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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

LUNA DE MIEL PARA UNO, Nº 79 - julio 2013

Título original: The Last Single Maverick

publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3451-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

 

Capítulo 1

 

Reuniones familiares, ¿quién las necesita?

Jason Traub no. Se acababa de dar cuenta de ello. Y, sin embargo, unos días atrás le había parecido buena idea hacer un viaje a Montana para asistir a la reunión anual que celebraba en verano la familia Traub.

O tal vez solo quería escapar de Midland, Texas. Y de la presión constante para que volviera al negocio familiar. Tendría que haber caído en que Montana sería más de lo mismo. Sobre todo teniendo en cuenta que toda la familia estaría allí y seguirían presionándole.

¿Y por qué le daba le impresión de que la reunión era más larga cada año? En esta ocasión había empezado el sábado anterior al Día de la Independencia y duraría toda la semana hasta el domingo posterior al Cuatro de Julio. Todos los días habría algún evento familiar.

El primer día, el sábado treinta de junio, se celebró una barbacoa en el DJ’s Rib Shack. El primo de Jason, DJ, tenía Rib Shack por todos los estados del Oeste. Pero este estaba situado en el complejo de vacaciones de Thunder Mountain, que se cernía imponente sobre la pequeña y encantadora localidad montañera de Thunder Canyon.

—Jason —dijo una voz familiar y grave a su espalda—. Me alegro de que hayas podido venir.

Jason, que estaba sentado en una de las enormes y rústicas mesas del DJ’s Rib Shack, miró hacia atrás a su hermano mayor, Ethan.

—Una gran fiesta —dijo Jason. Y lo era si no te importaba tener a toda la familia pegada a la cara.

Ethan se acercó un poco más.

—Tenemos que hablar.

Jason fingió que no le había oído y levantó una jugosa costilla que goteaba la salsa secreta del DJ’s Rib Shack.

—Unas costillas deliciosas, como siempre.

Con el constante murmullo de voces y risas que llenaban el restaurante, ¿cómo iba a saber Ethan si le había oído o no?

Ethan gruñó y se inclinó todavía más para hablarle directamente al oído.

—Sé que mamá y Pete quieren que vuelvas a Midland —Pete Wexler era su padrastro—. Pero tienes opciones. Lo digo en serio. Tienes un lugar esperándote en IPT Montana.

IPT, Industrias petroleras Traub, era el negocio familiar. La sede principal estaba en Midland, Texas, donde habían nacido y crecido Jason y sus cinco hermanos. Pete, su padrastro, era el presidente del consejo. Y su madre, Claudia, la presidenta ejecutiva. El año anterior, Ethan había abierto una segunda sucursal de Industrias Traub en Thunder Canyon. Jackson, el gemelo de Jason, y su única hermana, Rose, junto con su marido Austin estaban trabajando con Ethan en la nueva oficina.

—No, gracias —negó Jason—. Estoy fuera del negocio petrolero —le recordó a su hermano, como seguía recordándole al resto de la familia.

Ahora le tocó a Ethan fingir que no le había oído. Apretó el hombro de Jason con fuerza.

—Ya hablaremos —dijo.

—No tendría sentido —afirmó Jason—. Ya he tomado una decisión.

Pero Ethan se limitó a despedirse con la mano y comenzó a hablar con la anciana que estaba sentada a la derecha de Jason. Jason no escuchó lo que se decían, no le interesaba. Un instante más tarde, Ethan se fue y Jason se concentró en la cena. Tenía el plato lleno de costillas, mazorcas de maíz, ensalada de col y patatas fritas. La comida estaba deliciosa. Casi valía la pena sufrir la lata que estaba dando su familia sobre el trabajo, su inexistente vida sentimental y sobre todo lo demás.

Al otro lado de la mesa, Shandie Traub, la esposa de su primo Dax, dijo:

—Jason, quiero que conozcas a alguien.

Ese alguien en concreto estaba de pie justo detrás de Shandie. Tenía el pelo rubio y fino como el de un bebé, los ojos azules y le sonreía con timidez. Shandie se la presentó.

—Es mi prima segunda, Belinda McKelly. Es de Sioux Falls.

—Hola, Jackson —Belinda se sonrojó de un modo encantador. Prácticamente tuvo que gritar para que la escuchara por encima del estruendo—. Encantada de conocerte —le tendió la mano.

