En el Nou Hospital Evangèlic (Nhe) de Barcelona prestamos servicios sanitarios desde hace más de 140 años con la misión de ofrecer una salud integral. Paul Tournier es, sin duda, un pionero en este concepto y su obra nos inspira. Su visión bíblica de la persona, en su triple faceta física, emocional y espiritual, nos resulta integradora, nos ayuda a superar la vieja definición de enfermedad basada exclusivamente en lo somático, sustituyéndola por otra más amplia, que va al centro mismo del ser humano, a sus causas.

Que su lectura nos capacite para traer consuelo y alivio eficaz a un mundo que sufre. Esa es la vocación y compromiso del Nhe.

Contacto: info@nouhospitalevangelic.com

La Unión de Médicos Evangélicos (UME) es una asociación de médicos cristianos que tiene como objetivo el formar a sus miembros en el Evangelio para poder practicarlo y presentarlo fielmente, ofrecer a los pacientes un trato integral que incluya lo físico, lo psíquico y lo espiritual, y asimismo, preparar a sus integrantes para que a través de su trabajo profesional pacientes y compañeros puedan conocer a Cristo.

Contacto: www.unionmedicaevangelica.com

Enfermería Cristiana es un grupo de enfermeras cristianas que entienden que su lugar de trabajo es su misión, están conectadas con otros grupos de enfermeras cristianas por todo el mundo para orar, apoyarse, y aprender juntos; así como colaborar con sus conocimientos en la Iglesia y en la sociedad”.

Contacto: enfermeria.cristiana@gmail.com

 

El Grupo de Psicólogos Evangélicos (GPE) somos un grupo de cristianos evangélicos interdenominacional. La diversidad nos anima a comprometernos cada día más en la defensa de la unidad en Cristo. Buscamos crear un espacio de intercambio de ideas, de experiencias, de proyectos, de preocupaciones, en todo aquello que tiene que ver con lo psicológico y siempre desde la perspectiva de la fe cristiana. Además nos interesa poder ser una voz reconocida en la sociedad en cualquier temática en la que, como psicólogos evangélicos, creamos que podemos y debemos ofrecer nuestra postura, para conocimiento y beneficio de los que nos oigan. Además nuestro objetivo también es ser de utilidad y bendición a todos aquellos que requieran nuestra intervención o servicios. Esta demanda puede ser personal, por ejemplo consulta profesional; o de algún colectivo, por ejemplo charlas, conferencias, seminarios etc., para alguna iglesia, grupo de jóvenes, o semejantes.

Contacto: www.psicologosevangelicos.com

psicologosevangelicos@gmail.com

 


 

 

 

39 artículos en honor al fundador de una escuela de medicina

dedicada a tratar a cada paciente como un ser humano.

 

 


 

 

Esto es lo que han dicho algunos críticos acerca de Paul Tournier: Una vida, una obra:

“En realidad este libro es mucho más que ‘39 artículos en honor al fundador de una escuela de medicina dedicada a tratar a cada paciente como un ser humano’. Estos capítulos de tres o cuatro páginas son los testimonios profundamente personales de miembros del personal médico y tratan diversas facetas de Tournier y su filosofía médica, entre las que destaca, como elemento indispensable, su visión de la vida cristiana.”

—Religion in Life

 

“...cuya lectura resulta de lo más interesante, ya que en cada uno de sus capítulos alguien diferente comparte sus impresiones acerca de la filosofía de la persona de Tournier.”

—Provident Book Finder

 

“Hay que agradecer a los editores su magnífica labor de compilación cuyo resultado es este tributo a quien con tanto empeño se ha dedicado a entender y tratar a cada ser humano individualmente.”

—The Baptist Standard

 

“La increíble admiración y el profundo amor por este médico que se respira en cada uno de estos artículos tiene un efecto tan contagioso, que el lector no podrá dejar a medias ni uno de los capítulos. Este libro demuestra, por encima de cualquier otra cosa, el poder que ejerce la ‘bondad’ de un hombre… Un libro reconfortante en ‘un momento como el que vivimos.’”

—The Oregon Journal

 

“Este libro es de inestimable ayuda en el campo de la medicina que conocemos como ‘La Medicina de la Persona’… Aquellos interesados en teología, psicología o medicina lo encontrarán especialmente útil. Y a la persona común, a quien solo le preocupa vivir, le resultará simplemente fascinante… ¡Hágase ahora mismo con una copia!”

—Gainesville (Ga.) Times

 

“Paul Tournier: Una vida, una obra… debería ser lectura obligada para los estudiantes de medicina y los médicos.”

—The Lutheran


 

PUBLICACIONES ANDAMIO
c/ Alts Forns nº 68, sót. 1º,
08038 Barcelona. España
Tel. (+34) 93 432 25 23
editorial@publicacionesandamio.com
www.publicacionesandamio.com
Publicaciones Andamio es la editorial de los Grupos Bíblicos Unidos (GBU) en España.

