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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Melissa Martinez McClone. Todos los derechos reservados.

LA FUTURA REINA, N.º 2395 - mayo 2011

Título original: Expecting Royal Twins!

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-331-2

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

NIKOLA Tomislav Kresimir, príncipe heredero de Vernonia, pasó por el lado del ayudante de su padre y de dos vigilantes de palacio haciendo guardia. Tan pronto como entró en el despacho del rey, Niko oyó la puerta

Hizo una mueca. No tenía tiempo para nada más. La conferencia sobre comercio que iba a tener lugar próximamente estaba siendo una pesadilla. La princesa Julianna de Aliestle le estaba esperando para almorzar.

Cada vez que el rey le llamaba su apretado calendario sufría por ello durante el resto del día, a veces incluso semanas. Eso sin contar lo mucho que el protocolo real le obstaculizaba la tarea que se había impuesto: transformar un país provinciano en un estado moderno. Sin embargo, obedecía las órdenes de su padre, por respeto y también por el bien de la nación.

El rey Dmitar, sentado detrás de su escritorio de caoba, miraba un sobre de papel manila que tenía en las manos. Sus cabellos, antiguamente negros, se habían tornado tan blancos como las cimas de los Balcanes y los Cárpatos. El rostro, como el de su hijo, era tan escabroso como las mismas montañas. Las gafas de montura metálica le hacían parecer más un profesor que un soldado o un rey que había pasado la mayor parte de su reinado intentando unificar su país.

Niko se detuvo a tres metros de distancia… y esperó.

El aire que entraba por una ventana abierta arrastraba el aroma de las flores de los jardines reales, mucho más agradable que el olor a pólvora y el repugnante olor a sangre que viciaban el aire del palacio un tiempo atrás.

Habían transcurrido cinco años desde la ratificación del tratado de paz. A pesar de que, de vez en cuando, se agudizaban las tensiones entre los dos bandos contrincantes, reinaba la paz. Y él se había propuesto que así fuese siempre. No obstante, una Vernonia unificada era un sueño lejano; en realidad, un cuento de hadas.

Como no quería seguir perdiendo el tiempo, carraspeó.

Su padre levantó la mirada, las ojeras visibles en un rostro surcado por las arrugas. El conflicto le había envejecido, y también el sufrimiento. Sin embargo, sus labios se curvaron en una desacostumbrada sonrisa.

–Tengo buenas noticias, hijo.

La mejor noticia que podían darle era que Vernonia hubiera sido aceptada en la Unión Europea, pero sabía que aún tenían que mejorar algunos aspectos del país para que eso ocurriera.

–He pasado la mañana estudiando las propuestas de las delegaciones de comercio –dijo Niko acercándose al escritorio–. Agradecería una buena noticia, papá.

–Han localizado la caja de tu prometida.

Niko asimiló la inesperada noticia. Respetaba las tradiciones; pero que algo tan importante como su matrimonio dependiera de una costumbre tan trasnochada como entregarle a la novia el día de la boda una reliquia, le irritaba.

–¿Estás seguro de que es mía?

–Tan seguro como es posible estarlo sin tener la caja en las manos.

Hacía veinte años que la caja de su prometida estaba perdida, desde que la disolución de la Unión Soviética ocasionara tantos trastornos en los países balcánicos. Vernonia había evitado las guerras étnicas, pero los actos terroristas habían conducido a una guerra civil que había destrozado el país y su economía.

–¿Dónde está la caja?

–En Estados Unidos –respondió su padre volviendo a clavar los ojos en los papeles que tenía en la mano–. En Charlotte, Carolina del Norte.

–Bastante lejos de aquí.

–Sí.

El lugar carecía de importancia. Lo importante era que tendría la caja y así cumplir con la tradición y satisfacer a su padre. Nada se interpondría entre su matrimonio con Julianna y él. Por fin, podría cumplir con su deber, tal y como el pueblo y su padre le exigían.

–¿Cómo se ha encontrado la caja?

–Por Internet –respondió su padre revolviendo los papeles–. Alguien ha preguntado por la llave en un foro de antigüedades. Después de cerciorarse de que nuestro interés era sincero, se nos envió una foto, que confirmó nuestras sospechas. Es tu caja.

–Increíble –Niko pensó, con ironía, en la cantidad de investigadores privados y cazadores de fortunas a quienes se había contratado para encontrarla–. La tecnología al rescate de una vieja tradición.

