Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

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28001 Madrid

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DULCE FORTUNA, Nº 64 - abril 2012

Título original: Fortune’s Just Desserts

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-0037-3

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

Marzo

Marcos Mendoza sabía muy bien que no debía permitir que el enfado se reflejara en su rostro y, menos, delante de gente que era más que su familia: sus empleados.

Pero no podía negar que estaba furioso. Después de demostrarles una y otra vez a sus tíos, María y José Mendoza, que conocía el negocio bien como para regentar el Red, su exitoso restaurante en Red Rock, Texas, su opinión había quedado descartada por completo. Peor aún, la habían ignorado hasta el punto de que ninguno de ellos siquiera se la había pedido.

Si lo hubieran hecho, con mucho gusto les habría dicho que contratar a Wendy Fortune era tan mala idea como servirles a sus leales clientes habituales un salmón que llevaba hecho cinco días.

No importaba que la heredera de veintiún años fuera tan hermosa como una puesta de sol en Texas en junio, que tuviera el pelo largo y castaño, unos brillantes ojos marrones y una figura que podía hacer que un hombre adulto balbuceara como un niño de dos años. Marcos reconocía a una coqueta en cuanto la veía, y esa mujer que apenas acababa de salir de la adolescencia era una coqueta con letras mayúsculas. Además de todo eso, era un problema.

Él conocía bien a las de su clase.

Marcos tenía que admitir, en silencio, que una mujer tan atractiva como Wendy, sin duda, habría llamado su atención en un bar de copas, a nivel social. Pero como miembro no productivo de su plantilla de empleados, bueno… esa era una cuestión totalmente distinta.

Había estado expuesto a mujeres de esa clase en más de una ocasión y era bien consciente de los defectos arraigados que formaban parte de alguien como Wendy Fortune tanto como sus altos pómulos y sus expresivos ojos.

La hija más joven de la rama de Atlanta de la familia Fortune no había nacido solo con un pan debajo del brazo, sino que tenía toda una panadería.

Le molestaba profundamente estar al lado de esa empleada, que solamente había sido contratada porque sus padres eran amigos de sus tíos y les habían pedido que les hicieran ese favor. El productivo ritmo en el Red estaba siendo amenazado porque los Fortune estaban desesperados por enseñarle a su hija, que había dejado la facultad, un poco de ética en el trabajo.

«Que sea un peso muerto en alguna otra parte. No en mi restaurante», pensó él de mala gana.

¡Como si los Fortune no tuvieran negocios esparcidos por todo el Estado y más allá! Un pajarito le había dicho que su encantadora hija ya había fracasado miserablemente en las oficinas de la Fundación Fortune en Red Rock. Pero ¿por qué no la habían enviado a cualquier otro de sus negocios? Él había cuidado del Red durante el último año como si fuera una querida extensión de sí mismo. Su objetivo final era aprender todo lo que pudiera sobre el negocio y dirigir un gran restaurante para después, algún día, abrir su propio local.

Había trabajado duro para conseguir una oportunidad, pensó taciturnamente. Alguien como Wendy, una joven nacida con privilegios y que, seguramente, también los exigía, no podía satisfacer lo que él pedía. Todo hombre tenía su límite y él tenía la desagradable sensación de que esa chica sería el suyo.

Esforzándose al máximo por ocultar su intenso enfado, Marcos se dirigió a sus tíos. No solían reunirse los dos para contarle sus decisiones, y estaba claro que sabían que esa en concreto no la recibiría bien.

Y no se equivocaban.

Les lanzó la pregunta a los dos.

—¿Qué tengo que hacer con ella?

«Aparte de lo obvio», no pudo evitar añadir para sí. Wendy Fortune tenía la palabra «chica de fiesta» escrita en la frente. Él, francamente, dudaba que la mujer supiera lo que era el trabajo de verdad, probablemente la razón por la que la fundación, creada en memoria del difunto Ryan Fortune, la había mandado a paseo.

