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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Jacqueline Baird

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Venganza y pasión, n.º 1233 - febrero 2015

Título original: A Most Passionate Revenge

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5785-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Publicidad

Capítulo 1

 

 

El chico solo tiene veinticuatro años, demasiado joven para casarse. Jamie es tu hijo, ¿no podrías convencerlo para que no lo hiciera? –le preguntó Javier a su hermana Teresa, que estaba tumbada en el sofá.

Sabía por experiencia personal que su hermana mayor era perfectamente capaz de controlar a su hijo, si quería. Ciertamente sí que lo había controlado a él con ocho años, cuando murió su madre. Diez años mayor que él, había aceptado el papel de madre y fue más estricta incluso que esa madre que habían perdido. Por mucho que amara a su hermana, había suspirado aliviado cuando con veinticuatro años, Teresa se había enamorado de Daniel Easterby. El inglés había ido a visitar su cortijo, situado a varios kilómetros al este de Sevilla para comprarse un caballo purasangre andaluz con destino a sus establos de Yorkshire.

El resto era historia, pensó Javier. Veinticinco años más tarde, su hijo se quería casar. La razón para ese viaje a la granja y establos en el corazón de Yorkshire era para asistir a una cena que daba la pareja de novios en un hotel cercano para que ambas familias se conocieran. Javier no iba de muy buena gana.

–Tu problema es que nunca te has enamorado –dijo Teresa interrumpiendo sus pensamientos.

–Pero he estado casado. Y te puedo asegurar, Teresa, que muy poca gente en este mundo puede encontrar la clase de relación que tenéis David y tú.

–Tonterías, el tuyo es un caso desesperado de cinismo. Y, de todas formas, esto es decisión de Jamie y David y yo lo apoyaremos incondicionalmente. Llegarán en cualquier momento, así que, por favor, guárdate tus opiniones y sé educado con su novia Ann y sus padres.

–Eso por no mencionar a la primita –dijo Javier sarcásticamente.

Se había quedado sorprendido a su llegada, tres horas antes, al saber que no solo se iban a quedar allí a pasar el fin de semana los padres de la novia, sino también una prima.

–Te lo advierto, Teresa, si tienes la menor intención de emparejarme con esa chica, olvídalo.

–¡No me atrevería! –exclamó su hermana mirándolo.

Era un hombre formidable en todos los aspectos, rico, poderoso, y con un atractivo evidente, un cabello negro como la noche y unos ojos castaños que parecían casi dorados cuando sonreía o se sentía excitado por algo. Cuando era joven, las mujeres habían caído a sus pies como las hojas en el otoño y él se había aprovechado bien de esa circunstancia. Pero desde hacía ya unos años, ese tono dorado no aparecía casi nunca en sus ojos. Eran unos ojos duros y fríos y raramente sonreía.

–Dudo que nadie se atreva a desafiarte nunca más, Javier. En nada –dijo Teresa con un destello de compasión en la mirada.

Como no le gustaba nada esa lástima que despertaba en su hermana, Javier suspiró y se acercó a la ventana del cómodo y lujoso salón. Después de todo, aquello no era cosa suya. Si su sobrino quería casarse tan joven, ¿por qué debería él tratar de impedírselo? Dejó vagar la mirada por el exterior sin verlo en realidad. Sus pensamientos estaban con su padre, don Pablo Ortega Valdespino. Tenía setenta y nueve años, había sufrido un ataque al corazón y estaba demasiado enfermo para viajar a Gran Bretaña, así que había insistido en que fuera él quien lo representara en la fiesta de compromiso.

Javier y su padre casi nunca estaban de acuerdo, y la boda de Jamie no era una excepción. Solo cuando don Pablo empezó a echarle en cara que no tuviera hijos que mantuvieran el apellido de la familia, Javier se había rendido y accedido a ser su representante durante ese fin de semana. No le gustaban nada las fiestas en casa, a no ser que fueran en la suya propia y con algunos amigos íntimos cuidadosamente escogidos. De hecho, habían transcurrido unos nueve años desde la última vez que había pasado un fin de semana fuera de España para otra cosa que no fueran negocios. Suponía que ya era hora de que afrontara el hecho de que estaba empezando a estar un poco gastado. Su trabajo era su vida, con alguna visita ocasional a su amante para ocuparse de sus necesidades físicas. Y ya debía hacer unos cinco meses desde la última vez…

El sonido de un coche le llamó la atención y miró por la ventana con cierto interés al darse cuenta de que llegaban dos coches. Uno era el todoterreno de Jamie, se lo había regalado él mismo cuando cumplió los veintiún años. Pero fue el otro el que le llamó la atención. Era un clásico de los años sesenta, un Jaguar E color verde inglés. El enorme capó y las ruedas de radios eran inconfundibles y estaba inmaculado, una delicia para cualquier aficionado a los coches y a Javier le encantaban.