–La tecnología es útil, pero nuestro pueblo desea que se respete la tradición. Será mejor que no lo olvides cuando reines.

–Todo lo que he hecho hasta ahora en la vida ha sido por Vernonia –su familia había regentado el país durante ocho siglos. El deber se anteponía a todo–. Pero si queremos tener éxito en el siglo XXI, debemos modernizarnos.

–Pero, a pesar de ello, has accedido a un matrimonio de conveniencia.

Niko se encogió de hombros. Su matrimonio haría de puente entre el pasado y el futuro. La publicidad de una boda real sería buena para la industria del turismo. Aprovecharía cualquier cosa para beneficiar a Vernonia.

–Puede que no sea un entusiasta de la tradición, papá, pero siempre haré lo que sea mejor para la nación.

–Lo mismo que yo –su padre dejó los papeles encima del escritorio–. Tienes la llave, ¿verdad?

–Sí, por supuesto –llevaba la llave colgada al cuello de una cadena desde hacía más de veinte años, lo único que había cambiado era el tamaño de la cadena. Se sacó de debajo de la camisa una llave mezcla de cruz y corazón soldados–. ¿Puedo quitarme ya la cadena?

–No –respondió su padre con energía–. Cuando vayas a Carolina del Norte mañana, necesitarás la llave contigo.

–Envía a Jovan. Yo no puedo ir en este momento a Estados Unidos, es preciso que esté aquí –objetó Niko–. Tengo el calendario muy apretado. Además, la princesa Julianna está aquí.

–Es tu caja –declaró su padre–. Serás tú quien la traiga. El viaje ya está preparado. A tu ayudante se le darán los detalles del itinerario y la información necesaria.

Niko se mordió la lengua. Seguir protestando sería inútil.

–Bien. Pero eres consciente de que yo nunca he visto la caja, ¿verdad?

–La has visto. Eras un niño, por eso no te acuerdas.

Lo que Niko recordaba de la infancia era la guerra, algo que quería y esperaba olvidar.

–Papá, ¿quieres que le pida la mano a Julianna antes de salir para Estados Unidos o después, a la vuelta?

El rostro del rey enrojeció.

–No habrá petición de mano oficial.

–¿Qué? –Niko hizo un esfuerzo por no alzar la voz–. Llevamos meses de negociaciones con Aliestle. Incluso los separatistas están a favor de nuestro matrimonio, desde que el rey Alaric les prestó su apoyo durante el conflicto. El único obstáculo a nuestro matrimonio ha sido la caja. Un retraso les preocuparía…

–Nada de petición de mano.

La frustración de Niko aumentó. Había tardado casi un año en encontrar una prometida adecuada.

–Tú mismo dijiste que Julianna sería perfecta como esposa y futura reina de Vernonia, por eso ha sido tan importante encontrar la caja.

–Julianna sería una reina más que adecuada, pero… –su padre se quitó las gafas y se frotó los ojos–. ¿Estás enamorado de ella?

¿Enamorado? Le sorprendió que su padre mostrara interés en eso, su propio matrimonio había sido de conveniencia. Desde la muerte de su hermano mayor, Stefan, durante el conflicto, había renunciado a casarse por amor.

–Nos llevamos bien. Julianna es hermosa e inteligente. Será una buena esposa –declaró Niko con sinceridad. Como príncipe heredero, se casaría por el bien de Vernonia, no por interés propio–. La publicidad que acompañará a la boda será buena para el sector turístico. Pero, sobre todo, una alianza con Aliestle procurará a Vernonia la capital que necesita para completar su reconstrucción. Eso le dará un impulso a nuestra solicitud de ingreso en la Unión Europea.

–Lo has considerado todo.

Niko bajó la cabeza.

–Como tú mismo me has enseñado, papá.

–Y Julianna… ¿qué siente por ti?

–Julianna… me tiene cariño –respondió Niko con cuidado–. Lo mismo que yo a ella. Es consciente de sus obligaciones.

–¿Está enamorada de ti?

Incómodo, Niko cambió el peso su cuerpo de una pierna a otra.

–Nunca me habías hablado del amor, sólo del deber y de la importancia de un matrimonio real.

–Eres suficientemente mayor para saber si una mujer te quiere o no. Contesta a mi pregunta.

–No, no está enamorada de mí.

–Bien.

