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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Jo Ann Vest. Todos los derechos reservados.

AL CAER LA NOCHE, N.º 66 - febrero 2018

Título original: As Darkness Fell

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2004.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-844-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Acerca de la autora

Personajes

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Acerca de la autora

 

Joanna Waynne vive con su marido a pocos kilómetros de la bulliciosa Nueva Orleans, pero su casa es el escondite ideal para una escritora. A sólo unos metros de su jardín se extiende un lago tranquilo frecuentado por garzas, patos y algún que otro caimán. Cuando no está escribiendo novelas de suspense y reconfortantes historias de amor, Joanna disfruta leyendo, viajando, jugando al golf y pasando el tiempo con su familia y amigos.

Personajes

 

Caroline Kimberly: Una periodista que intenta cumplir con su trabajo, hasta que el asesino comienza a obsesionarse con ella.

 

Sam Turner: Detective a cargo de la investigación con la que se pretende localizar al desequilibrado que ha llevado el miedo y la muerte a una tranquila ciudad del sur. Pero quizá su atracción hacia la periodista que cubre el caso le impida encontrar al asesino.

 

Becky Simpson: La mejor amiga de Caroline, lo único que quiere es disfrutar de la vida.

 

Jack Smith: El nuevo novio de Becky.

 

Matt Hastings: Detective experto en homicidios y mano derecha de Sam.

 

John Rhodes: Redactor jefe del Prentice Times.

 

Ron Baker: Chico de los recados y «manitas» de Prentice Times.

 

Tracy Mitchell: Trabaja en el Catfish Shack y era compañera de trabajo de la primera víctima.

 

Tony Sistrunk: Antiguo superior de Sam en el departamento de policía de San Antonio.

 

R.J. Blocker: Hermanastro de Sam.

 

Josephine Sterling: Pintora especializada en retratos robot.

 

Sally Martin: Primera víctima de un asesino en serie.

 

Ruby Givens: Segunda víctima de un asesino en serie.

 

Frederick Lee Billingham: El hombre del retrato de la casa alquilada por Caroline.

Prólogo

 

 

—Hay algo que debería decirle, señorita Kimberly, porque, si no se lo digo yo, terminarán comentándoselo los vecinos —dijo Barkley Billingham mientras revisaba el contrato de alquiler que su inquilina acababa de firmar—. Mi abuela dice que esta casa tiene fantasmas.

Caroline lo miró, convencida de que aquel comentario iba a terminar con una broma. Pero el hombre continuaba mirándola con la misma falta de expresividad con la que llevaba haciéndolo durante las dos horas que Caroline había tardado en ver la casa.

—¿Y por qué piensa que la casa tiene fantasmas?

—Ya sabe cómo son las casas antiguas. En ellas siempre se oyen ruidos, crujidos, gemidos, cosas de ese tipo. Y cuando sopla el viento del norte, parece que estuviera gritando una mujer.

—¿Eso es todo?

—Más o menos.

Caroline suspiró. Podría vivir con ello, especialmente en una casa tan antigua y espaciosa como aquella. De hecho, no podía imaginar que nadie que pudiera disfrutar de aquella casa deseara vivir en otro lugar.

—¿Es usted el propietario?

—No, todavía está a nombre de mi abuela, que ahora vive en Florida. Mi abuela dice que esta casa da demasiado trabajo. Habla continuamente de venderla, pero nadie quiere comprarla por el dinero que pide.

—¿Y usted se marchó de aquí porque la casa tiene fantasmas?

—No, yo me habría quedado en la casa, pero me fui a vivir con mi novia. Y yo que usted, no me preocuparía por los fantasmas. Esta casa sobrevivió a la llegada de los yanquis, que destrozaron media Georgia, así que podrá sobrevivir a unos cuantos fantasmas.

—¿Ese hombre era pariente suyo? —preguntó Caroline, señalando un retrato colgado al final de una escalera que parecía salida de Lo que el viento se llevó.

—Ése es Frederick Lee Billingham, mi tatarabuelo. Él construyó la casa. Mi abuela dice que está presente hasta en el último clavo de este lugar y que si alguna vez alguien quitara el retrato, Frederick se levantaría de su tumba y aterrorizaría a cualquiera que se hubiera atrevido a apartarlo de su lugar de honor.

—En ese caso, será mejor que deje el cuadro donde está.

—Como usted quiera. Puede hacer lo que le apetezca con él, al igual que con el resto de los muebles. Puede dejarlos donde están o llevarlos al sótano, con el resto de los trastos.

—No son ningún trasto. Me encantan los muebles de esta casa. Creo que los fantasmas y yo nos vamos a llevar estupendamente.

—Perfecto, porque mientras pague puntualmente, son todos suyos. ¿Cómo es que ha venido a vivir a Prentice, por cierto? Todas las personas que conozco de menos de noventa años están intentando marcharse de aquí.

