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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Ally Blake. Todos los derechos reservados.

CÓMO CASARSE CON UN MILLONARIO, Nº 1937 - octubre 2012

Título original: How to Marry a Billionaire

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-1126-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

 

Nunca había visto unos tan bonitos –dijo Cara mirando el escaparate de la zapatería de la calle Chapel.

–Tienes que comprártelos –insistió Gracie.

–Son un capricho, realmente no los necesito.

–No seas tonta y cómpratelos.

–Son un diseño de Kate Madden –señaló Cara.

–¿Y?

–Pues que cuestan más de lo que mi padre ganaba en una semana.

–Es la excusa más estúpida que he oído nunca, incluso viniendo de ti, la persona más ahorradora que conozco. Pero, ¿se puede saber cuánto ganas tú a la semana? –preguntó Gracie con sorna.

–Más que mi padre.

–Pues no hablemos más –dijo Gracie tomando del brazo a Cara–. Te los vas a comprar. Se acabó eso de comprar la ropa en los mercadillos y en las rebajas. Si quieres trabajar en televisión tienes que cuidar tu imagen. Necesitas causar una buena impresión y esos zapatos te van a ayudar a conseguirlo.

Cara miró una vez más los zapatos del escaparate. Eran rojos, forrados de satén y con unos tacones tan altos y finos que podrían ser utilizados como arma en caso de necesidad. Eran muy elegantes.

Cara sacudió la cabeza. Lo más importante para ella en aquel momento era conseguir el trabajo. En un par de meses cumpliría veintisiete años y si para entonces quería terminar de pagar la hipoteca de su apartamento lo único que podía hacer, aparte de ganar la lotería, era conseguir el puesto. Y estaba convencida de que lo lograría. Aquel apartamento sería suyo muy pronto.

Gracie tenía razón. En el mundo en el que iba a moverse a partir de ahora, no podía seguir buscando ropa a precios de ganga. Si quería conseguir ese trabajo tan bien pagado como estilista en el nuevo programa de la televisión australiana, tenía que causar la mejor de las impresiones.

 

 

–Estás bromeando, ¿verdad? –dijo Adam sorprendido.

–No. Voy a ser la estrella de mi propio programa de televisión –contestó Chris con una amplia sonrisa. Adam se dio cuenta de que hablaba en serio. Su amigo y socio era un genio de la televisión y nunca bromeaba–. He firmado el contrato esta mañana.

Adam se puso de pie y comenzó a pasear por la habitación.

–Me habría gustado saber antes lo que pensabas hacer. Tenías que habérmelo consultado primero.

–No tenía por qué hacerlo.

Adam se detuvo y miró a su amigo.

–Tú fuiste el que decidió que fuera yo el que se encargara de las relaciones públicas de la compañía y por eso, si estabas planeando hacer algo que pudiera afectar la imagen de Revolution Wireless tenías que haberme consultado primero.

–Esto no tiene nada que ver con la compañía –dijo Chris–, ni con tu puesto de director de márketing de Revolution Wireless. Tan sólo quería que como amigo mío lo supieras.

–Bien. Pues deja que te diga que es la cosa más ridícula que he oído nunca. ¿Un concurso de televisión para encontrar pareja? ¡Vamos, hombre! Si lo que necesitas es encontrar una chica, podemos salir ahí fuera y encontrar una. Hay muchas mujeres que estarían encantadas de salir con uno de los solteros más ricos de Australia. Puedo encontrarte una ahora mismo en cualquier calle –dijo Adam tomando del brazo a su amigo.

–Pero yo no quiero acabar con la primera chica que encuentre en la calle.

Era evidente que Chris se estaba enfadando, así que Adam trató de calmar las cosas.

–Eso no es a lo que me refería y tú lo sabes.

–Quiero una mujer a mi lado que me comprenda –explicó Chris–. Quiero una esposa, no una de tus amiguitas. Las mujeres con las que sales son la antítesis de lo que un hombre en su sano juicio desearía como esposa, exceptuando a tu padre. Si quieres que hablemos de relaciones, podemos empezar por las tuyas.

Adam ignoró aquel comentario.

–Lo que digo es que puedes tener cualquier mujer que desees. Por cierto, ¿por qué nos hemos puesto tan serios?

Chris se encogió de hombros.

