Cubierta

Dalái Lama

La mente despierta

Cultivar la sabiduría
en la vida cotidiana

Edición y prólogo de Nicholas Vreeland

Epílogo de Richard Gere

Traducción del inglés de
María Tabuyo y Agustín López Tobajas

Editorial Kairós

Sumario

Prólogo de Nicholas Vreeland

Introducción

1. Las diversas tradiciones espirituales

2. Lo distintivo del budismo

3. Las escuelas budistas. Las divisiones en el budismo

4. Las Cuatro Nobles Verdades

5. El papel del karma

6. Identificar el sí-mismo

7. La visión del Hinayana

8. La visión de Solo-Mente

9. El Camino Medio

10. El camino como método

11. Cómo practicar

Epílogo de Richard Gere

Prólogo

Tal vez la diferencia principal entre el budismo y las demás tradiciones religiosas del mundo radique en la presentación de su identidad central. La existencia del alma o sí-mismo, que se afirma de diferentes maneras en el hinduismo, el judaísmo, el cristianismo y el islam, no solo se niega firmemente en el budismo, sino que se identifica como la fuente de toda nuestra desdicha. La senda budista es, fundamentalmente, un proceso de aprender a reconocer la inexistencia esencial del sí-mismo, al tiempo que se intenta ayudar a otros a reconocerlo de este modo.

El mero reconocimiento de la inexistencia de un sí-mismo central nos libera de nuestras dificultades. Debemos cultivar una mente profunda ahondando nuestra comprensión y fortaleciéndola a través de la contemplación y el estudio lógico.

Y para que esta mente profunda se convierta en la mente omnisciente de un Buda capaz de dirigir eficazmente a otros en su camino a la iluminación, debe estar motivada por algo más que el deseo de alcanzar uno mismo la paz.

En 2003, Khyongla Rato Rinpoche, fundador de Kunkhyab Thardo Ling («Tierra impregnada por los buscadores de la liberación», conocido por lo demás como Centro Tibetano), se unió a Richard Gere y su organización benéfica Healing the Divide para invitar a Su Santidad el Dalái Lama a la ciudad de Nueva York. Preguntaron al Dalái Lama si hablaría en particular de la idea budista de carencia de sí-mismo, tal como se expone en Textos fundamentales de las filosofías de la India – El rugido del león, un texto tibetano de Jamyang Shepa, erudito distinguido por su conocimiento de las diferentes visiones filosóficas existentes en la India en el apogeo del budismo. Para que las conferencias de Su Santidad incluyeran un aspecto práctico, le pidieron que hablara también sobre la técnica de meditación esbozada en Siete puntos sobre el adiestramiento de la mente, un breve tratado redactado en el siglo XII por el célebre practicante tibetano Chekawa Yeshe Dorje.

Unos años más tarde, en 2007, Khyongla Rato Rinpoche y Richard Gere invitaron de nuevo a Su Santidad a Nueva York, esta vez para que impartiera su enseñanza sobre el Sutra del cortador de diamante, un discurso clásico del Buda sobre el vacío inherente a todo lo que existe. El Dalái Lama incluyó también en esta visita una exposición sobre los Setenta versos sobre la vacuidad, de Nagarjuna, el filósofo budista del siglo II considerado por muchos el más insigne intérprete individual de las enseñanzas, a menudo provocadoras y aparentemente paradójicas, sobre el vacío.

A lo largo de estas charlas, Su Santidad trató de guiar a su auditorio a través de las complejidades de la doctrina budista de la ausencia de un sí-mismo y de mostrarles también cómo plasmar de forma activa esas enseñanzas en su propia vida. Realmente, es vivir esas enseñanzas lo que permite llevar a cabo una transformación auténtica en nuestra percepción de nosotros mismos y de nuestra vida.

Este libro ha surgido de esas charlas, todas ellas maravillosamente traducidas al inglés por Geshe Thupten Jinpa. Se ofrecen con la sincera esperanza de que pueda promover la comprensión en Occidente de la doctrina budista de la ausencia de sí-mismo y su utilización para vivir una vida más profunda y feliz.

Quiero hacer llegar mi sincero agradecimiento a todos aquellos que me ayudaron en la preparación de este volumen y advertir al lector, al mismo tiempo, de que cualquier error que se pueda detectar en él es responsabilidad exclusivamente mía.

NICHOLAS VREELAND

Introducción

Tengo la esperanza de que con este libro podamos explorar las creencias verdaderas del budismo, de manera que se puedan disipar todas las ideas falsas al respecto. Espero también que este libro pueda ayudar a quienes practican otra religión a comprender mejor las creencias de una tradición religiosa distinta a la suya. Si hay algo en él que deseen incorporar a su práctica, espero que lo hagan con provecho.

