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La espòsa del siciliano / El playboy italiano

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Julie Leto Klapka.

Todos los derechos reservados.

TRES SEDUCCIONES Y UNA BODA, Nº 2 - agosto 2011

Título original: 3 Seductions and a Wedding

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-698-6

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Prólogo

Primera parte

Kapitel 1

Kapitel 2

Kapitel 3

Kapitel 4

Kapitel 5

Kapitel 6

Kapitel 7

Kapitel 8

Kapitel 9

Kapitel 10

Segunda parte

Kapitel 1

Kapitel 2

Kapitel 3

Kapitel 4

Kapitel 5

Kapitel 6

Kapitel 7

Kapitel 8

Kapitel 9

Kapitel 10

Tercera parte

Kapitel 1

Kapitel 2

Kapitel 3

Kapitel 4

Kapitel 5

Kapitel 6

Kapitel 7

Kapitel 8

Epílogo

Promoción

A Deb Goldman, a Barbara Ross y a todos mis maravillosos amigos del Centro Jazzercise. Hacer deporte con vosotros cada mañana se ha convertido en una parte esencial de mi bienestar, no sólo físico sino también mental. Las risas, la amistad e incluso el sudor significan muchísimo para mí.

Gracias y ¡a bailar!

Prólogo

—Cásate conmigo.

Bianca Brighton miró de reojo al hombre que le acababa de pedir que se casara con él mientras éste se lanzaba de cabeza a las cristalinas aguas. Estaban pasando el día en las cataratas de La Fortuna, escondidas dentro de la selva costarricense. Nadó con movimientos poderosos y gráciles hasta donde estaba ella. No podía dejar de admirar su musculoso y ágil cuerpo. Cuando lo tuvo cerca, se distrajo viendo cómo el agua recorría su torso y olvidó lo que acababa de decirle.

—¿Qué has dicho? —le preguntó entonces.

Su sonrisa estuvo a punto de derretirla. Sabía de sobra lo que él quería, no era la primera vez que le pedía que se casara con ella, lo había hecho un millón de veces. Y, cada vez que lo oía, el deseo que sentía por él se incrementaba más aún. Era una especie de afrodisíaco. Creía que no había nada en el mundo tan excitante y aún le costaba creer que un hombre como Cooper Rush quisiera pasar con ella el resto de su vida.

Cooper la agarró por la cintura y la apretó contra su torso. Bianca se estremeció al sentir su piel húmeda y fría, pero la sensación se transformó rápidamente en el calor más intenso.

—Me has oído perfectamente —le dijo Cooper—. Cásate conmigo.

Aunque estaban rodeados de turistas que jugaban en el agua, hablaban y reían, Bianca cerró los ojos y disfrutó de aquel instante de intimidad. Llevaban diez años viviendo juntos, desde que terminaran sus estudios universitarios, pero seguía estremeciéndose cada vez que la tocaba. Cooper, sin soltarle la cintura, deslizó el pulgar hasta su ombligo y comenzó a jugar con el anillo que lo decoraba. Bianca no pudo evitar sonreír al notar los movimientos. Le encantaba que jugara así con ella, sobre todo si lo hacía en una parte mucho más íntima de su cuerpo, y él lo sabía muy bien.

—De acuerdo —repuso ella con un suspiro.

—¿De acuerdo? ¿De acuerdo? —repitió él con una cómica expresión en el rostro—. ¿Eso es todo lo que vas a decirme? ¿Acabo de pedirte que te cases conmigo en uno de los lugares más bellos del mundo y sólo se te ocurre decirme eso?

Bianca se acercó más a él hasta sentir su erección. Metidos como estaban en el río y con el agua hasta la cintura, nadie más podía ver lo que estaba ocurriendo bajo la superficie.

—No me pareció que me lo pidieras, has hecho que sonara casi como una orden —protestó.

—El caso es que te lo he propuesto y no me has contestado —replicó Cooper.

