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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Emma Darcy

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche robada, n.º 1222 - diciembre 2015

Título original: The Pleasure King’s Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7338-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Un hombre vestido con traje y corbata!

Nadie llevaba traje en Broome y menos en una tarde de domingo.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Christabel, de pie en el agua que le llegaba hasta la cintura.

¿Sería «uno de ellos»? ¿Le habrían seguido la pista?

Antes de poder mirarlo mejor, el hombre desapareció de su vista. Ella esperó con el corazón acelerado mientras sopesaba la posibilidad de que la hubiesen encontrado a pesar de todas sus precauciones.

Llevaba seis meses allí. Tiempo más que suficiente para empezar a sentirse segura, aunque sabía que nunca podría estarlo, con tantas cosas en juego. Sin embargo así le había parecido al principio, cuando se instaló en ese lugar lejos de la civilización, en una amplia zona de tierra en la costa australiana.

Broome, una animada ciudad cultural que se había desarrollado gracias a la industria de la perla, se encontraba al otro extremo del mundo, lejos de los financieros europeos. Allí todavía los pescadores se zambullían en las aguas del mar en busca de las ostras perleras y muchos morían al intentarlo.

Situada en la costa occidental de la región de Kimberly, era una atracción turística gracias a su paisaje tropical y a su historia. Sin embargo, debido al clima caluroso, allí nadie llevaba traje, ni siquiera los turistas.

Tras un momento de espera, volvió a divisar la figura del hombre cerca de la cafetería. Se había vuelto hacia el aparcamiento, así que no podía identificarlo. Sin embargo su indumentaria le decía mucho a Christabel; era la de alguien no familiarizado con el clima tropical y sin tiempo para cambiarse de ropa. Alguien que se dirigía intencionadamente hacia el cámping lleno de caravanas, situado en la zona de la playa.

¡Y Alicia había ido a la caravana en busca de bebidas frescas!

Poseída por el pánico, Christabel salió del agua y echó a correr frenéticamente por la arena húmeda de la playa, en dirección al cámping.

Sí, era «uno de ellos» que iba en busca de Alicia para llevarla de vuelta a su vida anterior.

Saltando entre las rocas de un promontorio para acortar camino, con el largo cabello mojado, los músculos tensos, iba decidida a luchar por su hija, a mantenerla lejos del mundo de locos que los financieros de Europa insistían en construir y mantener inalterable.

Una vez en el cámping, los vecinos de las caravanas la llamaron, sorprendidos por su prisa; pero ella no podía detenerse. Tenía que llegar hasta Alicia antes de que el hombre la encontrara.

¿Dónde estaba? No podía verlo, pero tenía que encontrarse cerca de su caravana.

Cuando al fin llegó a la parte trasera del vehículo, se detuvo en seco.

Allí estaba, junto a su hija; pero no era ninguno de ellos.

Era Jared King, su jefe en Broome. Y no tenía nada que ver con los otros.

Por lo demás tenía que reconocer que él era la razón principal de su permanencia en aquel lugar, mucho más prolongada de lo debido.

–¿Algún problema? –preguntó sorprendido ante la agitación de la mujer.

Con un hondo suspiro de alivio, y una mano sobre el pecho palpitante, se apoyó contra el vehículo, consciente del desorden de sus largos cabellos ensortijados y del bañador que escasamente cubría su desnudez y la hacía tan vulnerable frente a él.

–¿Por qué corrías así, mamá?

Christabel sonrió a su hija de cinco años.

–Pensé que te habías perdido.

–No, no me perdí –replicó la pequeña indignada.

Allí estaba; una niñita encantadora, su carita adorable enmarcada por un halo de rizos castaños, sin ningún temor en sus grandes ojos color ámbar. Christabel estaba sorprendida de la seguridad en sí misma que había adquirido en Broome y de lo feliz que se sentía en el cámping.

–Tardabas mucho y yo me moría por una bebida fresca –explicó, consciente de la mirada interrogativa de Jared King y deseosa de que no hubiera notado su temor.

A veces era muy perceptivo y ella no podía poner en evidencia a su hija ni a sí misma.

–Me disculpo por haber entretenido a Alicia, que amablemente me ofreció un refresco –Jared sonrió al tiempo que le enseñaba el bote.

