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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Sara Orwig

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Deseos y engaños, n.º 2024 - febrero 2015

Título original: The Texan’s Forbidden Fiancée

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5802-2

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Publicidad

Capítulo Uno

 

 

Jake Calhoun se sintió como si le hubieran pegado un puñetazo en la boca del estómago. Llevaba muchos años esperando ese momento; tantos, que ya no creía que fuera a llegar. Y su mente se llenó inmediatamente de recuerdos.

Madison Milan acababa de salir de la sucursal que el banco Texas United Western tenía en Verity, una pequeña localidad de Texas. El sol se reflejaba en su rizado cabello castaño, que se había recogido en una coleta, con un pañuelo. Llevaba chaqueta y pantalones vaqueros y una camiseta roja.

Era ella. Su imaginación no le estaba jugando una mala pasada. Era real y estaba viva y coleando al otro lado de la calle.

La ira lo dominó unos pocos segundos, los que tardó en transformarse en un deseo tan intenso como desconcertante a la vez. ¿Cómo era posible que la deseara? Madison le había hecho mucho daño.

Los recuerdos lo acribillaron de forma implacable. Había sido la chica más divertida y la animadora más guapa y de piernas más largas de todo el instituto. Pero ya no era una adolescente, sino una mujer preciosa que, a medida que avanzaba, iba recibiendo saludos de vecinos y conocidos en general. Jake se preguntó si le darían un recibimiento tan cálido cada vez que pasaba por Verity.

Sus emociones no podían ser más contradictorias. Por una parte, ardía en deseos de quitarle el rancho de su familia y destruirla; al fin y al cabo era una Milan, tan engañosa y falsa como todos los Milan. Por otra, era la mujer más bella, más atractiva y más deseable que había visto en su vida.

Lo suyo había sido un flechazo. Se habían conocido en el instituto, por el equipo de fútbol. Él era capitán y ella, animadora. Como estaban al tanto de la enemistad de sus respectivas familias, hicieron lo posible por mantener los distancias; pero el amor fue más fuerte y terminó por imponer su ley.

Jake se acordó de su primer beso, de la primera vez que hicieron el amor, de todo. Se acordó como si no hubieran pasado trece años, sino apenas unas horas; y también recordó que, poco después de salir de la universidad, Madison se casó con otro.

Por lo que Jake tenía entendido, se divorció al cabo de dos meses y no se volvió a casar. Sin embargo, no estaba allí para interesarse por la vida amorosa de su antigua novia, sino para hablar con ella. Y no podría hablar con ella mientras estuviera rodeada de gente.

Por la información que le habían conseguido sus empleados, sabía que Madison usaba una camioneta de cuatro puertas cada vez que iba a Verity. Jake la vio a un par de manzanas de distancia, aparcada delante de la tienda de ultramarinos, y consideró la posibilidad de esperarla allí.

Cuando ella se despidió del último de sus admiradores, un vaquero alto y delgado, él cruzó la calle y apretó el paso. Madison entró en la ferretería y, momentos más tarde, Jake la siguió al interior del establecimiento.

No tardó mucho en localizarla. Estaba en uno de los pasillos, mirando tubos de pintura.

 

 

Madison Milan se puso a buscar el tono ocre que necesitaba para su nuevo proyecto. Solo habían pasado unos segundos cuando vio por el rabillo del ojo que alguien se acercaba por el pasillo y se giró.

Su peor pesadilla se acababa de hacer realidad. Era Jake Calhoun, el motivo por el que había estado a punto de no mudarse al rancho de sus padres. De hecho, durante los tres años que llevaba en él, había hecho todo lo posible por evitarlo; hasta el extremo de que solo iba a Verity a finales de primavera y en otoño.

Pero el encuentro tantas veces temido le molestó menos que sus propios sentimientos. Había imaginado que, cuando por fin se vieran, lo odiaría con toda su alma. Y en lugar de sentir odio, sintió deseo.

Había cambiado mucho. Ya no era el chico de diecinueve años que vivía en sus recuerdos, sino un hombre alto, de hombros anchos y enormemente atractivo.

¿Estaría allí por casualidad? Sospechaba que no, pero respiró hondo e intentó disimular su nerviosismo.

