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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1996 Penny Jordan

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Deseo sin compromiso, n.º 1226 - enero 2015

Título original: Too Wise to Wed?

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5780-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Publicidad

Capítulo 1

 

Otra invitación de boda. Star hizo un gesto de disgusto al dejar la elegante tarjeta sobre su mesa de trabajo.

Tuvo deseos de disculparse y no asistir, pero si lo hacía, su amiga Sally seguro que la acusaría de no hacerlo porque tenía miedo. Era una tontería, por supuesto. El hecho de que las otras dos mujeres que habían agarrado el ramo de novia de Sally se casasen a los pocos meses de la boda de Sally no quería decir que ella, Star, caería en la misma trampa. No, señor. Ni muerta.

Hizo un gesto más desagradable todavía. No la había sorprendido que Polly, la otra dama de honor, se casase, pero que la madrastra de Sally hubiese contraído matrimonio en una íntima y sencilla ceremonia e hiciese una fiesta en América para celebrarlo…

Inquieta, Star miró por la ventana de su estudio. Por pura casualidad, tenía un viaje de negocios a los Estados Unidos así que podría asistir, y si no iba… Si no iba, Sally le tomaría el pelo descaradamente, diciéndole que tenía miedo de que se cumpliese la tonta y antigua tradición de que quien recibiese el ramo de la novia sería la siguiente en casarse.

¿Qué tenía ella que temer si asistía a la boda de Claire? ¿No era ella, su voluntad, su decisión, más fuerte que cualquier superstición tonta? Por supuesto que lo era, y para demostrarlo, abrió la ventana de par en par, e inspiró profundamente.

—No me voy a enamorar —dijo con voz fuerte y firme—. No me voy a casar. Ni ahora, ni nunca. Que se sepa.

 

 

Star observaba la gente que felicitaba a los recién casados con cínico desprecio. Aunque nunca se había casado en su vida y se negaba completamente a comprometerse emocionalmente, consideraba que tenía acceso a mucha más experiencia sobre el matrimonio que la mayoría de las personas casadas que se hallaban en esa fiesta.

—Star. Claire dijo que vendrías.

Claire recibió silenciosa el abrazo entusiasta de su amiga más antigua.

—Estoy tan contenta por mamá y Brad —le dijo Sally, su voz ahogada por el liso y brillante cabello rojo de Star donde hundía el rostro al abrazarla—, solo que desearía que no se fuese tan lejos a vivir. Fue genial que la familia de Brad hiciese esta fiesta después de la boda y nos invitasen a todos, ¿no?

—¿Te ha confirmado Brad oficialmente que te va a dar el contrato de relaciones públicas para la distribución por la parte británica?

—Todavía no —le respondió Star con calma.

—Pero te va a dar el contrato —insistió Sally.

—Parece que sí —dijo Star, sin alterarse.

—Solo quedas tú ahora —bromeó Sally, cambiando de tercio—. De las tres que agarraron mi ramo de novia, dos estáis ya casadas, a pesar de que habíais jurado que os quedarías solteras.

—Será mejor que dejes de mirarme de esa forma —le advirtió a Sally con firmeza—. Me temo que yo sí que resultaré la excepción a la regla, Sally. Estoy decidida a permanecer soltera y sin compromiso.

—¿Y si te enamoras? —la instigó Sally.

—¿Enamorarme? —preguntó Star, lanzándole una mirada amarga—. ¿Como mi madre, que se ha enamorado tantas veces que ya habrá perdido la cuenta y que utiliza ese estado como una excusa para sumergirnos a todos la que la rodeamos en una vorágine de emociones? ¿O como mi padre, que demuestra su «amor» engendrando hijos de los que se olvida casi instantáneamente cuando comienza una nueva vida y un nuevo compromiso?

—Oh, Star —protestó Sally avergonzada—, lo siento, yo…

—No pasa nada —dijo Star—. Yo no lo siento. La verdad es que les estoy agradecida por mostrarme la realidad en vez de permitir que creyese en una quimera. Es verdad que mis padres se tomaron un poco al pie de la letra eso de que tenemos que ir donde el corazón nos lleve, pero, dime con sinceridad: ¿cuántas parejas puedes nombrar que sigan siendo auténticamente felices una vez que se les ha pasado el enamoramiento inicial?

—Eres tan cínica —suspiró Sally apenada.

—No, soy realista. Acepto que el macho está programado para esparcir su semilla, sus genes, lo más lejos que pueda y por ello le resulta imposible ser fiel a una mujer. Por eso creo que si una mujer quiere ser feliz, tiene que disfrutar del sexo cuando a ella le plazca y elegir a los hombres porque le gusten, sin comprometer sus emociones. Y que si decide tener un niño, lo más probable es que ella será quien se tenga que ocupar del niño…

—¡No todos los hombres son así! —la interrumpió Sally.