Sin poder evitarlo, Christabel le dirigió una mirada acusatoria.

–¿Por qué llevas traje?

Jared que se había quitado la chaqueta, enrollado las mangas y aflojado la corbata, le devolvió otra mirada interrogativa.

–Verás…

–Quiero decir que hace mucho calor –balbuceó ella–. Y me parece un tanto ridículo venir a la playa vestido así.

Los ojos del hombre se deslizaron por la figura femenina con una sonrisa irónica.

–Debo admitir que preferiría llevar bañador.

La intensa virilidad que emanaba de los tres hermanos King llegaba en oleadas hasta Christabel y la tornaba plenamente consciente de su propia femineidad.

Podía percibir el placer del hombre al contemplar el bañador amarillo, todavía mojado, que realzaba todas la curvas de su cuerpo. Esa admiración le producía una especie de tonta felicidad que embotaba su mente y hacía surgir sensaciones físicas que la transformaban en un ser muy vulnerable.

En ese momento, bajo la mirada del hombre, sus pechos hormigueaban y una corriente de excitación le recorría la columna vertebral. Si no fuera tan apuesto, tan insidiosamente atractivo en tantos aspectos…

–Yo…

–Verás –la interrumpió–. Vengo del aeropuerto camino a casa.

¡Desde luego que sí! Volvía de su viaje de negocios en Hong Kong. Solía vestir traje de ejecutivo cuando tenía que tratar de negocios con los chinos a fin de ganarse el respeto de sus colegas orientales en todo sentido. Se le conocía como el rey de las perlas porque dirigía la industria que poseía su familia, aunque secretamente ella lo había bautizado como el rey complaciente, porque había algo en sus ojos, una calidez, una sensualidad acariciante que transmitía placer.

–Lo había olvidado.

–Pero de pronto recordé que mi madre estaba de viaje. Así que no tendría con quién conversar –continuó. Su madre, Elizabeth King, mujer de aguda inteligencia y juicio sagaz, había vivido y visto demasiadas cosas como para que Christabel se sintiera cómoda en su compañía. Sin embargo un hombre como Jared King no tenía por qué estar solo, al menos no un hombre como él–. Y empecé a preguntarme si querrías compartir mi cena y oír los comentarios sobre tus diseños, los que me llevé a Hong Kong.

Su sonrisa era atractivamente caprichosa y había una chispa de desafío burlón en la mirada, como si quisiera saber si ella tragaría el anzuelo ya que reiteradamente rehusaba toda invitación que no fuera estrictamente profesional.

–¿Les gustaron mis joyas? –preguntó, orgullosa de los diseños que Jared le había permitido crear con toda libertad, e incapaz de negar que el comentario había picado su curiosidad.

–¿Cenamos entonces?

Una invitación tentadora. Le extrañaba que un hombre que siempre se movía con tan graciosa elegancia pudiera exudar tanta primitiva sexualidad. Era alto y maravillosamente bien proporcionado. Su pelo oscuro tendía a caer en una onda sobre la frente, pero no había nada suave en el rostro de cuadradas mandíbulas, excepto el labio inferior carnoso y sensual así como la mirada que a menudo captaba en sus ojos oscuros, la misma que en ese momento le prometía tanto placer.

Con un hondo suspiro, Christabel deseó dar rienda suelta a los deseos que él removía en su interior.

–Podremos hablar mañana en tu oficina –dijo rotundamente.

–Pero yo esperaba que pudiéramos pasar una agradable velada juntos.

La tentación de aceptar fue más intensa que nunca. Pero por enésima vez se dijo que tal vez él desearía demasiado. Jared King no era el tipo de hombre que se contentaba con menos de lo que deseaba. Detrás de su talante tranquilo y afable se escondía una voluntad de hierro que ella había percibido muchas veces.

–Vikki Chan siempre me prepara una excelente cena de bienvenida –comentó persuasivo, con la intención de hacer notar que el ama de llaves china estaría en casa, en calidad de carabina–. Estoy seguro de que disfrutarás de la cena. Su pescado al vapor es soberbio, vale la pena probarlo.

–Me gusta mucho la comida china –intervino Alicia.

Al instante Jared le dirigió una sonrisa encantadora.

–¿Y cuál es tu plato favorito?