Se dio cuenta de que Cooper había pasado demasiado tiempo con uno de sus clientes, un abogado que había necesitado la traducción de unos documentos del español al inglés, motivo por el que ella había tenido que viajar a Costa Rica. Su trabajo como lingüista la obligaba a viajar por todo el mundo y, como Cooper se dedicaba al diseño de programas informáticos y podía hacerlo desde cualquier ordenador, podía ir con ella casi todo el tiempo. Habían visitado todos los continentes juntos, pero nunca como marido y mujer.

—No sé cómo no me he cansado ya de hacerte la misma pregunta.

—¡Sobre todo cuando yo siempre te digo que sí! —repuso ella mientras admiraba su anillo de compromiso.

—Creo que nunca me has dicho esa palabra. La primera vez que te lo pedí, creo que dijiste «de acuerdo, pero engánchate de una vez a la cuerda, que tenemos que saltar».

Bianca se echó a reír al recordarlo y le dio un cariñoso beso a su prometido. Había ocurrido diez años antes, al principio de su relación. Cuando, durante un viaje a Hawai, decidieron participar en una excursión en tirolina de árbol en árbol. Cooper escogió ese momento para colocarle un anillo en el dedo y pedirle que se convirtiera en su esposa. Recordaba muy bien la adrenalina del momento y cómo se sintió volando de un árbol a otro con el corazón lleno de emociones. No había dejado de amarlo durante esos diez años, pero seguían solteros.

Habían solicitado tantas veces los papeles para casarse que ya los conocían en las oficinas del registro civil de su ciudad. Pero habían estado demasiado ocupados viajando por todo el mundo para organizar la boda con la que los dos soñaban.

O con la que soñaban sus respectivas familias. —¿Por qué no nos casamos aquí? —le sugirió Cooper. Suspiró al oírlo. No era la primera vez que tenían una conversación como ésa.

—No podemos hacerlo, Cooper. Nuestros padres nos matarían si nos casáramos sin invitar a nadie.

Vio que le brillaban lo ojos.

—Estoy dispuesto a arriesgarme —repuso él mientras la abrazaba—. ¿Y tú?

No quería tener que contestarle lo mismo de siempre, y retrasó ese momento zambulléndose en el agua. Fueron unos segundos de exquisito placer, sin tener que pensar. No quería acordarse en ese momento de su madre, ni en cuánto deseaba ella que llevara su vestido de novia. Su padre también esperaba una gran boda y estaba deseando entrar de su brazo en la iglesia de su familia y acompañarla hasta el altar.

Por otro lado, tenía que pensar también en la familia de Cooper. El divorcio de su hermana Annie, aunque no era reciente, había sido muy inesperado. Y los Rush no hablaban de otra cosa que no fuera la gran fiesta con la que pensaban celebrar el matrimonio de su hijo. Llevaban tanto tiempo juntos que los padres de Cooper estaban convencidos de que lo suyo era para toda la vida. Incluso el hermano pequeño de Bianca, Drew, había llegado a sugerirles distintas opciones para la boda. En una ocasión, estando ellos en Montreal, les dijo que iba a ir a buscarlos en su avión para llevarlos personalmente hasta los juzgados y conseguir así que se casaran de una vez.

Estaban rodeados de familiares llenos de buenas intenciones y un sinfín de sugerencias.

Y les pasaba lo mismo con sus amigos.

Jessie, su mejor amiga desde la universidad, estaba deseando que se casaran en secreto y sin avisar a nadie. No quería tener que vestirse de dama de honor.

Y Leo, el mejor amigo de Cooper, prefería que se decidieran por un lugar exótico para la boda y tener así la excusa perfecta para una gran fiesta en un país tropical.

La última vez que habían visto a Ajay Singh, el jefe de Cooper, durante un viaje a París, éste les dijo que su madre había renunciado a organizar la boda de su hijo y estaba dispuesta a planear la de ellos dos si decidían casarse en Londres o en la India, de donde era su familia.

Por otra parte, cuando Mallory Tedesco, la jefa de Bianca, rompió su compromiso con un magnate de la industria automovilística, le había pasado todas las revistas de novias y todos los libros sobre organización de bodas que había estado hojeando hasta entonces.

