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Capítulo 1

 

Agosto, San Diego

 

Lannie seguía en el baño.

Nate había pasado la última media hora en el bar del hotel, tomando un café con su hermana Krystal.

Para ella, el encuentro tenía por finalidad idear juntos una estrategia. Para él, no era más que una petición de dinero al hermano mayor. Al irse, había dejado a Lannie en el cuarto de baño y todavía seguía allí dentro.

Todo estaba en calma. La puerta estaba cerrada.

No se oía el agua de la ducha correr, ni el sonido del secador o el trajín de los productos de maquillaje sobre la encimera de mármol. Se quedó escuchando, sintiendo que invadía su intimidad y poniéndose cada vez más nervioso. Además, ya estaba demasiado tenso por los últimos problemas en su familia.

Su cabeza daba vueltas, intentando resolver los asuntos de su hermana. Le había dado un cheque por el dinero que quería y que incluía sus últimas deudas y algo más. Pero ¿serviría de algo? ¿Qué podía hacer para que aquella bola de nieve terminara produciendo beneficios a largo plazo?

Y respecto a su madre…

No era algo de lo que pudiera ocuparse en aquel momento, se dijo. Tenía que concentrarse en lo que era realmente importante.

¿Estaría Lannie bien? ¿Le habría pasado algo?

¿O acaso lo habría abandonado y habría pedido un coche para el aeropuerto y tomar así el siguiente vuelo que saliera de San Diego? Desde que llegaran el jueves, no había dejado de pensar en que pudiera hacerlo.

La noche anterior la había escuchado por teléfono pidiendo información sobre el horario de vuelos.

Se giró hacia los armarios y abrió las puertas, confiando en verlos vacíos. Se lo merecía. Debería haberle puesto las cosas más fáciles. Debería haber evitado que fuera a la cena del viernes y que ayudara con los preparativos del sábado. Podía haber evitado su encuentro con Krystal, haberle dicho a su hermana que solucionara ella sola sus problemas o simplemente haber ido al grano y haberle firmado el cheque en la recepción del hotel.

En el armario, vio los vestidos de Lannie allí colgados, sobre un puñado de zapatos a conjunto.

Su pulso volvió a tranquilizarse y la sangre dejó de latir en sus oídos. Por un momento, se sintió aliviado.

No se había ido. Seguía allí.

Miró su reflejo en el espejo y vio la tensión en su rostro.

Luego, oyó el sonido de los grifos corriendo en el cuarto de baño y volvió a la pregunta inicial. Si Lannie no había salido corriendo de San Diego y de la vida de Nate, ¿por qué llevaba tanto tiempo en el cuarto de baño? ¿Estaría bien?

—¿Lannie? —la llamó por fin.

—Sí, estoy aquí.

Su voz sonó extraña.

—¿Estás bien?

Después de lo que había estado dando vueltas en su cabeza durante los últimos cinco minutos, aquella pregunta resultaba demasiado vaga. Estaban al limite y ambos lo sabían. Habían hablado de ello varias veces, pero sin entrar en el fondo del asunto, como dos boxeadores dando vueltas en el cuadrilátero sin atreverse a lanzar un puñetazo. No habían resuelto nada, ni habían dicho nada con claridad.

—Sí, estoy bien más o menos.

—¿Más o menos?

—Dame un minuto más.

Se volvió a oír el agua corriendo y el sonido del cepillo de dientes eléctrico. Finalmente, salió.

No tenía buen aspecto. Aunque no hubiera estado pálida, ni hubiera llevado el pelo recogido de mala manera, habría sabido que no estaba bien. La expresión de sus ojos, la tensión alrededor de sus labios, la postura de su cuerpo… Todo tan diferente a lo guapa, impecable y segura de sí misma que normalmente estaba.

—¿Qué tal tu reunión con Krystal?

—Bien, lo de siempre. Pero…

—¿Tenías razón acerca de lo que quería? Sí, adivino que sí que…

—No quiero hablar de mi hermana ahora. ¿Qué te pasa? No tienes buen aspecto…

—Dame un minuto más.

—Cuéntamelo.

—Lo haré —dijo ella y se sentó en la cama, como si estuviera reuniendo las fuerzas o buscando las palabras.