Su sobrino Jamie salió del primer coche y abrió la puerta trasera, ayudando a salir a una pareja de mediana edad. Javier los miró brevemente y luego a la bonita morena que iba al lado de Jamie y que debía de ser su novia. Pero fue el segundo coche el que le llamó la atención. Podría ser que el fin de semana no fuera un completo desperdicio, pensó. Con un poco de suerte podría charlar de coches con un verdadero entusiasta. Estaba claro que el dueño de ese Jaguar era un amante de los coches, como él.

Se tensó y los ojos le brillaron con una luz poco habitual cuando la persona que lo conducía salió y limpió alguna partícula microscópica de la aleta delantera. Era una mujer. ¡Y vaya mujer! Alta, de piernas largas, llevaba el cabello rojizo sujeto a la nuca con un pañuelo rojo. Se dirigió al maletero y él pudo ver cómo los rizos le caían por la espalda. Entonces pudo oír las voces de los recién llegados y frunció el ceño.

–¿De dónde has sacado ese coche viejo, Rose? ¡No puede ser que cumpla las normas de protección del medio ambiente! –dijo Jamie, pero parecía divertido.

La conductora cerró el maletero y, tomando una bolsa de viaje, miró a Jamie y su novia.

–¡Cuidado, pequeño! ¡Cualquiera que insulte a Bertram me está insultando a moi! Es el amor de mi vida y mucho más fiable que cualquier hombre.

La mujer tenía unos alegres y brillantes ojos verdes y su lujuriosa boca se curvó con una sonrisa encantadora.

–Y, para tu información, Jamie, proviene de mi padre. Era su orgullo y alegría y, probablemente, valga el doble del monstruo motorizado que llevas tú.

–Ella tiene razón. Es un clásico muy buscado –dijo el supuesto padre de la novia–. Ha sido toda una coincidencia vernos en la carretera. Espero que no hayas venido demasiado deprisa, Rosalyn, querida.

–Sí, ha sido toda una coincidencia. Reconocí el coche de Jamie justo en las afueras de Richmond, ya que tuve el dudoso placer de que me recogiera con él en el aeropuerto la semana pasada. Y no, tío Alex, no he sobrepasado el límite de velocidad en todo el trayecto hasta aquí –dijo la mujer riendo.

Javier apenas oyó la conversación. La tensión instantánea de sus entrañas había sido la confirmación de la belleza de esa mujer.

–¡Dios mío! –exclamó para sí.

Hacía más de diez años que no reaccionaba tan evidentemente a una mujer. Pero tampoco era de extrañar, acababa de pensar que hacía ya mucho tiempo que no iba a visitar a su amante.

Retrocedió un paso y, semioculto por las cortinas, la siguió observando y, en ese momento tomó una decisión. Tenía que ser suya. Iba a aplastar esos labios sensuales bajo los suyos. Iba a desnudar ese cuerpo sensual y hundirse en ella una y otra vez. Una llama diabólica le brilló en los ojos y se sintió más vivo de lo que se había sentido desde hacía años. El fin de semana prometía ser una experiencia que nunca olvidaría, ni ella tampoco. Sintió ganas de darle un puñetazo a su sobrino solo porque ella le había sonreído.

La vio mirar a la ventana y, de repente, se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros. El destino de ella estaba sellado, pero aún no era el momento, todavía no… Necesitaba un plan de juego y, por el momento, las manos le estaban temblando y el cerebro lo tenía obnubilado por la testosterona, como cualquier adolescente desbocado.

Se dio la vuelta y le dijo a su hermana:

–Tus invitados han llegado, Teresa –dijo inexpresivamente–. Voy a darme un paseo. Ya los conoceré en la cena.

