y se agachó a ayudar pero para entonces ya me estaba regañando así que tampoco es relevante.

–Y tú ibas caminando mirando al suelo, inmersa en tus pensamientos, sin mirar por donde ibas, ¿verdad?

–Pues sí…

–Pero eso también es irrelevante, ¿verdad?

Holly entrecerró los ojos, deseosa de que Lydia se callara pero a juzgar por su mirada burlona eso estaba lejos de ocurrir.

–Un extranjero alto, moreno y guapo se choca contigo y luego se pone de rodillas para ayudarte, pero tú has decidido que eso no está bien. Yo, al contrario, pasaría el resto del día rememorando algo así. Pero no caerá esa breva. Lo más emocionante que me ha ocurrido esta mañana ha sido que un chiquillo me tocó disimuladamente en el metro.

Lydia suspiró exageradamente y Holly no pudo evitar reírse de sus intentos dramáticos y después, Lydia salió de la habitación y se dirigió a su escritorio para ponerse a imaginar un encuentro romántico con un extraño en la calle Lonsdale.

 

 

Jacob ayudó al conductor a subir la última maleta al taxi que estaba esperando. Cuando éste se puso en marcha se pasó una mano por el pelo desordenado y apoyó la cabeza sobre el respaldo, sorprendido del aspecto hastiado que le devolvía el reflejo en la ventanilla.

Jacob desvió la mirada entonces y observó los familiares edificios. No sabía muy bien lo que sentía ahora que había regresado a casa. Una ducha caliente y un sueño reparador en su cama le harían sentir mejor. Pero no podía dejar de preguntarse cuánto tiempo iba a pasar esta vez antes de que sintiera la necesidad de marcharse de nuevo.

De cualquier modo, Jacob reconocía que Melbourne era una gran ciudad. No tenía más que recordar el tropiezo que había tenido con aquella estupenda mujer en la calle. La tez clara y aterciopelada; una mujer sofisticada, muy atractiva y segura de sí misma. Hasta el momento él no había encontrado a una mujer así en todo el mundo. Durante el trayecto hasta su casa no dejó de pensar en la morena de los ojos azul intenso que había conseguido agitar su temperamento habitualmente tranquilo.

Pensó que debía ser el jet lag. Tenía que serlo.

 

 

–¿Cariño? –llamó Ben al entrar en casa.

–Estoy aquí, cariño –respondió Beth, sentada en el sillón que habían colocado en la cocina. Holly comprendió perfectamente lo que Beth quería decir al mirarla con las cejas levantadas: «Aún estás a tiempo de cambiar de opinión». Pero Holly no tenía intención.

–Sigue el delicioso aroma del pollo a la Holly que sale de la cocina –dijo Holly a Ben.

Ben asomó la cabeza por la puerta. Se acercó a su mujer y la besó sin preguntar siquiera qué hacía allí el sillón del salón. Holly le puso la mejilla también para recibir un beso.

–¿A qué debemos el placer de tu compañía, preciosa? –preguntó Ben echando un vistazo a la cena. Holly le regañó por picar una patata de la fuente.

Holly miró una vez más a Beth que le hizo un gesto afirmativo.

–Quiero que me ayudes a salir con alguien de tu empresa.

Holly arrugó la cara esperando el inevitable «no».

–Claro –respondió Ben.

–¿De verdad? –Holly estaba demasiado atónita para creerlo.

–Por supuesto. Es ese Derek, de gestión de nóminas, que siempre te ha gustado ¿verdad?

–Para empezar no es Derek. No seas gracioso.

–Vamos, Ben –dijo Beth apoyando a su amiga–, ya sabes que le gustan los hombres altos, morenos y guapos. Derek es… bueno, no encaja.

–¿Entonces quién?

Holly le explicó entonces la inspirada teoría que tenía y a continuación su infalible plan, con tanta emoción que Ben no tuvo más remedio que creerla.

–Estás hablando en serio, ¿verdad?

–Totalmente –dijo Beth–. Ya he consultado los astros y Holly está predispuesta.

Ben alzó las cejas también. Beth le dio un manotazo en el muslo, juguetona.

–Predispuesta a un gran cambio, idiota. Esto es serio, Ben. Ya va siendo mayorcita.

