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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Karen Rose Smith

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En un mundo aparte, n.º 1710 - diciembre 2015

Título original: The Marriage Clause

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7318-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

POR QUÉ su padre le habría hecho algo así?

Clay McCormick aparcó su coche junto a la entrada y cerró con un portazo. Las hojas de los álamos y abedules cubrían el suelo, y por las ramas saltaban algunas ardillas. En octubre la escarcha y la nieve todavía eran escasas. A Clay le encantaban los inviernos tanto como el resto del año en Alaska. Se había visto obligado a marcharse de niño, pero había regresado siendo un adolescente, y estaba decidido a no vivir en otra parte.

La brisa helada sacudió sus cabellos marrones mientras levantaba la cabeza y contemplaba la casa de tres pisos. Cuando su padre cumplió los sesenta, los dos invirtieron en ese refugio campestre. John McCormick se encargó de los negocios y Clay del servicio de vuelo.

Y en esos momentos de su vida podía perderlo todo...

A menos que se casase.

Clay se había prometido que, al igual que su padre, pasaría el resto de su vida solo. Para él era mucho mejor surcar los cielos del último territorio de Estados Unidos que entregar su corazón a una mujer.

Su padre necesitaba a una mujer con espíritu aventurero, pero los largos inviernos y la soledad hicieron que la madre de Clay empezara a beber y terminara marchándose, llevándose a su hijo con ella. A Clay no le gustó abandonar su querido hogar, pero tampoco aprendió de los errores de su padre, y su propio matrimonio duró menos de un año.

Entonces, ¿por qué demonios John McCormick le había impuesto a Clay que se casara, como condición para recibir la herencia? Desde el divorcio no había tenido muchas citas, y la única mujer que llamó su atención ya estaba comprometida.

Abrió la pesada puerta de madera y pasó al interior. La planta baja constaba de un comedor, una gran sala de estar y un despacho. Cuando estaba pasando junto a la gran escalera oyó una dulce y melodiosa voz que provenía de la segunda planta.

–Llame a la oficina si necesita algo, señor Habersham. La cena es a las seis.

Antes de que Clay pudiera dar un paso, Gina Foster descendió por las escaleras con su fuerza y elegancia habitual. John McCormick la había contratado para que se encargara del refugio, y Clay no había estado de acuerdo con la elección de su padre. No por aquellos hermosos ojos azules ni por los oscuros rizos que enmarcaban su rostro con forma de corazón, sino por su inexperiencia y juventud, y también por su inocencia. Aunque tenía que reconocer que Gina había cumplido con su trabajo a la perfección.

–¿Qué ocurre? –le preguntó ella al llegar junto a él–. ¿No ha ido bien la reunión con el abogado de tu padre?

–No vas a creer lo que mi padre ha puesto en el testamento.

–¿No es lo que te esperabas? –Gina tuvo que levantar la cabeza para mirarlo a los ojos.

La suavidad de su voz, y el vestido azul de pana que se ceñía a las curvas de su cuerpo, desde los pechos hasta los pantorrillas, lo distrajo por un instante.

–No me esperaba algo semejante –dijo él, con una ira que superaba la tristeza que lo había acompañado desde la muerte de su padre, dos semanas atrás–. Si no lo conociera tan bien, pensaría que se volvió loco al escribir su testamento.

–Tu padre se mantuvo en su sano juicio hasta el último momento –dijo ella acercándose.

–Lo sé. Por eso me parece esto una locura. Vamos a la oficina. Tienes que saberlo todo, ya que también te afecta a ti.

Los dos se sentaron en el sofá de la oficina. Sus brazos casi se rozaban, y Clay se sintió embriagado de deseo al aspirar al aroma de Gina. No sabía si era perfume o champú, y no paraba de repetirse que sus cabellos no podían ser tan suaves como parecían.

–El caso es que tengo que casarme en un plazo inferior a tres meses y permanecer casado durante un año si quiero recibir la herencia. De lo contrario perderé la casa y el servicio de vuelo; todo se venderá y el dinero será donado a una fundación ecologista.

–¡Oh, Clay! –Gina estaba tan horrorizada como él.

Clay llevaba luchando contra la atracción que sentía por Gina desde que la contrataron. Se puso en pie para mantener las distancias y se acercó a la ventana. Se quedó contemplando la inmensa extensión de terreno que pronto estaría cubierta de nieve. El refugio estaba situado a media hora de Fairbanks, en uno de los parajes más bonitos de la Tierra. Cerca de allí, semioculta entre los abetos, se levantaba la casa que Clay había construido el año anterior. Ahora también podía perderla.

De ningún modo...

–Clay, ¿estás seguro de que no se trata de un error? –le preguntó Gina–. El señor McCormick no puede haberte hecho algo así. No era esa clase de hombre. Él te quería.

Su padre había querido que lo llamase por su nombre de pila, pero para Gina él siempre fue el señor McCormick, hasta que le apretó la mano y le dio su último adiós. Clay estuvo presente en ese momento, y sintió que algo lo unía a Gina; algo que iba más allá de la mera relación profesional. Acabó atribuyéndolo al dolor por la muerte de su padre.

