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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Sara Craven. Todos los derechos reservados.

DESEO IMPLACABLE, N.º 2226 - abril 2013

Título original: The Prince of Retribution

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2013.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3017-2

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

 

Julio

 

ESE piso era más pequeño que el anterior, sin embargo, al estar vacío parecía mucho más grande. Él permaneció junto a la puerta del salón, mirando con inquietud algunos de los muebles que había recibido la semana anterior.

Allí estaban los dos sofás de terciopelo verde, colocados uno frente al otro y con la mesa de café de madera de roble en el medio. La estantería, y la lujosa alfombra color crema, de forma circular, que estaba frente a la chimenea.

Una pequeña selección, pero todo lo que habían elegido juntos, y que pensaban aumentar con el tiempo.

Solo que no quedaba tiempo. Ya no.

Notó que se le tensaban los músculos de la garganta y se clavó las uñas en las palmas de las manos para contener el grito que amenazaba con salir de sus pulmones.

Y al fondo del pasillo, detrás de la puerta cerrada de la otra habitación, la cama. Y los recuerdos en los que no podía permitirse pensar.

Él ni siquiera estaba seguro de lo que estaba haciendo allí. De por qué había regresado.

Brendan y Grace habían insistido en que se quedara con ellos, pero él no podía enfrentarse a la idea de que lo compadecieran, por muy genuino y bienintencionado que fuera el sentimiento. No podía digerir la idea de que lo trataran como a una víctima. Ni de sentirse como un auténtico idiota.

Al recordar el bombardeo de flashes y preguntas que recibió al salir de la oficina del registro mientras bajaba solo por los escalones, se puso tenso. No le habían perdonado nada y al día siguiente saldría en todos los periódicos. Era probable que los tabloides lo sacaran en primera página.

Pero había algunos asuntos más importantes que la destrucción de lo que se había convertido en su preciada intimidad.

Decisiones que debía tomar. Los muebles de los que debía deshacerse. Poner el piso a la venta. Eso era lo fácil. Podía hacerse a distancia por otras personas, igual que ya habían cancelado los vuelos y la reserva de la suite de un hotel de lujo en las Bahamas. O el pedido de flores y champán. Los planes de alquilar un barco para visitar otras islas.

Sin embargo, recuperarse del fracaso que había sufrido en su vida era otro asunto.

Se volvió y caminó por el pasillo hasta la habitación que sería su lugar de trabajo. Metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y sacó una hoja de papel arrugada que llevaba consigo desde por la mañana. Decidió no volverla a leer. No hacía falta. Podía recitar su contenido de memoria, algo más que debía detener en ese mismo instante.

Desdobló la carta y la dejó sobre el escritorio para alisarla con el puño, después la metió en el triturador de papel y, en segundos, quedó convertida en pedacitos.

Ya estaba. Solo le faltaba borrarla de su cerebro. No era una tarea sencilla pero, de algún modo, lo conseguiría. Porque debía hacerlo.

Miró el reloj. No había nada más que lo retuviera allí. Nunca lo había habido. Una habitación de hotel, sosa e impersonal, lo estaba esperando. Nada de una cena íntima para dos personas, ni champán, ni pétalos de rosa sobre la almohada. Y después, tampoco vería unos ojos somnolientos pero sonrientes y llenos de satisfacción.

Solo una botella de whisky, un vaso, y con un poco de suerte, lo olvidaría todo.

Al menos, hasta el día siguiente, cuando, de algún modo, comenzaría su vida de nuevo.

Capítulo 1

 

El abril anterior...

 

–PERO no lo comprendes. He quedado con alguien aquí.

Mientras la voz desesperada de la chica llegaba desde el otro lado de la habitación, Caz Brandon dio la espalda al grupo con el que estaba hablando en el bar y miró hacia la puerta, arqueando sus cejas oscuras con cierto disgusto. Solo para descubrir que su disgusto se convertía en un repentino interés por la recién llegada.

Debía de tener veintitantos años. Era bastante alta, delgada y más que atractiva, con una melena ondulada de color castaño rojizo que caía sobre sus hombros. Vestía el clásico vestido negro sin mangas y con escote, como muchas de las otras invitadas, pero se diferenciaba de ellas al llevar la falda con una abertura hasta media pierna que permitía ver un liguero de terciopelo negro con cristalitos un poco más arriba de la rodilla.