Paul Tournier. Una vida, una obra © Publicaciones Andamio,
2015 1ª edición febrero 2015 Paul Tournier’s Medicine of the Whole Person
© 1973

Esta traducción de Paul Tournier’s Medicine of the Whole Person publicada primeramente en 1973 se publica con permiso. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de los editores.

Traducción: Dámaris Stunt
Ilustración y diseño cubierta e interior: Jonatán Burgazzoli
Edición digital: Sonia Martínez
Depósito Legal: B. 3387-2015
ISBN: 978-84-943777-1-6
Impreso en Ulzama
Impreso en España


 

CONTENIDO

 

PREFACIO

1. La vocación de Paul Tournier

2. Mi encuentro con Paul Tournier

3. La medicina de la persona y el camino que aún resta

4. Las tentaciones del médico cristiano

5. Ágape y Eros

6. La conciencia del cuerpo

7. La psicosomática y la religión: dos derivados de la medicina de la persona

8. Persona e ideología

9. El desmoronamiento de las bases de la ética médica.

10. Un retiro sobre “la medicina de la persona”

11. Mi camino personal hacia la medicina de la persona

12. El alcance psicoterapéutico del médico de familia

13. Nuestra actitud hacia la vida, nuestros semejantes y la salud: algunas reflexiones

14. La relación dialógica entre el médico y el paciente en la medicna de la persona

15. La medicina de la persona y los pacientes inconversos

16. La medicina de la persona y la medicina psicosomática

17. Oportunidades para la práctica de la medicina de la persona en la medicina general

18. La medicina de la persona y la clase obrera

19. La medicina de la persona en el entorno rural

20. La medicina de la persona en el contexto hospitalario

21. El tiempo y la medicina de la persona

22. Consejería matrimonial y de jóvenes a la luz de la medicina de la persona

23. El significado de la persona y Paul Tournier

24. La esposa del médico de familia

25. La esposa del médico en américa

26. La esposa del médico asalariado

27. La medicina de la persona y el niño

28. La medicina de la persona y la medicina laboral

29. La medicina escolar y la medicina de la persona

30. Los cirujanos y la medicina de la persona

31. La medicina de la persona y la oftalmología

32. La medicina de la persona y el médico de laboratorio

33. La rehabilitación y la medicina de la persona

34. La reeducación y la medicina de la persona

35. La medicina de la persona y la terapia bioradiante

36. La persona del doctor en la medicina de la persona

37. Esta incesante búsqueda

38. De la medicina practicada en la intimidad a la medicina de la persona en equipo

39. La medicina psicosomática y la medicina de la persona

Lecturas complementarias


PREFACIO

 

En 1940, el Dr. Paul Tournier, médico internista de Ginebra, Suiza, publicó su primer libro, cuyo título en francés era Médecine de la Personne, y que en español significa medicina de la persona. Su intención era expresar la idea de que ni la medicina clásica, basada en el conocimiento de las ciencias naturales, ni la medicina psicosomática, fundamentada en la experiencia que se tenía de la psicología profunda —gracias a Freud, Carl Gustav Jung y otros—, podían abarcar todas las posibilidades de curación. La medicina que se enseñaba en las escuelas de psicología y medicina consideraba a la persona enferma de forma objetiva; sin embargo, el Dr. Tournier, insatisfecho con esta perspectiva, tenía una visión particular acerca del misterio de las personas que no podía revelarse a través de los métodos objetivos de la ciencia.

Siendo influido por la filosofía de Martin Burber, y después de mantener muchas conversaciones con colegas médicos del Grupo de Oxford —fundado por Frank Buchman—, el Dr. Tournier decidió invitar, en colaboración con sus amigos el Dr. Jean de Rougemont, de Lyon, Francia, y el Dr. Alphonse Maeder, de Zurich, Suiza, a un grupo de médicos de todas las especialidades y países a un retiro sobre “la medicina de la persona”, con el propósito de estudiar los problemas que planteaba su visión del misterio de la persona. Buber sugirió que existen dos formas de acercarse a las personas: una, en la que consideramos a las personas como objetos, y otra, en la que consideramos a las personas como sujetos. La primera se puede expresar como la relación “Yo-ello”, y la segunda como “Yo-tú”.

La primera semana de estudio tuvo lugar del 24 al 31 de agosto de 1947, en el Instituto Ecuménico de Bossey, Suiza. Desde entonces, cada verano ha tenido lugar una semana de estudio en diferentes países europeos, a las que han asistido una media de cien médicos de diferentes países, formando así un grupo que se conoce con el nombre de El grupo de Bossey o El grupo de médicos de la Medicina de la Persona.

Las conferencias de este grupo son distintas de todos los simposiums médicos de carácter científico. Se basan en el principio de que la medicina de la persona comienza por la persona del médico mismo. De ahí que en las conferencias a lo largo del día lo que más abunde sean las charlas de carácter personal, y por las noches, diferentes participantes junto con sus respectivas parejas compartan experiencias personales con todo el grupo.

En lo que al aspecto objetivo de la medicina de la persona concierne, las conferencias intentaban encontrar formas y métodos para demostrar que tal medicina ya se venía practicando. Se obtuvieron muchos resultados a partir de las experiencias mismas de los miembros del grupo.

