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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2009 Marie Rydzynski-Ferrarella. Todos los derechos reservados.
DESEOS IRRESISTIBLES, N.º 1880 - enero 2011
Título original: A Lawman for Christmas
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9744-0
Editor responsable: Luis Pugni

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Deseos irresistibles

MARIE FERRARELLA

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Capítulo 1

—Dios mío, Dios mío, Dios mío.

Kelsey no podía dejar de repetir aquellas dos palabras en su cabeza.

—Tranquilízate, Kelsey. Va a salir bien. Todo va a salir bien —se dijo a sí misma en voz alta mientras salía con su vehículo del aparcamiento del colegio.

Pero aquello no la ayudó a tranquilizarse. Le estaba costando bastante concentrarse, tanto en la carretera como en los pensamientos que se habían apoderado de su mente.

La llamada telefónica que le había hecho su madre hacía unos minutos la había alterado por completo.

Había estado a punto de salir por la puerta del colegio cuando había recordado que debía pedirle a alguien que se ocupara de su clase por ella. Había dejado a veintiocho niños hiperactivos de ocho y nueve años en manos de la secretaria del centro. Había tenido que regresar corriendo para pedir el favor, por lo que había perdido un preciado tiempo.

Agarró el volante con fuerza y tomó la autopista.

En sus veintiséis años de edad, no recordaba haberse sentido antes tan nerviosa y atemorizada. Sobre todo porque su madre le había pedido que no telefoneara a ninguno de sus hermanos y, mucho menos, a su padre. Kate Marlowe no quería que nadie de la familia, aparte de su hija, supiera que se encontraba en Urgencias, en el Blair Memorial.

Su madre era una roca. Y las rocas no se ponían enfermas. No telefoneaban desde la sala de Urgencias de un hospital. Se suponía que las rocas debían ser simplemente eso, rocas, creadas para perdurar hasta el final de los tiempos.

Se acarició su bonito pelo rubio y suspiró profundamente. Contuvo el aire dentro de sí hasta que contó quince, pero no la ayudó en nada.

A pesar de su insistencia, su madre no había querido ofrecerle por teléfono ningún detalle sobre su estado. Simplemente le repitió su petición inicial de que acudiera cuanto antes al hospital.

Sólo aquello ya la intranquilizaba mucho. Su madre nunca pedía ayuda. Bajita, rubia y tan testaruda como todos sus antepasados irlandeses juntos, a Kate Llewellyn Marlowe le gustaba ocuparse siempre ella misma de sus propios problemas. No sólo eso, sino que también insistía en hacerse cargo de cualquier emergencia por la que estuviera pasando cualquier miembro de la familia o amigos.

Por lo que ella podía recordar, su madre siempre había sido una dinamo que nada ni nadie podía alterar.

Sabía que algo realmente malo debía haber ocurrido.

—Voy a tranquilizarme, voy a tranquilizarme —repitió una y otra vez en voz alta como si fuera un mantra tranquilizador.

Comprobó el velocímetro y se dio cuenta de que estaba conduciendo a más velocidad de la permitida. Pero, en vez de disminuir la velocidad, miró por el espejo retrovisor para comprobar que no la estuviera siguiendo la policía. No pudo ver ningún coche ni moto patrulla.

Le dio gracias a Dios por aquel pequeño favor.

—Si me concedes uno muy grande, te prometo que jamás te pediré nada más. Nunca —suplicó—. Y esta vez lo cumpliré —juró, recordando la poca duración de su anterior pacto con Dios.

Por aquel entonces había sido más joven. Y finalmente no se le había concedido lo que había suplicado. El favor que le había pedido a Dios involucraba a un hombre, a un policía del que se había enamorado. Un hombre que no la había convertido en su esposa tal y como había prometido porque ya tenía una. Simplemente había olvidado mencionarle aquel pequeño detalle.

Pero no comprendió por qué estaba recordando aquella historia en aquel momento.

—Venga, Kelsey, disminuye la velocidad y céntrate.

Un minuto más tarde, se dio cuenta de que el Blair Memorial estaba a tan sólo tres kilómetros. Mientras continuaba conduciendo, fue consciente de lo acelerado que tenía el corazón.

Parecía que estaba tardando una eternidad en llegar al hospital.