Por un lado, deseaba que se lo contara y terminar así con el sufrimiento de ambos. Por otro, quería abrazarla, hundir el rostro en su pelo y decirle que no tenía por qué contárselo si no quería. Que fuera lo que fuese, a la larga todo se arreglaría porque él estaba allí y juntos lo solucionarían.

Pero ¿querría Lannie oír eso? Seguramente no.

Así que se sentó junto a ella, la tomó de la mano y acarició sus dedos.

—No hay prisa, Lannie.

Su piel era suave y deseó olerla. Como siempre, quería llevársela a la cama, pero ella parecía estar a kilómetros de allí y de lo que fuera que había pasado en el cuarto de baño y que la tenía atormentada.

Ella respiró hondo y se llevó las manos a las mejillas, mientras se mordía el labio inferior.

—No quiero que pienses que me he estado guardando esto para mí sola. No me he dado cuenta hasta ahora. Los síntomas… No había caído en la cuenta y… ¡estoy tan asustada! No me lo esperaba. No estoy preparada. No he tenido tiempo de pensar. Y este viaje ha sido muy duro… ¡Estoy asustada!

—Dilo de una vez, Lannie.

—De acuerdo, sí —dijo y volvió a inspirar sin dejar de mirar sus ojos azules—. Creo que estoy embarazada, Nate. De hecho estoy casi segura.

En apenas segundos, había pasado de ser la posibilidad más remota a ser lo más evidente del mundo.

¡Embarazada!

Sabía exactamente lo que debía de estar pasando por la cabeza de Lannie, lo que su instinto le decía. En el pasado, sus estrategias siempre habían funcionado.

Le habían ayudado a hacer frente tanto las expectativas conservadoras y estereotipadas de sus padres como a los bandoleros armados de la montaña.

Así que abrió la boca y las palabras fluyeron.

—Embarazada. Imagino que ya habrás pensado, incluso antes de darme la noticia, cómo vas a salir de ésta, ¿verdad?

Capítulo 10

MÁS tarde, acurrucada en los brazos de Nate, Lannie observó cómo se oscurecía el cielo mientras él dormitaba.

Le gustaba aquello.

Sabía que a algunas mujeres no. Querían que los hombres permanecieran activos, incluso habladores, pero a Lannie le gustaba que no hubiera necesidad de palabras.

Eso suponía que era todo suyo. Lo tenía todo para ella: la tranquilidad, la puesta de sol, la calidez de su fuerte y agraciado cuerpo…

El cuerpo de Nate era perfecto, único y suyo. Pero ¿por cuánto tiempo sería suyo?

Por lo que durara.

Ante aquel pensamiento, se sintió preocupada. Estaba segura de que no era de esa clase de hombres. No lo hubiera hecho si aquélla fuera a ser su primera y única vez. Era demasiado prudente y previsor para eso.

Era algo extraño y fabuloso encontrar a un hombre tan recto, tan firme en su comportamiento, sus sentimientos y sus creencias.

Había conocido a muchos hombres totalmente opuestos, a los que no les importaban ni se responsabilizaban de sus actos ni de sus emociones. Hombres que no habían madurado, que siempre culpaban a otros cuando algo salía mal. Hombres que no querían más que llevarse a una mujer a la cama con mentiras y que no les importaba lo que pensara ni lo que sintiera ni quién fuera.

«No pierdas a éste, Lannie», se dijo.

Pero ¿qué era lo que le asustaba en aquel momento?

Porque estaba asustada y era consciente de que aquella sensación que sentía era de miedo y no lograba entenderlo.

Entre sueños, Nate respiró hondo. Ella alargó el brazo para abarcarlo aún más. Necesitaba sentir su fuerza. Era tan perfecto, tan masculino y real…

La luz se había ido y las sombras lo hacían parecer más pesado e incluso más poderoso. Tenía algo de vello en el pecho, que bajaba hasta el ombligo. Sus músculos, parecían esculpidos en piedra. También tenía algunos defectos. Tenía una cicatriz en la sien izquierda y su nariz no era del todo recta.

«Quédate a su lado, aférrate a él. Es perfecto».

Las velas titilaron suavemente, haciendo su trabajo y manteniendo alejados del círculo a los insectos.

Quería quedarse allí hasta que superara aquel miedo.