Para ayudar a un paciente a que comprenda el conjunto de su vida, es absolutamente imprescindible conocer el entorno en el que ha vivido y su biografía —aspectos estos que son, por otro lado, objeto de estudio de la medicina clásica, en la que entran la psicología y la sociología. Pero, además, debía ser capaz de comprenderse a sí mismo como persona. Para hacerlo, lo que se precisa no es más análisis, sino un acercamiento personal por parte del doctor —sin importar a qué disciplina médica pertenezca— que se haga patente a través del diálogo personal, una actitud amorosa, la oración, la compasión, el compartir experiencias personales y una tranquilidad y sosiego que sea común a ambos, entre otras cosas. Si hablamos en términos religiosos, el paciente se hallará bajo la luz de Dios, en la medida en que el médico le considere una persona. O para decirlo de otra forma, el médico de la persona mirará a través de las fachadas e identidades de su paciente para lograr así sentir de un modo místico la singularidad de la persona.

La medicina de la persona no se basa en una doctrina cristiana específica: cualquier médico que esté dispuesto a considerarse a sí mismo y a su paciente como personas únicas podría practicar la medicina de la persona. No obstante, y a pesar de lo dicho, la Biblia parece ser la base más adecuada para entender esta clase de medicina. El grupo de médicos de la medicina de la persona, si bien está formado especialmente por cristianos de todas las denominaciones, no practica proselitismo ni excluye a médicos no cristianos. Las semanas de estudio se han venido inspirando estudios bíblicos matutinos, presentados en un principio y de forma magistral por el Dr. Tournier mismo, y más tarde por otros miembros del grupo. Muchos de los libros del Dr. Tournier son fruto de estos estudios bíblicos y conferencias.

En la actualidad ya hay dos “retoños” funcionando en Estados Unidos, nacidos como resultado del grupo de médicos de Bossey; uno está en Lousville, Kentucky, y el otro es un grupo interestatal formado en el otoño de 1972 y con sede en Carolina del Norte. Su organización se llama “Medicina y ministerio de la persona” y admite a trabajadores sociales y ministros [de la iglesia], además de personal médico.

Este grupo ha propuesto muchos otros objetivos que se integran en la medicina de la persona: ayudar a los pacientes a hallar el significado de su enfermedad y de su vida; tratar el problema de la muerte; buscar un acercamiento ético específico para su entorno; dar forma a nuevas expresiones de amor entre ellos mismos y sus semejantes; entender el sufrimiento como un sacrificio que nos lleva a comprender mejor a Cristo; encontrar gracias a la comunidad la fuerza necesaria para afrontar nuevas responsabilidades hacia los demás y hacia sí mismos. El Dr. Tournier nunca aceptaría una definición de la persona. De ahí que tampoco exista una definición de la medicina de la persona. Por otra parte, también se puede aplicar la noción de medicina de la persona a otras disciplinas: uno puede ser un abogado de la persona, un hombre de negocios de la persona, un intérprete de la persona, un maestro de la persona, un trabajador social de la persona, etc. Este libro conmemorativo, cuya intención es homenajear a este gran amante de las personas, el Dr. Paul Tournier, presenta ideas y experiencias de muchos de sus amigos que se han beneficiado de sus libros, sus semanas de estudio y, sobre todo, de él mismo y de su compañera de vida y obra, Nelly Tournier.

BERNARD HARNIK
Zurich, Suiza
Diciembre, 1972


 

LA VOCACIÓN DE PAUL TOURNIER

 

JEAN DE ROUGEMONT, M.D.
Catedrático, cirujano
Lyon, Francia

Mi querido Paul:

Te gustaba charlar junto al fuego con aquellos que necesitaban tu ayuda.

Hoy, esa silla reservada para tus acompañantes la ocupa un viejo amigo. De todos los recuerdos comunes que compartimos, y tendrás que perdonarme que me salte muchos de ellos, quisiera intentar hablar de la vocación que te llevó a practicar la medicina de una forma especial.

Tu deseo de servir a los demás se remonta a aquel tiempo cuando, recién acabada la escuela preparatoria, se abrían ante ti multitud de posibilidades a la hora de escoger una carrera. La abogacía no te interesaba. El ejemplo de tu padre y su fe podrían haberte llevado hacia la opción de la iglesia. Pero en lugar de eso te decidiste por la medicina.

Cuando abriste tu propia consulta, la placa con tu nombre no indicaba tu especialidad. En vez de eso aparecía una única palabra: Médico. Y bajo ese lema empezaste a tratar a los enfermos.

Aunque examinabas a los pacientes, formabas un diagnóstico y prescribías los tratamientos adecuados —como cualquier médico que se precie—, lo que más te interesaba era el papel de la mente en el paciente. Debes haber visto a infinidad de hombres y mujeres luchando consigo mismos, y por lo tanto también con aquellos a su alrededor y con la sociedad en general. A estos problemas internos tú los llamabas, acertadamente, “problemas vitales”. Tu objetivo primordial se estaba haciendo patente. Tu evidente solicitud por las personas que sufrían despertaba en ellas la necesidad de contarle a alguien sus problemas.

