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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Melissa Martinez McClone

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Besos fingidos, n.º 2042 - mayo 2015

Título original: The Billionaire’s Nanny

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6350-7

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Miauuuuuuu!

El lastimero maullido de la gata le puso a Emma Markwell los nervios de punta. Se limpió las pegajosas manos sobre la falda gris y bajó la mirada para observar el transportín, que estaba sobre el suelo del pequeño aeropuerto de Hillsboro, en Oregón.

—Sé que no quieres estar aquí. Yo tampoco, pero nos iremos muy pronto a Haley’s Bay.

Blossom, la gata, bufó. El sonido se hizo eco por toda la sala de espera.

Emma estaba empapada de sudor. Si no tenía cuidado, la ansiedad podría provocarle que empezara a sudar copiosamente antes de montarse en el avión privado, lo que sería un desastre. Aunque solo fuera a ser su jefe durante cinco días, quería presentarse ante Atticus Jackson Cole con un aspecto profesional, con la imagen de una perfecta asistente personal, y no cubierta de sudor. ¿Qué pasaba por que hiciera cinco años, dos meses y diecisiete días que no se había montado en un avión? El vuelo a la ciudad natal de AJ, en Washington, sería muy corto. Tendría el tiempo justo para recuperar la compostura. Y Blossom también. Emma se asomó a la reja del transportín.

El pelaje rubio del trasero de la gata de ocho años la saludó desde el otro lado. La pobre estaba temblando. Sintió lástima por ella. Resultaba difícil ajustarse a un nuevo ambiente cuando se estaba sola en el mundo. Emma sabía muy bien lo que significaba ser adoptada y había aprendido a adaptarse, al contrario que aquella asustada felina.

Extendió la mano hacia la portezuela del transportín. Dieciséis años sin familia y seis años como niñera la convertían en una cuidadora muy experta.

—Eh, no te preocupes. No permitiré que te ocurra nada. Te lo prometo.

La gata respondió con un aullido parecido al de una poseída. Tres hombres que iban ataviados con elegantes trajes se volvieron para mirarlas. Una mujer apretó los labios y entornó la mirada.

—Tal vez no estés de acuerdo, pero viajar conmigo es la mejor opción que tienes en estos momentos. De otro modo, estarías en una jaula de metal en una consulta veterinaria mientras reparan la protectora. Cuando nacen muchos gatos, las casas de acogida están llenas de gatitos. He llamado a todas para ver si te podían acoger.

No podía nadie, y mucho menos al avisar con tan poca antelación. Eso había supuesto que Blossom tuviera que marcharse con Emma.

Un guardia de seguridad pasó delante de ella. Al notar la cercanía de un extraño, Blossom empezó a bufar.

—Estúpido gato —dijo el guardia mientras se marchaba. Tenía una mirada de desaprobación en el rostro.

—Deja de comportarte como una diva enfadada —le dijo Emma a la gata. Nadie quiere una gata tan antipática y no creo que tú quieras pasarte el resto de tu vida en el refugio. Estar en una casa, con una familia que te quiere, sería mucho mejor para ti.

La propia Emma soñaba con una casa y una familia propias, para poder dejar de ser la empleada que jamás encajaba del todo en ningún lugar. Esperaba que algún día…

El tono de llamada que tenía asignado a Libby Hansen comenzó a sonar en su teléfono móvil. Emma contestó inmediatamente, ansiosa por hablar con su mejor amiga, que se recuperaba en un hospital de Nueva York.

—¿Cómo estás?

—Podría estar mejor…

—¿Has tenido complicaciones con tu apendicitis?

—Ojalá —susurró Libby—. Hoy ha hecho la ronda un médico que estaba como un queso. Ni siquiera me ha mirado a la cara. Lo único que le importaba era leer mi informe.

Emma soltó el aliento que llevaba unos segundos conteniendo.

—Se quedó sin palabras por tu belleza.

—Parezco un zombi. Bueno, ya basta de hablar sobre mí. Ya estás en el aeropuerto, ¿no?

—Sí. Estoy aquí, con Blossom.

