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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Jennifer LaBrecque. Todos los derechos reservados.

UN CORAZÓN EN LA LÍNEA DE FUEGO, Nº 42 - junio 2011

Título original: In the Line of Fire

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

© 2005 Candace Schuler. Todos los derechos reservados.

PASIÓN A PRIMERA VISTA, Nº 42 - junio 2011

Título original: The Cowboy Way

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Publicado en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Harlequin Pasión son marcas registradas por Harlequin Books S.A

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-381-7

Editor responsable: Luis Pugni

Imagen de paisaje: OLGA LIPATOVA/DREAMSTIME.COM

ePub: Publidisa

Un corazón en la línea de fuego

Jennifer LaBrecque

1

Prefería estar ante un pelotón de fusilamiento a acompañar a Andrómeda «Andi» Mitchell por el pasillo de la iglesia y entregarla a otro hombre. El comandante Colton Sawyer, en su acuartelamiento de Afganistán, apoyó la bota en el borde de la mesa.

—No va a salir bien —comentó por teléfono a su amigo Rion Mitchell.

Rion también estaba destinado en Afganistán, pero en una base distinta.

—Colton, me han denegado el permiso. Ya sabes cómo puede ser el ejército. Algunas decisiones no tienen ni pies ni cabeza.

Efectivamente, algunas veces se concedían o negaban permisos sin un motivo racional. Rion y Colton habían solicitado un permiso para asistir a la boda de la hermana de Rion.

—No puedo acompañarla al altar si no estoy allí y tú eres el mejor sustituto.

Colton se pasó la mano derecha por la nuca. Rion y él habían sido vecinos desde pequeños. Sus madres habían sido amigas íntimas y Rion y él habían sido amigos íntimos desde que llevaban pañales. Eran más íntimos que unos hermanos. Había pasado tanto tiempo en casa de los Mitchell como en la suya y viceversa.

Cuando el padre de Rion murió en un accidente de coche en Florida, camino de una conferencia, Colton, que tenía quince años, lo lloró tanto como la familia Mitchell. Toda la familia Sawyer quedó desolada por la pérdida de su amigo. Gerald Mitchell, un catedrático de Astronomía, llamó Andromeda y Orion a sus hijos e incluso concedió un nombre de constelación a Colton: Pyxis. Afirmó que Colton debería llamarse como la brújula en latín porque una persona siempre podía contar con su rumbo para seguir el camino, pero esa vez, sencillamente no podía mantener el rumbo…

—¿Qué me dices de tu primo Eli? —le preguntó para brindarle otra solución—. Debería ser alguien de la familia.

—Eli vive en un pueblo remoto de Alaska —contestó Rion—. Estoy seguro de que no tomará un avión para ir a la boda de Andi. Tú eres como de la familia. Vamos, Pyxis…. Si mi padre pudiera elegir a alguien que nos sustituyera a él y a mí en este papel, sabes que sería a ti.

Maldito Rion. Era capaz de vender un congelador a un esquimal en diciembre.

—Bueno, ¿qué le va a parecer a tu madre?

Nadie lo llamó crisis nerviosa en su momento, pero, retrospectivamente, eso fue lo que le pasó a Daisy Mitchell a raíz de la muerte de su marido. Mejoró, pero no había vuelto a ser la misma. Padeció una obsesión insuperable por no perder de vista a Andi y Rion. Las vacaciones que habían pasado juntos los Sawyer y los Mitchell se convirtieron en algo del pasado. Evidentemente, su miedo se debía a que Gerald hubiera muerto estando de viaje. En el mundo de Daisy, el único sitio seguro era Savannah.

Colton había sabido desde niño que quería ser militar. Había sabido que su vocación era servir y proteger. Nunca lo ocultó y se inscribió en la ROTC, la escuela de oficiales, en cuanto pudo. Rion también se inscribió, pero nunca pareció especialmente interesado en la carrera militar. Sin embargo, todo cambió durante el último curso y decidió que también quería elegir el camino del ejército. Naturalmente, Rion y él, como íntimos amigos, comentaron las alternativas de Rion, pero no le influyó en ningún sentido. Cuando Rion comunicó su decisión de dejar Savannah e ingresar en el ejército, Daisy sufrió otra ligera depresión y culpó a Colton de lo que consideró la deserción de su hijo. Nunca lo dijo, pero se lo insinuó más de una vez y él nunca volvió a sentirse bien recibido en su casa. No podía imaginarse que ella quisiera que él acompañara a Andi por el pasillo de la iglesia.

—A mi madre le parecerá bien —Colton casi pudo ver cómo Rion se encogía de hombros con indiferencia—. Sigo pensando que Andi cambiará de opinión.

Algo se encogió dentro de él por las palabras de Rion aunque eso no cambiaría su situación.

—¿Por qué lo piensas?

—Creo que no es el hombre indicado para ella. Creo que él no aprecia las ganas de divertirse de ella. Creo que Andi no está verdaderamente enamorada de él. Creo que se conforma con alguien que le gusta lo suficiente, pero tampoco puedo saberlo, sólo lo he visto una vez.

Algo atenazó a Colton por dentro. Quería que Andi fuese feliz.

—Has tardado un montón en sacar el tema. Ella va casarse dentro de dos semanas.

En parte, había sido porque Colton había eludido hablar de Andi con Rion. Su amigo lo conocía muy bien. En opinión de Colton, Andi había sido un tema que era preferible eludir desde hacía algunos años.

—Sí, claro, Andi tiene que tomar sus decisiones. Todos tenemos que tomar decisiones y atenernos a las consecuencias, ¿no? —Rion era famoso por hacer comentarios enigmáticos de vez en cuando—. Vamos, Pyxis, como integrante honorario de la familia Mitchell, di que me sustituirás y que acompañarás a Andi por el pasillo de la iglesia para entregarla al exitoso ejecutivo de banca Blanton Prichard.

Las palabras de Rion fueron como un cuchillo que le atravesaron las entrañas, pero él se había quedado sin argumentos y la verdad no era una alternativa. Nunca había dicho toda la verdad y no era nada fácil hacer lo que tenía que hacer. Cerró los ojos y se resignó.

—De acuerdo, lo haré.