Cuando finalmente llegó al recinto del Blair Memorial, giró a la derecha para introducir el vehículo directamente en el aparcamiento. Una vez que hubo aparcado el coche, se apresuró en dirigirse a la entrada de Urgencias. Respiró profundamente. No podía calmarse.

Las puertas electrónicas se abrieron en cuanto se acercó a ellas. Al entrar, miró a su alrededor para encontrar a algún miembro del personal del hospital que pudiera indicarle dónde se encontraba su madre.

Se dirigió a una mujer canosa que estaba sentada tras un escritorio.

—Tienen a mi madre en este hospital —le dijo a la mujer. Pero, de inmediato, se dio cuenta de que aquella frase parecía una acusación. Los nervios estaban dominándola—. Lo que quiero decir es que mi madre me telefoneó para informarme de que estaba en Urgencias. Por favor, tengo que verla. Está en la sala de Urgencias.

Se sorprendió a sí misma al haber sido capaz de articular palabra.

—Supongo que seguirá allí, ya que si no, me habría telefoneado para decirme que se marchaba. Su nombre es Kate Marlowe.

La mirada de desconcierto que habían reflejado los ojos de la mujer de recepción se transformó en una sonrisa.

—Tienes razón; te hubiera telefoneado. Ahí está, ahí mismo —comentó la mujer, dando con un dedo sobre la pantalla de su ordenador—. Se encuentra en la sala de Urgencias —añadió, indicando hacia su izquierda—. Tienes que hablar con esa joven que está ahí sentada. Ella podrá ayudarte.

Kelsey logró darle las gracias antes de dirigirse hacia la mujer indicada.

—Tal vez usted pueda ayudarme… —comenzó a decir.

Pero la enfermera no levantó la vista del teclado de su ordenador. Estaba escribiendo algo a toda prisa. Kelsey tuvo que contener las ganas que sintió de agarrar las manos de la mujer para que le prestara atención.

—Mi madre me telefoneó desde la sala de Urgencias…

Las cejas de la enfermera se levantaron a modo de pregunta silenciosa. Mantuvo la mirada fija en el teclado mientras continuaba escribiendo.

—¿Cómo se llama?

—Kate Marlowe. Mi madre se llama Kate Marlowe —contestó Kelsey. Realizó aquella aclaración en caso de que la mujer pensara que estaba dándole su propio nombre.

—Marlowe —murmuró la enfermera—. Todavía sigue aquí, en Urgencias —confirmó—. Está en la cama número quince —añadió, levantando la mirada por primera vez.

Kelsey se fijó en que la mujer tenía unos ojos muy agradables.

—Si quieres verla, te abriré la puerta de Urgencias —ofreció la enfermera.

—Que Dios la bendiga —respondió Kelsey.

La mujer le dirigió una mirada de comprensión. En cuanto abrió la puerta, Kelsey se apresuró en entrar en la sala pero, una vez dentro, se detuvo en seco. Había muchas camas delante de ella. Algunas estaban cubiertas con cortinas que colgaban del techo y otras estaban al descubierto… la mayoría vacías.

—¿Puedo ayudarla? —le preguntó un camillero que se acercó a ella.

—Estoy buscando la cama número quince —explicó Kelsey—. ¿Hacia dónde debo dirigirme?

—La cama número quince está a la izquierda. Al final del pasillo —respondió el hombre, indicando la dirección.

—Gracias —ofreció ella, dirigiéndose a toda prisa en la dirección indicada. En silencio, le pidió a Dios que su madre estuviera bien.

Al acercarse a la cama, le pareció ver a alguien de pie junto a ésta. Al instante, se dio cuenta de que era un policía.

Pensó que aquella cama no podía pertenecer a su madre; no había ninguna razón para que un policía hablara con ella.

¿O sí…?

Pero sí que era la cama de Kate Marlowe. La reconoció antes siquiera de haberle visto la cara. Su madre tenía una manera muy particular de inclinar la cabeza cuando escuchaba a alguien hablar. Recordó que siempre le había hecho sentirse muy bien.

Sintió un nudo en el estómago.

Continuó andando hacia la cama número quince mientras la tensión se apoderaba de su cuerpo, tal y como le pasaba siempre que veía a un policía aquellos días.