–Tiene veintisiete años.

–Y yo quiero ser una dama de honor joven y guapa.

–Estáis locas las dos. No debería dejar que pasarais tanto tiempo juntas. Es un peligro para el futuro de la humanidad.

–Pero lo harás, ¿verdad, cielo?

Capítulo 2

 

ASÍ QUE a la noche siguiente Holly entraba del brazo del marido de su mejor amiga en el club Fun & Games. Vestida para matar con un vestido de seda negro, ceñido, sin tirantes y con una vertiginosa abertura lateral.

–¿Has pensado en alguien especial para mí esta noche? –le preguntó Holly a Ben en voz alta, para hacerse oír por encima de la música.

–De hecho, puse tu foto en la pared del cuarto de baño con una nota que decía que estarías aquí esta noche. Así podrían venir ellos a ti directamente.

–No es gracioso –dijo Holly pellizcando a Ben en el brazo–. ¿Por qué se celebra la fiesta aquí?

–Es uno de nuestros clubes. Una idea de Link. Celebramos este tipo de eventos en clubes de nuestra propiedad que disponen de salas de conferencias y así sacamos doble beneficio.

–Ingenioso. Es una pena que el holding de empresas Lincoln organice todos estos eventos de forma interna. Podría hacer maravillas con el presupuesto que debéis tener disponible. ¿Vendrá tu jefe esta noche?

–¿Link? Lo siento, Holly, puedes tacharlo de tu lista. Lleva varios años dirigiendo las operaciones internacionales desde Nueva Orleans.

–Apuesto a que él sí que es alto, moreno y guapo –dijo Holly poniendo pucheros lo que hizo que Ben sonriera; lo más probable era que su jefe fuera un hombre casado, adicto al trabajo, padre de tres hijos llorones, con una gran barriga y la tensión alta.

La tomó de la mano y la condujo entre la marea de gente hacia la sala de conferencias situada en el fondo del club. En aquella sala, la música ensordecedora se vio sustituida por un murmullo ahogado de alegres voces que llegaban de la zona de baile tras las paredes insonorizadas.

Holly se excusó varias veces hasta llegar a su asiento. Era muy excitante estar rodeada de tantos hombres jóvenes vestidos de gala para la ocasión. Se sentó y miró a Ben. Iba a preguntarle qué había allí en el centro de la sala tras las cortinas de terciopelo pero no llegó a hacerlo. En ese momento, las cortinas empezaron a levantarse lentamente y ante sus ojos apareció… ¡un ring de boxeo!

Ben hablaba con un par de colegas sentados en la fila de delante. A todos les brillaban los ojos de la emoción. Holly le tiró de la manga.

–Ahí delante hay un ring de boxeo.

–Sí, y ahí es donde los boxeadores pelean en vez de hacerlo entre el público.

–Pero yo pensé que… pensé que era una reunión de negocios. Pensé que nos sentaríamos, cenaríamos y me presentarías a alguno de tus apuestos y elegantes colegas.

–Bueno, estamos sentados. Estamos comiendo –dijo Ben con la boca llena de nueces que había tomado de una bandeja en un descuido del camarero–. Y éstos son Mark y Jeremy.

Los hombres de mediana edad sentados en la fila de delante sonrieron educadamente.

A Ben dejaron de brillarle los ojos cuando Holly lo tomó por las solapas del esmoquin y le dijo apretando los dientes:

–Pero esto no es lo que tenía en mente.

–Relájate y disfruta.

Holly alzó las cejas, frunció los labios y cruzó los brazos en señal de lo mucho que estaba disfrutando de la velada.

–Me sorprende que una empresa como Lincoln Holdings fomente algo tan primitivo y políticamente incorrecto.

–Todo el personal de Lincoln, desde los directivos a los administrativos, se reúnen en clubes como éste y pasan veladas como ésta. Al ver lo que estos hombres tienen que hacer para ganarse la vida parece que las pequeñas rencillas surgidas en la oficina no tienen ninguna importancia. Y tú mejor que nadie deberías saber que si un truco funciona no hay que renunciar a él.

–No es sólo un truco, Ben, anima a la gente a usar sus puños para solucionar sus diferencias. ¿Quién tuvo esta idea?