Libby y sus padres fueron la última familia de acogida que tuvo Emma, lo más cercano que tenía a unos parientes. Para que su amiga pudiera tener el tiempo que necesitaba para recuperarse, era capaz de reemplazarla en su trabajo como asistente personal e incluso volar.

—Atticus no ha llegado todavía —añadió.

Libby contuvo el aliento.

—No te atrevas a llamarle así a AJ.

Emma no conocía al jefe de Libby, pero aquel diminutivo encajaba perfectamente con las fotografías que había visto de él. Con su más de metro ochenta y con barba, parecía más bien un guerrero de antaño que un genio de los ordenadores que se había convertido en millonario. Libby decía que su jefe era guapísimo. Tal vez lo fuera, pero a Emma no le habían gustado nunca los hombres altos, morenos, peligrosos y con vello facial.

—Tú lo llamas Atila.

—Solo cuando estoy cansada o tengo demasiado trabajo.

—Entonces, ¿cuántos días no lo llamas así? ¿Dos al mes?

—Ja, ja. AJ es un buen jefe y me paga muy bien.

—Un buen jefe no te despierta de madrugada para que le encargues unas flores para su amante del día ni te hace pasar el día de Navidad en un avión en vez de con tu familia. Ni antepone su entrevista con la CNBC a tus dolores abdominales. Todo el dinero que te paga no te vale de nada si estás muerta.

—Eh, te recuerdo que sigo viva.

No gracias al señor Atticus Jackson Cole. Todo lo ocurrido con Libby hasta que la operaron de apendicitis enfadaba profundamente a Emma.

—Doy gracias que así sea.

—Y yo doy gracias por que me sustituyas a pesar de habértelo pedido con tan poca antelación. ¿Te has tomado un chupito de tequila?

—Aún es por la mañana.

—¿Te acuerdas de lo que ocurrió cuando volamos a México?

—Claro que me acuerdo.

Unas vacaciones en las que volaron a Puerto Vallarta habían estado a punto de convertirse en un viaje sin retorno.

—Sin embargo, el viaje de vuelta lo hice muy bien. Me emborrachaste tanto que me desmayé antes de que el avión despegara.

—Lo hice a propósito y mi plan funcionó. No vomitaste. Tómate un chupito. Es como si fuera una medicina. Tienes que tranquilizarte antes del vuelo.

—Mis nervios están perfectamente…

—Pues tu voz no lo parece…

—Es la línea telefónica.

—Eso espero, porque el avión de AJ acaba de aterrizar.

—¿Y cómo lo sabes?

—Se me paga para que sepa estas cosas, pero no te preocupes. La mayor parte de tu trabajo consistirá en preparar una fiesta. Sin embargo, tal vez tengas que recordarle a AJ que está de vacaciones.

El tono de voz de Libby le hizo sentir a Emma que cuidar de una docena de niños podría resultar más fácil que trabajar para un millonario mientras él trataba de relajarse en un viaje a su ciudad natal.

—No me puedo creer que vaya a hacer tu trabajo…

—Eres perfecta. Te has enfrentado a adolescentes con comportamientos horribles, niños de guardería que se pasan el día con pataletas… Puedes ocuparte de cualquier cosa, incluso de AJ.

—De eso no estoy tan segura. En realidad, no veo por qué un millonario soltero y sin hijos me necesita.

—AJ te necesita —afirmó Libby—. No dejes que su personalidad pueda contigo. Los millonarios no son tan diferentes de los niños, a excepción de que saben cómo utilizar los cubiertos con buenos modales. Y esto solo algunas veces. Confía en mí. Necesitan consejo y supervisión.

—Cualquiera diría que es incapaz de organizar la fiesta de cumpleaños de su abuela.

—AJ ni siquiera hace sus propias reservas para cenar. Organizarle una soirée a su abuela es algo completamente inalcanzable para él.

—Eso de soirée suena mucho mejor que fiesta.

—Es cuestión de semántica. Deja de preocuparte. Les organizaste una fiesta espectacular a las gemelas.

Abbie y Annie. Las preciosas gemelas de seis años a las que Emma había cuidado el año anterior.

