Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2000 Annette Broadrick. Todos los derechos reservados.

DESTINADOS A AMARSE, Nº 4 - mayo 2012

Título original: Callaway Country

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2006

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-0112-7

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Prólogo

Unas nubes negras oscurecieron el cielo, ocultando la tenue luz de la luna. Un silencio agorero cundió en la pequeña ciudad fronteriza de Texas, sólo roto de vez en cuando por el ladrido de algún perro.

Las estrechas calles estaban vacías. Todo el mundo dormía en sus diminutas casas erigidas en el acantilado próximo al Río Grande, el río que separaba Texas de México.

Una repentina explosión rasgó la somnolienta atmósfera y sacudió el ambiente pacífico de aquella pequeña comunidad. El fuego comenzó a arrasar una enorme fábrica y su almacén en las afueras de la ciudad. Las llamas coloreaban la noche de un naranja fantasmagórico.

La gente salió corriendo para intentar salvar lo que se pudiera del único negocio del pueblo, un negocio que mantenía a toda la población. Pero pronto se dieron cuenta de que no podían hacer otra cosa que observar cómo la fábrica, junto con su futuro, se esfumaba en el aire entre nubes de humo negro.

Al mismo tiempo que se quemaba la fábrica en la frontera, hubo otra explosión en un edificio de oficinas en el centro de Dallas, una tercera en una plataforma petrolífera en el Golfo de México y una cuarta en un depósito de petróleo al este de Texas.

Lo único que todos esos lugares tenían en común era que formaban parte de Callaway Enterprises, un conglomerado de empresas propiedad de la familia Callaway.

El mensaje estaba muy claro: alguien había declarado la guerra a los Callaway.

Capítulo Uno

Cuando la familia decidía organizar una fiesta, lo hacía a lo grande, pensó Clay Callaway mientras se detenía en la puerta del salón de baile del hotel Anatole.

Al fin y al cabo, así era como hacían las cosas los texanos.

Todo resplandecía, desde las enormes lámparas con sus colgantes de cristal hasta los cientos de diamantes y otras piedras preciosas que lucían las elegantes mujeres que habían acudido a la cena benéfica en Dallas, Texas.

La fiesta tenía el objetivo de hacer saber a todo el mundo que la familia estaba unida. Siempre que había algún problema, los Callaway se juntaban y se cubrían las espaldas.

Esa noche era el comienzo de la batalla.

Clay observó a varios miembros del clan estratégicamente colocados en las mesas dispuestas por toda la estancia para codearse con la élite social, política y empresarial del país. También había rostros famosos del mundo del entretenimiento.

Clay no se habría imaginado que podría asistir, pero alguien con muchas influencias había logrado sacarlo de su misión de los Comandos Especiales. El día anterior había recibido órdenes de viajar a Texas y estar disponible para la presente noche. Él había logrado llegar a tiempo después de un gran esfuerzo y estaba un poco molesto ante el brusco cambio en su misión. Pero no porque no quisiera responder cuando se le necesitara; una vez que había conocido los problemas que tenía la familia, estaba deseando hacer todo lo posible por ayudar a resolverlos.

Lo que lo incomodaba era que las circunstancias habían conspirado contra él al obligarlo a regresar al hogar de su infancia. Él había logrado evitar acercarse allí durante años. Allí había demasiados recuerdos esperándolo para abalanzarse sobre él y había logrado evitarlos… hasta ese momento.

Clay reconocía su cobardía al no haber querido acudir solo a la fiesta.

–Menuda colección de amigos tiene tu familia –comentó su cita en voz baja.

Clay miró a Melanie Montez y sonrió. Ella no sabía lo agradecido que le estaba de que hubiera aceptado su repentina invitación a acompañarlo esa noche. Ella era una mujer hermosa y sexy sin proponérselo, así que esa noche, que se lo había propuesto, estaba despampanante. Desde luego, él llevaba demasiado tiempo sin estar con una mujer, pero Mel le haría cuestionarse el celibato a un santo… y él no era ningún santo.

Clay deseó estar tan entusiasmado como ella. Al menos, Mel sería una forma de lo más agradable de cerrar la noche.

Melanie y él se habían conocido dos años antes en Estambul. Él estaba de permiso de fin de semana y ella tenía un pequeño papel en una película que se rodaba allí. Se alojaban en el mismo hotel. Cuando descubrieron que los dos eran de Texas, entablaron conversación hasta construir entre ellos una amistad que él valoraba como un tesoro.