–Link, por supuesto –replicó Ben con una sonrisa–. Siempre inspirado.

–Pues a mí me parece un matón –murmuró Holly.

–Hace diez minutos pensabas que era un hombre ingenioso.

–Hace diez minutos estaba equivocada.

Holly se alegró de que el jefe de Ben no estuviera allí. De haber sido así le habría dicho lo que pensaba de aquella velada, tuviera o no la tensión alta.

El ruido del público aumentó cuando el presentador vestido de gala saltó al ring y un micrófono descendió hasta él. La multitud se puso en pie y Holly con ellos aunque salió huyendo de allí.

Una vez en el aseo de señoras se sentó en una otomana de terciopelo rosa. Tenía los ojos cerrados mientras pensaba en la forma de vengarse de Ben cuando de pronto se abrió la puerta. Abrió los ojos con la esperanza de que fuera otra mujer que pensara lo mismo de aquella salvajada pero la persona que estaba frente a ella era lo menos femenino que había visto nunca.

Un hombre de un metro noventa de alto vestido con un esmoquin que cubría un atlético cuerpo. El pelo perfectamente arreglado y el hermoso rostro la cegaron por un instante evitando que recordara que había visto antes a ese hombre. ¡Era el mismo bruto con quien había tropezado en la calle el día anterior!

Todos sus sentidos se pusieron alerta. Aquel hombre irradiaba carisma, confianza en sí mismo y una férrea compostura. Una combinación brutal de atributos que habrían hecho temblar a cualquier mujer. Pero Holly no era cualquier mujer. Holly tenía una teoría infalible y Holly tenía a Ben para mantenerla informada de ese tipo. Sólo que Ben no estaba allí para ayudarla.

–Disculpe pero éste es el lavabo de señoras –dijo ella sujetando el bolso delante del pecho a modo de escudo.

–En realidad no lo es –dijo él al tiempo que señalaba unas puertas en el otro extremo de la habitación que Holly ni siquiera había visto–. Por ahí se va a los lavabos. Ésta es una sala común.

–Ah –dijo ella.

«Está bien. Se marchará hacia el lavabo de caballeros y echaré a correr».

Pero no se movió. Tras unos incómodos segundos Holly miró hacia él y vio que se había apoyado contra la pared y la estaba mirando. Observaba con un gesto divertido en la mirada su peinado perfecto, su rostro, ruborizado bajo el efecto de la intensa mirada, su cuello y sus hombros y Holly deseó tener un chal para poder cubrirse.

Holly se dio cuenta entonces de que el escrutinio continuaba hacia sus piernas, visibles a través de la abertura del vestido. Sólo unas finas medias de cristal las cubrían pero dejaban a la vista la rojez del arañazo que se había hecho el día anterior cuando se tropezó con él y cayó a la acera. Cambió de postura y trató de cubrirse la herida.

El gesto no pasó desapercibido para el hombre que sonrió con dulzura dejando a la vista unos dientes resplandecientes y unos hoyuelos inolvidables.

«Fuerza, Holly. Sé fuerte».

Lo único que esperaba era que aquella sonrisa no significara que la había reconocido.

 

 

Era ella. Tenía que serlo. Era la mujer del maletín y el fuerte carácter. Llevaba un atuendo tan diferente que habría sido difícil reconocerla pero el cabello oscuro y reluciente, los hermosos ojos azules y la elegancia natural de sus movimientos habían pasado por su cabeza tantas veces en el día anterior que había empezado a creer que aquella mujer sólo había sido una ilusión provocada por los efectos del jet lag.

Pero era real y menuda suerte el haberla encontrado en el lugar al que había ido buscando refugio envuelta en tan precioso papel de regalo.

Jacob se acercó para presentarse. Pero entonces se detuvo. Ella también lo había reconocido; podía verlo en su cara y no parecía muy contenta.

Habían chocado más que conocerse, pero eso lo hacía más interesante. Sin embargo, en vez de reírse del incidente y empezar de nuevo, ella pretendía pasar desapercibida. Y a pesar de todos sus esfuerzos, aquella demostración de timidez la hacía relucir como una piedra preciosa entre los cojines aterciopelados.

