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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2011 Lori Foster

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Sabor a peligro, n.º 166 - febrero 2014

Título original: Savor the Danger

Publicada originalmente por HQN™ Books

Traducido por Victoria Horrillo Ledesma

Editor responsable: Luis Pugni

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, TOP NOVEL y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4150-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Agradecimientos

 

A la Animal Adoption Foundation, una protectora de Hamilton, Ohio, en la que no se sacrifica a los animales. Gracias de nuevo al refugio por su notable labor en defensa de los animales. Gremlin (hermano de Liger, el gato que aparece en A merced de la ira) es uno de los gatos que ha adoptado mi hijo. Es un tanto arisco, tiene maullido de fumador y un ronroneo que te derrite el corazón. Gracias por «rescatarlo» para que formara parte de nuestra familia. La AAF será siempre uno de mis «proyectos estrella» cuando me dedique a recaudar fondos. Para saber más sobre la fundación, puede visitarse la página www.AAFPETS.com.

Capítulo 1

 

Al despertar, un latido de dolor cada vez más intenso atravesó su cerebro. Intentó tragar saliva, pero tenía la garganta tan seca como el desierto a mediodía.

¿Qué demonios estaba pasando?

Dolorido y desorientado, Jackson Savor abrió un ojo.

El origen de su dolor más agudo era un rayo de sol cegador que entraba por la rendija de las cortinas de su habitación.

Sus cortinas. Estaba en su apartamento.

Después de despejar aquella duda, volvió a cerrar el ojo y se esforzó por recapitular.

¿Lo habían capturado? ¿Torturado?

Movió muy despacio la mano derecha. El brazo le pesaba como si fuera de plomo, pero logró levantarlo.

Estaba abotargado y un poco débil, pero no atado, menos mal.

Intentó mover la mano izquierda y se dio cuenta de que algo caliente y suave la mantenía aprisionada. Respiró hondo... y reconoció al instante el olor delicioso e inconfundible de una mujer.

Mierda.

Se quedó muy quieto para no alertar a nadie de que estaba despierto, abrió la mano y... palpó.

No necesitó estar despejado ni ver con claridad para reconocer al tacto un hermoso trasero de mujer.

Caramba.

El cuerpo que había a su lado se movió. Una pierna delgada y tersa se deslizó sobre la suya hasta llegar a su entrepierna. Jackson se sobresaltó por dentro, pero permaneció completamente quieto.

—¿Estás despierto? —ronroneó la mujer.

Al reconocer aquella voz, abrió los ojos de golpe y giró la cabeza tan bruscamente que sintió una punzada de dolor.

La rodilla que descansaba sobre su polla se movió cuando la mujer cambió de postura para mirarlo.

—¿Pasa algo?

Mierda, mierda, mierda. Jackson miró a un lado con cautela, con los párpados rasposos como lijas, y vio ante sí nada menos que a Alani Rivers. Soñolienta, cálida y suave, lo miraba con sus ojos castaños, con expresión satisfecha y el pelo rubio desplegado sobre... sobre su almohada.

Tenía el aspecto inconfundible de una mujer que ha pasado una noche satisfactoria entregada a la lujuria.

¿Con él?

Aunque tenía la garganta tan reseca que no le salían las palabras, contrajo la mano que tenía posada sobre el trasero de Alani. Quizá su cerebro no marchara del todo bien, pero sus reflejos funcionaban a las mil maravillas.

Alani se sonrojó, bajó la cara y se incorporó apoyándose en el codo.

La sábana se deslizó hasta su cintura y Jackson pudo ver de cerca sus preciosos pechos y sus pezones rosados.

Se le agolparon las ideas. Y notó un calambre en los huevos.

—Qué callado estás esta mañana —murmuró ella al inclinarse para besarlo en la boca—. Sobre todo, después de lo de anoche.

¿Qué quería decir? ¿Que había hecho mucho ruido? ¿Que había charlado por los codos?

Alani se mordisqueó el labio.

—¿Te dan tanta vergüenza como a mí las cosas que hicimos?

¿Vergüenza? No, eso nunca. Pero ¿qué diablos habían hecho? Intentó recordarlo, pero tenía la mente en blanco. Solo era consciente del dolor, de su propia confusión y del hecho de que Alani Rivers estaba en su cama.

Desnuda.

Cariñosa.

Saciada.

Y él no sabía cómo había ocurrido.

La bilis se le agolpó en las tripas y le subió por la garganta, revolviéndole el estómago. Soltó un gruñido y apartó las sábanas.

Aunque fuera lo último que hiciera, no vomitaría delante de ella.

En un par de zancadas llegó al cuarto de baño y se hincó de rodillas delante del váter con el tiempo justo.

Se sentía fatal.

¿Qué demonios había ocurrido?

—¿Jackson?

Levantó la vista y vio a Alani en la puerta. Desnuda.

Gruñó otra vez.

—Vete.

—Pero... ¿quieres que te...?

—¡Fuera! —dio una patada tan fuerte a la puerta que rebotó y volvió a abrirse. Vio su cara de sorpresa y de tristeza, pero por nada del mundo iba a permitir que lo viera así.

Por suerte para ambos, dio media vuelta y se alejó.

Cuando por fin se le pasaron las náuseas, tiró de la cadena y, como se sentía tan débil como un recién nacido, se agarró al borde del lavabo para incorporarse. Le temblaban las piernas. Le estallaba la cabeza.

Abrió el grifo del agua fría, se lavó la cara, se enjuagó la boca y después de rebuscar en su memoria sin resultado, se volvió para salir.

Alani estaba de nuevo allí.

Seguía desnuda.

Jackson se tambaleó. Lo intentó, pero no pudo dejar de mirarla. Hacía muchísimo tiempo que la deseaba. Ahora estaba allí, pero... ¿cómo? ¿Por qué?