Jason se limpió los dedos con una servilleta y extendió la mano por encima de la mesa para estrechar la suya. Parecía muy simpática. Pero una mirada a aquellos ojos azules le hizo saber más de lo que necesitaba. Belinda buscaba marido. En cuanto le soltó la mano, Jason agarró una mazorca de maíz y empezó a mordisquearla con la vista clavada en el plato. Cuando se atrevió a volver a alzar la mirada, Belinda se había ido. Shandie parecía furiosa.

—Sinceramente, Jason, podrías esforzarte un poco. Eso no te matará.

—Lo siento —dijo, aunque no lo sentía en absoluto. Solo sentía alivio por no tener que charlar con la dulce Belinda McKelly.

A su derecha, la anciana con la que Ethan había hablado unos instantes atrás dijo con cariño:

—Qué joven tan encantadora —el tono de la dama se volvió frío al dirigirse a Jason—. Pero ya veo que tú no estás interesado.

Jason siguió comiendo su mazorca con la esperanza de que la anciana se diera la vuelta y hablara con la señora de su misma edad que tenía al otro lado. Pero no tuvo suerte.

—Soy Melba Landry, la tía abuela de Lizzie —dijo.

Lizzie era la mujer de Ethan. Resignado, Jason la saludó con una inclinación de cabeza.

—Encantado de conocerla, señora. Soy Jason Traub, el cuñado de Lizzie.

—Sé perfectamente quién eres —afirmó la tía Melba—. Estuve casada con el tío abuelo de Lizzie, Oliver, durante más de cincuenta años. Murió el pasado mes de octubre, que Dios lo tenga en su gloria. El Señor no nos bendijo con hijos propios. Vine a vivir a Thunder Canyon en abril. Me gusta estar cerca de Lizzie. La familia lo es todo, ¿no te parece, Jason?

—Sí, señora, lo es todo.

Pero la tía Melba no había terminado todavía con él.

—¿Sabes, Jason? Estamos todos muy preocupados por ti.

—Sí, eso parece —Jason se centró en su segunda mazorca de maíz, confiando todavía en que así se libraría de la anciana. Con Belinda había funcionado.

Pero la tía Melba no pensaba rendirse.

—Tengo entendido que estás viviendo una especie de crisis existencial.

Jason tragó saliva. Se le quedó atragantado un trozo de maíz. Agarró el vaso de agua y le dio un gran sorbo.

—¿Crisis existencial? No, señora, nada de eso.

—Por favor, llámame Melba. Y no tiene sentido mentir al respecto. Tengo setenta y seis años, joven. Sé reconocer a un hombre en crisis en cuanto lo veo.

—No, Melba, no tengo ninguna crisis. Estoy muy bien. De verdad, yo…

—Aquí en el pueblo hay una iglesia maravillosa a la que yo acudo. Todo el mundo es encantador. Me sentí en casa desde el primer momento. Y a ti te pasará lo mismo, Jason.

—Yo…

—Mañana. Reúnete con nosotros. La Iglesia comunal de Thunder Canyon. El servicio religioso es a las diez. No hay nada en este mundo que un rato con el Señor no pueda resolver.

—Bueno, Melba, gracias por la invitación. Intentaré estar ahí.

—Comprométete, joven —le ordenó Melba con un enérgico asentimiento de cabeza—. Ese es el primer paso. No permanezcas en los márgenes de la vida —abrió la boca para decir algo más, pero la mujer de pelo blanco que tenía a la derecha le tocó el brazo para hablar con ella y Melba se giró para contestar.

Jason contuvo el aliento. Y la suerte se puso de su lado. Melba y la otra dama se enfrascaron en una conversación.

Estaba empezando a sentirse aliviado cuando una mano se le cerró sobre el muslo izquierdo y una voz seductora le habló al oído.

—Jason, ¿no vas a decirme hola?

Jason aspiró su aroma almizclado y giró lentamente la cabeza para encontrarse con un par de ojos verdes brillantes.

—Hola.

La mujer no formaba parte de su extensa familia, o al menos no la conocía. Tenía el pelo negro como el ala de un cuervo y llevaba una camiseta de tirantes roja.

—No me lo puedo creer —se rio la mujer—. ¿No te acuerdas de mí? El verano pasado. La despedida de soltero de tu hermano Corey en el Hitching Post.

