cover.jpg
portadilla.jpg

 

 

Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Annette Broadrick. Todos los derechos reservados.

ENCUENTRO PERFECTO, Nº 1531 - noviembre 2012

Título original: MacGowan Meets His Match

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-1183-6

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

 

Sydney, Australia

Primeros días de febrero de 2004

 

—¡Dimitir!, ¿qué quieres decir con eso de que quieres dimitir? —soltó Basil Fitzgerald, el jefe de Jenna Craddock.

Sí, iba a echarlo de menos. Era brusco y tenía mal genio, pero también tenía buen corazón. Y llevaba más de cuarenta y cinco años felizmente casado con la misma mujer.

—¿Por qué vas a dejar un maravilloso empleo después de seis años? ¿Qué es lo que quieres?, ¿más dinero?, ¿más vacaciones? ¡Vamos, di! —continuó Basil.

—Es una cuestión personal, no tiene nada que ver contigo —alegó Jenna.

—Ah, así que te casas, ¿eh?

—¡Claro que no! —se rió Jenna—. ¡Con un jefe tan esclavista como tú, no he tenido tiempo ni de salir! Me voy al Reino Unido. Llevo años ahorrando dinero con la esperanza de volver algún día allí, quiero conocerlo.

—Bien, entonces tómate unas vacaciones y márchate. No hay ninguna razón para que dimitas —contestó Basil.

—Pero no tengo ni idea de cuándo volveré, y puede que decida quedarme cuando esté allí. No quiero dejarte aquí con la idea de que voy a volver.

—¡Tonterías! Eres australiana, no encontrarás trabajo allí si no tienes los papeles en regla.

—De hecho nací en Cornwall, soy ciudadana británica —lo corrigió Jenna.

—¿En serio? No me lo habías dicho, creí que eras australiana.

Jenna sonrió, pero no dijo nada. Basil la observó unos segundos en silencio, y finalmente dijo:

—Ahora que lo pienso, en realidad no sé nada de ti excepto que eres una secretaria excepcional y que voy a echarte mucho de menos. Maude dice que desde que trabajas para mí, vivir conmigo es mucho más sencillo.

—Tranquilo, el departamento de personal te encontrará otra secretaria tan capaz como yo —contestó Jenna—. No me marcho hasta dentro de seis semanas, así que tienen tiempo de sobra para buscar.

—Hmmm...

Jenna sonrió. Le habría molestado que Basil dijera que era fácil sustituirla.

—No es el fin del mundo, ¿sabes? —continuó Jenna—. Nos mantendremos en contacto.

—Nada de lo que diga va a hacerte cambiar de opinión, ¿verdad?

—No, nada.

—Bien... si no encuentras lo que estás buscando, aquí siempre serás bien recibida.

—Gracias —contestó Jenna con una sonrisa.

Capítulo 1

 

Bienvenidos al aeropuerto de Heathrow y gracias por volar con nosotros. Esperamos que hayan disfrutado de su viaje y que se acuerden de nosotros la próxima vez que vayan a tomar un avión.

Jenna apenas oyó el mensaje del megáfono. Estaba agotada. Llevaba viajando casi veinticuatro horas, sólo había hecho escala en Singapur. Eran las seis de la madrugada, hora local, cuando salía del aeropuerto en busca de un taxi que la llevara al hotel. Lo único que deseaba era derrumbarse en una cama.

 

 

Tras dos días con sus noches en Londres, Jenna estaba lista para embarcarse en su aventura. Le había dicho la verdad a Basil cuando le había comentado que quería conocer Inglaterra, pero lo que no le había contado era que esperaba encontrar a su familia en Cornwall.

Jenna se preguntaba si la familia era tan importante para otras personas como para ella. El hecho de haber vivido siempre sola la había marcado, impulsándola en ese momento a buscar a sus parientes. Por supuesto, eso también le había otorgado una cierta independencia, pero Jenna soñaba siempre con tener un hogar propio lleno de niños.

Jenna había alquilado un coche pequeño y económico... justo lo que necesitaba. Su intención era conducir en dirección al oeste, parando cuando se cansara sin importarle la hora y disfrutando del viaje. En esa dirección estaba St. Just, el pequeño pueblo de Cornwall en el que había nacido y en el que había vivido los cinco primeros años de su vida con sus padres. Las Islas Británicas siempre le habían fascinado. Al fin y al cabo, era su país natal.