Fijó una mirada ardiente en el triángulo bien recortado de su pubis castaño dorado. Otra duda despejada, aunque no tuviera nada que ver con el apuro en que se encontraba.

Alani cruzó los brazos por debajo de los pechos, con lo que solo consiguió que Jackson clavara la vista en ellos.

«Maldita sea, qué bonitos son». ¿Los había tocado? ¿Había besado aquellos pezones?

Volvió a sentirse mareado. Estaba a punto de desmayarse, o de vomitar otra vez.

Ella, en cambio, tenía un aspecto espléndido. Mejor que espléndido.

Parecía suya.

Se había puesto colorada.

—Muy bonito, Jackson —le espetó con voz aguda.

Jackson captó su tono amargo y logró mirarla a los ojos por entre una neblina de emociones. Oh, oh. Parecía al mismo tiempo dolida y enfadada.

Tensó los labios. Lanzó una mirada fugaz a su cuerpo, pero al ver que se quedaba callado entornó los párpados y sacudió la cabeza para echarse hacia atrás el largo pelo rubio, que se deslizó sobre su piel tersa como un líquido de color suave. Sobre su pecho quedó un solo mechón.

Jackson, que estaba como hipnotizado, tardó un momento en darse cuenta de que le estaba hablando.

—Te dije que no era buena idea —dijo ella—. Te dije que no funcionaría.

Pues a él le parecía que había funcionado como la seda. Pero, para asegurarse de que estaban hablando de lo mismo, preguntó con voz ronca:

—¿Que no funcionaría el qué? —se agarró con una mano al marco de la puerta y con la otra se apretó el puente de la nariz—. Verás, el caso es que no me acuerdo de...

—¿De haber hablado de ello?

«De nada».

—Esto...

—No me extraña —recorrió su cuerpo con la mirada y volvió a fijarla en su cara—. Estabas demasiado ocupado desnudándome como para atender a razones.

Parecía muy propio de él, tenía que reconocerlo.

—Tenías tanta prisa por llegar a la cama —se quejó ella— que ni siquiera pensaste en lo que me preocupaba, en lo que te estaba diciendo.

Las palabras resonaron dentro de su cabeza una y otra vez: la había tenido en la cama, desnuda.

¿Y luego qué?

No se le ocurrió nada lógico, así que meneó la cabeza mientras volvía a mirar su cuerpo. Se habría caído de bruces de no ser porque estaba apoyado en el marco de la puerta, pero aun así no podía dejar de mirarla.

Dolida y asqueada, Alani dio media vuelta y se dirigió a la cama. Al ver el respingo de su trasero redondeado, Jackson lamentó tener la vista tan borrosa.

—Alani... —como no sabía qué decir, hizo amago de seguirla, pero un solo paso bastó para hacerle comprender que no era buena idea salir del baño.

Su estómago dio otro salto mortal y en un abrir y cerrar de ojos volvió a hincarse de rodillas delante del váter.

Esta vez, cuando acabó, le dolían los músculos del estómago, pero se sentía un poco mejor, como si hubiera logrado expulsar un veneno de su organismo.

Por desgracia, Alani se había vestido y se dirigía con decisión hacia la puerta.

Jackson fue tras ella tambaleándose, débil como un perrito.

—Espera.

Alani se detuvo, lo miró... y volvió a mirarlo.

Jackson cayó de pronto en la cuenta de que él estaba completamente desnudo. Se agarró a la pared. Tenía la sensación de que iba a estallarle la cabeza.

—Vamos... vamos a hablar.

—¿Para que vuelvas a marearte de... mala conciencia? No, gracias.

¿Mala conciencia? ¿Había algo más que tuviera que lamentar, aparte del hecho de no recordar nada?

Alani abrió bruscamente la puerta, pero no se marchó. De espaldas a él, dijo con voz temblorosa:

—No te preocupes, Jackson. Puede que sea una ingenua, pero no soy tonta, ¿sabes? Entiendo lo que ha pasado.

—¿Qué?

—No voy a decirle una palabra a nadie y, como no va a volver a pasar, puedes olvidarte del asunto.

Estuvieron a punto de fallarle las piernas cuando oyó el portazo. Se deslizó lentamente hasta el fresco suelo de tarima del pasillo. Cerró los ojos, pero siguió viendo a Alani desnuda.

No quería olvidar nada.

Quería recordar.

 

 

Alani se mantuvo ocupada todo el tiempo que pudo. Había salido a comprar, había lavado el coche, había tomado un desayuno ligero, había visto una película en una sesión matinal, y sin embargo no había logrado distraerse. Seguía notando una opresión en el pecho.

Una mezcla de humillación y de arrepentimiento.

¿Por qué había creído a Jackson?

¿Por qué se había dejado convencer tan fácilmente?

¡Idiota!

La que podría haber sido la noche más alucinante de su vida le parecía de pronto la más degradante. Pero la culpa no era toda de Jackson. Hacía tanto tiempo que estaba enamorada de él que había tenido que esforzarse muy poco para seducirla. Unas cuantas palabras y...

Dejó escapar un gemido intenso, triste y furioso.

Había hecho cosas con Jackson que nunca se le habían pasado por la cabeza. Él la había animado a decir lo que pensaba, a abrirse por completo y a decir con sinceridad lo que deseaba, lo que la hacía disfrutar... y lo mismo había hecho él. Con él, había disfrutado plenamente de su sexualidad.

Y luego, a la luz de la mañana, Jackson le había echado una sola ojeada y había salido corriendo a vomitar.

Se puso colorada.

Todo aquel tiempo, desde el día en que había conocido a Jackson Savor, había sabido que no le convenía. Se había resistido a él una y otra vez porque le parecía impensable liarse con un hombre que trabajaba con su hermano, y más aún con uno que se parecía tanto a su hermano.