Trey Lundberg, su guapo padre, que era tan perfecto como un padre podría llegar a ser…

Emma sintió una presión en el pecho. Había dejado de trabajar para Trey hacía tres meses. Él le había dejado claro el interés que sentía hacia ella y le había sugerido que salieran sin las niñas. Todo lo que Emma deseaba, una familia propia, una casa, había estado a su alcance. Sin embargo, algo había fallado. La idea de una familia ya formada le atraía, pero Trey aún se estaba recuperando de la pérdida de su esposa. Los sentimientos que pudiera tener hacia Emma no podían ser reales, y mucho menos cuando había pasado tan poco tiempo desde el fallecimiento de la madre de sus hijos. Cuanto más pensaba Emma en hacer realidad sus sueños con Trey, peor le parecía. Por lo tanto, había renunciado a su trabajo.

Se cambió el teléfono a la otra oreja.

—Lo de las gemelas fue muy fácil. Eran muy pequeñas.

—Y la abuela de AJ también lo es. Prácticamente no llega al metro y medio de estatura, por lo que he oído.

—Libby… —suspiró Emma.

—¿Qué? Tienes todas las habilidades necesarias para hacer mi trabajo. Yo jamás podría hacer el tuyo por lo del factor asco.

Era cierto. Libby era una persona muy escrupulosa. A Emma, por el contrario, no le importaban las guarrerías que pudieran hacer los niños, como tampoco sonar los mocos ni limpiar bocas ni cambiar las sábanas que se mojaban por las noches.

Al recordar a las gemelas, se le formó un nudo en la garganta. No se lamentaba. No podía trabajar para los Lundberg cuando ella no sentía por Trey lo mismo que él por ella. Le ayudó a encontrar a su sustituta y la preparó para ocupar su puesto…

Se le escapó de los labios un suspiro inesperado. Quería encontrar a ese alguien especial que se ocupara de ella del mismo modo que ella se ocupaba de todos los demás. Lamentablemente, los finales felices solo ocurren en los libros de cuentos y no en la vida real.

Emma se aclaró la garganta.

—Lo del factor asco no está tan mal y hay muchas cosas muy divertidas. Por ejemplo en el parque…

Menos en los columpios. Emma odiaba los columpios.

—Te creo —dijo Libby.

De repente, el nombre de Emma resonó por la megafonía del aeropuerto. Los músculos de su cuerpo se tensaron y se le hizo un nudo en el estómago con una mezcla de nerviosismo y preocupación. Entonces, suspiró.

—Ha llegado la hora de marcharse —anunció.

—Buena suerte, aunque no la necesitas.

—Gracias…

—Que tengas un buen vuelo.

Emma cortó la llamada y se guardó el teléfono en el bolso. Le temblaba la mano. Se colocó el bolso sobre el hombro y se agachó para recoger el transportín.

—Allá vamos, Blossom.

El gruñido de la gata sonó como una mezcla de gemido, bufido y silbido. ¿Sería ese sonido un mal augurio de lo que le esperaba? Emma deseaba que no.

 

 

El avión aterrizó sobre la pista del aeropuerto de Hillsboro. AJ solo se percató de que habían aterrizado por un ligero movimiento de su tableta. No era de extrañar. Solo contrataba a los mejores pilotos. Sin embargo, lo que sí le preocupaba era la desconocida con una gata que iba a ser su asistente personal durante los próximos cinco días. Se frotó la barbilla.

«Emma es mi mejor amiga. Es inteligente y concienzuda. Muy trabajadora. A pesar de que no le gusta volar, tienes que confiar en mí. Es la persona perfecta, la única persona capaz de ocupar mi lugar mientras tú estés en Haley’s Bay».

Libby llevaba dos años siendo su asistente personal. AJ no tenía razón alguna para dudar de ella. De hecho, confiar en su recomendación tenía más sentido que contratar a alguien durante unos días o apartar a una de sus empleadas de sus obligaciones habituales. Una niñera debería ser capaz de seguir sus órdenes, de entretener a los niños de su hermano Ellis en la fiesta de cumpleaños de su abuela y, sobre todo, de tratar con la familia de AJ. A él no le gustaban mucho los gatos, pero esperaba que el felino fuera una distracción. Cuanta más atención le dedicara su familia a la gata, menos le prestarían a él. Aparentemente, era una situación en la que todos salían ganando. Principalmente él.

