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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Kate Hardy

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Un brote de esperanza, n.º 2018 - enero 2015

Título original: Hotly Bedded, Conveniently Wedded

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5793-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Publicidad

Capítulo Uno

 

–¿Qué has dicho?

Isobel no podía creerse lo que acababa de oír. Estaba acostumbrada a que Alex le preguntara si podía dormir en su sofá en sus frecuentes visitas a Londres, pues tenía su apartamento alquilado, pero aquella petición era…

No, no podía ser. Tenía que haberlo entendido mal.

–¿Quieres casarte conmigo? –le repitió Alex.

¿Le estaría tomando el pelo? No lo parecía, a juzgar por su expresión. Además, Alex no solía hacer ese tipo de bromas.

–No entiendo. ¿Te has vuelto loco o qué?

–Nada de eso. Simplemente necesito casarme y creo que tú serías la mujer perfecta.

¿La mujer perfecta? Ni muchísimo menos. Ya había fracasado estrepitosamente con Gary.

–Las mujeres se mueren por ti… Podrías tener a cualquiera.

Él se echó a reír.

–No se mueren por mí, Bel. No es más que un rumor que empezó Saskia.

Saskia era la hermana pequeña de Alex, y había sido la mejor amiga de Isobel desde que eran niñas, pero Isobel no estaba tan segura de que aquel comentario fuera solo una broma.

–Sé a ciencia cierta que te han hecho más proposiciones de las que ningún hombre podría desear.

–Por parte de mujeres que fantasean con el Cazador, no conmigo.

–Para ellas sois la misma persona –y también para Isobel. Alex había presentado en televisión un programa de arqueología basado en los artículos que él mismo había escrito para un periódico, y cuando Isobel se acurrucaba en el sofá para verlo le parecía igual de natural y espontáneo que en la vida real. Listo y culto, pero con una personalidad natural y entrañable que enamoraba a las mujeres y lo hacía popular entre los hombres. El personaje del Cazador lo catapultó a la fama como un intrépido explorador que se adentraba en los lugares más recónditos del planeta en busca de fabulosos tesoros.

–Dile a tus amigos periodistas que estás buscando esposa y te lloverán las candidatas.

–Los periodistas no son amigos de nadie salvo de ellos mismos –la corrigió Alex–. Y ninguna de esas candidatas sería como tú… Una mujer sensata y responsable.

Isobel carraspeó. ¿Alex quería casarse con ella porque era una mujer sensata? La gente no se casaba por eso. Aunque, por otro lado, a ella no le había funcionado el matrimonio por amor.

–¿Por qué necesitas casarte?

–Porque necesito conseguir un trabajo.

–Ahora sí que no entiendo nada. Aparte de que no tienes que casarte para conseguir un trabajo, ¿para qué necesitas un trabajo si estás forrado?

–No es por el dinero.

–¿Entonces por qué?

–Es… complicado.

Isobel se recostó en el sofá.

–Explícamelo, Alex. ¿Para qué necesitas casarte?

–Para un trabajo que me han ofrecido. Es perfecto, Bel. Asesor arqueológico para una empresa que trabaja con las inmobiliarias más importantes. Estaría a cargo del equipo de arqueólogos responsables de excavar en una zona de obras cuando la empresa constructora se topa con restos importantes.

–¿Un trabajo de oficina? –Isobel sacudió la cabeza–. No durarías ni cinco minutos en un despacho.

–No es un trabajo de oficina. Me encargaré de examinar el lugar, de colaborar con los responsables de planificación y de pedir más tiempo para las excavaciones. Además, sería el encargado de hablar con la prensa y explicar el significado e importancia del hallazgo.

Visto así parecía el tipo de trabajo ideal para Alex. Ser el primero en descubrir un yacimiento arqueológico y tener que desenterrar los restos a toda prisa para que los constructores pudieran acabar la obra a tiempo supondría un emocionante y desafío para alguien que valoraba su trabajo por encima de todo.

–Sigo sin entender por qué necesitas un trabajo. ¿Vas a dejar de ser el Cazador?

–Claro que no. Pero eso solo me ocupa unas pocas semanas al año.

Aquello ya tenía más sentido. Alex era un adicto al trabajo, y en dos días podía hacer más que una persona normal en una semana.

–Dicho de otro modo, necesitas estar ocupado y no tener tiempo para descarriarte.

Él volvió a reírse.

–Exacto. Podría trabajar más en televisión, pero he hablado con mi agente y hemos llegado a la conclusión de que sería un error aparecer en pantalla más de la cuenta. Es mejor que la gente se quede con ganas de más que cansarlos con mi cara. Por eso necesito algo más que me mantenga ocupado.