El Hitching Post era un conocido restaurante con bar del pueblo.

—Pues yo…

—Theresa —dijo la mujer—. Theresa Duvall.

—Ah —trató de sonreír. Ahora la recordaba, aunque vagamente. El fin de semana de la despedida de soltero de Corey y la posterior boda había sido una locura para él. Su gemelo Jackson era por entonces soltero, y los dos habían estado de fiesta durante tres días. Habían bebido mucho. Demasiado. Y la noche de la despedida de soltero se había ido a casa con Theresa, ¿verdad? En aquel momento le había parecido una buena idea—. Y dime, Theresa, ¿qué tal te va todo?

Ella le subió la mano por el muslo.

—Muy bien, Jason. Muy bien. Me alegro mucho de verte —ronroneó—. Lo pasé muy bien contigo.

Si no recordaba mal, Theresa no tenía ninguna intención de sentar la cabeza. De hecho, la expresión de su rostro indicaba qué era lo que le interesaba: otra noche loca como la del verano anterior.

Tenía que salir de allí. Agarró otra servilleta, se limpió los dedos grasientos y apartó con delicadeza la mano de Theresa de su muslo.

—Discúlpame.

—Oh, vamos, no huyas —susurró ella.

—¿El cuarto de baño? —preguntó, aunque sabía perfectamente dónde estaba.

—Por allí —señaló Theresa mirándole de reojo—. No tardes —le pidió humedeciéndose los labios.

No fue fácil, pero Jason hizo un esfuerzo por no salir corriendo. Caminó con naturalidad, saludando con la mano y con la cabeza a amigos y familiares mientras se dirigía al baño. Pero en cuanto estuvo fuera de la vista de Theresa echó a correr. Un instante después salió del Rib Shack hacia el enorme vestíbulo de cinco plantas de la casa club del complejo hotelero.

¿Y ahora qué?

Necesitaba un lugar tranquilo. Un sitio en el que pudiera estar solo. Pensó en la cafetería de la casa club. Era el lugar que necesitaba en aquel momento. La cafetería era una vuelta atrás a otros tiempos, cuando los ganaderos tenían sus propios clubes a los que las mujeres no podían entrar. En la cafetería había poca luz. Era un espacio grande con maderas brillantes. Había zonas agradables para charlar con mesas de madera oscura y gruesos sillones de cuero. Las mujeres solían evitar la cafetería. Preferían el bar, más moderno y abierto, o el estilo vaquero de la barra del DJ’s Rib Shack.

La cafetería era perfecta para su estado de ánimo. La encontró como esperaba, prácticamente vacía. Solo había un cliente en la barra. Una mujer, sorprendentemente. Una joven de cabello castaño. Para su asombro, a Jason le gustó su aspecto al instante. Últimamente tenía como norma que no le importara la belleza de ninguna mujer ni lo ardiente que fuera. Sencillamente, no estaba interesado. En ningún sentido.

Pero aquella mujer era distinta. Especial. Lo presintió nada más verla.

La melena alborotada le caía por la espalda. A través del espejo del bar, Jason vio que tenía los ojos también marrones y unos labios gruesos y besables. Iba vestida de manera informal, con vaqueros y una camisa blanca grande. Apenas iba maquillada.

¿Lo mejor que tenía? Que parecía muy relajada. Como si no buscara nada más que tomarse su margarita y disfrutar de la tranquila comodidad de la cafetería.

Ella le vio a través del espejo del bar.

Sus miradas se cruzaron durante un segundo o dos. Jason experimentó una punzada de emoción antes de apartar la vista. Al instante deseó que volviera a mirarle.

Sorpresa. Emoción. El deseo de que una mujer en concreto le mirara dos veces. Aquellas sensaciones se habían vuelto completamente extrañas para él.

Sí, no era ningún secreto que antes era todo un jugador. Pero no desde hacía seis meses. Estaba cansado de ser un seductor de mujeres, como estaba cansado de todo últimamente. Incluida la idea de encontrar a la mujer adecuada y sentar la cabeza.

Porque sí, lo había intentado. O al menos había querido intentarlo con cierta modelo de bañadores llamada Tricia Lavelle.

No había funcionado. De hecho la experiencia había resultado de lo más descorazonadora.

Sonó un teléfono que había sobre la barra. La joven castaña lo agarró, torció el gesto al ver de quien se trataba y se lo puso al oído.