Durante un tiempo la hermana de su padre había vivido en esa zona de Cornwall. Jenna esperaba que su tía Morwenna siguiera viva, y sabía que la sorprendería verla después de tantos años. Durante dos días Jenna estuvo conduciendo por la campiña inglesa, disfrutando de la tranquilidad que reinaba allí en comparación con Sydney, encantada de estar por fin en Inglaterra. Al llegar a St. Just, encontrar alojamiento no supuso ningún problema. Jenna le explicó a Tom Elliot, el propietario del albergue, que no sabía cuánto tiempo iba a quedarse.

—La verdad es que no tengo planes —se rió Jenna—. Mi familia era de aquí, así que tenía muchas ganas de venir a ver todo esto. Y puede que decida quedarme si me gusta.

—Sí, Craddock es un nombre escocés, es cierto —asintió Tom.

—Estoy buscando a mi tía Morwenna. De soltera se apellidaba Craddock, pero al casarse pasó a llamarse Hoskins. ¿Sabe usted si queda algún Craddock viviendo por la zona?

—No, que yo sepa. Mi mujer y yo nos mudamos aquí hace cinco años, pero puede usted preguntar en el pub. Es muy posible que haya alguien que pueda indicarle. Además, se cena de maravilla.

—Gracias —se despidió Jenna, saliendo a la calle.

Quería buscar el apellido en la guía telefónica, pero estaba agotada y muerta de hambre, así que decidió ir primero al pub a cenar. Estaba en la calle principal del pueblo. Jenna se sentó a una mesa y observó a los lugareños. Al terminar, era noche cerrada. Jenna volvió al albergue.

—¿Qué tal la búsqueda? —preguntó Tom al verla entrar.

—Decidí dejarlo para mañana —contestó Jenna.

—Se me ocurrió mirar en la guía mientras estaba usted fuera —continuó Tom—. No he encontrado ningún Hoskins, pero sí un Craddock que vive en esta misma calle, más arriba. Quizá quiera usted llamar.

—Sí, es una idea estupenda. ¿Puedo utilizar su teléfono?

Jenna marcó el número de la guía. Una mujer respondió.

—Hola, buenas noches. Me preguntaba si conoce usted, por casualidad, a Morwenna Hoskins, Craddock de soltera —se presentó Jenna, añadiendo al ver que la mujer vacilaba—: Soy su sobrina de Australia, y me gustaría ponerme en contacto con ella.

—Ah, bueno, dudo que a Morwenna le importe que le dé su dirección —contestó la mujer—. No la conozco demasiado bien, es muy suya —añadió, indicándole detalladamente la casa en la que vivía su tía.

—Gracias por su ayuda —contestó Jenna, antes de colgar—. ¡La he encontrado! ¡A la primera! ¡Una sola llamada, y ya está!

—Estupendo —sonrió Tom.

Jenna subió las escaleras corriendo hacia su habitación. El número de teléfono de su tía no venía en la guía, así que quizá no tuviera. Pero no importaba, la visitaría al día siguiente. Apenas podía esperar para verla.

Aquella noche le costó dormir, y a la mañana siguiente estaba emocionada y nerviosa. Por fin había llegado el momento que tanto esperaba.

Jenna encontró la casa enseguida. Respiró hondo y llamó. Tuvo que hacerlo una segunda vez antes de obtener respuesta.

—¡Ya voy, ya voy! —gritó una voz de mujer—. Y más vale que no sea un vendedor, porque no quiero comprar nada.

Morwenna Hoskins abrió la puerta mientras decía esas últimas palabras. O, al menos, Jenna creyó que era ella. Su rostro no reavivó ningún recuerdo en ella. El tiempo no había pasado en balde para Morwenna. Jenna sabía que debía de tener más de cincuenta años, pero parecía aún mayor. Se apoyaba en un bastón y su mirada era suspicaz.

—Y bien... ¿qué quieres?

—Eh... Hola, no soy ninguna vendedora. En realidad he venido desde Australia para verte. Soy tu sobrina, Jenna.

Fuera la que fuera la reacción que esperaba Jenna, desde luego no esperaba que su tía la mirara con esa expresión de desagrado. Morwenna la observó sin hacer el menor ademán de invitarla a pasar. Jenna no sabía qué decir. ¿Por qué su tía no se alegraba de verla?

