Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2010 Christine Rimmer. Todos los derechos reservados.
EL FINAL DEL VIAJE, N.º 1868 - octubre 2010
Título original: A Bride for Jericho Bravo
Publicada originalmente por Silhouette
® Books.
Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9210-0
Editor responsable: Luis Pugni


E-pub x Publidisa

Inhalt

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Contraportada

Capítulo 1

RA un día malo de una semana mala de un mes que, sin duda alguna, iba a ser nefasto; de otro modo, Marnie Jones jamás habría robado aquella motocicleta. Y por si eso fuera poco, también tenía el problema de Jericho Bravo.

Aquel hombre, que había empezado por darle un susto de muerte, la estaba volviendo loca. En otras circunstancias, Marnie habría podido analizar el asunto con objetividad y habría llegado a la conclusión de que Jericho Bravo no la había asustado a propósito, pero ese día no tenía ni la paciencia ni el humor necesarios para ser objetiva; estaba tan desesperada y se sentía tan mal que sus palabras sólo sirvieron para sacarla de sus casillas.

Era uno de abril, un día más que apropiado para la situación de Marnie, porque el uno de abril era el Día de los Inocentes en Estados Unidos. Su vida había cambiado radicalmente en veinticuatro horas: el treinta y uno de marzo, miércoles para más señas, Mark Drury se había separado de ella. Mark no sólo había sido su amante durante cinco años, sino también su mejor amigo, su amigo del alma, desde la infancia.

La casa donde vivían, en Santa Bárbara, era de él. Al separarse, Marnie se quedó de repente sin hogar, de modo que acumuló todas sus pertenencias en su utilitario y se marchó en dirección noreste, hacia la pequeña localidad de North Magdalene, en Sacramento, donde estaban sus raíces.

Pero diez minutos después de arrancar, se dio cuenta de que no soportaría el reencuentro con su familia. No podría mirar a su padre a los ojos y ver su preocupación; no aguantaría el cariño de su madrastra y no reaccionaría bien ante los consejos interminables de Oggie, su abuelo. Además, se convertiría en la comidilla de todo el pueblo; y aunque era consciente de que sólo hablarían de ella porque la querían y se preocupaban por su bienestar, tampoco tenía fuerzas para enfrentarse a semejante humillación.

Cambió de rumbo y se dirigió al este. No supo ni por qué ni adónde ir; le bastaba con alejarse de Santa Bárbara y de North Magdalene. Siete horas después, cuando entró en Phoenix, ya había tomado una decisión. Iría a San Antonio, a visitar a su hermana mayor, Tessa.

Siguió conduciendo. Tras llevar trece horas en la carretera, llegó a El Paso. Estaba oscureciendo, de modo que buscó un motel, aparcó, se comió un bocadillo y se dispuso a pasar la noche.

Intentó dormir, sin éxito. Su teléfono móvil empezó a sonar una y otra vez; era Mark, pero ni contestó ni oyó los mensajes que le dejó en el contestador. Sabía que llamaba para ver si se encontraba bien, y no se encontraba bien. Él lo sabía mejor que nadie.

Cuando amaneció, salió del motel y volvió a la carretera. Llegó a San Antonio a las doce y diez. Quince minutos más tarde, detuvo el vehículo frente a la casa nueva de su hermana, una mansión preciosa de estilo colonial español que se encontraba en un vecindario de lujo, Olmos Park.

Tessa se había hecho famosa en North Magdalene por su mala suerte con el sexo opuesto, pero por fin había encontrado su media naranja. Se llamaba Ash Bravo y era un hombre tremendamente atractivo y con mucho dinero que, por otra parte, estaba tan enamorado de ella como ella de él. Se habían casado dos años antes y se habían mudado recientemente a la mansión después de vivir una temporada en la casa de Ash.

Marnie permaneció unos minutos en el coche, preguntándose si haría bien al presentarse sin avisar. Tenía tantas cosas que explicar que no se atrevió a llamar a su hermana por teléfono porque no habría sabido qué decir.

Al final, alcanzó el bolso y salió del coche. Le dio un pequeño mareo porque no había comido nada desde la noche anterior, así que cerró la portezuela y se quedó apoyada en el techo del negro y polvoriento utilitario hasta que se sintió mejor.