Porque, especialmente en la sociedad moderna, el silencio y la soledad asfixian a los que no pueden o no quieren desahogarse audiblemente, debido quizá a una tentativa inicial fallida con un familiar o incluso con un consejero profesional.

Pues bien, en ti, estas personas encontraban por fin a alguien dispuesto a escucharles y a procurar comprenderles pero sin juzgarles. Al sentir tu receptividad —cercana e impersonal a un tiempo—, las personas tímidas se atrevían a expresar sus sentimientos y los desconfiados se desahogaban sin temor. Y así, poco a poco, ibas reuniendo sus secretos, esos secretos tan arduos de llevar por dentro y al mismo tiempo tan difíciles de recibir.

Entonces empezaron a llegar pacientes a raudales gracias, por un lado, a tu buena reputación como profesional y, por otro, a tu extraordinaria sensibilidad a la hora de recibir a las personas, que corrió de boca en boca. Y en cuanto a ti, aprendiste qué clase de resultados puede obtener un médico dedicado por entero a su labor.

Sin embargo, esta forma doble de ejercer tu profesión trajo consigo un profundo cambio en tu interior, y empezaste a darte cuenta de que te interesaban más los problemas de la vida que la patología orgánica.

Excitado ante esta posibilidad de aventura, tal como tú la denominarías, sentiste la tentación de abandonar el camino conocido para explorar la “esfera del alma”. Emocionado, pero vacilante, debiste pasar largo tiempo reflexionando y sopesando los pros y los contras. Sin duda, tal empresa entrañaba ciertos riesgos. Tenías una familia, una esposa y dos hijos a quienes no podías embarcar contigo, sin sentir cierta aprehensión al respecto, en un viaje hacia un destino nuevo aunque probablemente lleno de peligros. Pero cierto día, en cierto lugar cerca de Ginebra (más adelante me contarías todos los detalles) te comprometiste a dedicar tu vida a la gente sobrecargada por los problemas de su vida. Estabas obedeciendo así a una orden discernida por fe. Una vez te sentiste liberado, fuiste capaz de comprender con mucha más claridad el significado espiritual de tu vocación.

Tu esposa, Nelly, que había tomado parte activa en el debate, aprobó la decisión de un marido al que apoyaba firmemente en todo.

Ahora el Dr. Tournier ya podía hacer saber que, de ahí en adelante, estaba decidido a trabajar exclusivamente con pacientes dispuestos a llevarle sus problemas mentales.

Y lo que sucedió después demostró que estabas en lo cierto. Poco a poco fueron apareciendo en tu agenda los nombres de estos nuevos pacientes —enfermos por dentro, aunque exteriormente parecieran estar bien. Si bien, cuando en algunas ocasiones también sospechaste algún desorden físico oculto tras de sus problemas vitales, examinabas al paciente y lo enviabas de vuelta a su médico habitual. Eras igualmente capaz de descubrir los casos en los que los pacientes necesitaban un psiquiatra o un psicoanalista, y entonces los remitías a alguno de tus colegas.

Pero quedaban muchos otros a los que les dedicabas tu tiempo y esfuerzo. Chicos y chicas destrozados por un padre demasiado estricto, presos de una madre posesiva, niños que se deterioraban por falta de cariño o por conflictos familiares, adolescentes en crisis, parejas con problemas, solteros que no se resignaban a su situación, ancianos abandonados —tantas y tantas víctimas de relaciones humanas fracasadas y dolorosas—. Y también de la incomprensión presente o futura.

Porque, aparte de las recetas de medicamentos, ¿qué era lo que encontraban estas almas, incapacitadas superficial o profundamente, en alguien que les escuchaba atentamente y se mostraba solícito para consolarles con palabras? Algunos se marchaban pronto, consolados, sabiendo que podían volver; otros necesitaban un seguimiento semanal, que continuaba durante meses, antes de sentirse capaces de seguir adelante ellos solos. Algunos caían, y entonces tú volvías a ocuparte de ellos. También había otros que no podían pasar sin ti y que volvían periódicamente para que les animases. Casi todos le tenían más miedo a los problemas de la vida que a la misma muerte. Y durante treinta años, arriesgaste tu propia salud para cuidarles a ellos, tanto a los más graves como a los menos.

Pero tus actividades no acababan con esta terapia exhaustiva. Te dedicabas a recopilar gran cantidad de documentación clínica, que luego produciría en la publicación de una larga serie de libros. Estas obras, traducidas a varios idiomas, tuvieron dos consecuencias principales: la avalancha de invitaciones para dar conferencias en multitud de países, y el intercambio de correspondencia con médicos de diez nacionalidades.

En Celigny reuniste por primera vez a un número de estas personas. Este sería el comienzo del grupo de Bossey, cuya historia relataría más tarde Armand Vicent. ¡Y a pesar de ti mismo, te convertiste en el fundador de una escuela! En 1968, reuniste a la junta directiva para traspasar tus responsabilidades a colegas más jóvenes. Pensabas retirarte y vivir en tu casa de Troinex.

