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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Brenda Novak, Inc.

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Enamorada de un extraño, n.º 115 - noviembre 2016

Título original: The Heart of Christmas

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8747-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Carta de la autora

Reparto de personajes de Whiskey Creek

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

Para Marilyn Burrows, por su amor a la lectura y su amistad con Ruth Carlson.

 

 

Querida lectora,

 

En una de mis trilogías de suspense romántico, Sin culpa, Perseguida y Sin salida, creé un personaje llamado Rex McCready que era un buen amigo de Virgil Skinner, (el personaje principal de Sin culpa). Rex tenía un trágico pasado, un pasado que le había causado problemas desde muy temprana edad. Y, desgraciadamente, la clase de problemas que no desaparecen fácilmente. Aquello le convirtió, al menos superficialmente, en la clase de hombre que nadie admiraría, pero yo siempre le vi como un diamante en bruto. Quería que disfrutara de un final feliz, pero no estuve segura de que mis lectoras fueran a estar de acuerdo en que lo merecía hasta que comencé a recibir numerosas cartas y correos electrónicos pidiéndome que contara su historia. Desde entonces, he estado buscando el lugar y la situación ideal para este personaje en particular, un lugar en el que pudiera mudar completamente su antigua piel, ser el hombre que estaba destinado a ser y encontrar la paz. Descubrí que ese lugar era Whiskey Creek, así que ahora le conoceréis en este libro (si no le conocéis ya de Sin culpa, Perseguida y Sin salida).

 

Aquellas de vosotras que habéis seguido la serie de Whiskey Creek, estaréis encantadas de saber que esta es también la historia de Eve. Eve no solo encuentra al hombre de su vida en un forastero muy complicado, sino que también averigua la respuesta al misterio de lo ocurrido en mil ochocientos setenta, que la ha perseguido desde que compraron el hostal cuando Eve todavía era una niña.

 

Me gustaría extender las gracias a mi tía Channie por aprovechar la oportunidad de nombrar a uno de los personajes del libro a través de mi subasta anual online para recoger fondos destinados a la investigación de la diabetes. Eligió el nombre de una de sus mejores amigas, Marylin Burrow, a la que conoceréis en el libro como asistente de Rex. Al igual que otras muchas personas que me han ayudado a recolectar dinero para esta importante causa, mi tía Channie (Ruth Carlson) es una heroína para mí.

 

Me encanta tener noticias de mis lectoras, así que sentiros libres para visitar mi web, en wwwbrendanovak.com, a través de la cual podréis poneros en contacto conmigo, disfrutar de regalos mensualmente, aprender más sobre esta novela y todas las demás (¡ya he escrito más de cincuenta!) o participar en mis subastas en línea a favor de la investigación de la diabetes. Gracias a todas las personas que han participado hasta ahora, hemos podido recaudar 2,4 millones de dólares. Mi hijo pequeño sufre la enfermedad, al igual que otros trescientos cincuenta millones de personas en el mundo, así que es necesario encontrar una cura.

 

¡Feliz lectura!

 

Brenda Novak

Reparto de personajes de Whiskey Creek

 

Personajes principales

 

Aaron Amos: el segundo de los hermanos Amos (uno de los famosos Temidos Cinco). Trabaja con Dylan y sus hermanos en un taller de chapa y pintura. Tuvo una relación con Presley Christensen años atrás y ahora está comprometido con ella.

Cheyenne Christensen (ahora Amos): ayuda a Eve Harmon a dirigir el hostal Little Mary’s (anteriormente llamado Gold Nugget). Está casada con Dylan Amos, propietario del taller Amos Auto Body.

Sophia DeBussi: dejó plantado a Ted Dixon años atrás para casarse con Skip DeBussi, un gurú de las inversiones que con el tiempo se reveló como un fraude. Madre de Alexa. Recuperó su relación con Ted y ahora está casada con él.

Gail DeMarco: propietaria de una agencia de relaciones públicas en Los Ángeles. Casada con la estrella de cine Simon O’Neal.

Ted Dixon: escritor de bestsellers de suspense.

Eve Harmon: Dirige el hostal Little Mary’s, que es propiedad de su familia.

Kyle Houseman: propietario de una empresa de paneles solares. Estuvo casado con Noelle Arnold.

Rex McCready (conocido como Brent Taylor): Nuevo en la ciudad.

