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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2012 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

DELICIAS DE AMOR, Nº 84 - diciembre 2013

Título original: The Maverick’s Christmas Homecoming

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-3903-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

Cuando había llegado cinco meses atrás a Thunder Canyon en busca de sus padres biológicos, Shane Roarke nunca había esperado averiguar que su padre estaba en la cárcel por robar al pueblo. Hasta el momento, la identidad de su madre seguía siendo un misterio, pero tal vez fuera mejor así. ¿De verdad quería conocer a la mujer que había tenido tan mala cabeza como para liarse con un delincuente? ¿Y qué decía aquello de su propia carga genética? Había llegado a tener una lista de preguntas sobre sí mismo. Ahora tenía la mitad de las respuestas y mucho que perder si alguien más se enteraba. La información y lo que debía hacer con ella le pesaba en la mente.

En junio había aceptado el puesto de chef en el Gallatin Room, el elegante restaurante del resort de Thunder Canyon. Comparado con los exitosos restaurantes de Los Ángeles, Nueva York y Seattle donde había trabajado anteriormente, aquello había supuesto descender un peldaño en su carrera profesional, pero le resultaba necesario por razones personales. Ahora era la definición de un hombre en conflicto. Una parte de él deseaba no haber ido allí nunca mientras que otra parte sentía aprecio por el pueblo.

—Ah, sigues aquí.

Shane alzó la vista de la copa de vino que tenía delante y miró a la pelirroja que acababa de entrar en la cocina. Gianna Garrison era camarera a tiempo parcial en su equipo. En las grandes ciudades en las que Shane había ejercido su profesión le habían vinculado a modelos, actrices y famosas, pero nunca había visto una mujer tan bella como la que ahora tenía delante mirándole como si fuera un cervatillo atrapado bajo las luces de un coche.

—Sigo aquí —afirmó él.

—Como el capitán del barco.

—El último en marcharse —Shane sonrió.

Gianna llevaba los mismos pantalones de tela negra y la misma camisa blanca de manga larga que el resto de las camareras, pero a ella le quedaban mejor. La blusa le acentuaba los senos, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños. Tenía la cintura estrecha, las piernas largas y aquella melena pelirroja rizada que siempre le llamaba la atención en el restaurante abarrotado. De cerca estaba todavía mejor.

—Siento molestarte —Gianna hizo amago de retirarse—. Me voy.

No le estaba molestando. De hecho le había hecho un favor. Shane se dio cuenta de que lo último que deseaba en aquel momento era quedarse a solas con sus oscuros pensamientos.

—Espera. Esta noche había una camarera menos —era un poco ridículo constatar lo obvio, pero fue lo único que se le ocurrió para evitar que se fuera.

—Sí, Bonnie está muy resfriada. Toser, sonarse y lanzar gérmenes en una convención de esquí para ejecutivos suizos parecía contraproducente para el objetivo buscado.

Shane asintió.

—Convencerles de que Thunder Canyon tiene la nieve, las montañas y los servicios para convertirse en un destino de invierno para los europeos.

—Así es. ¿Has visto alguna de esas películas sobre epidemias de gripe y cómo se expanden? No queremos que Thunder Canyon sea identificado como la zona cero de los centros de control de enfermedades.

—Eso no estaría bien. Bonnie ha sido muy inteligente al no venir.

El brillo humorístico de sus ojos hacía que parecieran casi turquesas. Shane no se había fijado con anterioridad, pero no le sorprendía. Había estado demasiado ocupado con el trabajo, buscando a sus padres biológicos y sintiéndose culpable respecto a sus padres de verdad, que le querían incondicionalmente. Ahora que ella estaba a solo unos metros de él se dio cuenta de que tenía unos ojos grandes y bellos como el Mar Caribe. Si no se andaba con cuidado podría ahogarse en ellos.

—Así que una camarera menos significa que tú has trabajado el doble —dijo.

Gianna alzó un hombro en un gesto despreocupado.