«Tengo miedo de no estar a la altura. Tengo miedo de que quiera que sea tan fuerte y segura como él y no ser así. Nunca he necesitado ser así. Siempre he tenido a papá para salvarme. Nunca he tenido que soportar consecuencias que no he querido. Tengo miedo de que se dé cuenta de esto y sea aún más duro para compensar. Creo que a veces puede ser demasiado duro. Puede que se esfuerce demasiado en ser fuerte y no pueda soportarlo. Entonces, será mi culpa por no haber asumido mi parte de la carga».

Nate se estaba empezando a despertar.

«Todavía no, Nate. Quédate un rato más durmiendo».

Se olvidó del miedo y disfrutó de aquellos últimos momentos de silencio y tranquilidad, de tenerlo sólo para ella aunque él no lo supiera Apoyó la cabeza en su pecho y escuchó los latidos de su corazón.

—Umm… —murmuró unos segundos más tarde—. Hola, preciosa.

—Hola.

Quería besarlo, pero no se atrevía. Él acarició sus labios, invitándola y entonces no pudo resistirse.

—Ya es casi de noche —dijo él incorporándose, como si no hubiera hecho bien por haber dejado pasar tanto tiempo—. No quería que nos cayera la noche.

—Estás muy guapo cuando duermes —dijo ella para que se tranquilizara.

—Deberíamos…

—Tengo una linterna y no hace frío —dijo y lo oyó maldecir entre dientes—. ¿Qué pasa?

—Se ha roto. ¡Demonios, se ha roto! No me di cuenta y me quedé dormido.

—¿Te refieres al preservativo?

—Sí.

—Lo siento, no era una marca conocida. De hecho, no sé ni de qué marca era.

—Creo que incluso lo sentí.

Volvió a maldecir y, aunque Lannie no oyó las palabras exactas, supo imaginar lo que decía. Podía comprender por qué se había apartado de ella, pero tenía la sensación de que la estaba dejando a un lado.

Aquello rompió la sensación de paz y tranquilidad que tanto deseaba prolongar.

—Está bien —se apresuró a decir Lannie.

—No, no lo está.

Sus hombros estaban tensos. Se agachó y recogió los pantalones y los calzoncillos, como si vistiéndose pudiera deshacer cualquier daño.

—Todo saldrá bien, ya lo verás.

Sentía una extraña necesidad de tranquilizarlo y maldijo su actitud positiva. Aquella marca desconocida… Además, nunca se había fijado en la fecha de caducidad.

—No creo que tengamos de qué preocuparnos —insistió ella—. A menos que tengas alguna enfermedad que me puedas contagiar.

—Estaría aterrado si así fuera.

—Yo me hago un montón de chequeos debido a mis constantes viajes, así que no creo que haya nada que pueda contagiarte. Por favor, no pensemos…

—No, yo tampoco quiero estropearlo. Ha sido demasiado bueno.

La tensión todavía se adivinaba en su espalda.

—Sí, lo ha sido.

«Gracias por decirlo, Nate. Aunque, ¿por qué sigues dándome la espalda?».

Nate dio una vuelta antes de volver junto a ella con el torso todavía desnudo. Había recogido también la ropa de ella, que se había quedado fría. La temperatura había empezado a caer y pronto haría frío.

—Toma, será mejor que nos pongamos en marcha.

Ella se estremeció. Sí, estaba empezando a refrescar.

—¿Quieres decir que no hay riesgo de que te quedes embarazada? —preguntó y se apartó, como si pudiera dejarla embarazada con tan sólo mirarla o rozarle la mano.

—Sí, no te preocupes —dijo separando su ropa—. No creo que quieras detalles de fechas, períodos, pero por favor…

«Abrázame. Olvidemos esto. Me gusta que seas responsable, pero si lo va a echar todo a perder, ¿qué sentido tiene?».

Había tenido la regla al volver de Turquía, así que cualquier día volvería a tenerla. Los viajes solían retrasar su ciclo un par de semanas. En el fondo, no estaba preocupada. Estaba deseando besarlo, pero si no iba a hacerlo, había llegado el momento de vestirse.

Cuando por fin se vistió, Nate se acercó a ella y hundió el rostro en su pelo.

