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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Linda Susan Meier

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Para conquistar un corazón, n.º 1234 - febrero 2015

Título original: Hunter’s Vow

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5786-5

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

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Capítulo 1

 

 

Abby Conway había pensado siempre que Hunter Wyman volvería a Brewster County a buscarla.

Pero en sus sueños, aparecía como un caballero armado que galopaba en un caballo blanco. Agarrándola firmemente de la muñeca, la alzaba a lomos de su jaco, colocándola entre su cuerpo y las riendas del animal.

Jamás se lo habría imaginado allí de pie, en el porche trasero de su hostal protegiéndose de aquella intensa lluvia de abril y cubriéndose con un paraguas negro. Sí, había evocado sus hermosos ojos grises y su rostro graciosamente cincelado, pero su abrigo caro de paño y su traje negro de diseño eran una sorpresa.

Y jamás en sus sueños, se había visto a sí misma de pie en la cocina, con el pelo revuelto, anárquicamente sujeto en un moño alto, unos vaqueros viejos y gastados y la nariz manchada de harina.

–Hunter –le dijo, con un hilo de voz tenue, pues eso fue todo lo que pudo pronunciar.

Él sonrió.

–Abby –aunque habían pasado siete años y demasiado dolor se interponía entre ellos, sus ojos la miraron cálidamente y sonrió–. ¡Cómo me alegro de verte!

A Abby se le empañaron los ojos.

–Yo también me alegro mucho de verte –respondió emocionada y con un nudo en la garganta.

–¿Puedo pasar?

No había razón para que le negara la entrada pero, a pesar de todo, miró de un lado a otro de la cocina, inquieta. Era la costumbre.

–Sí, claro.

Abrió la puerta de red metálica y lo invitó a entrar. Comedido y cortés, entró en la cocina verde y amarilla. Sujetó la puerta y dejó el paraguas apoyado en la pared del porche, luego se volvió y le sonrió de nuevo.

–No puedo creerme que esté aquí.

–Yo tampoco –respondió ella sinceramente. Su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de sustituir sus fantasías por lo que estaba sucediendo en la realidad. Si la hubiera querido, habría regresado años atrás. Pero, puesto que no lo había hecho, tenía que asumir que había ido solo a ver a su hijo.

Una parte de ella la instaba a maldecirlo, si lo que pretendía era reclamar al pequeño después de haberla dejado sola con él. Pero la otra parte estaba cansada de luchar. En los últimos años, la fortuna familiar había sido consumida por los gastos médicos. Sus padres habían muerto y ella estaba sola y arruinada, y necesitaba ayuda. Pero, lo más importante era que empezaba a darse cuenta de que Tyler, su hijo, echaba de menos una figura paterna. Por supuesto que podía educarlo sola, pero eso le daría a Tyler una unívoca perspectiva de lo que era luchar por la vida.

Si Hunter Wyman quería que su hijo pasara a formar parte de su vida, Abby estaba dispuesta a reconocer que lo necesitaba junto a ella. Su sentido pragmático de las cosas, y la precaria situación económica en la que se hallaba la obliga a admitir que más valía tarde que nunca.

–Creo saber por qué estás aquí –dijo ella.

Huntir suspiró.

–¡Cómo me alivia oírte decir eso! No estaba seguro de por dónde empezar –volvió a sonreír–. Debería habérmelo imaginado.

La ternura de su expresión le llegó a Abby directamente al corazón. No obstante, a pesar de sus ilusiones, sabía que aquella actitud no iba directamente dirigida a ella. No era más que la cortesía necesaria para establecer una buena relación en beneficio de Tyler.

–Tyler está en el colegio ahora mismo, pero llegará a casa a eso de las tres…

Hunter frunció el ceño y la miró fijamente.

–¿Quién?

Ella se aclaró la garganta.

–Tyler, nuestro hijo, está en el colegio, pero regresará a las tres…

Hunter la agarró de la muñeca, interrumpiendo su frase.

–¿Tyler? ¿Nuestro hijo? –dijo totalmente demudado–. ¿Tenemos un hijo?

Ella se quedó boquiabierta. «No puede tener la cara de negármelo», pensó.

–Tú sabías muy bien que yo estaba embarazada, cuando te marchaste.