Así es que tal vez no era el mejor momento para presentarse. Tal vez fuera mejor disfrutar con la confusión reinante y juguetear un poco más.

 

 

–Me suena su cara, pero no sé de qué –dijo mirándola fijamente como si tratara de recordar–. ¿Trabaja en la empresa? –preguntó a continuación.

–No, afortunadamente no –contestó ella aliviada.

–¿Tiene algo en contra de Lincoln?

–Digamos que no soy una gran aficionada al boxeo y la cerveza –dijo ella encogiendo los hombros.

El hombre no respondió sino que permaneció allí en silencio y aparentemente contento. Por el contrario, Holly empezó a sentir calambres en la pierna izquierda y los oídos comenzaron a zumbarle con cada latido del corazón.

–¿Piensa quedarse aquí toda la noche? –preguntó el hombre finalmente.

–Realmente no lo había pensado. He venido con alguien y necesito que me lleve a casa –contestó ella con los ojos alertas pero desviando disimuladamente la cara.

–Puedo pedir un taxi, si quiere.

–No, gracias. «Y ahora vete de aquí».

–Lo menos que puedo hacer es decirle a su acompañante que está aquí –dijo–. Estoy seguro de que no le gustará estar lejos de usted mucho tiempo –y volvió a sonreír.

Holly sintió como si un ejército de mariposas revolotearan por su estómago. Pensó que no era justo para ella que aquel hombre contara con aquellas sonrisas debilitadoras en su arsenal. Estaba claro que si él no se iba tendría que hacerlo ella.

–Tal vez debería tomar ese taxi. Que Ben se preocupe. Se lo merece.

–¿Ben?

–He venido con Ben Jeffries. Uno de los directivos.

A Holly le sorprendió que la actitud del hombre se enfriara de pronto pero entonces recordó por lo que había ido allí esa noche con el marido de su amiga y su teoría sobre los hombres por los que se sentía atraída en los eventos sociales que organizaba.

El hombre ya no era un enigma, allí de pie con aquella actitud fría y elegante. Llevaba puesta su personalidad de fiesta, había estado representando un papel, igual que todos. Era muy guapo y podría atolondrar a cualquier mujer con tan sólo una sonrisa, y ella casi había caído en la trampa.

El tañido de una campana al otro lado de la puerta seguido de la ovación del público la sacaron de sus pensamientos. Pensó en la pelea que estaría teniendo lugar.

Él la miró un momento y finalmente asintió antes de regresar a la sala del ring.

Holly pensaba que, de no haber sido por el comportamiento altamente grosero de aquel hombre en la calle el día anterior, ella no estaría en ese momento allí sentada, engalanada, hambrienta y sola.

Sonrió para sí sintiéndose un poco mejor al comprobar que aquel hombre seguía pareciéndole un grosero.

Capítulo 3

 

JACOB Lincoln entró en el despacho del director general a primera hora del lunes. Desde el sábado algo había estado dándole vueltas en la cabeza.

Sin dudarlo, Ben se levantó de su escritorio y lo rodeó para acercarse y abrazar a su viejo amigo. Le dio unos golpecitos en la espalda como para asegurarse de que no se lo estaba imaginando.

–Aún no puedo creer que hayas vuelto. Y menuda entrada. Entraste pavoneándote en la pelea de la otra noche, con toda la calma del mundo, como si nunca te hubieras ido. ¿Efectos del jet lag otra vez?

–Bastante. Había olvidado lo frío y seco que es el aire de Melbourne. Te golpea en cuanto bajas del avión. Pero no me importa, nunca me acostumbré del todo a la humedad de Nueva Orleáns.

–Bien, eso significa que en el corazón sigues siendo australiano de Melbourne.

–O tal vez signifique que tenga que probar con San Francisco la próxima vez –contestó Jacob encogiendo los hombros y sentándose en el sillón de cuero que había junto al escritorio de Ben.

–Conocí a tu cita la otra noche en la pelea.

–Así que has conocido a la segunda mujer de mi vida –dijo Ben con una amplia sonrisa.

Jacob miró a Ben con los ojos entreabiertos pensando en sus palabras, y en ese momento Ben rompió a reír.