Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2009 Brenda Novak. Todos los derechos reservados.

MENTIRA PERFECTA, Nº 15 - agosto 2012

Título original: The Perfect Liar

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-0744-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Para Marcie, mi sobrina, una chica dulce y sociable. Continúa como hasta ahora y lábrate una vida maravillosa sabiendo que podrás llegar a ser todo lo que tú quieras.

Cuando el sol se pone, hasta las más pequeñas sombras del mediodía se muestran largas y amenazadoras.

Nathaniel Lee, 1653–1692

Prólogo

Base de la Fuerza Aérea de Travis

Fairfield, California

Sábado, 7 de junio

–¿Qué están haciendo aquí?

Tras haberse puesto precipitadamente unos vaqueros, el capitán Luke Trussell miraba con los ojos entrecerrados a la mujer y al hombre pertenecientes a la seguridad de la base que habían llamado a su puerta, sacándole de la cama.

–Venimos en respuesta a una queja de la sargento Kalyna Harter.

Tenía que haber un error. Él ni siquiera vivía allí. Había cedido su propio apartamento a dos primas de fuera del estado que habían ido a visitarlo. Por eso se había mudado temporalmente al apartamento de un compañero que había ido a ver a su familia aprovechando unos días de permiso.

–¿Una queja contra mí? –alzó la mano hacia su pecho desnudo.

La oficial, la sargento E. Golnick por lo que decía su tarjeta, fijó la mirada en su torso desnudo. Aunque el interés femenino tenía muy poco que ver con aquel gesto, quizá podría aportarle algún beneficio. Desgraciadamente, la expresión de la sargento reveló más desprecio que admiración. Luke estaba convencido de que estaba tomando nota de su tamaño y su musculatura, pensando seguramente lo fácil que le resultaría imponerse a una mujer, a cualquier mujer, incluso a una como Kalyna, que medía casi un metro ochenta y entrenaba con la misma regularidad que él.

–Sí, contra usted –contestó la sargento con los ojos fijos en su rostro–. La conoce, ¿verdad?

–Sí, la conozco. Forma parte de mi escuadrón de vuelo desde que la trasladaron hace tres meses.

Probablemente esa fuera la razón por la que sabían dónde encontrarle. Seguramente Kalyna les había dicho dónde estaba.

–Dice que la violó ayer por la noche, capitán. Y por el aspecto que tiene, tuvo que ser un ataque brutal.

¿Un ataque brutal? Kalyna estaba perfectamente cuando Luke había salido de su apartamento… ¿Cuándo exactamente?

Se miró la muñeca y recordó que Kalyna le había quitado el reloj cuando había comenzado a preguntar por la hora. Ni siquiera quería que saliera de la cama. ¿Sería aquella su venganza por haberse marchado? ¿O la habría violado otra persona y le había hecho tanto daño que no era consciente siquiera de lo que estaba diciendo?

–¿Se pondrá bien?

–Tiene algunos moratones y unos golpes bastante feos –respondió el sargento Jeffers–. Su vida no corre peligro, pero ha pasado las últimas cinco horas en el centro médico de Northbay. Han estado comprobando las lesiones causadas por la violación.

Luke sacudió la cabeza.

–Esto no tiene ningún sentido. Si la han violado, tiene que haber sido otra persona.

–No es eso lo que dice ella.

Una oleada de furia disipó inmediatamente la confusión provocada por el sueño.

–Tiene que haber perdido la cabeza. Estará delirando.

–Su discurso parece completamente coherente –repuso Golnick.

–¡Entonces miente!

La sargento arqueó una ceja.

–Han encontrado restos de semen en su cuerpo. ¿Me está diciendo que no son suyos?

–No sé cómo pueden serlo.

Golnick se cruzó de brazos.

–¿Usted no se acostó ayer por la noche con ella?

Luke se frotó el cuello. No le gustaba tener que hablar de temas tan personales, sobre todo cuando lo único que le apetecía hacer era olvidarlos, pero tenía que ofrecer una explicación tan rápida como sincera. Si no lo hacía, podría encontrarse con muchos problemas.

–Sí, nos acostamos –aclaró–, pero fue algo consentido por ambas partes.

–«Consentido» significa que las dos personas están de acuerdo.

Luke le dirigió lo que esperaba que fuera una mirada fulminante.

–Ya sé lo que significa.

Pero la sargento no se inmutó.

–El hecho de que no utilizara preservativo podría sugerir otra cosa.

–Utilicé preservativo –insistió–. Yo jamás… ¡No soy tan imprudente!

–¿Entonces cómo explica la presencia de restos de semen en su cuerpo?

Luke no tenía manera de explicarlo. Pero no porque recordara de forma borrosa lo que había ocurrido aquella noche. Sencillamente, recordaba algunos detalles mejor que otros. Y el hecho de tener resaca no le ayudaba.

–A lo mejor, se rompió…

No había notado nada raro, pero había bebido mucho más de lo que había bebido en muchos años. Y en cuanto habían comenzado a remitir los efectos del alcohol, estaba desesperado por regresar a su casa.

–No le he hecho ningún daño, se lo prometo. Si otro hombre la ha violado, lo siento mucho. Pero yo jamás he forzado a una mujer.

–Insiste en mencionar a un tercero.

–Porque no he sido yo.

–Entonces, ¿qué sugiere que puede haber pasado? ¿Entró alguien en la casa después de que usted se fuera?

–Tiene que haber sido eso –replicó–. No soy ningún depredador que se dedique a perseguir mujeres. No era yo el único que quería salir con alguien esta noche. Kalyna se metió en mi taxi y le dio al taxista la dirección de su casa.

Yo pensaba que ya nos habíamos despedido.

–Algunos hombres podrían pensar que eso significa que estaba pidiendo lo que al final consiguió.

Luke reconoció inmediatamente la trampa que encerraba aquella declaración.

–Algunos hombres, pero no yo. Deje de intentar tergiversar todo lo que digo. Lo único que estoy haciendo es explicar que nos fuimos juntos. Si yo fuera un violador, ¿no cree que habría sido yo el acosador?