Se preguntó quién sería aquel hombre.

Por la expresión de la cara de su madre, parecía que ella lo conocía. Que lo conocía y que le caía bien. Pero claro, a su madre todo el mundo le caía bien. Kate Marlowe siempre buscaba lo mejor de cada persona; tenía un corazón enorme.

Aunque aquello no contestaba a su pregunta. No era capaz de comprender qué hacía un policía allí, hablando con su madre. Era cierto que su progenitora tenía una agradable cara que atraía hasta a los extraños a hablar con ella. Pero habría sido más normal que hubiera estado con ella un camillero o una enfermera.

Se planteó si la situación era más seria de lo que había pensado.

Capítulo 2

Al momento siguiente, Kelsey sintió algo parecido a la fuerza que se apoderaba de una leonesa cuando ésta percibía que uno de sus cachorros era amenazado. Tal vez ella fuera la más pequeña de la familia, pero siempre había sido extremadamente protectora aunque, en realidad, ninguno de sus cuatro hermanos ni sus padres habían necesitado protección alguna. Hasta aquel momento.

—Perdone —dijo, dirigiendo sus palabras a la nuca del policía—. ¿Hay algún problema?

Cualquier respuesta que hubiera tenido el agente de policía se desvaneció en el momento que se giró y vio a la poseedora de aquella enfadada voz. Morgan Donnelly sonrió al mirar a Kelsey de arriba abajo. Pensó que se parecía mucho a la mujer con la que había estado hablando. Se planteó que tal vez ambas eran hermanas.

—No, no hay ningún problema —contestó por fin.

Kelsey le dirigió una fría mirada a aquel hombre rubio y se puso lo más erguida que pudo. Pero, a continuación, se dirigió a su madre mientras intentaba disimular lo disgustada que estaba.

—Mamá, me has asustado muchísimo —comentó.

No podía ver ningún moratón en el cuerpo de su progenitora. Se preguntó por qué estaría ingresada y qué tendría que ver con aquel policía.

—¿Estás bien?

—Lo estoy ahora —contestó Kate—. Gracias al agente Donnelly —añadió, asintiendo con la cabeza ante el joven policía.

—Oh.

Aquello disipó gran parte de la animadversión que Kelsey había sentido hacia el hombre. Debido a la experiencia que había tenido con Dan, se había quedado con una mala impresión de la policía en general. Había asumido que aquel agente era de alguna manera responsable de lo que fuera que le había ocurrido a su madre. Había pensado que quizá se había cruzado con el coche en el camino de Kate y había provocado que ésta sufriera un accidente.

Pero su progenitora parecía sentirse muy agradecida con él.

Volviendo a enderezarse, asintió con la cabeza ante el agente.

—Gracias —ofreció tensamente.

Kate tomó la mano de su hija. Entrelazó los dedos con los de ésta y le dio un apretón.

—Cariño, no quería telefonearte y disgustarte, pero el médico me dijo que debía pedirle a alguien que me llevara a casa. No quería telefonear a tu padre ni a tus hermanos.

—Yo me ofrecí para llevar a su madre a casa —terció el agente de policía—. Pero se negó.

—No podía abusar más de ti —protestó Kate—. Ya has hecho suficiente por mí.

Kelsey contuvo las ganas que sintió de preguntarle a su madre a qué se refería con aquello.

—No es que me importe que hayas acudido a mí, mamá, pero… ¿por qué no podías telefonear a ninguno de ellos?

Kate no contestó de inmediato. En vez de hacerlo, miró fijamente la cara de su hija.

—Si te digo que es porque todos están muy ocupados trabajando, ¿me creerías?

Kelsey pensó que ocurría algo serio.

—Bueno, nunca has mentido sobre nada, así que supongo que debería hacerlo —contestó, haciendo una pausa para analizar a su madre con la mirada.

Kate Marlowe parecía agotada, exhausta. Jamás la había visto en aquel estado.

—Estás mintiendo, ¿no es así?

Sorprendida, observó como su madre se ruborizaba. También era la primera vez que la veía hacerlo y se sintió muy intranquila.

—No quería disgustarlos —confesó Kate.

—¿Pero no te importa disgustarme a mí?

Todavía aturdida por las noticias que le había dado el médico, Kate eligió cuidadosamente las palabras.