—Ponerla a trabajar, por supuesto, Marcos —respondió María, empleando su aguda voz en la que no había ni un ápice de broma. Al parecer, a ella tampoco le hacía gracia el acuerdo, pero decírselo a su sobrino no sería de ayuda. Siempre había creído en sacar lo mejor de cada situación, pensaba que quejarse nunca solucionaba nada.

En esa ocasión, Marcos no pudo evitar fruncir los labios.

—No pretendo ser irrespetuoso, tía, pero me encargo del papeleo del local de manera regular y lo tengo todo archivado. No necesito un pisapapeles de un metro sesenta.

María enarcó una ceja en respuesta al sarcástico comentario.

—Muy gracioso, Marcos. Si tu tío y yo decidimos hacer una noche de comedia en el restaurante, me aseguraré de pedirte que actúes tú.

Al instante, suavizó el tono al recordar lo que era ser joven y sentir que no tenías nada que decir en las cosas que directamente te afectaban.

—Sé que estamos pidiéndote mucho. Has hecho un trabajo maravilloso aquí en el restaurante…

Atacar ahora sería su única esperanza, pensó Marcos.

—Y me gustaría que siguiera siendo así.

—Seguro que sí, y lo harás —le dijo José a su sobrino, con un tono de comprensión en sus palabras—. Un hombre tan bueno como tú en tu trabajo encontrará el modo de convertir a una mariposa social en una hormiga muy trabajadora —dijo al posar una compasiva mano sobre el hombro de su sobrino.

Marcos reconocía un cuento chino en cuanto lo oía.

—Solo los santos pueden hacer milagros, tío. Y yo no soy un santo.

María se rió.

—Eso todos lo sabemos bien, cariño.

Lo miró de manera cómplice. Conocía la reputación de Marcos, tanto dentro como fuera del trabajo. Tenía una excelente ética laboral, pero además era un hombre que no ocultaba que disfrutaba de la compañía de bellas mujeres. Muchas bellas mujeres.

—Puede que recuerdes —continuó— que tu tío y yo una vez nos arriesgamos y le dimos una oportunidad a un joven guapo que era un poco salvaje. Nos dijeron que nos preparáramos para decepcionarnos, pero decidimos seguir nuestro instinto y no escuchar el consejo de amigos bien intencionados —deslizó la mano sobre la mejilla de Marcos, con delicadeza—. Y me alegra decir que no hemos quedado decepcionados.

—Nos gustaría que le dieras la misma oportunidad a Wendy —le dijo José.

¿Cómo podía decepcionarlos ahora, después de eso?

Pero antes de poder decir nada, el chirriante y desagradable sonido de una bandeja chocando contra un baldosín del suelo en el otro extremo del comedor vacío hizo que tres pares de ojos miraran en esa dirección.

La joven con la falda lápiz negra y unos tacones de diez centímetros les lanzó una sonrisa de disculpa. Con la elegancia de una bailarina, se agachó para recoger la bandeja.

—Lo siento —dijo Wendy.

—¿Lo siente? —repitió Marcos sacudiendo la cabeza. Sus oscuros ojos se posaron en sus tíos—. Ni siquiera ha empezado a trabajar aquí y ya está tirando cosas. Pensad en todos los daños que podría causar si la contratáis.

—Ya la hemos contratado —le corrigió José con un tono que, aunque compasivo, no dejaba espacio para la discusión—. Empieza esta tarde.

El diminuto atisbo de esperanza que Marcos había estado albergando, pensando que podría convencer a sus tíos para no contratar a la frívola heredera, murió vilmente. Forzándose a tragar la amarga píldora, Marcos inclinó la cabeza, resignado.

María no pudo decir que la mirada de su sobrino la hubiera animado.

—Pensé que Wendy podría empezar como camarera.