—Acabo de conseguir trabajo en el Prentice Times.

—¿Qué tipo de cargo ocupa?

—Soy reportera.

Bueno, todavía no lo era, pero lo sería, porque iba a empezar ese mismo lunes. Había estado trabajando como profesora en Atlanta hasta que la habían despedido, justo dos semana antes de que se cumpliera el año que le habría dado derecho permanente a su plaza. Pero un trabajo era un trabajo. Y le encantaba aquella casa.

—Me cuesta creer incluso que vendan periódicos. Aquí nunca pasa nada.

—Estoy segura de que tienen algunas noticias que ofrecer. Parecían tener muchas ganas de contratar a un reportero.

Caroline permaneció en el descansillo de la escalera mientras Barkley se dirigía hacia la puerta de la calle y, cuando éste salió, se volvió hacia el rostro adusto de Frederick Lee Billingham.

—Me alegro de conocerlo, señor. Ahora vivo en esta casa y no pienso dejar que nadie, ni usted ni ningún otro fantasma, me eche de aquí.

En realidad, no podría haberse ido aunque hubiera querido, por lo menos hasta el mes de agosto del año siguiente. Tenía un contrato de alquiler de un año. Y grandes esperanzas depositadas en la nueva vida que acababa de emprender en Prentice, una tranquila e histórica ciudad de Georgia.

Capítulo 1

 

 

Seis meses después

 

Caroline Kimberly giró bruscamente hacia el primer hueco que vio en el aparcamiento, pasando por delante de la furgoneta de la televisión local y de dos coches de policía. Agarró la cámara, salió de detrás del volante y, tras cerrar el coche de un portazo, corrió a través de una zona cubierta de hierba. Gran error, decidió cuando los tacones se hundieron en el barro.

Se quitó los pendientes y los guardó en el bolso antes de llegar hasta el policía que estaba de guardia en la puerta. Desgraciadamente, no podía hacer lo mismo con aquel ceñido vestido rojo y con los zapatos. Un conjunto perfecto para la fiesta de cumpleaños de Becky Simpson, pero completamente fuera de lugar en aquel parque.

—Caroline Kimberly, del Prentice Times —se presentó al tiempo que mostraba su carné de periodista.

El policía iluminó el carné con la linterna y la recorrió de pies a cabeza con la mirada, dejando que sus ojos se detuvieran más de lo necesario en el escote.

—Si yo fuera usted, volvería a la fiesta. A menos que tenga un estómago fuerte.

—¿Qué ha pasado?

—Alguien ha debido sufrir el influjo de la luna llena. Ha matado a una joven cortándole el cuello.

—¿El influjo de la luna llena?

—Sí, así es como lo llamo yo. Algo relacionado con la luna y la sangre que pone a los locos al límite.

Caroline se estremeció y deseó poder regresar a la fiesta, pero no podía pasar por alto la oportunidad de escribir sobre una verdadera noticia. Había tenido que trabajar muy duramente para llegar hasta allí y escribir sobre un asesino tenía que ser mucho más desafiante que cubrir el incesante número de reuniones de las damas auxiliares. Pero, por supuesto, tampoco esperaba tener que enfrentarse a una carnicería durante su primera semana en aquel puesto.

Escrutó la zona con la mirada. No había ninguna señal del fotógrafo con el que había quedado en encontrarse. Era una suerte que llevara siempre la cámara en el coche.

—Echa a esa gente inmediatamente de aquí. Puedes empezar con esa tipa de los zancos.

Caroline se volvió para ver quién estaba ladrando aquellas órdenes. Se trataba de un hombre alto y musculoso, vestido con unos vaqueros viejos y una camiseta negra.

—Soy periodista del Prentice Times y tengo derecho a estar aquí.

—Se equivoca. Estamos en el escenario de un crimen. No tiene ningún derecho —pasó por delante de ella a grandes zancadas y se dirigió hacia el lugar en el que estaba rodando la cámara.

—Cerdo repugnante —musitó Caroline para sí, pero, al parecer, no suficientemente bajo como para impedir que alguien la oyera.

Otro policía se acercó a su lado.

—No le haga caso a Sam. Siempre es así.

—¿Bruto y desconsiderado?

—No tiene que tomárselo como algo personal. No soporta a los periodistas.

Las cosas se estaban poniendo mal. Los cámaras de televisión se marchaban. Pero ella tenía que conseguir algo que contar. En aquel momento, se acercó alguien al policía y ella aprovechó para escapar y correr hacia el lugar en el que se había producido el asesinato.

El policía le gritó que volviera, pero Caroline lo ignoró, esperando que aquello no fuera motivo de arresto. A los pocos metros, pudo ver el cadáver. Era el cuerpo de una mujer desnuda, tumbada de espaldas. Le habían abierto el cuello y le habían pintado con sangre una equis en el pecho.

