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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Anne Canadeo

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Un pasado que olvidar, n.º 1150 - enero 2015

Título original: Tall, Dark & Cranky

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5798-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Publicidad

Capítulo Uno

 

—Sus referencias son excelentes, señora Calloway. De hecho, estoy impresionado. Uno de sus antiguos pacientes me ha contado que es usted milagrosa —estaba diciendo Matthew Berringer.

—Me encanta mi trabajo y creo que lo hago bien —replicó Rebecca, tan sincera como siempre—. Pero le aseguro que yo no puedo hacer milagros.

—¿Ah, no? Pues es una pena porque creo que solo un milagro podría devolverle la salud a mi hermano Grant. Nada más que eso podría hacer que volviera a ser el de antes.

Rebecca vio inmediatamente que su respuesta había desilusionado a Matthew Berringer y se preguntó si debería haber sido más… diplomática.

Pero, aunque necesitaba aquel trabajo, no dejaría que la contratasen con falsas expectativas y nunca haría promesas que no pudiera cumplir.

Sabía lo dura que podía ser la rehabilitación y, por lo que había oído del paciente, no estaba segura de que fuera a tener éxito. Y mucho menos de que Grant Berringer pudiera volver a trabajar en el mes de septiembre, que era lo que su hermano esperaba.

No estaba segura de que nadie pudiera lograrlo. Por lo que había visto en el informe médico, el problema no eran las condiciones físicas de Grant Berringer, sino su actitud.

Un milagro… seguro. Ni todo el dinero de los Berringer podría comprar un milagro. Rebecca sabía que no podía prometer nada y no pensaba intentar un imposible. Era demasiado sensata como para eso.

—Señor Berringer, su interés es elogiable. Su hermano tiene suerte de que alguien se preocupe tanto por él…

—Será mejor que me dé su opinión sin rodeos, señora Calloway —la interrumpió Matthew Berringer.

La franqueza del hombre era tranquilizadora. Se alegraba de poder decir la verdad y no andarse con subterfugios.

—No puede esperar que su hermano se recupere del todo si él no quiere hacerlo. Puede contratar a cien terapeutas. Incluso alguno que le prometa un milagro, pero nadie puede chasquear los dedos y hacer que su hermano se levante de la cama. Tiene que desearlo él. Tiene que desearlo con todas sus fuerzas.

Matthew volvió a mirar su currículum, como revisando las páginas antes de tomar una decisión.

Lo había estropeado, pensó Rebecca. No iba a darle el trabajo. Mirar atentamente las páginas del currículum era una señal inequívoca de que el cliente dudaba. Seguramente después sonreiría amablemente y le diría que ya la llamaría.

Rebecca miró alrededor. Había estado tan pendiente de contestar a Matthew Berringer que no se fijó en la habitación. Soleada y espaciosa, parecía un despacho o una biblioteca. Las paredes estaban forradas de madera y los muebles eran antiguos, grandes y seguramente muy caros. Entre estantería y estantería llena de libros había fotos enmarcadas. Algunas parecían muy antiguas.

El suelo de madera estaba cubierto por alfombras persas y había un impresionante escritorio de caoba colocado frente a la terraza. Las puertas de cristal estaban abiertas en aquel momento, dejando que el aire fresco entrase en la habitación.

Cuando empezó la entrevista, esperaba que Matthew Berringer se sentase detrás del escritorio, pero se sentó en el sofá y le ofreció una taza de café. El gesto, aunque no demasiado significativo, le pareció amistoso.

Rebecca miró la taza entonces. El café estaba frío, pero al menos tuvo un momento para respirar mientras Matthew Berringer miraba de nuevo su currículum.

En el tenso silencio que siguió podía oír el mar, a unos pasos de la terraza. El ritmo lento de las olas era relajante.

Una pena que Matthew hubiese decidido no contratarla. Le habría gustado trabajar allí. La casa de los Berringer era una mansión hermosísima.

Matthew le había contado que tenía diez acres de terreno junto al mar. La mansión, de doce habitaciones, diseñada al estilo de las mansiones normandas, fue construida en 1920 por un magnate del petróleo perteneciente a una familia aristocrática de Nueva York. Las piedras habían sido llevadas desde Europa, junto con los ingenieros y técnicos que debían hacer el trabajo.

Por su enorme estructura, patios de piedra y torres de vigilancia, parecía un castillo en miniatura escondido entre los árboles. Y la decoración era digna de un rey.

Y Rebecca, además de necesitar un trabajo, necesitaba un sitio donde vivir. Para ella y para su hija Nora, de seis años. Por eso había solicitado el puesto, porque el generoso salario incluía un apartamento de dos habitaciones con vistas al mar.