—Camarera —repitió Marcos. «¿Y por qué no agarro todos los platos y vasos directamente y los tiro al suelo ahora mismo?»—. Claro —accedió con un cordial tono que no engañó a sus tíos—. Es vuestro restaurante.

—Funcionará, Marcos —le prometió María al joven que tanto quería—. Solo necesitarás un poco de paciencia, nada más.

Había paciencia y paciencia, pensó él. Pero le importaban mucho sus tíos y se habían portado muy bien con él. Por eso hizo todo lo que pudo por no ponerle voz a su extremo descontento. ¿Quién sabía? Tal vez se equivocaba con esa tal Wendy Fortune.

O tal vez no…

Resignado a sacar lo mejor de esa situación, miró al otro lado de la habitación, hacia su recién adquirido y nuevo aprieto y, por mucho que lo intentó, no pudo evitar que el desagrado se reflejara en sus oscuros ojos.

Wendy Fortune estaba de pie leyendo la carta situada detrás de la mesa de la encargada de comedor. Estaba esperando a que esa reunión que, en su opinión, estaba excluyéndola de un modo bastante grosero, terminara.

¿Por qué tardaban tanto? Se suponía que ya estaba todo arreglado.

No estaba acostumbrada a que la mantuvieran al margen, por lo menos de un modo deliberado.

El hecho de que Channing Hurston le hubiera mentido la había dejado increíblemente impactada. Tanto, que aún intentaba recuperar su capacidad de confiar en la gente. Él le había arrebatado todo eso también.

Antes de aquel miserable día, ella había vivido su vida feliz sumida en la ignorancia, pensando que nada iba mal. Había dado por hecho que Channing, el joven rubio y guapo perteneciente a la liga deportiva de las universidades más importantes del país, al que conocía de toda la vida y que había sido su acompañante en su baile de presentación en sociedad, algún día sería su marido y el padre de sus hijos. Así era como se suponía que tenían que ser las cosas.

Hasta el día que le había dicho que iba a casarse con Cynthia Hayes.

¡Menuda sorpresa había resultado ser!, pensó con amargura. Cynthia Hayes. El poco imaginativo bobo ni siquiera había podido elegir a una mujer con iniciales distintas a las suyas.

Ahora lo veía todo claro. Channing y Cynthia tendrían unos hijos insulsos, una existencia insulsa, se codearían con gente igual de insulsa y a todo ello lo llamarían «vida».

No era que Channing le hubiera roto el corazón con ese repentino e inesperado cambio de actitud, porque nunca había estado perdidamente enamorada de él. A decir verdad, de lo que había estado enamorada era de la idea de vivir para siempre feliz con un Príncipe Encantador. Y Channing Hurston, un cabeza hueca, había ocupado ese lugar. Pero ella no estaba devastada por ese imprevisto giro de los acontecimientos.

Lo que sí estaba, aunque no quisiera admitirlo ante los demás, era humillada.

Era humillante que te abandonaran de una manera tan pública. En los círculos por los que se movía, nada era privado, todo sucedía ante alguna clase de público, por muy pequeño que fuera. Y las palabras siempre volaban… sobre todo cuando se trataba de algo embarazoso.

Después de sufrir semejante humillación, no pudo centrarse en los estudios, y por eso había dejado la facultad. No creía que sirviera de nada obtener una licenciatura que no tenía intención de usar jamás. Sus padres, en lugar de ser comprensivos y compasivos, le dijeron que tenían la intención de enviarla fuera de casa con unos parientes porque querían que se aplicara.

Querían que se centrara.

La idea era absurda. Ella no necesitaba centrarse; era una Fortune… y precisamente por ello tenía una fortuna. Bueno, de acuerdo, no exactamente su propia fortuna, pero la familia sí que tenía dinero, lo cual implicaba que ella también lo tenía.

Y ya que lo tenía, ¿por qué tenía que centrarse y trabajar?

Wendy suspiró, frustrada.