Como ninguno de los dos tenía mucho tiempo libre, les resultaba difícil verse. Así que, en cuanto él había recibido las órdenes de viajar a Texas, había localizado a Mel a través de su agente y había sentido un gran alivio cuando ella había accedido a acompañarlo.

La gente que sólo la conocía por su profesión nunca creería que Melanie podía tener un amor platónico con un hombre. Ella le había dejado muy claro a Clay desde el principio que no le interesaba una aventura fugaz. No tenía ninguna intención de convertir en pública su vida personal.

Él disfrutaba con su compañía, su inteligencia, su incisivo sentido del humor y su habilidad para reírse de sí misma mientras al mismo tiempo usaba su imagen sexy para construirse una carrera.

A él tampoco le interesaba una aventura y no tenía tiempo para poder mantener una relación estable. Sin embargo, le había propuesto a Mel reservar una habitación en el hotel durante el fin de semana y ella había aceptado, lo cual era buena señal.

Clay sentía que estaba preparado para dar un paso más en aquella relación e interpretaba que, si ella había aceptado su invitación, también estaba dispuesta.

–No me perdería esto por nada del mundo –comentó ella con los ojos brillantes.

–Me alegro de haberte tentado a venir –replicó él con una sonrisa.

Ella se giró hacia él y le acarició la mejilla.

–Tú eres toda la tentación que necesito, aunque no debería decírtelo o se te subirá a la cabeza.

Él le tomó la mano y se la besó lenta y seductoramente. Algo captó la atención de ella cuando apartó la mirada de los ojos de Clay.

–¿Aquél de allí no es Cole Callaway? –preguntó Melanie haciendo una seña hacia el hombre alto y canoso que daba la bienvenida a la fiesta.

A Clay le resultó muy divertido su asombro reverencial. Su tío siempre causaba ese efecto.

–Sí, señorita, lo es. El tío Cole es la cabeza del clan. Y la mujer que hay a su lado es su mujer, Allison.

–¿Ésa es Allison Álvarez, la famosa escultora? Parece muy joven para llevar tanto tiempo siendo famosa.

–Le encantará saber que piensas así –comentó él y la condujo a la fila de personas que esperaban el besamanos.

Melanie rió alegremente y varias personas de la fila se giraron hacia ellos.

–Ni se te ocurra ponerme en una situación incómoda diciéndoselo, Clay. ¡Me prometiste que te portarías bien!

Clay intentó poner cara de inocente aunque sabía que ella no se lo iba a creer.

–¿Eres consciente de que vas a conocer a mis padres esta noche? –le preguntó él en tono burlón–. Estoy seguro de que mi padre querrá saber cuáles son tus intenciones hacia mí.

Ella le guiñó uno de sus deslumbrantes ojos verdes.

–Entonces tendré que confesarle que son muy deshonrosas –respondió ella haciéndolo reír.

La pareja delante de ellos terminó de saludar y Clay se encontró de frente con Cole, que le sonrió.

–Me alegra ver que estas divirtiéndote, Clay –lo saludó Cole estrechándole la mano–. Y también me alegro de que hayas podido venir esta noche.

–Me parece que tú no dudabas de que fuera a venir, ¿verdad?

Cole sonrió.

–Tenemos que reunirnos un rato cuando acabe la fiesta… si puedes dedicarnos un momento –señaló su tío lanzando una mirada a Melanie.

–Por supuesto que sí, tío. Lo estoy deseando –contestó Clay y acercó a Melanie hacia sus tíos–. Os presento a Melanie Montez. Mel, éstos son mis tíos, Allison y Cole Callaway.

Allison sonrió y le estrechó la mano a Melanie.

–Me alegro mucho de conocerla. Creo que usted es de Texas, ¿no es así?

Melanie asintió.

–Sí, de un pueblecito del sur del que nadie ha oído hablar.

–Qué suerte contar con su presencia esta noche. Tengo entendido que va a estrenar una película dentro de pocas semanas –comentó Allison.

Clay observó maravillado cómo su tía lograba que otra persona más se abriera a ella. Allison nunca dejaba de sorprenderlo. Cole era afortunado de tenerla a su lado.

Clay abrazó a Mel por los hombros.

–Estoy hambriento. Busquemos una mesa y acabemos con el bufé.

Allison rió.

–Creo que tu madre espera que te sientes con ellos –le dijo señalándole una mesa en mitad de la sala.

–Fabuloso –comentó él y tomó a Mel de la mano–. Vayamos a la mesa, compañera. Espero que estés preparada para esto.

–Si no te conociera, diría que estás nervioso de volver a ver a tus padres –señaló ella entre risas mientras se dirigían al centro del salón.