–Los langostinos con salsa de miel –respondió de inmediato.

–Son riquísimos –convino entusiasmado–. Estoy seguro de que Vikki te los prepararía si tu madre quisiera llevarte a cenar conmigo.

Implicar a la hija en la invitación fue un golpe bajo. Nunca lo había hecho y Christabel se revolvió en su interior mientras ambos la miraban expectantes.

–¿Podemos ir, mami?

–No creo –contestó todavía resentida.

–¿Por qué no?

–Sí, ¿por qué no? –coreó Jared con toda calma.

Ella le lanzó una mirada fulminante.

–Alicia cena temprano. A las ocho ya está en su cama.

–No hay problema –observó Jared al tiempo que miraba su reloj–. Son casi las cinco. Si llegáis a las seis…

–¡Déjalo ya, Jared!

–Algunas cosas no se pueden evitar, Christabel –comentó el hombre serenamente, pero con una mirada nada afable.

Sus ojos fulguraban, deseosos de derribar la barrera que constantemente interponía entre ambos. Buscaban en su interior una verdad que ella no podía negar y que era el reconocimiento de la atracción que sentía hacia él… la misma que él sentía hacia ella.

Christabel no tenía respuesta para esa afirmación tan honesta.

Sintió que su cuerpo se tensaba mientras internamente combatía su profunda necesidad de él. Deseaba a ese hombre con todo su ser. Quería experimentarlo todo con él. Sin embargo la parte racional de su mente insistía en que una relación sentimental también implicaría a Alicia. Y como los «financieros» nunca lo permitirían, aquello acabaría en un desgraciado tormento.

–Me gustaría tanto ir, mami –rogó Alicia.

¿Y por qué no? Christabel miró a su hija con amor. ¿Por qué Alicia no podría disfrutar de la compañía de un hombre que no la miraba como un simple peón enredado en una monstruosa telaraña de codicia?

–Entonces iremos –decidió como si desafiara a los duendes malignos.

Alicia aplaudió con deleite mientras miraba a Jared.

–Langostinos con salsa de miel. ¿Y helado de chocolate de postre?

–¡Alicia!

–Solo preguntaba, mami –se justificó la pequeña.

–Nunca olvido mis promesas –aseguró Jared visiblemente relajado.

–Nos vendría mejor a la seis y media –dijo ella con un suspiro de temor ante la impulsiva locura que iba a cometer y que inevitablemente tendría que lamentar.

Pero cuando alzó la vista y vio la cálida alegría en la mirada del hombre dejó de preocuparse por las consecuencias de su decisión.

–Muy bien –sonrió Jared–. Y helado de chocolate de postre –agregó dirigiéndose a la niña.

Alzó la mano en señal de despedida y se alejó con el aire de un vencedor para quien el mundo se había convertido en una madreperla toda suya.

«Sin embargo no lo es», pensó Christabel con tristeza. Solamente un pequeño trozo del mundo pertenecía a Jared King. De pronto, recordó su visita a la granja ganadera que poseía la familia; una vasta tierra al otro lado de Kimberly desde Broome. La granja se llamaba King’s Eden. Había estado allí, junto con los familiares de los empleados que trabajaban para la empresa perlera, como invitada a la boda de Nathan King, el hermano mayor. Una ceremonia que la había emocionado, por la actuación de un grupo de aborígenes que soplaban por un largo tubo hueco emitiendo una deliciosa melodía. Era el didjeridu, uno de sus antiquísimos instrumentos musicales.

Se sentía contenta de haber ido, contenta de haber captado someramente algunas de las tradiciones del interior australiano, una herencia de antigüedad inmemorial unida a la tierra. Y no era por la riqueza material que había salido de ella. Era por la tierra misma. El Paraíso del Rey.

¿Sería ella una serpiente que envenenaría el paraíso de Jared?

Tarde o temprano «ellos» llegarían, los poderosos hombres vestidos con traje y corbata, y destruirían su vida en esa tierra, destruirían toda su comunicación con la gente del lugar.

Algunas cosas no se pueden evitar. Christabel se estremeció al recordar las palabras de Jared. Palabras que podrían interpretarse en un sentido más amplio que los sentimientos que los unían. Sin embargo, por un instante y por encima de los miedos torturadores…. tendría lo que deseaba. Y también Jared.