Todo el mundo tenía ideas sobre cómo y dónde debían casarse. Era algo increíble e inconcebible para Bianca. Estaba tan segura de su relación con Cooper que lo que menos le importaba era si se casaban o no.

Pero tenía que reconocer que le hacía ilusión celebrar una ceremonia. Tampoco desdeñaba la oportunidad de vestirse de largo y tener una fantástica fiesta con toda la gente que querían. Y, aunque viajaban continuamente, le atraía la idea de tener una luna de miel inolvidable.

Salió del agua decidida a dar el paso y le dio un largo y sensual beso a modo de respuesta. Poco a poco, consiguió llevarlo hasta una apartada cala que habían descubierto unos días antes. Nadie podía verlos allí. Con toda esa exótica belleza a su alrededor y la pasión que sentían el uno por el otro, le pareció que un rápido y furtivo encuentro sexual era justo lo que necesitaban para recordar que una boda no iba a cambiar lo que sentían.

Después de diez años de relación, Cooper seguía excitándola, y sabía que él sentía lo mismo por ella. Aun así, mientras se escondían tras unas rocas, no pudo evitar temer que toda esa magia terminaría desapareciendo cuando por fin le dijera «sí, quiero».

Primera parte

Compromiso

1

—Te has vuelto loco.

Jessie Martínez dejó el tenedor de nuevo en el plato y miró a los que tenía a su alrededor en la mesa. A Annie le había faltado poco para escupir la cerveza antes de tragarla, a Drew se le atragantó la pizza y Ajay, siempre exquisito y educado, se cubría la boca con una servilleta mientras trataba de sofocar su repentino ataque de tos. Mallory era la única que seguía comiendo con tranquilidad. La ridícula idea que acababa de proponerles Leo Sharpe los había dejado a todos sin habla. O a casi todos. Ella había sido la única que se había atrevido a dudar de su estado mental. No podía creer que acabara de sugerirles que prepararan en unos días una boda sorpresa para Bianca y Cooper.

A pesar de la negativa reacción que había tenido su propuesta, Leo los miraba con una gran sonrisa. Los ojos de su ex novio, normalmente de color azul turquesa, parecían haberse tornado más oscuros. Se le fueron los ojos al hoyuelo que se formaba a un lado de su cara cuando sonreía y se le olvidó de pronto que no estaban solos, sino con cuatro personas más en su pizzería favorita.

—No es la primera vez que me lo dicen —repuso Leo mientras miraba a Annie. Era la hermana de Cooper y conocía muy bien a Leo, el mejor amigo de su hermano.

Pero no tan bien como lo conocía ella. Para Annie, que era seis años mayor que Cooper, Leo era prácticamente un hermano para ella.

Para Jessie, en cambio, Leo era el hombre que le había roto el corazón.

—Todo el mundo te dice que estás loco, pero sigues empeñándote en organizar todo tipo de planes y confabulaciones que sólo meten en líos a la gente.

—Pero este plan es una gran idea —protestó Leo—. Así podríamos por fin conseguir que Bianca y Cooper se casaran. Ya es hora de que lo hagan después de tanto tiempo.

Jessie abrió la boca para protestar, pero no dijo nada. El plan de Leo era una locura. Le parecía imposible buscar damas de honor y padrinos para la boda. Alguien debía encontrar además un sacerdote que pudiera oficiar la celebración, enviar invitaciones a la gente, reservar un sitio para el banquete y encargar la tarta.

Era una locura, pero era la única manera de conseguir que se casaran ese fin de semana. Si no lo hacían, tendrían que esperar al menos seis meses más o quizá incluso otro año. Tenían pendientes varios viajes de trabajo.

Era la mejor amiga de Bianca y no podía creer que no se le hubiera ocurrido a ella la idea. Había sido testigo desde el principio de esa relación. Bianca y Cooper habían conseguido convertir una aventura de una sola noche en la universidad en una relación que ya duraba más de una década.

