Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Maya Banks. Todos los derechos reservados.

EL BESO DE LA INOCENCIA, N.º 1856 - junio 2012

Título original: Tempted by Her Innocent Kiss

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0171-4

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Llegaba un momento en la vida de todo hombre en el que sabía que había sido cazado. Devon Carter se quedó mirando la sortija de diamantes y supo que el suyo había llegado. Cerró la tapa y guardó el estuche de terciopelo en el bolsillo de su chaqueta.

Tenía dos opciones. Podía casarse con Ashley Copeland y conseguir su objetivo de fusionar su compañía con Hoteles Copeland para crear la mayor y más exclusiva cadena de hoteles del mundo, o podía negarse y perderlo todo. Teniendo en cuenta las circunstancias, sólo podía hacer una cosa.

El portero de su edificio en Manhattan se apresuró a abrirle la puerta mientras Devon se dirigía hacia la calle, donde le esperaba su conductor. Respiró hondo antes de meterse en el coche, y el conductor arrancó.

Esa iba a ser la noche. Era el resultado del cortejo, de incontables cenas y besos que se habían ido volviendo más apasionados. Esa noche, culminaría la conquista de Ashley Copeland, y entonces le pediría que se casara con él.

Sacudió la cabeza al reparar una vez más en lo absurdo de la situación. Personalmente creía que William Copeland estaba loco por obligar a su hija a caer en las fauces de Devon. Había intentado hacer cambiar de opinión al viejo sobre su propósito de que su hija se casara con él.

Ashley era una muchacha muy dulce, pero Devon no tenía interés en casarse. Todavía no. Quizá en cinco años. Entonces, elegiría una esposa y tendría hijos.

William tenía otros planes. Desde el momento en el que Devon se le había acercado, William había mostrado un brillo calculador en sus ojos. Ella era demasiado blanda, demasiado inocente, demasiado… todo, como para ocuparse de los negocios familiares. Estaba convencido de que cualquier hombre que mostrara interés por ella, lo haría para congraciarse con el clan Copeland y su fortuna. William quería que cuidasen a su hija y, por la razón que fuera, estaba convencido de que Devon era la mejor opción.

Así que había incluido a Ashley como parte del acuerdo. ¿La condición? Que Ashley no se enterara de ello. El viejo estaba dispuesto a entregar a su hija, pero no quería que lo supiera. Lo cual quería decir que a Devon no le quedaba más remedio que seguirle aquel estúpido juego. Recordó las cosas que había dicho y la paciencia que había tenido cortejando a Ashley. Era una persona directa y todo aquel asunto le incomodaba.

Ashley iba a pensar que hacían una pareja perfecta. Era una mujer de buen corazón que prefería pasar el tiempo en su fundación para la protección de animales que en los consejos de administración de Hoteles Copeland. Si alguna vez descubría la verdad, no se lo tomaría bien. Y no podía culparla. Devon odiaba la manipulación, y se enfadaría mucho si alguien le hiciera lo que él iba a hacerle.

–Viejo estúpido –murmuró.

El conductor se detuvo frente a un edificio de apartamentos, en el que vivía todo el clan Copeland. William y su esposa ocupaban el ático y Ashley se había mudado a un apartamento más pequeño en otro piso. Entre medias vivían otros miembros de la familia, desde primos a tíos.

La familia Copeland le resultaba extraña a Devon. Se había independizado al cumplir dieciocho años y lo único que recordaba de sus padres era la advertencia de que no se metiera en líos.

Toda la devoción que William mostraba por sus hijos le resultaba rara y le incomodaba. Sobre todo desde que William decidiera tratar a Devon como a un hijo, ahora que iba a casarse con Ashley.

Devon empezó a salir cuando vio a Ashley corriendo hacia la puerta, con una amplia sonrisa en los labios y su mirada encendida al verlo. Él se apresuró para llegar junto a ella.

–Ashley, deberías haberte quedado dentro –dijo frunciendo el ceño.

Ella rio en respuesta. Sus carcajadas sonaron frescas en mitad del sonido del tráfico. Llevaba su melena rubia suelta, sin la horquilla que solía llevar. Tomó sus manos y las apretó mientras le sonreía.