Al menos, así era como imaginaba él a un violador, pero había sido Kalyna la que llevaba semanas persiguiéndole. Conseguía coincidir con él en todas partes, tanto fuera como dentro de la base. Luke había notado su interés desde que les habían presentado. Todavía recordaba cómo se había ensanchado su sonrisa al verle en el bar y sus esfuerzos por intentar entablar conversación con él.

–Dice que le pidió acompañarla a su casa y que ella se negó, pero terminó cediendo –añadió Jeffers en tono dubitativo.

Luke se dirigió entonces a él.

–¡Eso es mentira! Ni siquiera le pedí que bailara conmigo.

Jamás me he sentido atraído por Kalyna.

De hecho, le parecía demasiado masculina, por lo menos a la luz del día. Y, desde el primer momento, le había dejado claro que la consideraba una mujer excesivamente controladora.

La había evitado todo lo que había podido, pero le había resultado imposible esquivarla por completo. Era la jefa de equipo, lo que significaba que tenía que ocuparse de las inspecciones previas, simultáneas y posteriores al vuelo y de resolver cualquier posible problema que pudiera sufrir su avión.

–Si no se sentía atraído, ¿por qué se acostó con ella? –preguntó Golnick.

Luke no tenía pensado ponerle un solo dedo encima a Kalyna. Había sido ella la que le había pedido que bailara con él y había estado susurrándole al oído que le ponía caliente y que estaba esperando que le enseñara lo que escondía bajo los pantalones. Pero aun así, Luke no se había sentido tentando hasta que había bebido una considerable cantidad de alcohol.

–Para serle sincero, no lo sé –admitió con un suspiro.

Lo único que había hecho había sido dejar que las tórridas promesas de su voz se impusieran a su buen juicio.

Golnick miró tras él hacia el interior de la casa de Craig, como si esperara encontrar algo que pudiera demostrar su culpabilidad.

–¿Por qué no se viste? –le preguntó–. Necesitamos que venga con nosotros a la comisaría para hacer una declaración formal. Ya se lo hemos notificado a su comandante. Se reunirá con nosotros en la comisaría.

Aquello de «declaración formal» sonó como una sentencia de muerte a oídos de Luke. Se lo iban a llevar con ellos. Aquello iba en serio. Después de la mala prensa que habían tenido ese tipo de sucesos en el pasado, no se toleraba ninguna clase de conducta sexual inadecuada en el ejército. Un guiño, un asentimiento con la cabeza, o incluso una sonrisa, podían ser considerados como acoso sexual y arruinar la reputación de cualquier tipo, quizá incluso su carrera. Y allí estaba él, siendo acusado de algo mucho peor. No importaba que fuera inocente. Parecía culpable. Las posibilidades de que hubiera entrado una segunda persona en casa de Kalyna después de que él se hubiera ido eran mínimas. Había estado allí hasta las tres de la mañana. Además, era más alto y más fuerte que ella, lo que significaba que todo el mundo se pondría a su favor. Se encontraba en una situación en la que cualquier hombre sería considerado culpable, hasta que pudiera demostrar su inocencia.

Abrió la boca para protestar, pero advirtió que un vecino que había visto el coche patrulla estaba pendiente de todo lo que pasaba y lo último que quería Luke era montar un espectáculo. Esperando que se tratara de un terrible error que podría aclararse rápidamente si colaboraba, volvió a meterse en el apartamento y se vistió.

Su intuición le había dicho que Kalyna podía causarle problemas, pero había decidido ignorarla. No había sido consciente del daño que podía llegar a hacerle si se lo proponía. Jamás había tenido motivo para temer a una mujer. ¿Qué daño podía hacerle Kalyna? Al parecer, estaba a punto de averiguarlo.

Capítulo 1

Sacramento, California

Tres semanas después

Ava Bixby permanecía tras el escritorio, observando a la mujer de cabello que retorcía el pañuelo de papel que acababa de ofrecerle. Los ojos hinchados y la piel enrojecida por el llanto desentonaban con el uniforme militar. Pero aquella mujer estaba relatando un incidente terrible, ocurrido tres semanas atrás, un episodio capaz de hacer llorar a cualquier mujer, incluso a una dura sargento.

–Tómese todo el tiempo que quiera –le dijo Ava en tono tranquilizador.

Sabía el tono que debía adoptar. Trataba con víctimas a diario. En eso consistía su trabajo. No todas habían sufrido una violación, por supuesto, pero la mayor parte de ellas había sido objeto de alguna forma de violencia. Sus compañeras, Skye Willis y Sheridan Granger, la habían vivido en sus propias carnes. Ava tenía experiencia en el tema, pero de otro tipo.

Kalyna Harter se había presentado a sí misma como sargento segundo de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Parecía de Ucrania, y su nombre sugería esa procedencia, pero no tenía acento extranjero, lo que indujo a Ava a pensar que había emigrado a los Estados Unidos cuando era una niña. Tenía algunas pecas en la nariz y el pelo, una melena rubia de fino cabello, lo llevaba recogido. Podría haber sido una mujer muy atractiva, pero tenía las facciones ligeramente grandes o desproporcionadas, quizá. Tenía algo que Ava no acertaba a concretar, pero que le daba a su rostro un aspecto extraño.

–Lo siento… –Kalyna se sorbió la nariz–. Es… difícil hablar de esto.

–Lo comprendo.

Aunque Ava nunca había sufrido un ataque de ese tipo, sí había padecido los efectos de la violencia. Sabía, por lo que había vivido con su madre, las terribles consecuencias que tenía en todos aquellos que se veían relacionados con ella de una u otra forma, aunque no fueran sus destinatarios directos.

–Parecía… parecía un buen hombre, ¿sabe? –estaba diciendo Kalyna–. Lo conocía desde hacía tres meses. Jamás había dicho o hecho nada que me hiciera pensar que podía ser peligroso. Además, ¿qué motivos podría tener un hombre con un cuerpo como el suyo para forzar a nadie?

La mente de Ava comenzaba a divagar, como le ocurría siempre que pensaba en su madre. Estaba cansada, le costaba controlarse. Era lunes por la mañana, pero había pasado la mayor parte del fin de semana trabajando, como era habitual. A veces no se permitía ni un descanso y llegaba a sentirse… insensibilizada.