Baxter North: agente de bolsa en San Francisco.

Presley Christensen: antigua «chica mala». Dejó el pueblo dos años atrás y ahora ha regresado. Madre de Wyatt.

Noah Rackham: ciclista profesional. Propietario de la tienda de bicicletas It Up. Casado con Adelaide Davies, chef y directora del restaurante Just Like Mom’s, propiedad de su abuela.

Riley Stinson: contratista de obras.

Callie Vanetta: fotógrafa. Casada con Levi McCloud/Pendleton, veterano de Afganistán.

 

 

Otros personajes habituales

 

Los hermanos Amos: Dylan, Aaron, Rodney, Grady y Mack.

Olivia Arnold: es el verdadero amor de Kyle Houseman, pero está casada con Brandon Lucero, el hermanastro de Kyle.

Joe DeMarco: hermano mayor de Gail DeMarco. Propietario de la gasolinera de Whiskey Creek Gas-n-Go.

Phoenix Fuller: encarcelada. Madre de Jacob Stinson, que está siendo criado por Riley, su padre.

Capítulo 1

 

Había un hombre desnudo en su cama.

El estómago de Eve Harmon se tensó y el corazón le dio un vuelco, pero estaba convencida de que había sido ella la que le había invitado. Por el descuido con el que había dejado esparcida la ropa alrededor de la habitación, era evidente que, no mucho tiempo atrás, había estado encantada de tenerle con ella.

Estuvo a punto de gemir cuando le recorrió con la mirada. ¿Qué había hecho? No tenía novio y nunca había sido una mujer que se acostara con cualquiera. No había vuelto a estar con nadie desde Ted Dixon, un buen amigo que se había convertido en algo más durante un breve período de tiempo el año anterior. Y, antes que él, había pasado mucho tiempo sin estar con nadie. La mayor parte de la gente, al menos los que tenían menos años que sus padres, considerarían aquellos largos períodos de celibato como patéticos para una mujer de su edad. Pero ella vivía en un pueblo pequeño, cuidaba su reputación y había estado esperando la llegada de la clase de amor que aparecía acompañado de una casa rodeada por una valla de madera blanca.

Sencillamente, no había encontrado al hombre adecuado y estaba empezando a pensar que, quizá, nunca le encontraría. Las probabilidades no le eran favorables. Estando casadas la mayor parte de sus amigas, ya no salían tan a menudo.

Pero tenía muchas otras cosas que agradecer a pesar de su deprimente vida amorosa, se recordó rápidamente. Aunque nunca había sido una de aquellas personas que convertían el trabajo en el centro de su vida, le gustaba trabajar. Dirigía Little Mary’s, un edificio victoriano convertido en hostal, propiedad de sus padres, ya jubilados. Estos vivían en una casa situada a cien metros de su pequeño bungaló, cuando no estaban viajando en su autocaravana, como en aquellos momentos. Gracias a ellos, y a la pintoresca y bucólica zona en la que había crecido, su vida siempre había sido agradable y segura, y también predecible. Absolutamente predecible.

Hasta aquel momento.

¡Dios santo! Si ni siquiera se acostaba con los hombres a los que conocía. Y teniendo en cuenta que en Whiskey Creek solo vivían dos mil personas, era difícil encontrar a alguien al que no conociera.

Cambiando con mucho cuidado de postura para no molestar al hombre que dormía a su lado, puesto que necesitaba recuperar su ropa antes de enfrentarse a él, intentó mirarle a la cara, pero un estruendoso dolor de cabeza hizo que le resultara difícil sentarse. Aquel dolor de cabeza explicaba también el que hubiera terminado en aquella situación. La noche anterior había cometido un error al salir a celebrar su treinta y cinco cumpleaños, aunque sus amigos no pudieran acompañarla hasta aquella noche, y había terminado bebiendo demasiado. Estaba tan decidida a hacer algo divertido, salvaje y completamente fuera de lugar antes de alcanzar una edad tan significativa, la edad en la que algunos médicos comenzaban a tener algunas prevenciones sobre un embarazo.

Y en aquel momento estaba pagando el precio de una noche fuera de control.

¿Habría utilizado algún método anticonceptivo?

Apretó los ojos fugazmente y rezó en silencio para haber tenido al menos el sentido común de hacerlo. Sería completamente irónico que una persona como ella, siempre tan precavida, se quedara embarazada por culpa de una aventura de una noche.