Su padre no diría mucho, a menos que la madre le obligara a hablar. Él jamás le perdonaría a AJ que hubiera dejado Haley’s Bay y el negocio familiar después de graduarse en la universidad. El hecho de que hubiera abandonado la empresa pesquera durante la crisis económica había provocado que su padre sintiera aún más resentimiento hacia AJ.

¿Qué podía haber hecho? Jamás se disculparía con su padre ni con nadie de su familia por haber elegido ganar millones de dólares con un ordenador en vez de romperse la espalda remando en un barco. AJ no se lamentaba de nada. Dudaba que su padre pudiera decir lo mismo, es decir, si decidiera alguna vez volver a hablar con su hijo mayor.

AJ no estaba seguro de cómo reaccionarían sus hermanos al verle de vuelta en casa. Solo Grady, el menor de todos, se había mantenido en contacto con él. Afortunadamente, AJ no tenía que preocuparse de los miembros femeninos de la familia Cole. Las mujeres lo recibirían con los brazos abiertos. Su abuela, su madre y sus dos hermanas mantenían contacto regularmente con él de todas las maneras posibles.

De repente, comenzó a sonar una alarma. El sonido llenó la cabina y le hizo mirar su tableta. Un mensaje iluminaba la pantalla. Conferencia: Departamento de marketing. Libby debía de haberlo programado cuando se despidió de ella en el hospital. Era tan competente… Completamente vital para que su vida transcurriera sin sobresaltos.

Ojalá Libby estuviera a su lado… Maldita apendicitis. Le ocurrió en Nueva York. AJ no se podía creer que hubiera ocultado su estado durante tanto tiempo, hasta que estuvo a punto de ser demasiado tarde. Una tontería, pero una tontería que había realizado por lealtad hacia él. Libby sabía lo mucho que él dependía de ella… o lo había sabido hasta que lo dejó a cargo de una niñera de Pórtland.

Si AJ no hubiera sabido que era imposible, habría pensado que su padre había planeado todo aquello. Sin embargo, ni el hecho de tener a su asistente en el hospital ni una niñera con una gata le impediría a AJ mostrarle a su familia lo lejos que había llegado. Nada iba a impedirle realizar un regreso triunfante a Haley’s Bay. Absolutamente nada.

 

 

Emma salió de la terminal. El sol de agosto brillaba con fuerza en el cielo. Volar resultaba más seguro con buen tiempo, ¿no? Sin embargo, el rugido de los motores anclaba sus pies al suelo como si fueran bloques de hormigón.

«Por Libby». Con gran esfuerzo, Emma cruzó la pista para llegar al avión. El corazón le latía con fuerza en el pecho.

«Por Libby». Agarró la barandilla de la escalerilla. Las piernas le temblaban tanto que tuvo miedo de tropezarse y caer. Se obligó a subir.

«Por Libby». Entró en el avión. El vello se le puso de punta por debajo del jersey.

El aire acondicionado le refrescó la piel. El interior del avión rezumbaba comodidad y tranquilidad. La gruesa moqueta y las cómodas butacas evocaban un ambiente que estaba a años luz del que reinaba en un 737 lleno a rebosar, sin espacio para estirar las piernas. Aquella vez, podría ser diferente.

—Bienvenida a bordo, señorita Markwell —le dijo una mujer muy atractiva—. Me llamo Camille. Soy la azafata.

—Hola, me llamo Emma. ¿Tengo que dejar esto en algún sitio? —preguntó mientras levantaba ligeramente el transportín.

—Tengo el lugar perfecto —respondió Camille agarrando el transportín—. ¿Cómo se llama tu gato?

—Es gata, y no es mía. La tengo acogida. Es una larga historia, pero se llama Blossom. Muchas gracias.

Camille se asomó al interior del transportín.

—Hola, Blossom.