–Vamos, Devon, ¿qué puede ocurrirme? Alex está aquí y está más pendiente de mí que mi propio padre.

Alex, el portero, sonrió a Ashley. Devon suspiró y rodeó a Ashley por la cintura.

–Deberías esperarme dentro y dejar que fuera yo el que te buscara. Alex no puede cuidar de ti. Tiene otros deberes.

–Para eso estás tú, tonto. No imagino que nadie pudiera hacerme daño estando a tu lado.

Antes de que él pudiera responder, unió sus labios a los de él. Aquella mujer no sabía controlarse. Estaba montando un espectáculo.

Aun así, su cuerpo reaccionó a la pasión de su beso. Sabía dulce y resultaba inocente. Se sentía como un ogro por la farsa en la que estaba participando. Pero entonces recordó que Hoteles Copeland sería por fin suyo.

Lentamente, se apartó.

–Este no es sitio, Ashley –la reprendió–. Tenemos que irnos. Carl nos está esperando.

Se quedó seria y durante unos segundos su expresión se tornó triste, pero enseguida volvió a animarse, mostrando una alegre sonrisa en su rostro.

Devon se acomodó en el asiento trasero junto a Ashley y ella enseguida se acurrucó a su lado.

–¿Dónde vamos a cenar hoy? –preguntó ella.

–He preparado algo especial.

–¿El qué? –preguntó, abalanzándose sobre él.

–Ya lo verás.

Oyó su suspiro de desesperación y la sonrisa de Devon se ensanchó. Una cosa a favor de Ashley era que era muy fácil de contentar. Estaba acostumbrado a mujeres que protestaban cuando no se cumplían sus expectativas. Por desgracia, las mujeres con las que solía estar tenían altas y caras expectativas. Ashley parecía contentarse con cualquier cosa. Estaba seguro de que el anillo que había elegido le gustaría.

Ella se acomodó a su lado y apoyó la cabeza en su hombro. Sus espontáneas muestras de afecto seguían incomodándolo. No estaba acostumbrado a gente tan abierta. Cuando se casaran, le diría que contuviera un poco su entusiasmo.

Unos minutos más tarde, Carl se detuvo en el edificio de Devon y salió para abrir la puerta. Devon salió y le ofreció la mano a Ashley para ayudarla.

–Esta es tu casa –comentó ella, enarcando una ceja.

–Así es. Venga, la cena nos está esperando.

Pasó junto a ella por la puerta y se dirigieron al ascensor. Subieron y la puerta se abrió al vestíbulo de su apartamento. Para su satisfacción, todo estaba como lo había planeado.

La iluminación era tenue y romántica. Sonaba jazz de fondo y la mesa estaba dispuesta junto a la ventana, mirando hacia la ciudad.

–¡Oh, Devon! Esto es perfecto.

Una vez más se arrojó a sus brazos y lo abrazó. Cada vez que lo abrazaba, sentía una extraña sensación en su pecho. Se soltó de su abrazo y la llevó hasta la mesa. Le apartó la silla y luego abrió la botella de vino y sirvió dos copas.

–¡La comida sigue caliente! –exclamó ella, tocando su plato–. ¿Cómo lo has conseguido?

–Con mis superpoderes –contestó él sonriendo.

–Me gusta la idea de un hombre con superpoderes para cocinar.

–Alguien me ha ayudado mientras iba a recogerte.

Ella arrugó la nariz.

–Eres muy antiguo, Devon. No había motivo para que fueras a buscarme si íbamos a pasar la noche en tu apartamento. Podía haber tomado un taxi o haberle pedido al chófer de mi padre que me trajera.

Devon parpadeó sorprendido. ¿Antiguo? Lo habían llamado muchas cosas, pero nunca antiguo.

–Un hombre ha de estar pendiente de las necesidades de su chica. Ha sido un placer ir a buscarte.

Ella se sonrojó y le brillaron los ojos.

–¿Lo soy?

–¿Que si eres qué? –preguntó él, ladeando la cabeza mientras dejaba en la mesa la copa de vino.