Sonó su móvil y miró la pantalla. Hablando del rey de Roma... Su hermano la había llamado ya varias veces, pero no le apetecía hablar con él.

Esperó a que dejara de sonar el teléfono. Luego escuchó el buzón de voz.

—¿Dónde estás, Alani? —decía Trace—. Te he llamado ya tres veces. Quiero hablar contigo. Llámame.

Sabía que Trace esperaba que hiciera lo que le mandaba, pero en ese momento no podía hablar con él. Si lo intentaba se emocionaría, quizás incluso se echaría a llorar. Trace siempre había sido muy protector con ella, pero desde su secuestro, hacía más de un año, estaba obsesionado con el peligro. Si se enteraba de que estaba triste, se subiría por las paredes. No tenía intención de contarle el error que había cometido al liarse con Jackson, así que era absurdo involucrarlo en su pequeño drama personal.

Trace era autoritario por naturaleza, en su profesión no le quedaba remedio, y a veces resultaba agobiante.

Y Jackson era igual.

Y también Dare, el amigo de Trace que trabajaba con su hermano desde que había montado el negocio.

Tenían la personalidad típica de los mercenarios curtidos. ¿Cómo, si no, iban a tener tanto éxito en su afán por ayudar a otros?

Naturalmente, Trace, Dare y Jackson eran los únicos mercenarios que conocía. Y aunque los tres eran distintos, en lo esencial eran iguales.

Eran hombres que sonreían mientras afrontaban el peligro, hombres que no se inmutaban cuando se enfrentaban a una prueba, hombres capaces de proteger a los demás con su propia vida sin vacilar un instante.

Eran hombres buenos.

Eran hombres que daban miedo.

La mayoría de la gente temía a su hermano aunque no supiera a qué se dedicaba, y era lógico: Trace exudaba eficiencia, se notaba a la legua que era un hombre peligroso. Conocerlo era recelar de él, de modo que a Alani nunca le había sido fácil tener pareja. Los chicos echaban un vistazo a su hermano y llegaban enseguida a la conclusión de que era preferible mantener las distancias.

Pero... Jackson no era como la mayoría de los chicos. Era igual que Trace, así que no se dejaba intimidar por él. De hecho, bromeaba con Trace como si tal cosa, incluso lo provocaba de vez en cuando con sus bromas. Consciente de que Trace y Dare contaban con él en las situaciones más peligrosas, Jackson le había prometido a Alani que su trabajo no se vería afectado por su aventura amorosa.

Claro que también le había jurado que no sería humillante. Y ahora estaba sola y se sentía tan humillada que seguía ardiéndole la cara.

Por desgracia Trace llamó otra vez cuando estaba aparcando frente a su casa. El teléfono sonó cuatro veces. Luego saltó el buzón de voz. Alani sabía que su hermano se presentaría en su casa si no contactaba con él.

Odiaba mentir, pero tenía la impresión de que no le quedaba otro remedio, así que le envió un mensaje de texto que decía solo: Estoy en el cine. Luego te llamo.

Después apagó el teléfono.

Tras sacar las bolsas del maletero, echó a andar por el camino que llevaba desde la entrada de coches de su casa pequeña pero perfecta a la puerta principal.

Se paró en seco al ver a Jackson recostado en los escalones del porche, con un sombrero de vaquero en la cabeza y gafas de sol de espejo ocultándole los ojos.

Él no se movió, ni ella tampoco.

Estuvo medio minuto allí, paralizada, sin saber qué hacer ni qué decir.

Jackson parecía completamente relajado. Claro que había perfeccionado una pose indolente que ocultaba sus rápidos reflejos.

La noche anterior no se había mostrado precisamente indolente.

Alani lo observó mientras respiraba agitadamente. Estaba tan quieto que parecía dormido. No se movió ni siquiera cuando ella se cambió de mano las bolsas y se acercó un poco.

El roble del jardín delantero daba bastante sombra, pero Jackson no se había quitado el sombrero ni las gafas de sol. Se había afeitado y una camisa blanca como la nieve se tensaba sobre su ancho pecho y sus hombros y se ceñía a sus tensos abdominales.

El paso del tiempo había descolorido sus vaqueros en ciertos sitios escogidos, como las rodillas, los bajos y la entrepierna.

Incluso en ese instante, tan quieto, estaba... impresionante.

Alani se puso rígida, bombardeada por los recuerdos de la noche anterior. Al recordar cómo había tocado su cuerpo, cómo había saboreado su carne caliente, una oleada de placer recorrió sus venas. Recordó cómo había empuñado su miembro erecto, cómo había gruñido él, las locuras que le había susurrado al oído, cómo había puesto su mano sobre la de ella para enseñarle cómo tenía que apretar y con qué rapidez acariciarlo...

Su falta total de inhibiciones la había permitido desinhibirse.

Tragó saliva audiblemente... y siguió mirándolo.

Jackson estaba sentado con las largas piernas estiradas, un pie apoyado en un escalón y el otro estirado y los codos echados hacia atrás. Su respiración era profunda y constante.

Alani se humedeció los labios y comenzó a retroceder lentamente, sin hacer ruido.

—No me hagas perseguirte, cariño.

Echó los hombros hacia atrás, sobresaltada. ¡El muy farsante!

Había estado observando cómo lo miraba... «Uyyyyy».

—Creía que estabas dormido.

—¿Y has pensado que podías violarme con tus lindos ojos? ¿O es que vas a negarlo?

Si hubiera tenido una piedra a mano, se la hubiera tirado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó a regañadientes.

—Lo que haga falta —se incorporó con indolencia. Sus músculos se movieron. Su camisa se tensó. Se echó el sombrero hacia atrás con el pulgar. Tenía las sienes mojadas de sudor y las puntas del pelo rubio oscuro se le habían rizado—. ¿Dónde has estado, por cierto? Llevo horas esperándote.