–Nervioso exactamente, no. Es sólo que llevan años intentando que venga a casa y hasta ahora no lo he hecho. Normalmente quedo con ellos en algún otro lugar durante sus viajes.

–¿Así que los va a sorprender verte aquí esta noche?

Él rió pero sabía que sonaba forzado.

–Parece que yo soy el único sorprendido –dijo volviendo la vista hacia Cole–. A veces se me olvida lo poderosa que es esta familia.

Cody, el padre de Clay, se puso en pie cuando los vio acercarse a la mesa. Sonreía ampliamente.

–Me alegro de que hayas podido venir, hijo –le dijo dándole un gran abrazo–. No sé por qué, pero esperaba verte de uniforme.

–En el aeropuerto he aprovechado para afeitarme y ponerme el esmoquin. Te aseguro que no te hubiera gustado verme cuando me he bajado del avión hace un rato –le dijo y luego abrazó a su madre, Carina–. Es increíble, mamá, cada año pareces más joven.

Les presentó a Melanie.

–A las hermanas de Clay les va a hacer mucha ilusión conocerte, Melanie. Deben de estar al llegar –dijo Carina y lanzó una mirada a Clay que lo dijo todo–. No sabíamos que Clay te conocía.

Con una elegancia de lo más loable, Melanie rió y respondió:

–Sólo soy uno de sus muchos oscuros secretos, ¿no lo sabían?

Clay supo que era el momento de cambiar de tema.

–¿Habéis pasado por el bufé? –les preguntó a sus padres.

–No, estamos esperando a que no haya tanta gente en la fila –contestó Carina.

–Es evidente que no os habéis saltado tantas comidas como yo para llegar aquí –replicó Clay y se dirigió a su acompañante–. ¿Qué te parece, Mel? ¿Crees que puedes obligarte a comer algo?

Ella lo amenazó con el puño en broma y luego se giró hacia sus padres.

–Veamos si esta bestia se calma comiendo, ¿no les parece? –dijo y precedió a Clay hacia el bufé dándole la oportunidad de admirar su fabulosa figura envuelta en un vestido rojo pasión que resaltaba cada una de sus curvas.

Se colocaron en la fila del bufé y Clay le acarició la espalda.

–¿Te he dicho lo exótica que estás con este vestido? –le susurró al oído.

Ella se apoyó ligeramente en él y giró la cabeza para encararlo.

–Empezaba a pensar que no te habías dado cuenta –contestó con una sonrisa picante.

–Puede que esté bajo los efectos del jet lag, pero no estoy muerto.

–De eso ya me he dado cuenta –señaló ella frotándose levemente contra él.

Él soltó una carcajada.

–¿Hace cuánto que no nos veíamos?

–No llevo la cuenta, pero algo así como ocho meses, cuatro días… y seis horas y media –respondió ella.

–Desgraciadamente van a pasar algunas horas más hasta que podamos estar a solas. No sé cuánto tiempo durará la reunión de esta noche.

–Debe de ser importante para tu tío que la reunión sea esta noche.

–Desde luego que sí –afirmó él–. Si no, Cole no se hubiera tomado tantas molestias para traerme aquí.

–Te estaré esperando, ven cuando puedas –dijo ella.

Él sonrió y le rozó los labios con un dedo.

–Cuento con ello.

Desde un extremo del salón, Pamela McCall contemplaba a la multitud y deseaba estar en cualquier otro lado salvo en aquella fiesta benéfica. Le resultaba extraño estar de nuevo en Texas junto a muchos de los electores de su padre.

Ella siempre había evitado la vida política, de la que su padre formaba parte desde hacía años, pero había respondido a la invitación por lealtad hacia los Callaway, sobre todo hacia Carina y Cody. Su niñez hubiera sido muy solitaria de no haber sido por Carina, que cubrió el vacío dejado por la madre de Pam al morir.

Pam sabía que acudir a la fiesta era una forma de devolverles algo de lo que ellos habían hecho por ella, independientemente de que le gustara estar allí o no.

Aparentemente, la fiesta se ofrecía para recaudar dinero para varios proyectos de caridad, pero cualquiera que conociera a los Callaway sabía que esa reunión era una declaración de la familia: «Nadie puede con nosotros».

Su padre, un senador de Estados Unidos por Texas, había enviado a uno de los miembros de su gabinete, Adam Redmond, para que la acompañara esa noche. Pam siempre había luchado por mantener su independencia frente a su dominante padre, pero no tenía por qué ser brusca con Adam, que era un tipo agradable; era alto, de piel oscura, guapo y encantador… y sólo los más cercanos a él sabían que era homosexual.