—¿Mi sobrina? Si vienes de Australia, es que eres la hija de Hedra y Tristan.

—Sí, sí, eso es —confirmó Jenna, relajándose y sonriendo.

—¡Les dije que no se fueran mil veces, que eso estaba en la otra punta del mundo! —exclamó Morwenna con un gesto de mal humor—. ¡Y tenía razón! No vivieron allí más que dos años, enseguida se los llevó la corriente o algo así. Pero claro, Tristan jamás quiso escucharme. Se creía muy listo. Bueno, y tú, ¿qué quieres?

Jenna sintió que estaba a punto de desfallecer.

—Eh... pasaba por aquí y pensé en venir a saludarte. Me temo que no guardo ningún recuerdo de Cornwall, pero como he nacido aquí, quise acercarme a visitarlo.

Morwenna comenzó a sacudir la cabeza en una negativa antes incluso de que Jenna terminara de decirlo. Luego contestó:

—Pues estás perdiendo el tiempo. Tú no eres de aquí. No sé de dónde te sacó Tristan, porque nunca quiso decírmelo, pero tú no naciste aquí.

Jenna se quedó atónita, mirando a Morwenna, convencida de que no la había entendido bien.

—¿De dónde me sacó? —repitió Jenna.

—Se lo dije al hombre que vino a buscarte desde Edimburgo hace unos meses... —continuó Morwenna—. Tú y yo no somos parientes de sangre. ¿Quién sabe dónde te encontró mi hermano? Hedra se presentó aquí un día con un recién nacido, estaba muy orgullosa. Tristan sonreía de oreja a oreja. Les advertí que criar a la hija de otros era un error, que nunca se sabe. Puede resultar un ladrón o un asesino, o incluso algo peor.

Jenna observó a aquella mujer sin creer del todo en lo que estaba oyendo. ¿Estaba loca?, ¿de qué hablaba?, ¿y qué consideraba peor que un asesino?

—No sé si te he entendido bien —dijo al fin Jenna—. ¿Quieres decir que fui adoptada?

—¿Es que estás sorda o qué? Sí, fuiste adoptada —confirmó Morwenna—. ¿Es que no lo sabías?

—No, no tenía ni idea.

—Bueno, pues alguien debería habértelo dicho. Recuerdo cuando me dieron la noticia de que mi hermano había muerto. Fue horrible, era mi único hermano. Si me hubiera escuchado, aún estaría vivo —prosiguió Morwenna con una mueca—. Me molestó que me llamara esa gente de Australia, querían que me ocupara de ti. Les dije que ya tenía ocho hijos, que no podía alimentar otra boca más.

Cada palabra de Morwenna era como un dardo clavado en el corazón de Jenna, que no sabía qué decir. Así que las autoridades de Australia habían tratado de buscarle una familia de adopción antes de ingresarla en un orfanato. Jenna miró a aquella mujer horrorizada. Tenía que marcharse de allí. Era una suerte que Morwenna ni siquiera la hubiera invitado a pasar. Su ira y su crueldad la habrían asfixiado en un lugar cerrado. A pesar del shock, Jenna se alegraba de no estar emparentada con aquella mujer.

—Gracias por sacarme de mi error —dijo Jenna con calma—. Ha dicho usted que un hombre de Edimburgo vino a buscarme. ¿Podría decirme su nombre?

—Hace mucho de eso, no me acuerdo... Creo que empezaba por D... Davis, Dennis... no, no era eso.

—¿Podría describirlo? —rogó Jenna.

—¿Por qué?, ¿es que piensas ir a visitarlo a él también? Dijo que era de Edimburgo, pero a mí no me engaña. Tenía acento estadounidense, aunque Dios sabe de dónde era. ¡No, espera, tenía un nombre francés...! ¡Dumas, eso es! No recuerdo el nombre de pila. Pero no te pareces a él, si es eso lo que crees. Era moreno y de ojos oscuros, y muy alto —añadió Morwenna, mirándola de arriba abajo.

—Gracias por su ayuda —contestó Jenna, asintiendo y marchándose a toda prisa.

Sólo al entrar otra vez en el pub en el que había cenado el día anterior se dio cuenta Jenna de que estaba temblando. Pidió un té y se sentó.