–¿Y tus artículos?

–Como tú misma has señalado, no aguantaría estar sentado todo el día ante un ordenador. Necesito algo más variado.

–¿Qué tal dar clases? Los estudiantes serían todos diferentes.

Alex arrugó la nariz.

–He recibido algunas ofertas, pero sinceramente, no quiero dedicarme a la enseñanza.

Isobel frunció el ceño.

–¿Qué tiene de malo lo que haces ahora?

–Nada. Me encanta el trabajo autónomo, pero ya tengo treinta y cinco años, Bel, y debo ser realista. Dentro de diez o veinte años no querré pasarme horas arrodillado en una zanja bajo la lluvia. Quiero elegir bien ahora, mientras tenga todas las opciones abiertas.

La explicación tenía su lógica, aunque Alex tenía personalidad de sobra para crearse sus propias oportunidades cuando quisiera. Isobel tenía la sensación de que le estaba ocultando algo, pero no sabía qué. ¿Una relación frustrada, quizá? No era muy probable, porque a Alex las novias no le duraban más de media docena de citas.

–¿Y qué tiene que ver todo esto con el matrimonio?

–El dueño de la empresa quiere un hombre casado para el puesto.

Isobel soltó un resoplido.

–Eso es discriminación y va contra la ley, Alex.

–No me preguntarán directamente por mi estado civil, pero los dos últimos tipos a los que contrataron solo duraron seis semanas en la empresa. Recibieron una oferta que no pudieron rechazar para, cito textualmente: «Una apasionante excavación en el extranjero».

Los dos se rieron, pues ambos sabían que la auténtica arqueología no tenía nada de apasionante. Lo que Alex hacía para la televisión solo representaba una minúscula fracción del durísimo trabajo que tenía lugar tras las cámaras, y desde luego no se grababan los largos y tediosos intervalos entre un hallazgo y otro.

–Quieren a alguien que se comprometa con el proyecto al menos durante dos años –continuó Alex–. Y un hombre casado es mucho más fiable en ese aspecto.

Isobel hizo una mueca.

–El matrimonio no siempre significa compromiso.

–Lo siento, cielo. No quería abrir viejas heridas.

–Lo sé –Alex no siempre se paraba a pensar. Seguramente porque lo hacía todo a gran velocidad y su cabeza estaba atiborrada de recuerdos, igual que la de Isobel. Era una de las razones por las que siempre se habían llevado tan bien.

Alex le tomó la mano y se la apretó.

–Sabes lo que quiero decir. Mi reputación de viajero errante me acabará perjudicando. Mi madre dice que soy como su abuelo…

–Que conoció a tu bisabuela cuando ella acompañaba a tu tatarabuelo a una excavación en Egipto y se enamoró perdidamente de ella –concluyó Isobel. Conocía perfectamente la historia y siempre le había parecido muy romántica. Alex llevaba la arqueología en la sangre, y por eso encajaba a la perfección en el papel del Cazador. Vestido con vaqueros, camisa blanca y un sombrero Akubra, Alex Richardson hacía suspirar a las mujeres con su pelo largo y negro y unos penetrantes ojos grises que contrastaban con su piel aceituna.

–Me he pasado los últimos años de un lado para otro, excavando o rodando programas.

–Eso demuestra lo comprometido que estás con tu trabajo.

–No es suficiente –sacudió la cabeza con frustración–. El programa de la tele me hace parecer el típico aventurero rebelde y solitario que no acata órdenes de nadie.

Isobel no podía refutar aquella descripción, porque era exactamente lo que parecía Alex.

–Por eso necesito casarme. Para demostrar que puedo echar raíces.

–Me sigue pareciendo un motivo ridículo para casarse. ¿Y por qué conmigo?

–Ya te lo dicho. Porque eres sensata y responsable.

–¿Quieres decir que soy una persona formal y aburrida?

–No –dijo él, riendo–. Simplemente te conozco desde siempre. Eres la chica de al lado.

–No somos vecinos desde que te marchaste a Oxford cuando yo tenía trece años. De eso hace diecisiete años.

–Siempre estabas en casa cuando yo volvía por vacaciones –le recordó él.

La chica de al lado. Una simple vecina. Alex nunca se había fijado en ella como mujer.

–Oye, nunca había pensado casarme. La arqueología es mi vida, igual que el museo es la tuya, y en mi vida no hay espacio para otra relación.

Ella arqueó una ceja.

–Lo siento, Bel. A veces soy un bocazas. Lo que quiero decir es que si voy a casarme quiero hacerlo con alguien que me guste. Alguien con quien tenga muchas cosas en común. Alguien en quien confíe.