—Hola —dijo él, con una voz más ronca de la que Madison recordaba—. Aunque no estoy seguro de que ese sea el saludo más adecuado después de tantos años.

—Con decir adiós, bastaría. No voy a hablar contigo ni con ninguna otra persona de tu empresa acerca de la posibilidad de perforar en mis tierras. De hecho, no quiero hablar con ningún Calhoun. Fin de la conversación.

Ella hizo ademán de darse la vuelta y él le tocó el hombro. Fue un contacto leve, apenas perceptible, y desde luego insuficiente para detenerla, pero le causó tal escalofrío de placer que se detuvo en seco y se quedó completamente inmóvil, presa de sus bellos y grandes ojos marrones.

—No estoy aquí por las prospecciones.

—Pues espero que no hayas venido a hablar del pasado, porque no me interesa en absoluto —declaró.

—No, tampoco se trata de eso.

Jake la miró súbitamente con dureza y enfado. A Madison le pareció extraño que estuviera enfadado con ella, porque desde su punto de vista, ella era la parte ofendida. ¿Por qué la habría mirado de ese modo?

Fueran cuales fueran sus motivos, borró la pregunta de su mente. No quería pensar en el pasado. Además, Jake habló de nuevo.

—Preferiría hablar en otro sitio, pero… Estoy aquí por un suceso que protagonizaron nuestras familias hace mucho tiempo, y por la antigua leyenda del tesoro enterrado. Pensé que te interesaría tanto como a mí.

Ella arqueó una ceja con escepticismo. Sospechaba que se habría inventado alguna historia para captar su atención y tenderle algún tipo de trampa. Los Calhoun siempre estaban tramando algo para robar a los Milan. Sus familias estaban enfrentadas desde que se asentaron en la zona tras la guerra civil, y dudaba que dejaran de estarlo alguna vez.

—Ni te creo ni confío en ti.

Madison se sintió traicionada por su propia voz, que sonó en un tono muy bajo y poco convincente. Con una simple mirada, Jake había destrozado todas sus defensas.

—Escúchame y toma tu decisión después, Madison. Es algo importante… ¿Qué te parece si lo hablamos en algún sitio donde no nos puedan interrumpir? Te invito a cenar en mi rancho. Aunque, pensándolo mejor, quizá prefieras que vayamos a algún restaurante de Dallas. Basta con un sitio tranquilo que esté en terreno neutral. Es un asunto que también concierne a tu familia.

Justo entonces, se oyó una voz de mujer.

—Hola, Jake…

Jake se dio la vuelta y sonrió a la mujer que se había acercado. Era una antigua amiga del colegio.

—Hola, Becky.

Becky Worthington sonrió de oreja a oreja.

—Me alegro mucho de verte. No sueles venir muy a menudo, ¿verdad?

—Es que paso poco por el rancho —contestó—. Trabajo en Dallas casi todo el tiempo, cuando no estoy de viaje.

—Deberías venir con más frecuencia. A saludar a tus viejos amigos, ya sabes… Yo sigo trabajando en el banco TBC; que, por supuesto, me parece el mejor banco de Verity —comentó con una risita.

—Lo intentaré —dijo Jake.

Becky los miró a los dos y, antes de marcharse, añadió:

—En fin, no os molesto más. Siento haberos interrumpido…

Madison esperó a que Becky desapareciera de la vista. Solo entonces, retomó la conversación que había iniciado él.

—¿Que vaya a cenar contigo? No, no me apetece nada. Ya nos dijimos todo lo que nos teníamos que decir.

—Yo no estaría tan seguro de eso. Creo que este asunto te interesa. Y no pierdes nada. Si me equivoco, me iré y no te volveré a molestar.

Ella sacudió la cabeza.

—No sé qué pretendes, pero seguro que se trata de las prospecciones.

—No te voy a negar que estaría encantado de perforar en tus terrenos, pero es por algo completamente distinto.

—Entonces, cuéntamelo ahora.

—¿Aquí? Ya nos han interrumpido una vez; y, si nos quedamos más tiempo, nos volverán a interrumpir. Sin mencionar que nos podría oír cualquiera y que no sería precisamente conveniente para nosotros —alegó—. Ven a cenar conmigo. No es para tanto. Te llevaré a tu casa cuando te quieras marchar.

—Si tanto te empeñas, cenemos aquí.