—¿Qué es lo que quieres? —dejó escapar un suspiro—. Por favor, Kenny, pon los pies en la tierra. Hemos terminado. Sigue adelante —colgó y volvió a dejar el teléfono en la barra.

Jason tomó asiento en el taburete de al lado y le hizo una señal al camarero.

—Whisky con hielo. Y otro margarita para la dama —añadió.

—No, gracias —la mujer negó con la cabeza.

El camarero sirvió el whisky y desapareció. Entonces, ella se giró hacia Jason y le dedicó una mirada cargada de paciencia con sus enormes ojos marrones.

—No te ofendas —le dijo.

—No me ofendo.

—Y ni se te ocurra pensar en ello, ¿vale? Estoy de vacaciones sola y ahora mismo odio a los hombres.

Jason observó su rostro. Era una cara preciosa. Una de aquellas caras que un hombre podría quedarse mirando eternamente y seguir encontrando nuevas expresiones en ella.

—Lo cierto es que me gustas.

—¿No te acabo de decir que odio a los hombres?

—Eso lo convierte en un desafío. ¿No sabes que a los hombres les encantan los retos?

—Lo digo en serio. No te molestes porque no va a suceder.

Jason se giró hacia la fila de botellas situadas frente al espejo de la barra y se encogió de hombros.

—De acuerdo, como tú quieras.

Ella le miró de reojo.

—Oh, vamos, ¿eso es lo único que sabes hacer?

Jason apoyó la cabeza en la mano y admiró el modo en que la tenue luz conseguía arrancar reflejos de cobre en su abundante y ondulado cabello.

—Poco inspirado, ¿verdad?

Ella esbozó una media sonrisa.

—Bueno, un poco.

—Esa es últimamente la historia de mi vida. No tengo pasión por el juego —Jason volvió a encogerse de hombros—. Por ningún juego.

La mujer se quedó pensativa un instante.

—Vaya —murmuró finalmente— Eso es muy triste.

—Sí lo es, ¿verdad?

Ella frunció el ceño y luego le miró de reojo.

—Espera un momento, amigo. Ya sé lo que buscas. Te sientas aquí todo guapo y con aspecto de estar aburrido. Yo descubro que quiero devolverle algo de luz a tus ojos. Dejo que me invites a otro margarita después de todo. Me voy a casa contigo. Tenemos sexo ardiente y apasionado. Pero por la mañana vuelves a parecer aburrido y yo me siento barata y utilizada.

Jason decidió centrarse en lo positivo.

—¿Crees que soy guapo?

—Eso no es lo importante. Era una fábula.

—Yo creo que tú eres preciosa —afirmó él con sinceridad—. Y eso es todo un avance para mí. Eres la primera mujer por la que me siento atraído desde hace meses. ¿Quién es Kenny? Te he oído hablar con él.

—Ni siquiera sé cómo te llamas.

—Soy Jason Traub —le tendió la mano.

—Jocelyn Bennings —respondió ella estrechándosela.

Jason se dio cuenta de que le gustaba sostenerle la mano. Se sentía cómodo y al mismo tiempo excitado. Las dos cosas a la vez. Aquello era una novedad para él. En su caso, con las mujeres siempre le pasaba una cosa o la otra. No quería soltarla, pero al final no fue una decisión suya. Jocelyn retiró la mano.

—Se suponía que tendría que haberme casado hace ahora una semana. Kenny era el novio.

—¿Se suponía? ¿Quieres decir que no te has casado con él?

—No. Tendría que haberle dejado mucho antes del día de la boda. Pero llevábamos juntos cinco años. Iba a ser una boda preciosa. Tendrías que haber visto mi traje de novia. Todavía lo tengo. No podía soportar la idea de devolverlo. Es fabuloso. Kilómetros del tafetán más fino y de tul. Íbamos a celebrar un gran banquete después en mi restaurante.

—¿Tienes un restaurante?

—No, me refiero al restaurante que dirigía hasta que lo dejé para casarme con Kenny. Renuncié a un trabajo maravilloso por él. Y también dejé mi precioso apartamento porque pensé que no necesitaría ninguna de las dos cosas.

—Pero no te has casado con él. ¿Qué pasó?

Jocelyn deslizó el dedo por el borde de su copa antes de seguir hablando.