Justo entonces, pasó a su lado una joven esbelta y morena, de pantalones cortos y top ajustado, que había salido a correr. La joven la miró y frunció el ceño, pero a Marnie no le extrañó; además de que ella tenía un aspecto lamentable, su coche estaba sucio y lleno hasta los topes con sus pertenencias.

Marnie supuso que la habría tomado por una vagabunda y pensó que, en cierto sentido, era verdad. La situación le pareció tan ridícula que soltó una carcajada amarga y brusca. La joven aceleró y desapareció en la esquina siguiente.

Recobró la compostura y echó a andar por el camino del jardín delantero de la mansión, que avanzaba entre árboles frondosos y macizos de flores. Cuando llegó a la entrada, que tenía una puerta exterior de hierro forjado, llamó al timbre.

Momentos después, la puerta interior se abrió y Marnie se encontró cara a cara con Tessa, que llevaba unos vaqueros y una camisa de gasa.

Su hermana se llevó tal sorpresa que sólo fue capaz de decir:

—¿Marnie?

—Hola.

Tessa abrió rápidamente la puerta exterior.

—Marnie... ¿Qué estás haciendo... ?

—No podía volver a casa y no sabía adónde ir, así que... Su hermana hizo entonces lo correcto. La abrazó.

A las tres de la tarde, Marnie aún se sentía profundamente deprimida. Pero algo menos que antes.

Tessa había escuchado su larga y triste historia, le había permitido llorar a gusto, le había dado de comer e incluso había permitido que aparcara el utilitario en el garaje de la mansión. Después, la ayudó a sacar sus cosas del coche y a llevarlas a la casita de invitados, un lugar precioso, de dos habitaciones y cocina americana, que se encontraba al otro lado de la piscina.

—Date una buena ducha —le dijo Tessa cuando terminaron de guardarlo todo—. Y si puedes, échate una siesta.

—¿Que si puedo? Podría dormir dos días seguidos.

—De momento, limítate a la siesta. Antes de dormir en serio, tendrás que cenar... No te puedes acostar con el estómago vacío.

—¿Sabes que empiezas a hablar como Gina?

Marnie se refería a Regina Black Jones, su madrastra. Gina se había casado con su padre cuando Tessa tenía doce años y ella, nueve.

Tessa rió. —Gina es lo mejor que nos ha pasado nunca — continuó Marnie.

—Y que lo digas. Comidas a sus horas, normas que seguir y toneladas y toneladas de amor incondicional.

—Sí, es cierto. Nos vino muy bien —afirmó—. Tessa, yo...

—¿Sí?

—Gracias.

—No tienes que darme las gracias. Soy tu hermana y siempre estaré a tu lado —dijo, acariciándole el cabello—. No te preocupes. Saldrás de ésta. Marnie habló con más seguridad de la que sentía.

—Lo sé.

—Venga, dúchate y descansa un rato. Cenaremos pronto... sólo la familia. Tú, yo, Ash y Jericho —le informó.

—¿Jericho? ¿Es uno de los hermanos de Ash?

Marnie sabía que el marido de su hermana era de familia numerosa. Tenía seis hermanos, dos hermanas y una hermanastra, Elena.

Tessa asintió.

—Sí, Jericho es el sexto de los hermanos. Después de Travis, es el más joven.

—Ah...

Marnie los había conocido a todos durante la boda, pero había pasado dos años y no se acordaba bien.

Tessa le puso las manos en la cara y la besó en la mejilla antes de marcharse.

En cuanto se quedó a solas, Marnie se desnudó y se dirigió al cuarto de baño. Después de la ducha, caminó hasta el sofá y se tumbó para poder ver la piscina y la mansión a través de la balconada. Cerró los ojos con intención de dormir, pero estaba tan agotada que no lo consiguió. Su teléfono móvil empezó a sonar de repente. Era Mark, otra vez. Y como sabía que no la iba a dejar en paz, decidió contestar.

—Deja de llamarme, Mark.

—Sólo quería saber si estás...

—¿Si estoy bien? —lo interrumpió—. Pues no, no lo estoy. Pero al menos me encuentro entre los míos... con Tessa.

—¿Con Tessa? —preguntó él, asombrado—. ¿Has ido a Texas? ¿En coche?

—Deja de llamarme, Mark —insistió ella—. Mi vida ya no es asunto tuyo.

—Marnie...

—Lo digo en serio.

—Marnie, yo...