–Papá, no comprendo a qué viene esto. Ha ocurrido algo respecto a las relaciones entre Vernonia y Aliestle que…

–No, nada ha cambiado respecto a eso –su padre lanzó un suspiro–. Sin embargo, ha surgido una ligera complicación en lo que a tu matrimonio con Julianna se refiere.

Niko se puso tenso.

–¿Qué complicación?

En un taller mecánico en Charlotte, Carolina del Norte, sonaba en la radio una canción de Brad Paisley. Olía a grasa, gasolina y aceite.

Isabel Poussard se inclinó sobre el motor del Chevrolet 350. El tornillo que tenía que quitar se le estaba resistiendo, pero no iba a pedir ayuda. Quería que el resto de los empleados del taller la trataran de igual a igual, no como a una mujer incapaz de solucionar los problemas sin ayuda.

Ajustó la llave inglesa.

–Vamos, gira.

Un mechón de cabello castaño claro le cayó sobre el ojo, tapándoselo. Maldita cola de caballo. Lo primero que iba a hacer cuando tuviera dinero era ir a la peluquería a cortarse el pelo, ya que no se atrevía a cortárselo ella misma. Durante años, se lo había cortado su tío Frank, haciéndola parecer más un chico que una chica.

Izzy se colocó el mechón de pelo detrás de la oreja. Hizo todo lo que pudo por hacer girar el tornillo, pero le sudaba la mano y se le cayó la llave inglesa.

–Si eres incapaz de soltar un tornillo, nunca vas a conseguir que te contraten de mecánico de coches de carreras –se dijo a sí misma tras lanzar un suspiro de frustración.

El sueño de su tío Frank había sido ser mecánico de coches de carreras, pero un aneurisma le quitó la vida. Ahora, era ella quien iba a hacer realidad aquel sueño. Su tío se había pasado la vida cuidándola, enseñándole lo que sabía y compartiendo con ella su pasión por los coches. En más de una ocasión le habían propuesto formar parte de un equipo de mecánicos de coches de carreras, pero Frank no había querido dejarla sola. Por tanto, eso era lo mínimo que podía hacer por él.

Y lo conseguiría, estaba segura de ello. Agarró la llave inglesa, la sujetó con fuerza y volvió a intentar aflojar el tornillo. ¡Y lo consiguió!

–Eh, Izzy –le gritó el hijo del jefe y su mejor amigo, Boyd, para hacerse oír por encima de la radio–. Unas personas quieren verte.

Se estaba corriendo la voz sobre su habilidad como mecánico de coches. No sólo podía arreglar motores viejos, sino también los nuevos híbridos. El hecho de que se le dieran bien los ordenadores y la electrónica, además del diagnóstico de los problemas de los motores, estaba trayendo nueva clientela a diario. Su jefe, Rowdy, estaba tan contento con ella que le había subido el sueldo. Si todo seguía así, en cuestión de meses tendría dinero suficiente y se matricularía en una de las escuelas especiales en las que se preparaban los mecánicos de coches de carreras.

Con una sonrisa, dejó la llave inglesa y el tornillo encima de su caja de herramientas y salió del taller. Se llenó los pulmones de aire fresco y el sol le calentó el rostro. Le encantaba la primavera.

En frente vio una limusina brillando bajo el sol. Los cristales oscuros escondían la identidad de los pasajeros, pero cerca había unos policías uniformados.

Izzy se limpió la grasa de las manos en la pernera de los pantalones del mono mientras uno de los policías la miraba de arriba abajo. Un chófer rodeó el coche y abrió una de las portezuelas posteriores. Del coche salió un hombre rubio trajeado impecablemente, lucía unos exquisitos zapatos negros. Era guapo, de belleza clásica, pero su atractivo era algo soso, como el helado de vainilla. Le gustaban los hombres menos… guapos, con algo más de… personalidad.

–¿Isabel Poussard? –le preguntó el hombre.

Se puso tensa. Todo el mundo la llamaba Izzy. Su tío Frank siempre había insistido en que tuviera cuidado con los desconocidos, se había preocupado mucho por ella y había sido muy protector. Sabía que, si estuviera vivo y allí con ella, ahora haría lo mismo.

Izzy alzó la barbilla.

–¿Quién quiere saberlo?

Unos cálidos ojos castaños se clavaron en los suyos. El tipo no parecía intimidado, sino casi divertido.