—Perfecto. Sabía que podía contar contigo.

Colton había aceptado llevar a la mujer a la que amaba al altar… para que pudiera casarse con otro hombre.

—¿Ha venido?

Andi se lo preguntó a Martha Anne Sawyer, la madre de Colton, cuando la vio entrar en el salón de baile de la mansión Whitfield, donde estaba haciéndose el ensayo de la boda el viernes por la tarde. Andi había estado nerviosa todo el tiempo. Estaba segura de que era porque iba a casarse al día siguiente, no porque estuviera emocionada por volver a ver a Colton Sawyer después de varios años. Él, desde luego, le había destrozado el corazón, pero eso había sido su asunto íntimo y privado. Él no había querido hacerlo porque nunca partiría el corazón de nadie intencionadamente, al revés que muchos otros hombres. Le había partido el corazón porque nunca la había considerado otra cosa que no fuese la hermana fastidiosa de Rion. Había estado prendada de él desde que era una niña y había creído que lo había olvidado hasta el año que entró en la Universidad de Bellas Artes de Savannah, a los diecinueve años, y él, con veinticinco, fue a su casa de permiso. Se enamoró apasionadamente de él, aunque él no dio el más mínimo indicio de considerarla otra cosa que la vecina de la casa de al lado. También se quedó aterrada porque él iba a formar parte de uno de los primeros batallones que iban a desplegarse en Irak.

Había pensado más de una vez decirle lo que sentía, pero él nunca mostró ningún interés aparte de ser el amigo de su hermano mayor y su vecino y la idea de incomodarlo… Se guardó los sentimientos para sí misma. Además, por si no tuviera suficientes argumentos en contra, su hermano le había contado lo que opinaba Colton sobre los soldados que iban a combatir y dejaban a sus esposas. No criticaba a los soldados casados, pero él no se casaría porque no quería poner a una mujer en esa situación. Tenía muchas posibilidades de que lo mataran o de que volviera gravemente herido. Ella se había repetido mil veces cada palabra de las conversaciones que tuvieron, de las pocas que tuvieron durante aquella visita. Él se interesó por sus estudios y por sus planes profesionales y la animó mucho. Entonces, él se marchó y ella rezó todos los días para que volviera sano y salvo. Se convenció a sí misma de que tenía que olvidarlo, de que sólo era un encaprichamiento y que no tenía porvenir con él.

Hizo todo lo posible para no encontrárselo cuando iba a ver a su madre y a su hermana. Salió con algún chico hasta que, hacía dos años, conoció a Blanton. Se habían prometido hacía un año y, por fin, había conseguido olvidar a Colton Sawyer. Sin embargo, tenía muy presente lo paradójico que era que fuese él quien iba a acompañarla por el pasillo para entregarla a otro hombre. No obstante, el corazón le latía más deprisa y con más fuerza mientras esperaba que él apareciera por la puerta.

—Él no va a ensayar. Han cancelado su vuelo por las tormentas —le explicó Martha Anne—. No llegará hasta mañana por la mañana, pero estará en la boda.

La decepción se debatió con el alivio. Había pasado toda la tarde esperando el momento de volver a verlo después de mucho tiempo, pero el momento del reencuentro iba a posponerse un poco más.

Daisy, la madre de Andi, sacudió la cabeza.

—Pensaba que el ejército mostraría cierta comprensión. Se trata de la boda de la hermana de Rion y lo necesitamos aquí —Andi sabía cómo se sentía su madre. Estaba muy defraudada porque su hermano mayor no iba a compartir ese día tan importante con ella—. Es un detalle que Colton lo sustituya.

Fue muy leve, pero Andi captó el tono de resentimiento. Su madre lo disimulaba, pero su actitud hacia Colton cambió cuando Rion decidió alistarse en el ejército.

—Pero no sabrá lo que tiene que hacer mañana —añadió su madre. Sonya, la eficiente organizadora de la boda, hizo un movimiento tranquilizador con las manos.

—No pasa nada. Si mañana llega unos minutos antes, puedo explicarle fácilmente lo que tiene que hacer. No hay que preocuparse —sonrió a todos los asistentes—. Ya hemos terminado. Mañana saldrá todo de maravilla. Será un día que no olvidaréis. Podemos ir al ensayo de la cena.

Blanton rodeó la cintura de Andi con un brazo y la estrechó contra sí.

—Mi última cena con mi novia —comentó él en voz alta.

Todo el mundo se rió, excepto Patrice, la dama de honor de Andi. Andi sospechaba que Patrice podía sentir algo hacia Blanton. Había notado cierta expresión de desdicha en la cara de su amiga, una expresión que le recordó a cómo se sintió ella cuando estuvo prendada de Colton todo aquel tiempo, y eso hizo que meditara.

—Me parece que no ha sonado muy bien —siguió Blanton—. Quería decir que la próxima vez que cenemos, estaremos casados —él era un encanto y se inclinó hacia ella para susurrarle algo al oído—. Es posible que esta noche quieras conformarte con una ensalada. Has ganado algo de peso —le apretó la cintura con la mano para subrayar sus palabras—. Sé que no quieres salir regordeta en las fotos de mañana.

Eso no fue nada encantador y ella tuvo que morderse la lengua para no decirle que, si no quería salir como un imbécil en las fotos del día siguiente, tendría que no hacérselas porque había sido un comentario propio de un imbécil. Era la segunda vez en una semana que le hablaba de su peso. Había pensado perder dos kilos y había querido intentarlo de verdad, pero también había pasado dos semanas comiendo para sofocar los nervios. Era posible que hubiera ganado medio kilo o así, pero no hacía ninguna falta que Blanton se lo recordara y, desde luego, no necesitaba que él le dijera lo que tenía que comer.

—En realidad, estoy deseando probar las costillas de cordero lechal con puré de patatas… además de la ensalada —replicó ella con delicadeza—. Y la tarta de queso del postre.

Ella se acordó de las palabras que acababan de ensayar: «…en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad». Ella añadió «y con dos kilos más».

Blanton la miró como si sólo hubiese querido decirlo por el bien de ella.

—Muy bien —se limitó a decir él con bastante sentido común.