Tomó un bolígrafo e intentó sacudirse aquella sensación de pérdida y traición que la asaltaba cuando menos lo esperaba. Echaba de menos a su madre, y se sentía culpable por echar de menos a alguien capaz de hacer lo que Zelinda había hecho.

–La violación no es solo una cuestión sexual, señora…

–Por favor, llámame Kalyna.

–Kalyna. Es una cuestión de poder. Y nos encontramos con violadores de todo tipo. Pero… –dejó caer el bolígrafo–, no estoy segura de cómo puedo ayudarte. Este es un asunto militar. Ya has mencionado que están investigando lo ocurrido.

–La violación tuvo lugar en mi apartamento y mi apartamento está fuera de la base. Eso quiere decir que la policía civil también puede ocuparse del caso.

Una llamada a la puerta las interrumpió.

–Perdona –Ava alzó la mano–. ¡Adelante! –gritó.

Skye Willis asomó la cabeza en el despacho. Con su piel dorada y aquel cuerpo perfecto, no necesitaba ni maquillaje ni ropa particularmente cara, pero siempre vestía de manera impecable. Aquel día iba con un vestido de verano y la melena rubia peinada hacia atrás. Sheridan estaba con ella. No era tan alta ni tan esbelta como Skye, de hecho tenía una figura mucho más voluptuosa, pero era tan guapa como ella. Sus ojos violetas, de un color muy poco habitual, y su pelo negro, llamaban la atención allí donde aparecía.

Ava se sentía muy poco atractiva al lado de sus compañeras. No podía compararse con sus amigas con aquel pelo de un rubio deslavado, los ojos que no eran ni verdes ni marrones, sino de una mezcla a la que no le encontraba ninguna gracia, y un cuerpo esquelético. A lo mejor esa era la razón por la que vestía siempre con trajes chaqueta. Se aceptaba tal y como era y no intentaba competir.

–Nos vamos a tomar un café –anunció Skye.

–¿Queréis que os traigamos algo?

Ava le dirigió a Kalyna una mirada interrogante.

–No, gracias, estoy bien.

–Yo también –les dijo Ava.

Skye debió fijarse en el rostro de Kalyna y comprendió que estaban en medio de una conversación seria, porque bajó la voz.

–Siento haber interrumpido –se disculpó, y se marchó tan rápidamente como había llegado.

–Ellas también trabajan aquí, ¿verdad? –preguntó Kalyna.

–Fueron ellas las que iniciaron la fundación.

Ava llevaba dos años trabajando para El Último Reducto, pero Skye, Sheridan y otra mujer llamaba Jasmine Formier habían concebido la idea y la habían puesto en funcionamiento. Jasmine, una excelente criminóloga, continuaba colaborando con ellas, pero se había casado y se había mudado a Louisiana. Esa era la razón por la que Ava había empezado a trabajar para ella.

–¿Así que estáis solo las tres?

–Sí, más un puñado de profesionales, desde psicólogos a guardaespaldas, que trabajan casi siempre gratuitamente para nosotros. Además, tenemos varios voluntarios.

–No lo sabía. Cuando llamé, me citaron directamente contigo.

–Soy soltera, así que trabajo algunas horas más cada semana. Me ocupo fundamentalmente de los casos. No hago prácticamente nada relacionado con la administración o la recogida de fondos para la fundación.

–Ya entiendo.

En un intento de retomar la conversación, Ava revisó sus notas.

–Creo que me estabas diciendo algo sobre la policía.

–Sí, estaba diciendo que la policía también podría ocuparse del caso –respondió Kalyna–. Pero no quieren involucrarse en esto. Consideran que no es necesario emplear fondos en perseguir dos veces a un capitán y han decidido dejar el caso en manos de los militares.

–¿Y tú no quieres que se ocupen los militares del caso?

–No confío en ellos. Sé que harán todo lo que esté en su mano para evitar un escándalo, aunque eso signifique dejar libre a Luke. Es uno de sus mejores pilotos, un oficial. Ha sido toda una inversión. Yo simplemente, me alisté al ejército.

Soy un simple soldado… y una mujer.

A Ava no le costaba creer que los militares querrían silenciar lo ocurrido, pero no estaba segura de que eso significara que no estaban dispuestos a investigar a conciencia.

Mientras pensaba en ello, asomó a los ojos de Kalyna una nueva oleada de lágrimas.

–En eso consiste vuestro trabajo, ¿verdad? En ayudar a personas como yo, personas que tienen todo en su contra y que no pueden conseguir justicia.

–Sí, para eso estamos aquí.

Ava utilizó el mismo tono tranquilizador que había empleado antes, pero había un par de cosas que le inquietaban sobre el caso. A los militares no les haría ninguna gracia tener a una organización civil encima de ellos. Incluso los fiscales le pondrían trabas. Quizá la situación no fuera tan problemática si supiera cómo trabajaban los militares o tuviera algún contacto dentro, pero no era así. Además, tenía que ser muy cuidadosa a la hora de elegir sus casos. Tenía que asegurarse de que no estaban malgastando el dinero que tanto les costaba conseguir. No disponían de recursos suficientes para todos aquellos que necesitaban ayuda. Tras la bajada de los ingresos, habían decidido que se involucrarían únicamente en casos de necesidad extrema o que implicaran una potencial amenaza. De otro modo, terminarían poniendo en peligro la propia organización y no podrían hacer nada por nadie.

Pero aquel caso era el clásico David contra Goliat. Siempre abogada de pleitos pobres, Ava quería aceptarlo. Quizá fuera por la imagen de aquella mujer en uniforme militar, por el hecho de saber que tenía que enfrentarse sola a un mundo de hombres. O quizá fuera por el recuerdo de Bella Fitzgerald, su primera clienta, que llevaba todo el día persiguiéndola…

–Entonces, ¿me ayudarás? –quiso saber Kalyna.

La situación de Kalyna era desesperada e implicaba una posible amenaza. Pero aun así, Ava no estaba convencida de que la intervención de El Último Reducto pudiera serle útil. ¿Y si al final resultaba ser una pérdida de dinero y de tiempo y no conseguían un mejor resultado del que habrían conseguido en el caso de no intervenir? Tenía que actuar de forma sensata, no podía permitir que lo que le había ocurrido a Bella la empujara a aceptar todos los casos de violación sin una reflexión previa y sin consideraciones prácticas.