Isobel se sintió halagada de que la tuviera en tan alta estima, pero no la convencía del todo.

–¿Y el amor?

Él se encogió de hombros.

–No creo en el amor.

Isobel no podía criticárselo, pues también ella había dejado de creer en el amor. Su amor por Gary no había bastado para que su matrimonio funcionara. Por otro lado, un matrimonio sin amor le parecía una equivocación.

–Tus tres hermanas están casadas y felizmente enamoradas de sus maridos…

–Para las mujeres es diferente.

–¿Desde cuándo eres un machista?

Él frunció el ceño.

–No soy machista. Esto no tiene nada que ver con las diferencias de género. Es solo que… –volvió a encogerse de hombros– no soy como ellas.

–Entonces… estás buscando a alguien de tu agrado, que comparta tus intereses y que no te ate.

–No es mi intención tener una lista de amantes ni serle infiel a mi esposa, si es eso lo que estás pensando.

Alex salía con muchas chicas y seguramente se acostaba con todas ellas. ¿De verdad estaba dispuesto a renunciar a todo eso y tener sexo únicamente con su mujer?

¿Con ella? De repente volvió a tener dieciocho años, cuando Alex la besó. Solo fue un beso, pero qué beso. La había dejado sin aliento y, por un alocado instante, había pensado que no la veía como a la hermana pequeña de su mejor amigo, sino como a su alma gemela, alguien que compartía sus gustos y por quien se sentía atraído. Pero no tardó en descubrir que Alex solo estaba siendo amable con ella, demostrándole que solo porque el imbécil de su novio la hubiera dejado no significaba que nunca más volverían a besarla.

Y así se lo había dicho. Le dijo que pronto encontraría a otra persona y que tenía toda la vida por delante.

El beso no había significado nada para Alex. Y nada había cambiado desde entonces. Alex seguía viéndola como una amiga, una amiga íntima tal vez, pero solo una amiga.

De ningún modo aquel matrimonio podría funcionar. Ella ya había cometido el error de casarse y por nada del mundo volvería a pasar por lo mismo.

–Lo siento, Alex. No puedo casarme contigo.

La expresión de Alex se tornó impasible.

–¿Por qué no?

–Porque no está bien que dos personas se casen si no se quieren.

Él hizo un gesto desdeñoso con la mano.

–Yo te quiero, Bel.

–Pero no de esa manera, Alex. Y no estoy dispuesta a pasar por lo mismo.

Alex la miró fijamente.

–Espera un momento. ¿Estás diciendo que Gary no te quería? ¿Te fue infiel?

Ella negó con la cabeza.

–No cometió ninguna infidelidad. Dejémoslo en que nuestro matrimonio se convirtió en un infierno.

Parecía incómoda, y Alex intuyó que no le estaba contando toda la verdad. Pero decidió no presionarla y esperar a que ella se lo contara cuando estuviera lista.

–A Gary, sin embargo, no le costó mucho tiempo buscarse a otra. Con ella acaba de tener su primer hijo.

El dolor se adivinaba en sus palabras. Alex nunca le había preguntado por qué había roto con Gary. No era asunto suyo y no quería abrir viejas heridas. Pero siempre había sospechado que Gary quería tener hijos y que Isobel no se sentía preparada para abandonar su carrera.

¿Podría ser que hubiera sido ella la que quería tener hijos y no Gary?

No, imposible. A Isobel le gustaban los niños, de lo contrario no podría desempeñar bien su trabajo, pero su trabajo le gustaba aún más. Además de ser conservadora en exposiciones y museos, durante las vacaciones escolares y los fines de semana se vestía de patricia y ofrecía demostraciones culinarias y de las tradiciones populares en la Britania romana.

Pero, aunque no quisiera anteponer un hijo a su carrera, que su exmarido hubiera tenido un hijo con otra mujer evidenciaba que la relación entre Gary y ella estaba definitivamente acabada y sin ninguna posibilidad de retomarla.

Según la hermana de Alex, Isobel no había estado con ningún hombre desde que se separó de Gary, hacía dos años, por lo que quizá siguiera enamorada de él. A Alex nunca le había gustado Gary por varias razones, era un hombre débil y sin imaginación, incapaz de hacer feliz a una mujer como Isobel.

–Ven aquí –la estrechó entre sus brazos y la apretó contra él–. Lo siento.

–¿Qué sientes?

–Siento que tu matrimonio no funcionara –le acarició el pelo–. Sé que no quieres oírlo, pero Gary nunca fue lo bastante bueno para ti.