Lo único que les faltaba era dar el paso definitivo y casarse. Bianca llevaba el anillo de compromiso que Cooper le había comprado nada más terminar la universidad. Cada año, cuando visitaban Florida para ver a su familia y amigos, renovaban la licencia de matrimonio en las oficinas del registro civil, pero aún no habían hecho uso de ella. Siempre parecía haber alguna excusa para no casarse, ya fuera un romántico viaje a Turquía o la posibilidad de escalar el monte Kilimanjaro.

—Creo que es una idea fantástica —intervino Ajay Singh.

Siempre le había encantado el ligero y exótico acento que tenía el jefe de Cooper. Unos años antes, había incluso llegado a salir con él, pero sólo en una ocasión. El rico soltero, educado en exclusivos colegios y en la Universidad de Oxford, la había tratado como a una reina, pero lamentablemente no había surgido nada entre ellos.

Ajay, además de un buen partido, era un hombre muy atractivo. No se parecía en nada a Leo, pero con él sí habían saltado chispas. Tantas como para provocar una explosión.

Frunció el ceño al ver lo entusiasmado que parecía Ajay con la idea. Pero le sorprendió ver que a Drew, el hermano de Bianca, también parecía gustarle el plan de Leo.

—Una boda sorpresa... —repitió Drew pensativo—. Creo que sería perfecto. Si no lo hacemos nosotros, nunca se casarán. No tienen tiempo.

—Entonces, ¿qué tenemos que hacer? —preguntó Annie—. ¿Cómo podemos ayudar?

Todos miraron a Leo con atención. Todos menos Mallory Tedesco, la jefa de Bianca. Mallory no era una mujer demasiado habladora, y tampoco sociable. Jessie imaginó que a Leo le habría costado mucho convencerla para que cenara con ellos esa noche, pero su ex podía llegar a ser muy persuasivo.

Vio que Leo sacaba un papel del bolsillo y lo desdoblaba.

—Ya he pensado en todo —les dijo.

Echó un vistazo a la lista y reconoció enseguida su letra y los dibujos que solía hacer en servilletas y todo lo que tuviera delante mientras hablaban. Eran las mismas formas de siempre. Dibujaba barcos, mástiles y velas. Cualquier cosa relacionada con los veleros que diseñaba y con los que participaba en regatas con bastante éxito. Se dio cuenta de que había conseguido su sueño y estaba en ese instante intentando hacer realidad el de Cooper, su mejor amigo.

Cada vez le costaba más seguir odiándolo.

Se relajó contra el asiento mientras Leo les hablaba de sus planes. No podía concentrarse en lo que decía, sino en él. Aunque había pasado mucho tiempo, siempre le costaba verlo cuando Bianca y Cooper regresaban a Florida y quedaban con todos sus amigos. Esa noche estaba tan cerca de él que le costaba respirar y, de vez en cuando, le llegaba su masculino aroma. Se dio cuenta de que, aunque hacía mucho tiempo que había perdonado su traición, aún no se había olvidado de él.

—Se necesitan tres cosas fundamentales para que cualquier boda sea todo un éxito —dijo entonces Leo con autoridad.

Le sorprendió que hablara de ese modo, como si fuera todo un experto en la materia. Después de todo, Leo nunca se había casado. Sabía que ni siquiera había tenido relaciones demasiado serias desde que estuvo con ella.

—Necesitamos una ceremonia breve, una gran fiesta y una luna de miel fabulosa. Vuestros padres ya me han dicho que se harán cargo de la ceremonia —agregó Leo mirando a la hermana de Cooper y al hermano de Bianca—. Ha sido imposible encontrar una iglesia con tan poco tiempo, así que han decidido celebrarlo en el salón de baile del Hotel del Mar.

—¡Es un sitio precioso! —exclamó Annie—. Y ese salón tiene unas vistas espectaculares. ¡Es perfecto!

Jessie se dio cuenta de que Annie era tan romántica como Leo. O quizá estuviera simplemente pensando en lo bonitas que iban a quedar allí las fotografías del enlace. Después de todo, era a lo que se dedicaba la hermana de Cooper.