—Solo me he movido más deprisa, he sonreído más y les he deslumbrado con mi inteligencia para que no se dieran cuenta de que sus pedidos tardaban un poco más de lo normal en servirse. La botella de vino de cortesía que les has mandado a la mesa también ha ayudado. Por cierto, han devorado la comida y parecían sorprendidos. Como si haber inventado el queso suizo les diera derecho a considerarse los amos culinarios del universo.

—Espero que eso no se lo hayas dicho.

—No —Gianna sonrió.

—El jefe de la delegación me felicitó por la comida y por el servicio antes de irse. Me prometió el máximo de estrellas, diamantes, caritas sonrientes, pulgares hacia arriba o cualquier símbolo que escojan para puntuar. Sin ti no lo habría conseguido, Gianna.

Su inteligencia no era lo único en ella que deslumbraba. Cuando sonreía se le iluminaba la cara como si fuera la plaza del pueblo adornada en Navidad.

—Me alegro de que te hayas dado cuenta.

—Forma parte de mi trabajo. Se me pasó por la mente salir a ayudar, pero no encontré el momento.

—Lo tuyo es la comida. Mi trabajo es servir lo que tú has preparado.

—Es algo más que es. Aunque la comida sea buena, no siempre es fácil tener contento al cliente. Pero tú haces que parezca fácil. Esta noche has hecho un trabajo fantástico.

—Solo he hecho lo que había que hacer —afirmó ella con modestia.

—Siempre lo haces. Eres una de mis mejores camareras. Gracias por tu buen trabajo. Te lo agradezco mucho.

—No tienes por qué. Para eso me pagas, pero es agradable oírtelo decir —Gianna retrocedió un po-co—. Bueno, ya me voy.

«No», pensó él. Su alegría mantenía alejada la oscuridad y no estaba preparado para que regresara todavía. Quería que se quedara. Si se lo decía abiertamente, tal vez Gianna se pondría nerviosa, pensaría que estaba tratando de ligar con ella. No era aquella su intención. Su único objetivo era disfrutar del placer de su compañía; la pregunta era cómo conseguirlo.

Lo único que se le ocurrió a Shane fue una táctica dilatoria.

—¿Querías algo?

—¿Por qué lo preguntas?

—Has entrado en la cocina.

—Ah, sí. Solo quería... —se encogió de hombros—. El plato especial de esta noche tenía un aspecto increíble y olía de maravilla, así que...

—Tienes hambre —por supuesto. ¿Qué otra razón tendría Gianna para entrar allí cuando su turno ya había terminado?—. Hacer el turno de dos personas no te ha dejado tiempo para cenar algo.

—Es culpa mía. Me perdí la cena del personal antes de que empezara el servicio. Compraré algo de camino a casa.

—No —Shane se puso de pie y se acercó a ella—. Lo menos que puedo hacer es darte de comer. Y también servirte una copa de vino.

—No quiero molestarte. Ya está todo limpio y recogido.

—Pero yo soy el jefe. Tengo un magnífico Pino Grigio ya descorchado que va bien con los raviolis de espinacas y cangrejo.

La guio el taburete del que él acababa de levantarse y le presionó suavemente los hombros, urgiéndola a sentarse. El leve roce le provocó un destello de deseo en el vientre y experimentó el poderoso y repentino instinto de atraerla hacia sí.

Era su trabajo fijarse en el flujo de trabajo y así lo había hecho. Pero aunque no formara parte de su trabajo sentirse atraído por alguien que trabajaba para él, no podía evitarlo. En cualquier caso, no estaba ligando con ella. Solo era un gesto amable. El personal contento no se marchaba y los trabajadores satisfechos facilitaban la gestión. Preparar a una nueva camarera suponía tiempo y dinero.

—Yo iba a servirme un poco también. Por favor, acompáñame.

—Entonces de acuerdo. Gracias —Gianna apoyó los talones en la barra de metal del taburete y se cruzó de piernas.