Hablaba en un tono... extraño. Era tan exasperante como siempre, pero parecía menos engreído, casi como si estuviera enfermo o preocupado, o las dos cosas. «Me da igual».

—Eso no es asunto tuyo, Jackson.

Esbozó una sonrisa casi imperceptible y Alani se alarmó.

—Estás muy contestona esta tarde, ¿no?

Decidida a no dejarse avasallar, Alani cuadró los hombros y echó a andar hacia delante.

—Estoy asqueada.

La incertidumbre no le favorecía nada.

—De mí misma, en realidad —pasó junto a él conteniendo la respiración, pero no la tocó. Al llegar a la puerta se cambió de brazo las bolsas y sacó las llaves del bolso—. Debería haber sabido que era una locura...

La boca de Jackson rozó su nuca.

—Vamos a hablar de lo que hicimos —dijo en voz baja y seductora.

Alani sintió que una especie de fuego le corría por la espalda y se le aflojaron las piernas. Recordó de pronto cómo la había besado él en la nuca mientras la penetraba a estilo perro (así lo había llamado él), por detrás, hundiéndose en ella profundamente mientras la rodeaba con los brazos y agarraba sus pechos...

—¡Basta! —abrió de un empujón e intentó cerrar la puerta de nuevo, pero rebotó en el hombro de Jackson.

Se apresuró a entrar.

Naturalmente, él la siguió.

Mientras iba derecha a la cocina, dijo con todo el desprecio que le permitió el hormigueo que notaba en el estómago:

—¡Fuera!

Las botas de Jackson resonaban apenas dos pasos detrás de ella.

Sujetando los paquetes contra su pecho como un escudo, se giró para mirarlo.

—¡Lo digo en serio, Jackson! —chilló, angustiada.

Él se detuvo y la miró fijamente. Entre ellos chisporroteaba la tensión.

Por unos instantes, pareció que Jackson iba a saltar sobre ella. Luego, sin embargo, se mordisqueó el labio y retrocedió un paso, moviéndose como si no quisiera asustarla.

—Cálmate, ¿quieres? —le dijo con voz suave.

Teniendo en cuenta el tumulto de emociones que se agitaba dentro de ella, difícilmente podía calmarse.

—¡No me digas que me calme!

Sin decir palabra, Jackson dejó su sombrero sobre la encimera y ladeó la cabeza. Estuvo un rato observándola con los puños apoyados en las caderas y una expresión enigmática. De pronto, su vestido cómodo y fresco le pareció transparente. Cuando estaba con Jackson, necesitaba una armadura.

Su mirada la puso nerviosa, la hizo sentirse acalorada y vulnerable.

Él dijo con voz baja y ronca:

—Por Dios, cariño, no quiero que pienses que no me importa lo que sientes, pero necesito volver a verte —y antes de que ella pudiera reaccionar a su tono ansioso, añadió—: ¿Te importaría que dejáramos esta discusión para más adelante y que primero satisfaga mi curiosidad?

¿Su curiosidad? Ya la había visto con gran detalle a lo largo de la noche. Y no se había cortado ni un pelo al mirar.

Mientras que Trace y Dare la trataban con toda delicadeza, Jackson la trataba como si la deseara. Estaba bien en pequeñas dosis... cuando no se pasaba de la raya.

Pero después de lo que había pasado aquella proposición estaba de más. Alani le lanzó las bolsas de la ropa que había comprado.

Se estrellaron contra su pecho y cayeron al suelo.

Él apenas se inmutó.

—¿Debo tomarme eso por un no?

—¡No!

Jackson ladeó una ceja y la agarró cuando intentó pasar por su lado. Era tan grande y musculoso que no le costó lo más mínimo rodearla con sus brazos y apretarla contra su pecho.

—Shh, nena, no.

Sus tórridos recuerdos la envolvieron igual que la envolvía su cuerpo. Frenética, casi aterrorizada, ordenó:

—Suéltame.

Sintió que él daba un respingo, pero no la soltó.

—Perdona, amor, pero no puedo.

«Amor». ¿Cómo se atrevía a usar esa palabra? Sintió un nudo de angustia en la garganta.

—Jackson...

—Dame solo un segundo, ¿de acuerdo? —le susurró él al oído.

Alani sintió una nota de dolor en su voz y dejó de forcejear.

—Eso está mejor —murmuró él, y aflojó los brazos.

Preocupada de pronto, Alani intentó girarse para mirarlo.

—¿Qué es lo que pasa?

La tensión se intensificó. Luego, Jackson dijo:

—No me acuerdo de nada.

—¿De nada?

La meció un poco entre sus brazos y contestó en voz aún más baja.

—De nada. Estoy... en blanco.

Alani no lo entendía, pero notaba su angustia, así que dejó de intentar apartarse.

—¿De qué estás hablando?

—No sé qué pasó, cariño. Ni entre nosotros, ni con todo lo demás —la abrazó apoyando la barbilla en su cabeza—. El día de ayer se ha... borrado.

Alani se giró bruscamente para mirarlo, incrédula. Rodeada por sus brazos, con las manos sobre su pecho, tuvo que echar la cabeza hacia atrás para verle la cara.

—¿Qué quieres decir? ¿Cómo que se ha borrado?

Se encogió de hombros, incómodo.

—Lo único que recuerdo es que me desperté con una jaqueca de tres pares de narices y hecho un lío —cambió de postura, apretándola contra su cuerpo. Su voz se volvió ronca—. Y allí estabas tú, en cueros, a mi lado.

Casi se le paró el corazón.

—Pero... —lo empujó, enfadada—. Me dijiste que no habías bebido.

—¿Te lo dije? —se pasó una mano por el pelo rubio oscuro y se quitó las gafas de sol—. Porque de eso tampoco me acuerdo. Qué demonios, ni siquiera me acuerdo de haber hablado contigo.

Alani se esforzaba por respirar, atónita.