Aun así, suponía que estaba mejor fuera de allí, en Red Rock, Texas, que en Atlanta, donde todo el mundo estaría hablando de la próxima boda de Channing y Cynthia y sobre cómo Channing había dejado plantada a esa pobre niña rica, Wendy Fortune.

No habría forma de escapar de esas habladurías si volvía a casa.

Por otro lado, sus padres podrían haberla enviado a hacer un crucero o a pasar una temporada en Europa, en París, por ejemplo.

Sí, París, decidió. París, donde podría comprar modelitos de última moda y volver a casa a tiempo de asistir a la boda guapísima para que Channing, y el resto de la sociedad, pudieran ver que él se había conformado con algo peor al dejarla.

Pero en lugar de París, ahí estaba, en Red Rock, ¡por el amor de Dios! ¿Quién le pone nombre a un pueblo por el color de una roca?

Apretó los labios. Sus padres eran unas buenas personas con buena intención, suponía, pero no tenían ni idea de cuáles eran las necesidades de alguien con sus gustos y sensibilidades.

¿Y cómo iba a educarlos en ese sentido si estaba ahí metida en ese pueblo porque ellos así lo habían elegido?

Wendy puso fin bruscamente a sus silenciosos quejidos cuando vio al alto, moreno y guapísimo hombre con el que estaban hablando los Mendoza mirar en su dirección e indicarle que se uniera a ellos.

No estaba exactamente segura de por qué, pero por un segundo se quedó sin respiración. Al momento, volvió en sí y olvidó el sobresalto que se había llevado su pulso.

¡Ya era hora de que la llamaran para hablar con ellos!, pensó.

Wendy dudó si fingir que no había visto el gesto del joven Mendoza para así hacerlo esperar; no quería que ese hombre pensara que solo con chasquear los dedos ella iría corriendo, por muy increíblemente sexy que fuera.

Con un apenas perceptible suspiro, lentamente se acercó a las tres personas y asintió educadamente hacia la pareja más mayor.

—¿Querían verme? —les preguntó con actitud animada.

—Marcos ha decidido que empieces trabajando como camarera, querida —dijo María.

La idea la aterrorizó. No tenía la más mínima idea de servir mesas. ¿Estaban tomándole el pelo?

—Una camarera —repitió Wendy, mirándolos a todos.

Tenían que estar de broma, ¿verdad? Ella no estaba hecha para ese trabajo y parecía que Marcos Mendoza pensaba lo mismo.

Pero no, no le demostraría que tenía razón.

Incapaz de contenerse más, Marcos alzó las manos en un gesto de absoluta exasperación. Se acercó a su tía y le susurró al oído:

—Te dije que esto no funcionaría.

Pero en lugar de asentir, como él se había esperado, María Mendoza le dio una palmadita en el brazo y le hizo un gesto cargado de confianza.

—Y yo ya te dije que tenías que darle tiempo, Marcos.

Marcos frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—Dudo que haya suficiente tiempo en el universo —le informó a su tía.

—Entonces, piensa en ello como un desafío —contestó María con tono suave. Y con firmeza.

Y la mirada de la mujer le dejó claro que su tía no cambiaría de opinión. Estaba atrapado. Atrapado con la señorita: «El mundo tiene que estar a mis pies» y no podía salir de ahí.

Marcos observó a Wendy durante un momento. La joven probablemente no tenía ni idea de lo que era pasar hambre, o querer algo tanto que guardabas cada centavo que ganabas para poder conseguirlo. Mientras la miraba, pensó que lo más seguro era que lo único que había visto en toda su vida era una gratificación al instante.

La palabra «gratificación» resplandeció en su mente y sugirió otras cosas, cosas que no tenían nada que ver con el Red. Una gratificación de una naturaleza completamente diferente.

Marcos apartó ese pensamiento y en silencio se ordenó volver a centrarse en el problema.

Cuando estaba en el Red, nada existía al otro lado de sus puertas. Y no había nada más importante que regentar bien el local y tener contentos a sus clientes.