«Un toque intrigante», decidió Caz con franca apreciación. Y no pudo evitar hacer especulaciones al respecto. Aunque no era el momento ni el lugar para dejar vagar sus pensamientos, ya que tenía que ocuparse de los editores procedentes de Europa y del Hemisferio Sur que trabajaban para su empresa.

–Me temo que este es un acto privado, señorita, y su nombre no está en la lista –dijo con firmeza Jeff Stratton, el encargado de la seguridad para la recepción.

–Pero me habían invitado –sacó una tarjeta del bolso–. Este hombre, Phil Hanson. Mire, incluso me escribió la dirección y la hora donde debía encontrarme con él en el revés de la tarjeta. Si puede localizarlo, le confirmará lo que digo.

–Por desgracia no figura ningún señor Hanson en la lista de asistentes. Me temo que alguien le ha gastado una broma. Sin embargo, siento decirle que tengo que pedirle que se vaya.

–Pero él debe de estar aquí –dijo con nerviosismo–. Me comentó que podría conseguirme un trabajo con Brandon Organisation. Es el único motivo por el que acepté venir.

Caz hizo una mueca. Parecía que la situación había pasado de ser un problema técnico a ser un problema de relaciones públicas. Si alguien había empleado el nombre de su empresa para gastarle una broma a esa chica, él no podía pasarlo por alto. Tenía que solucionarlo y era él, y no Angus, el jefe del equipo de relaciones públicas, el que estaba allí.

Se disculpó ante el resto del grupo y se dirigió al otro lado de la sala.

–Buenas tardes, ¿señorita...? –dijo él.

–Desmond –contestó ella–. Tarn Desmond.

De cerca, era mucho más encantadora de lo que Caz había pensado en un primer momento, sus ojos verdes brillaban como si estuvieran humedecidos por las lágrimas y su tez clara estaba sonrojada a causa de la vergüenza. Su cabello tenía el brillo de la seda.

–¿Y a quién ha venido a ver? –preguntó él–. ¿A un tal señor Hanson? ¿Dijo que tenía alguna relación con Brandon Organisation?

–Dijo que trabajaba para un tal Rob Wellington en el departamento de personal. Y que me lo presentaría.

Caz blasfemó en voz baja. Aquello iba de mal en peor. Hizo un gesto para que Jeff se marchara y él obedeció.

–Me temo que no tenemos ningún empleado llamado Hanson –hizo una pausa–. ¿Conoce bien a ese hombre?

–No mucho. Lo conocí en una fiesta hace unos días. Nos pusimos a hablar y yo le mencioné que estaba buscando trabajo –dijo que quizá pudiera ayudarme y me dio esta tarjeta. Parecía simpático...

Caz miró la tarjeta un instante. Era una tarjeta barata de las que se hacen en grandes cantidades. Tenía impreso el nombre de Philip Hanson pero en ella no figuraba ninguna otra información, ni siquiera un número de teléfono móvil. Pero en el revés de la tarjeta figuraban la hora y el lugar del evento con letras mayúsculas.

El engaño parecía algo deliberado, aunque inexplicable. A Tarn Desmond la habían enviado allí.

–Bueno, esta es una situación extraña, señorita Desmond, pero no tiene por qué convertirse en una crisis. Siento de veras que la hayan enviado aquí por equivocación, pero no es necesario que nosotros aumentemos su decepción. Debe permitir que la compense de algún modo. ¿Puedo ofrecerle algo de beber?

–Gracias, pero quizá será mejor que haga lo que me ha pedido su rottweiler y me marche sin más.

«Mucho mejor», pensó Caz con ironía, al tiempo que se sorprendía por no querer verla marchar.

–Pero espero que no se vaya con las manos vacías –dijo él–. Si quiere trabajar para Brandon Organisation, ¿por qué no contacta con Rob Wellington a través de los canales habituales y ve lo que hay disponible? –le sonrió–. Me aseguraré de que él espere recibir noticias suyas.

–Bueno, gracias otra vez –dijo ella, y se volvió.

