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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Penny Jordan

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

un futuro contigo, n.º 5454 - diciembre 2016

Título original: The City-Girl Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9046-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

EL jefe del Departamento de Parejas Perfectas se rascó el ala irritado.

–Mira que es mala suerte –se quejó a su recluta más reciente y con menos experiencia–. Han convocado una reunión de todos los ángeles del Departamento de Cupido para hablar del estado actual del romance. Cada vez más gente se niega a enamorarse y a comprometerse. Si esto continúa así, nos vamos a quedar sin trabajo. Y justo tienen que convocarla cuando estoy casi sin gente y acabo de confeccionar una lista de parejas perfectas. Es demasiado tarde para pararlo y, además,… esta temporada estoy decidido a que alcancemos los objetivos que nos hemos marcado. No quiero que el idiota de la Sección de la Tercera Edad me diga que ha conseguido más parejas que nosotros. Pero no hay nadie para hacer el trabajo.

–Estoy yo –le recordó el nuevo.

El jefe suspiró y estudió la sonrisa esperanzada de su subordinado. Tener entusiasmo en el trabajo era muy importante, pero también lo era la experiencia. El problema era que tenía que emparejar a seis parejas. No tenían ni idea de que estaban hechos el uno para el otro, había que organizar su romance.

No tenía más remedio que darle el caso al recién llegado.

–Todas estas parejas han sido estudiadas detenidamente. Son cien por cien compatibles. En este departamento, no unimos parejas si no estamos completamente seguros de que serán duraderas. Nada puede salir mal. Tú solo tienes que ocuparte de que todos estén en el lugar y en el momento apropiado. Sigue mis instrucciones al pie de la letra. No experimentes ni tomes atajos, ¿entendido?

Nadie había nacido sabiendo, pero aquel estudiante había tenido la mala suerte de hacer que un perro chino de pedigrí de Nueva York se enamorara perdidamente de la siamesa de su vecino. Por suerte, todo había terminado bien. En realidad, él quería que la gata se emparejara con otro, pero…

 

 

–Hola, ¿qué tal?

El nuevo recluta hizo una mueca al ver a uno de los céfiros más traviesos.

–Estoy ocupado, así que vete a molestar a otro –le contestó. Al instante, se dio cuenta de que había hecho justo lo que no tenía que hacer porque a aquel céfiro le gustaba especialmente saber que molestaba.

–¿Que me vaya así, por ejemplo? –dijo soplando. Al hacerlo, los papeles que llevaba el nuevo en la mano, con todos los nombres de las parejas, salieron volando junto con las instrucciones de su jefe.

El céfiro se arrepintió al momento y lo ayudó a recoger todo.

El recluta intentó desesperadamente averiguar quién iba con quién y, al final, creyó tenerlo claro.

–¿De qué pareja te vas a ocupar primero? –preguntó el céfiro.

El nuevo tomó aire.

–De esta –contestó mostrándole los nombres.

El céfiro frunció el ceño al ver las direcciones.

–¿Y cómo se van a conocer?

–No sé, ya se me ocurrirá algo.

–¿Quieres que te ayude? –preguntó encantado. Aquello era mucho más divertido que soplar las hojas de los árboles, que era lo que le dejaban hacer.

–No –contestó, pero, al ver cómo tomaba aire de nuevo, cambió de parecer.

Lo primero era hacer que se conocieran.

Que se conocieran… sí…

Capítulo 1

 

MAGGIE no se podía creer que se hubiera puesto a llover con tanta fuerza de repente. Le dolía la cabeza de conducir tan concentrada en la carretera. Nada más ver el anuncio, había decidido comprar la casa. Estaba segura de que era lo que su adorada abuela necesitaba para superar su tristeza.