Y se marchó sin esperar respuesta hacia los jardines laterales de la casa.

 

 

Rose miró sonriente la casa. Era de ladrillos rojos gastados por el tiempo y parecía cómoda y acogedora. El fin de semana le estaba pareciendo ya que tenía mejor aspecto. Empezó a caminar hacia ella, pero se detuvo un momento antes de seguir caminando.

Se estremeció. Le dio toda la impresión de que alguien la estaba observando. Miró de nuevo a la casa y, por alguna razón, ya no le pareció tan acogedora. Se dijo a sí misma que no tenía que ser idiota, así que aceleró el paso para alcanzar a los demás.

El director de la agencia de asistencia médica en el extranjero para la que había estado trabajando durante los últimos tres años le había advertido que necesitaba desesperadamente un descanso. Se estaba involucrando demasiado con sus jóvenes pacientes y estaba empezando a sufrir de fatiga emocional. Era por eso por lo que el director había insistido en que volviera a Gran Bretaña para unas vacaciones de tres meses y le había dicho que, si no lo hacía, terminaría por romperse. Tal vez tuviera razón. ¡Si se empezaba a imaginar que unos ojos la seguían por todas partes, realmente necesitaba esas vacaciones!

La puerta de la casa se abrió de par en par y se olvidó de sus temores cuando se vio envuelta en todas esas presentaciones. La madre de Jamie, Teresa, era una mujer pequeña, morena y muy atractiva de unos cuarenta años. El padre, David, era alto, con el cabello gris y parecía mayor que su esposa.

Mientras la conversación recaía en los tópicos habituales del tiempo y el viaje, Rose miró a sus tíos Jean y Alex y le alegró verlos tan relajados. Su prima Ann estaba pegada al lado de Jamie como si él pensara que se le fuera a escapar. Sus miradas decían muy claro que estaban profundamente enamorados.

–Mi padre no ha podido venir porque está demasiado enfermo para viajar desde Sevilla, pero con suerte estará mejor para la boda, en septiembre –estaba diciendo Teresa.

¡Sevilla! A Rose se le aceleró el corazón.

–¡Eres española! Pero no tienes acento… –dijo y se ruborizó cuando todos la miraron.

Teresa se rio y así rompió ese momento incómodo.

–Mi marido me dice siempre que parezco más de Yorkshire que él mismo, pero llevo viviendo aquí veinticinco años, así que no es de extrañar.

Para Teresa tal vez no, pero sí para Rose y, cinco minutos más tarde, cuando siguió a los demás escaleras arriba, seguía bajo los efectos del shock. El tío Alex y la tía Jean se metieron en su habitación, que era vecina a la de Ann, y Rose siguió a Teresa por el pasillo. Su anfitriona le indicó una puerta cerrada con un gesto de la mano.

–Este es el dormitorio de mi hermano. Ha llegado esta mañana, pero se ha ido a dar un paseo por el jardín. Ya lo conocerás en la cena. Esta es tu habitación.

Rose respondió mecánicamente y entró en el que iba a ser su dormitorio. ¡Un hermano! Esa noticia junto a la mención anterior a Sevilla hizo que unas sirenas de alarma se encendieran en su cerebro. Pero se encogió de hombros. En Sevilla debía vivir un millón de personas o así. Las posibilidades de que ese hermano fuera el único sevillano que ella había conocido en su vida debían ser casi nulas.

Aún así, nadie le había dicho nada de un hermano. Pero claro que tampoco había hablado mucho con Ann durante esa semana. La pareja la había recogido en el aeropuerto, la habían llevado a su casa en Islington, al norte de Londres, y le habían soltado el bombazo de su compromiso y que la invitaban a la cena de celebración de ese fin de semana. Y luego se habían marchado al día siguiente. Las dos conversaciones telefónicas que había tenido con sus tíos habían sido para hablar de la fiesta y, la verdad era que se había pasado durmiendo la mayor parte de la semana.

Miró a su alrededor y se dio cuenta de que la habitación era encantadora y sumamente cómoda. Fue la gran cama la que le llamó más la atención y sintió deseos de acostarse y volverse a dormir, pero recordó que Teresa le había dicho que tomarían unas copas a las siete, antes de cenar, así que se puso a colocar sus cosas en el armario.