«¿Qué has hecho?», se preguntó. Y qué debería hacer en aquel momento. ¿Despertarle? ¿Y qué le diría cuando la mirara? Jamás había estado en una situación como aquella. Pero no podía permitir que continuara durmiendo mucho más. Necesitaba deshacerse de él para poder ducharse antes de ir al trabajo.

Gracias a Dios, sus padres habían tenido un problema con el motor y todavía no habían regresado de casa de su hermano. El día anterior lo había lamentado, se sentía sola y aburrida mientras decoraba su pequeño árbol de Navidad. Pero en aquel momento se alegró de que no estuvieran.

Moviéndose lentamente para compensar la jaqueca, se dejó caer contra el cabecero de la cama y, una vez allí, miró con el ceño fruncido a su compañero de cama.

¿Quién demonios era?

No tenía ni idea, pero le alegró ver que no parecía un aprovechado. Ni siquiera era uno de esos ligues del tipo «me parecía más guapo ayer por la noche» sobre los que todo el mundo bromeaba. El atractivo de aquel hombre estaba tan por encima de la media que Eve comenzó a preguntarse por qué no estaría ya comprometido. ¡Dios no quisiera que fuera ese el caso! No vio ninguna alianza en su mano izquierda, que reposaba en la almohada, por encima de su cabeza. Pero seguro que encerraba alguna historia. Si estaba tan guapo dormido y con el pelo revuelto, apenas podía imaginar el aspecto que tendría cuando tuviera oportunidad de arreglarse.

Tenía una buena estructura ósea, pensó. Los pómulos marcados y una nariz de puente estrecho y bonita forma. La cuenca de los ojos muy marcada. Tenía también una barbilla fuerte y viril, en absoluto desfavorecedora.

Así que quizá no tuviera sentido señalar aquellos rasgos por separado. Con aquel pelo largo y color rubio arena extendido sobre la almohada, parecía un ángel caído, y su cuerpo potenciaba aquella imagen. Aunque, gracias a Dios, la sábana le cubría la mitad inferior, podía verle el torso. Tenía el físico de una pantera, o un galgo, un cuerpo delgado y fibroso con unas proporciones perfectas y muy poco vello. El escaso vello que lo cubría era dorado y aterciopelado, tan apetecible como su piel bronceada.

Podría ser un hermoso modelo para un pintor, reflexionó, era un hombre de refinada belleza, un hombre que podría ser definido como elegante.

Pero no todo en él era elegante. Al mirarle de cerca, advirtió que tenía unas cicatrices muy poco habituales.

¿Qué clase de heridas podrían haber dejado unas cicatrices como aquellas?, se preguntó. Tenía la sensación de que eran producto de un disparo, de más de uno. Unas cicatrices redondas, del diámetro de una bala, salpicaban su pecho. Tenía también otra cicatriz longitudinal y dentada en un lateral que parecía ser de otra cosa.

De pronto, sin abrir siquiera antes un ojo, de manera que Eve no tuvo ninguna advertencia previa, la agarró de la muñeca, esbozó una sonrisa demoledora y la tumbó de espaldas.

Eve soltó un grito ahogado y le miró fijamente. Acababa de desaparecer la imagen del ángel, ya fuera caído o cualquier otra cosa. Fue tal la sorpresa al ser tan inesperadamente subyugada que ni siquiera fue capaz de gritar. Su expresión fiera, como si pretendiera provocarle algún daño físico, empeoró la situación.

¿Habría llevado a su casa a un maniaco homicida? ¿Estaba a punto de matarla?

El terror que experimentó debió de mostrarse en su rostro, porque, de pronto, el desconocido pareció entrar en razón. Sacudió la cabeza, su expresión se aclaró, soltó a Eve y volvió a tumbarse en la cama.

–Lo siento. Pensaba… –se interrumpió y se tapó los ojos con el brazo, como si necesitara un momento para recomponerse.

En aquel momento, el corazón de Eve latía al mismo ritmo que su cabeza. Pero en cuanto pudo hablar, le urgió a terminar la frase.

–¿Qué pensabas?

Las comisuras de sus labios se inclinaron hacia abajo.

–No importa. Estaba soñando.