–El testamento está muy claro, Gina –dijo apartándose de la ventana–. Por eso no puedo entenderlo.

El sonido del teléfono interrumpió la conversación. Clay fue hasta la mesa y descolgó el auricular, esperando que fuera el abogado para decirle que había un error.

–Clay, soy Greg. Gracias a Dios que te encuentro. Te he dejado un mensaje en el buzón de voz. También he llamado al hangar...

Greg Savard había sido amigo de Clay desde la infancia. Mientras Clay se dedicaba a prepararse para piloto, Greg se fue a estudiar Medicina a Washington. Luego regresó y abrió una consulta en Fairbanks. Puso un anuncio solicitando a una recepcionista, y así conoció a Mary Lou. Acabó siendo padre de tres hijos, y un hombre muy afortunado.

–¿Qué ocurre? –le preguntó Clay. Había algo extraño en el tono de voz de su amigo.

–Es Tanner. Ha tenido una pelea en el colegio, y Mary Lou lo encerró en casa. Pero se ha escapado y ha desaparecido –se le rasgó la voz–. Los vecinos y yo hemos estado buscándolo durante una hora. Nadie lo ha visto.

Tanner, de nueve años, era el hijo mayor de Greg. Clay sabía lo que le estaba pidiendo. Buscar a un niño desde el aire no era fácil, pero había que intentarlo.

–Llamaré a David y le diré que prepare la avioneta. Saldremos lo antes posible. Llámame al móvil si averiguas algo.

–Gracias, Clay.

–Lo encontraremos –dijo antes de colgar, rezando por que sus palabras fueran ciertas.

–¿Era el doctor Savard? –preguntó Gina. Conocía a Greg de las veces que había visitado al padre de Clay.

–Tanner se ha vuelto loco y se ha escapado. Solo tiene nueve años y sus padres están aterrorizados.

–¿Puedo hacer algo?

Clay pensó durante unos segundos.

–Mary Lou no tiene familia aquí. ¿Te importaría ir a ayudarla en casa?

–Aquí todo está bajo control –dijo ella asintiendo–. Solo tenemos tres huéspedes para cenar. Joanie puede encargarse de todo. Seguro que no le importará.

–De acuerdo. Explícale lo ocurrido. Y rápido. No hay tiempo que perder.

Gina asintió y salió corriendo del despacho. Los negros rizos meciéndose sobre el vestido y el movimiento de sus caderas dejaron a Clay con la garganta seca.

La bonita encargada del refugio tenía veintitrés años y había vivido en San Francisco hasta que se mudó a Alaska. Al principio Clay pensó que no duraría mucho. Había ido a aquellas tierras en busca de emocionantes aventuras, pero esa clase de mujer se cansaba de las noches de veinte horas y de las temperaturas que llegaban hasta los cuarenta bajo cero.

Sin embargo, cada vez que Clay la veía su deseo se hacía más y más fuerte.

Apretó la mandíbula cuando pensó otra vez en la voluntad de su padre.

 

 

Sentada a su lado en el coche, Gina sintió la tensión de Clay y su ansiedad por estar cuanto antes en el avión. En los últimos seis meses había aprendido mucho sobre él, y no precisamente por el tiempo que habían pasado juntos, que no había sido mucho. Pero las circunstancias difíciles sacaban lo mejor y lo peor de cada uno.

Cuando John McCormick la contrató, Gina pudo ver cuánto se preocupaba Clay por el precario estado de salud de su padre. Le explicó que su padre contaba con ella para hacerse cargo del negocio y le preguntó si tenía la suficiente experiencia para hacerlo. Gina no estaba segura de que así fuera, ya que su propio padre no le había enseñado mucho de la vida, pero le respondió que lo haría lo mejor que pudiese, y a Clay le pareció bien.

Durante los meses siguientes vio a Clay cuidando a su padre e intentando convencerlo para que fuera a Seattle por un tratamiento más eficaz. Pero John McCormick no estaba dispuesto a irse de Fairbanks. Dijo que viviría el tiempo que le quedaba haciendo lo que pudiera, y su hijo tuvo que aceptarlo con resignación. Gina pudo sentir la frustración de Clay. Era un piloto acostumbrado a controlar su destino, y no había contado con la pérdida de su padre. Contrató a una enfermera para que lo cuidase durante el día, y de noche se encargaba él mismo. No había duda de que se tomaba muy a pecho los desafíos.

No como ella. Gina había escapado de San Francisco, de su padre, y de una boda no deseada. Si Clay se enteraba de eso, jamás la respetaría. Pensaría que no era más que una cobarde.

¿Lo seguía siendo?

No estaba segura. Lo que sí sabía era que se sentía atraída por el hombre que estaba sentado a su lado... Pero ese hombre estaba fuera de su alcance.

–¿Estás seguro de que tus amigos no me verán como a una intrusa? –le preguntó ella–. Seguro que la madre del niño está muy preocupada y...

–Mary Lou está muy preocupada, pero es una mujer fuerte. La he llamado y le he preguntado si le hacía falta tu ayuda. Se ha mostrado muy agradecida, porque tiene que atender a dos grupos de búsqueda. Puedes echarle una mano para preparar café, por ejemplo. No tengo tiempo para entrar contigo. ¿Estás convencida?