Fue un movimiento elegante y sexy. Shane tuvo que hacer un esfuerzo por apartar la vista. El día que entró a trabajar en el Gallatin Room, Gianna Garrison le llamó la atención, pero por razones profesionales y personales decidió no dejarse llevar por la tentación. Hasta aquella noche.

Justo antes de Acción de Gracias había recibido la prueba concluyente de que Arthur Swinton, el hombre más odiado de Thunder Canyon, era su padre biológico. Aquella información le pesaba desde hacía un par de días y estaba bajo de ánimo. Era la mejor explicación que se le ocurría para su falta de profesionalidad. Había llegado el momento de volver a ser chef y apartar su mente de otras cosas.

Mientras preparaba los platos, calentaba la comida y servía el vino, Gianna charlaba. La dejó hablar, le gustaba el sonido de su voz, aquella calidez de miel con un punto ronco. Entonces ella dijo algo que volvió a ponerle de mal humor.

—La cena de Acción de Gracias que preparaste la semana anterior para las familias de los soldados fue increíble. Todo el pueblo habla de ello. Angie Anderson y Forrest Traub me contaron lo emocionadas que estaban las familias, lo especiales que se sintieron.

Shane estaba más preocupado que de costumbre tras aquella noche. La gente le miraba como si fuera capaz de andar sobre las aguas y él se sentía un fraude. ¿Cómo iba a ser de los que caminaban sobre las aguas si Arthur Swinton era su padre biológico? El hombre había sido acusado y condenado por desviación de fondos públicos. Y no solo eso, sino que además había perpetrado una conspiración para arruinar a los Traub, una de las familias más prominentes del pueblo. Shane todavía no había conocido a una persona que no odiara a Swinton.

Gianna le sonrió.

—Dijeron que les ayudó mucho, porque en Navidad echaban especialmente de menos a los soldados.

—Yo sé lo que es echar de menos a la familia —murmuró Shane.

—¿A qué te refieres? —preguntó ella.

Shane puso la comida en dos platos y luego miró hacia atrás.

—Te lo tienes que tomar caliente.

—Tiene un aspecto fantástico y huele de maravilla.

Shane colocó los humeantes platos en la encimera de acero y luego sacó otro taburete y se sentó a su derecha.

—Adelante.

—De acuerdo —tras dar un bocado, Gianna le miró a los ojos—. Esto está increíble. No quiero ni pensar en las calorías que tiene.

—Todo el mundo sabe que cuando haces el trabajo de dos personas se queman todas las calorías.

—Gracias a Dios. Porque esto sabe mejor todavía de cómo huele, y huele a engordar —Gianna se lamió una gota de salsa de vino blanco del labio inferior.

Durante un instante, Shane creyó que se iba a atragantar con su propio plato. La expresión del rostro de Gianna era lo más inintencionadamente erótico que había visto en su vida.

Le dio un sorbo a la copa de vino para reaccionar y consiguió decir:

—Me alegro de que te guste.

Sus palabras le hicieron estremecerse. Tenía fama de ser encantador, pero aquella noche no se llevaría ningún premio a la conversación más ingeniosa. Era un milagro que Gianna no pusiera cualquier excusa y saliera corriendo de allí.

—¿Te gusta Thunder Canyon? —Gianna dio otro bocado.

—La verdad es que me encanta.

—¿De verdad? —ella se lo quedó mirando como si tuviera dos cabezas.

—Te lo juro. Si no está en lo más alto de la lista, desde luego se acerca.

—Pero tú has estado en todas partes del mundo, ¿no?

—Sí.

—¿En qué escuela de cocina estudiaste?

—En el Instituto Culinario de América, en Hyde Park, Nueva York. A dos horas de Manhattan.

—Qué práctico.

Shane asintió.

—Me saqué el título de Dirección en Artes culinarias porque siempre quise abrir mi propio restaurante. Pero fui a París para aprender el arte del horneado del pan y las pastas. Viajé a Italia y a Grecia para experimentar diferentes técnicas de cocina como el enfriamiento con nitrógeno líquido. El Instituto también tiene un campus en Napa especializado en vinos y preparación de la comida.