Examinaremos algunas de las interpretaciones filosóficas de las enseñanzas del Buda hace más de 2.500 años y analizaremos temas como el vacío y la originación dependiente. Hablaremos luego de cómo cultivarlos, así como de la mente altruista de la iluminación, que en sánscrito llamamos bodhicitta.

Según vayamos progresando, deberemos aplicar lo que aprendemos. Hay un dicho tibetano que afirma que no debe haber un hueco tan amplio entre nuestro estado mental y la realidad misma que está siendo enseñada como para que podamos caer en él. Cuando leas, espero que relaciones lo que estás oyendo con tu propia experiencia personal; esto es lo que yo intento hacer cuando enseño.

Si la materia que trato de impartir sigue siendo oscura para mí, ¿cómo puedo transmitir su significado a los demás? Aunque no pretendo tener un gran dominio sobre los temas que aquí vamos a tratar, en un tema tan importante como me parece que es este, una comprensión mediocre es, en todo caso, mucho mejor que una ausencia total de ella. De la lectura de un libro que se deriva de mi mediocre comprensión solo se podrá esperar conseguir una comprensión que sea en parte conocimiento y, en parte, ignorancia. Pero también eso es mucho mejor que no tener ninguna comprensión.

1 Las diversas tradiciones espirituales

Los budistas creemos que somos responsables de la calidad de nuestra vida, de nuestra felicidad y de nuestros recursos. Para llegar a tener una vida con sentido debemos transformar nuestras emociones, porque esta es la manera más eficaz de generar felicidad en el futuro para nosotros mismos y para todos los demás.

Nadie nos puede obligar a transformar nuestra mente, ni siquiera el Buda. Debemos hacerlo voluntariamente. Por eso el Buda afirmó: «Tú eres tu propio maestro».

Nuestros esfuerzos deben ser realistas. Debemos constatar por nosotros mismos que los métodos que seguimos producirán los resultados deseados. No podemos solo depender de la fe. Es esencial que escudriñemos el camino que pretendemos seguir para establecer claramente qué es y qué no es eficaz, a fin de que los métodos de nuestros esfuerzos puedan tener éxito. Creo que esto es esencial si deseamos encontrar una felicidad auténtica en la vida.

Siento cierta vacilación al hablar de una tradición espiritual que puede no ser la del lector. Existen muchas religiones excelentes que, a lo largo de los siglos, han ayudado a sus seguidores a alcanzar paz mental y felicidad. No obstante, puede haber algunos aspectos del budismo que se podrían incorporar a la práctica espiritual de cada cual.

Sucede también que algunos de vosotros habéis dejado a un lado vuestra religión y estáis buscando respuestas en otro lugar a vuestras preguntas más profundas. Puede que sintáis una inclinación hacia las filosofías orientales, con su creencia en el karma y en las vidas pasadas. Algunos jóvenes tibetanos han rechazado de manera similar sus orígenes budistas, buscando solaz espiritual en el cristianismo y en el islam.

Por desgracia, muchos de quienes pertenecen a las diversas tradiciones del budismo, incluidos chinos, japoneses, tailandeses y ceilandeses, se consideran simplemente budistas sin conocer realmente el significado de la palabra del Buda. Nagarjuna, uno de los más notables estudiosos y practicantes del budismo, escribió muchas obras explicativas sobre el pensamiento y la práctica budistas que reflejan la necesidad de conocer bien la enseñanza del Buda. Para desarrollar nuestro entendimiento, debemos estudiar esas enseñanzas. Si la comprensión profunda no fuera tan crucial para nuestra práctica del budismo, dudo que los grandes estudiosos del pasado se hubieran molestado en escribir sus importantes tratados.

Han surgido muchas concepciones erróneas acerca del budismo, particularmente acerca del budismo tibetano, al que se describe a menudo como misterioso y esotérico, incluyendo la adoración de deidades coléricas y sedientas de sangre. Pienso que los tibetanos, con nuestra afición a las ceremonias recargadas y a los trajes complicados, somos en parte responsables de ello. Aunque gran parte del ritual de nuestra práctica nos ha llegado del propio Buda, seguramente somos culpables de algún embellecimiento. Tal vez el clima frío del Tíbet ha sido una justificación para nuestros excesos en el vestir. Los lamas tibetanos –nuestros maestros– también son responsables de ideas falsas. Todo pueblecito tenía su propio monasterio, con una lama residente que presidía la sociedad local. Esta tradición ha llegado a identificarse, erróneamente, como lamaísmo, sugiriendo que la nuestra es una religión separada del budismo.

En este tiempo de globalización me parece particularmente importante que nos familiaricemos con las creencias de los demás. Las grandes ciudades de Occidente, con su aire multicultural, han llegado a ser verdaderos microcosmos de nuestro planeta. Todas las religiones del mundo viven aquí una al lado de otra. Para que exista armonía entre estas comunidades es esencial que cada uno de nosotros conozca las creencias de los otros.

