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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 BJ James

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Errores pasados, n.º 1155 - febrero 2015

Título original: The Redemption of Jefferson Cade

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5805-3

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Publicidad

Prólogo

 

 

La naturaleza era su santuario. De niño buscaba el consuelo en ella; de mayor, la paz.

Desde el mirador, entre los árboles, Jefferson Cade observaba su pantanoso edén, una tierra que pocos conocían tan bien como él. La tierra de su corazón, un lugar extraño y de temperamento tan imprevisible como en aquel momento. Mientras esperaba, su humor cambió. El ambiente se volvió sofocante y el día de verano se llenó de humedad.

Lejos de la cabaña, en la orilla del estanque, un pez saltó y asustó a un cervatillo que se disponía a beber. Jefferson sonrió mientras la pequeña criatura se alejaba, pero su sonrisa se esfumó en cuanto divisó a la mujer que se encontraba medio escondida a la sombra de un árbol.

Estaba observando al animal, muy quieta, y él pensó que había cambiado mucho aunque seguía siendo la misma. Cuando llegó de Argentina para vivir allí y estudiar las maravillas de la pintoresca localidad de Belle Terre, solo era una niña a punto de entrar en la adolescencia. Pero ahora, la niña que podía cazar, pescar y montar a caballo tan bien como cualquier chico, se había convertido en una joven preciosa y en su mejor amiga.

–Marissa –dijo Jefferson.

Ella se encontraba lejos y no pudo haberlo oído. Sin embargo, levantó la vista, lo miró y caminó hacia él.

–Marissa Claire –susurró el hombre.

 

 

Media hora de silencio más tarde, Jefferson dejó a un lado su bolígrafo y su libreta. Avanzó y se sentó junto a Marissa en el suelo de la casa, mientras se preguntaba qué problema la habría llevado a él.

La cita había empezado de forma extraña. Después de sonreír y de saludarlo de forma poco efusiva, apenas había hablado. Las palabras nunca habían sido muy necesarias entre ellos, pero en aquel momento su silencio se le hacía insoportable.

Se apoyó en un codo y la miró; estaba tumbada, como si se encontrara durmiendo. Pero conocía bien el lenguaje de su cuerpo y notó su tensión. Desesperado, acarició su cabello y dijo:

–Eh, ¿quieres que vayamos a pescar?

Ella lo miró a regañadientes. Sabía que había llegado el momento de ser sincera, pero no quería hablar.

Jefferson nunca la había visto tan distante. Por otro lado, no era nada habitual que lo llamara a mediodía para pedirle que se encontraran en aquel lugar. Y tampoco era normal que lo saludara de forma tan fría. Era evidente que pasaba algo.

–¿Qué sucede, Marissa? ¿Por qué me has pedido que nos viéramos aquí?

La joven se limitó a encogerse de hombros y él la observó. Estaba ante Marissa Claire Alexandre, Merrie para todos excepto para él, porque consideraba el diminutivo no le hacía justicia.

Había llegado a Belle Terre cuatro años atrás. Su padre la había enviado lejos de su país natal para intentar cambiar su mal carácter, y desde entonces había aprendido modales bajo la atenta guía de Eden Cade. Con el paso del tiempo se había convertido en una perfecta dama, pero sin perder ni su amor por el campo ni su pasión por los caballos.

Al principio, su amistad se había basado en la admiración mutua de sus respectivas habilidades con los caballos. Poco a poco descubrieron que compartían muchas más cosas y se convirtieron en confidentes, hasta el punto de que ella siempre se dirigía a él en los peores y en los mejores momentos.

Pero Marissa solo tenía veintiún años; es decir, ocho años menos que él. Era una diferencia que Jefferson no olvidaba nunca, aunque la preciosa adolescente se hubiera convertido en una preciosa mujer y aunque estuviera locamente enamorado de ella. Intentaba negar lo que sentía y hacía lo posible por convencerse de que, para la joven, él solo era un amigo.

Además, sabía desde el principio que ella no estaría eternamente allí. El plan era que pasaría cinco años en el país de su madre, antes de regresar a Argentina para asumir unas responsabilidades de las que nunca hablaba con nadie y que jamás había explicado. Jefferson había aprendido a vivir con lo inevitable. Por otra parte, el presente era demasiado valioso para desperdiciarlo con la angustia del futuro, y estaba dispuesto a ser solo su amigo si eso era lo único que podía tener.

Acosado por el deseo, dejó su tristeza a un lado y la obligó a mirarlo. Sus ojos oscuros estaban llenos de lágrimas.

–¿Qué sucede, cariño? ¿Puedo hacer algo por ti?

 

 

Marissa lo miró con atención, para guardar en su memoria cada detalle de sus rasgos. Sabía que Jefferson nunca había sido consciente del poder de su sonrisa y de su amabilidad. En todos los años que había durado su amistad, nunca había sospechado que se encontraba atrapada en un dilema. Cuando la animaba a salir con sus compañeros de clase y se burlaba de ella diciendo que si no lo hacía nunca encontraría a su príncipe azul, no sabía que estaba comprometida con un hombre mucho mayor que ella.