–Soy Jovan Novak, secretario de Su Alteza Real el príncipe heredero Nikola Tomislav Kresimir.

El acento de Jovan parecía europeo. Extraño, ya que ésa era zona de NASCAR, no de Fórmula 1.

–No sé quién es.

–El príncipe heredero de Vernonia.

–Vernonia –el nombre le resultaba vagamente familiar. Tras pensar unos segundos, lo recordó–. Ah, es uno de esos países balcánicos con castillos de cuentos de hadas y cumbres nevadas. Hubo una guerra civil allí.

–Sí.

–Eh, Izzy –gritó Boyd a sus espaldas–. ¿Necesitas ayuda?

Izzi volvió el rostro y clavó los ojos en el hombre oso con un martillo de madera en la mano y curiosidad en la mirada. Sonrió. Le gustaba que Boyd la tratase como a una hermana pequeña; sobre todo, ahora que ya no tenía familia.

–No, todavía no, Boyd, pero te avisaré si la necesito.

–Isabel. Izzy –con una sonrisa que le llegó a los ojos, Jovan inclinó la cabeza–. Es un placer conocerla, Al…

–¿Necesita su coche alguna reparación? –preguntó ella, sin comprender por qué ese hombre parecía contento de verla. La mayoría de sus clientes se limitaba a hablar con ella sobre los problemas de sus coches. Algunos, simplemente, la ignoraban. Otros hombres, los que hacían lo posible por hablar con ella, solían acabar proponiéndole el matrimonio–. ¿O se trata de otra cosa? La verdad es que tengo mucho trabajo ahora.

–Un momento, por favor –Jovan se agachó y metió la cabeza en la limusina.

Transcurrieron los segundos. Ella se impacientó. Tenía que terminar con el Chevrolet para poder empezar con el Dodge. También había una madre con cuatro hijos que estaba esperando a que le arreglara la minifurgoneta.

Por fin, Jovan sacó la cabeza de la limusina. Otro hombre con traje oscuro salió del vehículo. Izzy le examinó con la mirada… y le tembló el cuerpo entero.

El hombre, como poco, debía medir un metro ochenta y tres, el pelo castaño le llegaba a los hombros y tenía unos penetrantes ojos azul verdoso rodeados de oscuras pestañas.

Izzy se enderezó, como si un centímetro pudiera acercarla a la altura de él. Incluso así la cabeza apenas podría rozar la barbilla del hombre.

Y qué barbilla, pensó Izzy tragando saliva.

Nariz potente, pómulos pronunciados, cejas oscuras. Rasgos duros que, combinados, producían un hermoso rostro, a pesar de una cicatriz en la mejilla derecha.

Hablando de personalidad. A ese hombre le sobraba por todas partes.

Por supuesto, a ella le daba igual.

Como había pasado la vida rodeada de hombres, mecánicos de coches, sabía cómo pensaban y actuaban. El que tenía delante, con ese excelente traje y relucientes zapatos, no podía dar más que problemas. Y también era peligroso.

La limusina, la ropa cara, los empleados y la policía acompañándole indicaban que vivía en un mundo completamente diferente al suyo; un mundo en el que ella sólo podía ser como una sirvienta, un papel de pared o, peor, un ligue de una noche. Le resultaba incómodo tratar con gente rica. No quería tener nada que ver con él.

Pero no le molestaba mirarle. Ese hombre era digno de las portadas de las revistas. Se movía con la gracia y agilidad de un atleta. El traje le hizo preguntarse cómo sería debajo de la ropa.

El resto de la gente pareció desvanecerse.

–Usted es Isabel Poussard –su acento, una mezcla de inglés británico y otra cosa, la derritió.

Izzy asintió.

–Usted sabe mi nombre, pero yo no sé el suyo.

–Soy el príncipe Nikola de Vernonia.

–¿Un príncipe?

–Sí.

Suponía que un príncipe llevaría escolta e iría acompañado de un secretario, pero aquélla era la clase de broma que Boyd podía estarle gastando para reírse de ella el resto de la vida. Miró a su alrededor por si veía alguna cámara oculta.

–¿Me están tomando el pelo?

Jovan sonrió traviesamente.

Nikola apretó los labios con fuerza.

–No.

Pensándolo bien, no creía que la policía participara en una broma. Sin embargo, le costaba creer que la realeza visitara el taller de Rowdy. No era la peor zona de la ciudad, pero tampoco era la mejor.