Nada en su vida era como creía. Los Craddock la habían adoptado. ¿Cómo era posible que nadie se lo hubiera dicho? Sus papeles estaban en regla, no había entre ellos ningún documento de adopción. Según su certificado de nacimiento, Hedra y Tristan eran sus padres y ella había nacido en la casa familiar.

Jenna recordó el día en que la habían llevado a un orfanato. Jamás se había sentido tan sola, tan desconsolada. Desde ese día, la única constante en su vida había sido la soledad... una soledad total.

¿Qué hacer? No tenía intención de volver a Australia, tenía suficiente dinero para mantenerse mientras buscaba un empleo. Y con sus referencias, no le costaría demasiado encontrar algo.

Morwenna había dicho que el hombre que la buscaba era de Edimburgo. Ésa era su única pista. Era extraño que un hombre llamado Dumas de Edimburgo supiera quién era ella. ¿Sería posible que hubiera sido adoptada en Edimburgo?, ¿y si ese hombre era su padre, que trataba de encontrarla? Quizá se hubiera marchado a vivir a Estados Unidos después de nacer ella, eso explicaría su acento. Quizá hubiera vuelto a buscarla. Morwenna decía que no se parecía a él, pero quizá se pareciera a su madre.

Nada más terminar de hablar con Morwenna, Jenna comprendió que no quería quedarse más tiempo en Cornwall. Nada la retenía allí, podía buscar un empleo en Edimburgo. Quizá encontrara allí al señor Dumas, él le explicaría por qué la buscaba.

La idea la tranquilizó. No era una pista maravillosa, pero era algo. Alguien conocía su existencia y la buscaba. Era su único consuelo.

Capítulo 2

 

Veo que es usted australiana, señorita Craddock. ¿Qué la trae a Escocia a buscar empleo?

Jenna estaba sentada en el despacho de Violet Spradlin, la directora de una agencia de empleo de Edimburgo.

—En realidad nací en el Reino Unido, pero hacía muchos años que no venía. He decidido quedarme en Escocia porque me encanta, y como no tengo familia, nada me ata a ninguna parte.

—Comprendo —contestó Violet, revisando unas cuantas hojas antes de alzar la vista—. Según su carta de recomendación, su trabajo es excelente. Estoy impresionada, teniendo en cuenta su edad. Veinticinco años, ¿no es así? Debió de comenzar usted a trabajar muy pronto.

—Sí.

—Por desgracia, en este momento no tengo apenas nada que ofrecerle —suspiró Violet—. Así es la vida, ya se sabe. Luego, de repente, me llaman urgentemente de varios sitios a la vez. Nunca se sabe. Espero que no le corra prisa.

—No, lo comprendo.

—¿Cómo puedo ponerme en contacto con usted si surge algo?

—Estoy alojada a las afueras de la ciudad. Si quiere, puedo mantenerme en contacto con usted —sugirió Jenna.

—Ah, ya lo veo. Ha escrito la dirección de su hotel en el hueco de la dirección —musitó Violet, alzando la vista hacia ella, pensativa—. Supongo que no le interesará un puesto que incluya alojamiento, ¿no? —añadió, continuando sin esperar respuesta—: No, claro que no. No se trata de ningún empleo aquí, en Edimburgo, y tampoco puedo garantizarle que las condiciones de trabajo sean las mejores.

Intrigada, a pesar de que el comentario de la señorita Spradlin resultaba desalentador, Jenna contestó:

—No me importa marcharme de Edimburgo. Y el hecho de que el empleo incluya alojamiento puede facilitarme las cosas. Al menos, al principio.

Violet se puso en pie y buscó un expediente en un archivador.

—Ah, aquí está —comentó Violet, volviendo a la silla—. No pretendo recomendarle precisamente este puesto, usted ya me entiende.

—Sí, comprendo.

—Sir Ian MacGowan necesita una secretaria para transcribir su novela.

—Ah, un novelista.

—Bueno... —puntualizó Violet—, supongo que podría llamarlo así, pero creo que, de momento, no ha vendido nada. Vive en Londres, pero tuvo un accidente de automóvil hace unos meses, y decidió marcharse a descansar a la casa de campo de su familia. Creo que escribe para mantenerse ocupado.