No podía romper aquel compromiso. Había encontrado su príncipe azul en una persona que Jefferson ni siquiera imaginaba, pero a pesar de ello estaba dispuesta a actuar conforme a los deseos de su padre. Y al hacerlo, sabía que se le rompería el corazón.

Como siempre, la fortaleza que irradiaba Jefferson le sirvió para sobreponerse. Lo tomó por la muñeca, apretó la mejilla contra su mano y dijo:

–No puedes ayudarme con un día que ya estaba escrito. Sabía que llegaría, pero no sabía que lo haría tan pronto.

–¿De qué día hablas, Marissa?

–Del día de decirnos adiós.

Jefferson se quedó completamente quieto.

–Aún tienes un año más…

–Según el acuerdo se suponía que sí, pero las cosas han cambiado. Me han llamado para que vuelva a casa.

El joven quiso saber a qué acuerdo se refería, pero se limitó a preguntar:

–¿Cuándo?

–Mañana –respondió, entre lágrimas.

Jefferson la atrajo hacia sí y la abrazó.

–No, aún no, es demasiado pronto…

Marissa se apretó contra él y apoyó la cabeza sobre uno de sus hombros. Pensó que atesoraría aquel instante en su interior y que siempre lo recordaría. Pensó que si alguna vez tenía hijos les hablaría de él, de sus aventuras y de su comunión con la naturaleza, pero también de su enorme sensibilidad. Y se preguntó si, al mirarla, no podría descubrir la verdad.

Sin embargo, eso era el futuro y el futuro comenzaba al día siguiente. Hasta entonces aún tenía todo un día por delante para compartirlo por entero con él.

Jefferson puso las manos sobre los hombros de la joven y la apartó. Miró con intensidad sus ojos, su boca, su rostro, y vio lo que hasta entonces no se había permitido ver. Supo lo que se había negado a admitir.

–Oh, Dios… –acertó a decir, arrepentido por haber perdido el tiempo con ella.

Marissa no apartó la mirada. Por primera vez, no quiso hacer nada para ocultar lo que sentía.

–No te vayas, Marissa –continuó él–. Quédate conmigo.

–No puedo. Hay un hombre. Mi padre le debe mucho, y a cambio de lo que le debe, yo acepté comprometerme con él.

–¿Comprometerte? –preguntó, asombrado–. ¿Lo amas? ¿Es que he malinterpretado acaso lo que he visto en tus ojos?

–No, apenas lo conozco. Fue un acuerdo de negocios, nada más. Dijo que querría casarse en el futuro y se decidió que yo me convirtiera en su esposa.

–¿A cambio de qué? –preguntó–. ¿Qué obtienes tú de ese arreglo?

–Nada, Jefferson. Pero gracias a mí, mis padres podrán seguir viviendo como siempre.

¿Quieres decir que te han cambiado por dinero, para mantener su estilo de vida? ¿Tus padres serían capaces de hacer algo así?

–¿Por dinero y por poder? Sí. Además, mi padre estaba desesperado cuando aceptó el trato. La salud de mi madre había empeorado, y de hecho decidimos venir a Belle Terre por ella. Pero es una cuestión de honor y mi padre está ansioso por cancelar su deuda.

–¿Honor? –preguntó, disgustado.

Jefferson no podía creer lo que acababa de contarle.

–Los matrimonios de conveniencia no son tan extraños entre familias ricas. Mis padres están acostumbrados a vivir por todo lo alto y hay cosas que para ellos son normales. Creen que han hecho lo mejor por la familia. Pero me rebelaría contra ello si no fuera porque la enfermedad de mi madre ha empeorado.

Jefferson suspiró y la acarició.

–Entonces, dime cómo puedo ayudarte ahora.

Marissa besó su mano.

–Haz el amor conmigo.

Jefferson estaba deseándolo, pero a pesar de ello, se negó.

–No, no sabes lo que estás diciendo. No has considerado las repercusiones.

–Te equivocas. Sé exactamente lo que estoy diciendo y he considerado todos los puntos de vista. Estoy obligada a marcharme por mi familia. Pero lo que te he propuesto quiero hacerlo por mí –declaró, mientras admiraba sus duras pero apasionadas manos–. ¿Qué mal puede haber en aprender el amor de un hombre a quien le importo? ¿Qué mal hay en desearte, Jefferson? Ninguno. Los dos lo sabemos.

–Pero…

–No –lo interrumpió–, no me digas que no sé lo que quiero, lo que necesito. Solo estoy pidiéndote que hagamos el amor, nada más. Necesito sentir tus manos en mi cuerpo, solo tus manos. No puedo cambiar mi destino, pero podré sobrevivir si al menos tengo eso para recordarte. Te ruego que durante un rato te comportes como si me amaras, no como un amigo.