—No me atrevía a hacer esto cuando estábamos piel con piel.

—Me alegro mucho de que lo estés haciendo ahora. Nate, siento tanto… —dijo y se abrazó con fuerza a él.

—¿Por qué? No hay nada que sentir. ¿O es que quieres que no te vuelva a quitar la ropa otra vez?

—No, me refiero al preservativo.

—No lo sientas.

—Sí, siento que ha sido mi culpa.

—No, me he sentido halagado de que los trajeras, de que previeras esto y lo desearas.

—Nunca imaginé que sería tan fantástico. Ahora lo deseo incluso más…

—No me hagas besarte o no saldremos de aquí nunca.

—De acuerdo, no te pediré que me beses —suspiró ella y se quedaron allí, abrazados, con las velas aún encendidas.

Si el mundo hubiera terminado en aquel momento, a Lannie no le hubiera importado.

Capítulo 11

 

Agosto, San Diego

 

—Debió de ser aquella primera vez —dijo Lannie—, junto al lago, con las velas. Cuando se rompió el preservativo.

—Pero tuviste la regla después —dijo Nate, paseando por la habitación—. Eso me dijiste.

Después del modo en que se habían abrazado en silencio unos minutos antes, Lannie esperaba un mayor acercamiento. Pero habían vuelto a distanciarse.

Cada uno estaba reaccionando a su manera y no sabía cómo acortar diferencias.

—Fue muy breve —dijo ella—. En aquel momento no caí en la cuenta. Pensé que era debido al viaje, pero quizá ni siquiera fuera la regla. He oído que algunas mujeres sangran después de concebir.

—Tenemos que hacerte una prueba —dijo dirigiéndose hacia la puerta como si el posible embarazo fuera una bomba a punto de explotar.

—¿Es eso lo más importante ahora mismo?

—¡Sí! Necesitamos saber qué tenemos entre manos. Es inútil hacer nada hasta que no lo sepamos con seguridad.

—Déjame ir contigo.

—No hace falta. Hay una farmacia a la vuelta de la esquina. Tardaré un par de minutos. Necesitas comer algo. Volveré antes de que te des cuenta y acabaremos con esto.

No quería que se fuera. No quería que se preocupara por ella ni que su necesidad por estar seguro los separara. No hasta que hablaran más. Odiaba evidenciar las diferencias que había entre ellos, en el modo en que entendían las cosas.

A solas, se tomó la infusión y se comió un puñado de galletas saladas, lo que le hizo sentir mejor. Se detuvo a considerar la idea de dar el bebé en adopción.

Había muchas parejas desesperadas por tener un bebé.

Podía proporcionarles mucha felicidad a la vez que podía suponer un nuevo comienzo para ella. Podría hacer cualquier cosa e ir a cualquier sitio. No tenía que asumir un cambio tan importante en su vida si no quería. No estaba acostumbrada a someterse a cosas que no deseaba, al contrario que Nate.

Sintió un instante de alivio al pensar en su posible libertad, pero la sensación enseguida se tornó en vértigo. Sentía que la habitación daba vueltas y se asustó.

¿Dejar a su bebé con desconocidos? ¿Llevarlo en su interior durante nueve meses para después entregarlo como si fuera una maleta?

Todavía no conocía al pequeño y la idea de entregarlo en adopción le resultaba aterradora. Tuvo que meterse en la cama y agarrarse al colchón para que se le pasara el mareo.

Sabía que nunca podría hacerlo, que nunca dejaría a su hijo.

¿Y si no estaba embarazada?

Sabía que incluso la posibilidad de que lo estuviera había hecho que las cosas entre ellos cambiaran.

Nate regresó con una bolsa de la farmacia.

—¿Estás bien?

—Todavía un poco mareada.

Estaba tumbada boca abajo y él debió darse cuenta de que estaba agarrada a las sábanas.

—Ya lo he comprado. Cuando quieras.

—¿Por qué no puedes soportar la incertidumbre, Nate?

—Porque quiero saber a lo que me enfrento.

—A mí me gusta considerar todas las posibilidades.

—¿Qué posibilidades has considerado hasta ahora?

Se sentó a un lado de la cama y puso la mano en su espalda. Ella se debatía entre su roce y la necesidad de poner distancia ente ellos.