—Dios mío, Jackson —nunca había visto unos ojos tan enrojecidos. Sintió lástima por él—. Estás...

—Hecho un asco, lo sé. Me siento así, te lo aseguro —se pellizcó el puente de la nariz, cerró los ojos un segundo y volvió a abrirlos—. ¿Nos acostamos?

Santo cielo, no pensaba en otra cosa. Claro que eso Alani ya lo había descubierto la noche anterior. Dio un respingo al fijarse en su expresión. Tenía el blanco de los ojos tan enrojecido que el verde de las pupilas parecía más vivo.

—¿De veras esperas que me crea que no te acuerdas?

Jackson la agarró por la nuca y la hizo ponerse de puntillas para besarla con fuerza, rápidamente.

—Me desperté con la vista borrosa, el cerebro en llamas y el estómago revuelto. Y entonces te vi en la cama, a mi lado —se excitó de pronto—. Estabas tan increíble que no sé cómo conseguí refrenarme.

—Pero si no te refrenaste, ¿recuerdas? —acercó su nariz a la de él y añadió—: Vomitaste.

En lugar de apartarse, Jackson pareció envolverla por completo con su tamaño y su determinación.

—Mujer, no pensarás que fue por ti.

Alani debería haber puesto distancia entre ellos, pero se sentía tan a gusto a su lado... Por lo visto lo sucedido la noche anterior le había provocado una adicción: se había pasado toda la mañana echando de menos su olor, el calor de su contacto.

—¿No? —preguntó con menos convicción de la que pretendía.

—Pues no —acarició su espalda—. Estabas tan irresistible que ojalá te hubiera hecho una foto. Ojalá te tuviera pintada en el techo. Verte con el culo al aire podría reanimarme, y desde luego me la pondría dura, pero jamás me repugnaría ni me...

Alani le tapó la boca con la mano, azorada por su lenguaje.

—Para.

Sintió su sonrisa de alivio.

Y luego su lengua.

Apartó rápidamente la mano. Se dio cuenta de su error cuando él la agarró por la muñeca y la sujetó en aquella posición vulnerable.

—Vamos a hacer la prueba —se inclinó hacia ella y su aliento caliente le rozó la mejilla—. Quítate el vestido y veremos cómo reacciono.

—Por amor de...

—Cariño, te aseguro que podría implosionar —abrió la boca sobre su hombro para darle un mordisquito—. Pero no vomitaría. De eso nada.

—Jackson, por favor —intentó dar dos pasos atrás y él la soltó de mala gana—. No entiendo nada. Tienes que darme tiempo para pensar.

—Quizá pienses mejor desnuda —tocó el bajo de su vestido y murmuró casi para sus adentros—: Sería muy fácil quitarte esto...

Alani lo apartó de un manotazo y lo miró con enfado.

—Está bien, está bien —Jackson arrugó el ceño y asintió con la cabeza—. Piensa.

¿Cómo era posible que no se acordara de nada? De lo que había dicho, de lo que había hecho... De todas las cosas que ella había dicho y hecho, las cosas de las que ahora se arrepentía.

—¿Cómo es posible?

—No lo sé.

—Entonces, ¿has olvidado todo lo que pasó anoche así, por las buenas? —preguntó con escepticismo.

—Más o menos.

Seguía sintiéndose humillada, pero saber que Jackson no se acordaba de nada aliviaba un poco su mala conciencia. Lo miró de reojo.

—Parece muy oportuno.

Él meneó la cabeza.

—Noto tu tono de sospecha, nena, pero hoy no me funcionan todos los cilindros, así que vas a tener que decírmelo muy clarito. A mí nada de esto me parece oportuno.

¿Le estaría diciendo la verdad, en lugar de intentar escurrir el bulto por lo que había hecho la noche anterior? Quizá. A fin de cuentas, ella no le había pedido nada y había prometido no decírselo a nadie. Jackson no tenía motivos para fingir que lo había olvidado todo.

Pensando en voz alta, dijo:

—Es que parece tan irreal... ¿Cuál puede ser la explicación?

—Cuéntame un poco cómo fue —flexionó un poco las rodillas para escudriñar su cara—. ¿Te la metí, nena? Me muero por saberlo.

Alani lo miró con los ojos como platos y se dio la vuelta para darle la espalda. Jackson surtía tal efecto sobre ella que, a pesar de las muchas dudas que tenía, estaba deseando volver a meterse en la cama con él y hacerlo todo otra vez. Pero eso sería una tontería. Si volvían a acostarse, primero quería tener tiempo de hablar con él y aclarar la situación.

Además, en aquel momento Jackson no parecía capaz de volver a hacer todas aquellas cosas increíbles. En cuanto lo pensó, sin embargo, él se acercó y ella notó una potente erección apretada contra su trasero.

—¡Jackson! —nunca en su vida había chillado tanto—. ¿Se puede saber qué haces?

—Sufrir. Tienes que decirme algo, Alani. Por favor.

—¿Es que no puedes parar ni un segundo? —preguntó, exasperada—. Tenemos que hablar.

—Será una broma, ¿no? —a pesar de que tenía los ojos colorados y estaba un poco tembloroso, seguía queriendo aprovechar la ocasión. Se le notaba en la voz, en la postura de los brazos y en la mirada penetrante—. Desde el día en que te vi por primera vez he querido quitarte las bragas. Tú lo sabes, no puede decirse que lo haya ocultado, precisamente.

—Desde luego que no.

Había sido absolutamente obvio.

—Y ahora que por fin parece que lo he conseguido, no me acuerdo de nada. Si quieres que me concentre en otra cosa, primero tienes que poner fin a esta agonía.

Alani frunció los labios y se obligó a mirarlo de nuevo a la cara.

—Está bien, puede que no te acuerdes, pero aun así lo sabes —no era idiota. Se había despertado con ella desnuda en la cama y abrazada a él, sonriendo como una boba: sobraban pistas.