Andi fue indulgente. Seguramente, estaría tan nervioso como ella. Ella había tenido algunas dudas durante las dos semanas pasadas. Había pensado que Blanton y ella se llevarían bien, pero no estaba segura de que eso fuese suficiente. Una parte muy importante de ella siempre había anhelado salir de Savannah y conocer el mundo. Siempre la habían atraído Boston y Nueva York, con San Francisco a cierta distancia.

Blanton le había prometido que viajarían, hasta que hicieron los planes para la luna de miel. Ella había pensado en algún hotel pequeño y acogedor entre los viñedos de Napa Valley, en California. Blanton, sin embargo, se había negado a ir más lejos de Sea Island, que estaba a la vuelta de la esquina.

Además, podía ser algo dominante en algunos momentos y una pizca aburrido en otros, pero ¿acaso no eran así todas las relaciones? Había que llegar a un acuerdo, transigir. Su madre, cuando le comentó sus preocupaciones, le dijo que nadie era perfecto y que, si se amaba a alguien, se solventaban las cosas. ¿Quién podía decir que Blanton no tuviera las mismas dudas que ella?

Su padre le había puesto el nombre de Andromeda, que quería decir «doncella encadenada a una roca». Desde la muerte de su padre y, sobre todo, desde que Rion se marchó, su roca habían sido los deberes y obligaciones familiares, a la que estuvo encadenada por el amor y el remordimiento. Su madre quería tenerla cerca. Había sido una letanía permanente. Además, la amenaza latente de otra depresión de su madre había pesado en todas las decisiones que había tomado de joven y adulta.

Miró al hombre que tenía al lado. Su madre estaba entusiasmada porque iban a casarse y ella lo sabía. ¿Había pesado eso en su decisión de aceptar? Quizá, pero lo amaba. Él tenía algunos defectos, como todo el mundo, como ella misma los tenía. Si no lo amara, aquello sería completamente injusto para los dos, pero, sobre todo, para él.

Lo agarró del brazo y le brindó la sonrisa más resplandeciente que pudo esbozar.

—Vamos a comer. Me muero de hambre.

—Me espanta meterte prisa, hijo, pero tenemos que llegar un poco antes para que la organizadora de la boda pueda explicarte lo que tienes que hacer —le apremió su madre mientras cruzaban la puerta que unía el garaje con la cocina.

Ya se lo había dicho dos veces durante el trayecto entre el aeropuerto y su casa. Si se hubiera retrasado dos horas más, no habría podido asistir a la boda. Le encantaba estar en la casa familiar con el arcón de su abuela apoyado en la pared del recibidor y las fotos de la familia por todos lados, pero preferiría estar en Afganistán que allí.

Mattie, su hermana un año menor que él y que había vuelto a vivir con su madre después de su reciente divorcio, cerró la puerta.

—Voy a cambiarme —se disculpó Mattie.

Mattie había estado apagada, pero él también sabía, por sus correos electrónicos, que volver a la casa familiar había sido una adaptación complicada.

—¿Necesitas el cuarto de baño? —le preguntó él.

—No. Todo para ti.

Colton asintió con la cabeza y cruzó el recibidor hacia la escalera.

—Entonces, me daré una ducha.

—Y aféitate —le ordenó su madre.

Ella llevaba diciéndole lo mismo desde que le apareció una pelusilla en la barbilla hacía muchos años y, con treinta y dos años, no necesitaba que se lo recordase, pero le dio la respuesta que ella esperaba.

—A sus órdenes, señora.

Empezó a subir la escalera que llevaba al descansillo donde estaba su dormitorio, el de Mattie y el de invitados, que su madre utilizaba también como cuarto de costura.

—Dentro de cuarenta y cinco minutos estaremos preparadas para marcharnos —le informó su madre—. Puedes ir con nosotras.

Cualquiera que conociera un poco a las mujeres del Sur sabía que eran ellas las que llevaban las riendas, aunque la idea general dijera que eran los hombres. Hacer que los hombres creyeran que eran ellos sólo formaba parte del juego. El padre de Colton tuvo esa idea equivocada hasta que se murió de un ataque al corazón hacía cinco años. No obstante, su madre ni siquiera se molestó en permitir que él creyera que tenía algo que decir sobre cualquier cosa.

Sin embargo, todo tenía un límite.

—Iré, pero llevaré el Buick.

El coche de su padre seguía en el garaje y su madre se ocupaba de cambiarle al aceite y las llantas periódicamente. Una cosa era acompañar al Andi por el pasillo de la iglesia y, otra, quedarse en la celebración mientras ella y su marido se daban tarta el uno al otro, brindaban por un futuro feliz y abrían el baile. Colton conduciría su coche y se cercioraría de que nadie se lo bloqueara para poder salir de allí en cuanto se hubieran dado el «sí, quiero».

Cuarenta y cinco minutos más tarde, estaba siguiendo a su madre y su hermana por una de las muchas avenidas de Savannah flanqueadas por robles. Después de pasar meses en Afganistán, agradecía la refinada exuberancia de Savannah, sus robles con ramas enormes, sus palmeras, sus céspedes de un verde resplandeciente y sus azaleas rebosantes de tempranas flores primaverales.

¿Cuánto tiempo duraban las bodas típicas? ¿Media hora como mucho? Eso era lo que él esperaba. Volvería a su casa, se cambiaría y pasaría por el Ray-Ray’s, donde podría tomarse una cerveza y jugar al billar. Su madre y Mattie se quedarían horas en la celebración y no lo echarían de menos.

Su madre y Mattie aparcaron en el aparcamiento de la mansión histórica que servía para celebrar acontecimientos especiales, sobre todo, bodas. La arquitectura no era su fuerte y no sabía si era de estilo renacentista italiano o neogrecorromano, pero era una verdadera mansión con una fachada impresionante que daba a una de las plazas con fuente más pintorescas de Savannah. Supuso que la casa y los terrenos eran perfectos para bodas, pero el aparcamiento era un desastre.