Kalyna sacó varias fotografías del bolso y las colocó delante de ella:

–Mira lo que me hizo.

Las fotografías mostraban a Kalyna bajo unas luces blancas, con un camisón de hospital. Algunos moratones oscurecían su rostro, tenía un ojo hinchado y el labio partido. En ese momento, Ava vio a Bella, no a Kalyna, en un entorno similar, pálida y sin vida bajo una sábana.

–¿Cómo has conseguido esas fotografías?

–Hay más en mi archivo. Le insistí al médico para que me diera unas copias –se inclinó hacia delante–. ¿Me ayudarás? ¡Por favor, tienes que ayudarme!

Ava maldijo en silencio. Podía negarse, pero no quería correr el riesgo de que otra mujer muriera como había muerto Bella.

–Haré todo lo que pueda –le prometió. Pero añadió, para aplacar el inmediato alivio de Kalyna–, pero tendrás que comprender que es la primera vez que me ocupo de un caso relacionado con el ejército. No sé lo que podemos encontrarnos, pero estoy segura de que los códigos no tienen nada que ver con los que me he encontrado en el pasado. Los militares son otro mundo.

–El mero hecho de saber que me estás apoyando les obligará a ser honestos –dijo Kalyna–. Tú sales mucho en la prensa y ellos tienen mucho miedo a los medios de comunicación.

–¿Así es como nos encontraste? ¿Leíste algo sobre nosotras en el periódico?

–Oí que os mencionaban en las noticias.

Eso lo explicaba todo. Las dos bases del ejército del aire que había en Sacramento habían cerrado años atrás y la base de Travis estaba a una hora de distancia hacia el oeste. Aunque Ava rara vez había visto a un militar, al menos de uniforme, tanto sus compañeras como ella habían trabajado en casos de gran impacto social. La publicidad hacía crecer las donaciones, y también su popularidad. Si el ejército pretendía defender a su capitán, ellas se convertirían en un enemigo formidable, sobre todo si la justicia civil se negaba a intervenir en el caso.

Todo dependería de las pruebas, decidió Ava. Si conseguían reunir pruebas, como un testigo que hubiera visto a Luke salir del apartamento justo antes de que Kalyna pidiera ayuda, alguna herida en Luke que demostrara que Kalyna había intentado defenderse, o algún delito sexual en su pasado… nadie podría salvar al capitán Trussell.

–Deletréame su apellido y dime todo lo que sepas de él. Absolutamente todo, hasta el color de su ropa interior.

Capítulo 2

No había sido un error. Después de tres semanas de largos interrogatorios de la policía y de reuniones con el abogado que había contratado, el mejor abogado civil que había encontrado, Luke había comenzado a darse cuenta de que el problema que Kalyna Harter le había causado no tendría solución sin una amarga y descarnada lucha. No importaba que fuera inocente. La Oficina de Asuntos Internos pensaba llevarlo a juicio y eso significaba que tendría que sentarse en el banquillo por haber violado a una mujer. Era tan absurdo que no se lo podía creer.

Y todavía no se lo había contado a su familia.

Decidido a levantarse del sofá en el que había estado castigándose por haber ido a casa de Kalyna, comenzó a vagar por su apartamento. Por mucho que prefiriera que su familia no supiera nada de lo ocurrido, tenía que contárselo antes de que se enteraran por los informativos o por un tercero. De momento, no se había hecho pública ninguna noticia relacionada con el caso, pero su padre era un militar retirado y los círculos militares eran muy estrechos. Solo era cuestión de tiempo. Y a juzgar por la cantidad de preguntas y los comentarios que estaba oyendo en la base, era evidente que la noticia estaba corriendo a toda velocidad.

Con un suspiro, Luke comprobó la hora en el reloj de la pared. Eran más de las once del lunes por la noche. Demasiado tarde. Sus padres estarían en la cama. Pero de pronto, comprendió que no podía seguir retrasando el momento de ponerse en contacto con ellos. Necesitaba su apoyo más de lo que odiaba admitir que había ido a casa de Kalyna Harter. Que había sido él el que había hecho posible todo lo que le estaba pasando.

Deseó poder hablar cara a cara con ellos. Sus padres vivían en San Diego, a siete horas en coche de allí. Podría estar en su casa al día siguiente por la mañana. Era una suerte que E. Golnick no le hubiera encerrado. Si no hubiera sido por su superior, lo habría intentado. Aun así, le habían prohibido volar hasta que se resolviera el caso. En aquel momento, le habían trasladado a un trabajo de oficina, algo que él odiaba.

Lo mejor que podía hacer era llamar a sus padres. Y tenía que hacerlo cuanto antes. Ya llevaba demasiado tiempo retrasándolo.

De modo que tomó aire, descolgó el teléfono y marcó el número de sus padres.

Su madre contestó casi inmediatamente.

–¿Diga?

–Hola, mamá.

–¿Luke?

–Sí, soy yo.

–Me has asustado. Al llamarme a esta hora, pensaba que tu hermana podía haber vuelto a abollar el parachoques.

–¿Jenny sale hasta tan tarde?

–Todavía no es la hora a la que tiene que llegar a casa. Estamos en verano y solo ha ido al cine. ¿Cómo estás?

La preocupación sincera de su madre le hizo emocionarse. Frustrado por aquel gesto de debilidad, se secó las lágrimas que empañaban sus ojos con un gesto de impaciencia.

–Podría estar mejor. ¿Está papá por ahí?

–Sí, está conmigo, viendo la televisión. ¿Para qué lo quieres? ¿Va todo bien?

Luke tragó saliva.

–¿Podría ponerse al otro teléfono? Necesito hablar con los dos.

Su madre se asustó.

–No has tenido ningún accidente, ¿verdad?

–No, es otra cosa.

Algo mucho peor, de hecho, porque ensuciaba su buen nombre. Y sabía que sus padres pensarían lo mismo que él.

–Oh, no… –farfulló su madre. Luke le oyó pedirle a su padre que se pusiera por la otra línea–. Es Luke, ha ocurrido algo malo.

–¿Luke?