—Así que tienes una educación culinaria completa.

—Sí. Mis padres tienen una buena posición económica. No tuve que preocuparme de créditos estudiantiles y pude dedicarme a saciar mi curiosidad en todos los aspectos relacionados con la industria de la comida.

A Gianna le brillaron los ojos con cierta envidia.

—Eso suena maravilloso. ¿Cómo puede compararse la plaza del pueblo de Thunder Canyon, Montana, con la Torre Eiffel, con el Louvre, con cualquier cosa de Francia?

—París es algo que vale la pena ver, de eso no cabe duda. Pero no es justo comparar los lugares del mundo. Los que más te gustan te llegan al corazón.

—¿Y Thunder Canyon te ha llegado a ti al tuyo?

—Sí —era cierto, pero Gianna probablemente pensaría que era un idiota idealista.

Shane no entendía la inmediata conexión que había experimentado con aquel pequeño pueblo de Montana tan lejos de todo. Se le pasó por la cabeza que la respuesta podría ser su ADN, pero no tenía sentido en realidad. Arthur Swinton era un oportunista codicioso que solo pensaba en sí mismo y que no sentía nada por aquel lugar que llenaba el corazón de su hijo.

—Me gustaría saber algo más de ti —le dijo Shane a Gianna—. ¿Eres de aquí?

—Nací y crecí en Thunder Canyon. Mi madre, mi padre, mi hermana y su familia siguen aquí —Gianna dejó el tenedor en el plato vacío. Tras licenciarme en empresariales me fui a Nueva York.

—¿Y? —Shane le sirvió un poco más de vino en la copa—. ¿Qué hiciste allí?

—Abrí una agencia de viajes.

—Así que le diste un mordisco a la Gran Manzana —una chica valiente. Estaba impresionado. Su primera aventura empresarial había sido cerca de su casa, en Los Ángeles. Ella se había lanzado directamente a lo grande—. Al parecer no soy el único que ha viajado por el mundo.

Ella encogió los hombros.

—Estaba muy ocupada tratando de levantar el negocio.

—Requiere mucho trabajo, pero resulta tremendamente excitante convertir un sueño en realidad.

—Hablando de realidad —dijo Gianna cambiando claramente de tema—, tu presencia en aquel «reality» de cocina fue todo un éxito.

—Tuve suerte.

—Oh, por favor. Si llamas suerte al talento, el encanto, el aspecto físico y la habilidad con la cuchara, entonces yo soy la duquesa de Cambridge.

Shane se rio.

—Entonces, ¿no te parezco demasiado feo?

—¿Estás de broma? Eres impresionante —Gianna pareció sorprenderse de que aquellas palabras hubieran salido de su boca—. Pero, ¿eso es lo único con lo que te quedas de todo lo que te he dicho?

Era mejor que preguntarse de dónde habría sacado su aspecto físico.

—¿Hay alguien encargándose ahora de la agencia de viajes? —Shane cambió de tema—. ¿Por qué estás aquí en Thunder Canyon?

—Razones personales —el brillo desapareció de los ojos de Gianna, que frunció el ceño antes de añadir—, solo estaré aquí durante un tiempo. No mucho.

Shane entendía lo que eran «razones personales» y la renuencia a hablar de ello, así que no siguió preguntando.

—¿Estás deseando volver?

—¿Quién no lo estaría? —Gianna giró la copa de vino en la mano—. Corre el rumor de que tu contrato en el Gallatin Room es solo por seis meses.

—Sí —Shane había pensado que sería tiempo suficiente para averiguar lo que quería saber, pero solo había descubierto la mitad. Ahora la cuestión era si seguir o no y qué hacer con la información que ya tenía—. Así que parece que los dos tenemos los días contados en este pueblo.

Resultaba extraño y seguramente algo patético, pero hablar con Gianna hacía que se diera cuenta de que desde que llegó a Thunder Canyon había vivido como un solitario. Y de pronto se sintió muy solo. Pero lo último que necesitaba era una complicación romántica a largo plazo. Gianna era guapa, divertida e inteligente. Quería volver a verla y no se quedaría en el pueblo. Eso la convertía en la mujer perfecta.