—No quiero cenar en Verity. Iremos a Dallas en el avión y buscaremos un restaurante tranquilo, donde no haya nadie que nos conozca. Concédeme esa petición, por favor. Te aseguro que no te arrepentirás.

Madison lo miró fijamente. Por experiencia propia, sabía que los Milan tenían buenos motivos para no confiar en los Calhoun. Y seguía convencida de que Jake solo buscaba la forma de perforar en sus tierras. Pero, de todas formas, había despertado su curiosidad. ¿Qué podía saber que le interesara?

—Muy bien, Jake. Espero que merezca la pena.

—¿Tanto te molesta la perspectiva de cenar conmigo?

—Más que molestarme, me sorprende que quieras cenar conmigo —replicó.

—Esto es bueno para los dos, Madison —afirmó—. En fin, pasaré a recogerte el domingo por la noche, poco antes de las siete. Y créeme… te prometo que ni siquiera mencionaré lo de las perforaciones.

—Sí, ya sé lo que valen tus promesas —ironizó.

Los ojos de Jake brillaron con furia, pero no se detuvo a mirarlos. Le dio la espalda y se alejó, dispuesta a hacer su compra y perderlo de vista.

Pero, al final, se fue sin comprar nada. Prefirió poner tierra de por medio; alejarse de la persona que tanto dolor le había causado y, sobre todo, de la intensa reacción física que le había producido. Seguía siendo el hombre más atractivo del mundo. Un hombre que le aceleraba el corazón.

Súbitamente, quiso volver y cancelar la cena. Su carrera artística había superado todos sus sueños de juventud. Le iba bien y hacía lo que le gustaba. Esa era la razón por la que no había mantenido ninguna relación amorosa especialmente importante desde su breve y desastroso matrimonio. No tenía tiempo para el amor. Y tampoco lo tenía para lo que sentía en ese momento.

Los recuerdos se agolparon en su mente, muy a su pesar. Durante algo más de un año, había rechazado las advertencias de su familia y había depositado toda su confianza en Jake. Pero Jake le había partido el corazón.

Se dirigió a la camioneta tan deprisa como pudo, sin entrar en la tienda de ultramarinos, como era su propósito cuando llegó a la localidad. Quería volver al rancho Doble M, al único lugar del mundo donde estaba segura de que no se lo volvería a encontrar. Ya iría de compras otro día. Ahora, solo quería olvidarse de Jake Calhoun.

***

 

 

Desgraciadamente, los recuerdos no la abandonaron con tanta facilidad.

Como sus familias estaban enfrentadas, Madison había crecido sin dirigir la palabra a ningún Calhoun; pero fue muy consciente de la presencia de Jake desde que llegó al instituto. Aunque él le sacaba tres años, solo estaba dos cursos más adelante porque ella había recibido clases privadas durante su más tierna infancia y, al llegar al colegio, la pusieron en el curso siguiente al que le correspondía por edad.

Aun así, no hablaron nunca hasta que, un día, en una de las fiestas que se organizaban en el gimnasio, se encontraron juntos por casualidad. Fue por un baile típico de la zona, para el que se tenía que hacer dos círculos: uno de chicos por fuera y otro de chicas por dentro. Luego, los círculos se empezaban a mover al son de la música y, cuando esta se detenía, la gente se emparejaba con la persona que tuviera delante.

La suerte quiso que le tocara precisamente Jake. Pero se rebeló contra ella y, tras afirmar en voz alta que jamás bailaría con un Calhoun, eligió al chico que estaba a su lado, y Jake, por su parte, a la chica que estaba junto a Madison.

La siguiente vez que se cruzaron en el instituto, Jake le dio las gracias en voz baja por haber elegido a otra persona y haberle ahorrado a él la necesidad de hacer lo propio.

No volvieron a hablar hasta un año más tarde, aunque Madison se daba cuenta de que la miraba mucho y lamentaba que fuera un Calhoun, porque le gustaba de verdad. Entonces, se hizo animadora del equipo de fútbol y volvió a coincidir con él.

—Hola, estiradilla Milan —le dijo un día.

—Hola, vil Calhoun —replicó.