–Abby, tus padres me dijeron que el bebé había muerto.

Se quedó completamente lívida.

–¿Qué?

Hunter le soltó la muñeca y se pasó la mano por los ojos.

–Tus padres me dijeron que habías tenido un aborto, Abby. Que no querías verme porque me culpabas de lo que te había sucedido, que asegurabas que yo te había hecho daño y por eso habías perdido el bebé… Por eso me marché –se pasó los dedos por los ojos otra vez–. ¡Cielo santo!

«Sí. ¡Cielo santo!», pensó Abby, y se dejó caer en una de las sillas de la cocina. Como si la impresión de ver a Hunter después de tantos años no hubiera sido suficiente, acababa de descubrir hasta qué punto sus padres habían sido crueles. Nunca les había gustado Hunter, pero jamás pensó que lo odiaran tanto como para arruinar su vida y dejar a Tyler sin padre.

Se humedeció los labios.

–Hunter…

–Abby, ¿de verdad piensas que te habría abandonado? –se volvió a mirarla–. ¿Qué habría dejado así a un niño, a mi hijo?

A los dieciocho años, sola, atemorizada y embarazada, había creído las explicaciones de sus padres que, ella pensaba, la amaban, y les había encontrado sentido. A los veinticinco, y mirando a aquellos cándidos ojos y a aquel convincente rostro, Abby supo la verdad. Y le dolía tanto, que las manos le empezaron a temblar.

Hunter respiró profundamente.

–De acuerdo, no nos dejemos llevar por el pánico –dijo–. El propósito de mi visita era pedirte disculpas por haberme machado sin decir adiós. Necesitaba tu perdón para que ambos pudiéramos olvidar el pasado. Los planes han cambiado un poco, pero eso no significa que no podamos solucionar las cosas de algún modo.

La primera parte de lo que acababa de decirle la había tranquilizado. Pero, sin embargo, en la segunda no reconocía a Hunter. Confusa, miró subrepticiamente su abrigo de paño, su traje negro y sus caros zapatos, que probablemente le habían costado más que todo el guardarropa de Tyler. De pronto, se dio cuenta de que habían pasado siete años. Siete inviernos, primaveras, veranos y otoños. Siete navidades y siete días de acción de gracias.

A pesar de que sus sueños de que Hunter Wyman llegaría un día a lomos de su caballo para liberarla de todos sus problemas, la realidad era que realmente no conocía a aquel hombre.

Lo peor era que le acababa de pedirle su perdón para poder, así, olvidar el pasado… lo que significaba, olvidarla a ella.

 

 

–¿Por qué no me contaste nada sobre Tyler? –le preguntó Hunter a su mejor amigo y socio, Grant Brewster, mientras paseaba de un lado a otro de su estudio.

Grant, alto, musculoso, con el pelo negro, estaba recostado sobre el respaldo de su gran sillón de cuero, detrás del inmenso escritorio de caoba que había pertenecido a su padre. Aunque Norm Brewster había fallecido años atrás, el familiar despacho seguía siendo el lugar desde el que se gestionaba la fortuna de los Brewster y aquel viejo asiento, el trono del que ostentaba el poder.

Grant se cruzó de brazos.

–¿Cómo iba a imaginarme que no lo sabías?

–¿Cómo iba a saberlo?

–Te marchaste de la ciudad cuando corría el rumor de que Abby estaba embarazada. Toda la ciudad sabía que iba a tener un hijo tuyo. Supuse que tenías tus razones para marcharte y que, si querías que las supiera, me las habrías contado.

Hunter suspiró.

–Sus padres me dijeron que había tenido un aborto.

Grant asintió, admitiendo su explicación.

Hunter expiró con fuerza.

–Debería haberme imaginado que me estaban mintiendo.

–Pero no te lo imaginaste –dijo Grant, con una solemnidad y sabiduría que lo asemejaban a su padre–. Puede que tuvieras veinticuatro años, pero eras realmente inmaduro. Ahora, lo mejor sería que te perdonaras a ti mismo y siguieras adelante.

–Eso es más o menos lo que le dije a Abby que debíamos hacer –Hunter se detuvo un segundo y volvió a iniciar su inquieto paseo–. Esta tarde voy a conocer a Tyler. No queremos retrasar las cosas. Queremos que sepa la verdad.