—Una, que podríamos darlo en adopción, pero…

Nate dejó escapar un sentido suspiro antes de que Lannie continuara.

—No te preocupes —añadió ella—. No era una posibilidad en firme.

—Nunca dejaría que mi hijo…

—Yo tampoco. Pero algunas personas lo hacen, convencidos de que es la mejor opción para el bebé, y me parece una decisión muy valiente. No condenes a aquéllos que lo hacen sólo porque yo haya pensado en ello.

—De acuerdo, tienes razón. A veces tiendo a pensar que todo el mundo es un charlatán —dijo acariciándole la espalda de nuevo—. Se me olvida que tú no lo eres.

—Gracias —dijo y sintió cómo contenía su impaciencia.

—¿Qué más has pensado?

—Que quizá no esté embarazada.

—En cuyo caso, volvemos al punto de partida.

—No, Nate. Nunca volveremos al punto de partida.

Recordó lo que habían hablado unas semanas antes sobre dar el primer paso, de su magia e importancia.

¿En qué punto estaban? Nate tenía razón. Ella había pasado toda su vida adulta huyendo de las consecuencias de sus actos, mientras que él había cargado con el peso las suyas.

Algo tenía que cambiar en los dos.

—Quieres decir que, aunque no estés embarazada, nada va a borrar lo que ha pasado entre nosotros.

—Así es —dijo y oyó cómo arrugaba la bolsa de la farmacia—. Pero aun así, tenemos que hacer esto,

¿verdad? —preguntó, consciente de su necesidad por encontrar respuestas—. Tenemos que averiguarlo,

¿no?

—Eso creo.

—Muy bien, dámelo.

Se levantó de la cama y tomó la caja. Luego, volvió al cuarto de baño y cerró la puerta tras ella.

Capítulo 12

 

Julio, al norte del estado de Nueva York

 

Siempre que su madre llamaba y se ponía a cantar, no era una buena señal.

Eran las diez de la noche y estaba sentado en su escritorio revisando unos números, cuando había sonado el teléfono. Su estómago dio un vuelco cuando descolgó el aparato y reconoció la melodía y la letra de la canción que su madre estaba cantando, y lo que significaba.

¡Su madre iba a casarse!

Recordó lo que le había dicho a Lannie unas semanas antes: las bodas sacaban lo mejor y lo peor.

—Adivina qué, cariño.

Nate le dijo lo habitual en aquellas ocasiones: que se alegraba mucho por ella, que estaba deseando conocer a Cole, que estaba seguro de que sería muy feliz... A pesar de sus intentos por decir algo original, fue incapaz de encontrar algo diferente que decir.

—Pensé que te alegrarías por mí, Nate. ¿Por qué no puedes alegrarte de mis cosas? Éste es uno de los días más felices de mi vida.

Solía emplear aquella clase de chantaje emocional.

Si no se mostraba contento por sus decisiones, era culpa suya. Sabía que su madre prefería que dijera aquellas frases a que le dijera lo que verdaderamente pensaba.

¿Qué clase de madre prefería que su hijo le mintiera?

—Me alegro, claro que me alegro. Y mucho. Pero no hace mucho que lo conoces y…

—Cuatro meses.

Bastante más de lo que hacía que conocía a Lannie. Su ego le decía que aquello no era importante. No tenía la costumbre de complicarse la vida como hacía su madre. Él tomaba mejores decisiones. Aun así, trató de mostrarse más amable.

—Y no lo conozco. Es difícil para mí…

—Pero lo conocerás en la boda.

—Sí, pero es algo tarde conocerlo —dijo y, al darse cuenta de que podía verse atrapado, rápidamente añadió—: Además, no sé si podré viajar…

Demasiado tarde.

—Así que vendrás, ¿verdad? Ya lo has decidido,

¿no? Normalmente tardas en decidir esta clase de cosas unos cien años.

—Sí, porque…

—¡Oh, es fantástico! No quería pedírtelo o que te dieras cuenta de lo mucho que contaba con ello. No quería presionarte, ya sabes. No quería que gastaras en vuelos y hoteles.

Era la primera vez que su madre se mostraba preocupada por sus gastos.

—¿Cuándo es? —preguntó—. ¿Ya tenéis fecha?