El gruñido de la gata, gutural y profundo, resultó completamente aterrador. Camille bajó rápidamente el transportín. La sonrisa se le había helado en los labios y se alejó el transportín del cuerpo como si contuviera material radioactivo. Entonces, le indicó a Emma que girara a su izquierda.

—AJ está en la cabina.

—Gracias.

Emma pasó junto a dos butacas que miraban hacia delante. Cada una de ellas iba equipada con una pantalla de televisión y un mando de juegos. La siguiente fila, miraba hacia atrás. Alguien con un espeso cabello marrón oscuro ocupaba el que quedaba a la izquierda de Emma.

Atila. Atticus. AJ. Tenía que ser él. Dio un paso al frente.

El hombre de cabello castaño estaba sentado con una tableta sobre la mesita que había delante de él. Sobre la pantalla, aparecían otros tres o cuatro rostros. Una mujer hablaba sobre el proceso de realización y construcción de una marca.

Emma apartó la mirada de la tableta para observar al que, durante unos días, iba a ser su jefe. Increíble… Más de un metro ochenta de belleza masculina. Una belleza masculina sin barba.

Ella parpadeó y volvió a mirarlo. Seguía siendo muy guapo. Y no cabía la menor duda de que era AJ. Reconoció los intensos ojos verdes que había visto en las fotografías.

«Madre mía…». Libby decía que su jefe era un caramelito para los ojos, pero tras verlo a Emma le parecía que, más bien, era una caja entera de bombones. Apetitosos y deliciosos.

La chaqueta del traje, perfectamente confeccionado a medida, acentuaba unos hombros fuertes y amplios. El cabello, castaño y revuelto, se le rizaba ligeramente en las puntas y acariciaba suavemente el impecable cuello de la camisa blanca. Tenía unos rasgos muy masculinos que encajaban entre ellos a la perfección y que aceleraban irremisiblemente el corazón de Emma.

Por fin, la mirada de él se cruzó con la suya. Emma sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Deseó que él no se hubiera afeitado la barba para no encontrarle tan atractivo. No obstante, podría ser que la atracción hubiera existido de todos modos. Una fotografía no podía capturar la esencia de la versión viviente y real de un hombre.

Con un dedo, le indicó la butaca que quedaba frente a la de él, al otro lado de la pequeña mesita.

Emma se retiró el bolso del hombro y se sentó. Trató de distraerse mirando a su alrededor para no escuchar la conversación. Sin embargo, el volumen de esta fue subiendo. Las voces se solapaban unas con otras. No se trataba de una conversación, sino de una discusión.

Sin poder evitarlo, Emma miró el rostro de AJ. Maravilloso. Se centró en la boca, en sus labios. Seguramente besaba muy bien…

¿Qué demonios estaba haciendo? AJ no era solo su jefe, sino que también era el de Libby.

Sin saber qué hacer, se miró el regazo y se dio cuenta de que no se había abrochado el cinturón de seguridad. Lo hizo inmediatamente y tiró de la cinta todo lo que pudo, como si la presión pudiera sacarle aquellos pensamientos de la cabeza antes de avergonzarse ella misma y hacerlo también con Libby.

¿Y qué si AJ Cole en persona era más atractivo que en fotografía? Era su jefe, no un hombre cualquiera con el que pudiera flirtear en un café y luego marcharse sin mirar atrás. Además, no era su tipo. Ella prefería un hombre de familia, no un hombre que, según Libby, llevaba diez años sin visitar a sus parientes.

—Hasta el lunes —dijo él, sacándola de sus pensamientos. Con eso, metió la tableta en el bolsillo lateral del asiento—. Emma Markwell…

Su profunda voz fluyó por las venas de Emma como si fuera una dulce miel. Ella sintió que estaba a punto de deshacerse en el asiento.

—Hola, señor Cole. Encantada de conocerle.

Él la miró de arriba abajo, como si ella fuera un código informático que acabara de irrumpir en su programa. Aquel era la clase de hombre que había esperado, a excepción del hermoso rostro y del impresionante físico.

—Libby me ha dicho que eres una especie de Mary Poppins, capaz de ocuparte de la casa, del hogar y de los niños.