Eve se llevó la mano al pecho, como si de aquella manera pudiera sosegar aquel ritmo galopante.

–No parece que fuera un sueño agradable.

–Nunca lo son.

Dejó caer el brazo y la miró. Por intrigante que pudiera ser aquella frase, Eve estaba demasiado preocupada por su desnudez como para pedir una explicación. Se cubrió con las sábanas, aunque él no parecía particularmente interesado en devorarla con la mirada. Rodeó la habitación con la mirada, reparando en la tela de seda que cubría el dosel de la cama, los regalos de Navidad que Eve ya había envuelto y que permanecían apilados en una esquina, las numerosas fotografías de familiares y amigos colocadas encima de la cómoda y las contraventanas de plantación que había instalado recientemente. Parecía estar tomando nota de todo, calibrándolo, evaluándolo, especialmente el armario y la puerta que conducía al pasillo, como si pudieran encerrar alguna amenaza.

–¿Dónde estoy? –su voz, aunque más demandante que antes, no había perdido la aspereza de un recién despertado.

–En Whiskey Creek.

Él se llevó tres dedos a la frente. Eve imaginó que también le dolía la cabeza, aunque ella apenas podía sentir la suya gracias a la reciente subida de la adrenalina.

–Me acuerdo del pueblo en el que estoy –dijo con ironía–. No es que esté pensando que estoy en China.

Afortunadamente, parecía un hombre tan normal como su aspecto indicaba.

–¿De verdad? ¿Se supone que tienes que estar en Whiskey Creek? Porque he vivido aquí durante toda mi vida y ni siquiera me acuerdo de haberte visto.

–Lo dices como si conocieras a todo el mundo.

–Conozco a todo el mundo. O casi.

Mientras él se frotaba la cara, Eve deseó que se hubiera tapado. La sábana se había caído cuando aquel desconocido se había colocado sobre ella. Podía ver de su cuerpo más de lo que le habría gustado, por lo menos en aquel momento, estando sobria. Pero él no pareció notar, ni pareció importarle, su desnudez.

–Soy nuevo en el pueblo –dijo.

–¿Cuándo te has mudado?

–No me he mudado. Estoy de visita.

Eran muchos los turistas que llegaban al pueblo. Solían acudir a los pintorescos establecimientos que había más allá del cementerio que lindaba con el hostal, sobre todo en verano. De modo que un rostro desconocido ni siquiera era algo suficientemente notable como para que pudiera resultar preocupante

–¿Dónde te alojas?

Él titubeó.

–No me acuerdo de cómo se llama –musitó.

Tenía que alojarse o bien con su directo competidor o bien en alguna de las casas rurales que había por la zona. No le había visto en su hostal.

–¿Cuánto tiempo estarás en el pueblo?

–Poco.

Fue una respuesta concisa, entrecortada y notablemente escueta en los detalles. Eve podría haberle preguntado qué le había llevado hasta allí, pero se estaba mostrando tan esquivo que no tenía sentido. ¿Estaría intentando dejarle claro que no esperaba que volvieran a pasar ninguna otra noche juntos?

Eve se dijo a sí misma que no le importaba que la primera relación que había tenido después del tremendo error cometido con Ted Dixon no estuviera mejorando sus experiencias previas. Solo quería estar segura de que su rebelde «no pienso quedarme en casa viendo la televisión el día de mi cumpleaños» no la había contagiado una enfermedad de transmisión sexual. En cuanto estuviera razonablemente segura de que no había echado su vida a perder, se separarían y ella intentaría olvidar que se había sentido suficientemente desesperada como para acostarse con un desconocido.

–No veo ningún objeto por aquí que parezca pertenecer a un hombre.

Eve le miró con curiosidad.

–¿A un hombre?

–¿Puedo asegurar sin equivocarme que no estás casada? No llevas alianza, pero casi nadie la lleva.

Particularmente una mujer que iba a un bar a ligar. En aquel momento lo comprendió. Había estado demasiado ocupada regañándose a sí misma como para entenderlo. En caso contrario, le habría quedado muy claro desde el primer momento lo que pretendía decir.

–¿Tienes la costumbre de acostarte con mujeres casadas?

–No, cuando soy capaz de pensar. Pero ayer por la noche creo que no fui muy comedido. Ni siquiera me acuerdo de cómo llegué hasta aquí –alzó la mano–. Espera, sí, ahora me acuerdo. Había una camarera en ese garito que…

–Sexy Sadie’s.