—La tercera semana de agosto, el día veintiuno.

—¿Tan pronto?

Apenas quedaban seis semanas.

—No queremos esperar.

Recordó sus experiencias con todas las novias obsesivas que habían pasado por el hotel a lo largo de los años, en un intento por encontrar algún argumento para que esperara un poco más.

—Pero, mamá, ¿tienes tiempo de hacerte el vestido en seis semanas? ¿Y de contratar al fotógrafo y de encargar la tarta? ¿Encontrarás un sitio adecuado donde celebrar la boda con tan poco tiempo? ¿Y la elección del anillo? Hay muchas cosas que hacer en una boda.

—Oh, va a ser algo muy sencillo. La ceremonia y el banquete serán en el bar. Lo único que me preocupa es que estés allí. A nuestra edad, no hay razón para esperar. Hay que empezar a disfrutar cuanto antes.

—Claro, sí. ¿Has dicho el veintiuno? ¿Sábado?

—La ceremonia será a las seis, seguida de un aperitivo y luego la cena.

—Intentaré llegar unos días antes.

Quería tener tiempo para encontrarse con Cole y poder averiguar algo acerca de su pasado.

De pronto, llamaron a la puerta.

—¿Sí? —preguntó, tapando el auricular.

Era Lannie, dispuesta a comentarle la fiesta que se estaba celebrando en aquel momento en la piscina del hotel.

—¿Quieres que vuelva más tarde?

Nate negó con la cabeza y le indicó que esperara.

Habían pasado tres días desde su excursión y todavía sentía presión en la entrepierna cada vez que pensaba en lo que había pasado junto al lago de las montañas.

Aquella noche habían disfrutado de la cena, y se habían ido del restaurante después de quedarse los últimos. En el camino de vuelta, al pasar junto a la desviación para el lago Musk, Nate le había contado que tenía un terreno allí y que algún día le gustaría construirse una casa.

—¿Así que piensas quedarte aquí para siempre? —le había preguntado—. El Sheridan Lakes es tan sólo un paso más en tu carrera para dirigir un hotel en una gran ciudad. ¿No te gustaría llegar a Nueva York?

—No quiero vivir en la ciudad. Aunque no siga trabajando en el hotel, me quedaré en estas montañas.

Quizá monte mi propio negocio, un pequeño hotel y un restaurante. La clase de sitio al que acuden las estrellas de cine para pescar, pero en el que no usan su verdadero nombre al registrarse.

—Quiero ver tu terreno.

—No hay nada construido todavía.

—Aun así quiero verlo.

Aquella noche había sido imposible porque ya era tarde. La había vuelto a llevar aquella mañana, antes del desayuno y habían recorrido las casi dos hectáreas del terreno.

Le había explicado que quería una gran estancia con una chimenea y una zona de loft para una oficina o estudio. Quería un muelle de madera y cristaleras del techo al suelo para disfrutar de las vistas. Junto al muelle, quería una enorme piscina con agua del lago.

Además, quería un jardín que no tuviese límites con el bosque, para no diferenciar dónde empezaba la naturaleza.

Habían llegado veinte minutos tarde al hotel, con los estómagos vacíos, y no habían dejado de correr en toda la mañana para recuperar el tiempo perdido. Pero no le había importado. Había sido una manera perfecta de empezar el día. Y ahora, allí estaba ella, esperándolo, tan radiante como esa mañana.

—Será fabuloso, cariño —estaba diciendo su madre—. Me encantará pasar un tiempo contigo y a Krystal también.

—Claro. Por cierto, ¿cómo se apellida?

Silencio.

Demonios. Sabía que había sido demasiado evidente. La entrada de Lannie lo había distraído. ¿Cómo era posible que su madre fuera tan perspicaz para algunas cosas y tan inútil para otras?

—No vas a hacerlo, Nate —le dijo en tono frío—. No vas a hacer que lo investiguen y luego venirme con que ha estado en prisión por no pagar alguna multa de tráfico o…

—¿Ha estado en prisión?

Vio a Lannie intentando no escuchar.

—No, no ha estado en prisión —contestó su madre.

—¿Lo sabes con seguridad o…?

—¡Claro que lo sé!

—¿Porque te lo ha dicho?