Como bien sabes, Paul, la medicina de la persona que tú practicabas despierta serias dudas en aquellos compañeros de profesión que no han tenido el privilegio de conocerte. Algunos consideran que el ritmo de la vida moderna y las crecientes exigencias de la tecnología no dejan suficiente tiempo para ocuparse de la faceta mental de la persona. Para otros, tu terapia está ligada a ser miembro de una iglesia; afirman que no pueden consentir una “medicina religiosa”. Los hay que rechazan un método que supone una implicación emocional, recomendable quizá en pediatría, pero muy peligrosa en el tratamiento de individuos completamente desarrollados, y especialmente cuestionable en el caso de niñas y mujeres.

A través de tu ejemplo, Paul, demostraste que la implicación emocional significa sencillamente bondad. La bondad se expresa a través de la entonación al hablar y de la actitud al guardar silencio, a través de los gestos, de la cara y de la expresión. La técnica apoya al cuerpo. La bondad permite al médico ayudar a través del ejercicio de su profesional alma angustiada, trayéndole paz y consuelo. Y esta misma acción tan eficaz no es posible si no va acompañada de una disponibilidad cada vez mayor de cara al paciente.

Cuando un psiquiatra o un psicoanalista despliega su bondad, incluso aunque él mismo no lo admita, sobrepasa en mucho al mejor especialista en su campo. La razón aprueba la bondad, pero nunca la exige. La bondad no depende de la condición física, el temperamento o el carácter. Es una función natural cuyo desarrollo encuentra un único obstáculo. Y tú supiste ver muy bien de qué se trataba: de la problemática de la vida.

También señalaste la fuente de la que brota la bondad, y explicaste cuál es la relación con esa fuente; de ahí que desde aquel momento empleases un lenguaje especial. Dicen algunos que ese manantial del que tú bebías era religioso. Yo diría, más bien, que se trata de una fe dinámica, inspirada en la experiencia vivida. Ese es tu secreto. Se te ha concedido ese perdón que la mayoría de los hombres no aceptan, y que nadie puede lograr por sí mismo; ese nuevo comienzo que libra de las ataduras de los sentimientos de culpabilidad estériles y paralizantes.

Y desde entonces, más que proponerte a ti mismo como sanador, prometías a tus pacientes que un cojo podría andar si tan solo se dejaba cuidar por el Gran Médico Divino; él es el único capaz de despertar en el corazón de cada uno de nosotros la fortaleza espiritual que sana de verdad. ¿Acaso no le confiabas a veces a alguno de tus pacientes tus propios problemas?

Para muchos de ellos, tu lenguaje resultaba novedoso en muchos sentidos. Debido a tu obvia tolerancia, tus palabras no ofendían a aquellos que se declaraban agnósticos o ateos. Todos ellos se sentían consolados y tu entusiasmo les llegaba muy hondo.

¿Deberíamos deducir, a partir de esta breve biografía, que uno puede convertirse en médico de la persona simplemente imitándote en todo? Siempre lo negaste con rotundidad. Para finalizar, un ejemplo que ilustra perfectamente tu actitud.

Cuando dos médicos con convicciones espirituales opuestas demuestran a sus respectivos pacientes la misma bondad perseverante, ambos se dan cuenta de las dificultades internas que deben ser vencidas antes de poder realizar este servicio. Ambos saben que la voluntad no basta. Aragon diría: el primero cree en el cielo, y el segundo no. El primero cree haber encontrado allí el origen del poder curativo y así lo afirma. El segundo difícilmente puede creer en un origen que considera dudoso. Emplea términos mucho menos explícitos al hablar de ello. Palabras —esa es, en definitiva, la diferencia entre ellos—. De hecho, lo que importará en realidad son los actos hechos a favor de las personas.

Cosa que tú, querido Paul, has proclamado y demostrado sobradamente.


2. MI ENCUENTRO CON PAUL TOURNIER

 

ROBERT D. BONE, M.D.
Medicina Interna
Corsicana, Texas

Un misionero que estaba de permiso en casa me dijo en una ocasión que la gente tiende a encajar a Tournier en una de tres categorías. Algunos piensan que ha conseguido lo máximo en lo que a valores humanos se refiere. Otros piensan que ha descartado todo tipo de curación razonable y ha perdido así la posibilidad de cualquier logro verdadero. Hay quienes creen que él, como misionero, no tiene ninguna relevancia en la gente de este siglo. Mi amigo rechaza cada uno de estos juicios, porque “creo que no soy otra cosa que un hombre que conoce su trabajo y que ha encontrado su lugar… y así debería suceder con cada hombre, sea un barbero, un abogado o un oficinista.”