Jackson la acarició con la mirada.

—Lo supongo —fijó los ojos en su boca—, lo espero, pero necesito detalles —acarició sus hombros—. Los necesito, nena, créeme.

Sí, seguramente los necesitaba hasta cierto punto. Era lo justo. Pero Alani sería prudente. Solo le contaría lo básico. Lo demás, sus gemidos y sus súplicas, las cosas que él le había hecho y las cosas que a ella le encantaba que le hiciera... Eso no pensaba contárselo.

Tragó saliva y susurró:

—Pues tú... nosotros...

—¿Nos acostamos?

Habían hecho mucho más que acostarse, pero Alani asintió con un gesto y tomó aire.

—Sí.

Jackson volvió a rodearla con sus brazos y la apretó contra sí posesivamente.

—¿Estuvo bien?

¿Podía Jackson Savor tener dudas sobre su actuación en la cama? Pero era lo lógico, si no se acordaba de nada. Alani asintió con la cabeza.

—¿Te corriste? —preguntó él con voz baja.

Alani intentó apartarse, pero se descubrió pegada a él, con los pechos contra su torso. Jackson la miró con aquellos ojos seductores y lánguidos, como si intuyera la respuesta.

—¿Te corriste?

Asintió, muy colorada.

—Pues... sí.

Él esbozó una sonrisa y susurró:

—¿Un orgasmito de nada, de los de gemir un poquito, o uno de verdad, de los de gritar?

La asaltaron los recuerdos y se le resecó la boca. En lugar de confesar demasiado, se conformó con decir:

—Eh... de los de gemir, no.

Jackson respiró hondo.

—¿Te comí el coño?

Ay, Dios. Alani sintió de nuevo aquella espiral de placer, cada vez más tensa, el contacto de su pelo y de su mandíbula rasposa en la parte interior de los muslos, su lengua aterciopelada, el mordisco suave de sus dientes.

El tironeo de su boca al chupar los pliegues más sensibles de su carne.

Comenzó a jadear un poco... y dijo que sí con la cabeza.

A Jackson se le marcaron los músculos, se le hincharon las aletas de la nariz.

—¿También te corriste así, cariño? —preguntó con voz ronca—. ¿Mientras te lo chupaba?

Había sido un orgasmo tan increíble que había llorado. Pero no se atrevía a ser tan explícita. Se lamió los labios y murmuró:

—Sí.

Él pegó su frente a la de ella y gruñó como si le doliera algo.

Alani tocó su pecho. Fuerte, caliente, sólido. Era todo eso y mucho más. Pero ¿por qué no se acordaba de nada?

—¿Estabas enfermo, Jackson? ¿Por eso no te acuerdas? —al pensar en esa mañana, se dio cuenta de que parecía encontrarse muy mal.

Y ella se había marchado hecha una furia, dejándolo solo.

Colorada de vergüenza, rodeó su cuello con una mano.

—¿Te encuentras mejor?

—¿Mejor? Dios mío, no. Me tortura lo que no puedo recordar —cubrió la mano de Alani con la suya y se la llevó a los labios para besar su palma—. Llevaba mucho tiempo deseándote y tú no parabas de darme calabazas, así que ¿cómo demonios conseguí convencerte?

Capítulo 2

 

Fue duro para Alani encajar que no recordaba ni un solo detalle. Se había angustiado tanto pensando que era una ingenua, atormentándose por lo que había hecho... Y, en realidad, carecía de importancia.

De no ser porque quería volver a hacerlo.

De todos modos, como se resistía a exponer demasiado su corazón, sacudió la cabeza.

—No lo sé.

—Vamos, cariño. Por algo sería —Jackson intentó esbozar una media sonrisa—. Échame un cable.

Como parecía tan preocupado, intentó decirle la verdad pura y dura:

—Ya no importa, pero fueron las cosas que dijiste, no solo las que hiciste.

—¿Ah, sí? —le levantó la barbilla y la obligó a mirarla a los ojos verdes—. ¿Como qué?

Seguía tocándola como si diera por descontada su intimidad, la acariciaba, frotaba la cara contra su piel. Alani había pasado horas intentando asumir que había sucumbido a una aventura de una noche. Él, en cambio, se comportaba como si hubieran iniciado una relación a largo plazo.

No daba importancia a las cosas que le había dicho la noche anterior, pero aun así... ¿quería Jackson más?

Y si así era, ¿cuánto más?

Él deslizó los dedos por su mejilla, alrededor de su cuello, sobre su hombro desnudo.

Alani se estremeció. Había perdido la memoria y quizás estuviera enfermo, pero seguía siendo la quintaesencia de la virilidad. Como siempre.

Al menos así era siempre con ella.

¿Era así con todas? Seguramente. Hasta las mujeres de Dare y de Trace se habían fijado en el físico y el atractivo sexual de Jackson.

Sacudió la cabeza y se resistió a pensarlo.

—Fueron solo... algunas cosas que dijiste. Nada más —cosas que le había prometido, compromisos que había dejado caer—. Supongo que son las cosas que dicen los tíos cuando quieren convencer a una mujer para acostarse con ella.

Jackson frunció el ceño.

—¿Cuáles, por ejemplo? ¿Piropos? Vaya cosa. ¿Cuándo no te he piropeado yo?

Sí, Jackson siempre era muy zalamero... cuando quería algo.

—No, fue distinto —le había sonado más auténtico, como si le saliera del corazón.

—¿Distinto cómo? —miró su pecho—. Apuesto a que te dije lo sexy que eres.

Era cierto, le había dicho que era muy sexy, pero, cuando iban ya camino de la cama, y para entonces ella se sentía sexy.

No sabía si podía señalar el momento exacto en que había sabido que iba a acostarse con él, pero ese día había sido distinto. Más intenso no, porque eso era imposible. Con Jackson siempre era todo muy intenso.