La voz de su padre, siempre protectora, aunque no podía tener la menor idea de lo que le ocurría, inundó su oído.

–Hola, papá.

–¿Estás bien, hijo?

El nudo que tenía Luke en la garganta se hizo mayor, añadiendo la vergüenza a las numerosas emociones que lo asaltaban. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para controlar su voz.

–Estoy bien –consiguió decir.

–Cuéntame lo que te pasa.

–Hay una mujer en Travis, una sargento, que ahora mismo es la jefe de mi equipo –soltó una risa incrédula–. Dice…

–¡Que la has dejado embarazada!

–No, no es eso.

Y rezó para que no pudiera ocurrir. En lo que a él concernía, eso solo serviría para empeorar su situación. Se había puesto un preservativo, a pesar de que Kalyna había insistido en que tomaba la píldora y no tenía ninguna enfermedad. Pero después de lo ocurrido, un preservativo le parecía una precaria protección. Habían encontrado su semen en su cuerpo. ¿Qué haría si se quedara embarazada?

–Esa mujer le ha dicho a la policía que la violé.

Su madre soltó un grito ahogado, pero su padre recibió la noticia con asombrado silencio.

–¿Papá? –preguntó Luke.

–¿Tienes algo que decir al respecto? –preguntó Edward por fin.

–Que no la violé.

–¿Estás completamente seguro?

–¡Por supuesto!

–Te eduqué para que te convirtieras en un hombre y asumieras la responsabilidad de tus actos. Si eres culpable, espero que lo admitas y pagues el precio que tengas que pagar por ello, aunque eso implique ir a prisión.

El código ético de Edward le obligaba a estar seguro de lo que hacía antes de ofrecerle a alguien su apoyo. Y eso también le afectaba a su hijo. Luke lo comprendía, así que las palabras de su padre no le dolieron. Al contrario, le ofrecían la oportunidad de contarle a alguien la verdad, alguien que realmente le creería.

–Te lo juro por mi vida, papá.

–Eso es lo único que importa.

Luke rio sin alegría.

–A ti, a lo mejor. Pero a mí me importan más cosas. Ya me ha denunciado. Se está ocupando de la denuncia la Oficina de Investigaciones Internas.

–¿Van a procesarte?

–Sí.

Su madre emitió un gemido.

–¿Qué ocurrió?

Luke dejó caer la cabeza entre las manos.

–Fui un idiota.

Su padre respondió antes de que su madre pudiera decir nada.

–Tendrás que ser más explícito.

–No estaba pensando con claridad.

–¿Por qué no?

Recordó entonces la llamada que había recibido de Lilly Hughes, la mejor amiga de su padre. Como sus padres ya no vivían en la base que la Fuerza Aérea tenía en Utah, probablemente todavía no estaban al tanto de la noticia que iba a darles.

–Mataron a Phil en Irak.

–¡No! –gritó su madre.

Luke se sentó en el borde del sofá y fijó la mirada en el suelo.

–Me temo que sí.

–¡Pero es terrible!

Era peor que terrible. Tan terrible, de hecho, que Luke no podía aceptarlo. Clavó la mirada en los zapatos que supuestamente tenía que enviarles a sus primas. Se los habían dejado en el apartamento. Pero Luke se había visto envuelto en medio de aquel desastre y todavía no había podido ir a la oficina de correos.

–Lo siento, cariño –le estaba diciendo su madre–. Sé lo mucho que querías a Phil.

Phil había sido su primer amigo cuando se habían trasladado a Ogden, Utah, durante su segundo año en el instituto. Phil le había convencido de que se apuntara al equipo de fútbol. Con él había compartido la mayor parte de sus dobles citas, con él competía en busca de las mejores notas. Y con él se había buscado un serio problema por haber comenzado una pelea de comida el día de su graduación, después de la cual, le habían prohibido hablar durante el acto de clausura del curso. Phil y Luke se habían enamorado de la misma chica, pero Phil había sido el primero en declararse, así que Luke no había dicho ni palabra. Había sido su padrino de boda y le había visto casarse con Marissa. Después, Phil se había alistado a los marines y Luke había seguido los pasos de su padre y se había unido a la Fuerza Aérea.

–¿Cuándo es el funeral? –preguntó su madre.

–Ya fue. Murió hace cinco semanas. Lilly estaba tan destrozada que no fue capaz de llamarme. Me ha pedido disculpas…

–¿Y por qué no se puso en contacto contigo la mujer de Phil? Tenía que ser consciente de que querrías saberlo. Los tres erais inseparables en el instituto.

Luke era la última persona a la que Marissa llamaría. Un año después de casarse con Phil, le había confesado a Luke que había cometido un error, que en realidad estaba enamorada de él. Aquello había estado a punto de destrozar a Luke, pero se había apartado de ella y había insistido en que no volviera a llamarle por ninguna razón. No estaba dispuesto a permitir que aquel triángulo amoroso terminara en tragedia, como tantos otros. Por mucho que la quisiera, y por mucho que lo atormentaran los celos cada vez que los veía juntos, quería que Phil fuera feliz. Había sido Phil el que había conquistado a Marissa. Y había sido él el que había dado un paso atrás y había continuado con su vida.

–Supongo que no se le ocurrió.

–Así que ni siquiera has tenido oportunidad de despedirte de él –se lamentó su madre.

–No.

Peor aún. La última vez que habían hablado, habían terminado discutiendo. Por Marissa. Por supuesto. Phil no debería haberse ofrecido como voluntario por segunda vez. Luke había intentado aconsejarle que volviera a casa y se hiciera cargo de su familia. Le había dicho que Marissa necesitaba un marido y su hijo un padre, pero él no quería ni oír hablar de ello. Estaba demasiado inflamado por el patriotismo y la guerra. Antes de colgar el teléfono, Luke le había dicho a su amigo que no se merecía a Marissa. Pero no era cierto. Y se arrepentía de haberle dicho algo así incluso más que de haber ido a casa de Kalyna.

–¿Qué relación tiene su muerte con la sargento…? ¿Cómo se llama? –quiso saber su padre.

–Kalyna Harter. Aquella noche, fui a un bar para intentar olvidarme de que no iba a volver a ver a Phil en mi vida y apareció ella.