Paul Tournier me ha causado la profunda impresión de ser un hombre sensible que ha descubierto, aceptado y manifestado su verdadero ser, y que ha encontrado su lugar en el esquema de las cosas. La doble tarea de verse realizado conociéndose a uno mismo y encontrando su lugar en el mundo alcanza su máxima expresión cuando se usa para ayudar a que otros lleguen a ese mismo descubrimiento. Cuando Paul Tournier habló sobre su vida, sentí como si él hubiera presenciado y estuviera relatando trozos de mi propia vida, porque yo también me había enfrentado al dilema de una vocación que se dividía en tres vertientes distintas: la medicina, la psicología y la teología.

El lugar de encuentro fue Laity Lodge, en las remotas colinas del suroeste de Texas. La fecha, 1964, durante la última visita de Paul Tournier a los Estados Unidos. El grupo era pequeño y estaba formado por ministros de la iglesia, médicos, catedráticos y psicólogos. Para mí fue un honor recibir una invitación para unirme a un grupo tan selecto y el atractivo de la invitación aún fue mayor al saber que el Dr. Paul Tournier era un médico al que le interesaba la medicina de la persona.

El sitio donde iban a tener lugar las reuniones tenía un atractivo muy especial para mí. Veinte años antes de que se convirtiera en Laity Lodge, yo había pasado allí las vacaciones de verano con mi joven esposa. Por aquel entonces, no era más que el cañón rocoso de un río, en un paraje remoto e ignoto en medio de la nada. En aquella ocasión nos dedicamos a “explorar” el río a pie en excursiones durante el día y también en alguna salida para acampar. El agua, helada y transparente como el cristal, resulta magnífica para darse un chapuzón en zonas donde hay algo más de profundidad. El cauce del río y los escarpados acantilados a ambos lados son de roca caliza; el suelo también es rocoso y árido. Los cedros nudosos que cubren las colinas atraen con un aroma fresco y sugerente. El cielo está siempre limpio, despejado, y por las noches las estrellas brillan relucientes. En nuestras vacaciones de verano en el Cañón del Río Frío, de pronto todos los problemas del mundo parecieron quedar muy lejos, y Dios muy, muy cerca. Fue allí donde sentí el deseo de convertirme en un médico de verdad. Año tras año, ese fue para mí un lugar de inspiración y convicción renovada.

En mi primer encuentro con el Dr. Tournier, le escuché decir algo que quería creer, pero que nunca antes había escuchado afirmar a nadie de forma tan sucinta: que la práctica de mi especialidad, la medicina interna, es perfectamente compatible con un marcado interés por la psicología y la psicoterapia. Afirmó con rotundidad que estos dos intereses se funden con el reconocimiento reverente del Creador de la vida al tratar problemas como el dolor, el sufrimiento y la muerte. Era como si me hablara a mí directamente, “Sí, el campo de la medicina interna está definitivamente relacionado con el área invisible de los sentimientos humanos, que conduce a los hombres por sendas misteriosas; pero aún hay más: la reverencia por la vida y la respuesta hacia Dios están íntimamente relacionadas con el cuidado de nuestros pacientes”.

En mis años de preparación para convertirme en médico internista, solamente un profesor nos habló de la necesidad de involucrarnos seriamente como internistas en los problemas emocionales de los pacientes; además, aquel hombre se había adentrado en el psicoanálisis estando ya ejerciendo la medicina. Nos dijo que su gratificación personal al ser capaz de diagnosticar unos síntomas “hacía que el análisis mereciera la pena”, y que su habilidad para entender los síntomas se había disparado de un 60% a más del 90%.

El dilema que se me planteó era muy parecido al del Dr. Tournier. ¿Qué excusa puede poner el médico internista para no dedicarse de lleno al estudio de los cada vez más abundantes libros sobre conocimiento médico, mientras utiliza grandes franjas de tiempo a la psicoterapia (para la que no ha sido formalmente capacitado)? Me resultó muy consolador escuchar al Dr. Tournier decir que el oído más preparado —de hecho, quizá el único disponible— para escuchar a un paciente podía ser el del médico (no psiquiatra) que practicase la medicina de la persona.

Eso era cierto en un joven ejecutivo-ingeniero que vino a mi consulta aquejado de dolor en el pecho y dificultad para respirar. Todas las pruebas que se le habían practicado daban resultados normales; de hecho, era el hombre en mejor forma física que había visto en los últimos meses. Era tremendamente disciplinado con la dieta y el ejercicio, y sin embargo se había apoderado de él un miedo ilógico y paralizador. Me habló de su padre, que “murió cuando tenía la edad que yo tengo ahora”. El hombre era todo lo que un hijo desearía que fuera un padre, y el recuerdo más dulce de la niñez de este paciente era sentir la compañía casi constante de su padre. “Pero él mismo no se cuidaba. Tenía un enfisema y fumaba demasiado...Tenía dolores en el pecho y problemas para respirar, y murió de neumonía.”

Una vez que el paciente pudo expresar su miedo con claridad, los síntomas de su incapacidad comenzaron a desaparecer. Yo comprendía al hombre perfectamente y pude hablarle de algunos miedos míos muy parecidos, incluso del temor a hacerme adulto. Tenía miedo de crecer como mi padre, a quien golpeó la tuberculosis. En mi caso, el miedo parecía actuar como un elemento disuasivo contra los logros —crecer y hacerse vulnerable—, en contraste con mantenerse pequeño y a salvo.