Si Grant Berringer necesitase de sus servicios después del verano, Nora tendría que ir al colegio, pero Matthew no había parecido preocupado por esa potencial complicación. Según él, podrían contratar un tutor para la niña o llevarla a uno de los caros colegios de Bridgehampton. Los Berringer correrían con todos los gastos.

Rebecca se dio por satisfecha con esa respuesta. Pero, aunque Matthew le había explicado la situación de su hermano, tenía que verlo con sus propios ojos para decidir si podía ayudarlo o no.

Vivir en la playa durante el verano, en tan lujosa mansión además, habría sido maravilloso. Pero… lo había estropeado todo con su franqueza.

Aunque no lo lamentaba. Solo le había dicho la verdad y la gente solía admirar su sinceridad… En teoría, pensó entonces.

A pesar de todo, no se arrepentía. Si el siguiente candidato anunciaba que podía levantar a su hermano de la cama en cuatro días, Matthew lo miraría con cierto recelo. Y era lo mejor.

Por fin, él levantó la mirada.

—Sé que lo que me ha dicho es cierto, señora Calloway. Sé que el deseo de recuperarse tiene que salir del propio Grant… pero supongo que no quiero creerlo. Sigo esperando que alguien pueda hacer un milagro, que se acerque a él y le diga: «tienes que ponerte bien».

—Lo entiendo. Los familiares de un enfermo desean que la recuperación sea inmediata.

—Pero el caso de mi hermano es diferente de otros —dijo Matthew Berringer entonces—. Ha sufrido una pérdida extraordinaria. Mucha gente usa la palabra tragedia para describir un evento simplemente triste. Pero mi hermano ha vivido una tragedia de verdad, algo que le ha costado… todo. Y que lo ha dejado con una carga de culpa que le impide seguir viviendo.

Por el momento, lo único que Rebecca sabía era que Grant Berringer había sufrido un grave accidente de tráfico. Por lo visto, era él quien iba conduciendo y el pasajero murió en el acto. Grant sufrió múltiples contusiones y fracturas, la más importante una fractura de fémur. Esos eran los hechos, pero parecía haber algo más.

—¿Por qué no me cuenta qué ocurrió? Todo lo que usted considere relevante para la curación de su hermano, claro. Necesito saber los detalles para evaluar el caso.

Perder a alguien querido era algo que Rebecca conocía bien, pero también ella había tenido que sufrir mucho en la vida y no estaba segura de poder manejar a alguien que se negaba rotundamente a vivir.

Los ojos azules de Matthew Berringer se clavaron en ella. Aparentemente, estaba intentando decidir lo que debía contarle.

—Intentaré resumirlo brevemente —dijo por fin—. Mi hermano estaba a punto de casarse. Él y su prometida, Courtney Benton, volvían a Nueva York después de pasar un fin de semana en el campo, en casa de uno de sus clientes. Los pilló una tormenta en medio de la autopista y, aparentemente, Grant perdió el control del volante. El coche chocó contra un muro de cemento y… Courtney murió instantáneamente. Mi hermano estuvo en coma durante dos semanas y, cuando se enteró de lo que había pasado, perdió por completo las ganas de vivir. Se ha convertido en otra persona, un hombre que no conozco.

—Ah, ya entiendo… es terrible —murmuró Rebecca. Había oído muchas historias tristes en su vida profesional y aquella era tan triste como muchas otras. Pobre hombre. Podía imaginar su dolor… y su sentimiento de culpa.

—Y para complicar más las cosas, no recuerda lo que pasó antes del accidente. Recuerda que salieron de la casa de Mark Weyland y tomaron la autopista, pero no recuerda nada más. Ni siquiera sabe si estaba intentando detener el coche y parar en el arcén por la lluvia… Los médicos dicen que quizá no lo recuerde nunca.

—Puede que tengan razón —asintió Rebecca—. Es una reacción lógica ante un trauma insoportable. La mente utiliza esa treta cuando los recuerdos son demasiado dolorosos.

—Sí, lo sé —murmuró Matthew Berringer—. Pero sospecho que si Grant pudiera recordar lo que ocurrió esa noche… por muy doloroso que fuera, quizá sería capaz de seguir adelante. Quizá podría olvidar el dolor y reconstruir su vida.

—Sí, quizá eso podría ayudarlo. Pero es la proverbial pescadilla que se muerde la cola. Volverá a ser él mismo si puede recordar, pero solo podrá recordar si vuelve a ser él mismo.

—Tiene usted razón —suspiró Matthew.

Evidentemente, también él había sufrido una gran pérdida. La pérdida de un hermano fuerte y vital con quien mantenía una relación muy estrecha.