–¿Qué?

Cuando su amante desvió la mirada hacia ella, Eve reparó en que sus ojos tenían un sorprendente tono verdoso, mucho más claro que el que acompañaba normalmente a los ojos castaños. Las cejas y las pestañas eran del mismo color que las hebras más oscuras de su pelo.

–Es el nombre del bar –le aclaró.

Él se encogió de hombros. Al parecer, la información le parecía irrelevante, como si un bar fuera simplemente un bar y estuviera acostumbrado a frecuentarlos.

–En cualquier caso, tengo la imagen de una camarera sacándonos de allí y dejándonos en el que parecía el camino de acceso a una casa.

Cuando la mente de Eve conjuró el mismo recuerdo, apenas fue capaz de sofocar un gemido.

–Noelle Arnold –que Noelle, precisamente ella, supiera lo que había hecho empeoraba todavía más la situación.

–¿No te cae bien?

Su tono había revelado más de lo que pretendía.

–No mucho. No desde que sedujo al novio de su hermana, después dijo que se había quedado embarazada y él tuvo que casarse con ella.

–Pueblos…

A Eve no le gustó el tono en el que lo dijo. Parecía estar insinuando que estaban demasiado atrasados como para comportarse con la sofistificación de la gente de ciudad.

–Resulta que soy amiga íntima de Kyle, el hombre al que embaucó, así que es lógico que me ponga a la defensiva.

–Puedes ponerte a la defensiva todo lo que quieras, pero esa Noelle nos hizo un favor. Podría habernos abandonado a nuestra suerte. Desde luego, yo me lo merecía. No había estado tan borracho desde hace… –sin molestarse en pedirlo siquiera, alargó la mano hacia la mesilla de noche y agarró una de las gomas de Eve para el pelo–, un par de años.

Eve podría haber señalado que si Noelle realmente se hubiera preocupado por ella, se habría asegurado de que llegara a casa sola y a salvo. Pero se recordó entonces a sí misma con aquel hombre en el asiento trasero del coche de Noelle. Era normal que Noelle les hubiera dejado juntos. Probablemente, en aquel momento andaba recorriendo el pueblo contando a todo el que se le ocurriera que Eve Harmon, precisamente Eve Harmon, había ligado con un desconocido y se lo había llevado a su casa.

El desconocido en cuestión entrecerró los ojos. Algo en ella parecía haber despertado su interés.

–¿Qué ocurre? –le preguntó.

Eve se pasó los dedos por el pelo, en un intento de desenredarlo. Aunque en aquel momento tenía preocupaciones más serias que su aspecto, no fue capaz de resistirse a la vanidad. Como tenía el pelo negro azabache y los ojos azules, la gente le decía que les recordaba a la Blancanieves de Disney. Con un poco de lápiz de labios rojo, se acentuaba el efecto; y ella a menudo lo rentabilizaba cuando tenía que disfrazarse.

Pero a lo mejor aquel hombre no encontraba atractiva a Blancanieves. De hecho, no parecía muy impresionado.

–Nada, ¿por qué?

–Te estás sonrojando.

–No, no es cierto.

–Claro que sí –replicó–. ¿He dicho algo que te haya avergonzado?

Eve dejó de intentar comportarse como si descubrirle en su cama no tuviera ninguna importancia.

–Es que esta situación me resulta embarazosa –admitió–. Jamás en mi vida había traído a un hombre a mi casa después de conocerle en un bar y, a diferencia de ti, no voy a irme pronto de este pueblo. Eso significa que tendré que enfrentarme a todas esas personas que han sido testigos de mi conducta licenciosa.

Él arqueó una ceja.

–¿Licenciosa?

–Promiscua, depravada. Como quieras llamarla. Para mí no es normal despertarme al lado de un completo desconocido.

Él la estudió con atención, su mirada parecía… pensativa.

–Anoche me dijiste que era tu cumpleaños.

–¿Y?

–Deja de ser tan dura contigo misma. Por lo que pude entender, has pasado un año difícil. Con la Navidad a punto de llegar y sabiendo que ibas a pasar otro año sola, dijiste que probablemente este tampoco iba a ser mucho más fácil.