–Eso está muy bien.

Pasaron unos segundos sin que Hunter hiciera comentario alguno, así que Grant lo instó a continuar.

–Pero…

–Pero tengo miedo –dijo Hunter.

–No lo tengas. Tyler es un niño estupendo, porque Abby ha sido una madre fabulosa, a pesar de haberlo pasado muy mal –Grant se removió en la silla–. Si te digo la verdad, has regresado en el momento oportuno. Necesita ayuda.

Hunter se volvió hacia él.

–¿Qué tipo de ayuda?

–Toda la que puedas darle. Está trabajando como camarera, porque lo que obtiene con el hostal no es suficiente. La enfermedad de sus padres acabó con toda la herencia familiar. Está agotada e infravalorada.

Hunter se sentó delante del escritorio.

–¿Así que necesita dinero? Yo puedo pasarle una pensión para el niño… ¡No es que pueda, es que quiero pasarle una pensión para el niño!

Grant lo miró directamente a los ojos.

–Le debes mucho más que una pensión. Si quieres salir airoso en tu regreso a nuestra comunidad, la gente querrá muestras de tu integridad. No vale, sencillamente, con que digas que eres íntegro, ni con que sueltes unos cuantos billetes.

–¿Me estás diciendo que, si quiero traspasar la compañía de Savannah a Brewster County, tengo que enmendar mi pasado?

Grant se encogió de hombros.

–Solo digo que tendrás que hacerlo, si quieres que la gente confíe en ti y te respete.

Hunter se rio, consciente de que Grant, intencionadamente, le había dado en un punto débil.

–Eres un perro.

–Soy un perro honesto y justo, porque así es como mi padre me enseñó a ser –miró los papeles que tenía extendidos por la mesa–. Y ahora, vete, que tengo muchas cosas que hacer.

 

 

–Pasa, Hunter –dijo Abby con una sonrisa, mientras abría la puerta de rejilla–. Tyler no ha llegado del colegio aún, pero es normal cuando llueve. Seguramente, estará con sus amigos metiéndose en todos los charcos.

Hunter se rio nerviosamente, entró en la cocina y se quitó el abrigo. Aunque siempre había considerado como un insulto que la familia de Abby no lo dejara acceder al resto de la casa, en aquel momento el espacio de la cocina le resultaba reconfortante. Se sentía como en casa de nuevo.

Tenía la sensación de pertenecer a aquel lugar.

El recuerdo del amor y las risas que habían compartido en el pasado lo asaltó, pero Hunter luchó por disiparlo.

Recapacitando sobre la charla que había tenido con Grant, había llegado a la conclusión que, para los habitantes de Brewster County, hacer lo correcto significaba casarse con Abby. Y lo cierto era que, si hubieran podido obviar los siete años transcurridos, y hubieran podido seguir desde el punto en que lo dejaron, habrían podido ser las dos personas más felices del mundo. La idea era tan atractiva que casi se deja seducir por ella.

Pero también sabía que la vida y las relaciones no eran tan sencillas. No había nada seguro. Sabía que Abby lo había amado profundamente y que admitía su explicación de que la había abandonado porque sus padres le habían mentido. Pero todo aquello había sucedido cuando ella tenía solo dieciocho años. Sus sentimientos por él podrían haber cambiado, pues había pasado por siete años de odio que solo Dios sabía cómo le habrían afectado. Y solo Dios sabía, también, como habrían influido en el modo en que había educado a su hijo.

Por eso no esperaba nada de aquel encuentro con Abby y con Tyler. Dejaría que le dieran lo que ellos le quisieran dar, y aceptaría las cosas tal y como llegaran.

Si no esperaba nada, nada podría decepcionarlo. Era una buena regla en la vida.

Sin embargo, en el momento en que Abby se volvió hacia él y le sonrió, a Hunter se le contrajo el corazón y, una vez más, sintió el urgente deseo de pedirle que se casara con él. De ese modo, ambos estarían en una situación en la que habrían de reavivar su viejo amor. Todavía recordaba el fuego y la pasión de sus encuentros amorosos. La memoria de aquellos momentos que creía olvidados lo abrasaba. Le dolía pensar en el compromiso que podrían haber establecido siete años atrás.