Y si tenía que transformar a la señorita: «Soy rica y no me importa nada» para seguir lográndolo, esperaba, por el bien de la chica, que fuera flexible y con capacidad de adaptación.

—Ven conmigo —le dijo con tono seco—. Te enseñaré dónde está tu taquilla y después iremos a conseguirte un uniforme.

Aunque, mirándola de cerca, dudaba que hubiera un uniforme que encajara en su figura. Tendría que encargarlo especialmente.

Ya estaba empezando.

Wendy se situó a su lado.

—Entonces, ¿definitivamente voy a ser camarera?

—Sí —respondió él secamente—. Vas a ser camarera.

«Pero, con suerte, no lo serás durante mucho tiempo», añadió él para sí, por una vez, dejándose invadir por un pequeño rayo de optimismo.

Capítulo 2

Abril

—¡Menudo follón! ¿Verdad? —comentó Andrew Fortune a su hermano mayor, Jeremy, que estaba metiendo en la parte trasera del coche una maleta con lo más esencial para su viaje. Un viaje nacido de la necesidad, no del placer.

Como Jeremy sabía, Drew estaba refiriéndose a la situación en la que se encontraba toda la familia. Se rio mientras se sentaba en el asiento del copiloto.

—¡Ey! Que llevemos el apellido «Fortune» no significa necesariamente que la clase de fortuna que nos vamos a encontrar sea buena.

—Yo me conformaría con medio buena —le dijo su hermano recién casado—. De hecho, ahora que lo pienso, no sé tú, pero yo me conformaría con un poco de tranquilidad para variar.

Drew estaba ansioso por irse… y más ansioso aún por volver. Además, temía que ese viaje no fuera a resultar como esperaban.

—Si eso ocurriera, probablemente te volverías loco en una semana —predijo Jeremy con una breve carcajada.

Y después se puso serio. Su padre tenía setenta y cinco años y la última vez que lo habían visto se encontraba en perfecta forma y tal vez aún lo estaba. En cualquier caso, no harían falta los dos para poder traerlo de vuelta a casa si es que era el mismo hombre que el sheriff había encontrado.

—Escucha, puedo hacer este viaje solo. Tú puedes quedarte y hacerle compañía a tu mujercita. Lleváis casados solo un par de meses. Y esos son buenos tiempos, o eso dicen. Por lo que sabemos, este viaje podría ser como la búsqueda de un ganso salvaje. No hay necesidad de arrastrarte a ti también.

—Deanna lo entiende —le aseguró Jeremy refiriéndose a su mujer—. Quiere ver al viejo volver tanto como yo. Tanto como lo deseamos todos.

—Tienes una buena mujer —dijo Jeremy y murmuró—: Y con suerte, yo también tendré una. Pronto.

Drew sabía que Jeremy estaba refiriéndose a Kirsten Allen, la mujer que había logrado colarse en el corazón de su hermano. Acababan de comprometerse.

—Tal vez deberías ser tú el que se quedara aquí —le sugirió.

—No vas a librarte de mí tan fácilmente —le dijo Jeremy.

Si ese hombre al que iban a reconocer era su padre desaparecido, probablemente necesitarían un médico y ese médico sería él.

—¿Estás listo? —preguntó Drew, con la mano colocada para girar la llave y arrancar el coche.

El sheriff había respondido al anuncio que habían puesto sobre una persona desaparecida y les había dicho que probablemente habían encontrado a su padre. Casi habían perdido la esperanza cuando habían encontrado su coche abandonado y destrozado, así que sin duda eso era una novedad a mejor.

—¿Crees que ese indigente es papá? —Jeremy hizo lo que pudo por no sonar tan nervioso como se sentía.

Drew odiaba hacerse ilusiones, pero al mismo tiempo necesitaba ser optimista.