Como no quería correr el riesgo de que lo bloquearan, rodeó la manzana para buscar sitio fuera. La camioneta de una floristería estaba desaparcando en una calle lateral que tenía acceso a la casa a través de un pequeño jardín. Aparcó el Buick, se bajó y lo cerró con llave. Sólo tenía que sobrellevar los próximos cuarenta y cinco minutos. Luego, se marcharía y Andi estaría casada con otro hombre.

2

—¿Qué os parece una foto de la madre y la hija aquí?

Marlena, la fotógrafa, les indicó a Daisy y Andi que se apartaran del diván acolchado del vestidor. Marlena había estado sacando instantáneas a diestro y siniestro mientras Andi y sus damas de honor se peinaban y maquillaban en la suite nupcial del tercer piso. La suite estaba formada por dos habitaciones elegantemente decoradas y un cuarto de baño con azulejos igual de elegante.

Marlena las colocó delante del sofá tapizado con un brocado.

—Ahora, miraos la una a la otra —les pidió.

Andi sonrió a su madre.

—Estás muy guapa con esa seda rosa, mamá.

—Tú estás impresionante, Andi —dijo su madre con lágrimas en los ojos.

Andi, efectivamente, se sentía como una princesa. Su vestido era precioso. Fue el primero que encontró cuando fue de compras. Le sentaba bien y pegaba con el escenario de la boda. Tenía cierto aire anticuado con el cuello levantado por detrás y el escote con forma de corazón. El corpiño ceñido se abría en una falda con decenas de metros de tul por debajo. Era complicado ponérselo y quitárselo porque, en vez de cremallera, tenía pequeños botones como perlas hasta las caderas. También era complicado sentarse con tantas capas de tul, pero era un vestido realmente precioso y casi no se reconocía cuando se veía reflejada en el espejo. Además, Linda, la peluquera, le había peinado su pelo rojizo y rebelde con un moño alto y rizado. Diane, la ayudante de Linda, también era un genio con el maquillaje. Sin saber por qué, se le pasó por la cabeza la idea de que Colton seguramente no la reconocería si no fuese porque sólo podía ser ella si iba vestida de novia y era su boda. Era una idea absurda. Volvió a prestar atención a su madre y le apretó la mano.

—No llores. Tu maquillaje es perfecto.

Daisy sonrió.

—En cualquier caso, es imposible que pase por esto sin llorar a mares.

—Entonces, espera a haber recorrido el pasillo de la iglesia y que todo el mundo haya visto lo guapa que estás —replicó Andi para mantener un tono optimista.

De pequeña ya descubrió que la mejor manera de mantener el equilibrio de su madre era conseguir que todo fuese desenfadado y optimista y lo que más deseaba era que su madre estuviera tranquila. Había pasado casi toda su adolescencia y juventud evitando otro «episodio» como el que sufrió su madre cuando Rion se marchó a la universidad y luego ingresó en el ejército.

—Perfecto —dijo Marlena disparando una serie de fotos. Beverly, la ayudante de la organizadora de la boda, abrió la puerta y asomó la cabeza.

—Muy bien, señoras, ha llegado el momento. Necesito que la madre de la novia y las damas de honor bajen ahora mismo —sonrió a Andi—. Tú puedes bajar dentro de diez minutos. Es mejor que ningún invitado te vea todavía y supongo que tu acompañante llegará enseguida. Sonya le dedicará unos minutos para explicarle lo que tiene que hacer.

A Andi se le aceleró el pulso y notó una punzada en las entrañas. Colton ya estaba casi allí. Se sintió ansiosa y angustiada a la vez, pero, probablemente, casi todas las novias se sentían igual cuando faltaban quince minutos para la ceremonia. Esbozó una sonrisa y abrazó a su madre con cuidado de no estropearle el maquillaje ni el vestido. Tomó las manos de sus cinco amigas y de su prima Emma mientras se marchaban y les dijo sinceramente que estaban muy guapas y que se alegraba mucho de que la acompañaran en ese momento.

Entonces, se quedó sola con Marlena. Sin el ruido y el trajín de todo el mundo, le entraron los nervios y empezó a sudar.

—Vamos a hacerte unas fotos —Marlena la llevó a una de las ventanas que daban al jardín lateral y a la calle—. Mira por la ventana con la cabeza un poco ladeada. Perfecto. Mira como si estuvieras ensimismada. Si te sientes melancólica, no pasa nada, las novias suelen estarlo en este momento y las fotos salen muy bien.

Era un día luminoso de marzo. Algunas nubes blancas y algodonosas flotaban en un cielo azul e infinito. La brisa barría levemente los árboles. Un movimiento en la acera le llamó la atención. Colton, muy recto y con su uniforme de gala azul, cruzó la verja que comunicaba la acera con el jardín lateral. Volvió a cerrar la verja y se dirigió por el césped hacia la fachada principal de la mansión.

La verdad cayó sobre ella con la fuerza de un maremoto. Se tambaleó y tuvo que apoyarse con una mano en el alféizar de la ventana. No se sintió dominada por una idea, sino por una certeza. No se había olvidado de Colton, ni mucho menos. Lo amaba. Estaba enamorada de él. No había sentido por Blanton nada parecido a lo que sentía al mirarlo. No era un encaprichamiento. Era un amor tan profundo, que no se disiparía con el tiempo. Era lo que debería sentir por Blanton para poder jurar lo que estaba a punto de jurar. Sin embargo, la verdad era irrefutable; lo que sentía por Blanton no se parecía ni remotamente a lo que sentía por Colton.

La cabeza le dio vueltas. No podía casarse con Blanton cuando sentía eso por otro hombre. No sería justo con Blanton ni con ella misma.

—¿Te pasa algo? —le preguntó Marlena—. Parece como si hubieras visto un fantasma. Andi dio un respingo porque se había olvidado de la fotógrafa, pero consiguió sonreír.

—No, estoy bien, pero me gustaría quedarme sola un par de minutos. Si quieres ir abajo, iré enseguida.

—Claro —dijo Marlena aunque su tono fue vacilante—. ¿Puedo traerte un vaso de agua o algo antes de marcharme?

Ella sólo quería que se marchara para poder pensar sin que la interrumpiera, pero Andi consiguió reírse levemente.

—No me atrevo a beber con este vestido. No es nada fácil ir al cuarto de baño.