Caroline dio media vuelta, asaltada por un ataque de náuseas. Alguien le dijo que se marchara de allí y en aquella ocasión obedeció. Se acercó hasta los arbustos más cercanos y vomitó todo lo que tenía en el estómago. Cuando terminó, descubrió que el policía que había intentando impedir que se acercara estaba tras ella.

—Debo de haber comido algo que me ha sentado mal —comentó.

—Sí. Yo he dicho prácticamente lo mismo cuando he visto el cadáver. ¿Está usted bien?

—Lo estaré dentro de un minuto. ¿Qué se sabe sobre la muerte de esa mujer?

—Todavía nada.

—¿Quién ha encontrado el cadáver?

—Todavía no estamos seguros, pero quien quiera que haya sido, ha llamado también a la televisión. La televisión ha llegado antes que la policía, por eso está Sam tan enfadado. Probablemente éste sea el crimen más brutal que se ha cometido nunca en Prentice.

—¿Está él a cargo de la investigación?

—Es el jefe de homicidios.

—¿Cómo se apellida?

—Turner.

Detective Sam Turner. El nombre le resultaba familiar, pero estaba segura de que no lo había visto antes. No era un hombre fácil de olvidar. Era más intimidante que atractivo, pero sus facciones duras y su cuerpo musculoso eran más que suficientes para que una mujer se fijara en él.

—Odio tener que echarla de aquí —dijo el policía—, pero Sam ha ordenado que despejemos la zona de periodistas.

Sí, especialmente de «tipas sobre zancos». Caroline asintió y comenzó a dirigirse hacia la puerta del parque. Pero en el último minuto, cuando se dio cuenta de que nadie la veía, tomó aire para intentar dominar sus nervios, se acercó al cadáver y comenzó a fotografiarlo.

El detective Sam Turner apareció de pronto y colocó la mano frente al objetivo.

—Espero que tenga una buena razón para continuar aquí.

—Voy a escribir un artículo para la edición del periódico local de mañana y tengo un par de preguntas que hacerle.

—Oh, claro, en ese caso nos olvidaremos del asesino e intentaremos ayudarla con su artículo.

—¿Tienen algún sospechoso? —preguntó Caroline, ignorando su sarcasmo.

—¡Eh, Turner! —lo llamó alguien—. Acércate a ver esto.

—Ahora mismo voy —Sam se volvió de nuevo hacia ella—. No tengo ningún sospechoso, ni ningún móvil, ni siquiera hemos identificado a la víctima y me importa un bledo lo que pueda escribir en su artículo. Lo único que me importa es que han asesinado a una mujer, así que ya puede apartarse de mi camino. Me gustaría descubrir al culpable de esta sangría.

—Al público le preocuparía que…

El policía dio media vuelta y se alejó caminando como si Caroline fuera una mosca latosa. Pero por lo menos le había dicho lo que Caroline necesitaba saber: no había pistas y todavía no habían identificado a la víctima. No era mucho, pero al menos podría aparecer en portada, especialmente si había salido bien alguna de las fotografías.

No cabía duda de que aquel macabro asesinato iba a dejar huella en los tranquilos habitantes de Prentice durante mucho, mucho tiempo. Quizá para siempre. Tendría que llamar a su jefe en cuanto llegara al coche para decirle que tenía una noticia para la portada.

El Prentice Times era un pequeño periódico local y John Rhodes, director y redactor jefe al mismo tiempo, quería controlar hasta la última palabra antes de que se imprimiera un ejemplar.

Por lo que se comentaba en el mundo del periodismo, en aquel momento Caroline debería estar experimentando una fuerte subida de adrenalina. Pero lo único que sentía era el estómago revuelto y un terror que parecía llegarle hasta al alma.

Escribiría el artículo y, al día siguiente, todos los padres de la ciudad sentirían un nudo en el estómago cuando lo leyeran. Y aquellos con hijas en paradero desconocido se volverían locos de preocupación.

Pero aquella era la profesión que había elegido. O, más exactamente, la profesión que la había elegido a ella.

 

 

Policías, cámaras de televisión, periodistas. Qué espectáculo. Todos los hombres y mujeres que se acercaban reculaban al ver por primera vez el cadáver. Pero no se alejaban, continuaban mirando, empapándose de aquella sangrienta visión, como si nunca tuvieran suficiente. Parecían fascinados por el crimen.

Él los observaba y estudiaba a todos. Especialmente al detective Sam Turner. Pero su mirada volvía una y otra vez hacia una atractiva periodista vestida con un vestido rojo. Estaba cumpliendo con su trabajo, sí, pero era evidente que no se estaba haciendo respetar. Sam Turner pensaba que aquello era un juego, pero se equivocaba. Y pronto lo descubriría. Todos lo descubrirían en cuanto comenzara a sucederse asesinato tras asesinato.