Sin embargo, si las circunstancias se interpusieron y les impidieron casarse entonces, en su madurez eran la inteligencia y la madurez las que excluían esa posibilidad. Hunter sabía mucho más sobre el amor y el matrimonio que a los veinticuatro años, y se negaba a poner en peligro su relación con Tyler porque todavía se mantuviera ciertas ilusiones respecto a su madre.

Tenía que admitir que era hermosa. Lo había olvidado. De algún modo, tiempo atrás, se había llegado a convencer de que aquella niña rica, pelirroja y con pecas, tenía dinero pero no un buen físico, y que se había juntado con el hijo de un granjero porque los dos estaban marginados.

Pero al ver su pelo rojo, brillando como fuego bajo el sol de la tarde, sus relucientes ojos verdes y su rostro de alabastro, recordó las cosas tal y como realmente eran. Quizás no había sido popular en el instituto, pero no porque no fuera atractiva. Cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que ella misma se había marginado. Siempre había querido más y, para Abby, él había sido mucho más.

Su fe en él le había dado el empujón que necesitaba en un momento crítico de su vida. Su confianza en él había hecho que se convirtiera en el hombre que había llegado a ser. Y, aunque no podía arriesgarse a darle un final de cuento de hadas, si podía ofrecerle honestidad, justicia y dinero. Para resolver el problema que tenían entre manos, tenían que enfrentarse a él, huir de la fantasía y ver con claridad la realidad.

Miró de un lado a otro de la confortable cocina. Seguramente, por eso seguían allí, pues esa era la habitación a la que él se había acostumbrado. Aquella era la realidad. No podía olvidarse de ello y sí de soñar despierto. Era demasiado listo como para abrigar falsas esperanzas. Ya había dejado de hacerlo años atrás y no podía volver a caer en aquella mala costumbre. Tenía que ser práctico, como era Abby.

 

 

En aquel momento, Abby no estaba pensando en ser práctica o razonable, ni siquiera en utilizar su sentido común. Estaba demasiado nerviosa para ser capaz de analizar con detenimiento lo que conllevaba el encuentro de Tyler con su padre. Y lo que más le desconcertaba era la sensación de que aquel hombre que estaba de pie en su cocina era un completo extraño para ella.

Había amado a Hunter Wyman durante toda su vida adulta, pero al volver a verlo después de siete largos años no podía sino preguntarse qué le había ocurrido. Seguía siendo muy guapo, puede que incluso más que en el pasado. Pero aquel porte tranquilo de hombre de negocios no se correspondía con el recuerdo que ella tenía. No podía encajar la imagen del muchacho apasionado por la vida que había conocido con la de aquel hombre calmado.

–Has cambiado mucho –dijo ella, esperando que la mirara, para poder ver sus ojos. Pero, cuando lo hizo, a Abby le dio un vuelco al corazón. Incluso su actitud amigable de aquella mañana había desaparecido.

–He tenido que cambiar. Quería una vida mejor.

Ella sabía eso. Parte de lo que le atraía de él era aquel deseo de mejorar y el coraje que lo guiaba y que, seguro, habría de llevarlo a donde se propusiera llegar.

–Al parecer has conseguido todo lo que querías.

–Una parte, al menos –afirmó él, y se sentó al recibir la invitación que Abby le hizo con un gesto de la mano.

–¿Quieres un té?

Él sonrió.

–¿Te acuerdas?

Ella asintió.

–Me acuerdo de muchas cosas.

–Yo también –dijo él, mirando de un lado a otro de la cocina.

Ella esperó a que apareciera al menos una remota sombra de rabia en su gesto, pues siempre había odiado que sus padres lo relegaran a la cocina. Pero esperó en vano, pues ni el más leve atisbo de ira asomó en sus ojos. Se dijo a sí misma que se alegraba de que hubiera crecido y hubiera superado su pasado, pero eso no la libraba del vacío que parecía adueñarse de la habitación cuando tomaba consciencia de que aquel era un hombre diferente. Sí, sin duda había superado muchas cosas, tal y como había querido ella que lo hiciera. Pero, de pronto, algo le hacía preguntarse si no había sido un error.

Al haberse apartado de su pasado, también se había apartado de ella. Al crecer dejando atrás sus raíces, había llegado a comportarse como si careciera de ellas.