—Nosotros nos encargaremos de organizar el banquete y la luna de miel.

—¿No proporciona la comida el propio hotel? — preguntó Mallory.

—Bueno, la madre de Jessie dirige un servicio de catering —repuso Leo mientras la miraba un segundo—. La señora Brighton y ella ya han empezado a diseñar el menú, pero aún no hemos contratado a los músicos. Vi ayer en el periódico que Brock Arsenal está en la ciudad.

—¿Hablas de la estrella de rock? —le preguntó Jessie—. No creo que ahora se dedique a cantar en bodas.

Vio que su comentario no había conseguido desanimar a Leo.

—Pero es el que canta su canción, la canción de Bianca y Cooper.

Leo bajó el tono de su voz y tarareó el estribillo de la canción. Era una balada que le traía muchos recuerdos, casi todos muy eróticos y sensuales. Esa canción formaba también parte de su pasado y le sorprendió que aún pudiera hacerle recordar tantas cosas.

Drew movió la silla para que la camarera pudiera dejar sobre la mesa otra jarra de cerveza.

—Dios mío, Bianca no dejaba de poner en su tocadiscos esa canción cuando conoció a Cooper. Consiguió que yo la odiara. Aún tiene fotos de Arsenal en su viejo dormitorio en casa de mis padres —les confesó el hermano de la futura novia.

—Sería genial si pudiéramos convencerlo para que tocara en la boda —comentó Annie—. Sé que es prácticamente imposible, pero sería muy especial.

—Todo el mundo tiene un precio —repuso Ajay—. No creo que sea imposible.

—¡Ésa es la actitud que esperaba de vosotros! — exclamó Leo dándole una palmadita en la espalda a Ajay—. Tú estarás a cargo de la música y Mallory te ayudará, ¿de acuerdo?

—¿Yo? —repuso la mujer con perplejidad.

—Bianca me ha contado que, además de dedicarte a trabajos de traducción e interpretación, proporcionas ayuda a actores cuando tienen que conseguir un determinado acento para alguna película. Así que imagino que tendrás muy buenos contactos en Hollywood.

Mallory se quedó callada unos segundos, pero después asintió con la cabeza.

—Muy bien —repuso Leo mirando a Annie—. Tú tienes más o menos la misma talla de Bianca, ¿no?

Annie abrió muchos los ojos al oír su comentario.

—No me digas que quieres que elija su traje de novia. Leo sacó otro papel del bolsillo y se lo entregó.

—Si no lo haces tú, tendremos que dejar que se encargue su madre.

Jessie trató de ahogar una sonrisa, pero Drew no fue tan comedido y se echó a reír. Bianca y su madre tenían gustos muy distintos en cuanto a su forma de vestir.

—¡No! —exclamaron Annie y Jessie a la vez—. Debería ser yo quien elija su vestido —agregó ella—. Conozco muy bien sus gustos.

—Es verdad —reconoció Leo—. Pero tengo algo mucho mejor reservado para ti.

Pero, antes de que pudiera imaginar de qué se trataba, Leo miró de nuevo a Annie y repasó con ella todo lo que había apuntado en la segunda lista.

—¿Crees que podrás conseguir todo eso?

—¿Antes del domingo? —preguntó Annie con perplejidad—. Claro que no. La boutique a la que quieres que vaya está en Nueva York.

Drew tomó la mano de Annie para moverla y poder leer la lista. Era difícil estar segura en un ambiente tan oscuro como el de la pizzería, pero le dio la impresión de que Annie se había sonrojado.

—Es el diseñador que Bianca conoció el pasado verano —comentó Drew después de leer la lista.

—Así es. Recuerdo que me dijo que le habían encantado sus diseños —repuso Leo.

—Puedo llevar a Annie en avión hasta Nueva York —se ofreció Drew—. Podría tenerlo preparado el jueves por la mañana. Así, estaremos de vuelta el sábado con todo lo que Bianca va a necesitar para la boda. Estaré encantado de comprarle ropa de verdad y conseguir que se quite por fin sus gastados vaqueros y sus viejas sudaderas.