—Después de la boda íbamos a venir de luna de miel aquí al complejo hotelero de Thunder Canyon. Y después teníamos pensado mudarnos a San Francisco. Kenny es un ejecutivo de publicidad muy exitoso y le habían ofrecido un trabajo allí.

Jocelyn sujetó la copa por la base y le dio vueltas. Jason quería urgirla para que le dijera qué había salido mal pero no lo hizo. Esperó pacientemente a que continuara. Y, finalmente, lo hizo.

—El sábado pasado fui hasta la iglesia, la capilla metodista de Camellia, en Sacramento. Es una iglesia preciosa. Yo nací en Sacramento y he vivido allí toda mi vida. Me gusta mi ciudad, en realidad no quería mudarme a San Francisco, pero estaba dispuesta a ayudar a mi futuro marido en su prestigiosa carrera profesional. Y habría seguido adelante con la boda a pesar de las dudas que tenía.

—¿Qué dudas? —le preguntó Jason sin poder contenerse.

Jocelyn sacudió la cabeza.

—Kenny era un tipo encantador. Pero cuanto más éxito tenía más cambiaba. Se convirtió en alguien a quien ya no conocía… y luego le pillé en el ropero con mi prima Kimberly.

—Espera, me he perdido. ¿En qué ropero?

Ella volvió a sacudir la cabeza como si todavía no se lo pudiera creer.

—El ropero de la capilla metodista de Camellia.

Jason se quedó boquiabierto.

—¿Kenny estaba coqueteando con tu prima en un ropero el día de vuestra boda?

—Oh, sí. Y era mucho más que un coqueteo. Kimberly tenía el vestido rosa de dama de honor medio sacado y alguien le había bajado la cremallera a Kenny. Los dos estaban sonrojados y jadeantes. Me estropeó por completo la experiencia, ¿sabes?

—Ya me lo imagino —murmuró él.

Jocelyn agarró el móvil, lo observó durante un instante y luego volvió a dejarlo.

—Así que le tiré el anillo de compromiso a la cara y salí de allí a toda prisa. Y aquí estoy, disfrutando de mi luna de miel sin el novio.

Jason señaló el móvil con la cabeza.

—Pero Kenny sigue llamando. Qué tipejo.

Jocelyn le dio un sorbo a su margarita.

—Eso es exactamente lo que pienso yo también.

—Odio a los tíos así. Ya lo ha estropeado, así que debería tener un poco de dignidad y dejarte en paz. Pero no, él sigue diciendo: «Jocelyn, por favor, te amo. Quiero solucionar esto. Vuelve conmigo. Lo siento, ¿vale? Lo de Kimberly no significa nada y no volverá a ocurrir».

Jocelyn se rio. Tenía una risa ronca y cálida.

—¿Cómo lo has hecho? Incluso has captado su tono ligeramente dolido, como si fuera yo la que tuviera el problema.

Jason se le quedó mirando la boca sin disimular la admiración.

—Me gusta tu risa.

Ella le miró con el ceño fruncido.

—¿No te he dicho que no vayas por ahí?

Jason estaba a punto de decirle que no iba por ninguna parte, que solo le gustaba cómo se reía, pero antes de que pudiera pronunciar palabra, Theresa Duvall apareció a su espalda y tomó asiento en el taburete de al lado.

—Jason —Theresa le agarró del brazo y se inclinó sobre él—. Soy una mujer obstinada y no podrás librarte de mí —ronroneó.

De acuerdo. Sabía que solo podía culparse a sí mismo de que Theresa le considerara el candidato perfecto para otra noche de sexo sin compromiso. Pero le gustaba mucho Jocelyn. Y ahora no tendría ninguna posibilidad con ella, no con Theresa tirándole del brazo y mirándole con ojos hambrientos.

Y no es que quisiera tener con ella una oportunidad. Al menos no de aquella clase. Pero le gustaba hablar con ella, le gustaba escuchar su risa. No quería que se fuera.

Y, para su sorpresa, no lo hizo. En cierto modo captó la mirada desesperada que le lanzó. Y no solo se quedó donde estaba, sino que le pasó un brazo por los hombros y lo atrajo hacia sí, apartándolo de Theresa.

Le gustó mucho que le abrazara, sentir su calor y su suavidad. Olía a jabón y a rosas. Y tal vez también un poco a tequila.

—Lo siento —le dijo a Theresa con tono lastimero—. Este ya está tomado.