—Claro que me importa, pero sé que puedo contar contigo. Eres una mujer.

Impresionada, Kelsey se quedó mirándola. Durante la mayor parte de su vida había luchado para que los Marlowe la consideraran otra cosa que no fuera «una niña pequeña» o «la bebita de la familia». Le habría enorgullecido aquel avance si no hubiera sido por la intranquilizadora sensación de que algo marchaba mal.

Miró al agente de policía que había a los pies de la cama de su madre. Se preguntó por qué seguía allí. Pensó que tal vez ya había puesto bastantes multas aquel día y que no tenía otra cosa mejor que hacer. Estuvo a punto de preguntarle. Nunca había tenido mucho tacto, a diferencia de Kate.

Pero, por el bien de su madre, se forzó en ser educada. Y lo logró. Medianamente.

—¿Y usted qué tiene que ver con todo esto? —le preguntó al joven.

—Kelsey —le reprendió su progenitora.

El agente levantó una mano en dirección a Kate para indicarle que no le importaba que le preguntara.

—No pasa nada, Kate.

—¿Kate? —repitió Kelsey, enfurecida. Odiaba a aquéllos que debido a su cargo trataban con condescendencia a las personas que consideraban inferiores a ellos—. Para usted, ella es la señora Marlowe.

—¡Kelsey! —volvió a reprenderla su madre más severamente—. Lo siento, Morgan, mi hija tiende a exaltarse un poco en determinadas ocasiones.

—Hija —repitió él, impresionado—. Al verla, pensé que era tu hermana.

Kelsey se preguntó qué esperaba ganar aquel policía al halagar a su madre. Era cierto que a ésta le rodeaba un áurea de juventud, siempre había sido igual, y que no aparentaba la edad que tenía. Pero aquello no cambiaba el hecho de que pensara que aquel hombre no tenía buenas intenciones. Tenía aquel presentimiento. Aunque, fuera lo que fuera, no iba a salirse con la suya. Por lo menos no mientras ella estuviera alrededor.

—Gracias por el cumplido —dijo Kate—. Pero, aun así, quiero disculparme por el comportamiento de mi hija —añadió, entrelazando de nuevo los dedos con los de Kelsey—. No pretende ser grosera. Simplemente está disgustada.

—No pasa nada. Me enfrento a situaciones como ésta frecuentemente —aseguró Morgan, girándose para mirar a Kelsey—. Sólo que normalmente no con gente tan guapa como su hija.

Kelsey percibió un leve acento en la voz de aquel hombre. Con el esnobismo que caracterizaba a los Californianos, pensó que obviamente era de fuera.

—Los halagos no van a hacerle ganar nada —informó con frialdad, colocándose las manos en las caderas—. Ahora, de una vez por todas, ¿por qué está aquí?

Morgan miró a Kate. La madre era mucho menos combativa que la hija. —Simplemente estoy asegurándome de que su madre está bien.

Kelsey miró entonces a su madre.

—Entonces sí que pasó algo —comentó, tomando ambas manos de Kate entre las suyas. Ignoró por completo la presencia del policía—. Mamá, ¿qué ocurre? Cuéntame —suplicó—. ¿Qué ha ocurrido y por qué está este policía a tu alrededor como un ángel de la guarda deslustrado? ¿Has sufrido un accidente?

Kate se enderezó para acariciar la mejilla de su hija.

—Casi —confesó—. Pero ya estoy bien.

Kelsey miró al agente de policía con expectación. El joven no la decepcionó.

—Su madre empotró su vehículo contra un seto junto a University Drive.

Kate era una excelente conductora. Había enseñado a conducir a sus cinco hijos. Aquello no tenía ningún sentido.

—¿A propósito?

Kate intentó encontrar la manera de explicarle a Kelsey lo ocurrido sin disgustarla mucho.

—Me desmayé.

El miedo se apoderó de su hija, que comenzó a imaginarse una multitud de funestos escenarios.

—¡Mamá! —exclamó, mirándola de arriba abajo en busca de alguna herida.

Pero, aparte de la increíble palidez de su piel, algo característico de ella, Kate Marlowe aparentaba estar tan saludable como siempre. Simplemente un poco aturdida.