Él percibió su aroma a almizcle, suave y muy sexy, y al notar cómo reaccionaba su cuerpo, no pudo evitar fijarse otra vez en los cristalitos del liguero que llevaba.

«Si ha venido hasta aquí para causar impresión, lo ha conseguido», pensó él mientras regresaba junto a la barra. Pero necesitaría mejores referencias que esas para convencer al jefe del departamento de personal de que merecía ocupar un puesto en la empresa. Rob tenía unos cuarenta años, estaba felizmente casado y era bastante insensible a los encantos de otras mujeres, por muy jóvenes y atractivas que fueran.

Y en cuanto a él, con treinta y cuatro años y evidentemente soltero, tenía que dejar de pensar en la encantadora señorita Desmond y regresar al importante asunto que lo ocupaba esa noche.

Pero descubrió que no era tan sencillo como pensaba. Aquella mujer seguía presente en su cabeza mucho después de que terminara el evento y, solo, en su ático, tenía todo el tiempo del mundo para pensar. Y recordarla.

 

 

Tarn entró en el apartamento, cerró la puerta y se apoyó en ella un instante mientras calmaba su respiración. Después, se dirigió por el pasillo hacia el salón.

Della, la dueña del piso, estaba sentada en el suelo pintándose las uñas y, al verla entrar, dijo:

–¿Cómo te ha ido?

–Como la seda –Tarn se quitó las sandalias de tacón y se dejó caer en una silla–. Dell, no puedo creer la suerte que tengo. Estaba allí, en el bar. Lo vi nada más entrar –sonrió exultante–. Ni siquiera tuve que pasar el control de seguridad para ir a buscarlo. Y en cuanto comencé a soltar mi rollo, se acercó mostrándose preocupado y encantador. Se tragó cada palabra, y quería más. Casi ha sido demasiado fácil.

Sacó la tarjeta del bolso y la rompió.

–Adiós, señor Hanson, mi amigo imaginario. Has sido de gran ayuda, y ha merecido la pena imprimir estas tarjetas –miró a Della otra vez–. Y gracias por dejarme el vestido y esta monada –se quitó el liguero y lo volteó con el dedo–. Sin duda cumplió su propósito.

–Umm –Della puso una mueca–. Supongo que debería felicitarte, pero sigo pensando en decirte que mejor no lo hagas –tapó el esmalte de uñas y miró a su amiga muy seria–. No es demasiado tarde. Podrías retirarte y nadie sufriría.

–¿Nadie? –preguntó Tarn–. ¿Cómo puedes decir eso? Evie está en ese lugar espantoso, con la vida destrozada y todo por culpa de él.

–Estás siendo un poco dura con The Refuge –se quejó Della–. Tiene muy buenas referencias para el tratamiento de todo tipo de adicciones y problemas mentales, así que no creo que sea un sitio espantoso. Además, es muy caro –se quedó pensativa–. Me sorprende que la señora Griffiths pueda permitirse que ella esté allí.

–Al parecer están obligados a aceptar cierto número de pacientes de la sanidad pública –dijo Tarn–. Y no seas tan escéptica. Puede que Chameleon haya ganado mucho dinero durante los últimos años, pero no lo suficiente como para financiarle a Evie una clínica privada de lujo. Te prometo que yo no le estoy pagando las cuotas –se estremeció–. Cuando regresé y la vi allí me di cuenta del estado en que se encontraba. Prometo que haré que él pague por lo que ha hecho, y, no importa cuánto tarde o cuánto me cueste.

–Eso es precisamente. Lo ves, yo estaba pensando en un daño muy diferente –contestó Della–. En el coste potencial que tendría para ti.

–¿De qué estás hablando? –Tarn se puso inmediatamente a la defensiva.

–Lo que quiero decir es que, si la cosa se pone fea, puede que no te resulte tan sencillo dar el golpe mortal y marcharte, dejando la espada clavada en su espalda. Careces del instinto asesino, hija mía. No como la delicada Evie –hizo una pausa y continuó–: Por favor, Tarn, sé que te sientes muy agradecida hacia la familia Griffiths por todo lo que han hecho por ti, pero sin duda ya les has pagado por ello más de una vez, económicamente y de muchas otras maneras. ¿Todavía tienes que acudir al rescate cada vez que tienen un problema? Hay un momento en el que hay que decir «¡Alto, ya basta!», y podría ser este. Por un lado, ¿qué pasa con tu carrera profesional? Sí, el tipo de trabajo que haces requiere que seas invisible. Pero no deberías ser invisible en la vida real. No puedes permitírtelo. ¿Has pensado en ello?