—Ah —contestó Jenna, imaginándose a un caballero bien entrado en años pero poco dispuesto a jubilarse—. Dice usted que no me recomienda particularmente el empleo, y quisiera saber por qué. Parece hecho a la medida para mí. No será un empleo fijo, pero me permitirá ir acostumbrándome a este país.

Violet suspiró y se quitó las gafas, para restregarse el puente de la nariz. Limpió los cristales y volvió a ponérselas. Era evidente que no sabía qué contestar. ¿Acaso Sir Ian era un monstruo?

—¿Ve estos papeles? —preguntó al fin Violet, sacudiendo el expediente—. Son las solicitudes de empleo de las secretarias que le he mandado a Sir Ian durante las últimas semanas.

—¿No le gustó ninguna de ellas? —preguntó Jenna.

—Después de quejarse de la ineptitud de todas las candidatas que entrevistaba, finalmente Sir Ian eligió a una que se quedó con él dos semanas. La segunda le duró sólo tres días —explicó Violet, suspirando.

—¿Las acosa sexualmente? —preguntó Jenna.

Violet pareció sorprenderse por un momento. Luego se echó a reír y contestó:

—¡No, no, claro que no! No era eso lo que quería decir. Simplemente es un hombre difícil —explicó Violet, leyendo algunos párrafos de los documentos—: Es un hombre con muy mal genio, imposible de complacer, según una de las candidatas. Otra dice que la obligaba a trabajar sin descanso, que se mostraba insoportable.

—Ah, ya sé a qué se refiere —asintió Jenna con una sonrisa—. Mi último jefe era así.

—¿En serio? —preguntó Violet, alzando las cejas—. Me sorprende. Según su carta de recomendación, él lamenta terriblemente haberla perdido. Casi parece recomendarla para la santidad más que para un puesto de secretaria.

—Era un hombre muy ocupado, necesitaba una secretaria con iniciativa, y no había tenido demasiada suerte antes de contratarme a mí —explicó Jenna—. Pero en cuanto logré convencerlo de que no era «una vaga», como decía él, todo fue bien.

—Comprendo —sonrió Violet—. Quizá tenga usted más suerte con Sir Ian que el resto de candidatas.

—¿Cuándo podemos celebrar la entrevista?

—Ah, Sir Ian ya no hace entrevistas —negó Violet—. Dice que le ocupa demasiado tiempo. Me pidió que le buscara una secretaria que no lo acosara a preguntas y que la contratara.

—¿A ciegas?

—Sí, si cree usted que puede interesarle el puesto —confirmó Violet—. Quizá prefiera ir primero a echar un vistazo. Si no le gusta, al menos lo habrá intentado. Quizá a su vuelta tenga algo más interesante que ofrecerle. Y bien, ¿le interesa?

Jenna sopesó sus alternativas. No quería gastar más dinero ahorrado del imprescindible, era mejor aprovechar la oportunidad de trabajar.

—Al menos, me gustaría conocerlo —contestó Jenna—. Puede que al final los dos estemos de acuerdo en que no soy adecuada para ese empleo, pero no me gusta rechazar una oferta sin probar primero.

—Bien, eso está bien. Si hay alguien adecuado para ese empleo, ésa eres tú, Jenna —afirmó Violet, alcanzando el teléfono y marcando el número que figuraba en el expediente—. Buenos días, Hazel, soy Violet Spradlin, de la agencia de empleo. ¿Qué tal estás?

Jenna escuchó la conversación divertida. Aquellas dos mujeres parecían muy amigas. No era de extrañar, teniendo en cuenta la cantidad de candidatas que debía de haber mandado Violet. Probablemente Hazel era la esposa de Sir Ian.

—Me gustaría hablar con Sir Ian —continuó Violet—. Sí, ya sé que está muy ocupado. No, no te llamo para hablar de la última secretaria. Sí, ya lo sé, a veces es difícil tener paciencia con los empleados nuevos. La razón por la que te llamo es porque he encontrado a una nueva secretaria, y creo que es justo lo que necesita Sir Ian. Sí, eso es. Sí, espero —añadió Violet, volviendo la vista a Jenna y guiñándole un ojo.

Tras la larga espera, Violet continuó:

—Sí, buenos dí... Sí, ya sé que... Pues, de hecho, ella está aquí... —Violet tapó el auricular y preguntó—: Quiere saber cuándo puedes ir para allá. Parece que ahora mismo tiene mucho trabajo.