–Tu chica.

Nunca se había considerado un hombre posesivo, pero ahora que había decidido que se convirtiera en su esposa, había descubierto que lo era.

–Sí, y antes de que acabe la noche, no te quedará ninguna duda de que me perteneces.

Un escalofrío le recorrió el cuerpo a Ashley. ¿Cómo iba a concentrarse en la cena después de semejante afirmación? Devon se quedó mirándola desde el otro lado de la mesa como si fuera a saltar en cualquier comento.

Se sentía como una presa. Era una sensación deliciosa, en absoluto amenazante. Estaba deseando que llegara el momento en el que Devon diera un paso adelante en su relación.

Lo deseaba, a la vez que lo temía. ¿Cómo estar a la altura de un hombre que era capaz de seducir a una mujer con tan sólo un roce y una mirada? Había sido todo un caballero durante el tiempo que llevaban saliendo. Al principio, sólo le había dado besos inocentes, pero con el tiempo se habían vuelto más apasionados.

Otro escalofrío la recorrió por culpa de aquellos pensamientos. ¿Tendría planeado hacerla suya esa noche?

–¿No vas a comer? –le preguntó Devon.

De nuevo, se quedó mirando el plato. Sentía la boca seca y se estremeció expectante. Movió la gamba con el tenedor para mojarla en la salsa, y lentamente se la llevó a los labios.

–¿No eres vegetariana, verdad?

Ella sonrió al ver su expresión, como si la idea acabara de ocurrírsele. Se metió la gamba en la boca y masticó mientras volvía a dejar el tenedor. Después de tragársela, le tomó la mano.

–Te preocupas demasiado. Si fuera vegetariana, ya te lo habría dicho. Mucha gente cree que no como carne por mi vinculación con la asociación de protección de animales –dijo ella y al ver la expresión de alivio de Devon, sonrió de nuevo–. Como pollo y pescado. No me gusta demasiado el cerdo y menos aún la ternera, el foie gras y cosas por el estilo. La idea de comer hígado de pato me revuelve el estómago.

–Tendré en cuenta tus preferencias culinarias para no servírtelas –dijo él con solemnidad.

–¿Sabes una cosa, Devon? –dijo sonriendo–. No eres tan estirado como la gente piensa. Lo cierto es que tienes un gran sentido del humor.

–¿Estirado? –preguntó, levantando una ceja–. ¿Quién piensa que soy un estirado?

Consciente de que había metido la pata, se metió otra gamba en la boca.

–Nadie. Olvídalo.

–¿Alguien te ha prevenido contra mí?

La repentina tensión en su tono de voz hizo que se sintiera incómoda.

–Mi familia se preocupa por mí –contestó Ashley–. Son muy protectores, demasiado –concluyó.

–¿Tu familia te ha dicho que tengas cuidado conmigo?

–Bueno, no exactamente. Desde luego que mi padre no. Él cree que puedes tocar la luna. Mi madre también está de acuerdo con la relación, pero creo que es porque mi padre la aprueba.

Devon se relajó en su asiento.

–Entonces, ¿quién?

–Mi hermano quiere que tenga cuidado, pero has de entender que siempre que he salido con alguien me ha dicho lo mismo.

De nuevo, Devon arqueó una ceja mientras se llevaba la copa de vino a la boca.

–Ya.

–Sí, ya sabes, eres un mujeriego. Tienes una mujer diferente cada semana. Piensa que lo único que quieres es llevarme a la cama.

Ashley sintió que las mejillas le ardían e inclinó la cabeza.

–Parece el típico hermano mayor –dijo Devon–. Y tiene razón en una cosa: quiero meterte en mi cama. La diferencia es que una vez te tenga en ella, vas a quedarte ahí.

Ashley se quedó sorprendida. Él sonrió con aplomo.

–Acaba de comer. Quiero que disfrutes la cena. Más tarde, disfrutaremos el uno del otro.

Siguió comiendo mecánicamente, sin reparar en el sabor. ¿Qué hacían las mujeres en situaciones como aquella? Estaba con un hombre decidido a llevársela a la cama. ¿Debería mostrarse fría o ponerse a la defensiva?