–Siempre me tomo un respiro entre proyectos –contestó Tarn–. Y mientras se finalizan las negociaciones del próximo contrato, todo esto habrá terminado y yo volveré al equipo. Además, le prometí al tío Frank antes de que muriera que cuidaría de tía Hazel y Evie, igual que él siempre cuidó de mí. Ya te conté que decidieron convertirse en padres de acogida porque pensaban que no podían tener hijos. Cuando Evie nació, podían haber pedido que los Servicios Sociales me llevaran a otra casa –suspiró–. Pero no lo hicieron, y estoy segura de que fue gracias a él más que a la tía Hazel. Nunca fui la muñequita dócil que ella siempre había deseado. Eso quedó claro a medida que fui creciendo. Pero no puedo culparla. Mirando atrás, probablemente se lo puse muy difícil. Se quedaron muy afectadas con la muerte del tío Frank. Estaban como barcas a la deriva y necesitaban un ancla. No puedo ignorarlas cuando necesitan ayuda.

–Bueno, si Evie confiaba en que Caz Brandon se convirtiera en el ancla de la familia, estaba muy equivocada –dijo Della–. No es un hombre que mantenga relaciones serias con las mujeres. De hecho, es famoso por ello, y te habrías enterado si no hubieses estado trabajando en el extranjero tanto tiempo, realizando visitas fugaces a tu país. Sin embargo, Evie ha estado aquí todo el tiempo y debería saber que él no es el tipo de hombre que piensa en contraer matrimonio –dudó un instante–. Estoy haciendo de abogada del diablo, pero ¿es posible que ella simplemente haya malinterpretado las intenciones de Caz?

Se hizo un silencio y, después, Tarn contestó:

–Si es así, será porque él quería que ella lo malinterpretara. Eso es lo imperdonable. Del, está sufriendo de verdad. Confió en ese bastardo, y se creyó cada una de las mentiras que él le contó –negó con la cabeza.

–Puede que ella fuera muy ingenua, pero acabo de verlo en acción y es todo un personaje. Un depredador del mundo occidental a la caza de otra víctima –soltó una carcajada–. Cielos, incluso me pidió que me tomara una copa con él.

–Que, por supuesto, rechazaste.

–Por supuesto. Es demasiado pronto para eso –Tarn apretó los labios–. Va a descubrir lo que es sentirse engañado continuamente y luego que te dejen como si fueras un pedazo de basura.

–Por favor, ten cuidado –Della se puso en pie–. Puede que a Caz Brandon le guste salir con mujeres y abandonarlas después, pero no es tonto. No olvides que hace siete años heredó una empresa de publicidad con problemas y que la ha convertido en éxito internacional.

–Cuanto más grandes son, peor es la caída –dijo Tarn–. Y su éxito laboral no lo convierte en una persona decente. Ha de aprender que no se puede obtener lo que uno quiere para marcharse sin más. Que tarde o temprano se paga por ello. Y eso es lo que pienso enseñarle –añadió–. Por el bien de Evie.

–Entonces, lo único que puedo decir es que mejor que seas tú y no yo –dijo Della–. Me voy a preparar un café.

Una vez a solas, Tarn se recostó sobre los cojines y trató de relajarse. No necesitaba un café. Ya estaba bastante nerviosa. Y solo se encontraba en la primera parte del plan. El siguiente paso sería conseguir un trabajo en Brandon Organisation. Lo de aquella tarde había sido un paseo por el parque comparado con eso.

«Puedes hacerlo», se dijo con convicción. «Hay mucho en juego... La humillación pública de Caz Brandon».

Por un momento, la imagen de él invadió su cabeza. Alto, de anchas espaldas, y muy elegante con el traje y la pajarita negra que llevaba. Su cabello oscuro peinado hacia atrás, dejando su rostro al descubierto. Sus ojos color avellana, sus largas pestañas y su nariz y barbilla prominentes.