Adam era además un buen amigo suyo. Pam lo miró y sonrió.

–Me alegro mucho de que estés aquí, Adam. Hubiera sido horrible venir a algo así sola.

–Creía que conocías a algunas de estas personas, sobre todo a los Callaway –comentó Adam.

–Y los conozco. De hecho, prácticamente me crié con los hijos de Carina y Cody desde la escuela primaria. Sus hijas son como mis hermanas –le explicó ella mientras observaba detenidamente a los asistentes–. Por cierto, todavía no las he visto y… ¡oh, no!

–¿Hay algún problema?

Pam intentó quitar importancia al momento.

–Realmente no. Sólo que no esperaba verlo a él aquí esta noche –contestó ella colocándose de espaldas a la sala y mirando a Adam.

Adam rió.

–¿Y ese «él» no tiene nombre?

Pam recurrió a su sentido del humor para conservar su equilibrio emocional.

–Disculpa –dijo forzando una sonrisa–. Se llama Clay Callaway, es el único hijo varón de Carina y Cody.

–¿Y por qué no esperabas que acudiera esta noche? Antes has dicho que esta noche los Callaway quieren demostrar lo unidos que están.

Pam sacudió la cabeza. No quería hablar de Clay Callaway con nadie, ni siquiera con alguien tan comprensivo como Adam. Debería haberse imaginado que él acudiría a la fiesta, pero después de mucho años sin saber nada de él, había logrado sacárselo de la cabeza. O eso era lo que ella se creía.

Los doce años desde la última vez que se habían visto parecieron desvanecerse mientras ella daba cuenta de los cambios que él había experimentado. Entonces él tenía diecinueve años. Ahora era puro músculo, todo un hombre adulto.

Pam cerró los ojos un instante. Verlo después de todo ese tiempo no iba a suponer un problema; ella no permitiría que supusiera un problema.

–¿Quién es él? –le preguntó Adam al ver que ella no reaccionaba.

Pam hizo una seña hacia la mesa del bufé.

–¿Ves al hombre junto a la despampanante rubia del vestido rojo? Ése es él.

–Vaya, vaya. Forman una pareja muy atractiva –comentó Adam.

Pam observó a Clay y a su cita apartarse del bufé con los platos llenos y dirigirse a una mesa en la que ella no había reparado antes. Carina y Cody estaban allí sentados, lo que significaba que ella tendría que acercarse allí en algún momento de la noche a saludarlos. Bebió otro sorbo de champán y decidió posponer ese encuentro lo más posible.

–¿Estás lista para ir a por algo de comer? –le preguntó Adam varios minutos después.

Con una renovada determinación de divertirse, Pam le sonrió agradecida.

–Por supuesto. Vayamos allá.

Después de comer más de la cuenta, a Clay lo invadió una sensación de sosiego. El hecho de que rellenaran la copa cada vez que la vaciaba un poco contribuía a ese estado de placidez. Melanie y él bailaron varias veces antes de que algún otro hombre le pidiera salir a bailar.

Clay sonrió con aquiescencia y se sentó junto a su madre, que acababa de regresar del tocador.

–Pareces molesta –le comentó él en voz baja–. ¿Algo no marcha bien?

–No es eso. Es sólo que algunas veces me enfurezco por cómo funcionan las cosas.

–¿Como cuáles?

–Acabo de encontrarme con Katie. ¿Sabes que ese canalla de Arthur Henley sigue haciéndoselo pasar mal aunque llevan seis meses divorciados?

–¿Te refieres a Katie la hija de Cole?

–Sí.

–No sabía que se había divorciado. ¿Cómo sucedió?

–Ella descubrió por fin que él derrochaba el dinero a espuertas, que tenía amantes, que cometía muchos errores en su trabajo. En cuanto ella le pidió el divorcio, Cole lo despidió porque muchas de sus decisiones como gerente habían costado millones a la compañía –dijo ella y bebió un sorbo de su copa–. Arthur acusó a Katie de haber perdido su trabajo. Supongo que se consideraba alguien invencible por la forma en que vivía y su forma detestable de comportarse. Seguramente nunca pensó en que Katie podría hartarse un día de su comportamiento y abandonarlo.

Y por lo que acaba de contarme ella, él está haciendo todo lo posible por acosarla, molestarla o intentar ganarse su simpatía.

–¿Y por qué se casó con él?