—No me extraña —Marlena hizo una mueca—. De acuerdo, te veré abajo dentro de un minuto.

Andi se quedó sola por fin. ¿Qué iba a hacer? No podía jurar amar a Blanton hasta que la muerte los separarse cuando no lo amaba así ni lo amaría. Tenía que hablar con alguien como fuese, pero todas sus amigas estaban esperándola abajo. Se sintió dominada por un torbellino de sensaciones: remordimiento, euforia e incertidumbre, aunque no había ninguna incertidumbre sobre lo que sentía hacia Colton. Se sentía vulnerable y desvalida, pero también se sentía fuerte y enérgica.

Tenía que pensar. Sin embargo, lo único que pensaba era que tenía que salir de allí en ese instante. No podía casarse con Blanton cuando no lo amaba y no se sentía suficientemente fuerte para verse las caras con nadie. Rebuscó en el bolso de mano y sacó el carné de conducir, la tarjeta de crédito y el manoseado billete de diez dólares que tenía allí. Se lo guardó todo en el sujetador, en el pecho izquierdo. El teléfono móvil y las llaves fueron al pecho derecho. Si alguien la miraba con detenimiento, notaría un bulto muy raro, pero no tenía ninguna intención de dejar que nadie se acercara tanto.

Con el corazón a punto de estallar, abrió la puerta y salió al descansillo. Volvió a cerrar la puerta. A su izquierda, estaba la escalera de caoba que llevaba abajo. Imposible, no podría bajar sin que la vieran porque todo el mundo estaba esperándola abajo. A su derecha, al final del pasillo y detrás de una puerta cerrada, había otra escalera completamente distinta que vio cuando le enseñaron toda la casa. Andi recordó que era una escalera estrecha y normal, una escalera de servicio.

Andi, de puntillas para no hacer ruido, recorrió apresuradamente el pasillo, abrió la puerta y se detuvo. Se quitó los zapatos agarrada al marco de la puerta para que no se oyeran los tacones en los desgastados escalones. Cerró la puerta con las rodillas temblorosas y bajó todo lo deprisa que pudo. Si se caía rodando, organizaría un estruendo, además de, probablemente, matarse. Si bien no podía casarse con Blanton, tampoco quería matarse.

Llegó abajo después de lo que le pareció una eternidad. Se puso los zapatos, abrió la puerta y asomó la cabeza para orientarse. Estaba en el recibidor de la parte trasera. La puerta de la izquierda daba a la cocina y pudo oír el ajetreo del personal del catering. No podía salir por allí. Alguien la vería y, además, acabaría en el jardín trasero, donde una carpa blanca y enorme estaba esperando al festejo. Sin embargo, el motivo principal para no poder salir por allí era que el salón de baile, donde iba a celebrarse la ceremonia, tenía unos ventanales desde el suelo hasta el techo que daban a ese jardín y todos los asistentes podrían verla escabullirse.

Por la derecha se llegaba al recibidor principal, donde estaban esperándola la organizadora, las damas de honor, las familias… y Colton. Evidentemente, tampoco podía salir por allí.

Notó que sudaba por la espalda. Oyó que se vaciaba una cisterna y un grifo abierto en un lavabo. Se abrió una puerta que había en medio del recibidor y una amiga de la madre de Blanton salió y volvió a cerrar la puerta. ¡Bingo! Un cuarto de baño en la planta baja era exactamente lo que necesitaba.

Estaba a punto de llegar a la puerta, de puntillas, cuando Marlena, con la cámara colgada del cuelo, la vio. Andi hizo una mueca y señaló hacia la puerta con los gestos típicos de tener que ir apremiantemente al cuarto de baño. Marlena sonrió y asintió comprensivamente con la cabeza.

Andi entró y se apoyó contra la puerta con el corazón latiéndole como un tren de mercancías. En vez de ir a buscarla arriba, alguien se presentaría allí en cuestión de minutos. Tenía que actuar a toda velocidad.

—Lo harás muy bien —le animó la organizadora dándole unas palmadas en el hombro.

—Lo he entendido —confirmó Colton asintiendo bruscamente con la cabeza y sintiéndose como si las paredes fueran a aplastarlo—. Voy a salir un momento. Tengo que hacer una llamada. Volveré en…

—Cinco minutos —terminó Sonya sin darle otra posibilidad.

—Cinco minutos —repitió él, dirigiéndose hacia la puerta principal.

Tenía que respirar aire puro y recomponerse. ¡Por todos los santos! Era comandante del ejército.

Salió y dobló la esquina del edificio. Tenía cinco minutos para centrarse en todo aquello. Podía hacerlo. Había realizado cometidos mucho más arduos. La clave era dejar a un lado los sentimientos, pero eso era increíblemente complicado cuando se trataba de Andi. Fue a un pequeño jardín algo apartado. Repasó todos los motivos para no haberle dicho a ella, ni a nadie, lo que sentía. Primero, él era demasiado mayor y ella demasiado joven; era la hermana de su mejor amigo y habría sido un embrollo; sus madres eran amigas íntimas. Luego, cuando ella fue mayor, él había estado a punto de embarcarse hacia Irak y creía firmemente que era injusto pedir a una mujer que lo esperara cuando se iba a la guerra. Punto final, sencillamente, no saldría bien.

Necesitaba una adaptación a las circunstancias. ¿Se había creído que Andi se quedaría toda la vida de brazos cruzados? Durante años, sólo había sido la hermana de Rion, seis años menor que ellos y, normalmente, una pesadilla. Sin embargo, tampoco se dio cuenta de sopetón de que se había convertido en una mujer muy hermosa. Vio su transición hacia la adolescencia y la juventud. Después, se licenció y durante los últimos años había creado una tienda por internet para sus joyas hechas a mano.

Él estaba preparándose para su primer destino en Irak y haciendo balance de su vida cuando se dio cuenta de que Andi siempre había formado parte de su vida en distintos sentidos y de que había acabado convirtiéndose en una parte muy importante de sí mismo. Sin embargo, estaba a punto de verse metido en una guerra y eso no habría sido justo para ella. Eso, por no mencionar que ella nunca le había dado el más mínimo indicio de que lo considerara otra cosa que no fuera una especie de hermano mayor y que Daisy Mitchell probablemente hubiera contratado un grupo de matones para acabar con él porque su profesión lo llevaría por todo el mundo menos por Savannah, Georgia.