«Oh, sí», pensó ella. Comprendía por qué Evie se había enamorado de él tan deprisa. Con muy poco esfuerzo, él podría ser irresistible.

De pronto, se estremeció.

 

 

Más tarde, esa misma noche, cuando no conseguía dormirse, recordó que estaba en Nueva York cuando recibió la llamada de su tía Hazel.

–Tarn... Tarn... ¿Estás ahí? ¿O es esa máquina horrible?

Por el tono agitado de su tía enseguida supo que había problemas. Además, su madre de acogida casi nunca llamaba para charlar sin más. Hacía mucho tiempo que no la llamaba y suponía que su tía estaría muy ocupada con los preparativos de la boda de Evie.

–Sí, estoy aquí –había contestado ella–. ¿Qué ocurre?

–Es Evie. Oh, cielos, Tarn –dijo de manera atolondrada–. Mi pobre niña. Se ha tomado una sobredosis de pastillas para dormir... Ha intentado matarse.

Tarn la escuchó horrorizada. Evie podía ser un poco rara a veces, pero ¿llevar a cabo un intento de suicidio? Eso era increíble. Y terrible.

–Tarn... ¿Has oído lo que he dicho?

–Sí –contestó–. Pero ¿por qué iba a hacer tal cosa? En sus cartas siempre parecía contenta.

–Pues ahora no lo está. Ya no –la tía Hazel lloraba sin parar–. Quizá no vuelva a estarlo nunca más. Porque él ha terminado la relación con ella. Ese hombre, el bruto con el que iba a casarse. La boda se ha anulado y ella ha tenido un ataque de nervios tan fuerte que la han llevado a una especie de casa de retiro y no permiten que vayamos a verla. Ni siquiera yo. Tarn, estoy muy nerviosa. Necesito que vengas. No puedo estar sola en un momento como este. Puede que yo también me derrumbe. Has de averiguar qué es ese sitio, The Refuge. Puede que hablen contigo. A ti se te da muy bien ese tipo de cosa.

–No te preocupes, tía Hazel. Iré en el primer vuelo disponible. Pero no deberías estar sola. ¿La señora Campbell podría quedarse contigo hasta que yo llegue?

–Oh, no –dijo la mujer–. Tendría que darle explicaciones y... No puedo. Nadie sabía lo de la boda, excepto nosotros. Todo iba a ser secreto. Y, si la señora Campbell se entera, le contará a todo el mundo que a mi hija la han dejado plantada y yo no podría soportarlo.

–¿Secreto? –preguntó Tarn asombrada–. ¿Y por qué?

–Porque así era como ellos querían. Sin escándalos –comenzó a llorar de nuevo–. ¿Quién iba a imaginar que terminaría así?

«Desde luego», pensó Tarn, mientras colgaba el auricular. Y ¿por qué diablos el director de la empresa de publicidad Brandon Organisation quería que su matrimonio fuera secreto? A menos, que nunca fuera a celebrarse... Y ese era otro secreto que él se había guardado para sí.

A Tarn le resultaba casi imposible creer lo que había sucedido. Era cierto que su madre de acogida siempre había sido muy emotiva y exagerada, sin embargo, esa vez parecía tener motivos para reaccionar de ese modo.

Caminó de un lado a otro de su apartamento tratando de pensar qué podía hacer.

Reservar un vuelo a Heathrow para el día siguiente era su prioridad. Pero también tendría que solucionar el problema de Howard, al que no le haría ninguna gracia oír que ella no lo acompañaría a Florida Keys para pasar unos días con unos amigos que él tenía allí.

Tarn dudaba acerca de cancelar el viaje. Llevaba saliendo con Howard un tiempo, pero había tenido cuidado de mantener una relación relajada igual que las otras que había mantenido en el pasado.

Sin embargo, era consciente de que ese estado podría mantenerse eternamente y que la invitación era un intento para llegar a una relación más íntima. Ella había aceptado porque no tenía ningún motivo para rechazarla.

Howard Brenton trabajaba como editor jefe con Van Hilden International, la empresa que publicaba las biografías de los famosos que Tarn reeditaba bajo el nombre de su empresa Chameleon. Y así era como se habían conocido.