–Continúa.

–No dejaba de provocarme y…

Sentía una inmensa culpa. No había violado a Kalyna, pero se había puesto en una situación de gran vulnerabilidad. Y sus acusaciones afectarían a toda su familia.

–Yo… cometí un error.

–Así que te acostaste con ella –dedujo su padre.

–Me acosté con ella, pero no la violé.

–¿Y por qué miente?

–Eso es lo que no consigo entender. Sé que estaba enfadada conmigo porque no me quedé a pasar la noche con ella. Cuando me fui, me dijo cosas horribles, pero…

–¿Por ejemplo?

Luke no quería repetirlas. No había ido a casa de Kalyna porque estuviera buscando una relación estable, que era la única razón que para su padre podía justificar una relación íntima con una mujer. Pero en aquel momento, pensaba que Kalyna comprendía que era algo estrictamente puntual. Si hubiera tenido algún interés en ella, le habría pedido salir en cualquiera de las muchas ocasiones en las que Kalyna había insinuado que quería que lo hiciera.

–Así que me ha acusado de utilizarla.

Edward suspiró.

–El sexo puede significar mucho para una mujer. No puedes acostarte con ella y esperar que se lo tome a la ligera. Pensaba que era algo que habías aprendido a mi lado.

Su madre corrió a defenderle.

–¡Ed, acababa de enterarse de la muerte de Phil! Estaba destrozado y buscaba un poco de distracción.

–Pero eso no le da derecho a hacer daño a nadie.

–¡Es la primera vez que le ocurre algo así! –replicó su madre–. Sabes que Luke no es un mujeriego.

Lo último que quería Luke era que su madre tuviera que defenderle.

–Papá, no pensaba que pudiera hacerle ningún daño a nadie, y menos a ella. Fue ella la que tomó la iniciativa. Cuando llegamos a su casa, se ofreció a… –consideró la posibilidad de explicarle a sus padres lo que le había ofrecido y desistió. Su padre era un hombre religioso y chapado a la antigua y nunca comprendería a una mujer como Kalyna–. No importa. El caso es que está totalmente desequilibrada. Eso es lo que estoy intentando deciros.

–Vas a necesitar un buen abogado –le dijo su padre.

–Ya lo tengo.

–¿Cómo podemos ayudarte? –terció su madre–. ¿Quieres que vayamos a verte?

–No, mamá. Este es el último verano que va a pasar Jenny en casa. Para ella sería terrible tener que alejarse de sus amigos, y sabéis que no podéis dejarla sola.

Jenny no tenía unos amigos muy recomendables. Según su padre, todos ellos eran unos vagos. Y Luke pensaba que su hermana era demasiado atractiva.

–Quizá no sea lo mejor, pero podemos organizarnos –insistió su madre–. Somos tu familia. Haremos lo que haga falta.

Luke echó la cabeza hacia atrás. Continuaba teniendo un serio problema, pero tenía a sus padres a su lado. De momento, con su apoyo moral tenía suficiente.

–De momento no tenéis que hacer nada más. Me ayuda mucho que creáis en mí.

–¡Claro que creemos en ti!

–No soporto que Jenny tenga que enterarse de todo esto –musitó.

–¡No se lo diremos! –fue su madre la que hizo esa promesa.

–Si no se lo dices tú, lo hará otro. Y será humillante para todos vosotros.

–Claro que no –le tranquilizó su padre.

–Estoy segura de que ninguno de nuestros amigos se lo creerá.

–Los únicos que tendrán dudas serán los que no te conozcan –añadió su padre.

Luke alzó la mirada hacia el cielo.

–Creo que la mayor parte de la gente intentará conceder a la mujer el beneficio de la duda. Yo siempre lo he hecho.

–Eso demuestra que eres un buen hombre –le aseguró su madre–. ¿Qué aspecto tiene esa Kalyna, por cierto?

A Luke se le revolvió el estómago al imaginarla desnuda en su casa, fulminándole con la mirada mientras él se vestía. No estaba muy contenta en ese momento. Pero hasta entonces, no había dudado en dejarle muy claro lo mucho que le había gustado todo. Y él no la había utilizado. Había intentado complacerla durante el tiempo que habían pasado juntos. Lo había considerado como una diversión mutua, como una forma de escapar a la rutina.

Cerró los ojos, como si de esa forma pudiera disipar la visión de Kalyna gritándole obscenidades.

–Supongo que algunos podrían considerarla atractiva.

–¿Y tú qué dirías?

–A mí no me lo parece. Y menos ahora.

Oyó los pitidos que le avisaban de que estaba recibiendo una llamada. Sorprendido, se irguió en el asiento y miró el identificador de llamadas. Era una llamada de origen desconocido.

–Será mejor que cuelgue. Me están llamando por teléfono.

–¿Cómo vas de dinero?

–Estoy bien.

–Las minutas de los abogados no son baratas, y menos por algo como esto.

Desde luego. Luke ya había tenido que firmar un cheque de diez mil dólares. Era lo que su abogado pedía como anticipo. Afortunadamente, ganaba un salario decente y no tenía muchos gastos. Tenía un buen coche, un BMW M3, en el que se sentía como si estuviera pilotando un avión. Pagaba mensualmente por el placer de conducir, pero ahorraba el resto de lo que ganaba.

–Si necesito algo, te lo diré.

Luke tenía intención de pelear hasta el final para lograr su libertad y salvar su reputación.

Después de despedirse de sus padres, atendió la llamada que tenía en espera.

–¿Diga?

–¿Luke?

Era un hombre.

–Sí.

–Soy Pledge McCreedy.

Era su abogado. ¿Pero por qué le llamaba a aquella hora de la noche?

Sintió renacer la esperanza. A lo mejor el caso estaba cerrado. No había violado a nadie, no le había hecho ningún daño a nadie. No podía creer que fuera tan vengativa como para seguir con todo aquello.

–Dime que tienes una buena noticia.

Se produjo una ligera vacilación al otro lado de la línea.

–Todo lo contrario. Estoy preocupado.

Luke se preparó para lo peor.

–¿Qué pasa ahora? –preguntó.

–Hay una mujer de El Último Reducto…

–¿El Último Reducto? –¿estaría Kalyna embarazada?