–Creo que ha llegado la hora de sentar la cabeza. Los años pasan sin darnos cuenta y ya voy a cumplir treinta y cinco años.

–Yo ya los tengo –dijo Adam enarcando las cejas–. Por lo que me estás diciendo, cualquiera pensaría que tu vida se está acabando. Todavía somos jóvenes y tenemos mucha vida por delante.

–Eso es precisamente a lo que me refiero. Quiero disfrutar de lo que me queda de juventud con alguien a mi lado.

Adam se estaba quedando sin argumentos y le estaba empezando a fastidiar ver a Chris tan seguro de lo que quería. Su amigo, que siempre había estado pegado a la pantalla del ordenador preocupado por sacar adelante su empresa, estaba empezando a descubrir que había otro mundo más allá de Revolution Wireless, la empresa de telecomunicaciones de la que eran socios. Estaba muy preocupado por él; no quería que una mujer desalmada se aprovechara de la inocencia y buen corazón de su amigo.

–Está bien –dijo Adam–. Explícame por qué quieres ir a un concurso de televisión para encontrar esposa.

–Porque es la única manera de conocer mujeres sin que sepan quién soy.

Adam sacudió la cabeza.

–¿Qué estás diciendo?

–Los productores han trabajado mucho seleccionando treinta mujeres de toda Australia atractivas e interesantes a las que han sometido a numerosas pruebas y no saben que yo soy uno de los dueños de Revolution Wireless. Me conocerán cómo soy y no por ser uno de los australianos más ricos.

Adam sabía a lo que se refería. Ambos eran dueños de Revolution Wireless, la empresa de telecomunicaciones más importante de Australia y estaban acostumbrados a que las mujeres de su círculo social lo supieran todo sobre ellos, incluyendo su patrimonio. Recordó los comentarios que Chris había hecho unos minutos antes. Y qué si a él le gustaba salir con mujeres sin mantener una relación seria con ellas. Así no cometería el mismo error que su padre. Tampoco estaba dispuesto a permitir que su amigo acabara enamorándose de la primera tonta que se pusiera en su camino, especialmente si el que la elegía era un ejecutivo de televisión preocupado por mejorar los índices de audiencia.

–Me voy a los estudios. ¿Me acompañas? Me vendría bien un poco de apoyo moral –dijo Chris poniéndose la chaqueta.

–Está bien, te acompaño. Sólo si me dejas seguir intentando sacarte esa idea de participar en el concurso.

–De acuerdo, pero no permitiré que entres en la reunión. Eres más guapo que yo y si te ven, se olvidarán de mí.

–No te preocupes. No se me ocurriría quitarte el puesto en ese programa por nada del mundo.

 

 

Cara volvió a retocarse el carmín por tercera vez desde que había tomado el taxi. Llevaba su corta y rizada melena peinada hacia atrás y el rostro suavemente maquillado. Se había puesto un vestido negro de lana y los zapatos de satén rojo que tanto dinero le habían costado. Si conseguía el trabajo, la inversión habría merecido la pena. Ése era su objetivo y tenía que hacer todo lo posible por lograrlo.

Guardó el espejo en el bolso y apretó los labios una vez más. Entonces, se dio cuenta de que el taxista la observaba por el retrovisor y le sonrió.

–¿Una cita importante?

–Sí, una entrevista de trabajo –contestó Cara.

–¿En televisión? ¿De qué clase de trabajo se trata? ¿Presentadora?

–No. Espero conseguir trabajo en uno de esos concursos para encontrar pareja. Es nuevo y ni siquiera sé el nombre todavía.

–¿De veras? –dijo el taxista frenando en seco, haciendo que Cara se inclinara hacia delante–. ¿Va a ser una de esas chicas en biquini?

–Por supuesto que no. Mi puesto estaría detrás de las cámaras como estilista del programa.

–¡Ah! –dijo sin mucho entusiasmo el conductor. Obviamente, lo atraían más los biquinis.

Llegaron al viejo edificio de hormigón que albergaba los estudios y el taxi se detuvo. Cara salió del coche y pagó el importe del recorrido al taxista a través de la ventanilla. Echó los hombros hacia atrás, tomó aire y se dirigió hacia el interior.