La medicina de la persona le lleva a uno indefectiblemente a una dimensión espiritual. Quizá sea en eso lo que más me ha beneficiado conocer a Paul Tournier. Primero, había conseguido traducir para mí la fe cristiana en una forma de vida que puedo compartir con mis pacientes y colegas. No hace falta convertirse en pastor o predicador para expresar de una manera efectiva tus sentimientos y tu conocimiento de Dios. En segundo lugar, me ha ayudado mucho ver el modo en que el Dr. Tournier acepta las experiencias religiosas de otras personas como algo tan único como las suyas propias; parece como si no necesitase “corregir” las experiencias de otros para conformarlas a sus propias ideas. El hecho de que un médico protestante le recomiende a un paciente católico que se dirija a su párroco para tratar una enfermedad del alma herida, que se ha traducido en una enfermedad física, demuestra sin duda una percepción espiritual muy profunda. El tercer beneficio ha procedido de la humildad con la que Tournier comparte su teología. En ocasiones, el gran conocimiento o la mucha experiencia pueden resultar apabullantes, y por ello mismo parecer inalcanzables; sin embargo, su manera de trasladar las lecciones bíblicas a las experiencias diarias del ser humano tiene exactamente el efecto contrario. Nos muestra que la experiencia personal de la fe se encuentra al alcance de cualquiera. Cuando ha tenido lugar un diálogo espiritual entre el paciente y el doctor, la relación se hace mucho más profunda. Si bien la medicina de la persona no confirma este supuesto rotundamente, tampoco cierra la puerta a un diálogo sincero, donde se puede hablar y escuchar. ¿Cuán a menudo escucha el médico una petición de oración ante el dolor, la separación de un ser querido o la muerte?

Y por supuesto, quiero expresar mi más sincera gratitud a Paul Tournier por el regalo que me ha hecho al permitirme conocer a tantos nuevos amigos médicos y de tantos países distintos. En esta era de la especialización, hay muchas presiones que empujan al médico hacia un camino de preparación cada vez más angosto. ¡Cuánto de nuestro mundo se nos escapa y no llegamos siquiera a conocer, encerrados como estamos en nuestros caparazones de obligaciones y trabajo! La naturaleza misma de la conferencias de Bossey nos permite conocernos unos a otros como individuos únicos, con sentimientos y experiencias personales que no se encuentran a disposición de otros grupos profesionales. Los libros del Dr. Tournier están llenos de referencias a las experiencias de otros médicos que las exponen en las reuniones anuales de la medicina de la persona. Uno de los tesoros de mi vida es poder compartir esta experiencia con todos ustedes. Es para mí un honor que se me haya pedido que escriba estas palabras como tributo a nuestro apreciado amigo.


3. LA MEDICINA DE LA PERSONA Y EL CAMINO QUE AÚN RESTA

 

KAREL ZUIDEMA, M.D.
Médico General
Wezep, Holanda

Cuando accedí a la petición de Armand Vincent para que escribiera un artículo en el presente volumen, me di cuenta de que la mía sería una voz muy representativa, ya que de alguna manera este escrito debía cubrir todas las facetas de lo que la medicina de la persona ha logrado en mi país. Pero, por supuesto, eso es imposible.

Hay mucha gente que ha leído los libros de Paul Tournier, incluidos muchos médicos. Baste decir que su primer libro se tradujo al holandés, ¡y ya cuenta con cinco reimpresiones posteriores!

Como es bien sabido, muchos médicos holandeses acudieron durante la década de los cincuenta a las conferencias de la medicina de la persona. Pero lo que se echa en falta es alguna clase de organización que los agrupe, cosa muy característica, dicho sea de paso, del propio Paul Tournier. Esa es la razón por la que no estoy en contacto con ninguno de los amigos de Tournier en mi país, y por ello, solo puedo hablar desde mi experiencia personal.

Hace cinco años entré en contacto con la medicina de la persona a través de Jan van der Hoeven, quien había apoyado las ideas de Paul Tournier desde el principio, asistiendo a las reuniones de Bossey desde que estas comenzaran. Él es, hasta cierto punto, el representante de los Amigos de Tournier en Holanda, y fue él quien me pidió que le sustituyera en el siguiente encuentro. Esto sucedió de un modo bastante espontáneo, a pesar de mi dificultad con el idioma.

Esta barrera lingüística no debe infravalorarse en modo alguno. ¿No es acaso dicha barrera lingüística en sí misma un síntoma de la enfermedad del hombre, que tuvo su origen en la construcción de la Torre de Babel, que se alzaría como un símbolo de la búsqueda de independencia de Dios por parte del hombre? ¿Tiene quizá esta barrera lingüística algo que ver con el orgullo nacional? ¿Fue esta división en naciones que hablaban diferentes lenguas parte del plan original de Dios? ¿O quizá Dios permitió esta división simplemente como una forma de gobierno terrestre de segunda para permitir así que Israel tuviera su reino terrenal, el cual prefirió antes que la teocracia que Dios tenía en mente?