Pero no, McCreedy no había pronunciado la palabra «embarazada». Luke se levantó y comenzó a caminar por la habitación, intentando desahogar los nervios que lo consumían.

–El Último Reducto es un organización de apoyo a las víctimas de la violencia de Sacramento. ¿No has oído hablar de ella?

–No.

–La dirigen tres mujeres que se dedican a investigar casos, reunir pruebas, ofrecer asesoramiento, cursos de autodefensa y dinero para pagar las minutas de los abogados. En realidad, ofrecen cualquier cosa que las víctimas que solicitan sus servicios puedan necesitar.

No era eso lo que Luke temía. De hecho, hasta habría podido sentirse aliviado si no hubiera sido por la preocupación de su abogado.

–¿Eso puede tener alguna importancia para mí?

–Más de la que puedes imaginar. La sargento Harter les ha pedido ayuda. Acabo de recibir un mensaje en el contestador. Una tal Ava Bixby, de El Último Reducto, está intentando localizarme.

–¿Y?

–Déjame decirlo claro: podría acudir a los medios de comunicación. Cualquier exposición pública por tu parte iría directamente en tu contra. A esas mujeres se las considera las heroínas de los débiles y afligidos, de modo que su participación te hará parecer más culpable. Además, es posible que dediquen tiempo y recursos a la acusación. Por lo que he visto hasta ahora, en cuanto le ponen el ojo encima a alguien, no se detienen hasta acabar con él. Podrían incluso hacer intervenir a la policía local en el caso, lo que abriría la posibilidad de un segundo juicio.

Genial. Un embarazo de Kalyna no era la única manera de que empeorara la situación.

–¿Cómo podemos impedir que intervengan?

–No sé qué podemos hacer.

–Pero yo soy inocente…

Luke musitó aquellas palabras para sí, pero, al parecer, McCreedy las oyó.

–Todos mis clientes lo son.

Sí, exacto. McCreedy creía en su inocencia porque le pagaba para que le creyera. No iba más allá. ¿Y por qué iba a hacerlo? No todos sus clientes eran inocentes. Creer en su culpabilidad le supondría un conflicto de conciencia. En el caso de que tuviera conciencia.

–¿Qué quiere Kalyna Harter? ¿Está buscando mi cabeza?

–No lo sé, pero si se te ocurre cuál puede ser su motivación, soy todo oídos. Tenemos que encontrar una razón creíble para que haya mentido, en el caso de que podamos probarlo, o no podremos ganar el caso. Será tu palabra contra la suya y lo único que tendrá que hacer ella es romper a llorar para parecer sincera.

–No entiendo por qué me odia. No me quedé tanto tiempo con ella como pretendía y eso la fastidió. Es lo único que se me ocurre.

Tampoco había sido capaz de repetir lo que ella le había dicho antes de que se acostaran: «te amo». Había pensado que se trataba de una broma. Trabajaban juntos, pero no tenían ninguna clase de relación sentimental.

–¿Qué podemos hacer con Ava Bixby? –preguntó.

–Rezar para que se queden sin fondos y tengan que cerrar la organización.

Luke sacudió la cabeza. Tenía de pronto a una organización de apoyo a las víctimas tras él, esperando verle colgado por un crimen que no había cometido.

–¿Serviría de algo que hablara con Ava Bixby?

–¡Por supuesto que no! Por eso te llamo. Está intentando ponerse en contacto contigo, pero no hables con ella. No está de nuestro lado.

Luke se frotó la sien. Estaba dispuesto a defender su inocencia ante cualquiera que quisiera escucharle, lo cual hacía que le resultara muy difícil no hablar. Pero desde que la seguridad de la base había llamado a su puerta, se sentía en un campo minado. Era mejor atender los consejos de alguien que sabía cómo moverse por él.

O se arriesgaba a no poder atravesarlo.

Capítulo 3

–Señora Harter, ¿puede decirme su nombre completo?

Kalyna sonrió con calma a la abogada que la Oficina de Investigaciones Especiales había asignado al caso. Había hablado con Rani Ogitani por teléfono varias veces, pero aquel era su primer encuentro cara a cara. La abogada, mayor del ejército, era una mujer de aspecto enérgico y eficiente, emocionalmente distante, pero seguro que muy capaz.

–Kalyna Boyka Harter.

La mayor Ogitani tecleó la fecha, martes treinta de junio, y el nombre de su clienta en el ordenador que reposaba sobre una mesa rectangular que ocupaba la mayor parte de una de las salas de reuniones de la base.

–Gracias. ¿Fecha de nacimiento?

–Dieciocho de mayo de mil novecientos ochenta y tres –contestó.

Eran los mismos datos que había tenido que dar en la reunión con Ava Bixby. Kalyna deseó que Ava le hubiera mandado a su abogada militar una copia del informe, pero sabía que las cosas no funcionaban así. Tendría que explicarlo todo otra vez.

La abogada fijó la mirada en la pantalla del ordenador.

–Así que tiene veintiséis años.

–Exacto.

–¿Nació en los Estados Unidos?

–No, en Ucrania. Mi hermana gemela, Tati, y yo fuimos adoptadas a los seis años por una pareja que vivía en Phoenix. Se separaron unos meses después y, como ninguno de ellos quería quedarse con nosotras, terminamos en casa de sus vecinos.

–¿De sus vecinos?

–Sí, un agente funerario y su esposa.

Volvió a oírse el repiqueteo del teclado. A pesar de lo que Kalyna le había dicho a Ava en su primera reunión, la mayor Ogitani parecía dispuesta a hacer su trabajo. Pero incluso con una abogada de la acusación tan competente, no sería fácil conseguir que condenaran al capitán Trussell. Tenía un expediente impecable, o, por lo menos, eso le habían dicho desde que había elevado la denuncia.

–¿Fue una adopción legal?

–Sí, pero al principio solo éramos acogidas.

–¿Qué originó la adopción inicial?

Kalyna apretó la mandíbula, dispuesta a hablar del pasado sin dejarse abatir por el dolor.

–Mi verdadera madre ya no podía alimentarnos. Pensó que tendríamos más oportunidades aquí.

