Portada: Las primeras poetisas en lengua castellana. Clara Janés (Edición y prólogo)
Portadilla: Las primeras poetisas en lengua castellana. Clara Janés (Edición y prólogo)

 

Edición en formato digital: febrero de 2018

 

Esta obra ha recibido una ayuda a la edición
del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte

 

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En cubierta: Detalle de Tenture de la Dame à la Licorne: Le Goût;
fotografía de © RMN-Grand Palais (Musée de Cluny-Musée National
du Moyen-Âge) / Michel Urtado

Diseño gráfico: Ediciones Siruela

© De la edición y del prólogo, Clara Janés

© De los retratos, Biblioteca Nacional de España

© Ediciones Siruela, S. A., 2016

 

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

 

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

 

ISBN: 978-84-17308-53-7

 

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

Prefacio a la nueva edición

 

Preliminar

 

Nota

 

Las primeras poetisas en lengua castellana

 

Florencia Pinar

Santa Teresa de Jesús

Luisa Sigea

Isabel de Vega

Leonor de Ovando

Isabel de Castro y Andrade

Juana de Arteaga

Sor Ana de Jesús

Sor María de San José

Sor Ana de San Bartolomé

Sor Hipólita de Jesús Rocaberti

Sor María de la Antigua

Luisa de Carvajal y Mendoza

Luciana de Narváez

Hipólita de Narváez

Mariana de Vargas y Valderrama

Sor Isabel de San Francisco

Luisa de Aguilera

Cita Canerol

Aldonza de Aragón y Gurrea8

Silvia Monteser

Clara María de Castro

Antonia de Nevares

Arminda

Mariana de Paz

Elena de Paz

Cristobalina Fernández de Alarcón

Beatriz Jiménez Cerdán

Sor Dorotea Félix de Ayala

Catalina Clara Ramírez de Guzmán

María de Zayas y Sotomayor

Amarilis

Euterpe

Francisca Páez de Colindres

Violante Do Ceo

Leonor de la Cueva y Silva

Sor María Santa Isabel

Luisa Manrique

Ana Ataide

Sor Marcela de San Félix

Sor Isabel de Jesús

Ana Francisca Abarca de Bolea

Sor Juana Inés de la Cruz

 

Apéndice

 

Apuntes biográficos e índice bibliográfico

Prefacio a la nueva edición

Han pasado treinta años desde que se publicó el libro Las primeras poetisas en lengua castellana, que ahora ofrecemos ampliado. Cuando empecé el trabajo no escatimé horas de búsqueda y lectura en la Biblioteca Nacional de Madrid, y, junto a los descubrimientos líricos, me sorprendía entonces hallar los retratos, generalmente grabados, de numerosas de sus autoras. Me parecía fascinante la integración que se hacía en ellos de la figura representada y de lo que podríamos llamar su experiencia interior. Así la estrella que ilumina a Luisa de Carvajal y Mendoza, los libros amontonados —casi como soportes— que rodean a sor Hipólita de Jesús Rocaberti o el Cristo insinuante que flanquea a sor Isabel de Jesús. Pasados más de cuatro lustros, seguía investigando sobre la escritura femenina, ahora desde una perspectiva más amplia —lo que daría como resultado el libro Guardar la casa y cerrar la boca (Siruela, 2015)—, y volví asiduamente a la Biblioteca Nacional. En una ocasión, comentando con su entonces directora, Gloria Pérez-Salmerón, la existencia de los mencionados retratos, esta me propuso comisariar una exposición en torno a ellos y los inicios de la escritura de mujeres en nuestra lengua. Me pareció tan tentador que, aun careciendo de experiencia, acepté.