–Ya conoces a Katie. Entre sus ganas de vivir y su necesidad de cuidar de todo el mundo con quien se encuentra, se metió de lleno en su idea de ayudar a Arthur a desarrollar todo su potencial. Hay que admitir que el hombre es encantador cuando quiere serlo, y muy inteligente. Se centró en alimentar la debilidad de ella de sentirse necesitada y le mostró a un hombre valiente que se esforzaba por superar su pasado de pobreza. Te juro que quería que Katie se sintiera culpable porque él hubiera nacido en una familia pobre. Recuerdo que ella lo excusaba todo el rato. Pero con el tiempo, incluso nuestra optimista Katie tuvo que rendirse. Antes o después, cada uno tenemos que responsabilizarnos de nosotros mismos en lugar de echarles la culpa a los demás.

–¿Qué edad tienen ahora Trisha y Amber?

La expresión de Carina se suavizó.

–Tienen cinco años y son absolutamente adorables. Me recuerdan a Katie cuando tenía su edad, están tan llenas de vida…

–¿Y dónde está Katie ahora? –preguntó él echando un vistazo a su alrededor.

–Creo que está sentada con sus padres. La he encontrado llorando en el tocador. Seguramente Arthur se ha pasado por aquí el tiempo suficiente para alterarla e intentar arruinarle la noche, y luego se ha marchado. Ella estaba furiosa por haberse dejado afectar tanto por él –dijo y la vio moviéndose entre las mesas–. Ahí va.

Clay se excusó de la mesa y fue al encuentro de su prima. Llevaba muchos años sin verla. Se le había oscurecido ligeramente el pelo a un caoba claro y sus hermosos ojos ya no tenían la chispa de antaño. Él no conocía a Arthur Henley, pero se le atravesó por haberle hecho sufrir a Katie.

–Hola, prima, ¿te apetece bailar? –le preguntó acercándose a ella.

Katie, que parecía diez años más joven de los cuarenta que tenía, lo miró sorprendida.

–¿Clay? ¡Madre mía, no puedo creerlo! Has crecido mientras yo me he girado un momento.

Él la condujo a la pista de baile.

–Me alegro de verte de nuevo, Katie. ¿Dónde estás viviendo ahora?

–En Austin.

Él se sorprendió al tomarla entre sus brazos y darse cuenta de que era muy menuda; aunque llevaba zapatos de tacón, apenas le llegaba a él por el hombro.

–Estás muy guapa esta noche. El negro resalta tu belleza natural –dijo él.

Era cierto. Su piel clara, ojos ámbar y pelo pelirrojo destacaban más a causa del vestido negro.

Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

–Eres bueno para mi ego, Clay –susurró ella y desvió la mirada.

–No puedo creer que las gemelas ya tengan cinco años. Recuerdo cuando nos anunciaste su nacimiento. Supongo que he estado fuera más tiempo del que me parece. Quizá vaya a verlas esta vez.

Ella lo miró sorprendida.

–¿No tienes que regresar a tu misión enseguida?

–Tengo un permiso de treinta días, así que estaré por aquí unas cuantas semanas.

Ella sonrió ampliamente.

–¡Perfecto! Entonces, ¿por qué no nos haces una visita la semana próxima? A las niñas les encantará verte.

Él quería preguntarle por Henley, pero decidió que no era el momento adecuado. En lugar de eso, mantuvo una conversación alegre y superficial. Para cuando terminó el baile, Katie reía y en sus ojos se adivinaba algo del brillo de antes.

Él la acompañó a la mesa donde estaban sus padres, hizo una reverencia y le dio las gracias por el baile de forma muy teatral, haciéndola reír de nuevo. Luego regresó a su mesa.

Melanie estaba bailando de nuevo. Clay vio a su padre enfrascado en una conversación con un hombre y le tendió una mano a su madre.

–¿Quieres bailar?

Ella sonrió.

–Ya estás ocupándote de las mujeres olvidadas de sus maridos, ¿verdad? –dijo ella poniéndose en pie y apoyando su mano en la de él–. Me encantaría bailar.

Él la llevó a la pista y dieron una vuelta entera bailando antes de que ella hablara de nuevo.

–¿Sabes cuánto tiempo vas a quedarte esta vez?

Él se encogió de hombros.

–Oficialmente tengo un permiso de treinta días, pero sé que si estoy aquí es por algo. Voy a reunirme con Cole esta noche y seguramente me dirán lo que se espera de mí.

–Están todos muy preocupados, Clay. Y no están muy seguros de en quién pueden confiar. Quien sea que está detrás de esos ataques tiene dinero y poder. Tu padre cree que seguramente tendrán compradas a las autoridades.

–¿Y yo cómo puedo ayudar?

–Tu padre dice que en el ejército has desarrollado unas habilidades de lo más útiles que ayudarán a descubrir quién está detrás de estos ataques. Una vez que tengamos eso, Cole se ocupará de todo a partir de entonces.