—Supongo que se puede decir que sí, que mis días aquí están contados —reconoció ella.

—Entonces no deberíamos perder el tiempo. Cena conmigo.

Gianna miró el plato vacío.

—¿No es lo que acabamos de hacer?

—Qué atrevida —Shane sonrió—. Me refiero fuera del trabajo. El lunes es el único día que cierra el restaurante y todos los locales en treinta kilómetros a la redonda. ¿Qué te parece si cocino algo para ti en mi apartamento? Está aquí mismo, en el resort.

—Lo sé, pero...

—No es más que una comida casera. ¿Te viene bien a las seis y media?

—No sé —la expresión de Gianna indicaba que estaba tratando de encontrar una respuesta adecuada.

Fue entonces cuando Shane esbozó la sonrisa que los seguidores del programa de televisión llamaban «su ingrediente secreto».

—Que hoy hayas hecho doble turno merece que te dé doblemente las gracias.

—Visto así... ¿cómo podría decirte que no?

—Bien. Estoy deseando que llegue el momento.

 

 

Gianna estaba deseando que llegara aquella noche desde que Shane Roarke la invitó a cenar. Tomó el ascensor hasta la tercera planta del edificio del hotel de Thunder Canyon, donde estaba su apartamento. Tras cinco meses sintiendo algo por él, no podía creer que por fin le hubiera pedido una cita. Le parecía surrealista, y además iba acompañado de una punzada de culpabilidad.

Lo que le había contado sobre su experiencia en Nueva York había sido bastante incompleto. No le había dado un buen mordisco a la gran manzana, más bien la había mordido y escupido. Los apartamentos eran pequeños y caros. La agencia de viajes no sobrevivió, fue víctima de Internet. La gente prefería contratar las vacaciones online y eliminar al intermediario. Y luego estaba la crisis. Y Gianna no había visto el sentido de compartir con Shane que seguía cayendo en la trampa de escoger hombres que no tenían interés en comprometerse.

No había mentido al decir que había regresado a Thunder Canyon por razones personales. Pero no había querido explicar su situación. No tener trabajo ni dinero eran razones personales, y esos fueron los motivos que la llevaron a volver a casa. El trabajo en el Gallatin Room la estaba ayudando a recuperarse. Tenía un pequeño apartamento en la planta superior de la nueva tienda, Real Vintage Cowboy, y el único coche que podía permitirse era un viejo cacharro de quince años que confiaba se mantuviera en pie porque no podía permitirse uno nuevo. Compartir aquella información con un hombre de éxito, sofisticado y sexy como Shane Roarke no estaba en su lista de prioridades.

Gianna salió del ascensor y avanzó por la mullida moqueta del pasillo hasta el apartamento de la esquina, el que tenía las mejores vistas.

—Esto no va a salir bien —susurró llamando a la puerta.

Unos instantes después, Shane estaba allí.

—Hola.

—Eres muy puntual —Shane se apartó y abrió más la puerta—. Entra. Dame tu abrigo.

Gianna se quitó el largo abrigo negro de punto y se lo dio junto con el bolso. Luego le siguió hasta el salón. Era impresionante. El recibidor de madera se abría a una alfombra beige gruesa sobre la que había sofás blancos, mesas de cristal y ventanales de cuatro metros a dos lados. Los techos eran altos y las paredes color trigo estaban cubiertas con obras de arte que parecían muy valiosas.

—Vaya —si Gianna estaba nerviosa antes, ahora sintió un disparo de adrenalina—. Esto es precioso.

—A mí también me lo parece —Shane tenía la mirada clavada en su rostro.

A ella le dio un vuelco el corazón. Shane no tenía los ojos del color del zafiro, sino que más bien parecían diamantes azules que en aquel momento la miraban con calor e intensidad.

—Nunca te había visto antes con un vestido. El verde es tu color —afirmó él—. Va de maravilla con tu pelo.