Con entusiasmo profundicé en las salas de Iconografía y de Manuscritos, descubriendo tesoros inesperados. Ahora buscaba no solo poemas y retratos sino cuanto rodeaba, ponía de manifiesto y se hacía eco de este suceso: en nuestra tierra, la mujer escribía desde el momento en que se pasó del empleo del latín al romance. No solo tuve en las manos ediciones de los siglos XV, XVI o XVII, sino que accedí a los manuscritos y, por supuesto, a los grabados. A través de todo ello se me hacía patente la enorme resonancia de determinados acontecimientos, como la beatificación de santa Teresa de Jesús, celebrada con fiestas y concursos en la península, lo que quedó recopilado en el libro Compendio de las solemnes fiestas que en toda España se hicieron en la Beatificación de N. M. S. Teresa de Iesus. Dicha obra recoge los certámenes, monumentos y altares llevados a cabo en nuestra tierra, incluidos «los desiertos» o zonas esteparias. En Madrid, el discurso inaugural del certamen poético corrió a cargo de Lope de Vega. Todo él es una alabanza de la mujer inteligente —referida, claro está, a Teresa de Ávila—, y la gozosa celebración «de ver que una mujer pudiese tanto/ que haya dado en la iglesia militante/ descalza una carrera de gigante». Numerosos nombres femeninos quedan así documentados en las páginas de dicho libro.

Es muy importante el legado antiguo que se conserva en la Biblioteca Nacional, y, respecto a la escritura femenina, permite constatar que las mujeres no se limitaban a la poesía o la novela, sino que saltaban a otros campos, como la traducción o el teatro. Vemos, por ejemplo, que las únicas obras que nos quedan de Rebeca Correa, sefardí afincada en Ámsterdam (de la que se han perdido todos sus poemas), son una composición de circunstancias, y su famosísima versión de Il pastor Fido, de Guarini, mientras que de Ana Caro se conservan obras teatrales, y la constancia de que, en su momento, el siglo XVII, en este terreno recibió continuos encargos y obtuvo numerosos galardones.

Muy particular es el caso de Oliva Sabuco que se aventuró en el campo de la ciencia. A ella se debe el descubrimiento del jugo cerebral al que dio el nombre de «quilo», descubrimiento que los médicos ingleses, por la relación de Felipe II con la isla, conocieron y adoptaron sin mencionar su nombre. Oliva dio fe de su saber en la obra Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, no conocida ni alcanzada de los grandes filósofos antiguos que dedicó a Felipe II y se publicó en 1587. Ante el éxito obtenido, su padre quiso apoderarse de la autoría, pero fue en vano, dado que el permiso otorgado por el rey era exclusivo para su hija. Esta cuestión todavía hoy desencadena controversias.

Oliva Sabuco mereció sin duda los apelativos que le dieron sus contemporáneos: «honor de España» y «musa décima», otorgado este por Lope de Vega en el auto sacramental El hijo pródigo.

Por segunda vez aparece Lope en relación con la escritura femenina. Él es un ejemplo —con Góngora, Quevedo y otros— de la fama que cobraron los autores peninsulares al otro lado del Atlántico, en Hispanoamérica. Dicha fama no solo alimentó el genio de la gran sor Juana Inés de la Cruz, sino que provocó gestos como el de Amarilis, seudónimo de una dama peruana, que escribió al Fénix de los Ingenios una larga epístola, a la cual obtuvo respuesta. Por su especial interés, en esta edición, las incluimos ambas.

Lope de Vega, estuvo atento como pocos a los acontecimientos culturales y rindió en sus obras homenaje a numerosas escritoras. En el Laurel de Apolo aparecen desde Safo y Pola Argentaria, mujer de Lucano, a Cristobalina Fernández de Alarcón, Juliana Morell, insigne maestra, a la «la bella Feliciana, que hoy requiebra/ y entre pizarras [...] mintiendo su nombre,/ y transformada en hombre/ oyó Philosophia,/ y por curiosidad Astrologia». También vemos surgir en dicha obra a Bernarda de Ferreira, que se expresaba tanto en portugués como en castellano, santa Teresa de Jesús, Ana Zuazo, poetisa madrileña, María de Zayas, la misma Amarilis o las italianas Vittoria Colonna y Laura Terecina.