Le dio una taza de té.

–Aquí lo tienes –le dijo, más como una camarera que como una amiga. ¿Dónde estaba aquel hombre feliz al que había amado? ¿Dónde estaba aquella sonrisa que le daba la vida?

–¿Así es que eres socio de Grant Brewster ahora?

Él asintió.

–Grant ha salvado mi empresa de construcciones. Estaba teniendo ciertos problemas económicos, cuando él apareció por Savannah buscando algo en lo que invertir dinero. Así es que resultamos ser la pareja perfecta.

Abby notó la emoción que imprimía a su palabras y se sorprendió, pues era la primera muestra que daba desde su llegada allí aquella mañana. Amaba su empresa, pero ella no pudo evitar recordar un tiempo en el que él pensaba que eran precisamente ellos dos la «pareja perfecta». El nuevo Hunter usaba ese tipo de expresiones para referirse a su negocio.

–Interesante… –dijo ella y, acto seguido, hizo una mueca, pues realmente acababa de decir lo contrario de lo que pensaba.

Hunter se rio.

–Lo cierto es que no creo que sea muy interesante. Me he convertido en un triunfador, más o menos, pero ya no soy salvaje, ni rebelde. Mi temperamento se ha suavizado y no pierdo la calma. Sencillamente, resuelvo las cosas.

–Eso está bien –dijo Abby sin poder evitar sentirse decepcionada. No porque hubiera querido que perdiera los nervios, y, menos aún, delante de Tyler, sino porque no entendía cómo aquel extraño podía disfrutar de la prosperidad que, tiempo atrás, había sido tan importante para él.

Se hizo un silencio tenso, y Abby lo miró furtivamente. El solo acto de fijar sus ojos en él la dejó sin respiración. Su pelo negro acentuaba los rasgos angulosos de su rostro. Podría haber sido modelo. Seguía siendo muy guapo y muy sexy y le resultaba imposible no pensar en él como el muchacho al que había amado tiempo atrás.

De pronto, tomó conciencia de que aquel era Hunter Wyman y estaba realmente en su cocina. Sintió un cosquilleo a lo largo de la columna vertebral, que rápidamente reprimió. Aquel podía ser el muchacho que había querido darle el mundo envuelto con papel de regalo, pero el hombre en el que se había convertido creía en otras cosas…

Antes de poder completar su pensamiento, Tyler entró como un torbellino en la cocina.

–Hola, mamá –dijo y se dirigió directamente a buscar una galleta.

El momento de la verdad había llegado y Abby se quedó paralizada. Miró a Hunter y se dio cuenta de que a él le había sucedido lo mismo. Reservado, manteniendo la compostura, permaneció sentado e inmóvil, esperando a que ella hiciera lo que había que hacer.

Abby se aclaró la garganta. Miró a su hijo, moreno, de ojos gris verdáceos, que era el vivo retrato de su padre cuando estaba en el colegio, y sintió miedo. Para Tyler era bueno conocer a su padre. Pero de pronto deseó haber postergado aquel encuentro un poco más. Al menos, podría haber preparado al pequeño para lo que iba a ocurrir.

Ya era muy tarde para detener la rueda del destino, demasiado tarde para pensar en un modo de hacer que aquello fuera más fácil. Hunter estaba en su cocina y Tyler lo miraba con curiosidad. La pelota estaba en su terreno

Se arrodilló junto a su hijo, para ponerse a su nivel y le colocó las manos sobre los hombros. El niño la miró.

–Cariño, este es Hunter Wyman.

Como en cámara lenta, el niño miró a Hunter. Pero, en lugar de ver la explosión de alegría que ella esperaba, Abby se encontró con unos ojos llenos de fuego.

–Hunter es tu padre –añadió ella.

Tyler apretó los labios y alzó la barbilla. Abby conocía a su hijo muy bien y pudo reconocer los sentimientos que se ocultaban tras ese gesto.

Condena.

–Lo sé. Ya me habías dicho que Hunter Wyman era mi padre.

–Bien, pues es este –dijo Abby con entusiasmo–. Vendrá a vivir a Brewster County porque ahora es socio de Grant Brewster. Así es que, realmente, va a ejercer de padre tuyo.