Pero desde el instante en que ella había entrado en su casa, la había mirado, la había tocado y le había hablado de manera distinta.

Había hablado de corazón... o eso había pensado ella.

Avergonzada de nuevo, se puso a la defensiva.

—La verdad es que dijiste que soy muy guapa —lo cual era al mismo tiempo más dulce y más conmovedor que llamarla «sexy» o decir que estaba «buenísima». Eso era lo que habían dicho los hombres que la habían secuestrado, los hombres que la habían maltratado, que la habían atacado y tocado y que pensaban...

—Oye —como si intuyera lo que estaba pensando, Jackson le dio un beso en la frente y luego en el puente de la nariz. En el mismo tono que la noche anterior añadió—: Eres muy guapa, Alani. Eres preciosa —rozó su oreja con la boca—. Por todas partes.

Con la cara colorada, se sacudió las ganas de llorar, el miedo y la angustia de su secuestro, y su malestar por lo ingenua que había sido la noche anterior.

—Gracias —Dare había matado a sus secuestradores y su hermano estaba centrado en destruir a todos los traficantes de personas. Ya no estaba con aquellos hombres. Estaba con Jackson—. También dijiste que era muy dulce.

Jackson clavó su mirada ardiente en su entrepierna.

—Apuesto a que sí.

Le temblaron las rodillas, así que se apartó de él y dijo:

—Tenemos que aclarar esto, Jackson, así que refrénate.

Él levantó la barbilla y la miró.

—Me pides lo imposible, nena.

—¡Pues hazlo de todos modos!

Suspirando, levantó las manos como si se rindiera y retrocedió.

—Ya lo intento.

—¿Qué crees que ocurrió? —preguntó Alani—. ¿Bebiste?

—Lo dudo —sacudió la cabeza—. No me acuerdo, pero no suelo beber —se encogió de hombros—. Nunca he bebido mucho.

Alani lo sabía. Era una cuestión de control. Su hermano y Dare desdeñaban el alcohol porque embotaba los reflejos y la percepción, y necesitaban sentirse dueños de sí mismos y de la situación en todo momento. Si Jackson hubiera bebido demasiado, no se habrían fiado en él.

No conocía con detalle cómo se había unido Jackson al equipo, pero había empezado a trabajar con ellos poco después de su rescate en Tijuana. Estaba claro que confiaban en él, y por tanto ella podía hacer lo mismo... al menos en ciertos aspectos.

En cuestiones más personales, como una relación amorosa, ya no estaba tan segura.

Jackson vigilaba cada uno de sus movimientos.

—He registrado mi apartamento de arriba abajo, hasta la basura, pero no he visto botellas vacías. Por mi parte no hay indicios de borrachera.

Alani comenzó a sospechar algo, pero de momento prefirió obviar sus sospechas.

—¿No te habrás caído y te habrás dado un golpe en la cabeza?

Pareció ofendido.

—No —soltó un bufido—. Claro que no.

—Pero no te acuerdas, ¿verdad? Así que ¿cómo lo sabes?

Se revolvió el pelo y dijo:

—¿Lo ves? Ni golpes, ni chichones —se acercó de nuevo—. De hecho, solo tengo unos cuantos arañazos, pero confío en que me los hicieras tú anoche. Aparte de eso no tengo más marcas. Ni hematomas, ni cortes, ni nada.

—¿Arañazos?

Dibujó una sonrisa sensual.

—En los hombros. Pequeñas media lunas justo donde una mujer suele agarrarse cuando se está...

—Bueno —dijo Alani, interrumpiéndolo—, entonces tampoco te metiste en una pelea.

Jackson negó con la cabeza.

—¿Por qué no hablamos de lo que pasó... después?

—¿Después de qué?

La señaló con un dedo.

—Puede que no entiendas lo que esto significa para mí, lo que significaría para cualquier tío, pero sobre todo para mí porque hace mucho tiempo que me pones a mil.

Las cosas que decía y cómo las decía eran al mismo tiempo ofensivas y de algún modo... halagadoras.

—Jackson...

—Para que no haya malentendidos, permíteme darte una pista, ¿de acuerdo? Estoy colado por ti.

—Sí, lo se. Química sexual y todo eso. Me lo has dicho —la noche anterior le había parecido algo más, pero para él no existía la noche anterior.

—Llámalo como quieras, a mí me da igual.

Por desgracia, a ella sí le importaba.

—Entiendo.

—No me malinterpretes, ¿de acuerdo? —sacó la barbilla—. El caso es que necesito saber lo que hicimos. Todo lo que hicimos.

—Ya te lo he dicho.

—Nos acostamos, sí. Eso lo he pillado. Pero podría significar un montón de cosas. Necesito detalles, como si fue lento y agradable, o rápido y furioso.

Ah. Alani lo miró.

—¿Las dos cosas?

Se quedó quieto, luego se llevó las manos a la cabeza y gruñó otra vez.

—¿En la postura del misionero o un poco de todo? ¿En el dormitorio o en el pasillo?

La primera vez había sido en la cama. Luego en la ducha. Y después en el pasillo, contra la pared.

—Todo lo anterior.

Se le hincharon las aletas de la nariz.

—¿Cuántas veces lo hicimos, por cierto?

Alani se mordió los labios y contestó vacilante:

—¿Toda la noche?

Él se apartó de un salto, dio tres pasos y volvió a toda prisa hacia ella.

—¿Con la luz apagada o encendida?

—Encendida —se había empeñado él, pero en aquel momento a ella no le había importado. Le había gustado la concentración con que la miraba, y ella también había querido verlo.

No solo se había olvidado de su timidez, también se había olvidado del pasado, de los hombres que la habían secuestrado, que la habían mirado y manoseado como si fuera un objeto. Con Jackson había superado muchos traumas pendientes.