Siguieron pasando algunos años y fui delimitando cuestiones. Cada vez me llamaba más la atención, por ejemplo, la personalidad de las dos discípulas favoritas de santa Teresa: sor Ana de Jesús y sor María de San José, ambas brillantes fundadoras de conventos. Destacaría el hecho de que la primera hubiera sido la destinataria del Cántico espiritual de san Juan de la Cruz y también de la traducción del Cantar de los Cantares, de Salomón, de fray Luis de León. Ella se ocupó de que la obra de ambos se difundiera, a través de las copias llevadas a cabo por sus monjitas, y de la imprenta, empeño que se vio culminado poco después de su muerte en Bruselas. Sor Ana dejó escrita su autobiografía y numerosas cartas, pero de sus poemas nos han llegado solo tres y uno en traducción francesa. Gracias al padre Francisco Javier Sancho, director de la Universidad de la Mística de Ávila, puedo ahora incluirlos en el libro. Igualmente debo a su amabilidad el haber profundizado en la interesantísima figura de sor María de San José. Esta, a los diecinueve años, antes de profesar, escribió el poema «Ansias de amor» —que ahora recogemos también—, considerado como precursor de la obra magna de la poesía española, el Cántico de san Juan de la Cruz. Ambas monjas sufrieron de un entorno hostil. Los escritos de sor María de San José, como advierte María del Pilar Manero en su artículo «La Biblia en el Carmelo femenino: la obra de María de San José (Salazar)» (Centro Virtual Cervantes), tanto en prosa como en verso, merece mayor atención de la que hasta ahora se le ha prestado. Fundadora en España y Portugal, valiente defensora de las Constituciones, tal como santa Teresa las había establecido, junto a sor Ana de Jesús, san Juan de la Cruz y Jerónimo Gracián, fue víctima de los calzados, acusada, por su vicario general, Nicolás Doria, de rebeldía y de tomarse libertades y «levantar la norma de la Orden de su gobierno». Doria logró imponer su criterio en 1591. Tras el capítulo del mes de junio, se dejó sin oficio a Juan de la Cruz y se ordenó su destierro a México (lo que no pudo cumplirse pues murió), se expulsó de la Orden a Gracián, y a sor María de San José se la encarceló en su mismo convento y después se la desterró a Cuerva donde, víctima de malos tratos, murió. Ana de Jesús pudo partir a Francia, fundando en París en 1604 y en Bruselas en 1607.

Un viaje a México me impulsó a la relectura de Primero sueño, de sor Juana Inés de la Cruz, y me situó ante la enorme importancia de dicho poema en la historia de la literatura universal, de modo que, a pesar de su extensión, ahora lo he incorporado también al libro. Se trata de una obra que parte de la ciceroniana El sueño de Escipión —ampliamente estudiada por Macrobio, inspiradora del Iter Extaticum, de Athanasius Kircher, y de la Divina Comedia de Dante, entre otras—, cuya raíz se remonta hasta el mismo Platón (el mito de Er, que aparece en la República). Es el relato de un sueño de Anábasis, es decir, uno de los sueños de ascenso, en el cual el alma, liberada del cuerpo, adquiere facultades superiores que le permiten comprender los secretos ocultos del universo. En el de Cicerón, Escipión el Emiliano tiene un guía, su abuelo, Escipión el Africano, y culmina con el conocimiento de las realidades del alma y de la eternidad. En el de Athanasius Kircher, a su protagonista, Teodidacto, se le aparece Cosmiel, un ser alado «hermoso y terrible» (por usar las palabras de Rilke al referirse a los ángeles, sin duda derivadas de las empleadas por Kircher) y lo lleva hacia los cielos superiores, dándole a conocer los enigmas de los planetas y de las estrellas fijas. A Dante es Beatriz quien lo conduce por el paraíso. Sor Juana, en cambio, no tiene guía. Audazmente lanza su alma a ese viaje celeste, a la aventura de surcar de noche el cosmos en pos del saber. Su objetivo es desentrañar el sentido del universo, incluidas también la existencia del alma, y la eternidad.