—Dilo. Maldita sea, Mark, dilo de una vez. Di que me vas a dejar en paz.

—Yo...

—¡Que lo digas!

Mark tardó unos segundos en responder.

—Está bien. Te dejaré en paz.

—Excelente. Adiós.

Marnie cortó la comunicación y tiró el móvil a la mesita, donde había dejado su bolso.

A continuación, apoyó la cabeza en los cojines y cerró los ojos. No tenía esperanzas de quedarse dormida, pero esta vez lo logró. Y fue un sueño largo y profundo.

Se despertó al oír un ruido seco.

Durante unos segundos, pensó que era un terremoto; pero enseguida recordó que ya no estaba en California sino en San Antonio, en la casa de Tessa.

Rememoró lo sucedido durante las horas anteriores y volvió a oír el ruido que la había despertado. Supuso que sería alguna motocicleta, en la calle, y no le dio importancia.

Alcanzó el teléfono y miró la hora. Eran las seis y media y faltaba poco para el anochecer, de modo que se levantó, se cepilló el pelo, se pintó los labios, alcanzó el bolso y se dirigió a la mansión por el camino de piedra que bordeaba la piscina. Pasó por delante de un estanque en el que caía una pequeña catarata, cuyo sonido le pareció muy tranquilizador, y se detuvo a contemplar los peces de colores.

Entró en la casa por la cocina, una sala grande, de paredes amarillas y electrodomésticos modernos. Mona Lou, la bulldog medio sorda de Tessa, estaba durmiendo en una esquina; al notar su presencia, se levantó y se acercó para que la acariciara. Marnie supo que querría salir al jardín y le abrió la puerta.

En ese momento notó el olor de la comida que estaban preparando y le entró tanta hambre que abrió el frigorífico, sacó un plátano y se lo comió. Todavía lo estaba mascando cuando llegó al salón, donde no había nadie salvo Gigi, la gata de su hermana, que alzó la cabeza y la miró con interés.

Todo estaba extrañamente tranquilo y silencioso. Se acercó al pie de la escalera y miró hacia el piso superior, pero no se atrevió a subir porque cabía la posibilidad de que Tessa y Ash estuvieran disfrutando de su intimidad antes de cenar.

Al ver que las puertas dobles del despacho estaban abiertas, se acercó y se asomó al interior. Era un lugar muy masculino, con una mesa antigua, de madera, y estanterías llenas de libros que llegaban hasta el techo.

Tras saciar su curiosidad, decidió ir al comedor, que se encontraba al otro lado del vestíbulo. No vio al hombre que esperaba dentro hasta que llegó al umbral. Era muy alto, de alrededor de metro noventa de altura; llevaba botas, unos vaqueros viejos y una camiseta gris que dejaba ver unos brazos fuertes y tatuados. El pelo, largo y de color castaño oscuro, lo llevaba recogido en una coleta.

Tal vez fue por el silencio de la casa y por la ausencia inesperada de Tessa y Ash; tal vez, porque su vida había pegado un vuelco repentino; tal vez, porque aquel hombre irradiaba poder, energía y peligro;

o tal vez, por la simple y pura sorpresa de encontrarlo allí, tan grande y tan fuera de lugar en el elegante comedor de su hermana. Pero en cualquier caso, sintió un escalofrío de temor que la dejó helada.

Él se giró entonces y la miró. Su cara resultó ser sorprendentemente atractiva para un hombre tan alto y tan imponente.

Marnie, que todavía llevaba la piel del plátano en la mano, se la tiró y empezó a gritar.

Corrió hacia la escalera tan deprisa como pudo.

Ash y su hermana aparecieron al instante.

—¡Marnie! —exclamó Tessa—. ¿Qué ocurre, Marnie? ¿Qué ha pasado?

Ella ya había dejado de gritar. Tessa se acercó y la abrazó con fuerza. Sólo entonces, Marnie comprendió que el hombre del comedor no podía ser un intruso; si lo hubiera sido, habría hecho algo más que girarse y mirarla.

—Jericho —intervino Ash—, ¿qué está pasando aquí?

Marnie se sintió terriblemente avergonzada. Era Jericho. El hermano de Ash.

—Eso me gustaría saber —respondió Jericho—, pero no tengo la menor idea. Esa mujer me ha visto y ha empezado a gritar sin más.

Marnie gimió.