–Voy a hacer todo lo que pueda, ya lo sabes. Siento curiosidad, ¿por qué no se lo pidió a su propio hijo? Clint ha trabajado en operaciones clandestinas y tiene más experiencia que yo en este tipo de investigaciones.

Ella sonrió.

–No lo sé. Tendrás que preguntárselo a Cole.

Una mujer que bailaba cerca de ellos llamó la atención de Clay: era alta y se movía con gran elegancia. El vestido color plata de cuello alto y manga larga que llevaba era provocativo en su simplicidad porque resaltaba las curvas perfectas de la mujer. Ella tenía el pelo rubio sujeto en un moño clásico que favorecía mucho a su bello rostro.

A Clay le pareció una princesa.

De pronto ella miró hacia él. Él sólo conocía a una persona con aquellos ojos tan azules que parecían púrpura… Sus peores temores acababan de confirmarse: ella había acudido a la cena benéfica. Él debería haber supuesto que estaría allí, pero no lo había hecho y no estaba preparado para encontrársela de pronto después de tantos años.

De adolescente, era atractiva; de adulta, era una mujer despampanante.

–¿Qué está haciendo aquí Pamela McCall? Yo creía que estaba demasiado ocupada con su vida social en Washington –comentó Clay y buscó con la mirada por la sala–. ¿Ha venido también su padre?

Clay observó al hombre que bailaba con ella: era tan oscuro de piel como ella clara. Formaban una pareja muy atractiva. Aunque eso a él le daba igual, por supuesto.

–Creo que el senador no ha podido acudir. Allison comentó que mandaba disculpas.

–Y ha mandado también a su hija. ¿Ése es su marido?

Carina miró hacia la pareja.

–No lo creo. No me suena que se haya casado.

–¿Por qué no me sorprende? –murmuró él girándose para no mirar en la dirección de Pam.

–Eso sucedió hace mucho tiempo, Clay –le dijo su madre con voz suave–. ¿No crees que ya es hora de perdonarla? Ahora los dos sois personas diferentes.

Clay casi no la oyó, el corazón le latía con tanta fuerza que lo ensordecía.

–Tienes razón –respondió él intentando controlar sus emociones–. Ella no significa nada para mí.

–Kerry y ella han sido amigas desde que eran unas niñas. Sé lo duro que es para ti que…

–No te preocupes, mamá, estoy bien –dijo él–. Bueno, cuéntame qué habéis hecho papá y tú desde que os vi en noviembre.

Durante el resto del baile él se concentró en la conversación de su madre e ignoró al resto de gente de la sala. Cuando terminó, Clay acompañó a Carina a la mesa. Melanie se había sentado momentos antes. Él se sentó a su lado y apoyó el brazo en la silla de ella.

–¿Te estás divirtiendo? –le preguntó él al oído jugueteando con su oreja.

Ella soltó una risita.

–La verdad es que sí. Esta fiesta tiene todos los ingredientes de mis sueños de niña. Codearse con las familias más ricas y famosas de Texas es algo que merece la pena.

Él se irguió.

–Ahora sé por qué te interesaste tanto por mí cuando nos conocimos por primera vez.

Ella parpadeó tímidamente y sonrió.

–Por supuesto, corazón. No me interesó lo guapo que eres ni tu cuerpazo. Lo único que me llamaba la atención era que eras un Callaway, eso alimentaba mis fantasías infantiles.

Él soltó una carcajada.

–Me alegro de saberlo. No me gustaría pensar que estamos dando un paso hacia la intimidad en nuestra relación por alguna razón que no fuera cumplir tus fantasías.

Ella soltó otra carcajada de lo más contagiosa.

–¡Quién iba a decirlo! Y yo que he creído todo este tiempo que eras tú quien estaba interesado en salir conmigo para aparecer en la prensa como mi nuevo amante…

–Maldición, acabas de descubrir mi secreto.

Clay oyó que alguien llegaba a su espalda y vio a su madre sonreírle a esa persona.

–Pamela, siéntate un rato y cuéntanos cómo te va todo. Kerry estaba aquí hace unos momentos. Connor y ella volverán enseguida.

Clay intentó permanecer impasible mientras Pam pasaba por delante de él y se sentaba en la silla vacía entre Carina y él.

–Hola, mamá C. Me alegro mucho de verte de nuevo –saludó Pam con voz ronca y se giró lentamente hacia Clay–. Hola, Clay.

Por lo menos ella no era hipócrita intentando fingir que se alegraba de verlo, pensó Clay.