—¿No? En realidad, tú no puedes opinar —dijo Star—. Al fin y al cabo, tú tienes intereses creados en este momento, ¿no? —añadió—. Hablando de lo cual, ¿cómo van las cosas entre Chris y tú en este momento?

—Bien —respondió Sally rápidamente, pensando que Star siempre se había caracterizado por atacar el punto flaco de los demás como defensa. Aunque, en realidad, su relación con Chris no se veía amenazada ni nada por el estilo, solo que recientemente él se había dedicado mucho al trabajo, pero… De repente se dio cuenta de que Star no le estaba prestando atención y se dio la vuelta para mirar, pero se quedó desconcertada al no encontrar nada fuera de lo común.

—Tengo que irme —le dijo a su amiga—. Chris se estará preguntando dónde estoy.

—Ajá —dijo Star, devolviéndole la mirada apreciativa a un hombre que se encontraba a varios metros de distancia.

Llevaba mirándola toda la tarde, a pesar de que simulaba estar ocupándose de la mujer que llevaba colgada del brazo. Ella tenía dos niños con ella, igual de rubios y menudos que ella. Obviamente era su madre. ¿Sería él el padre? Se encogió ligeramente de hombros. ¿Y a ella qué le importaba?

Aunque no era del tipo de mujer que intentaba robarle el compañero a otra mujer, tampoco creía que ella tenía que ser el guardián de la relación de otra persona. A pesar de ello, tenía sus propias reglas y las respetaba a rajatabla.

Para empezar, su pareja tenía que estar dispuesto a demostrar que no tenía enfermedades. Y, desde luego, tenía que comprender que lo único que compartiría con él sería el sexo, ya que ella no tenía inhibiciones sobre el aspecto físico de su naturaleza. ¿Por qué habría de tenerlas? Consideraba que era más pecado negarse al placer sexual que someterse a una serie de reglas anticuadas que los hombres les habían impuesto a las mujeres para preservar su derecho a disfrutar de su sexualidad mientras les negaban a ellas el derecho a disfrutar la suya.

Y, por último, su amante tenía que aceptar con elegancia que, una vez que la atracción se acabase, había llegado el momento de separarse y buscar otro amante. Era verdad que pasaba más tiempo sola en la cama que con compañía, pero lo prefería de esa manera.

Después de sufrir el desastre emocional y económico que el abandono de su padre había causado en su hogar, Star, a pesar de su juventud, había jurado que nunca dependería de nadie económicamente, y en realidad, de ningún otro modo. Contrariamente a su madre, ella no se enamoraría ni se casaría una y otra vez con la esperanza de que alguien le llenase el vacío de su vida… de sí misma. Star había decretado triunfalmente al cumplir los veinticinco años, unos meses atrás, que ella no tenía vacío ni en su vida ni en sí misma.

—Mami, quiero ir al cuarto de baño…

Una vocecita aguda le llamó la atención. Era uno de los niños de la familia que había visto antes.

—Clay, Ginny quiere ir al cuarto de baño —dijo la mujer, pero el hombre, el padre, supuso Star, parecía más interesado en lograr que ella lo mirase que en prestar atención a su esposa.

—Llévala, entonces —le dijo el esposo impacientemente.

La mirada que le dirigió a Star una vez que su mujer se dio por vencida y se alejó por el césped de la gran casa de la familia de Brad no era muy diferente a las que Star ya había visto en muchos ojos masculinos antes que los de él. Él apenas esperó a que su mujer se alejase para encaminarse hacia Star.

Star no hizo nada. Simplemente se quedó de pie, esperando y observando.

Era bastante atractivo, decidió, aunque no tanto como él mismo se creía. No le molestaba que los hombres tuviesen un cierto grado de confianza y egoísmo, siempre que no se llevasen a la cama lo último. Los amantes egoístas no le agradaban en absoluto.

Mientras él se acercaba, Star no hizo ningún gesto para atraer su atención ni reafirmar su femineidad. No lo necesitaba. El sedoso pelo de color caoba le caía sobre los hombros suave, brillante, inmaculado. Había comprado en Milán el sencillo vestido de seda y lino que llevaba, y se notaba. No le apretaba las curvas, como sucedía con la ropa de la mujer que se había colgado del brazo del hombre sin conseguir su atención, sino que las sugería con un corte perfecto. Star nunca llevaba ropa que llamase la atención sobre su sexualidad. No lo necesitaba, lo mismo que tampoco necesitaba maquillarse o perfumarse demasiado.

Su padre no le había dado apoyo emocional o financiero durante su infancia, pero le había legado su magnífica estructura ósea y, al desaparecer de su vida, también le había dado la oportunidad de experimentar en carne propia la estupidez que era intentar agradar demasiado al sexo opuesto.