—Oh, Dios mío...

—Y no se ha limitado a gritar —continuó Jericho—. Me ha tirado esta piel de plátano... menos mal que me he apartado a tiempo.

Jericho clavó sus ojos verdes en Marnie, que notó su humor y también el enfado que intentaba disimular.

Sacó fuerzas de flaqueza, se apartó de su hermana y se disculpó.

—Lo siento mucho. La casa estaba tan silenciosa que al verte... bueno, me he asustado. Sólo ha sido eso.

—¿Sólo ha sido eso? —preguntó él.

Jericho avanzó y Marnie se estremeció. Por su forma de caminar, supo que era un hombre muy seguro, un hombre que no convenía tener como enemigo.

—Sí, sólo eso —insistió, algo nerviosa—. No ha sido por ti... es cosa mía, me temo. He tenido un par de días terribles y...

Jericho se detuvo ante ella, la tomó de la mano y le puso la piel de plátano en la palma. —Oh... gracias —declaró Marnie, sin saber qué decir.

Tessa se puso a hablar y los llevó a todos al salón; una vez allí, le quitó la piel de plátano a su hermana y salió un momento para tirarla a la basura. Ash se acercó a Marnie, la abrazó, le dijo que se alegraba mucho de verla y se dirigió al bar de la enorme habitación, donde preparó tres margaritas, para Marnie y para ellos, y sirvió un vaso de agua con gas a su esposa.

Todos se sentaron a continuación. Marnie eligió un sillón, se acomodó en él y echó un trago mientras buscaba algo interesante que decir. Como no se le ocurrió nada, se mantuvo en silencio.

Los demás hablaron de lo bonita que estaba la casa, de la empresa familiar, Bravo Corporation, de la que Ash era presidente, y del negocio de Jericho, una tienda de motocicletas llamada San Antonio Choppers que llevaba con un amigo, Gus. Por lo que Marnie pudo entender, Jericho y Gus trabajaban por encargo y se dedicaban a personalizar las motocicletas de sus clientes.

Marnie esperó el momento propicio para observar a Jericho sin que él se diera cuenta. No recordaba haberlo visto en la boda de Tessa, lo cual le extrañó. Era un hombre que no se podía olvidar con facilidad. Si no se acordaba de él, sería porque no había asistido.

Segundos más tarde, sus miradas se encontraron. Marnie parpadeó al sentir la fuerza de aquellos ojos de color verde oscuro, profundos como un lago de montaña, fríos y salvajes. Tessa lo notó y dedicó a su hermana una sonrisa de cariño, pero también de preocupación. Ash dijo algo, Jericho se vio obligado a responder y la conversación continuó por sus cauces anteriores.

Cuando terminaron las margaritas, Tessa los llevó al salón y sirvió la comida mientras su esposo se encargaba de abrir el vino, que sólo bebieron los hombres. Tessa siguió con su agua con gas y Marnie prefirió no sumar más alcohol al tequila del aperitivo.

Esta vez, hablaron de una fiesta con fines solidarios que se iba a llevar a cabo a principios de mayo. Jericho había ofrecido una de sus motocicletas para ayudar a la causa y Ash parecía verdaderamente entusiasmado con el gesto, aunque su hermano se limitó a encogerse de hombros y a decir que no era para tanto.

Marnie no dijo casi nada. Encerrada en su desesperación, se concentró en la excelente comida y más tarde en el postre, que le pareció una especie de pudin de canela. Estaba tan bueno como todo lo demás, pero sólo comió un poco.

Por fin, tras un lapso que a Marnie se le hizo interminable, los hombres se marcharon al despacho de Ash y Marnie se giró hacia su hermana y le ofreció su ayuda. Mientras llevaban los platos a la cocina, Tessa dijo:

—Deberías subir a descansar.

Marnie sacudió lentamente la cabeza.

—Me siento muy culpable por lo del hermano de Ash...

Tessa le acarició la mejilla.

—No te sientas mal por eso. Estás agotada y al borde de un ataque de nervios. Te sentirás mejor mañana por la mañana.

—Supongo que ahora me odiará.

—Lo dudo mucho.

—Y os he avergonzado a Ash y a ti...

—Marnie...

—¿Qué?

—Ve a dormir. Mañana te sentirás mejor.

Marnie suspiró.

—Sí, supongo que tienes razón.