Maldita fuera. ¿Le había contado todo eso? ¿No le había bastado con lo que había revelado al desprenderse de su ropa?

–Mi cumpleaños fue perfecto. Y no tengo ningún problema en pasar la Navidad siendo soltera. Todo va perfectamente –¿cómo podía quejarse cuando siempre le había ido tan bien?

Oyó el susurro de su incipiente barba cuando él se frotó la barbilla.

–¿No crees que estás protestando demasiado?

–Si tú lo dices…

Manteniendo la sábana en su lugar, Eve se alejó varios centímetros de él, pero no podía ir muy lejos. Estaba a punto de caerse de la cama. Aquel hombre no era muy corpulento, pero tenía los hombros anchos y no parecía muy preocupado por dejarle espacio.

–Si te acuerdas de que era mi cumpleaños, entonces te acordarás de algo más que de que nos dejaron aquí.

–Estoy empezando a recordar.

También ella estaba recuperando algunos recuerdos. Se acordó de cómo había notado que la estaba observando mientras estaba sentado solo en el bar. Y de cómo había bailado ante él de una forma particularmente seductora, disfrutando de la admiración que encendía en sus ojos. Cómo, al cabo de un rato, se había levantado y se había unido a ella. Cómo había bailado con ella, discretamente y con respeto, a pesar de que las chispas que saltaban entre ellos parecían a punto de incendiar el local.

Cómo se había deslizado de entre la multitud que se arremolinaba en la pista de baile para salir a respirar, y cómo la había seguido.

Sin embargo, todavía había cosas que no podía recordar, y su nombre era una de ellas. ¿Se lo habría dicho siquiera?

–¿Quién eres? –le preguntó.

Sin siquiera un gesto o un pellizco final en la mejilla, su amante se levantó de la cama y comenzó a vestirse.

Por lo menos no iba a tener que pedirle que se fuera, se dijo a sí misma. Al parecer, tenía pensado seguir caminando hacia la puesta del sol, o hacia la salida del sol, puesto que era muy pronto, lo antes posible. Pero allí no estaban en Nueva York o en Los Ángeles. Allí no podía pedir un taxi. Eve vivía a los pies de Sierra Nevada, en el norte de California, en uno de los minúsculos pueblos de la autopista Cuarenta y Nueve, surgidos todos ellos cuando, ciento cincuenta años atrás, se había descubierto oro en la zona. Era una comunidad que no había cambiado todo lo que cabría esperar en un mundo tan moderno y tecnológicamente avanzado. Y por si la falta de algunas de las ventajas de la ciudad no fuera obstáculo suficiente, ella vivía a varios kilómetros a las afueras del pueblo. En aquella zona había muy poco tráfico y no disponían de autobuses ni de ninguna otra forma de transporte público.

Iba a tener que dar un largo paseo hasta Whiskey Creek si ella no le llevaba.

O, a lo mejor, pensaba llamar a alguien. Tenía un teléfono móvil y, en la mayor parte de la zona, había cobertura.

–¿No vas a contestar? –le preguntó.

–¿De qué te va a servir saber mi nombre? –respondió él por fin.

Aquello encendió las alarmas, puesto que otra de las cosas de las que Eve no podía acordarse era de si habían utilizado algún tipo de protección. ¿Sería uno de aquellos tipos raros que iban infectando intencionadamente a la gente el VIH?

–¿No quieres que sepa quién eres?

Una vez acabó con los bóxers, el desconocido metió sucesivamente las piernas en un par de vaqueros gastados.

–No sé qué sentido tiene intercambiar información personal.

Ya había decidido que no iba a volver a verla. Y Eve tampoco estaba segura de que quisiera verle otra vez. Hasta el momento, no se había mostrado muy amable. Aun así, experimentó cierta decepción. Por lo poco que podía recordar del día anterior, había disfrutado. Y una de las cosas de las que más se acordaba era de cómo la había besado. Había sido tan maravilloso, un beso tan delicioso, que le bastaba pensar en él para que comenzara a subirle la temperatura. Un hombre que sabía besar a una mujer le parecía un buen motivo para comenzar una aventura amorosa.

–¿Y si necesito ponerme en contacto contigo?

Para decirle que le había contagiado un herpes, por ejemplo.

Él bajó la voz.

–Lo siento, pero ayer por la noche… No debería haberme dejado llevar. Lo sabía y, no pensaba hacerlo, pero… Dios mío, hay que reconocer que sabes bailar.