La miró como esperando una resolución igual a la que había mostrado llevando el refugio. Gina siempre se sentía tímida a su lado, como si fuera más joven de lo que era.

–Estaré bien. ¿Dijiste que tienen otros dos hijos?

–Exacto. Noelle tiene casi tres años y Bobby cinco.

–Podría ocuparme de ellos.

–¿Te gustan los niños? –le preguntó Clay con curiosidad.

–Cuando estaba en el colegio interno solía trabajar los fines de semana como voluntaria en la guardería. Soy muy buena con los títeres –dijo sonriendo.

–Lo tendré en cuenta –dijo él esbozando una sonrisa–. Puedes entretenernos durante las largas noches invernales.

Gina había leído sobre las noches en Alaska y sobre las bajísimas temperaturas. Sería completamente distinto a nada de lo que hubiera vivido antes. Pero ¿no era por eso por lo que había respondido al anuncio de John McCormick, dejando atrás una vida mimada, a un padre protector, y a un hombre que solo quería desposarla por su propio beneficio? Su viaje a Alaska había sido su camino hacia la independencia.

Llegaron a casa de Greg, y Gina se desabrochó el cinturón de seguridad, pero antes de que pudiera salir Clay la agarró por el brazo.

–Gracias por tu ayuda.

Ella creyó sentir el calor de su mano a través de la gruesa tela del abrigo. Y mientras contemplaba sus intensos ojos marrones, se preguntó si sus sueños de besarlo estarían muy lejos de la realidad.

Entonces recordó que era un hombre divorciado, once años mayor que ella. ¿Qué podía ofrecerle que no hubiera visto ya?

–No hay de qué –murmuró ella, y salió antes de decir alguna estupidez.

Clay esperó a que Mary Lou abriera la puerta y entonces se alejó.

Gina contempló el rostro de la mujer. Se notaba que había estado llorando, y era difícil imaginar cómo debía de sentirse.

–Soy Gina Foster. He venido para ayudarla en lo que pueda.

 

 

La Pipe Seneca II, una de las dos avionetas que pertenecían a Clay, estaba lista para despegar. Dave Wagner, el jefe de mantenimiento, iría con él para ayudarlo a buscar a Tanner.

Cuando estuvieron en el aire Clay volvió a pensar que no había nada mejor que volar. Ni siquiera el sexo. Entonces apareció la imagen de Gina frente a él, y tuvo que hacer un esfuerzo de concentración para borrarla. Nada debía distraerlo en la búsqueda.

–Tanner lleva una chaqueta roja y azul y una gorra roja de esquí –le dijo a Dave.

–Entendido –respondió Dave haciendo un gesto afirmativo con el pulgar.

Clay dio varias vueltas sobre el área que rodeaba la casa de Greg, pero aunque estaba concentrado en el vuelo seguía oyendo las palabras del abogado de su padre:

«Debe casarse antes de tres meses y permanecer legítimamente casado durante un año para poder recibir la herencia. De lo contrario lo perderá todo».

Con la llamada de Greg, Clay había intentado apartar ese recuerdo, pero era inútil. De nuevo volvió a ver la imagen de Gina, y de repente se le ocurrió una idea alocada.

«Cásate con Gina».

El corazón le dio un vuelco. ¿En qué tonterías estaba pensando? Gina era once años más joven que ella, y no conocía los inviernos en Alaska...

«Entonces... ¿con quién?».

No había nadie más. Tan solo se había interesado por una hermosa piloto en Juneau, antes de descubrir que, aun estando separada, seguía viviendo con su marido.

«Maldita sea, papá. ¿Por qué has tenido que hacerme esto?».

Antes de pensar en una respuesta, creyó ver una mancha azul y roja sobre la nieve, justo al pie de una colina. Voló en círculos sobre el lugar, y acabó distinguiendo una figura. Aliviado, le hizo un gesto a Dave. Habían encontrado a Tanner.

 

 

Cuando Clay llegó a casa de Greg y llamó a la puerta, nadie lo oyó. Dentro se oía el murmullo de varias voces. Abrió y vio que la salita estaba llena de gente. Greg estaba sirviendo café, y Mary Lou estaba sentada en el sofá. Tanner estaba junto a ella, envuelto con una manta y bebiendo de una taza. Clay se sorprendió de ver a Gina sentada también en el sofá. Tenía a Noelle en su regazo, y la ayudaba a beber de un pequeño cuenco. Bobby estaba a su lado, intentando convencerla para que le leyera el cuento que llevaba. No había duda de que le gustaban los niños y a los niños ella.

Como si un sexto sentido la hubiera advertido de su llegada, Gina levantó la cabeza y lo vio. Su tímida sonrisa lo hizo estremecerse, como siempre que estaba cerca de ella.

Mary Lou también lo vio y se levantó de un salto, fue hacia él y lo abrazó con fuerza.

–¡Nunca podremos pagarte por lo que has hecho! –le dijo entre lágrimas.

–Cualquiera con un avión podría haberlo hecho.