—Está bien, cariño. Todo ha pasado —tranquilizó a su hija—. El agente Donnelly ha sido muy amable y acudió a mi rescate. Insistió en traerme al hospital en vez de que nos quedáramos allí a la espera de una ambulancia.

El enfado y el afán protector de Kelsey se disiparon al oír aquello. Se sintió vulnerable y desarmada. Para empeorar la situación, sabía que debía disculparse.

—Gracias —ofreció tan amablemente como pudo—. Siento haber sacado conclusiones equivocadas. Es sólo que cuando lo vi aquí con mi madre… de pie sobre ella… yo…

Morgan le indicó con la mano que dejara de disculparse. La hija de Kate parecía sentirse demasiado incómoda.

—No hay necesidad de disculparse. Si le hace sentir mejor, debe saber que estaba siguiendo a Kate para ponerle una multa. Estaba conduciendo de manera errática por la carretera. Lo primero que pensé fue que estaba bajo los efectos del alcohol o las drogas.

El temperamento de Kelsey volvió a apoderarse de ella sin que pudiera evitarlo.

—¿A las diez de la mañana?

—Oh, le sorprendería las cosas que se ven.

Kelsey no se molestó en contestar. En vez de ello, se dirigió a su madre.

—No estarás tomando ninguna medicación nueva, ¿verdad? —le preguntó.

Había dejado la casa paterna hacía tres meses y había estado muy ocupada arreglando todo en su nueva vida. Ya no estaba tan al corriente como antes de la vida cotidiana de sus padres. Se sintió muy mal por ello. Tal vez si todavía estuviera viviendo con sus progenitores…

Kate se rió con dulzura.

—Pareces el médico de guardia —comentó, explicándole a continuación lo mismo que le había dicho al doctor—. No, no estoy tomando medicación, ni tengo fiebre. No hay explicación. Sólo me había desmayado una vez en la vida y fue cuando me quedé embarazada de ti.

—Bueno, entonces…

Kelsey dejó de hablar abruptamente. Se quedó muy impresionada. Su madre no estaba… No, no podía ser.

—Tal vez ha sido algo que has comido.

Kate apretó los labios mientras asentía con la cabeza.

—Quizá —concedió sin ningún tipo de convicción en la voz.

Su hija respiró profundamente.

—Entonces, ¿puedo llevarte ya a casa?

Pensó que cuanto antes sacara a su madre del hospital, antes se sentirían mejor las dos. Kate estaba deseando marcharse de allí. Miró hacia el pasillo.

—En cuanto el médico me dé el alta.

Kelsey miró a su alrededor, pero el único personal del hospital que vio fueron enfermeras.

—¿Y a qué está esperando el médico?

—Ha dicho que quería examinar el resultado de algunos análisis y de la radiografía que me ha hecho —contestó Kate.

Kelsey no supo si fue su imaginación o si su madre estaba dándole evasivas. Miró al imperturbable policía que tenía delante.

—Bueno, ya no tiene sentido que me quede por aquí durante más tiempo. Todavía estoy de servicio —le dijo él a Kate—. Cuídate —añadió, mirando de reojo a Kelsey. Comprobó su mano izquierda—. Usted también, señorita Marlowe.

Tras decir aquello, se giró. Estaba a punto de marcharse cuando el médico de guardia, el doctor Samuel David, se acercó a ellos. Al ver al médico, decidió quedarse por allí unos minutos más.

El doctor David sonrió a su paciente. No mostró ninguna curiosidad por la joven que la acompañaba.

—Señora Marlowe, hemos confirmado nuestras sospechas.

—¿Sospechas? —repitió Kelsey.

—Sobre el motivo del desmayo —contestó el médico, que pareció darse repentinamente cuenta de la presencia de Kelsey. Miró a Kate y después a la hija de ésta—. Dios mío, son iguales.

—Lo tomaré como un cumplido —dijeron Kate y Kelsey al mismo tiempo. Entonces se rieron. Durante un breve momento, la tensión que ambas estaban sintiendo se disipó.

—Desde luego —concedió el doctor David—. Bueno, con respecto al diagnóstico…

A Kelsey se le aceleró el corazón. Le suplicó a Dios que no fuera nada malo.

—¿Es algo serio? —preguntó, mirando al médico.