Contuvo la risa. Estaba empezando a perder la cabeza.

Unas manos fuertes la tomaron por los hombros. Ashley echó hacia atrás la cabeza y vio a Devon a su espalda. ¿Cómo había llegado hasta allí?

–Relájate, Ashley –dijo suavemente–. Estás muy tensa. Ven aquí.

Con piernas temblorosas, se puso de pie. Él le acarició la mejilla con un dedo y luego le apartó un mechón de pelo de la frente. Por último, dibujó una línea por su cara hasta llegar a los labios mientras acercaba su cuerpo al de ella.

La rodeó por la cintura con un brazo y con la otra mano la tomó por la nuca. Esa vez, cuando la besó, no hubo la contención que había visto otras veces. El beso fue ardiente y arrollador. ¿Cómo podía un beso provocarle aquel efecto?

Con la lengua rozó los labios de Ashley, suavemente al principio y con más fuerza después, haciendo presión para que abriera la boca. Ella se relajó y se dejó llevar por su abrazo. Oía sus latidos en las sienes, en el cuello y en lo más profundo de su cuerpo. Deseaba a aquel hombre. A veces le daba la sensación de que llevaba toda la vida esperándolo. Era perfecto.

–Devon –susurró–. Hay algo que tengo que decirte, algo que debes saber.

Él frunció el ceño y buscó sus ojos.

–Adelante, cuéntame lo que quieras.

Ashley tragó saliva, pero sintió que el nudo de su garganta había crecido. Nunca había imaginado que fuera tan difícil decirlo y se sintió como una tonta. Quizá no debería decir nada y dejar que las cosas ocurrieran. Pero, no, aquella iba a ser una noche especial y Devon debía saberlo.

–Yo… Nunca he hecho esto –dijo nerviosa, aferrándose a su brazo–. Lo que quiero decir es que nunca he hecho el amor con un hombre. Eres el primero.

Algo oscuro y primitivo brilló en sus ojos. Al principio no dijo nada. Luego, la besó con ansia, devorando sus labios. A continuación se apartó y una expresión de satisfacción asomó a su rostro.

–Me alegro. Después de esta noche serás mía, Ashley. Me alegro de ser el primero.

–Yo también –murmuró ella.

La intensidad de su expresión se suavizó. Se inclinó hacia delante y la besó en la ceja. Se quedó así durante largos segundos antes de tomarla por los hombros.

–No quiero que tengas miedo. Seré muy suave contigo, cariño. Quiero que disfrutes cada momento.

Ella se puso de puntillas y lo rodeó por el cuello.

–Entonces, hazme el amor, Devon. Llevo mucho tiempo esperando por ti.

Ashley se quedó mirando a Devon, sin saber qué hacer. Él no tenía ese problema. Le dio otro beso en la frente antes de tomarla en sus brazos y llevarla hasta el dormitorio principal del apartamento. Ella suspiró y apoyó la cabeza en su hombro.

–Siempre soñé con que me llevaran en brazos a la cama cuando llegara el momento. Seguramente parezco tonta.

–Me alegro de poder cumplir tus fantasías antes incluso de desnudarte.

Ella se sonrojó ante la idea de que la desnudara.

Después de escuchar a muchas chicas en el instituto y en la universidad hablar sobre lo mediocre que habían sido sus primeras veces, Ashley se había prometido que su experiencia sería diferente. Quizá al final había sido demasiado quisquillosa, pero se había empeñado en elegir el momento y el hombre adecuado. Así que estaba contenta porque no podía ser alguien más perfecto que Devon Carter.

La dejó junto a la puerta y ella miró nerviosa a su alrededor. El dormitorio era grande. La cama era enorme también. Parecía hecha a medida. ¿Quién necesitaba una cama tan grande?

–Voy a desnudarte, cariño –dijo él con voz sensual–. Lo haré lentamente. Si te sientes incómoda en algún momento, detenme. Tenemos toda la noche. No hay ninguna prisa.