Dio un abrazo a su hermana y salió de la casa por donde había entrado. Esta vez, el sonido de la catarata no le pareció nada tranquilizador.

Cuando llegó a la casita de invitados, se quitó la ropa, se puso una camiseta y se metió en el cuarto de baño. Mientras se cepillaba los dientes, se miró en el espejo; tenía ojeras, estaba más pálida que de costumbre y el pelo le caía sobre los hombros sin gracia alguna.

Agotada, se dirigió al dormitorio, se metió en la cama y cerró los ojos. Justo entonces, cayó en la cuenta de que se había dejado el bolso en la mansión, con el teléfono móvil dentro. Ni siquiera sabía por qué lo había llevado. No lo necesitaba para nada.

Consideró la posibilidad de dejarlo allí y dormir tranquilamente. A fin de cuentas, no tenía que llamar a nadie y no esperaba llamada de nadie; salvo quizás de Mark, aunque le había prometido que no la volvería a molestar.

Pero no se pudo contener.

Se levantó y se puso los vaqueros y unas zapatillas. Mientras caminaba hacia la puerta trasera de la mansión, vio que Jericho había dejado su motocicleta entre la casa y el garaje. Era una máquina preciosa, muy grande, de color negro y con cromados plateados y brillantes. A pesar de la oscuridad del jardín, relucía.

Marnie sintió una punzada de nostalgia y se acordó de su hogar porque su padre había tenido un taller mecánico cuando ella era una niña. De vez en cuando, algún motorista pasaba por allí y le pedía que le arreglara o le pusiera a punto la moto. Un día, uno de aquellos motoristas se ofreció a darle una vuelta por la zona; fue antes de que empezara a salir con Mark, cuando sólo eran grandes amigos.

La experiencia le pareció maravillosa. Aún se acordaba de la risa del motorista, del viento que jugueteaba con su cabello, de la vibración del motor bajo su cuerpo y de la sensación de velocidad, de potencia y de libertad absoluta.

El recuerdo de aquel día sirvió para despertar otro muy diferente, el de las palabras que Mark le había dedicado el día anterior, antes de separarse de ella:

—¿Qué te ha pasado, Marnie? Ya no te conozco. Eras la mujer más valiente que había conocido; siempre estabas dispuesta a arriesgarte y a luchar por lo que querías... tienes que volver a encontrar tu camino. Tú y yo no estamos hechos para vivir juntos. Tienes que replantearte las cosas y seguir adelante. ¿Dónde está la chispa que tenías?

Marnie sacudió la cabeza, echó otro vistazo a la motocicleta de Jericho Bravo y siguió andando hacia la casa.

Tessa no estaba en la cocina. Marnie atravesó el salón, donde el gato seguía durmiendo, y salió al vestíbulo para cruzarlo y entrar en el comedor, donde había dejado el bolso.

En ese instante oyó voces de hombres, procedentes del despacho de Ash. La puerta estaba abierta y no podía llegar al comedor sin pasar por delante. Marnie se puso nerviosa y pensó otra vez en las palabras de Mark. Había cambiado. Ahora tenía miedo hasta de su propia sombra. Y estaba harta de tener miedo.

Mientras se debatía, oyó la voz clara y rotunda de Jericho.

—No, lo digo muy en serio, Ash. La deberíais llevar a un psiquiátrico o a alguna institución parecida.

—Está perfectamente bien. Es que ha tenido un par de días de malos...

—Ash, no ha dicho ni una palabra durante la cena. Se ha quedado sentada, mirándonos, sin hablar. ¿Es que no te has dado cuenta?

—Vamos, Rico...

—Puede que tenga un problema de drogas.

—No se trata de eso. Su novio la ha dejado y ella ha venido en coche desde Santa Bárbara, de un tirón. Está deprimida, nada más. Y tú le has dado un susto de muerte.

—Yo no le he dado ningún susto. Estaba de pie, sin hacer nada, cuando ella ha entrado y se ha puesto a gritar. Te digo que no está bien de la cabeza. Esa mujer necesita...

Marnie no esperó a saber lo que necesitaba en opinión de Jericho; de hecho, hasta olvidó que había ido a la casa a recoger el bolso. Dio media vuelta, fuera de sí, y volvió sobre sus pasos tras quitarse las zapatillas, porque no se quería arriesgar a que Ash o su hermano la oyeran.