Miró el reloj. Había llegado el momento. Justo cuando iba a marcharse, vio que se abría una ventana en el costado de la casa. Andi asomó la cabeza y miró a izquierda y derecha. Que Dios se apiadara de él, pero estaba tan hermosa, que sintió una opresión en el pecho. El sol se reflejaba en los mechones rojizos que no le cubría el velo. Volvió a meter la cabeza.

Él fue hacia la ventana. ¿Qué estaba pasando? ¿Se había sentido mal y necesitaba aire puro? ¿Necesitaba ayuda?

Estaba a mitad de camino cuando una pierna enfundada en una media apareció por la ventana. Le siguió otra entre capas de encaje blanco, el vestido y el resto de ella. Cuando tocó el suelo, se trabó uno de los tacones en el césped y trastabilló. Él, instintivamente, alargó los brazos y la agarró.

—Quieta —le dijo él.

Andi dejó escapar un sonido de sorpresa y él se permitió, durante un segundo, deleitarse con la sensación de tenerla entre los brazos, con su olor y con su espalda contra su pecho. También instintivamente, la estrechó contra sí como si pudiera abrazarla y no soltarla jamás.

Ella lo miró por encima del hombro.

—Colton...

Sus ojos de color canela tenían puntos verdes y estaban fuera de las órbitas por la sorpresa. Él siempre había sido un hombre racional, pero por un segundo tuvo la sensación, completamente irracional, de que sus labios, pintados de rojo brillante, estaban pidiendo que los besara.

La soltó antes de hacer algo tan necio como ceder a la tentación y besarla antes de acompañarla hacia el altar… o no acompañarla porque acababa de escaparse por la ventana de un cuarto de baño.

—Me parece que vas en le dirección equivocada —comentó Colton—. La boda es por allí.

Ella no lo miró e intentó desclavar el tacón del césped.

—Sé dónde es la boda. También sé que no voy a participar en ella —afirmó ella quitándose los zapatos—. No puedo hablar contigo ahora. Calculo que tengo unos cuatro minutos antes de que empiecen a buscarme.

Andi se levantó el vestido y empezó a correr con el velo flotando detrás de ella.

—¿Adónde vas, Andi? —le preguntó él persiguiéndola.

Ella no lo miró para poder esquivar una azalea llena de flores rosas.

—Me pareció bastante evidente, estoy escapándome.

Entonces, Andi se paró tan bruscamente, que él casi se chocó con ella. Andi volvió a ponerse los zapatos y él se dio cuenta de que estaban al borde de un camino de ladrillos que llevaba al aparcamiento de la parte de atrás.

—Ya veo que estás escapándote, pero ¿por qué?

Ella empezó a andar apresuradamente por el camino y él la siguió a su altura.

—No quiero hablar de eso ahora. No puedo, pero tampoco puedo casarme con Blanton.

—¿No puedes o no quieres?

Él no podía hacer que entrara en razón si no sabía cuál era el problema.

—¡No! No, no, no… —exclamó ella—. El coche de mi madre está bloqueado.

Colton lo entendió. Había pensado «tomarlo prestado» con las llaves que Daisy siempre dejaba debajo de la esterilla. Desde donde estaban, pudieron oír que llamaban a la puerta del cuarto de baño. Ella lo miró. Sus ojos reflejaban algo parecido al pánico, había visto esa expresión en algunos soldados.

—No me quedan más de tres minutos. Sé que has aparcado en la calle. Necesito que me prestes tu coche.

—Andi, no creo…

—Colton, por favor. No puedo ir allí y enfrentarme con todos. Tengo que largarme. Rion me ayudaría si estuviese aquí —eso era verdad—. Pyxis, por favor —le pidió ella, llamándolo por el nombre de su infancia—. Te prometo que te devolveré el coche.

Él se pasó la mano por la cabeza. La voz de alguien que entraba en el cuarto de baño y llamaba a Andi llegó a través del jardín. La fotógrafa sacó la cabeza por la ventana. La cabeza de la organizadora asomó por encima de su hombro. Andi se agachó como si las dos fueran unas francotiradoras.

—¡Por todos los santos! —exclamó una de ellas—. Se ha marchado. Las dos desaparecieron dentro del cuarto de baño.

—Ya se han metido dentro —dijo él.

Ella, todavía agachada, empezó a alejarse entre los coches.

—¿Qué haces? —le preguntó Colton.

—Me marcho. Si no me dejas las llaves, empezaré a andar y llamaré a un taxi.

Andi rebuscó dentro del corpiño del vestido y sacó el móvil. Estaba muy seria y completamente decidida. Él también tomó una decisión. Si estaba con ella, al menos podría ocuparse de ella.

—Vamos —le dijo tomándola del brazo—. No voy a darte la llave cuando estás tan alterada. Además, tampoco puedes conducir con ese vestido. Te llevaré a donde quieras ir.

Para él, conducir el coche de la fuga era un panorama mejor que entregarla a Blanton.

3

Andi se dejó caer en el asiento del acompañante, metió el montón de tul y tela dentro del coche y cerró con un portazo. La falda era tan voluminosa que casi no podía ver fuera del coche. Colton tenía razón. Le habría costado mucho conducir, pero cuando se quería algo, se podía hacer. Ella lo habría conseguido.

Colton había dejado el camino y estaba entrando en la calle.

—Es vestido es un peligro para conducir —comentó mientras esquivaba un coche que no había visto.

—Este vestido es un peligro para vivir —replicó ella sin pensárselo.

Había estado a punto de cometer un error inmenso y en ese momento cayó en la cuenta de lo que había hecho y con quién estaba. No había estado preparada para verse las caras con Blanton todavía, pero tampoco había estado preparada para vérselas con Colton. Sin embargo, estaba dentro del espacio cerrado e íntimo del coche y era como una esponja que absorbía su proximidad.