—Depende de cómo lo consideren —contestó el doctor David—. Personalmente, yo creo que es muy serio.

Kelsey volvió a tomar a su madre de la mano. Intentó transmitirle su fortaleza aunque, en realidad, Kate Marlowe siempre había sido la fuerte de la familia.

Contuvo el aliento a la espera de que el médico dijera algo que posiblemente fuera a cambiar la vida de todos para siempre.

—Traer un niño al mundo es algo muy serio —continuó el doctor David, mirando a la madre y a la hija.

—¿Un niño? —gritó Kelsey, impresionada y confundida—. ¿Qué niño? ¿Dónde?

Sin ser consciente de ello, agarró con más fuerza aún la mano de su madre. La apretó tan fuerte que le dolieron sus propios dedos.

—El niño de su madre —contestó el médico, riéndose a continuación—. Creo que el «dónde» se explica por sí solo.

Sintiendo como si el suelo estuviera abriéndose bajo sus pies, Kelsey se quedó mirando a su madre.

—¿Estás embarazada? —le preguntó. Pero entonces, sin esperar a que Kate respondiera, miró de nuevo al médico—. ¿Está embarazada? —quiso saber, incrédula.

El doctor David sonrió con amabilidad y asintió con la cabeza.

—Eso parece.

Kelsey se sintió completamente aturdida.

—Pero no es posible.

—¿Por qué no? —preguntó el policía.

Kelsey no sabía qué le impresionaba más; si el hecho de que su madre estuviera embarazada a los cincuenta años o que aquel demasiado musculoso agente de la ley cuestionara su reacción.

Los ojos le echaron chispas.

—Porque… porque es mi madre y ya tiene cinco hijos. Se suponía que esa parte de su vida ya había pasado —contestó, acercándose al médico—. Doctor, no quiero poner en entredicho su diagnóstico, pero… ¿está seguro de que no ha habido ningún error? Los resultados de los laboratorios frecuentemente se equivocan; tal vez cambiaron los resultados de mi madre por los de otra paciente.

—Es cierto que en ocasiones hay errores —concedió el médico—. Pero me alegra decir que en este hospital hay un muy pequeño margen de error. El Blair Memorial ha sido calificado como uno de los mejores centros sanitarios del país durante los últimos diez años —explicó, centrándose en Kate a continuación—. Está embarazada, señora Marlowe. Tendrá que comenzar de inmediato con los cuidados prenatales. Podría darle el nombre de un doctor excelente…

—Ya tengo uno —respondió Kate, aturdida. Respiró profundamente para intentar tranquilizarse, pero no lo logró. Miró a su hija—. Tu padre va a quedarse impresionado.

—No es el único —respondió Kelsey.

Por mucho que lo intentara, no podía visualizar a su madre embarazada. Había visto fotografías de cuando había estado esperándola a ella, pero de aquello hacía mucho tiempo. Por aquel entonces, Kate había sido más joven de lo que era ella en aquel momento.

Rompiendo la tensión que se había apoderado del ambiente, Morgan se acercó y tomó una mano de Kate entre las suyas.

—Felicidades. Un bebé siempre es maravilloso —dijo con sentimiento.

Kelsey se rió.

—Lo dice un hombre que seguramente nunca ha tenido uno —comentó, preguntándose por qué tenía que expresar su opinión aquel extraño.

Sorprendida, observó que parecía que Morgan iba a responder algo. Pero entonces obviamente cambió de idea. Simplemente asintió con la cabeza ante Kate.

—Buena suerte —le deseó mientras comenzaba a marcharse.

Al darse cuenta de que el médico quería hablar de algunas cosas más con su madre antes de darle el alta, Kelsey se apartó a un lado.

El policía se había alejado ya cierta distancia, pero repentinamente ella recordó algo.

—Espere —le pidió a Morgan, apresurándose en acercarse a él—. Agente Donnelly, ¿no es así?

Morgan se detuvo y se giró.

—Morgan —la corrigió. Normalmente le gustaba que las cosas fueran muy formales pero, en aquel caso, sintió la necesidad de comportarse con más naturalidad.

—Está bien, Morgan —repitió ella, inclinando la cabeza—. ¿Dónde está el coche de mi madre? No pediste que se lo llevara la grúa, ¿verdad?