–¿Tengo que llamarle Alteza o algo así?

–Niko es suficiente –respondió él.

–Bien, Niko, ¿a qué ha venido?

Jovan fue a hablar, pero Niko alzó una mano, silenciándole.

–En Internet, inició la búsqueda de la llave de una caja –dijo Niko–. La caja es mía.

Izzy echó la cabeza hacia atrás para hacer como si le mirase de arriba abajo.

–No, no lo creo. La caja era de mi madre, lo que quiero es la llave.

–Sé que quiere la llave, pero la caja de la foto nunca le perteneció a su madre.

¡Cielos! Rowdy y Boyd le habían dicho que, si ponía un anuncio en Internet, recibiría todo tipo de respuestas, algunas extrañas. Pero sólo una persona se había puesto en contacto con ella y le había descrito la caja a la perfección, por eso ella había enviado una foto de la caja.

–¿Es usted SMRDK?

–Ése es mi padre –respondió Niko–. Su Majestad el rey Dmitar Kresimir.

Ya, como si un rey fuera a enviarle un mensaje por correo electrónico a una perfecta desconocida respecto a una caja de madera, por bonita que fuera. Para ella, sólo tenía valor sentimental, pero quizá tuviera valor económico también.

–Como le he dicho, la caja es mía.

–Quizá lo sea, pero sólo porque yo se la di.

Eso era una ridiculez. La caja era lo único que tenía de su madre, que había muerto cuando ella era muy pequeña. Por eso se había puesto a buscar la llave, para abrir la parte inferior de la caja y ver si había algo dentro. Ahora que su tío Frank también había muerto, no tenía familia ni sabía nada de su pasado. Quería averiguar algo, lo que fuera.

Izzy enderezó los hombros.

–He oído hablar de Vernonia, pero jamás he estado allí. Estoy segura de que nunca nos hemos visto. La caja ha estado siempre en mi posesión.

–La caja ha estado en su posesión veintitrés años para ser exactos –declaró Niko–. Se la di yo cuando usted era un bebé.

–Un bebé –repitió ella como si así pudiera darle sentido a aquella conversación. No pudo. Y ese hombre no podía ser mucho mayor que ella, lo que significaba que también había sido un niño. Una ridiculez.

–Sí, sé que debe parecerle una locura –admitió Niko.

–Así es.

–Le aseguro que no estoy loco –dijo Niko, y entonces miró a su secretario–. ¿No es verdad, Jovan?

–No está loco –dijo Jovan, aunque parecía estarse divirtiendo con lo que estaba presenciando.

–Supongo que le pagan para mostrarse de acuerdo con él –declaró Izzy, irritada.

–Sí, pero también soy abogado y eso me confiere cierta credibilidad.

–No necesariamente. Creo que los dos están locos –dijo ella–. De todos modos, imaginemos por un momento que dicen la verdad…

–Es la verdad –le interrumpió Niko.

Izzy respiró profundamente para controlar su creciente irritación.

–¿Por qué dar una caja a un bebé? ¿Qué significado tenía ese gesto?

–Es la costumbre.

–¿La costumbre? –repitió ella confusa.

–La tradición –le aclaró Niko–. Cuando el príncipe de Vernonia se casa, el día de la boda le otorga a su esposa esa caja.

–Eso sigue sin explicar por qué me dio la caja.

–Porque soy su marido.

CAPÍTULO 2

–¿MI MARIDO? –la voz se le quebró. De no tratarse de algo tan serio, su expresión habría sido cómica.

–Sí –Niko comprendía su perplejidad, a él mismo le había trastocado enterarse de que tenía esposa. Pero ambos necesitaban poner remedio a esa «complicación» rápidamente, sólo así podría casarse con Julianna y ayudar a su país–. Ya sé que es difícil aceptar algo así.

–¿Aceptar? –unos ojos castaños se clavaron en él–. Venga, Niko, o quienquiera que sea, corte el rollo y dígame de qué va esto.

Niko se quedó mirando a una Isabel sucia, con un mono de trabajo grande, una cola de caballo hacia un lado y grasa en las manos y en las mejillas. Podía ser incluso atractiva, con ese rostro ovalado, pómulos salientes y ojos expresivos, si no fuera vestida como un hombre y estuviera cubierta de grasa de motor de coche.