Hacía mucho que no lo veía y lo miró disimulando la avidez de sus ojos. La luz del sol de media tarde bañaba el coche. Unas arrugas que no tenía la última vez que lo vio le rodeaban los ojos y le enmarcaban la boca. Deseó recorrérselas con los dedos. No sabía si se debían al clima de Afganistán, a la dureza de la guerra o, lo más probable, a una mezcla de las dos cosas, pero parecía mayor, más curtido. Había desaparecido todo rastro del muchacho con el que se crió y se había convertido en el hombre al que había negado en su corazón durante mucho tiempo. Además, no intervenía sólo el corazón. El deseo, el anhelo, le atenazaban el cuerpo y le aceleraban el corazón. La necesidad de tocarlo era casi abrumadora. Aterrada, pensó algo que decir antes de que se le escapara algo improcedente como que lo amaba o lo deseaba.

—Entonces, ¿qué tal te ha ido? —fue lo único que se le ocurrió a su ofuscado cerebro y a sus disparatadas hormonas.

Él la miró como si se hubiera vuelto loca. Algo que ella no desechaba. Pero no podía ni imaginarse su expresión si le hubiera dicho lo que sentía por él.

—Bien —contestó él—. Sigo entero. ¿Adónde te llevo? ¿A tu casa? ¿A tu apartamento?

El teléfono le sonó dentro del vestido. Miró la pantalla y sacudió la cabeza.

—Es mi madre. No voy a contestar. No estoy preparada para hablar con ella.

Por un lado, le habría gustado escaparse sola para poder reflexionar porque lo que había comprendido estaba muy reciente, pero, por otro, estaba entusiasmada de estar con Colton en ese momento aunque acabase de escaparse de su propia boda.

Sus sentimientos eran un torbellino. Se sentía muy mal. Blanton nunca comprendería que se había marchado porque lo contrario habría sido injusto. Quizá no sintiese por él lo mismo que sentía por el hombre que tenía al lado, pero tampoco quería hacerle daño y, según sus principios, abandonarlo en el altar era mucho menos doloroso que casarse con él cuando amaba a otro hombre.

Sin embargo, no podía lidiar con su madre en ese momento. Pulso el botón para que la llamada fuese al buzón de voz. No obstante, también le mandó un breve mensaje para decirle que estaba bien y que la llamaría enseguida. Si no, a Daisy podía darle un ataque al pensar que había desaparecido.

Darse cuenta de las repercusiones de lo que había hecho fue como un mazazo. ¿Cuántas personas se enfurecerían con ella? Además, las habladurías serían interminables. Se le encogió el estómago, pero en el corazón sabía que había hecho lo que tenía que hacer. Además, todo había sucedido por un motivo. Si Marlena no le hubiese pedido que posara junto a la ventana, si Colton no hubiese llegado en ese momento, si ella no lo hubiese visto y se hubiese dado cuenta de que estaba enamorada, habría cometido uno de los mayores errores de su vida. En cambio, en ese momento, estaba sentada al lado de Colton. Miró su perfil sólo porque podía mirarlo. Él se marcharía antes de que pasara una semana.

—Andi, ¿adónde te llevo? —volvió a preguntarle él, mirándola y rompiendo el silencio.

No lo sabía. No lo había pensado. Su único objetivo había sido escaparse de la boda y encontrar espacio para respirar.

—Dejé el apartamento y me llevé todo a casa de mi madre. Me quedé con ella hasta la boda, pero anoche, después del ensayo de la cena, llevé mi coche a casa de Blanton —se frotó la cabeza al notar que empezaba a dolerle, como si fuera una tormenta que se formaba en el horizonte—. ¿No podríamos seguir un rato paseando en el coche hasta que se me ocurra algo?

La luz que entraba por el parabrisas le daba calor. Por primera vez desde hacía una eternidad, la inminente boda no era un peso que llevaba a sus espaldas. Tendría que soportar ser una novia que se había fugado, pero, sin duda, era la mejor de las dos alternativas.

No podía quitarse el vestido porque tampoco tenía otra cosa que ponerse, pero sí podía quitarse el velo. Se lo soltó, dejó el tul en el asiento de atrás y se sintió mejor.

—Conozco a mi madre. Mandará a alguien a casa de Blanton y a alguien más a su propia casa.

—Andi, ¿no crees que lo mejor sería que lo afrontaras ahora mismo? Te respaldaré.

—¿Me respaldarás? —repitió ella—. Ni siquiera sabes por qué estoy escapándome.

—Me da igual —replicó él—. Aun así, te respaldaré.

Ella miró su firme mentón y las manos que sujetaban el volante. No era un hombre que dijera cosas así a la ligera. Algo entrañable se despertó dentro de ella mientras comprendía que Colton era sólido, un hombre con el que podía contarse en los momentos difíciles. Por eso estaba enamorada de Colton Sawyer.

—Es una de las cosas más emocionantes que me han dicho jamás.

Andi cedió a la necesidad de tocarlo y apoyó una mano en su brazo. Él se puso tenso por el contacto. A pesar de la camisa y la chaqueta, la tensión de su bíceps la estremeció.

—Como sabes muy bien —siguió ella—, el respaldo incondicional no es muy habitual en nuestra casa.

Él asintió con la cabeza y ella apartó la mano.

—Lo agradezco, pero ¿no podríamos seguir un rato en el coche?

—Claro.

Él sonrió y algo cambió entre ellos. Fue una conexión tan intensa y cargada de energía sexual, que el aire pareció vibrar entre ellos.

—Vamos a donde quieras —añadió él en un tono ronco que no pudo disimular.

«Vamos a donde quieras». Lo primero que pensó fue que no quería ir a ningún sitio concreto siempre que pudiera estar con él, sólo con él, hasta que tuviera que marcharse. Sin embargo, esa idea absurda no era, en absoluto, lo que él había querido decir. Se pararon en un semáforo y la pareja del coche de al lado los miró con extrañeza. Todo el mundo los miraría así si se pasaban el día dando vueltas por el pueblo. Ella tomó una decisión repentina.

—Vamos a la carretera general. La gente nos mirará si paseamos por el pueblo con este vestido de novia que no cabe en el asiento delantero.

—A la carretera general —se limitó a decir él.