Él la agarró de los hombros, entre exigente y suplicante.

—Maldita sea, nena, necesito verte otra vez. Entera. Necesito saber qué ruidos haces cuando estás excitada y cuando te corres —tocó casi distraídamente uno de los tirantes de su vestido, jugueteó con él como si le tentara—. Necesito saborearte, olerte...

Asombrada, sofocada y un poco excitada, Alani lo agarró de la muñeca. Le sabía mal decepcionarlo, pero no le quedaba otro remedio.

—Jackson —dijo con suavidad—, no esperarás en serio que me olvide de lo que ha pasado y...

—¿Y lo retomemos donde lo dejamos? Pues sí —escudriñó su mirada—. Dios mío, sí.

—Eso no puede ser —pero su deseo era tan enternecedor... Nadie la había deseado nunca como la deseaba Jackson Savor.

Además, parecía a punto de desplomarse. Preocupada por él, tocó su mandíbula y se obligó a concentrarse en lo más urgente.

—¿Has comido?

Arrugó el ceño.

—No. A la mierda con eso —se irguió—. ¿Es que creías que iba a seguir como si tal cosa después de despertarme contigo desnuda en la cama y de que un momento después te largaras de mi apartamento hecha una furia, sin tener ni idea de por qué ni de cómo habían sucedido las cosas?

Sí, bueno, la verdad era que sonaba absurdo.

—Perdona.

—Cuando te fuiste, me di una ducha fría, me tomé una aspirina y recé por recuperar la memoria. Pero nada. No me acuerdo de nada.

Y, sin embargo, a pesar de que debería estar descansando en la cama, la deseaba.

Alani se enterneció y sus reservas se desvanecieron.

—¿Por qué crees que has perdido la memoria?

Apretó la mandíbula, frustrado. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

—No vas a dejarlo correr, ¿verdad?

¿Cómo iba a dejarlo correr, sobre todo cuando parecía encontrarse tan mal?

—Claro que no.

Él entornó los ojos y, como eso también pareció hacerle daño, Alani procuró cambiar de táctica.

—Esto es ridículo. Tienes que sentarte —lo agarró de la mano y lo llevó a su cuarto de estar. Se detuvo delante del sofá y empujó su pecho—. Siéntate.

Jackson dudó un momento. Luego se dejó caer sobre los cojines y se relajó. Parecía destrozado. Alani empezó a preocuparse de verdad.

Hasta los hombres más fuertes tenían momentos de debilidad. Pero Jackson siempre parecía tan indomable, tan seguro de sí mismo...

En ese momento, sin embargo, la necesitaba. Y no en un solo sentido.

Se sentó a su lado y tocó su frente. Él se quedó muy quieto, como si le sorprendiera su gesto.

—No tienes fiebre —tocó su mandíbula y la sintió firme—, aunque estás caliente.

Jackson la observó con recelo.

Alani alisó su pelo rubio y agreste. Lo tenía un poco largo y descolorido por el sol. Fresco y sedoso. Contrastaba tanto con su fortaleza interior, con la dureza que aparentaba...

Alani tomó una decisión.

—Vamos a hablar de esto, Jackson, puedes estar seguro. Pero primero voy a traerte algo de beber y luego algo de comer. ¿A qué hora te has tomado la aspirina?

—No te comportes como si fueras mi madre, Alani. No es eso lo que quiero de ti.

Ella sonrió.

—Tómatelo como la preocupación propia de una amiga, ¿de acuerdo?

—Llámalo como quieras, pero preferiría que te subieras el vestido, te quitaras las bragas y te sentaras encima de mí.

Alani se quedó sin respiración.

—Ni lo sueñes.

—Pues entonces no me toques.

—La culpa no la tengo yo por tocarte —le dio un empujoncito juguetón con el hombro—. La tienes tú por decir esas cosas tan provocativas.

Jackson negó con la cabeza lentamente.

—No, nena, es por ti. Por hablar contigo, por pensar en ti —cerró los ojos un momento y susurró—: Por recordarte desnuda —posó su mano grande y caliente sobre el muslo de Alani, justo por debajo del bajo del vestido.

—Tienes que concentrarte, Jackson.

—Estoy concentrado, créeme.

Vaya si lo estaba.

—En algo que no sea el sexo.

—Estoy concentrado en ti, y automáticamente me pongo a pensar en sexo —la atrajo hacia sí—. Pero estaría mucho más dispuesto a cooperar si primero me ayudaras a tranquilizarme un poco, ¿sabes?

¿Y cómo pensaba hacerlo, exactamente?

Deslizó la mano por su muslo mientras añadía en voz baja:

—Déjame tocarte solo un poquito...

Alani lo agarró de la muñeca. Una oleada de deseo debilitó su resistencia.

—No podemos.

—Claro que sí. Ya lo hemos hecho. ¿Verdad?

Alani sacudió la cabeza, nerviosa y excitada.

—Yo no puedo, ahora mismo no. Así que dime, ¿a qué hora te has tomado la aspirina?

Jackson se quedó mirando su boca y sus dedos se contrajeron.

—Antes de venir aquí, hará unas tres horas.

Aliviada porque por fin se hubiera dado por vencido, Alani soltó un suspiro.

—De acuerdo. Voy a traerte otra más. ¿Quieres quitarte las botas?

Él asintió despacio.

—Y la camisa —clavó los ojos en los suyos—. Y quizá también los pantalones.

Era la proposición más tentadora que le había hecho ese día. Alani no había tenido tiempo de verlo bien la noche anterior, y esa mañana... En fin, él se encontraba mal y ella se había sentido tan ofendida que...

—Olvídalo, Jackson —dijo—. No estás en condiciones.

—Te equivocas —deslizó la mano hasta detrás de su rodilla y tiró de su pierna para pasarla por encima de su muslo—. Estoy preparado, te lo aseguro.