–Por lo menos has sido capaz de decirme algo agradable.

–Te dije que no te tomaras en serio lo que estábamos haciendo, pero supongo que lo habrás olvidado. Así que te lo volveré a decir: no tengo intención de comenzar una relación.

¿Ni siquiera iba a invitarla a cenar antes de dejarla?

Evidentemente, su suerte con los hombres no estaba mejorando, ni siquiera cuando se había abierto a un encuentro azaroso.

–¿Por qué? –le preguntó–. ¿Estás casado?

A aquellas alturas, su rechazo era tan inequívoco que casi deseó que lo estuviera. Así no tendría que atribuirse a sí misma otro fracaso.

–No –respondió sin mirarla siquiera.

–¿Entonces tienes novia?

Jared. Estaba casi segura de que le había dicho que se llamaba Jared.

–No. Es posible que sea un montón de cosas, pero nunca he engañado a una mujer.

Genial. Debía de haberse comportado como una estúpida desesperada la noche anterior. O a lo mejor no besaba ni hacía lo demás tan bien como bailaba.

–¿Es por algo que hice?

Normalmente, no lo habría preguntado. Le costaba rebajar su orgullo de aquella manera. Pero si de todas formas iba a mandarla a paseo, no le haría daño conocer el motivo. A lo mejor aquella información la ayudaba a saber por qué parecía incapaz de encontrar al hombre adecuado.

–No.

¿Y ya estaba? ¿Aquella era la única respuesta que iba a darle?

–Eres extraordinariamente generoso. Gracias por tranquilizarme.

Él alzó la cabeza ante su sarcasmo.

–Por lo menos, lo que he dicho es cierto. El problema no eres tú. Esto no tiene nada que ver contigo.

Pero, aun así, no tenía ningún interés en ella. ¿Pero por qué?

–Lo único que te pido es que me digas que utilizamos algún tipo de protección, Jared –le pidió–. Después puedes marcharte.

–Por supuesto que utilizamos protección –frunció el ceño, pero Eve no sabía si aquella era una reacción al hecho de que hubiera recordado su nombre o a la naturaleza de la pregunta–. Jamás se me habría ocurrido ponernos en la situación de vulnerabilidad que hubiera supuesto no utilizarlo.

Eve se aferró con fuerza a la sábana.

–¿Cómo sé que me estás diciendo la verdad?

–Por el envoltorio del preservativo que está en el suelo. Dejaré que lo tires tú, si eso te hace sentirte más segura. Y, para que puedas estar tranquila, estoy limpio.

Al ver el envoltorio del preservativo que había mencionado asomando por debajo de la mesilla de noche, Eve suspiró aliviada.

–No es que tú parezcas muy preocupado, pero, solo por si acaso, yo también.

–¿Qué? –Jared estaba buscando el resto de sus ropas.

–Que estoy limpia. Bueno, para serte totalmente sincera, nunca me he hecho las pruebas. Ni siquiera sabría dónde tengo que ir a hacérmelas. Pero solo he estado con otros tres hombres, y con uno de ellos era cuando estábamos en el instituto, así que los dos éramos vírgenes.

Él se agachó para mirar debajo de la cama y se levantó con el calcetín que le faltaba.

–Y, por lo que me dijiste ayer por la noche, todos eran de por aquí.

–¿Qué importancia puede tener eso?

–No tengo la impresión de que este pueblo sea un caldo de cultivo para las enfermedades venéreas.

Eve le observó mientras él se sentaba para ponerse las botas de montaña y se incorporaba antes de habérselas atado.

–No me digas que te conté todo mi historial sentimental –dijo Eve.

–¿Por qué? No tienes un gran historial. No tardaste mucho.

–Parece que ayer se me fue un poco la lengua.

Seguramente por eso no le había gustado. No tenía suficiente experiencia para él.

–Estabas intentando explicarme por qué tenías tantas ganas de estar con un hombre.

Su voz no tenía un tono acusador. Sonaba como si, simplemente, estuviera intentando ayudarla a ordenar los recuerdos. Pero ella no quería que la percibieran como una mujer sexualmente agresiva. La mayor parte de la gente no consideraba la agresividad como un rasgo positivo, y menos cuando se asociaba con una mujer.