Fuera la nieve cubría el suelo con su manto. Después de todo, era diciembre en Montana. Pero valía la pena el frío que había pasado desde el coche hasta allí con tal de vivir aquel momento. Había pensado mucho qué ponerse aquella noche y había decidido que Shane ya la había visto bastante con pantalones negros. Quería que aquella noche la viera con otra cosa, que la mirara de un modo distinto. La mirada de aprobación que le dirigió a las piernas le hizo saber que había cumplido la misión con éxito.

—Esta es la estación del verde.

Gianna tampoco le había visto nunca sin ropa de trabajo. La camisa azul de manga larga iba bien con su oscuro cabello y le destacaba los ojos, pensó. Los vaqueros de marca le marcaban las largas piernas y el espectacular trasero. Parecía que estuvieran hechos a medida. Y tal vez fuera así.

—¿Quieres un poco de Chardonnay?

—Solo si va bien con lo que estás cocinando —contestó ella.

—Así es.

Gianna le siguió hasta la cocina, que tenía una nevera de última generación en acero con lavaplatos y vitrocerámica a juego. Parecía el último grito tecnológico, aunque ella no era ninguna experta. Pero sí sabía algo sobre ambiente, y la mesa estaba puesta para dos con cubertería de plata, porcelana y copas de cristal. También había flores y velas. La atmósfera era la de una cita en toda regla.

—Me alegra saberlo. Porque la policía de la comida tendría algo que decir si el vino no casaba.

—Podríamos decir que yo soy el policía de la comida.

Gianna tomó la copa de vino y le dio un sorbo. Ni demasiado dulce ni demasiado seco. Estaba delicioso. Aquel hombre sabía de vino, y por lo que había podido notar, también sabía de mujeres. Estaba sin duda fuera de su alcance.

—Es un alivio comprobar que sabes de lo que hablas. ¿Has oído hablar de los actores que quieren dirigir? No creo que en el mundo de la cocina pase lo mismo. Las camareras no queremos ser chefs. Al menos yo no quiero. Sé hervir agua. E incluso hacer un sándwich de jamón. Pero para algo más elaborado tendrás que llamar a otra persona. A ti mismo. Eres famoso en los círculos culinarios por...

Shane detuvo su balbuceo poniéndole un dedo en los labios.

—Estás nerviosa.

Gianna le dio un sorbo grande a la copa de vino y apuró prácticamente su contenido.

—Creí que no se me notaba.

—Pues te equivocabas —Shane sonrió y sacó pollo, verduras y otros ingredientes de la nevera, y también aderezos y especias de una alacena. Luego puso una sartén al fuego—. Pero creo que lo entiendo.

—¿El qué?

—Que estés nerviosa. Gracias al programa de televisión, los chefs nos hemos ganado nuestra reputación.

—¿A qué tipo de reputación te refieres? —Gianna se terminó el vino y luego dejó la copa en la encimera de granito.

—A la de chico malo —Shane le lanzó una mirada pícara con sus ojos azules—. Y yo no soy una excepción.

—¿Ah, no?

—Piénsalo. Para mi trabajo hacen falta cuchillos afilados y fuego. Todo muy primitivo —Shane encendió el fuego de la cocina.

—Ya veo a qué te refieres.

—Y para colmo te he invitado a mi casa a cenar. Aunque te aseguro que no tengo intención de convertirte en el postre.

—No se me había pasado por la cabeza.

risotto.

—Ah —el brillo de los ojos de Shane le provocó una presión cerca del pecho, pero confió en que se tratara solo de una leve indigestión.

Comieron en silencio durante unos instantes hasta que él le preguntó:

—¿Y qué tal fue crecer en Thunder Canyon?

—Estupendo, pero recuerda que no conocía nada más —Gianna dejó el tenedor y se secó la boca con la servilleta de tela—. Aquí el ritmo es más lento y los niños no tienen por qué crecer demasiado rápido.

—También es más lento para los adultos.

Gianna asintió.