Theresa parpadeó. Y luego le soltó el brazo y torció el gesto.

—Jason, ¿qué te pasa? Deberías haberme dicho que estabas con alguien. Me gusta divertirme como a la que más, pero nunca le robaría su hombre a otra mujer.

Estaba completamente perdido, maravillado con la sensación de tener a Jocelyn tan cerca. Pero entonces ella le dio un codazo y se dio cuenta de que se suponía que debía decir algo.

—Ah… sí. Tienes razón, Theresa. Soy un imbécil. Tendría que haberte dicho algo.

Jocelyn chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco.

—Hemos tenido una pelea. Estaba de mal humor.

Theresa gimió.

—Oh, ya sé cómo va eso. Hombres. Yo ya no me comprometo en serio con ninguno. No vale la pena.

Jocelyn lo abrazó todavía más. Y luego le besó en la oreja. Fue un beso muy fugaz, pero Jason estuvo a punto de olvidar que ya no estaba interesado en las mujeres. Estaba disfrutando cada minuto.

—Te entiendo —le dijo Jocelyn a Theresa—. Pero cuando es amor verdadero, ¿qué se puede hacer?

Theresa se limitó a sacudir la cabeza. Y luego, sin decir una palabra más, se levantó y se fue.

Jocelyn le soltó al instante y él sintió como si le hubieran arrancado algo. Pero entonces recordó que debería estarle agradecido. Le había hecho un favor librándole de Theresa.

—Gracias. Te debo una —alzó su copa.

Ella entrechocó suavemente la suya.

—De acuerdo, tengo curiosidad. ¿Quién era esa?

—Se llama Theresa Duvall. El año pasado trabajaba en el Hitching Post, un bar estupendo del pueblo.

—Parecía que te conocía muy bien.

—En realidad no es así. Tuve una aventura con ella el verano pasado —reconoció Jason—. Una aventura muy corta. Me acosté con ella una sola vez. Aunque no puedo decir que durmiéramos.

Jocelyn volvió a reírse. Realmente tenía la mejor risa del mundo.

—Jason, eres un perro.

Él le dio un sorbo a la copa y se la quedó mirando.

—Tal vez lo fuera, pero ya no. He cambiado. Ya no soy el hombre que era. Aunque tampoco tengo claro quién soy ahora. He perdido la dirección. Eso es lo que dice todo el mundo. Ya no me interesan las mujeres. No quiero acostarme con ellas. Ni casarme. También he renunciado a mi puesto en el negocio familiar y mi familia está preocupada.

—¿Vives aquí, en Thunder Canyon?

—No, en Midland, Texas. Mejor dicho, vivía. He puesto en venta mi casa. Voy a mudarme, pero todavía no sé dónde. Mientras tanto he venido aquí para una reunión familiar que dura una semana. Una reunión que se está celebrando ahora mismo, en el DJ’s Rib Shack. Ven conmigo.

Jocelyn frunció un poco el ceño.

—¿Por qué iba a querer ir contigo a tu reunión familiar?

—Porque tú eres la única que puede protegerme de mi familia y de todas las mujeres que buscan en mí cosas que no puedo darles.

Ella sacudió la cabeza y se sentó más recta en el taburete.

—Antes de decidir si voy contigo o no, quiero dejarte algo claro como el agua, Jason. No voy a tener sexo contigo.

—Ah, vale —Jason hizo un gesto con la mano—. Eso no me importa.

—Eso dices ahora.

—Escucha, Jocelyn, me gustas. Eres el primer rayo de luz de mi vida desde hace meses. Solo quiero pasar un rato contigo. Reírme un poco. Sin presiones ni dramas. Nada de romances.

Ella se le quedó mirando durante unos segundos. Su expresión indicaba que no terminaba de creérselo. Finalmente le preguntó:

—Entonces, ¿quieres que seamos… amigos? ¿Sinceramente? ¿Solo amigos?

—Dios mío, eso me encantaría —Jason dejó unas monedas sobre la barra—. ¿El DJ’s Rib Shack?

Jocelyn apuró lo que le quedaba de margarita.

—¿Por qué no?

Capítulo 2

 

Jocelyn se sorprendió a sí misma cuando accedió a ir con Jason. Pero es que había entendido lo que quería decirle al asegurar que ella le gustaba. Él también le gustaba a ella. Y no porque fuera alto, delgado y guapo y tuviera el pelo oscuro y brillante y los ojos de terciopelo marrón. No porque oliera a jabón y a loción para después del afeitado. No porque fuera tremendamente sexy.