 

 

Adam estaba sentado en una sala de la última planta del edificio, haciendo crujir los nudillos de sus manos. Podía haberse quedado a esperar en el coche o dando un paseo por la calle. Pero no lo había hecho. Quería estar lo más cerca posible de Chris y éste estaba en una reunión a puerta cerrada en un despacho cercano. Llevaba ya más de una hora esperando y lo único que quería era salir de allí, llevándose por supuesto a Chris con él. Si existía la más pequeña posibilidad de que Chris cambiara de opinión, quería estar a su lado para devolverle a su mundo de tecnologías innovadoras y cotizaciones de bolsa. Así que había decidido esperar paciente a que su amigo terminara la reunión.

 

 

Cara contempló su reflejo en las puertas del ascensor. Se atusó el pelo y comprobó que sus mechas color caramelo destacaban en su melena morena y rizada, proporcionándole un toque de sofisticación. Aseguró la flor roja que sujetaba su pelo hacia atrás para evitar que se cayera.

Sus amigas decían que siempre estaba perfecta porque se preocupaba de todos los detalles de su aspecto por mínimos que fueran. Se miró los zapatos. Tenía que concentrarse en caminar muy derecha para evitar caerse de aquellos tacones tan altos y finos.

El ascensor se detuvo en el último piso y Cara sintió un nudo en el estómago. Cerró los ojos y deseó que aquel trabajo fuera suyo. Se abrieron las puertas y salió caminado con paso firme.

Adam se giró al oír el ascensor y vio salir a una mujer que caminaba erguida como una bailarina, como si llevara un libro sobre su cabeza. Se quedó fijamente observándola y se recostó en el sofá donde estaba sentado.

La mujer se detuvo frente al directorio, inclinándose ligeramente para leerlo. Una vez segura de que había llegado a la planta correcta, continuó caminando en su dirección.

Sólo cuando la tuvo cerca, Adam pudo percatarse de que estaba nerviosa. Tragaba saliva de continuo mientras miraba a su alrededor y sujetaba su portafolios con fuerza. Finalmente, sus miradas se encontraron. Ella esbozó una media sonrisa con sus carnosos labios.

–Disculpe –dijo con una sensual voz femenina–. ¿Sabe si es aquí donde hay que esperar a los de...? –hizo una pausa antes de continuar–. Ni siquiera sé cómo se llama el programa. Es ese nuevo concurso de citas.

Cara se quedó mirándolo con sus felinos ojos verdes en espera de una respuesta.

–Ha dado con el lugar correcto –contestó él.

–¡Gracias a Dios! –exclamó Cara llevándose la mano al pecho–. Me ha costado llegar hasta aquí. No sabía dónde tenía que ir y nadie en el edificio ha podido ayudarme. Desde luego que si el nuevo programa era un secreto con la cantidad de preguntas que he hecho ya lo debe saber todo el mundo.

Se sentó en el sofá frente a él, sujetando el portafolios sobre su regazo.

–¿Ha venido a una entrevista?

–Sí y no sabe lo nerviosa que estoy. Nunca había hecho nada como esto.

El comentario despertó la curiosidad de Adam. Podía ser una de las participantes en el concurso. Y lo primero que se le vino a la cabeza era que Chris era un tipo con suerte. Adam se agitó en su asiento, incómodo ante la presencia de aquella mujer fascinante.

De repente, recordó que ninguna de las participantes podía conocer al hombre que sería su cita antes del programa. No debían saber nada de él y menos aún de su amigo Chris que era, además de una gran persona, un millonario.

Lo más curioso era que aquella chica también parecía muy agradable. Tenía una intensa mirada felina y una boca que incitaba a ser besada.

Adam sacudió su cabeza en un intento de alejar sus pensamientos. ¿Qué importaba que fuera atractiva? Estaba allí para velar que nada ni nadie hiciera daño a su amigo.

Chris era demasiado inocente para saber lo que le convenía y allí estaba él para guiarlo. Le debía mucho y era lo menos que podía hacer por él.

La puerta que conducía a los despachos se abrió y apareció un joven ejecutivo de aspecto desaliñado.

–¿Cara Marlowe?

La mujer se puso de pie.

–Soy yo.

–Ven por aquí –dijo el joven con una amable sonrisa.

–Deséeme suerte –susurró mirando a Adam.