Jessie no podía estar más de acuerdo con lo que acababa de comentar Drew, pero Annie parecía algo incómoda con la tarea que le habían asignado. No sabía si le preocupaba tener que elegir ropa para otra persona o si era ese viaje con el atractivo Drew lo que había conseguido inquietarle. Annie apenas había salido con nadie desde que se divorciara y a Drew no parecía preocuparle que fuera obvia para todos la atracción que sentía por la hermana mayor de Cooper. Él sólo tenía veintiséis años, pero era un empresario con éxito y un excelente piloto. Annie estaba en buenas manos.

De repente, se dio cuenta de un detalle. Si Mallory iba a ayudar a Ajay a organizar el entretenimiento del banquete y Annie y Drew viajaban a Nueva York, ella iba a tener que trabajar codo con codo con Leo.

—No... —protestó en voz baja.

Pero Leo fue el único que entendió lo que le pasaba. Se acercó más a ella.

—Así que tú y yo seremos los encargados de organizar la luna de miel —le susurró al oído.

Jessie apartó los ojos tratando de ignorar todas las posibilidades que la masculina voz de Leo había conseguido plantar en su mente. No tardó en imaginarse desnuda en una playa, inmóvil entre la arena y el musculoso cuerpo de Leo, con el sol calentando sus cuerpos mientras él le susurraba las palabras más decadentes al oído.

—No podemos hacerlo —repuso ella. Habían ocurrido demasiadas cosas entre ellos y aún le dolía.

—Ya han pasado diez años, Jessie —repuso Leo—. ¿No puedes olvidarlo todo para que podamos darles a nuestros amigos el maravilloso regalo de una luna de miel inolvidable? No podemos negarles el futuro que también podríamos haber tenido nosotros si yo no hubiera metido la pata como lo hice.

Ajay se encargó de pagar la cuenta de la cena. Drew llamó al aeropuerto para que le prepararan el avión mientras Annie hablaba con sus ex suegros para ver cómo estaban sus hijos. Mallory parecía muy concentrada en su teléfono y tenía una sonrisa permanente en la boca. Todos parecían ocupados con algo y encantados ante la idea de organizar esa boda sorpresa. Jessie suspiró nerviosa. Leo no dejaba de mirarla cómo si estuviera muerto de hambre y ella fuera un jugoso filete.

—¿De qué tienes miedo, Jessie? —le preguntó Leo entonces.

—De ti no, por supuesto. ¿Es eso lo que estás pensando? —replicó ella de mala manera.

Sabía que Leo tenía razón. Lo que había pasado entre ellos estaba más que enterrado y olvidado. Había tenido varios novios desde entonces, incluso había llegado a comprometerse con dos de ellos, aunque en ninguno de los dos casos había fijado fecha para la boda.

Había tenido que pasar los últimos diez años soportando la compañía de Leo cada vez que Bianca y Cooper volvían a Florida. Imaginó que podía sacrificarse y pasar algo más de tiempo con él esos días para poder planear la luna de miel.

—Me alegra mucho que no me tengas miedo. Ve a casa y haz la maleta. Te recojo dentro de una hora.

—¿Maleta? ¿Para qué? Si piensas que voy a quedarme en tu casa mientras organizamos la luna de miel, estás muy...

—Ya he decidido dónde vamos a mandarlos de viaje —repuso Leo mientras se levantaba de mesa.

Ella no se movió. Observó a Leo mientras se despedía de los otros e intercambiaba números de teléfono con ellos. Cuando se fueron los demás, volvió a mirarla y le hizo un gesto para que se acercara a él.

Enfadada, apartó la vista, pero sabía que no iba a poder quedarse allí sentada toda la noche. Era la mejor amiga de Bianca, la quería como a una hermana. Había estado esperando durante muchos años a que llegara ese momento y confirmaran delante de todos y de manera oficial y legal lo que sentían el uno por el otro. Creía que lo menos que podía hacer era ayudar a Leo a organizarles una luna de miel de ensueño.