Sabía que nada podría reemplazar a su abuelo, pero estaba convencida de que volver a vivir en la primera casa que habían compartido y que estaba llena de recuerdos de su amor le haría mucho bien. Maggie era una mujer de las que tomaba una decisión y nada ni nadie podía hacerle cambiar de parecer. Por eso, era una mujer de negocios de mucho éxito… lo suficiente como para ir a la subasta de la finca de Shorpshire en la que habían vivido sus abuelos.

Había crecido oyendo historias de aquel lugar, pero ella era de ciudad. Las fincas, el barro, los animales y los granjeros no eran para ella. A ella le gustaba su empresa de cazatalentos, su piso en el centro y sus amigas, todas solteras y profesionales, como ella. A sus abuelos los adoraba porque habían estado ahí cuando sus padres se habían separado, la habían apoyado, animado y querido. Le daba mucha pena ver a su abuela, que había sido una mujer muy fuerte, tan frágil y perdida.

Hasta que no vio el anuncio de la subasta de Shopcutte, la mansión georgiana, las tierras de labranza y los demás edificios, incluida la Dower House en la que habían vivido sus abuelos, no había sabido qué hacer. Incluso había llegado a pensar que podía perder a su abuela también. Sin embargo, ahora sabía que había encontrado la manera perfecta de alegrarla. Tenía que conseguir la casa.

Si no hubiera sido por el aguacero de agua que estaba cayendo, ya habría llegado al pequeño pueblo donde se iba a celebrar la subasta, situado junto a la propiedad, y en cuyo hotel había reservado una habitación.

El cielo estaba negro y no había coches en la carretera, que se iba haciendo cada vez más angosta.

¿No se habría equivocado de salida? No solía hacer cosas así. Ella siempre controlaba todo.

Desde el último pelo de su perfectamente cortado y arreglado cabello rubio hasta las uñas exquisitamente arregladas y pintadas de los pies, Maggie era la viva imagen de la elegancia y la disciplina femeninas. Su cuerpo era la envidia de sus amigas, así como su cutis impecable… también su impecable vida personal, sin ningún tipo de atadura emocional. Maggie era una de esas mujeres con las que los hombres no se atrevían a jugar. Después de ver el caos de sus padres con sus relaciones sexuales y emocionales, ella había decidido mantenerse soltera y, hasta el momento, ninguno de los muchos hombres que conocía le había hecho cambiar de opinión.

–Pero eres demasiado guapa para estar sola –le había dicho un pretendiente, que había obtenido por respuesta una mirada fría y despreciativa.

A veces, se planteaba dejarse llevar por la intensidad emocional y el deseo físico que otras mujeres experimentaban, pero se apresuraba a apartar semejantes pensamientos de su mente. ¿Para qué? Estaba muy bien como estaba. Y mejor iba a estar cuando fuera la propietaria de Dower House.

Era ridículo que la hubieran hecho ir hasta allí. Había intentado comprarla antes de que saliera a subasta, pero la agencia no se lo había permitido. Así que allí estaba…

–No me lo creo –exclamó al ver que la carretera cruzaba por un río poco profundo y subía por la pendiente de enfrente.

Irritada, se metió en el agua. «Toma campo», pensó.

Además del ruido del motor, comenzó a oír otro ruido que, inexplicablemente, hizo que se le erizara el vello de la nuca. En seguida vio por qué. Una tromba de agua iba directamente hacia ella a mucha velocidad.

Por primera vez en su vida, sintió pánico. Apretó el acelerador, las ruedas giraron, pero el coche no se movió…

 

 

Finn no estaba de buen humor. La reunión había durado mucho más de lo que había creído e iba a llegar tarde. Iba pensando en sus cosas cuando vio un coche que no le sonaba de nada en mitad del río y una tromba de agua que se le iba encima.

No le apetecía tener que ponerse a rescatar a visitantes inesperados a los que no se les ocurría nada mejor que cruzar el río con la que estaba cayendo en un coche tan poco apropiado. Redujo las marchas de su Land Rover y frunció el ceño.