Lo cierto era que ese hombre que se acercaba no la incitaba demasiado a semejante tontería, decidió, cambiando abruptamente de opinión con respecto al potencial de su admirador al observar que sus ojos no expresaban ni humor ni inteligencia, sino presunción. Por más que a ella no le gustase involucrarse emocionalmente, como a cualquier mujer, la divertía el juego amoroso, especialmente cuando estaba aliñado con risa y conversación inteligente.

Desvió la mirada de los ojos del hombre con expresión fría y distante para indicarle que estaría perdiendo el tiempo con ella. Y se dio cuenta de que por detrás de sí seguía oyendo a la vocecita de la niña lloriqueando, así como la de reproche de la madre.

—¿Por qué has dicho que querías ir al cuarto de baño si no quieres? Tu padre…

Pero, de repente, el tono de queja de la mujer cambió para ser reemplazado por uno de excitación sexual y entusiasmo.

—¡Hola, Kyle! ¿De dónde sales? No te había visto. Clay está…

—Ya sé dónde está Clay. Ya lo he visto —oyó Star que una voz fría, cuyo tono le indicó que el hombre se había dado cuenta perfectamente de lo que hacía Clay y no aprobaba.

La voz le pareció a Star interesante, pero sospechaba que el hombre no era su tipo. Su tono era demasiado moralista y antipático.

Estaba a punto de alejarse para volver a servirse un poco del cóctel de champán que bebía cuando la mujer con sus dos hijos y el tal Kyle dieron la vuelta y cruzaron por delante de los ojos de Star para dirigirse hacia el hombre que había intentado atraerla.

No había comparación entre los dos hombres. Mientras el enfurruñado Clay le resultaba decididamente feo, el hombre que había parecido tan decidido a recordarle sus deberes de esposo y padre tenía un aspecto… tenía un aspecto sexy y atractivo.

Era un hombre alto de movimientos ágiles, con aspecto de saludable y atlético. Llevaba una camiseta blanca que le dejaba la mitad de los fuertes bíceps al descubierto y el cabello oscuro perfectamente recortado. Le lanzó una breve mirada de desaprobación por lo que había estado sucediendo.

Como un relámpago, la reacción inicial de Star fue reemplazada por el resentimiento, lo que la hizo olvidarse inmediatamente de que no había estado ni remotamente interesada en la invitación sexual que se le había hecho.

¿Qué diablos se creía que hacía? A Star le daba mucha rabia que la gente decidiese por ella, le controlase la vida, especialmente su vida sexual. Y si él pensaba que si ella hubiese estado realmente interesada en Clay le hubiese permitido a él que… con el ceño fruncido, comenzó a alejarse, intentando olvidarse de su irritación.

Ella no solía permitir que nadie la alterase tan fácilmente, y menos un hombre al que ni siquiera conocía. Se dio cuenta con sorpresa de que había perdido el tiempo al pensar en un hombre al que probablemente no volvería a ver en la vida. De repente, el sujeto de sus pensamientos apareció frente a ella, bloqueándole el camino y causándole un sobresalto.

Star enfocó sus fríos ojos color aguamarina en él sin sonreír.

—Todavía no nos han presentado —comenzó él, sonriéndole. Tenía los dientes un poco torcidos, algo raro en un americano, lo que le daba un aspecto de niño. A ella le gustaban los hombres bien adultos.

—No, es verdad —respondió, con una sonrisa helada, haciéndose a un lado para seguir, pero él hizo lo propio.

Dio un paso hacia el otro lado y él volvió a seguirla.

—Déjame pasar —le dijo directamente.

—Tienes el vaso vacío —dijo él, sin hacerle caso—. Permíteme que te vaya a buscar otra copa.

—Gracias, pero yo puedo buscarme mi propia bebida y cualquier otra cosa que crea necesaria —le respondió Star sin alterarse.

—Ah, estás molesta conmigo por lo de Clay —rio él, sorprendiéndola—. Lo siento —añadió—, pero creo que te hubieses desilusionado. No es…

—¿De veras? —dijo Star con sarcasmo—. Eres un hombre muy sagaz si solo te basta una mirada para darte cuenta de lo que quiere otra persona.

—Está casado —dijo él, y la risa se le borró de los ojos. Sus ojos eran de un color azul profundo y estaban orlados de oscuras pestañas.

—Sí, supuse que lo estaría —asintió Star—. Eso fue lo que me atrajo a él al principio —añadió, mintiendo descaradamente con el objeto de demostrarle a ese caballero de brillante armadura que nadie tenía por qué intervenir en su vida—. Los casados son los mejores amantes —prosiguió, provocándolo deliberadamente—. Normalmente, están tan agradecidos de tener a una mujer que se interese por él en la cama después de quedarse como témpanos con lo que sus esposas les ofrecen, que hacen todo lo posible por agradar. Además, por supuesto, una vez que se acaba la diversión, se los puede mandar de nuevo a casa.

—¿Diversión? ¿Crees que el sexo es diversión, un deporte, como el béisbol? —le preguntó, cortante.