Bianca y Cooper necesitaban algo especial y romántico. Algo que les recordara que su relación no había sido siempre como lo era entonces, llena de viajes exóticos y aventuras.

Se levantó de la mesa y fue deprisa hasta donde estaba Leo.

—Muy bien, planificador de eventos. ¿Adónde sugieres que los mandemos de luna de miel? Que no se te olvide que han estado en todas partes —le dijo.

Leo la miró lleno de satisfacción. Le entraron ganas de abofetearlo, aunque una parte de ella quería besarlo. La línea entre esas dos reacciones siempre había estado muy difusa en su cabeza cuando se trataba de Leo.

—Vamos a volver al lugar donde empezó todo — le dijo Leo mientras abría la puerta del restaurante.

El aire cálido y húmedo de Florida los recibió con fuerza al abandonar el local con aire acondicionado.

Tardó unos segundos en procesar lo que acababa de decirle.

Cuando vio lo que significaba, estuvo a punto de tropezarse y Leo tuvo que sujetarle el brazo para que no perdiera el equilibrio. En cuanto notó sus manos en la piel, se quedó sin respiración. Sus dedos eran fuertes, la palma de su mano, muy cálida. Bajó la vista y se fijó en su musculoso antebrazo.

—¿Te refieres a Cayo Hueso? —preguntó entonces.

—Así es, me refiero a Cayo Hueso —le confirmó Leo mientras tiraba de su brazo para atraerla contra su cuerpo—. En todos los sentidos...

2

La bandera que daba comienzo a la regata se había levantado y había sonado ya la sirena con la que se avisaba a los participantes. El plan de Leo para recuperar a Jessie, y conseguir además que se casaran por fin sus dos mejores amigos, era complicado. Iba a ser una carrera difícil y con riesgos, pero estaba decidido a llegar a buen puerto.

No estaba preocupado. Le gustaba asumir riesgos. Así había conseguido hacerse un hueco en el mundo del diseño de barcos y yates. Y era una cualidad que también le servía en las regatas. Había dejado atrás las tradiciones y los viejos diseños y de esa manera había conseguido hacerse un nombre en el sector. También había logrado mantener su negocio a flote durante la grave crisis financiera por la que pasaba el país y lo había hecho vendiendo sus veleros a regatistas de todo el mundo. Sabía que la clave estaba en diversificarse y ser más creativo.

Si quería recuperar a Jessie, iba a tener que esforzarse también al máximo en ese terreno. Creía que uno de sus obstáculos más difíciles sería conseguir que ella admitiera que seguía queriéndolo.

No podía estar del todo seguro de que ése fuera el caso. De hecho, todas las pistas que tenía parecían decir lo contrario. Durante los tres años siguientes a su ruptura, Jessie se había negado a verlo y usaba cualquier excusa para no tener que coincidir con él cuando se juntaban los cuatro amigos. Pero, cuando Bianca y Cooper comenzaron a pasar más tiempo en el extranjero y menos en Florida, se había visto obligada a aprovechar las pocas horas que tenían entre vuelo y vuelo para poder verlos. Desde entonces, habían llegado a una especie de acuerdo sin tener siquiera que hablarlo y vivían en una tregua permanente que se parecía más a la Guerra Fría que a una convivencia pacífica.

Cada vez que la veía, recordaba todo lo que había perdido por culpa de sus errores. Le había pedido perdón en más de una ocasión, pero se había dado cuenta enseguida de que Jessie necesitaba algo más que palabras. Había creído entonces que el tiempo terminaría por ponerlo todo en su sitio y arreglar las cosas entre ellos, pero no había sido así. Diez años después, Jessie Martínez seguía guardándole rencor.

Pero, las últimas veces que se habían visto, le había parecido notar que su coraza de hielo comenzaba a resquebrajarse. Había percibido cómo se dilataban sus pupilas cuando él se acercaba y ya no se tensaba su cuerpo si la rozaba accidentalmente.