Rebecca decidió permanecer en silencio. A veces eso hacía que la gente pudiera desahogarse y Matthew Berringer necesitaba hablar con alguien que pudiera entender su problema y el problema de su hermano.

—Así que ya lo ve, Grant ha caído en un pozo de desesperación y no quiere volver al mundo de los vivos. Creo que, después de lo que ha pasado, es una reacción comprensible.

—Absolutamente —asintió ella, mirándose las manos.

Después de conocer la historia, entendía que estuviera buscando no ya un fisioterapeuta, sino un héroe, alguien que pudiera hacer el milagro. La cuestión era si ella podría ser esa persona.

—Sé que el deseo de recuperarse tiene que salir de él, pero estaba esperando… rezando para encontrar a la persona adecuada. Alguien que entienda lo que ha pasado y pueda convencerlo de que debe salir de ese agujero y volver a ser el que era.

Lo había dicho con voz entrecortada y Rebecca se emocionó. Matthew era un buen hombre, alguien que nunca abandonaría a un ser querido y lo admiraba por ello. Sin embargo, a pesar de su atractivo y sus buenas cualidades, no se sentía atraía por él.

Era curioso eso de la atracción entre un hombre y una mujer, pensó. La química aparecía como por arte de magia… o no. En aquel caso, en absoluto. Y tampoco Matthew sentía nada, estaba segura. Aunque parecía respetarla profesionalmente, por supuesto. Lo único que debía pedirse a alguien que iba a contratarte.

—Me gustaría que conociese a mi hermano. ¿Le importaría hablar con él un momento?

—No, claro que no —murmuró Rebecca, sorprendida por la invitación.

Y encantada. Normalmente no le pedían que conociera al paciente si no iban a contratarla. Quizá Matthew había decidido confiar en ella.

Además, sentía curiosidad por conocer a Grant Berringer. Eso la ayudaría a decidir si podía hacer algo por él.

Matthew la llevó por un laberinto de elegantes pasillos y Rebecca admiró las antigüedades, los suntuosos tapices y las obras de arte. Sin embargo, la casa no parecía un museo. Tenía un aire fresco, de lugar en el que se vive y se disfruta de la vida.

—Es una casa preciosa, de verdad.

—Muchas gracias. Las habitaciones de Grant estaban en el piso de arriba, pero cuando salió del hospital los médicos me recomendaron que lo instalase abajo. Está en la zona oeste de la casa, frente al mar, con un gimnasio en el que hay aparatos de rehabilitación de última tecnología.

—Ah, fantástico.

—Yo vivo en Nueva York durante la semana, pero he contratado un enfermero para que cuide de él de lunes a viernes. Un joven que se llama Joe Newton. Es muy bueno con Grant, muy paciente.

—Ya.

Aunque la mayoría de los profesionales de la medicina necesitaban una gran dosis de paciencia, Rebecca sospechaba que con Grant Berringer iba a necesitar mucho más que eso.

—El ama de llaves, Miriam Walker, vive aquí también —siguió Matthew—. Hay un sistema de intercomunicación en la casa, para que mi hermano llame cuando necesita algo.

Rebecca asintió, conmovida. El pobre parecía haber pensado en todo.

Pasaron por delante de varios salones, un comedor para docenas de invitados, un cuarto de estar impresionante y una cocina que parecía la de un hotel. Sorprendida, se detuvo frente a la puerta.

—Qué maravilla.

—¿Le gusta cocinar?

—Cuando tengo tiempo —respondió ella, pensando en la diminuta cocina de su apartamento.

Tenía muy poco tiempo, pero a veces conseguía hacer ricos menús para Nora. Y sería maravilloso poder cocinar en un sitio como aquel.

—Es un pasatiempo muy relajante —dijo Matthew—. Aunque a mí nunca me ha interesado. Yo prefiero soltar mis frustraciones en un campo de golf… y después ir a cenar a un buen restaurante.

—Así es más cómodo, desde luego —dijo sonriendo Rebecca.

—A mi hermano le encantaba cocinar. Acababa de remodelar la cocina antes del accidente. Es un chef nato… En realidad, siempre estaba haciendo cosas: jugar al tenis, al golf, esquiar, viajar a sitios exóticos… Trabajaba mucho y no paraba un solo día. Es muy conocido en Wall Street. Notorio, de hecho, por ser un profesional muy serio y duro. Grant es un hombre hecho a sí mismo que sabe vivir la vida… o lo era hasta el accidente.

—Puede volver a serlo, señor Berringer —dijo ella, con tono optimista.

—Sí, supongo que sí —suspiró Matthew—. Pero viéndolo ahora es difícil creerlo.

Habían llegado al final de un largo pasillo y él se detuvo un momento antes de llamar a la puerta.