—No a todo el mundo le gusta eso. Mantener el equilibrio entre el status quo y el desarrollo ha supuesto un conflicto en el pueblo y seguramente sigue suponiéndolo.

Aquello inició una conversación sobre muchos temas, desde el crecimiento de la población hasta el tiempo pasando por los grupos de turistas que estaba previsto que visitaran el Gallatin Room la semana siguiente. Resultaba interesante escuchar cómo funcionaba la dirección de un restaurante, todo lo que implicaba además de la preparación de la comida. El tiempo parecía volar.

Finalmente, Shane la miró.

—¿Quieres un poco más?

—No, gracias —ella tenía el plato vacío y se sentía llena—. Supongo que el término «conejillo de indias» era el apropiado.

—Lo dudo. Está claro que has disfrutado de la comida. En algunas culturas, eructar es un gran cumplido y un halago para el chef.

—Y en algunas zonas del país es un deporte de competición.

Shane se rio, luego se puso de pie y agarró su plato. Gianna le imitó y llevó el suyo a la cocina, donde él lo tomó y los dejó en el fregadero.

—¿En qué puedo ayudarte? —se ofreció ella.

—En nada. Eres mi invitada y tengo señora de la limpieza. ¿Por qué no nos sentamos en el salón?

—De acuerdo —pero cuando se acercaban hacia allí, vieron a través de los ventanales las luces parpadeantes del valle. Gianna se acercó—. Qué vista tan increíble.

—A mí también me lo parece. ¿Quieres verla desde el balcón?

—Sí —tal vez no tuviera una oportunidad igual.

Shane abrió las puertas del balcón y luego la dejó pasar por delante de él. El aire frío la atravesó al instante, pero cuando se acercaron a la barandilla y Shane se colocó a su lado, su cercanía y el calor de su cuerpo mitigaron el frío.

—Oh, Shane, esto es impresionante. ¿Siempre es igual?

—Bueno, las montañas están siempre y no cambian —bromeó él señalando las cumbres—. ¿Ves aquellas luces allí al fondo? Son las pendientes, y siempre están iluminadas para poder esquiar por la noche. Pero en los últimos días, desde Acción de Gracias, la gente está colgando adornos navideños, así que todo está todavía más bonito.

Ella le miró.

—Tienes un tono maravillado, respetuoso, como si estuvieras susurrando en una iglesia.

—Así es como me siento —admitió Shane—. Como si estuviera en presencia de Dios. La belleza natural de este lugar...

—¿Te llega al corazón?

—Sí. Me encanta. Sobre todo en noches como esta.

Gianna alzó la vista hacia la luna y las estrellas.

—No sé qué es más bello, si el cielo o el valle.

—Tal vez ninguna de las dos cosas.

Hubo en su tono algo ronco que la llevó a alzar la vista hacia él. Se quedaron mirándose. Los ojos de Shane echaban chispas de intensidad. Tenía los hombros anchos y los brazos fuertes. De pronto sintió el deseo de verse rodeada por ellos.

Quería ser el postre.

Como si Shane pudiera leerle el pensamiento, inclinó la boca hacia la suya y el tiempo se detuvo.

Hasta que volvió a ponerse en marcha.

Transcurrió un segundo con él allí de pie y luego dos antes de que se retirara a pesar de que la expresión de sus ojos no había cambiado.

—Se está haciendo tarde. Debería acompañarte al coche.

Gianna parpadeó y se preguntó qué acababa de pasar. No tenía tan poca práctica como para no saber cuándo iba a besarla un hombre. Y Shane había estado a punto de hacerlo. Algo le había hecho cambiar de opinión, pero que la asparan si sabía de qué se trataba. Pero estaba claro que la había rechazado por razones que no conocía.

—Se está haciendo tarde. Voy a por mi abrigo.

Shane le llevó sus cosas, y si la atmósfera en el restaurante iba a ser tan incómoda como aquel paseo hasta el coche, el trabajo iba a ser más duro que atender a la delegación suiza con una camarera menos.