Sor Juana Inés de la Cruz, nacida en San Miguel de Nepantla, México, en 1651, fue precoz en sus dones intelectuales: a los tres años aprendió a leer y a escribir siguiendo, a escondidas, las lecciones de su hermana mayor. Pronto descubrió la biblioteca de su abuelo y leyó los clásicos. Su ansia de saber le hizo concebir la idea de disfrazarse de hombre para ir a la universidad, pero la enviaron a vivir a la ciudad de México con unos tíos que la introdujeron en la corte, y fue dama de la virreina, la marquesa de Mancera. Escribía poemas y deslumbraba con su gran inteligencia. Reacia al matrimonio, entró en el convento de las Jerónimas, pero siguió llevando una brillante vida intelectual. Defendió el derecho de sus congéneres a estudiar y a escribir, y se defendió a sí misma de los ataques recibidos, mediante varias cartas, entre ellas, la Carta Atenagórica, la Respuesta a Sor Filotea y la Carta de Serafina (seudónimo que utilizó en los oscuros tiempos de su vida). Lectora de obras herméticas, como el Ars Magna de Athanasius Kircher (que figuraba en su biblioteca), poseía instrumentos musicales, mecánicos y científicos que, sin duda, manejaba y que pasaron como metáforas o símbolos a sus obras.

Tras la escritura de la Carta Atenagórica, fue considerada poco devota por las jerarquías eclesiásticas y en sus últimos años (murió en 1695) fue objeto de un juicio y acabó por abjurar y declararse «la peor de todas», viéndose obligada a abandonar la vida pública y a no editar sus escritos.

De la importancia que Primero Sueño tenía incluso para la misma sor Juana, nos da fe Alejandra Atala al recordarnos que lo consideraba el único texto escrito por su voluntad, citando una frase de la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz : «Demás que yo nunca he escrito cosa alguna por mi voluntad, sino por ruegos y preceptos ajenos; de tal manera que no me acuerdo haber escrito por mi gusto sino es un papelillo que llaman El Sueño» («La sombra, el silencio de Sor Juana Inés de la Cruz», Voz de la Tribu, mayo 2015).

Este gran poema fue estudiado por Octavio Paz en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (Seix Barral, Barcelona, 1982), donde afirmó que «es el relato de una visión espiritual que termina en una no-visión» y «es el reverso de la revelación. Más exactamente: es la revelación de que estamos solos y de que el mundo sobrenatural se ha desvanecido». Las imágenes y símbolos empleados por la mexicana ponen de manifiesto su gran cauda cultural que abarca desde Nicolás de Cusa, Giordano Bruno, Galileo o Copérnico, y por supuesto el ya mencionado Athanasius Kircher.

Octavio Paz concluye comparando su poema con un grabado de Durero. Dice: «La imagen de Melancolía I parece una ilustración anticipada de ese pasaje de Primero Sueño en que el alma, perdida en la noche geométrica y sus perspectivas de obeliscos y pirámides, “por mirarlo todo nada veía”. La figura que dibujan las dos obras es la misma: la interrogación».

He completado la presente edición del libro rescatando algún poema más de los escritos por las damas del momento, así un hermoso soneto de Luisa de Carvajal, y versos de Isabel de Vega, Catalina Clara Ramírez de Guzmán y Leonor de la Cueva y Silva, y, como ya he apuntado, la Epístola a Belardo de Amarilis. Además, he añadido un apéndice que simboliza los elogios, por un lado de la culta religiosa y, por otro, de la laica, concretados en los versos de Miguel de Cervantes «A los éxtasis de nuestra Beata Madre Teresa de Jesús» y en los dos poemas a Amarilis de Lope de Vega.

 

CLARA JANÉS, 2016