Capítulo 2

 

Miedo… porque iba vestido con traje y corbata.

Jared daba vueltas a ese pensamiento mientras conducía hacia el centro comercial para comprar el helado de chocolate. Era otra pieza del rompecabezas que había estado construyendo desde que conoció a Christabel Valdez. Cuanto más pensaba, más sentía que ese detalle era una pieza clave.

Su inesperada aparición la había alterado. ¿Era el traje una imagen que simplemente evocaba malos recuerdos, o era algo más, tal vez el miedo producido por alguien que siempre llevaba traje y que aparecía nuevamente en su vida?

Tal vez eso estaba relacionado con el hecho de vivir en una caravana, un hogar móvil que podía trasladar cuando fuera necesario. Claro que por otra parte, muchas personas disfrutaban el estilo de vida nómada que una caravana podía proporcionar. No todos deseaban echar raíces en un sitio. Pero era imposible saberlo, a menos que Christabel decidiera contarle la verdad.

No era costumbre averiguar el pasado de la gente que iba a trabajar a las tierras del interior australiano. Había múltiples razones para abandonar los centros de civilización más sofisticados. Por ejemplo, algo tan sencillo como un cambio de estilo de vida, necesidad de espacio, el deseo de experimentar algo diferente… eso siempre se decía. Pero había personas que permanecían en silencio, deseosas de proteger lo que habían dejado atrás, y había que respetarlas.

Al parecer, la razón de Christabel había sido un cambio de vida, pero no dejaba entrever su pasado. Jared había terminado por pensar que deseaba borrarlo definitivamente. Lo frustraba intensamente su actitud de mantener las distancias con todo el mundo, incluso con él, como si fuera incapaz de confiar en una relación más íntima, por mucho que lo deseara.

Y ella deseaba esa relación con él.

Jared apretó el volante con aire de triunfo. Por fin había logrado romper su resistencia. Ella había cedido. Pero… ¿Por qué ese día? Movió la cabeza de un lado a otro. Tampoco importaba.

Quizá se había dado cuenta de que su temor respecto a él era infundado. Si era así, mejor que mejor. No quería que el temor formara parte de la relación entre ellos. Tendría la oportunidad de acercarse a ella más de lo que nunca había estado antes, en los cinco meses que llevaba intentando derribar la muralla que la rodeaba. Christabel.

Un nombre cristalino que lo había encantado desde el principio junto a esos ojos que brillaban como el oro en momentos de intensa emoción y que se oscurecían ardientes, en el tono sensual del ámbar, en momentos de placer.

Una mujer con el corazón de una tigresa, solía pensar Jared. Siempre la imaginaba estirándose en su cama, con esos ojos que invitaban a juegos peligrosos, su piel aceitunada y los sedosos cabellos desparramados sobre las almohadas, la perfecta femineidad de ese cuerpo llamando a toda su virilidad, un misterio bellamente exótico.

Un nombre encantado, una imagen encantada… siempre lejana a él.

Pero ya no. Esa noche ella estaría a su alcance.

Le costó mucho apaciguar la pasión que lo inspiraba y concentrarse en organizar la velada. Alcanzó el teléfono del coche y marcó el número de su casa.

–Vikki al habla –le llegó la voz familiar.

–Vikki, hay invitados para la cena. Christabel Valdez y su hija.

–Así que ganaste la partida. Le dije a tu madre: «Jared triunfará. Ese chico no sabe perder».

Jared se echó a reír. Vikki Chan había estado con la familia toda la vida. Había comenzado como cocinera y ama de llaves de su abuelo viudo y se había hecho cargo de la casa Picard junto a su madre, tras la muerte de Angus Picard. No le sorprendía nada que estuviera al tanto de su interés por Christabel. Jared sospechaba que sabía todo lo que ocurría en Broome. Además, su madre solía contarle todas sus preocupaciones.

–Voy a comprar helado para la hija. Y también le prometí langostinos con salsa de miel.

–No hay problema. Voy a conseguir los mejores langostinos y también compraré más pescado. ¿Le gusta el pescado a tu Christabel?

–Estoy seguro que sí. Llegarán a las seis y media. Alicia se va a la cama a las ocho.

Platinum Egoiste