¿Por qué existen filosofías tan diversas con tantas tradiciones espirituales basadas en ellas? Desde el punto de vista budista, reconocemos la gran diversidad de inclinaciones y tendencias mentales de los seres humanos. No solo todos los seres humanos somos muy diferentes unos de otros, sino que también nuestras tendencias –que los budistas consideramos que se heredan de las vidas pasadas– varían en una gran medida. Dada la diversidad que esto supone, es comprensible que encontremos un inmenso espectro de sistemas filosóficos y tradiciones espirituales. Son un importante patrimonio de la humanidad, que sirve a las necesidades humanas. Debemos apreciar el valor de la diversidad filosófica y espiritual.

Incluso dentro del ámbito de las enseñanzas del Buda Shakyamuni encontramos una diversidad de posturas filosóficas. Hay veces en las que el Buda plantea explícitamente que las partes físicas y mentales que nos constituyen a cada uno de nosotros puede compararse a la carga llevada por una persona, sugiriendo que la persona existe como un sí-mismo –un “yo”– autónomo que posee y gobierna “mis” partes. En otras enseñanzas, el Buda rechaza de forma absoluta cualquier existencia objetiva. Aceptamos la diversidad de las enseñanzas del Buda como un reflejo de su hábil capacidad para abordar la gran variedad de inclinaciones mentales de sus diversos seguidores.

Cuando examinamos las tradiciones espirituales que existen en el mundo, descubrimos que todas coinciden en la importancia de la práctica ética. Incluso los antiguos indios –nihilistas que negaban cualquier forma de vida después de la muerte– afirmaban que, puesto que esta es nuestra única vida, es importante conducirse en ella moralmente, disciplinando la mente y tratando de mejorarnos a nosotros mismos.

Todas las tradiciones espirituales pretenden superar nuestro sufrimiento, tanto pasajero como a largo plazo, para alcanzar una felicidad duradera. Ninguna religión trata de hacernos más desdichados. Descubrimos que la compasión y la sabiduría son las cualidades fundamentales de Dios que se describen en las diversas tradiciones teístas. En ninguna tradición religiosa se concibe la divinidad como la encarnación del odio o la hostilidad. Esto es así porque la compasión y la sabiduría son cualidades que los seres humanos, de manera natural y espontánea, consideran virtuosas. Al intuir que estas cualidades son deseables, las proyectamos de forma natural sobre nuestras concepciones de lo divino.

Creo que si de verdad estamos consagrados a Dios, nuestro amor por Dios se expresará necesariamente en nuestra conducta diaria, sobre todo en la manera en que tratamos a los demás. Comportarse de otra manera haría que nuestro amor a Dios resultase inútil.

Cuando hablé, en un servicio conmemorativo interreligioso celebrado en la National Cathedral, en Washington D.C., en septiembre de 2003, para conmemorar a las víctimas de la tragedia vivida el 11 de septiembre de 2001, sentí que era importante expresar mi temor de que alguien pudiera considerar que el islam es una religión beligerante. Advertí de que eso sería una grave equivocación, porque, en su núcleo, el islam tiene los mismos valores éticos que todas las demás grandes tradiciones religiosas del mundo, con un énfasis particular en la bondad hacia los otros. Siempre me ha impresionado la atención especial que el islam ha prestado a la justicia social, especialmente su prohibición de la explotación financiera mediante los intereses, así como su prohibición de las sustancias tóxicas. Según mis amigos musulmanes, ningún practicante auténtico del islam puede justificar de ninguna manera el infligir daño a otro ser humano. Subrayan que quien hace daño a otro en nombre del islam no es un verdadero musulmán. Es importante asegurarse de no caer en la tentación de criticar al islam por las faltas de individuos que tan mal representan a una de las grandes religiones del mundo.

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Aunque en el budismo hablemos de un sí-mismo, si mantenemos algún concepto de “yo” es solo para designarlo, o identificarlo, en relación con el cuerpo y la mente que nos constituyen.

Las tres visiones no teístas comparten la convicción de que la ley de causalidad –karma– es responsable de todo lo que, de otra manera, podría ser atribuido a un creador.

Originación dependiente

Una diferencia radical que existe entre los budistas y los no budistas se refiere al principio de la originación dependiente: pratityasamutpada. En un nivel ordinario, la originación dependiente se refiere simplemente a la dependencia de cualquier cosa de unas causas y condiciones, y explica la génesis de todo en términos de causa y efecto. A la originación dependiente se debe, por ejemplo, que la práctica espiritual sea efectiva y produzca cambios interiores. Según los budistas, esos cambios no se producen a causa del deseo de Dios, sino que suceden como resultado de nuestra puesta en práctica de las causas correctas. Esta es la razón de que el Buda dijera que somos nuestros propios maestros. Dado que nuestro bienestar futuro está en nuestras manos, somos nosotros –mediante nuestro comportamiento– quienes determinamos si nuestro futuro será feliz o no.