A ella no le importaba eso. Su vida se había venido abajo la semana anterior. Encontrar un tipo sexy, o un tipo a secas, era lo último que tenía en mente. A ella le gustaba Jason porque la hacía reír. Porque aunque se comportara como si fuera el dueño del mundo, podía ver en sus ojos que estaba desconcertado ante la vida, que ya no era el hombre que solía ser. Y que no estaba acostumbrado al hombre que era ahora. Jocelyn entendía aquella confusión. Era la misma que sentía ella.

Entró en el DJ’s Rib Shack del brazo de Jason. El restaurante estaba lleno. Al parecer, Jason Traub tenía una familia muy numerosa.

—Jason, estás aquí —dijo una señora mayor guapa, de esbelta figura y cabello castaño claro—. Estaba empezando a preguntarme si no te habrías marchado.

—No, mamá —la sonrisa de Jason no ocultó el recelo de sus ojos—. Sigo aquí.

La madre de Jason se giró hacia Jocelyn con una sonrisa radiante.

—Hola.

Jason hizo las presentaciones. Jocelyn sonrió y saludó con la cabeza a su madre, que se llamaba Claudia.

—¿Vives aquí, Jocelyn? —le preguntó Claudia.

—No, soy de Sacramento.

—Jocelyn está alojada en el hotel —dijo Jason.

—¿Con tu familia? —quiso saber su madre.

A Jocelyn le dio la impresión de que su madre quería recopilar toda la información posible sobre la chica que su hijo había llevado a la reunión familiar.

—He venido sola —reconoció Jocelyn—. Y me lo estoy pasando muy bien. Me encanta el spa. Y las boutiques del complejo hotelero. Y estoy aprendiendo a jugar al golf —y todo a cuenta de Kenny Donovan.

Un hombre, unos años mayor que la madre de Jason, se acercó y tomó a Claudia del brazo. Claudia le sonrió con afecto.

—Cariño, esta es Jocelyn, la nueva amiga de Jason. Jocelyn, mi marido, Pete. Nosotros también estamos alojados en el hotel, en la suite del gobernador. Una escapada romántica.

Jocelyn estaba en la suite nupcial, pero no lo dijo. Eso despertaría más preguntas de las que estaba dispuesta a responder en aquel momento. Y eso le resultaba divertido en cierto modo. No había vacilado en contarle a Jason que había salido huyendo de su propia boda, pero no quería hablarlo con nadie más. Y agradecía mucho que Jason mantuviera la boca cerrada al respecto.

Parecía un buen tipo. Y sus padres eran adorables, pensó. Enamorados y atentos el uno con el otro. Debería haber más parejas en el mundo como Claudia y Pete.

—Espero que cenes mañana con nosotros, Jocelyn —le dijo Claudia—. Será en casa del hermano gemelo de Jason, Jackson, y su esposa Laila. Tienen una casa muy bonita a las afueras del pueblo.

—Sí, deberías venir —afirmó Jason con entusiasmo—. Yo te llevaré.

Jocelyn le dirigió una mirada que indicaba que no debería insistir y le preguntó:

—¿Tienes un hermano gemelo?

Claudia se rio.

—Son mellizos. Jackson es una hora y cinco minutos mayor. Eso convierte a Jason en mi hijo más pequeño. Y también tengo una hija, Rose. Es la niña mimada de la familia. Dillon, Ethan y Corey son los mayores.

Jocelyn hizo la cuenta.

—Vaya, seis hijos. Tengo envidia. Yo soy hija única. Mi madre me crio sola.

Claudia extendió la mano y le apretó suavemente el hombro con cariño.

—Eres encantadora —le dijo con ternura—. Ven a cenar mañana con nosotros.

—Gracias —respondió Jocelyn. Y lo dejó ahí.

Unos instantes después, Jason la sacó al patio del DJ’s Rib Shack, donde había una banda tocando, aunque en aquel momento se habían tomado un descanso.

Encontraron un rincón razonablemente tranquilo en el que podían hablar sin tener que gritar.

—Le has caído muy bien a mi madre —dijo Jason.

—No parece que estés muy seguro de si eso es bueno o malo.