Aquello podía significar que dentro de unos días la atractiva mujer que ahora tenía frente a él, fuera la elegida como pareja de su mejor amigo.

–¡A por ellos! –fue todo lo que pudo decir.

 

 

Cara siguió al joven llamado Jeff a través de varios pasillos del último piso del edificio donde se ubicaban los estudios de la emisora de televisión.

–Siéntate –dijo y Cara obedeció–. ¿Quieres un café?

–No, gracias –dijo. Si tomaba cafeína le sería imposible controlar su nerviosismo.

–Yo necesito tomar uno –dijo Jeff tomando una taza–. Enseguida vuelvo.

Cara se sentó erguida en una silla mientras esperaba a que regresara. Miró sus relucientes zapatos rojos. Estaba segura de que Jeff todavía no había reparado en ellos.

Pero el hombre de la sala de espera sí que los había visto. Por el modo en que la había observado era evidente que se había fijado en cada centímetro de su cuerpo. Había tenido que desviar su mirada para mantenerse derecha sobre aquellos tacones. Era un hombre muy atractivo, capaz de hacer que las rodillas de cualquier mujer se pusieran a temblar.

Tenía el pelo oscuro y ondulado y los ojos de un color azul intenso. Era corpulento y tenía manos fuertes. Se preguntó qué motivo tendría para estar en aquella sala de espera y su relación con el nuevo programa.

Quizá fuera el soltero protagonista del concurso. ¿Sería a él al que tendría que vestir? Se lo imaginó con un traje impecable, zapatos italianos y un estiloso corte de pelo. Si era él el concursante, su trabajo iba a ser fácil. Lo único que tendría que hacer sería asegurarse de que su corbata estuviera bien anudada y el pelo en su sitio antes de que se pusiera delante de las cámaras.

El simple hecho de imaginarse cerca de él, la hizo ruborizarse. Se enderezó en su asiento y sonrió. ¿Qué razón tendría un hombre como aquél para acudir a un concurso de citas? Era muy guapo y tenía unos profundos ojos azules muy sugerentes, capaces de enamorar a cualquiera.

De pronto, Cara volvió de sus pensamientos y se percató de que estaba ante la entrevista de trabajo más importante de su vida. Tenía que concentrarse en eso y no en la mirada de un completo desconocido. Miró una vez más sus brillantes zapatos rojos. Tenía cosas más importantes en las que pensar que en el encuentro casual que había tenido con aquel hombre, por muy atractivo que éste fuera. A quien tenía que impresionar era a Jeff.

Cruzó una pierna sobre otra y comprobó que sus zapatos quedaban ocultos. No había oído a Jeff volver y justo en el momento en que cambiaba de postura con un movimiento brusco, golpeó con su pierna derecha la parte superior del muslo del joven ejecutivo. La taza de café que llevaba entre las manos voló por el aire y su contenido se derramó sobre su escritorio. El quejido que dejó escapar Jeff le hizo darse cuenta de que le había hecho mucho daño y Cara se puso de pie de un salto.

–Jeff, lo siento. Siéntate, por favor. ¿Estás bien? –preguntó preocupada sin saber qué hacer. Su futuro financiero dependía de aquel joven que se había llevado las manos a la entrepierna–. ¿Te he hecho mucho daño? ¿Hay algo que pueda hacer?

Jeff aspiró hondo antes de contestar.

–¿Cuándo puedes empezar? –dijo con voz entrecortada.

–¿Empezar el qué? –preguntó Cara preocupada con el sentido que Jeff podía haber dado a su ofrecimiento de ayuda.

–El trabajo.

–¿He conseguido el trabajo? –dijo Cara sin salir de su asombro.

–Sí –contestó Jeff recuperando el aliento.

–¿No quieres ver mis referencias? –dijo señalando su portafolios.

–No hace falta. Conocemos tu trabajo y tus recomendaciones son buenas. Maya Rampling de la revista Fresh te define como un regalo del cielo y su ayuda nos va a venir bien para promocionar el programa. ¿Qué me dices? ¿Todavía quieres trabajar con nosotros?

–Por supuesto –dijo Cara tratando de no perder el equilibrio.

El joven la miró con una cálida sonrisa y bajó la mirada.

–Esos zapatos que llevas son impresionantes. No me quiero imaginar lo que me hubieras hecho con ellos si no te damos el trabajo.