Mientras se daba una larga y cálida ducha, pensó en que Ann le había informado nada más volver ella, que se iba a casar y se había sentido un poco culpable, ya que, cuando se marchó, había puesto en alquiler su piso y había dejado que su prima se quedara en él sin pagar. El piso lo había compartido con otros dos estudiantes, Jamie y otro. Así que allí se habían conocido, habían descubierto que vivían muy cerca en Yorkshire y se habían enamorado.

Se dijo a sí misma que todo iría bien y trató de relajarse.

Una media hora más tarde, bajó al salón y, desde fuera, pudo oír el ruido de la charla y las risas.

–La última, como de costumbre, Rosalyn. Pero estás tan guapa como siempre –dijo sonriendo su tío Alex, que estaba junto a la chimenea.

Rose empezó a dirigirse hacia él, pero entonces sucedió…

Teresa se acercó a ella y le dijo:

–Ya conoces a todos menos a mi hermano, Rosalyn. Por favor, permite que te presente a mi hermano Alex.

Cuando oyó el nombre, Rose casi se cayó al suelo. ¡No podía ser! ¡No era posible semejante coincidencia! Se secó las húmedas palmas de las manos en la falda y, casi en cámara lenta, se volvió hacia Teresa y el hombre que estaba a su lado.

Pensó que el destino no podía ser tan cruel, pero una terrible sensación de inevitabilidad se apoderó de ella.

–Mi hermano, Javier Valdespino, esta es la prima de Ann, la doctora Rosalyn May.

Ella apenas oyó la presentación, pero no la necesitaba.

Javier Valdespino la miró y se acercó a ella con las bronceadas facciones como si fueran una máscara de educación.

–Es un placer conocerla, doctora… Rosalyn May.

Le tomó la mano y ella se lo permitió como atontada, mientras la recorría el pánico. Él le sonrió fríamente y la miró como si no la hubiera reconocido.

–¿Cómo está usted? –murmuró ella.

Pero el corazón le estaba latiendo frenéticamente. Verlo después de diez años era una experiencia para la que necesitaba de todo su autocontrol. Su presencia emanaba toda el aura de vibrante masculinidad que había reconocido y a la que había sucumbido en su primer encuentro. Solo años de disciplina controlando sus emociones la permitían comportarse con el mínimo de educación.

–Mejor después de haberte conocido –dijo él y, antes de que Rose se diera cuenta de lo que iba a hacer, él inclinó la cabeza y le besó la mano.

Sintió como una corriente eléctrica y apartó la mano.

–Y debo decir que estoy completamente de acuerdo con tu tío y eres preciosa –añadió él.

Rose se sintió ruborizar y, a la vez, enfadarse. Lo recorrió con la mirada. Él era un hombre poderoso física y materialmente, sin nada de grasa en el cuerpo. Llevaba un traje oscuro perfectamente confeccionado y una camisa blanca de seda. Parecía exactamente lo que era, un hombre de negocios de éxito que financiaba su propio equipo de Fórmula Uno por afición. Y ahora estaba actuando como el devorador de mujeres que sabía que era, ¡sin importar que estuviera casado!

–Gracias –dijo lo más tranquilamente que pudo.

Era un hombre al que no veía desde hacía diez años y siempre había esperado no volver a ver en su vida.

XXI

–No serás una de esas feministas feroces que creen que el hombre solo vale para una cosa, ¿verdad?

–¿Y si lo fuera?

–Siempre he sido de la opinión que las mujeres hermosas deben ser protegidas, mimadas y adoradas por el macho de la especie. Después de todo, fue para eso para lo que fueron puestos en la tierra, eso y tener hijos. Es un desperdicio cuando una mujer es como un ángel, pero tiene la mentalidad de una trampa de acero.

Entonces él extendió una mano y le apartó un mechón de cabello del rostro.

–Un mechón suelto –dijo.

Rose lo miró airada. Sabía que él la estaba azuzando deliberadamente y se daba cuenta de que el muy canalla se estaba divirtiendo con ello.

–Eso es mejor que no tener mentalidad en absoluto, como algunos hombres que he conocido –respondió furiosa.

–Era broma –afirmó Javier–. Y creo que puede ser divertido descubrir si tienes un carácter a juego con tu cabello.