–Pam, quiero que conozcas a Melanie Montez –comentó él y se giró hacia Melanie–. Ella es Pamela McCall, hija del senador McCall. Es una buena amiga de la familia desde hace años.

Pam sonrió a Melanie.

–Hola. Estoy impresionada de conocerte en persona. Me gusta mucho tu trabajo.

Clay observó a Melanie estudiarla de arriba abajo.

–Gracias –respondió Melanie con una sonrisa.

Clay se dio cuenta entonces de que las dos mujeres se parecían mucho: ambas era rubias, altas y despampanantes. No le gustó la idea de que su atracción hacia Melanie fuera por su parecido con Pam.

–No he tenido oportunidad de bailar aún contigo, ¿te apetece? –dijo Clay extendiendo una mano hacia Melanie y levantándose de su asiento.

Melanie le tomó la mano y se puso en pie.

–Ha sido un placer conocerte –le dijo a Pam y siguió a Clay a la pista de baile–. ¿De qué iba eso?

Clay la apretó contra sí de forma que sus cuerpos se tocaran desde el pecho hasta las rodillas.

–No sé a qué te refieres –contestó él.

Ella se separó ligeramente de él y lo miró a los ojos.

–Qué interesante, es la primera vez que me hablas con evasivas –comentó ella y lo oyó suspirar–. Me refiero a qué ocurre entre la señorita McCall y tú. Entre los dos había una tensión palpable. Si no es asunto mío, dímelo y ya está, pero no finjas que no sabes de qué te hablo.

–Tienes razón. No quería responderte porque ella no es una de las personas a las que más aprecio tengo precisamente. Sin embargo, a mi familia les encanta. Creció como parte de nosotros, yo diría que pasaba más tiempo con nosotros que en su propia casa –contestó él mientras bailaban suavemente–. Y luego, estuvimos saliendo juntos en el instituto hasta que ella me dejó muy claro que no estaba interesada en tener un compromiso conmigo.

–Vaya… Debías de estar muy enamorado o no seguirías dolido con ella hoy en día.

–Entonces yo era un niño. Y para tu información, no me preocupa haberla visto hoy, de veras. No me había acordado de ella en años.

Él supo que eso era mentira en cuanto lo dijo. Se había esforzado por no pensar en ella todo el rato y algunas veces lo había conseguido. Pero estaba decidido a dejar el pasado enterrado.

–Estoy mucho más interesado en el futuro que en el pasado –afirmó con rotundidad, y era cierto.

–Es muy atractiva –murmuró Melanie.

Él le acarició la oreja con la boca.

–Tal vez, pero yo sólo tengo ojos para ti, muñeca.

Pam los observó bailar juntos unos momentos antes de volverse hacia Carina.

–Clay ha cambiado mucho, ¿no? –dijo y supo que se le notaba en la voz lo arrepentida que se sentía.

–El primer amor siempre es difícil de superar. Él logró salir adelante, igual que tú. Fueron tiempos difíciles para vosotros dos.

–Pero es muy evidente que no me ha perdonado.

Pam no comprendía por qué la preocupaba tanto después de tantos años que Clay siguiera considerándola su enemiga, pero lo cierto era que le dolía. En aquel tiempo ella era tan niña y estaba tan absorbida por su propio dolor, que no había sido consciente de las consecuencias de su comportamiento.

–A él le está yendo muy bien, ¿sabes? –comentó Carina señalándolo con la cabeza–. Le encanta su profesión, trabajar en los Comandos Especiales del ejército. No creo que se arrepienta de nada, sólo está así porque no se esperaba encontrarte aquí.

Pam lo observó unos minutos en silencio.

–Quiero que sea feliz. Me imaginé que se quedaría dolido durante un tiempo, pero esperaba que se diera cuenta de que evité que cometiéramos un grave error.

–Decirle a tu prometido la noche antes de la boda que no vas a casarte con él tiene su precio, cariño. Los dos erais demasiado jóvenes, es cierto, pero nadie quiso escucharme entonces. Para Clay fue muy duro. Se recuperó de ello lo mejor que supo –dijo Carina y se la quedó mirando unos instantes en silencio–. Será mejor que dejemos el pasado en su sitio, ¿no crees? Cuéntame qué tal tu trabajo en el FBI y quién es el encantador hombre que te acompaña.

La canción terminó y la banda anunció un descanso.

–¿Sabes cuánto tiempo más necesitamos quedarnos? Estoy muy cansada –comentó Melanie.

–¿Por qué no subes a la habitación? Yo tengo que reunirme con mi tío y no sé cuánto voy a tardar, pero no tienes que quedarte aquí hasta que hayamos terminado.