—Podría ir hoy mismo si me indicas cómo llegar —dijo Jenna.

—Bien, puede que sea lo mejor. Te dije que el puesto no era en Edimburgo, ¿verdad? Supongo que no tienes coche.

—No, ¿es un problema?

—Ella no tiene medio de transporte en este momento, Sir Ian —continuó Violet, hablando por teléfono—. Podría tomar el tren a Stirling si usted... Ah, sí. Bien, perfecto, seguro que... —Violet dirigió la vista a Jenna—. Es menudita, cabello rubio rojizo, y lleva un traje verde oscuro. No creo que sea tan difí... Sí, se lo diré.

Violet colgó el teléfono y añadió:

—Bien, la conversación ha sido corta. Quiere que tomes el tren a Stirling. Hazel Pennington, su ama de llaves, irá a buscarte a la estación. En cuanto llegues, hablaréis del salario y de los días libres.

—Bien —convino Jenna, poniéndose en pie—. Te agradezco mucho que me eligieras para el puesto.

—No me lo agradezcas aún, cariño —advirtió Violet—. Espera a que lleves unas cuantas semanas con él. Sir Ian es una persona brusca, pero, según Hazel, que lleva años trabajando para la familia, es un jefe justo.

—¿Es que tú no lo conoces?

—En persona no, pero reconocería su voz en cualquier parte. Es inconfundible —contestó Violet, llevándose la mano al cuello.

—Tendría que ir primero a recoger mis cosas y despedirme en el hotel —dijo Jenna, alargando una mano que Violet estrechó—. Ocurra lo que ocurra, te agradezco que me hayas dado esta oportunidad.

—No te sientas como si te mandara al matadero, seguiremos en contacto —respondió Violet—. Si sale algo mejor, te lo haré saber.

Mientras guardaba en la maleta las pocas cosas que había sacado, Jenna reflexionó sobre lo que había hecho. Había aceptado un empleo sin ver siquiera a su nuevo jefe. Después de seis años trabajando para Basil, esperaba poder soportar a otro cascarrabias sin gran dificultad. Tendría que escribir a Basil para contarle que su experiencia con él iba a serle muy útil.

Podía visitar Edimburgo en sus días libres y seguir buscando al señor Dumas. Lo había buscado en la guía telefónica nada más llegar, pero no figuraba nadie con ese apellido. Había llamado incluso a la compañía telefónica para preguntar por los números nuevos aún sin listar, pero no había tenido suerte. Sin embargo Jenna no estaba dispuesta a dejarse vencer. Hubiera preferido encontrar un empleo en Edimburgo, pero ya se las arreglaría para seguir buscando.

Una vez en el tren con dirección a Stirling, Jenna reflexionó sobre su nuevo empleo. Jamás había conocido a ningún escritor, y sentía curiosidad. Quizá se tratara de un veterano de guerra, escribiendo sobre sus experiencias en el campo de batalla. Eso sería fascinante. O también era posible que Sir Ian fuera un escritor nefasto. En ese caso, probablemente fuera ésa la causa de su mal humor. Quizá fuera una de esas personas dispuestas a culpar a los otros de sus fallos. Lo más importante de todo, sin embargo, era que por fin estaba en Escocia y tenía un empleo.

Al llegar el tren a la estación, Jenna recogió sus bolsas y se preparó. Un mozo la ayudó con la tercera bolsa a la hora de bajar. Jenna le dio las gracias y miró a su alrededor. Unos bajaban del tren, y otros esperaban para subir. La estación quedó vacía al sonar el silbato.

No tenía ni idea de cuánto tendría que esperar. Habría sido mejor tener una descripción del ama de llaves. Jenna se colgó una de las bolsas de viaje al hombro, agarró las otras dos y echó a andar.

—Tú debes de ser Jenna Craddock —dijo una voz alegre.

Jenna se detuvo. Una mujer de edad indefinida se dirigía hacia ella desde el aparcamiento.

—Soy Hazel Pennington, el ama de llaves de Ian. Lamento llegar tarde, he pillado un atasco —continuó la mujer, tomando una de las bolsas de Jenna.

—¿Cómo sabías en qué tren iba a llegar? —preguntó Jenna, corriendo para alcanzarla—. Ni siquiera yo sabía cuál iba a tomar hasta el momento de llegar a la estación.