Y, en ese instante, mientras sujetaba su brazo para que no tropezara, había notado a través de la tela de su camiseta cómo se endurecían sus pezones. Había sido algo muy sutil, pero no se le había pasado por alto.

También cabía la posibilidad de que se estuviera imaginando todas esas señales.

—Estoy bien —le dijo Jessie.

—¿Estás segura?

Jessie lo miró con el ceño fruncido y se enderezó mientras se apartaba de él. Leo no pudo evitar sonreír al ver sus esfuerzos. Creía que se ponía más guapa aún cuando estaba nerviosa. Aunque para él era siempre preciosa, ya estuviera triste o contenta, aburrida o enfadada. Y especialmente bella cuando estaba furiosa. Imaginó que tendría el gusto de verla en su máximo esplendor en cuanto le explicara sus planes.

—¿Cómo vamos a ir a Cayo Hueso? —preguntó Jessie—. Está a muchas horas en coche.

—Deja que me preocupe yo del medio de transporte —repuso él—. Lo más importante es que la casa esté en buenas condiciones para después de la boda.

—¿Qué casa? —preguntó Jessie con suspicacia.

—La casa que alquilamos aquel verano... Esa casa en la...

—¿En la isla privada? —dijo Jessie, sin dejar que terminara su explicación—. ¿Cómo has podido alquilarla? El propietario la vendió.

Leo se quedó perplejo al oírla. ¿Cómo podía estar al tanto de ello?

Durante sus años en la universidad, Bianca y Cooper encontraron una maravillosa casa de cinco dormitorios en una pequeña isla a diez kilómetros de Cayo Hueso y decidieron alquilarla durante un mes. Por desgracia, a los conservadores padres de Bianca no les había gustado la idea de que se fuera de vacaciones con el joven con el que había empezado a salir, y decidió invitar también a Jessie para no estar a solas con Cooper.

Así fue como terminaron los cuatro en esa isla. Fue exactamente en aquel lugar y en aquella casa donde Leo se enamoró perdidamente de una mujer que había acabado odiándolo.

Esperaba al menos que, con el tiempo, ese odio se hubiera suavizado y no fuera ya más que un simple desprecio.

Pero el tiempo no había conseguido suavizar lo que sentía por ella. Su relación había fracasado por su culpa. Pero, después de diez años concentrado únicamente en su trabajo y en las regatas, estaba preparado para tratar de recuperar el único premio que aún no había conseguido, Jessie. Quería volver a su vida y estaba dispuesto a usar esa boda como excusa para reconquistarla.

—El nuevo propietario volvió a ponerla a la venta hace un par de años —le explicó él—. Es uno de los sitios a los que más a menudo voy con mi barco. Así que, cuando el agente inmobiliario lo supo, me avisó.

Vio que Jessie lo miraba con perplejidad.

—¿Te has comprado esa casa?

—Así es, soy el nuevo propietario, pero la verdad es que hace años que nadie va por allí.

—¿Por qué?

Jessie lo miraba con incredulidad.

—He estado muy ocupado. Apenas tengo tiempo libre para acercarme hasta allí. Y la persona que se encargaba del mantenimiento dejó el trabajo hace un año.

—No era eso lo que te preguntaba. Quería saber por qué decidiste comprarla. Sobre todo cuando acabas de confesar que apenas la has usado.

—¿De verdad quieres que te responda a esa pregunta o prefieres ir a casa y hacer la maleta? —repuso él mientras miraba el reloj—. Salimos para allí dentro de dos horas.

Jessie lo miró de nuevo con preocupación y suspicacia.

—Que conste que sólo estoy haciendo esto por Bianca y Cooper —le dijo algo frustrada, se dio la vuelta y fue hacia su coche.

—Lo sé. ¿Por qué si no ibas a acceder a ir conmigo a esa isla desierta y lejana donde hicimos el amor por primera vez?

Aunque Jessie ya estaba a cierta distancia, le pareció que se llenaban sus ojos de lágrimas. Imaginó que aún le dolía recordar su traición. Decidió que era mejor irse y no darle la oportunidad de atacarlo.