–Si no te importa, aprovecharé para descansar un rato –dijo ella apoyándose contra él.

Él le dio un beso fugaz.

–Me parece que cuando se me pase esta ola de adrenalina yo también voy a caer rendido.

En los últimos días no he dormido casi nada.

–¿De verdad no te importa?

–No, súbete. Por cierto, ¿qué habitación es? –le preguntó mientras salían del salón de baile.

–Es una suite, como tú querías. La 973. Insiste al llamar a la puerta, por si me he quedado dormida.

–Mejor aún, pediré otra llave en Recepción –le dijo él y la besó de nuevo, esa vez más apasionadamente–. Será divertido despertarte.

Clay la observó dirigirse hacia el vestíbulo. Ojalá pudiera subirse con ella en aquel momento, pero aún tenía que acudir a la reunión. Se giró y regresó al salón de baile decidido a concentrarse en el futuro que esperaba poder construir con Melanie y a borrar el pasado de su memoria.

Capítulo Dos

Cuando Clay regresó al salón de baile, vio que Pam se había marchado de la mesa de su familia y se sintió mucho más tranquilo. Sus hermanas lo recibieron alegremente y el tiempo pasó volando mientras se ponían al día de sus vidas.

–Carina, voy a robarte a tu marido y a tu hijo durante un momento –dijo Cole acercándose a su mesa.

Cody y Clay lo siguieron.

–Siento que la reunión sea a estas horas –se disculpó Cole–, pero el hombre que va a dirigir el grupo acaba de llegar y estaba deseoso de hablar con nosotros unos minutos. Y como vosotros aún estabais aquí, me ha parecido que podíamos celebrar la reunión.

Llegaron a una habitación y Cole la abrió. Al fondo había dos hombres hablando. Clay reconoció inmediatamente a su tío, Cameron Callaway, que era el segundo al mando del emporio Callaway. Fue el otro hombre el que lo hizo detenerse en seco.

Cole entró y se dirigió a la mesa de reuniones.

–Sentaos y dejad que os presente al teniente coronel Sam Carruthers, que está aquí para explicar la razón de esta reunión –dijo y sonrió a Clay, divertido por su expresión de sorpresa–, y también para explicar por qué estás aquí, Clay. Sam, éstos son mis hermanos, Cameron y Cody. Y creo que ya conoces a Clay.

Aunque ninguno de los dos vestía de uniforme, Clay tuvo que esforzarse para no saludar a un oficial superior. ¿Qué demonios estaba haciendo allí ese hombre?

Carruthers los miró uno a uno.

–Antes que nada, quiero disculparme por haber llegado tan tarde –comenzó el militar–. Vengo de una reunión con el subdirector de la CIA, el subdirector de la Agencia de Seguridad Nacional y el general Allred, jefe del Departamento de Inteligencia del ejército. Todos estamos muy preocupados por los problemas que han ocurrido recientemente en varias de sus instalaciones.

Se detuvo un momento y examinó a los presentes.

–Durante los últimos cinco años, una de sus empresas ha estado trabajando en un combustible secreto para el ejército. Por eso nos preocupan los ataques que han sufrido sus instalaciones. Me han designado jefe de la investigación –comentó el coronel y miró a Clay–. Mientras examinaba una lista de posibles hombres a los que escoger para mi equipo, me encontré con su nombre. Lo recordaba de la instrucción en Fort Benning.

Clay nunca olvidaría los entrenamientos en Georgia ni el hecho de que el coronel Carruthers era el instructor más duro de todos.

–Era fácil hacerlo formar parte del grupo y disponerlo todo para enviarlo a su casa –continuó Carruthers–. Supuse que usted querría estar en esta misión, dado que afecta a su familia. ¿Estoy en lo cierto, capitán?

–¡Sí, señor! –respondió Clay.

Carruthers sonrió levemente.

–Me lo figuraba. Claro que eso nos deja con el dilema de por qué ha regresado a casa. No queremos que nadie sepa que está en una misión.

–Estoy de permiso, señor. Como me debían uno, me han dicho que o lo usaba ahora o lo perdía.

–Eso nos servirá –afirmó Carruthers–. Supongo que sobra decirles que nadie debe saber que el Gobierno tiene una investigación privada en marcha, ¿verdad? Estoy seguro de que todos ustedes comprenden que debemos pasar lo más desapercibidos posible. Por tanto, yo también voy a realizar la misión de incógnito, así que durante la investigación me llamarán Sam.

–Sí, señor… digo, Sam –dijo Clay sintiéndose como un tonto al ver sonreír a los demás.