Mientras iban en silencio, ella miró por la ventanilla sin ver nada. En vez de un día primaveral, ella sólo podía ver los regalos en el salón de su madre. Regalos que habría que devolver. También vio a Colton que se marcharía de Savannah dentro de cinco días. Podía soportar lo de los regalos, pero su marcha…

Colton estaba entrando en la carretera hacia el sur cuando sacó su teléfono móvil.

—Es mi madre —dijo él mirando la pantalla. Evidentemente, lo tenía silenciado y en vibración—. ¿Qué pasa, mamá?

—No me vengas con «¿qué pasa?». ¿Estás con Andi?

Daba igual que él no tuviese activado el altavoz porque la voz de Martha Anne podía oírse perfectamente.

—Sí, mamá.

—Dios mío, Lola Bridgerton tenía razón.

Andi hizo una mueca de disgusto. Lola era una de las mayores cotillas de Savannah. La historia no sería sólo que Andi había abandonado a Blanton en el altar, la parte más jugosa sería que se había escapado con Colton Sawyer.

—Da la vuelta ahora mismo y tráela. Debería estar casándose.

Andi no dijo nada, pero sacudió la cabeza para negarse.

—No puedo hacerlo, mamá. Ella no quiere casarse hoy.

—¿Por qué?

—Todavía no sé la respuesta, pero no quiere.

Andi habría podido besarlo por decir eso. En realidad, habría estado encantada de besarlo sólo porque era sexy y lo deseaba, pero también podría besarlo por su respaldo incondicional.

—Hijo, tráela de vuelta. Todo el mundo sigue aquí. Todas las novias tienen dudas. Dile que vuelva y que no pasará nada. Será una buena historia para que se la cuenten a sus hijos algún día.

No lo sería porque no iba a tener hijos con Blanton ni a casarse con él. Andi volvió a negar con la cabeza.

—No voy a volver —le susurró a Colton—. ¿Puedes decirle a tu madre que todo el mundo debería marcharse y que lamento mucho las molestias?

En realidad, no sabía qué se hacía en esos casos. ¿La gente se quedaba y seguía con el convite ya que se había pagado? Sonya, la organizadora de la boda, lo sabría.

—Eso no le sirve a Andi —replicó Colton—. Dice que todo el mundo debería marcharse a casa.

—Colton, da la vuelta a ese coche —insistió Martha Anne en un tono más airado.

—No. Mira, te veré más tarde. Además, dile a Daisy que no se preocupe, que yo me ocuparé de Andi.

Colton colgó el teléfono cuando su madre empezó a decir algo.

—Has hecho bien en colgar —comentó Andi—. Habría discutido todo el día contigo. Lo sé porque es tan implacable como mi madre. Seguramente, por eso son tan amigas.

Andi volvió a apoyar la mano en su brazo. No podía evitarlo. Aunque él no cambió de expresión, volvió a tensar el brazo, pero ella se dio cuenta de que no era porque no le gustaba que lo tocara, sino por lo contrario.

—Gracias, te la debo.

—No me debes nada —replicó él, poniendo el intermitente y cambiando de carril—. Sin embargo, no me importaría que me dieras una explicación.

Eso sí se lo debía y no iba a pasar las semanas siguientes sin tocar ese asunto. Supuso que nada podía reemplazar a la verdad… o, al menos, a parte de la verdad.

—Voy a tener que dar muchas explicaciones cuando vuelva, así que puedo empezar a practicar contigo.

Él podía jurar que seguía sintiendo el contacto de ella en el brazo. Estar con ella así era una tortura deliciosa. Era como si todos sus sentidos estuvieran aguzados por una descarga de adrenalina, como si se percibiera más a sí mismo y a ella. Un mero contacto, una leve sonrisa de ella, y el deseo, que rozaba la necesidad, lo atenazaba con más fuerza por dentro.

Hizo un esfuerzo para concentrarse en otra necesidad. Tenía que saber por qué estaba tan desesperada, que se había descolgado por la ventana de un cuarto de baño. Esperó sinceramente que Blanton no le hubiera pegado ni engañado porque, entonces, tendría que dar una buena paliza al maldito canalla y Rion iría detrás.

El silencio entre ellos se alargó y él habría podido jurar que ella se fijaba en él como hombre tanto como él se había fijado en la curva de sus pechos debajo del escote del vestido.

—Estaré dispuesto cuando tú lo estés —comentó él.

Él se había referido a las explicaciones, pero todo pareció adquirir un sentido completamente distinto y fue como si el aire se cargara más todavía entre ellos.

—Bueno —dijo ella, entrelazando sus dedos—. El resumen es que no lo amo.

¿No lo amaba? No lo amaba. Rion lo había adivinado y una parte de él se alegraba neciamente por la noticia. Aun así, eso no le daba derecho para hacer lo que quería hacer, que era aparcar el coche, besar sus tentadores labios y deslizar la mano por su cuello hasta el surco que le separaba los pechos.

Colton captó que había algo más, algo que ella estaba ocultándole. Hacía años que no la veía, pero, en cierto sentido, la conocía hasta un punto que no podía explicar.

—¿Ya está?

—¿Te parece poco?

Ella lo preguntó en un tono que mezclaba cierto pánico y actitud defensiva. Efectivamente, estaba ocultando algo.

—Es bastante —contestó él desdiciéndose—. Deberías amarlo para casarte con él.

Aun así, quería que contestara a la pregunta esencial. Se le ocurrían muchos motivos para que ella hubiera decidido que no amaba a Blanton después de aceptar casarse con él. Andi siempre había sido divertida e independiente, pero también había sido muy responsable. Tenía que haber ocurrido algún tipo de cataclismo para que decidiera que no amaba a un hombre en último momento y escaparse de su boda.

—Pero no te habrá pegado ni engañado —añadió él.

El rostro de ella reflejó una sorpresa sincera.

—No, claro que no.

—Bueno, me alegro. Eso le permitirá vivir un día más o, al menos, no acabar en el hospital.

—Lo dices en serio, ¿verdad? —preguntó ella en un leve tono de fascinación.

¿A qué tipo de hombres se había acostumbrado ella desde que Rion y él se marcharon? Ningún hombre digno de ese nombre habría consentido que la trataran así.

—Puedes estar segura.

—Vamos…