Para sorpresa de Madison, Jake sonrió y se fue tan contento, sin decir nada más. Pero, al lunes siguiente, le cortó el paso en uno de los pasillos y dijo:

—Hola de nuevo. Espero que no tengas miedo de que alguno de tus hermanos te vea hablando conmigo.

—Ni tengo miedo de mis hermanos ni estoy particularmente interesada en hablar con un Calhoun. Además, tú también tienes hermanos en el instituto.

—¿Y tampoco te asustan tus padres?

—¿Mis padres? No lo sabrían nunca. Él está muy ocupado con su trabajo y ella, con su vida social.

—Ah, sí, tengo entendido que tu padre es juez en Dallas. ¿Viaja a la ciudad todos los días? —preguntó Jake.

—No, qué va. Mis padres viven en Dallas entre semana y se quedan aquí los sábados y los domingos. Ni mis hermanos ni yo quisimos dejar el instituto de Verity, así que nos quedamos al cuidado de nuestros abuelos.

—Entonces, no nos pueden ver juntos ni en Dallas ni aquí… Te propongo una cosa. Espérame después de clase detrás del edificio, junto a los contenedores. Te llevaré a Lubbock y te invitaré a un helado, si no te da miedo estar conmigo.

—¿Por qué querría salir con un Calhoun?

—Yo podría decir lo mismo sobre ti. Eres una Milan —le recordó—. ¿Tanto miedo te da?

—Yo no tengo miedo de nada —afirmó ella—. Pero, ¿seguro que puedes? Creía que tenías entrenamiento…

—Hablaré con el entrenador y le diré que tengo un compromiso en Lubbock. Al fin y al cabo, si aceptas mi invitación, será verdad.

—Entonces, allí estaré.

Madison aún recordaba la emoción de saber que iba a quedar con el chico más excitante del instituto. En aquel momento, pensó que todo lo que sus familiares le habían contado sobre los Calhoun era mentira. Se pusieron de acuerdo con sus dos mejores amigos para que los padres de Madison creyeran que estaba saliendo con Steve Reynolds, alguien contra el que no tenían nada, y los de Jake pensaran que salía con Marilee Wilson.

A partir de entonces, se dedicaron a salir en secreto. Y todo fue bien hasta que Tony, uno de los hermanos de Madison, los vio en Lubbock. Él acabó con la nariz rota y Jake, con un ojo morado. Pero el asunto no quedó así, porque Tony se lo contó a los demás, que reaccionaron según su carácter: Wyatt, intentando razonar con ella; y Nick, recordándole todas las supuestas canalladas de los Calhoun.

Naturalmente, ella despreció las advertencias de sus hermanos. Y el año que estuvo con él fue uno de los mejores de su vida. Sabía bailar, era divertido y besaba muy bien. Hasta se convirtió en su primer amante.

Mientras salían, hicieron planes para casarse en Mississippi tras la ceremonia de graduación en el instituto. El día en que se iban a fugar, ella se puso unos sencillos vaqueros y una camiseta, como si fuera cualquier otro día; pero había escondido una bolsa de viaje que contenía un vestido blanco de seda, un velo, unos zapatos de tacón y un camisón con puntillas.

Sin embargo, las cosas no salieron como había imaginado. Jake desapareció de repente, sin decir una sola palabra; y, a la mañana siguiente, después de haber quemado el vestido de novia y todo lo demás, Madison se subió al coche, condujo hasta el río Rocky y tiró su anillo de compromiso al agua.

Desde entonces, no se habían visto ni una sola vez. Y ahora se presentaba en una tienda e insistía a llevarla a cenar.

Madison sacudió la cabeza e intentó olvidar el asunto y concentrarse en su último encargo, un cuadro para un millonario de Dallas. Pero no dejaba de pensar en él, así que los días siguientes no fueron especialmente productivos.

Por fin, llegó el domingo. Minutos antes de las siete, Madison entró en la biblioteca del rancho porque desde su ventana se veía la parte delantera de la casa. Se había puesto un vestido de color azul oscuro, de cuello en uve, que se ajustaba a su figura y resultaba razonablemente serio a la vez. Y como quería dar una imagen fría, segura y distante, se recogió el cabello con unas horquillas.

Cuando la limusina de Jake se detuvo en el vado, el corazón se le desbocó. Aún no salía de su asombro. No podía creer que hubiera quedado con Jake.