–No.

Jefferson se levantó y se apartó. Con su negativa solo pretendía decir que no estaría fingiendo si hacía el amor con ella, pero Marissa no la entendió de ese modo. Quería decirle muchas cosas y no podía pensar. Solo podía amarla.

–Marissa… Toma mi mano. Pero solo si realmente me deseas. Solo si estás completamente segura.

Los ojos de la joven brillaron con esperanza.

–Lo estoy, Jefferson. Nunca había estado tan segura de nada.

Mientras la abrazaba, el joven supo que debían tener cuidado, pero su sentido común había desaparecido. La desvistió, poco a poco, haciendo de cada gesto un acto exquisito de seducción. Y cuando por fin se quedó desnuda, con el cabello suelto, descubrió que era aún más bella y más deseable de lo que había soñado.

Se desnudó a su vez y besó sus manos.

–No tengas miedo, Marissa.

Jefferson se inclinó sobre ella y la besó, mientras sus manos descendían por el cuello de la joven, hacia sus senos.

–No temas –repitió.

–Nunca tendría miedo contigo, Jefferson –susurró–. Nunca.

Jefferson no era precisamente inocente. Sabía cómo seducir, cómo excitar, cuándo debía besarla y cuándo lamerla, y consiguió volverla loca de deseo antes de mostrarle toda la pasión que albergaba en su interior.

Hasta entonces, las experiencias sexuales del joven habían sido menos intensas, más superficiales. Pero aquello era distinto. Quería que fuera un sueño, algo que ambos pudieran recordar y que Marissa se pudiera llevar consigo a su nueva vida. Ya no había pasado, ni futuro. Solo eran una mujer y un hombre a punto de entrar en un mundo que no podrían volver a pisar juntos.

–Hasta la creación de un recuerdo tan bello puede resultar doloroso, Marissa. Pero solo una vez –dijo, en un susurro–. Solo una vez.

Marissa dejó escapar un grito cuando por fin lo sintió en su interior, pero el grito se transformó enseguida en un suspiro de bienvenida.

 

 

En circunstancias normales, el sonido del agua no lo habría despertado; pero en aquella ocasión lo hizo. Se giró e intentó tocar a Marissa, pero se había marchado. En su lugar solo estaba el pañuelo que llevaba en el pelo

Se levantó con intención de encontrarla, pero entonces oyó su voz desde el borde del lago:

–No, no vengas, Jefferson. No creo que pueda marcharme si te acercas a mí.

–Marissa, no te marches –rogó él.

La joven no dijo nada. Se limitó a arrojar una piedra al agua y esperó unos segundos más antes de hablar.

–Este día y este lugar han sido mágicos para mí, así que haremos como si el lago también fuera mágico. He pedido dos deseos.

–¿Qué deseos, Marissa?

–En primer lugar, he deseado que no me olvides –respondió, con una sonrisa triste.

–¿Y el segundo?

–El segundo es un imposible.

–Tal vez no lo sea, cariño.

–Lo es. Por mucho que lo desee, ¿cómo conseguiré que nos volvamos a ver?

Jefferson se sintió como si le hubieran clavado un puñal en el corazón.

–Los lagos mágicos conceden tres deseos. ¿No vas a pedir uno mas? –preguntó.

–Tienes razón, lo haré –respondió, mientras recogía otra piedra para tirarla.

–¿Y cuál será?

–Esta vez no te lo diré.

Marissa arrojó la piedra al lago y se despidió de él.

–Adiós, Jefferson Cade. No te olvidaré nunca. Jamás olvidaré este día.

–Marissa… Si alguna vez me necesitas, iré a buscarte.

–Lo sé.

La joven se alejó entonces. Él quiso seguirla e insistir para que se quedara, pero permaneció allí, en silencio, observándola. Cuando llegó a la orilla más alejada del lago, Marissa se volvió y lo saludó con la mano. Justo entonces, la tormenta que estaban esperando se desató sobre el lugar, con rayos y truenos. Y cuando se hizo el silencio, el camino estaba desierto. Marissa se había marchado para siempre.

 

 

Estaba lloviendo cuando Jefferson se detuvo en el borde del claro. Miró hacia el lugar donde había hecho el amor con Marissa Claire Alexandre y se dijo que lo recordaría eternamente.

La lluvia había comenzado a caer con más fuerza, y las gotas golpeaban la superficie del lago como si fueran piedras.

–Al menos, uno de tus deseos se cumplirá, Marissa.

Un rayo iluminó el cielo y poco después oyó el trueno. Pero la lluvia se detuvo de repente, de forma tan brusca como había empezado, y todo se llenó de neblina.

–No te olvidaré –dijo.

Y mientras se alejaba, supo que aquel lugar ya no volvería a ser el mismo para él.