—A juzgar por la foto que nos envió el sheriff, podría ser. Mucho menos aseado y más despeinado, pero sin duda se parece a la cara de papá. Bueno, el caso es que Lily está segura de que es él —añadió refiriéndose a la mujer con la que su padre iba a casarse el día que desapareció, dejando a todos los invitados esperándole en la iglesia.

Antes casada con Ryan Fortune, el primo de su padre, la aún muy atractiva Lily Cassidy Fortune se había apoyado en William invadida por el dolor cuando su marido había muerto de un tumor cerebral seis años atrás. Su amistad lentamente había llegado a algo más. Pero ahora la boda había quedado en el aire… indefinidamente.

Drew miró a su hermano mayor. El sheriff había dicho que el indigente tenía amnesia, y que no dejaba de decir una y otra vez que tenía que encontrar a su bebé.

—¿Qué crees que puede significar todo eso de buscar a su bebé?

Jeremy no tenía la más mínima idea, aunque suponía que, tal vez, lo último que William Fortune había visto antes de perder la memoria había sido el bebé que ellos habían descubierto. Un bebé cuyos orígenes estaban rodeados de misterio, al igual que la repentina desaparición de su padre.

—El único bebé que hemos visto últimamente es el que encontró el jardinero en la iglesia aproximadamente cuando papá desapareció —comentó Jeremy.

Ahora mismo, su prometida, Kirsten, y él tenían la custodia temporal hasta que pudiera localizarse a los padres del bebé. Se decía que tal vez era hijo de uno de los hombres Fortune, pero no entendía cómo eso conectaba con la desaparición de su padre. Ahora mismo, había muchas más preguntas en el aire que respuestas.

Sacudiendo la cabeza, Jeremy se rió brevemente.

—¿No sería alucinante que el bebé resultara ser de papá?

Drew frunció el ceño.

—No seas imbécil, Jer. Papá es hombre de una sola mujer y ha elegido a Lily. Es imposible que hubiera dejado embarazada a otra mujer.

Jeremy inclinó la cabeza, como dándole la razón, pero aún quedaba otra pregunta:

—Entonces, ¿por qué desapareció?

—¡Y yo qué sé! —ya fuera del pueblo, pisó el acelerador—. Cuando recupere la memoria, se lo preguntaré.

—Si es que recupera la memoria —aclaró Jeremy con delicadeza.

—Sí, claro. Por el bien de Lily espero que este tipo resulte ser papá y que su pérdida de memoria sea temporal.

La amnesia era un cuadro clínico complicado y si William estaba padeciéndola en realidad, no había forma de saber cuánto duraría… o si desaparecería del todo.

—Amén.

Drew lo miró, sorprendido.

—¿Estás poniéndote religioso conmigo, Jeremy?

Jeremy se encogió de hombros.

—Todo el mundo necesita un poco de ayuda de vez en cuando. En el caso de nuestra familia, creo que podríamos soportar una dosis extra.

«Esto ya está mejor», pensó Wendy rodeando las mesas en dirección a las que estaban a su cargo. Trabajar en el Red había resultado ser mucho mejor de lo que se había imaginado en un principio.

En un principio, sus padres la habían mandado a trabajar a la Fundación Fortune, situada allí mismo en Red Rock. Le había llevado solo un par de semanas descubrir que era psicológicamente alérgica a las oficinas de tamaño claustrofóbico. Se sentía demasiado encerrada; ella no estaba hecha para un trabajo de nueve a cinco dentro de un edificio cuyas ventanas no se abrían.

Sí, de acuerdo, ahí, en esa espaciosa zona de comedor tampoco había ventanas, pero las ventanas situadas en el frente del restaurante hacían que el local estuviera iluminado y aireado, igual que las del despacho de Marcos.

Esa habitación era, en realidad, más pequeña que el despacho que ella había tenido en la Fundación, pero por alguna razón resultaba menos agobiante.

Lo cual probablemente tenía algo que ver con el hombre que había dentro.