En una ocasión, Jan van der Hoeven me dijo en medio de una conversación personal: “Deberías ir a las Conferencias de Bossey. Cuando entres en contacto con esas personas y escuches su mensaje, te producirá una impresión tal, que no podrás deshacerte de ella jamás. Se te gravará hasta el fondo y serás incapaz de borrarla de tu interior. Paul me ha enseñado a leer la Biblia de un modo totalmente nuevo para mí. ¡No puedo dejar de asombrarme al pensar en él como un labrador que surca incansable la tierra, pues sabe que en ella está su tesoro!

Asistí a las últimas cinco sesiones de Conferencias y, después de escuchar mucho, cosa que me resultó difícil, y leer unos cuantos libros de Paul Tournier, he llegado a la conclusión de que su mensaje es la respuesta a la medicina científico-racionalista de nuestro tiempo, una ciencia médica que hemos estudiado, en la que creemos y que se enseña en todas las universidades del mundo, excepto en China, y que se practica en todas partes. Y no podemos dejar de admitir que es justo considerarla como una gran bendición para la raza humana.

Pero la ciencia médica se ha disociado del impulso que le dio vida y la ha hecho desarrollarse, y que aún es la fuerza que le permite crecer a un ritmo tremendo. Ese impulso no es otro que el de la compasión por nuestros semejantes. Pero la disminución gradual de esta compasión, este compañerismo, ha generado una especie de fosilización, un empobrecimiento, que al final conduce a una ciencia médica que no busca sino su propia gloria.

Durante una conferencia médica a la que asistí, un médico de cabecera dijo: “No deberíamos ser tan éticos y darnos esos aires de importancia. En esencia, nuestra profesión no es tan diferente de la del panadero. Él distribuye su pan del mismo modo que nosotros administramos nuestra medicina de bolsillo, y se nos paga muy bien por hacerlo”.

La ciencia médica ha comenzado a llevar una vida propia, separada de la filosofía y la teología.

El propósito de la vida de Paul Tournier es una llamada a un avivamiento espiritual, a la renovación, a una vuelta hacia la fuente original de la que brota el amor y la preocupación por nuestro prójimo. Su objetivo es una ciencia médica que interceda por el ser humano que es nuestro paciente, pero también nuestro prójimo, nuestro compañero.

Por supuesto, los médicos cuya orientación es psicosomática están muy interesados en la medicina de la persona.

La ciencia médica no puede dejar de admitir que, a pesar de los enormes progresos logrados en los siglos XIX y XX, todavía existen muchas enfermedades incurables (Catedrático Siebeck, Dr. Huebschmann). Pero eso no es todo. En su libro El personaje y la persona, Paul Tournier intenta penetrar en el misterio del “Hombre desconocido” (Alexis Carrel) y, para hacerlo, no duda en acudir a ciencias auxiliares como la psicología y el psicoanálisis.

La única manera de adquirir una compresión detallada de qué es lo que ha condicionado a Paul Tournier y cómo se han desarrollado sus ideas es leyendo todos sus libros. Desde el principio se le ha considerado enormemente influenciado por el Movimiento de Oxford de Frank Buchman.

Algunos de sus libros están ahora fuera de circulación. Quizá se podría constituir una secretaría permanente, que se ocupase de prestar sus libros, sirviendo al mismo tiempo como centro internacional de encuentro y comunicación para las asociaciones médicas cristianas.

La búsqueda apasionada de Paul Tournier para llegar hasta la esencia de nuestra profesión médica le ha llevado a comprender que la clave de la enfermedad del hombre no es otra que su separación de su Creador, la relación rota entre él y su Dios.

El descubrimiento y la elaboración de esta concepción de la enfermedad humana, y la demostración de la existencia de dicha relación, ha atraído a muchos médicos. La enorme importancia que debe tener el evangelio —el mensaje bíblico—para la ciencia médica en nuestra sociedad moderna y secularizada ha quedado más que demostrada, gracias a una vida tan productiva como la de Paul Tournier.

Sin duda, el entorno en el que creció Paul Tournier le condicionó enormemente, determinando hasta cierto punto el modo en que lleva a cabo su labor médica.

Permítanme repetirlo: la ciencia médica moderna es el resultado de todo lo que se ha descubierto, inventado y elaborado a lo largo de los siglos, durante los cuales los investigadores de todas las disciplinas han dado sus vidas a fin de adquirir esta masa ingente de conocimiento médico. Por supuesto, debemos mantenernos completamente al día y eso se lleva buena parte de nuestro tiempo. Tenemos que enfrentarnos a este aspecto técnico de la ciencia médica cada día, sin aspirar a nada que no sea estar sólidamente equipados con este conocimiento médico. Pero —y esto es lo verdaderamente importante— la tecnología médica no puede tener la última palabra.

¿Qué tiene que ver el evangelio, el mensaje transmitido por las iglesias a través de los siglos, con nuestra labor cotidiana como médicos?