–Si fui demasiado desinhibida o me mostré demasiado ansiosa… lo siento.

–Fuiste sincera al hablar de tus necesidades. Esa es la razón por la que pensé que podía satisfacerlas. Fue un intercambio muy sencillo. Directo. No tuvo nada de malo.

–Me alegro de que estés satisfecho.

Jared alargó la mano hacia su camisa.

–¿No lo estás tú?

Eve sabía que se estaba refiriendo a los muchos orgasmos a los que había llegado y cambió de tema.

–¿Qué estás haciendo aquí? En Whiskey Creek quiero decir. ¿Qué te ha traído por esta zona?

–Quería un cambio de ritmo y oí decir que esta era una zona bastante bonita.

–Así que no es por motivos de trabajo.

–He decidido pasar algún tiempo sin trabajar.

Eve se fijó en otra de sus cicatrices. Aquella la tenía en la espalda.

–¿Has tenido un accidente de coche o algo parecido?

Él no pareció sorprendido por la pregunta. Eve supuso que la oía cada vez que desnudaba la parte superior de su cuerpo.

–No.

–¿Qué te pasó?

–Me atacó un tiburón.

Lo que Eve estaba viendo no se parecía en absoluto al mordisco de un tiburón. Parecía que le habían cortado con un cuchillo, o a lo mejor se había clavado un alambre de espino.

–¿De verdad?

Por alguna razón desconocida, no quería que supiera nada de él.

–¿Eres así con todas las mujeres… o solo conmigo?

No contestó. Después de ponerse la camisa, se la abotonó y se detuvo a los pies de la cama.

–La noche de ayer fue… –parecía estar haciendo un esfuerzo por elegir las palabras adecuadas–, una diversión muy oportuna. Gracias.

–Y gracias a ti por hacer que me sienta como un desperdicio del que estás deseando deshacerte.

Aquellas palabras salieron de sus labios antes de que pudiera hacer nada para impedirlo. La ofendía que ni siquiera le hubiera dicho su nombre, el haber tenido que recordarlo sin su ayuda, pero solo podía culparse a sí misma de aquella situación. Era ella la que le había invitado a su casa. En realidad, había hecho algo más que eso. Le había seducido. Jamás en su vida se había comportado de una manera tan atrevida.

Pensó que iba a marcharse. Pero no lo hizo. Mientras permanecía frente a ella, mirándola fijamente, movió un músculo de la mejilla.

–¿Eres capaz de callarte alguna vez lo que piensas?

Eve alzó la barbilla para hacerle saber que no le importaba que lo aprobara o no. El hecho de que la noche anterior no hubiera significado nada para él, ni siquiera lo suficiente como para tomarse un café con ella, le escocía y por eso había reaccionado de aquella forma. No iba a castigarse por ello.

–No muy a menudo. ¿Por qué? ¿Mi franqueza hiere tu natural sensibilidad?

–Hay cosas que es preferible no decir.

La decepción y el enfado que aquel hombre despertaba en ella volvieron a emerger.

–Si fuera tan insensible como tú no tendría problemas para no decir lo que siento. Quizá el no preocuparse por nada es algo que se mejora con la práctica.

–La culpa no es mía –replicó él–. Ayer por la noche necesitabas una escapada tanto como yo.

–Si tú lo dices.

Mientras deslizaba la mirada sobre ella, Eve tuvo la impresión de que estaba especulando sobre si necesitaba o no otra escapada en aquel momento. Sintió un revoloteo en el estómago, la respiración se le paralizó en la garganta y el tiempo pareció detenerse. Como si… no estaba segura de qué. No le gustaba aquel hombre, le resultaba ofensiva su forma de tratarla y, aun así, la crepitante atracción que les había unido la noche anterior no había desaparecido. De pronto, le pareció evidente.

La intensidad de su rostro la hizo pensar que quizá quisiera volver a la cama. Pero de repente, pareció refrenarse y escondió su dura y voraz expresión tras una máscara de estoicismo.

–El hecho de que no diga lo que tú quieres que diga no significa que no sienta nada.

Eve tardó unos segundos en recuperarse, pero cuando él comenzó a alejarse por el pasillo, le llamó.

–El pueblo está lejos de aquí. Estamos en diciembre. ¿Estás seguro de que no quieres que te lleve?

–No. Volveré por mi cuenta.