Su corazón se derritió ante la dulzura de su voz. Parecía paciente y aunque lo agradecía, estaba deseando que se diera prisa.

«Sólo hay una primera vez», se dijo reprendiéndose.

–Date la vuelta para que pueda quitarte el vestido.

Lentamente se dio la vuelta y cerró los ojos, mientras él le apartaba el pelo hacia un lado para abrirle la cremallera. Unos segundos después, el sonido de la cremallera al bajar fue lo único que se escuchó en la habitación.

Ashley se sujetó el vestido sin tirantes justo antes de que cayera. Devon la tomó por los hombros desnudos y la besó en el cuello.

–Relájate.

Era fácil para él decirlo. Seguramente lo había hecho cientos de veces. Aquella idea no le agradaba y se prometió no pensar en cuántas amantes habría tenido.

Devon la hizo girarse y esbozó una sonrisa que la derritió por dentro. Lentamente la hizo soltar el vestido hasta que cayó al suelo, dejándola en bragas.

Se sonrojó. ¿Por qué no se había puesto un sujetador sin tirantes? Se sentía como una fresca por no llevar nada, pero tampoco tenía tanto pecho y el vestido le sentaba como un guante.

Tampoco sabía que la iba a seducir esa noche. Lo había deseado todas las veces que Devon la había invitado a salir, pero había dejado de predecir cuándo llegaría ese momento.

–Muy sexy –dijo recorriéndola con la mirada de arriba abajo.

Por suerte se había puesto unas bragas sexys de encaje y no las blancas de algodón blanco que solía llevar.

–Estás muy guapa.

Su temblor se atenuó, absorbida por la expresión de su mirada. Los ojos no mentían y podía ver la excitación y el deseo en los suyos.

Devon la tomó por los hombros y suavemente tiró de ella para volver a besarla de nuevo. En segundos, el beso pasó de ser feroz a tierno, como si le estuviera diciendo que no iba a abrumarla.

Aunque fuera virgen, el deseo y la excitación no le eran desconocidos. Devon, con una intensidad que rayaba la obsesión, se había convertido en una fantasía que no la dejaba dormir por las noches.

Ya había sido tentada en el pasado. Otros hombres la habían cortejado. Por algunos no había sentido ningún deseo, pero por otros había experimentado interés y se había preguntado si aquello conduciría a una relación sexual. Al final, nunca había estado segura y se había negado a dar el paso.

Con Devon, eso no le había pasado. Desde el primer momento en el que se había presentado con su voz sensual y profunda, había sabido que estaba perdida. Había pasado las últimas semanas deseando que llegara aquella noche. Ahora que había llegado, todo su cuerpo deseaba que la hiciera suya.

Él se separó un momento y ella se quedó mirándolo con ojos vidriosos. Devon le acarició una mejilla con un dedo. Luego, volvió a besarla una y otra vez. Sus besos eran ardientes. Deslizó la lengua entre sus labios y jugueteó con la suya. Su sabor era cálido y exquisito, haciéndola desear más. Devon dejó escapar un gemido y suspiró junto a su rostro.

–Me vuelves loco.

Ella sonrió y su nerviosismo se calmó. El hecho de que provocara aquel efecto en un hombre tan guapo y atractivo, aumentaba su autoestima.

Continuó besándola por el cuello. Un escalofrío de placer le recorrió los hombros. Sus labios continuaron bajando por la curva de sus hombros hacia el pecho.

Se puso de rodillas frente a ella y su boca quedó a la altura del pezón. Ashley contuvo la respiración, deseando que la acariciara. Le daba igual si era con la boca, los labios o la lengua.

Él bajó la cabeza y la besó en el ombligo. Luego subió unos centímetros y continuó el recorrido entre sus pechos hasta que finalmente la besó encima del corazón.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Devon.

–Tu corazón late deprisa –murmuró.

Ella continuó en silencio. No hacía falta decir nada. El corazón estaba a punto de salírsele del pecho. Pero sus manos no podían estarse quietas. Tenía los dedos hundidos en los mechones de su pelo castaño. Según la luz, sus ojos se veían ámbar, dorados, marrones…