En realidad, Talia Kozak quería liberarse de sus hijas para casarse con el hombre del que se había enamorado, un hombre que se negaba a tener ninguna relación con las gemelas, a las que solo consideraba como un par de bocas que alimentar. Talia se había desecho de ellas por él, y lo había hecho de manera que su abandono le proporcionara algún dinero. Kalyna lo había sabido por su propia madre varias semanas después de que le hubiera escrito una carta suplicándole que la llevara de nuevo a casa. Su madre le había contestado que era imposible, que su marido jamás lo permitiría, y así había terminado todo. Había sido su segunda madre adoptiva la que había mencionado que la primera pareja había pagado por su atención.

La compasión que reflejaron los ojos de la mayor Ogitani enfadó y alivió a Kalyna al mismo tiempo. Comprendía el alivio. Necesitaba despertar compasión. Necesitaba que su abogada la creyera. Los motivos del enfado eran más complejos.

–Ya entiendo –dijo la abogada–. ¿Y durante cuánto tiempo vivieron con esa pareja de Phoenix?

–En realidad, nos mudamos de Phoenix a Mesa en el año en el que yo habría tenido que estar estudiando cuarto grado, en el caso de que hubiéramos ido al colegio.

–¿No ibais al colegio?

La mayor Ogitani era todo profesionalidad. Se mostraba distante. Fría. Pero se filtró la sorpresa en su voz al hacer la pregunta.

–Estudiábamos en casa.

–¿Por qué motivos?

Para que sus padres pudieran mantener el control. Y la privacidad. Su madre no quería a profesores ni a psicólogos rondando a su alrededor, diciéndoles lo que podían hacer y lo que no.

–Mi madre decía que no quería que otros niños pudieran ser una mala influencia.

–Ya entiendo… –musitó la abogada lentamente–. ¿Pero tenía amigos?

–Solo mi hermana gemela. Vivíamos encima de la funeraria, en una calle muy transitada. No había otras casas cerca en las que vivieran niños.

Ogitani no lo aprobaba. Kalyna así lo comprendió por el lenguaje de su cuerpo.

–¿Así que era su madre adoptiva la que les enseñaba?

–En realidad, estudiábamos por nuestra cuenta, sobre todo en los cursos superiores. Venía un profesor una vez a la semana para comprobar nuestros progresos y ponernos deberes.

–¿Le gustaba estudiar en casa?

–Lo odiaba.

Pero era la manera de evitar el tener que compartir información con otros, de relacionarse con sus compañeros e invitarlos a su casa, que era lo que su madre no quería. Y siempre y cuando cumplieran con las exigencias curriculares, el estado no interfería en ese tipo de situaciones.

–¿Por qué?

–Si conociera a mi madre lo comprendería.

La voz de la mayor Ogitani volvió a recuperar su energía.

Fue casi como si Kalyna estuviera ya declarando ante el juez.

–De modo que el venir a los Estados Unidos no mejoró la situación.

Solo en el caso de que la vida en el infierno pudiera considerarse una mejora.

–Eso depende desde donde se mire.

–¿A qué se refiere?

–Teníamos comida suficiente y ropa.

–Pero…

–No era una vida fácil. Por eso me alisté en el ejército. Para escapar.

Continuaba siendo intencionadamente vaga. Su historia sería más creíble y causaría más impacto si tenían que sonsacarle la información. Lo sabía por propia experiencia.

–¿Sentía la necesidad de escapar? –Ogitani apoyó los codos en la mesa–. ¿Por qué?

Kalyna desvió intencionadamente la mirada.

–Mi casa no era… muy normal.

La mayor se inclinó hacia ella.

–¿En qué sentido?

–A mi hermana y a mí nos obligaron a trabajar en la funeraria desde que nos adoptaron. He tenido que manejar más cadáveres de los que la gente ha visto en su vida.

La abogada frunció el ceño.

–¿Quiere decir que comenzaron a trabajar en el negocio de la familia cuando fueron adultas?

–No, empezamos a trabajar en la funeraria desde el principio. Era terrible. Sobre todo cuando éramos pequeñas y teníamos que trabajar solas.

La mayor Ogitani no se molestó en grabar aquella información. Estaba demasiado impactada.

–¿Su hermana y usted tenían que ocuparse de los cadáveres siendo unas niñas y sin que hubiera ningún adulto presente?

No había ocurrido con tanta frecuencia como Kalyna se sentía inclinada a pensar, pero había ocurrido de vez en cuando y la imagen mental provocada por sus palabras tuvo el impacto deseado.

–De vez en cuando.

–¿Eso no es ilegal?

–Depende.

–¿De que?

–De lo que admitiéramos haber hecho.

–Explíquese mejor.

–Teníamos que limpiar la sangre y los líquidos de embalsamar de las mesas y también fregar el suelo. No hace falta tener ninguna autorización para limpiar.

Siempre recordaría aquel olor.

La abogada esbozó una mueca.

–¿Y dónde estaban sus padres adoptivos en esos momentos?

–Mi padre normalmente estaba en la morgue, llevándose otro cadáver o conduciendo el coche fúnebre al cementerio. O a lo mejor era tarde y se había ido a la cama. Mi madre se negaba a trabajar en el área de preparación de la que llamábamos «la parte trasera».

Por eso los Harter se habían mostrado dispuestos a adoptarlas cuando los Robinson habían dicho que ya no las querían. Habían visto en ellas el potencial del trabajo esclavo, no la alegría de educar a dos hijas. Y no querían que Kalyna y Tatiana fueran al colegio o se movieran libremente por el barrio porque tenían miedo de que contaran su situación y alguien decidiera intervenir. Norma jamás lo había admitido, pero Kalyna sabía cuál era la verdad.

–¿Se quedaban levantadas después de que su padre se hubiera acostado?

–Muchas veces. Y si era necesario, a veces hasta nos levantaba de la cama.

La abogada se echó hacia atrás.

–¡Pero eso es terrible! ¿Y hasta cuándo continuó esa situación?

–Hasta que me enrolé en la Fuerza Aérea. Pero ya de mayores, no solo nos ocupábamos de limpiar cadáveres, sino que también los peinábamos y los maquillábamos. Para eso tampoco hace falta tener ningún permiso.