–Al menos no me pidió que me casara con él porque soy sensata y responsable.

Alex se apartó.

–Te lo he pedido porque quiero ese trabajo, y el matrimonio me brindará la respetabilidad que necesito.

–Tonterías. Con tu retórica puedes conseguir todo lo que quieras.

–Todo menos conseguir que te cases conmigo –recalcó él–. Y si te lo he pedido, aparte de por ser una mujer sensata, es porque eres mi amiga y te conozco desde hace años. Me gusta estar contigo y confío en ti. Todo eso supone una base mucho más sólida para casarse que estar enamorado de alguien –torció el gesto al pensar en Dorinda, el mayor error que había cometido en su vida–. El enamoramiento es una reacción hormonal y pasajera, mientras que la amistad es algo permanente.

–¿De verdad lo es? Porque eso es lo que me preocupa, Alex –se mordió el labio–. No quiero perder tu amistad cuando todo se tuerza.

Alex suspiró.

–Nada va a torcerse y nada va a cambiar entre nosotros.

–¿Cómo lo sabes? A menos que solo quieras un matrimonio sobre el papel. Pero has dicho que no piensas tener más amantes, por lo que tengo que suponer que… –se calló y se puso colorada.

–¿Suponer qué, Bel?

–Que el matrimonio implicaría tener sexo –murmuró, ruborizándose aún más.

Alex sintió que le ardía la piel. Tener sexo con Isobel… En esos momentos la estaba abrazando. Muy ligeramente, pero abrazándola al fin y al cabo. Solo tenía que inclinarse hacia delante, agachar la cabeza y besarla.

IV

–¿Dónde has aprendido eso?

–Fuiste tú quien me lo dijo –le recordó él, riendo–. Cuando estabas preparando tu primera charla sobre las mujeres romanas.

–¿Te acuerdas de eso? –le preguntó, sorprendida.

–Pues claro. Estuvimos hablando del tema toda la noche, después de que te murieras de aburrimiento con las fotos de mis últimas excavaciones.

–No me aburrí.

–¿Lo ves? Tenemos muchas cosas en común y los dos nos gustamos. Podría funcionar, Bel.

El rubor volvió a cubrirle las mejillas.

–¿Y si no somos compatibles?

–¿Compatibles?

–En el sexo. ¿Y si soy un desastre en la cama?

–Si eso te dijo Gary es evidente que el desastre era él y que te echó las culpas a ti para salvar su ego.

–Mmm.

–Mírame, Bel –tenía unos grandes ojos marrones que se iluminaban con destellos topacios al reírse y unos labios rosados y perfectos. ¿Por qué nunca se había fijado antes?–. Creo que seríamos… –el corazón le dio un vuelco– compatibles.

–¡No me puedo creer que estemos hablando de esto! –exclamó ella, apartándose–. ¿Por qué no te has casado nunca, Alex?

–Porque mi trabajo me obligaba a estar siempre de viaje, y no me parecía justo pasar tanto tiempo fuera de casa ni tampoco arrastrar a mi mujer de un lado para otro.

–¿Y nunca has conocido a nadie por quien te mereciera la pena instalarte?

Una vez, pero fue hace mucho tiempo, pensó él. Cuando aún veía el mundo de color rosa. Antes de descubrir que Dorinda era una mentirosa sin escrúpulos que tomaba a todo el mundo por estúpido, incluido él. Desde entonces no había vuelto a confiar en nadie. Rehuía las relaciones serias y se limitaba a divertirse sin compromiso ni riesgo alguno para su corazón.

–Ya te lo he dicho; no creo en el amor. Pero sí creo en la amistad y en la honestidad. Y si te casas conmigo seré un buen marido –mucho mejor de lo que había sido Gary.

–No puedo casarme. Pídeselo a otra.

No había nadie más en quien confiara lo suficiente para contraer matrimonio.

–Está bien, olvídalo. Vamos, te invito a cenar fuera.

–¿Por qué?

–No hay ningún motivo. Has dicho que no y yo no voy a presionarte para que cambies de opinión. Vas a darme alojamiento unos días, Bel. Llevarte a cenar es lo menos que puedo hacer para darte las gracias.

–No tienes por qué hacerlo, Alex. Sabes que puedes quedarte aquí siempre que quieras.

Él sonrió.

–Lo sé, pero me gusta salir a cenar contigo, hablar de historia, reír y comerme la mitad de tu postre.

Ella puso los ojos en blanco.

–Eres imposible –pero sonrió y volvió a relajarse.

–¿Sigue abierto el restaurante marroquí al que fuimos la última vez?

–Creo que sí.

–Estupendo. Vamos.