Había amasado la fortuna que le había permitido retirarse gracias a aquel cerebro perfecto para los negocios que su maestro decía que tenía, pero no quería volver a aquel mundo. Estaba contento con lo que tenía en aquellos momentos y quería que durara. El problema era que los propietarios de la granja Ryle no le iban a renovar contrato dentro de tres meses, cuando finalizaba el anterior. Por eso, había decidido hacerse con Shopcutte. Sabía que subastaban la finca en lotes, pero él la quería entera.

Era muy importante para él preservar la intimidad y la soledad. Gracias a los años que había trabajado en la City como uno de los mejores analistas financieros, podía permitirse comprar ambas.

Los que lo habían conocido cuando tenía veintipocos años no se creerían el hombre en el que se había convertido. Era diez años mayor, por supuesto que entonces… Entonces, el dinero le había dado acceso a un mundo de empresas, modelos y drogas, pero pronto se había dado cuenta de que era un mundo gobernado por la avaricia y el cinismo. Él no se había dejado embaucar por el sexo y las drogas, pero otros no habían tenido tanta suerte.

Tras la muerte de un compañero por sobredosis, la vida que llevaba comenzó a darle náuseas. Al ver cómo muchas mujeres se ofrecían a hombres de negocios a cambio de droga y cómo aquel mundo valoraba la riqueza material y no la humana, un día se despertó y decidió que no quería seguir perteneciendo a él.

Quizás, injustamente, culpó a la vida de la ciudad de pecados que cometían los seres humanos. Se cuestionó qué quería. Paz, una vida más sencilla, más sana y más natural.

Su madre procedía del campo y, obviamente, él había heredado esos genes. Decidió irse. Sus jefes le suplicaron que se quedara, pero él ya había tomado una decisión. Quería una granja donde tener cultivos biológicos y animales.

A diferencia de Maggie, en cuanto Finn oyó el rugido del agua supo lo que significaba, así que paró el coche. No se iba a poder cruzar, ni siquiera con su 4x4. Miró el coche de Maggie, malhumorado. Era un descapotable último modelo con el que solo un tonto habría intentado cruzar.

El agua le llegaba ya por la mitad de la puerta y seguía subiendo. En pocos minutos, podría arrastrarlo la corriente con su rubia ocupante dentro.

Volvió a arrancar el coche y fue muy despacio hacia el de Maggie, que no se podía creer lo que le estaba ocurriendo. Esas cosas simplemente no pasaban… y, menos, a ella. Ahogó un grito cuando el coche comenzó a moverse hacia un lado. Se la iba a llevar la corriente. Podía ahogarse incluso. Había visto un Land Rover detrás y se dijo que se estaba poniendo nerviosa sin razón. Si él podía cruzar, ella también. Intentó poner el coche en marcha.

Finn no se lo podía creer. ¿Pero aquella mujer pensaba de verdad que el coche iba a arrancar?

Se colocó a su lado y bajó la ventanilla.

Al verlo, Maggie lo miró de forma desdeñosa. Finn se dio cuenta de que era una mujer de ciudad y su enfado se multiplicó. Le hizo señas para que bajara la ventanilla también mientras la miraba con el mismo desprecio.

Maggie no le hizo caso al principio, pero el coche comenzó a moverse de nuevo.

–¿Qué diablos está haciendo? Es un coche, no un submarino.

Maggie se enfadó ante su tono de voz. Normalmente, su aspecto le garantizaba que el sexo contrario no le faltara el respeto.

–Intentando salir del río.

–Va a tener que abandonar el coche –le indicó Finn viendo que se volvía a mover. Estaba claro que, de un momento a otro, se lo podía llevar el agua.

–¿Y cómo me sugiere que lo haga? –preguntó ella con frialdad–. ¿Abro la puerta y salgo nadando?

–Eso sería peligroso… la corriente tiene mucha fuerza –contestó él ignorando su sarcasmo–. Salga por la ventanilla y súbase al techo. Mi coche está cerca, así que podrá llegar a él y meterse por la ventanilla del copiloto.

–¿Qué? –dijo Maggie. No se lo podía creer–. Llevo un traje de diseño y unos zapatos muy caros. No quiero echar toda mi ropa a perder trepando por un Land Rover lleno de barro.

Finn nunca había conocido a nadie que lo irritara más.

–Bueno, si se queda donde está, además de perder los zapatos, probablemente perderá también la vida. ¿Tiene idea…? –se interrumpió al sentir otra embestida del agua. Ya estaba bien–. Vamos, muévase –le ordenó. Para su propia sorpresa, Maggie, obedeció sin miramientos.

Al sentir dos brazos fuertes que tiraban de ella para meterla por la ventanilla como si… fuera un saco de patatas hizo que se sintiera completamente ultrajada. Entró de cabeza, sin aliento y sin zapatos.

Sin ni siquiera tener la decencia de pararse a mirar si estaba bien, aquel hombre estaba avanzando hacia la otra orilla. Consiguió sentarse, miró hacia atrás y vio que a su coche se lo acababa de llevar la corriente río abajo. Sintió que estaba temblando, pero el conductor del Land Rover no parecía preocupado por ella. Llegaron a tierra firme y comenzó a subir la ladera.

«Unos segundos más y esta idiota habría muerto», pensó Finn furioso. Hasta que el río bajara, la finca estaría aislada.

–Déjeme en el centro –dijo Maggie en tono desdeñoso–. Si puede ser, frente a una zapatería –añadió. Se dio cuenta de que no tenía zapatos, ni maletas, ni bolso, ni tarjetas de crédito…

–¿En el centro de qué? –preguntó Finn incrédulo–. ¿Dónde diablos se cree que está?

–En una carretera nacional, a unos diez kilómetros de Lampton –contestó ella muy segura.

–¿En una nacional? ¿Le parece esto una nacional? –dijo él con ironía.

No. Para empezar, era de una sola dirección, así que… así que se había equivocado. No podía ser, ella no se equivocaba nunca en ningún aspecto de su vida.

–En el campo, las cosas son diferentes –dijo–. Una vieja carretera podría ser una nacional.

Su arrogancia lo enfureció.

–Para su información… esta carretera es privada y solo lleva a una granja… la mía.

Maggie abrió como platos sus ojos marrones. Se quedó mirando a Finn mientras intentaba asimilar lo que le acababa de decir. Tenía el pelo muy oscuro y necesitaba un buen corte. Hizo una mueca de desaprobación al ver que llevaba una cazadora muy usada. La hostilidad que sentía hacia ella era evidente y experimentó lo mismo hacia él.

–Debo de haberme equivocado entonces –dijo encogiéndose de hombros. Solo ella sabía lo mucho que le costaba admitir que había hecho algo mal–. Si no me hubiera medio secuestrado, habría podido dar la vuelta…

–¿Dar la vuelta? –la interrumpió Finn–. Si no hubiera aparecido, no creo que estuviera viva en estos momentos.

Sus palabras la hicieron estremecerse, pero disimuló.

–¿Cuánto tiempo tarda el agua en bajar?

–Podrían ser días –contestó impaciente. Gente así no se debería perder en el campo. Tenían tanta idea de lo peligrosa que podía ser la Naturaleza como un niño de lo arriesgado que era cruzar la autopista.

–¿Días…?

Finn la miró y vio pánico en sus ojos. Se preguntó qué lo habría originado. ¿Y a él que le importaba aquella mujer?

–¿Cuántos… días?

Finn se encogió de hombros.

–Depende. La última vez que hubo una inundación así, duró más de una semana.

–Una semana… –repitió desesperada. Si era cierto que esa carretera solo llevaba a casa de aquel hombre, la iba a tener que pasar con él.